Manuel Álvarez (1796-1856). Un leonés en el oeste americano - Thomas E. Chávez - E-Book

Manuel Álvarez (1796-1856). Un leonés en el oeste americano E-Book

Thomas E. Chávez

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Manuel Álvarez, un leonés emigrado a México, fue una figura singular, omnipresente en todos los acontecimientos que tuvieron lugar en el que primero fue departamento de Nuevo México y con posterioridad territorio de los Estados Unidos de América. Álvarez recurrió a actuaciones cercanas a la picaresca y la piratería para lograr sus objetivos políticos y económicos. Su labor de relaciones públicas, políticas y diplomáticas resultó indispensable para que se diera una transición pacífica entre gobiernos durante las primeras luchas por la obtención de la condición de estado de Nuevo México. La labor realizada, a menudo en la sombra, por Álvarez brilla con luz propia desde las páginas de la biografía redactada por Thomas E. Chávez a partir de su memorándum, correspondencia y otros documentos oficiales recogidos en el Museo de Nuevo México en Santa Fe.

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MANUEL ÁLVAREZ (1796-1856),UN LEONÉS EN EL OESTE AMERICANO

Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans

http://www.uv.es/bibjcoy

DirectoraCarme Manuel

MANUEL ÁLVAREZ (1796-1856),UN LEONÉS EN EL OESTE AMERICANO

Thomas E. Chávez

Traducción de Imelda Martín Junquera

Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americansUniversitat de València

Manuel Álvarez (1796-1856), un leonés en el Oeste americano

© Thomas E. Chávez

© Traducción de Imelda Martín Junquera

1ª edición de 2013

Reservados todos los derechosProhibida su reproducción total o parcialISBN: 978-84-9134-149-9

Imagen de la portada: Kirt Hughey

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Publicacions de la Universitat de Valènciahttp://[email protected]

Índice

Presentación, Imelda Martín Junquera

MANUEL ÁLVAREZ (1796-1856), UN LEONÉS EN EL OESTE AMERICANO

Agradecimientos

Introducción

El hombre y su tiempo

Capítulo 1

El español viajero

Capítulo 2

Ciudadanía y diplomacia

Capítulo 3

Las obligaciones de un cónsul y los intereses de un comerciante

Capítulo 4

Los problemas con Texas

Capítulo 5

Comienza una nueva era

Capítulo 6

“Su brillante luz crecerá”

Capítulo 7

Político y política

Capítulo 8

Un hombre polifacético

Epílogo

Terminó igual que empezó

Manuel Álvarez (1796-1856),un leonés en el Oeste americano

Imelda Martín JunqueraUniversidad de León

La apasionante vida de este leonés emigrado a México que Thomas E. Chávez recoge en su libro contempla la identidad múltiple de la que él mismo además se vanagloriaba. En la era de la globalización y de la lucha por la eliminación de fronteras que disfrutamos en el siglo XXI, a nadie extraña este tipo de actitud. En el siglo XIX hubiera quizás que recurrir, como es el caso de este personaje, a actuaciones cercanas a la picaresca y la piratería para lograr los objetivos políticos y económicos deseados. Álvarez modificaba alianzas según las necesidades de sus negocios y, así, utilizaba su documentación española, reclamaba la nacionalidad mexicana o la ciudadanía estadounidense, acogiéndose al tiempo de residencia en el país. Entre otras hazañas, logró, pues, sin poseer la ciudadanía estadounidense, convertirse en cónsul de los Estados Unidos en Nuevo México antes de la incorporación de este territorio a los Estados Unidos de América.

Hay que resaltar también en el terreno político, aunque más adelante se analicen más las consecuencias de este hecho, que México era un país recién independizado, una república con reminiscencias de colonia española de la que los ciudadanos de la metrópoli parecía que nunca terminaban de marcharse, aunque se les invitó en numerosas ocasiones a abandonar el país o a atenerse a las represalias que pudieran encontrarse. Este era el caso de Álvarez, quien emigró a México antes de su independencia, pero ante el caos reinante en la república en 1823, se retiró prudentemente por un tiempo a La Habana. En 1824, eliminada ya la prohibición española de comerciar con extranjeros, fundamentalmente estadounidenses, y recién abierta la Ruta de Comercio de Santa Fe, Álvarez decidió probar suerte en Nuevo México, un territorio ya de por sí conflictivo por los constantes enfrentamientos que sufrían los colonos con los habitantes indígenas, sin tener en cuenta los acontecimientos venideros.

La función diplomática, por tanto, no fue la única ocupación de este emigrante español, a quien los negocios también le sonreían. La Ruta de Comercio de Santa Fe, presentaba para Álvarez innumerables oportunidades de hacer riqueza y vivir aventuras: desde el comercio de pieles de animales con los indios, pasando por la introducción de la raza merina para mejorar la producción de lana hasta las transacciones comerciales con el oro y la plata descubiertos en la época. Esta figura, por tanto, resulta clave para entender las relaciones entre los indios Utes y los comerciantes de la zona, al mismo tiempo que podría ser fruto de una investigación interesante el papel que Álvarez pudo representar en la introducción del alcohol en las tribus de nativos con las que comerciaban. Como intermediario en las transacciones comerciales entre los nativos americanos y los propios comerciantes de pieles, Manuel Álvarez, también trampero durante algún tiempo, exploró territorios naturales como Yellowstone y descubrió algunas de sus maravillas antes de que tuvieran lugar las primeras expediciones organizadas y se convirtiera en el primer parque natural de los Estados Unidos en sesión del Congreso de 1872.

Cuantas oportunidades se le presentaban para probar nuevos estilos de vida, las aprovechaba este aventurero, quien sin duda, deseaba experimentar las sensaciones de la vida salvaje en esta tierra que ofrecía tantas posibilidades de desarrollo personal y para los negocios. Sólo los hombres más adustos se atrevían a probar fortuna con las pieles de castor, puesto que eran los únicos capaces de soportar la aridez del terrero por el que avanzaban, así como la climatología que se encontraban en su camino. La zona de operaciones se situaba entre el río Grande y el delta del río Colorado, abarcando cuantas reservas fluviales aparecieran en su camino. Álvarez se atrevió en 1829 a probar suerte como trampero, entre otras razones, también por la necesidad de desaparecer por un tiempo de la vista de las autoridades mexicanas al haber aparecido su nombre en la lista de los españoles que debían abandonar Santa Fe. En definitiva, la importancia de esta actividad queda patente en la labor que los tramperos ejercieron, precisamente durante la guerra México americana, mostrando sus rutas de avance a los generales Fremont y Kearny, quienes aprovecharon para llegar hasta Taos y Santa Fe sin ser vistos por la población nuevo mexicana y entrar por sorpresa en las poblaciones.

Viajero consumado y amante de su tierra y de su familia, Álvarez no dudó en realizar visitas a su localidad natal, Abelgas, durante los periodos que pasaba en Europa realizando compras de mercancía para su negocio en Santa Fe. Mantuvo una fluida correspondencia con algunos de sus familiares, cartas que hoy en día se conservan en Santa Fe, Nuevo México y estuvo al tanto de los acontecimientos a uno y a otro lado del Atlántico, como también demuestran sus libros de cuentas y sus cartas.

A pesar de que este político, diplomático, viajero y comerciante no ha recibido el tratamiento de héroe que sin duda merece en los libros de historia de México o de Estados Unidos, sin embargo, su labor de relaciones públicas, políticas y diplomáticas resultó indispensable para que se diera una transición pacífica entre gobiernos durante las primeras luchas por la obtención de la condición de estado de Nuevo México. Como intermediario, logró apaciguar los ánimos de las dos facciones enfrentadas: territorialistas y constitucionalistas y se granjeó las simpatías de sus conciudadanos nuevomexicanos que le nombraron gobernador en funciones.

Toda la correspondencia personal y oficial que se conserva de Manuel Álvarez, demuestra, en todo caso, que fue un hombre adaptado a la vida de la frontera, y que se forjó una identidad política como enlace entre gobiernos, llegando incluso a comparecer en el Congreso de los Estados Unidos como consecuencia del debate sobre la adquisición de la condición de Estado por parte de Nuevo México. Desafortunadamente, no vivió Álvarez lo suficiente para ver sus esfuerzos políticos recompensados, ya que no sería hasta 1912 cuando por fin, se convirtiera Nuevo México en el cuadragésimo séptimo Estado de la Unión. Entre las razones de que el congreso rechazara la petición constantemente desde 1849 hasta 1912 se encuentra la desconfianza hacia una población mayoritariamente de origen hispano y de religión católica.

Desde las expediciones de Francisco Vásquez de Coronado en lo que hoy es Nuevo México, norte de Texas, Oklahoma, Kansas y Colorado hacia 1542 no había existido un personaje español tan relevante y polifacético en la zona.

El legado de Manuel Álvarez debe servir, entre otras cosas, para ayudar a los leoneses a comprender el fenómeno de la inmigración, para reflexionar ante el número creciente de conciudadanos que se ven a diario forzados a abandonar su tierra en busca de una oportunidad para sus sueños o aquellos que han llevado el nombre de León mas allá de nuestras fronteras geográficas. Hombres y mujeres olvidados en su tierra de origen pero recordados y admirados en otras partes del planeta.

Manuel Álvarez representa una figura singular de la joven historia de México y de los Estados Unidos, omnipresente en todos los acontecimientos que tuvieron lugar en el primero departamento de Nuevo México y con posterioridad territorio de los Estados Unidos de América. La labor realizada, a menudo en la sombra, por Álvarez brilla con luz propia desde las páginas de la biografía redactada por Thomas Chávez a partir de su memorándum, correspondencia y otros documentos oficiales recogidos en el Museo de Nuevo México en Santa Fe. Rescatar la vida de este personaje del olvido y reescribir su papel en los acontecimientos de la época supone un hito en la recuperación de la historia no oficial de los Estados Unidos. Chávez escribe un nuevo capítulo de las luchas por la constitución de Nuevo México en Estado con un protagonista de excepción que estuvo presente y actuó como firmante en los acuerdos que se tomaron en la época. El hecho de que un leonés se encontrara en el centro de estos acontecimientos cruciales merece ser resaltado con una publicación de estas características en la provincia.

Testigo de excepción del avance de la frontera estadounidense, Álvarez vivió en una época trascendental para el futuro político, económico y geográfico tanto de los Estados Unidos como de México. Asistió a la trasformación política, geográfica y económica de los tres países que habitó puesto que en la época que le tocó vivir destacan las guerras napoleónicas en Europa, la independencia de México de España en 1821 y la guerra México americana que se saldó con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848 y que resultó en la anexión de los territorios del norte de México por los Estados Unidos.

El lejano oeste se convirtió en metáfora del sueño americano, en “un Edén de belleza incomparable”, según las narraciones de los expedicionarios y escritores de la época como Wilkes, Richard Henry Dana Jr. y John C. Fremont (Wheelan, J. 29). El presidente Polk creía en su labor de cumplir el Destino Manifiesto como buen representante electo de sus paisanos estadounidenses quienes seguían ciegamente los preceptos puritanos y sentían que estaban predestinados a ocupar los territorios que abrían la brecha hasta el Pacífico y configurar así un nuevo mapa geográfico, cultural, político y económico de los EEUU.

Su deseo de hacerse con California sobrepasaba cualquier otro movimiento político, y, por esta razón, en primer lugar, nombró a principios de noviembre de 1845 a John Slidell ministro para asuntos con México y le proporcionó toda clase de poderes diplomáticos a su alcance. Slidell, a cambio debía comprar Nuevo México y California. En realidad, más bien tenía que conseguir que México aceptara la suma estipulada conveniente por los Estados Unidos para la compra del territorio. El secretario de Estado, Buchanan, a su vez, estaba convencido de que era tanta la distancia que separaba Nuevo México del resto del territorio mexicano que se extendía al sur del río Grande que el gobierno estadounidense se haría con este terreno por poco más de cinco millones de dólares.

Las negociaciones por el desplazamiento de la frontera mexicana hacia el sur estaban intentando cerrarse en torno al río Grande y la frontera natural que forma en Texas como división entre los dos nuevos países. La situación en diciembre de 1845 se encontraba en un momento álgido: para los estadounidenses, una vez que Texas había sido anexionada con el beneplácito de la república independiente de Texas, sólo quedaba plantear la oferta de California y Nuevo México.

Para los mexicanos, la situación era completamente diferente: Texas, lejos de ser independiente y mucho menos territorio estadounidense, para ellos continuaba perteneciendo a México, por lo que si no se llegaba a un acuerdo (y seguramente lo buscaran económico) habría que recurrir a la guerra entre los dos países. El establecimiento de la frontera entre los dos países, el hoy llamado “border” empezaba ya a convertirse en el espinoso tema diplomático en el que se ha tornado en nuestros días.

El ejército de los Estados Unidos, impulsado por las órdenes del gobierno, forzó la confrontación militar a orillas del río Grande ya que los mexicanos no parecían mostrar ningún interés en expulsar a los invasores de su terreno; en palabras del general Ulysses S. Grant: “Mexico showing no willingness to come to the Nueces to drive the invaders from the soil, it became necessary for the ‘invaders’ to approach to within a convenient distance to be struck” (Wheelan, J. 85). La situación entre la población de los Estados Unidos en esta época era de un racismo y xenofobia creciente, precisamente en un momento en el que la inmigración irlandesa arribaba a las costas de Boston y Nueva York masivamente debido a la hambruna de la patata. Durante la confrontación armada, numerosos inmigrantes estadounidenses, cruzaron la frontera en Matamoros y se unieron a México, huyendo del maltrato. El tristemente famoso batallón de San Patricio se componía de desertores irlandeses del ejército estadounidense, hartos de las vejaciones de los soldados protestantes. Estos irlandeses lucharon junto al ejército mexicano con la valentía y el ardor que aporta la desesperación.

En Nuevo México, sin embargo, tras la anexión, los extranjeros parecían gozar de una situación de privilegio. En el Camino de Santa Fe estaba Manuel Álvarez cuando el coronel Stephen Watts Kearny enviaba a sus mil seiscientos voluntarios a través de esta ruta desde Fort Leavenworth a Santa Fe. Además de los soldados que comandaba, llevaba bajo su protección una caravana de más de cuatrocientas carretas de comerciantes que iban a hacer negocios a Santa Fe y a Chihuahua. Antes de cruzar el río Arkansas, Kearny decidió reagrupar a todas sus unidades en el Fuerte Bent que se encontraba en una zona del territorio estadounidense adquirido con la compra de Luisiana. Chávez menciona en repetidas ocasiones este fuerte erigido en 1833 por los hermanos Bent en cooperación con Ceran St. Vrain, todos ellos amigos de Manuel Álvarez y figuras relevantes en la transición política que estaba viviendo Nuevo México en esa época, y las múltiples funciones que desempeñó como lugar de intercambio de comercio, refugio de tramperos, cazadores indios y comerciantes e incluso como base de operaciones militares estadounidenses.

Lavin narra cómo desde el Fuerte Bent, Kearny anunció a Armijo que traía órdenes del gobierno de su país de tomar el territorio del que él era gobernador (116). Por medio de unos espías mexicanos a los que capturó en su campamento, Kearny hizo saber a los ciudadanos de Santa Fe que si le planteaban batalla, serían considerados enemigos de los Estados Unidos. Esta expedición debía continuar en parte hasta San Diego, donde se reunirían con las fuerzas navales del comodoro Robert Stockton y en parte hacia el sur de la provincia de Chihuahua, siempre y cuando los nuevomexicanos no opusieran resistencia. A pesar de que las crónicas señalan al comerciante James Magoffin como artífice de esta pacífica transición, Álvarez se constituyó en figura clave, una vez más y sus siempre acertadas intervenciones hicieron el paso del coronel Kearny más dificultoso pero más pacífico de lo que hubiera sido sin la colaboración de nuestro leonés en las conversaciones que tuvieron lugar entre las personalidades relevantes de Santa Fe y los emisarios de Kearny. Las negociaciones de Magoffin con el gobernador Armijo y los posibles sobornos a este último de los que la historia se ha hecho eco tuvieron su relevancia en este acontecimiento pero no resultaron extremadamente decisorios. Ni un solo disparo salió de las armas del ejército estadounidense, salvo para saludar a su bandera. La bandera de las barras y estrellas fue izada en el palacio de los gobernadores de Santa Fe el 18 de agosto de 1846 a la vez que se hacía pública la toma de Nuevo México como territorio de los Estados Unidos de América. Esta toma pacífica de Santa Fe no significa, como bien ilustra Chávez a través de Manuel Álvarez, que no surgieran revueltas y levantamientos contra el nuevo gobernador estadounidense, quien, de hecho, fue asesinado en su propia casa de Taos frente a su familia por un grupo de locales sublevados que temían perder sus tierras a manos de los nuevos conquistadores. El propio Álvarez fue herido en estos enfrentamientos aunque salió mejor parado que muchos de sus amigos estadounidenses que fueron asesinados en la revuelta.

Manuel Álvarez se encuentra, por tanto, en el centro de acontecimientos fundamentales para el futuro de los EEUU. Precisamente durante los años centrales de su vida tiene lugar el establecimiento definitivo de las fronteras norte, sur y oeste del país en el que desarrolló sus actividades comerciales. El sueño y propósito del Destino Manifiesto puritano se va a cumplir al ser alcanzado el límite del Océano Pacífico tras el Tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado en 1848. Ya mediante el Tratado de Oregón en 1846, se había asentado el reparto definitivo del territorio al norte del paralelo 49 que iba a determinar la frontera actual entre Canadá y los EEUU.

Por otro lado, la frontera sur actual de Nuevo México se estableció ya en 1854 como consecuencia de la Ley Orgánica de septiembre de 1850, por la que el antiguo Departamento de Nuevo México se convirtió, bajo el dominio de los Estados Unidos de América, en el Territorio de Nuevo México, cuyos límites abarcaban todo territorio al sur del paralelo 39 comprendido entre California y Texas o lo que es lo mismo: a este territorio pertenecían además del hoy Nuevo México, Arizona, parte del sur del Colorado, Utah y una parte del sureste de Nevada. La población en estos años, en gran parte debido a la fiebre del oro de California, se incrementó considerablemente: los sesenta y un mil habitantes con que el territorio contaba en 1850 se convirtieron en noventa y tres mil en 1860. Hasta 1863, con la creación del Territorio de Arizona, no se producirían más cambios sustanciales en los límites geográficos de Nuevo México. Chávez explica ampliamente el tipo de gobierno que se instauró para este territorio en 1851, en el que Manuel Álvarez también participó, así como las frecuentes confrontaciones que sus asambleas parlamentarias tuvieron con el gobierno central de los Estados Unidos. Durante la legislatura territorial, el gobierno estaba compuesto de una serie de representantes electos procedentes de las distintas partes de Nuevo México. Entre estos representantes había uno que asistía como delegado a las sesiones del congreso, sin capacidad de voto.

La importancia de estos acontecimientos se encuentra íntimamente ligada a la actividad profesional de Álvarez, el comercio, que alcanzó en esta época una expansión sin precedentes dentro y fuera de las nuevas fronteras norteamericanas. En aquellos años, la ciudad de St. Louis, Missouri representaba la puerta principal de entrada hacia el Oeste. Esta “Gateway to the West” está situada en la confluencia de los ríos Mississippi y Missouri convirtiendo la ciudad en el puerto principal de llegada de mercancía desde el este del país. La población que se concentraba en St. Louis se puede tildar claramente de multicultural con un alto índice de inmigrantes que convivían en armonía con los ciudadanos locales. Los inmigrantes seguían la Ruta de Comercio de Santa Fe desde St. Louis hasta Independence, Missouri, donde comenzaba la Ruta o Camino de Oregón “The Oregon Trail”. Otra ruta particularmente transitada era la de California, que conducía desde el hoy Estado de Idaho, situado en la Ruta de Oregón, hasta la Bahía de San Francisco aunque aún pertenecía a México.

Chávez aprovecha la figura de Manuel Álvarez, por tanto, para ilustrar con su vida y sus negocios la importancia que tuvo el Camino de Santa Fe, no sólo en las transacciones comerciales sino también en los acontecimientos políticos que marcaron la zona y los años centrales del siglo diecinueve. De hecho, la primera oficina consular de los Estados Unidos en Santa Fe, que el propio Álvarez ocuparía años más tarde, se abrió en el año 1825, debido a la importancia que estaba adquiriendo el comercio entre los dos países en esta zona. El origen de esta ruta comercial, como el propio Chávez narra, se sitúa en la expedición del capitán William Becknell, un veterano de la guerra de 1812, quien quiso aprovechar la apertura del gobierno mexicano hacia las transacciones comerciales con extranjeros. Así, se adentró a través de las llanuras en la tierra prácticamente inexplorada del Camino de Santa Fe desde Independence, Missouri, por territorios que hoy corresponden a los Estados de Oklahoma y Texas hasta alcanzar Nuevo México y Santa Fe como destino final, donde obtuvo amplios beneficios por la venta de su mercancía. El éxito de esta expedición animó a otros muchos a llevar mercancías por esta ruta hasta Taos y Santa Fe. Desafortunadamente, también fueron muchos los intrépidos viajeros que perdieron la vida en el camino por las estampidas de animales o los asaltos de los indios. Gracias a esta actividad en crecimiento, la transformación de Nuevo México sería radical, convirtiéndose Santa Fe en un nuevo centro neurálgico de las operaciones comerciales entre Estados Unidos y el norte de México entre los años 1833 y 1844.

La Ruta de Comercio de Santa Fe también fue testigo, según cuenta Henderson en Una derrota gloriosa (A Glorious Defeat), de la expedición texana de 1841. Los hechos sucedieron porque, Mirabeau B. Lamar, uno de los presidentes que tuvo la República de Texas durante su breve espacio de tiempo como independiente de México y de los Estados Unidos, quiso aprovechar las riquezas que proporcionaba el comercio entre Missouri y el territorio de Nuevo México, que aportaba unos 5 millones de dólares al año, y dirigir una parte de estas ganancias hacia Texas. Así, en junio de 1841, organizó una expedición de setenta cabezas de ganado y carros con mercancía por valor de 200.000 dólares. En teoría se trataba de una aventura pacífica, aunque tanto Henderson con Patrick Lavin narran que Lamar tenía la esperanza de que, al recibir esta caravana encabezada por el general Hugh McLeod, Nuevo México siguiera el ejemplo de Texas y se rebelara contra el gobierno central. Cabía incluso la posibilidad de unir ambos territorios en uno solo, si las cosas salían según lo planeado. La expedición, sin embargo, tras sufrir los embistes de las tribus indias, fue interceptada por un destacamento del gobernador Manuel Armijo a las afueras de Santa Fe y obligada a avanzar hasta el interior del país, donde fueron confinados en prisiones durante varios meses (Henderson 124-125) (Lavin 110-111). Las hostilidades entre Texas y Nuevo México no terminaron en ese momento sino que se recrudecieron en los meses posteriores durante el segundo gobierno de Sam Houston con varios enfrentamientos que tuvieron lugar en la Ruta de Santa Fe entre un ejército y otro hasta la anexión de Texas por parte de los Estados Unidos de América en 1845.

Existía, sin embargo, cierto descontento entre los comerciantes estadounidenses con las autoridades de Nuevo México sobre la forma de aplicar las leyes de aranceles e impuestos a las caravanas de mercancía; hecho que constituyó una fuente de discordia constante entre ambos países y, de alguna forma, contribuyó al éxito de la expedición de Kearny en 1847. Muchas de las peticiones de ciudadanos estadounidenses que Álvarez tuvo que atender en su oficina consular tenían que ver precisamente con este hecho, con la discriminación de la que se sentían objeto comerciantes estadounidenses a la hora de aplicarles las tasas fronterizas. Aunque los comerciantes estadounidenses cargaron con la culpa de haber instigado la revolución de 1837 que el gobernador Armijo tuvo que sofocar con la ayuda de refuerzos enviados de Chihuahua, dice Patrick Lavin que ni este contratiempo, ni la escisión de Texas, ni siquiera la guerra de 1846 lograron detener el flujo de comercio entre Estados Unidos y Nuevo México. Sólo la llegada del ferrocarril en 1879 puso fin a esta era floreciente.

Como comerciante de ganado también fue pionero Álvarez; aunque ya en 1598, el gobernador Oñate había introducido la cría de ganado vacuno y ovino, no fue hasta la guerra de Secesión cuando se popularizó esta práctica comercial. El leonés, sin embargo, apostó por este comercio ganadero y sus rebaños fueron de los primeros en cruzar las planicies para ser subastados en California.

Incluso las publicaciones más recientes sobre la historia de Nuevo México, en las que está basada esta introducción, ignoran a nuestro héroe, a pesar de que citan con todo detalle a sus amigos y allegados, tanto nuevomexicanos como estadounidenses, incluido en estos últimos Charles Bent, el primer gobernador del territorio de Nuevo México recién anexionado por el general Kearny, así como a su némesis el gobernador Armijo. De ahí la valía del texto de Chávez que lejos de pasar de moda y amontonar polvo en las estanterías, arroja luz sobre acontecimientos históricos desde un punto de vista diferente, desde la atenta mirada de un español que supo adaptarse a la vida del oeste, convivir en una realidad multicultural y aprovechar las oportunidades económicas que la Ruta de Comercio de Santa Fe le brindaba.

Fuentes consultadas

Henderson, Timothy J. A Glorious Defeat: México and Its War with the United States. New York: Hill & Wang, 2007.

Lavin, Patrick. New México: An Illustrated History. New York: Hippocrene Books, 2008.

Roberts, Calvin A. & Susana A. Roberts. New México: Revised Edition. Albuquerque: University of New Mexico Press, 2006.

Wheelan, Joseph. Invading Mexico: America’s Continental Dream and the Mexican War, 1846-1848. New York: Carroll & Graf Publishers, 2007.

MANUEL ÁLVAREZ (1796-1856),UN LEONÉS EN EL OESTE AMERICANO

Agradecimientos

Este libro se publicó originariamente en inglés en los Estados Unidos. Narra la historia de un hombre que salió de las montañas del norte de León para llevar una vida discreta pero influyente en el suroeste de los Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XIX.

La publicación en inglés del año 1990 constituye la primera documentación verdadera sobre Manuel Álvarez y su importancia. El relato de su vida es una aventura asombrosa. Atravesó la Ruta de Comercio de Santa Fe en muchas ocasiones, vivió en las Montañas Rocosas como trampero; se convirtió en cónsul de los Estados Unidos y dirigió un negocio en lo que entonces era el norte de México.

Y aun así, su historia era oscura a pesar del hecho de que mucha de su correspondencia e informes se encuentran disponibles en Nuevo México y en Washington, D.C.

La biografía parece un medio fácil de escribir historia: después se inicia la investigación y la biografía se torna más difícil porque el ser humano es complejo. Darle un sentido a la causa y la consecuencia, las motivaciones por las que los sujetos realizan sus acciones, necesita más que un mero listado de fechas de nacimiento, defunción y los hitos entre medias. Si se hace bien, la biografia puede ser un conducto: el relato de una vida se convierte tanto en la historia de una vida como de los tiempos en los que se desarrolla. La vida del individuo ilustra un periodo de la historia, y al revés, la historia es el relato de seres humanos que como nosotros rieron y lloraron, amaron y odiaron. ¿Que podría ser más natural que escribir una biografía?

Mientras que el propósito inicial de este libro era presentar a Álvarez a un público cuya historia él ayudó a dar forma, me sorprendió agradablemente que investigadores de la región de origen de Álvarez demostraran gran interés en un “paisano” desconocido para ellos hasta la fecha.

En primer lugar debo dar las gracias a Lorenzo López Trigal y a su esposa, Cuqui, a quienes conocí en Nuevo México. El Dr. López es catedrático en la Universidad de León e inmediatamente demostró gran interés cuando compartí con él mi trabajo sobre Manuel Álvarez. Le regalé una copia de la edición en inglés y él insistió en que la obra debía ser publicada en España.

Ambos me condujeron hasta Imelda Martín Junquera, también de la Universidad de León, quien tradujo mi modesto inglés a un castellano correcto. La Dra. Martín Junquera, una investigadora especializada en la literatura chicana que ha realizado muchas estancias continuadas en los Estados Unidos, añadió sus conocimientos sobre el Oeste de los Estados Unidos para plantear preguntas y aclarar referencias que de otro modo habrían carecido de sentido para el público español.

Publicaciones aparte, hemos forjado una amistad y nos hemos visitado en nuestros respectivos, aunque distantes, hogares. Con amigos y con colegas cuyas perspectivas son inestimables, proyectos como este son posibles.

Mi esposa, la Dra. Celia López-Chávez, historiadora titulada por la Universidad de Sevilla y profesora de la Universidad de Nuevo México me presentó al Dr. López Trigal y a su esposa. El interés de Celia en la historia de su país de adopción y el aprecio compartido hacia las muchas conexiones históricas y culturales entre el sudoeste de los Estados Unidos y España se convirtieron en el aliento definitivo para que todos nosotros consiguiéramos que este libro se publicara en España.

Al contrario que a los colegas mencionados con anterioridad, nunca he visto al Dr. Roman Álvarez de la Universidad de Salamanca. Nos hemos conocido a través del ciberespacio y casi nos hemos encontrado en un par de ocasiones. Aun así, le considero un amigo y un colega que ha contribuido al relato de la vida de Manuel Álvarez. Román Álvarez es un pariente lejano de Manuel Álvarez y ambos son oriundos de Abelgas. Román supo de la figura de su antepasado a través de una amiga común, Elizabeth West, bibliotecaria de Santa Fe, Nuevo México. West conoció a Román Álvarez cuando estaba de vacaciones en España. Por casualidades de la vida, Román se encontraba investigando para escribir un libro sobre Abelgas. Cuando Elizabeth West le proporcionó una copia de mi libro y un artículo, supo que tenía información suficiente para incluir un capítulo sobre Manuel Álvarez en su libro Abelgas: paisajes, evocaciones y remembranzas. Uno de los hallazgos importantes de la investigación adicional que realizó Román Álvarez fue la localización de la partida de bautismo de Manuel Álvarez, asentando así definitivamente su fecha de nacimiento en 1796. Esta información así como otros datos sobre la familia de Álvarez han sido incorporados a esta edición.

Cada libro es el producto de mucha gente dedicada. En el caso de esta obra, estas personas mencionadas más arriba son la razón de su publicación en español. En gran medida, este libro les pertenece.

El estímulo inicial para escribir este libro me lo proporcionaron los profesores Donnald Cutter de St. Mary University y de la Universidad de Nuevo México, Richad Ellis del Centro de estudios del suroeste de Fort Lewis College y Frank Szasz de la Universidad de Nuevo Mexico. Estos investigadores me enseñaron las técnicas de la historia: cómo investigar, organizar notas y compilar la información recabada. También revisaron y corrigieron los primeros borradores. En resumen, sin su orientación nada de esto podría haberse escrito.

Además, no cabe duda de la influencia que ha tenido la experiencia de toda una vida de leer libros escritos por un miembro de mi familia o de escuchar a otros hablar de su obra. Fray Angélico Chávez, mi tío, ha sido una inspiración desde que tuve edad suficiente para leer. Otras personas, como Myra Ellen Jenkins y Bruce T. Ellis me proporcionaron un aliciente que se basaba fundamentalmente en el deseo de no decepcionarles.

No existe sin embargo nada que se pueda igualar en importancia al amor y el apoyo de la familia: ni la inspiración, el ánimo, la paciencia, los documentos disponibles o la educación pueden siquiera remotamente alcanzar ese nivel.

Las palabras escritas son incapaces de expresar el aprecio y agradecimiento que les tengo a mis hijas Nicolasa Marie, también historiadora, y Christel Angélica, tristemente fallecida en 2002. Ellas, al igual que mi esposa Celia, siempre serán una inspiración.

Tampoco se puede describir la deuda contraída con mis padres. La primera vez que visité Abelgas fue con mi padre. Esta biografía fue un intento de que se sintieran orgullosos de mí. Con la esperanza de que haya logrado mi objetivo, este libro escrito por su hijo primogénito y ahora traducido al castellano para ser publicado en uno de sus países favoritos va dedicado a ellos:

Al Juez Antonio E. Chávezy aMarilyn S. Chávez.

Introducción

El hombre y su tiempo

Desde 1598, cuando Juan de Oñate condujo a los primeros colonos río Grande/Bravo1 arriba y fundó el reino de Nuevo México, el gobierno central con sede en Ciudad de México prestó una atención más bien mínima al nuevo asentamiento. Gastos elevados y problemas que, aunque minúsculos, resultaban recurrentes, contribuyeron a una falta general de entusiasmo. A lo largo de la historia, la preocupación de México crecía sólo cuando la amenaza del enemigo acechaba, de la misma forma que el miedo a la influencia francesa dominó durante la mayoría del siglo XVIII el interés de España en su frontera norte.

Con el final de la guerra Franco-India, denominada guerra de los Siete Años en Europa, la influencia francesa en América del Norte fue sustituida por los planes que los británicos tenían para el continente; planes que serían alterados cuando trece colonias británicas se rebelaron con éxito y, tras el Tratado de París de 1783, fueron reconocidas oficialmente como los Estados Unidos de América. España temía el entusiasmo del nuevo país y la nueva República de México heredó la suspicacia española. Así, Nuevo México sufrió bajo las distintas políticas y la creciente rivalidad entre los Estados Unidos y un México, caótico políticamente, cuya economía peleaba por salir a flote.

Tanto como asentamiento más antiguo de la civilización europea en el sudoeste de los Estados Unidos y como hogar de la mayoría de los indios pueblo, el valle del río Grande en Nuevo México resulta un buen ejemplo de ajuste cultural, una convergencia de culturas evidente en especial durante la época de la guerra de México. Los años en que el sudoeste de los Estados Unidos perteneció a México se caracterizaron por una población fronteriza cosmopolita, formada por, españoles, comerciantes procedentes de los Estados Unidos, tramperos franceses, indios y mexicanos, entre otros. Los grupos mayoritarios estaban subdivididos y con frecuencia enfrentados unos con otros: ricos frente a pobres, autoridades locales contra federales, anglos frente a no anglos y estadounidenses frente a mexicanos. Ciertas ocupaciones, sin embargo, tales como la de comerciante (mercader) atravesaba todo tipo de barreras étnicas y culturales.

Durante los veinticinco años del periodo mexicano (1821-1846), tuvieron lugar muchos cambios y desarrollos como consecuencia de la independencia que México acababa de obtener: la expulsión de sacerdotes franciscanos de México como resultado de su supuesta lealtad hacia España: una importante revuelta en 1837 contra la autoridad principal de Santa Anna que alentó el deseo de los nuevomexicanos de obtener la independencia del gobierno central; la expedición de Texas a Santa Fe y un aumento del número de ataques indios por nombrar algunos.

Sacerdotes seculares nuevomexicanos instruidos en México jugaron un papel fundamental en el desarrollo del patriotismo nacional de la nueva República de México. Las demandas sobre el río Grande de la frontera de Texas sólo sirvieron para acrecentar la ansiedad nuevo-mexicana de defenderse e ilustraron la escasa habilidad de México o la intención de no ayudar. La falta de interés del gobierno central reforzó la postura defensiva del departamento de Nuevo México, ya que los nuevomexicanos se enfrentaban entonces a otra amenaza además de los indios nómadas: los Estados Unidos de América.

La expansión y exploración de la frontera oeste, parte de la doctrina del destino manifiesto, supuso la creciente imposición de la cultura de los Estados Unidos sobre la del norte de México. Para asegurarse el éxito, la frontera del nuevo país no se había extendido durante mucho tiempo en la costa este o en la cordillera de los Apalaches. Antes de 1800, los pioneros se habían asentado en la parte de la Luisiana española más tarde conocida como Missouri. A éstos pronto les siguieron otros, cuando en 1803, el presidente Thomas Jefferson aprovechó los problemas de Europa para comprar el vasto e indefinido territorio de Luisiana. La población se incrementó rápidamente cuando se fundaron nuevos asentamientos en la parte baja de los valles en los ríos Missouri y Mississippi, lugares que ofrecían nuevas posibilidades, donde había terreno fértil y en los que se habían descubierto depósitos de plomo y sal durante los regímenes francés y español. Los ríos proporcionaban corredores naturales que estimulaban el comercio. El río Ohio que fluye desde el este y el río Missouri desde las llanuras del norte y las montañas Rocosas convergen en el Mississippi, la arteria comercial principal del centro oeste. La posible rentabilidad de las reservas naturales a lo largo de estas vías hídricas convirtió Missouri en el centro de la inmigración anglo-americana.

La especulación del terreno fue consecuencia natural del influjo de población pero incrementó los precios de tal forma que los granjeros no eran capaces de afrontar el pago de su propiedad con el beneficio obtenido de su producción. Cuando los precios de los productos agrícolas cayeron, los granjeros se encontraron cada vez con más dificultades para vender sus productos y conseguir o ampliar su crédito. Durante el pánico nacional de 1819, la frontera sufrió económicamente, especialmente por la falta de capital en especie (oro). Los lingotes que esperaban en la parte central del norte de México supusieron la cura exacta para la desesperación económica que sufría el oeste de los Estados Unidos. Missouri se convirtió en el centro de operaciones para la exploración del oeste y en última instancia de mercancías tales como lingotes y mulas de México y pieles desde las montañas. El “Camino de Santa Fe”, una de las rutas principales a través de las grandes llanuras o “gran desierto norteamericano”, se desarrolló como una ruta que se centraría y se aprovecharía de una provincia distante en el norte de México. Los nuevomexicanos eran fácilmente influenciables por los estadounidenses ya que la distancia y la orografía del terreno habían conseguido romper los lazos de cercanía y lealtad a México.

En los años 1830, los hijos de algunos nuevomexicanos comenzaron a asistir a la Universidad de St. Louis en Missouri, un centro católico. Con el tiempo, más de la mitad del comercio entre Missouri y Nuevo México comenzó a ser controlado por nuevomexicanos2. Santa Fe y Taos se beneficiaron del incremento de la industria generada por la caza y el comercio de pieles y, en gran medida, estas dos comunidades se convirtieron en el centro comercial de esta actividad al sur de las Rocosas, desempeñando un papel similar al de St. Louis para la zona norte y central de las Rocosas. Como resultado del comercio de pieles y del Camino de Santa Fe, se desarrolló una nueva conexión mercantil con California. Hacia mediados de los años 1830 se abrió El Camino Viejo entre Nuevo México y el sur de California (a Los Ángeles) lo que supuso que se condujeran rebaños de ovejas hacia el oeste para intercambiarlas por dinero que pudiera ser invertido en el comercio destinado a Missouri. El descubrimiento de oro en California incrementó el comercio ovino y se estableció, finalmente, la ruta de Whipple, una ruta más directa a través del hoy Flagstaff, Arizona.

Los problemas, no obstante, acompañaron a las ventajas financieras que se estaban logrando. Nuevo México se encontraba perfectamente situado geográficamente para encontrarse involucrado en la cuestión de la anexión, ya que, la nueva República de Texas, lograda su independencia en 1836, reclamaba el río Grande como frontera oeste. La mitad de Nuevo México, incluida Santa Fe, su capital y centro comercial, entraba dentro de esa demanda. Nuevo México también poseía un buen emplazamiento entre los puertos de los Estados Unidos y los puertos de San Diego y San Francisco en California. Controlar estos puertos del océano Pacífico proporcionaría a los Estados Unidos una ventaja evidente sobre otras naciones en competición por el comercio del Oriente. El presidente Andrew Jackson había intentado que Texas expandiera la demanda sobre su frontera oeste incluyendo California y durante la guerra México-americana, California se convirtió en el premio a lograr cuando el ejército estadounidense avanzó a través de Nuevo México de camino a la costa oeste.

En un Nuevo México aislado dominaba la pobreza y la población había desarrollado una actitud de independencia con relación al gobierno central3. Los nuevomexicanos no desempeñaron ningún papel en la revolución que llevó a la independencia de México en 1821; la mayoría ni siquiera se dieron cuenta de que el país estaba en guerra hasta meses después y de haberlo sabido probablemente tampoco habrían participado en ella. Se habían acostumbrado tanto a su independencia política, a su aislamiento y sentían tan poca conexión con las autoridades centrales que resistían cada vez con más intensidad los intentos tardíos de dominarles desde el sur. Estas circunstancias, con el tiempo, dejaron la provincia a merced de influencias extranjeras y así fue como una sociedad tradicionalmente beligerante contra Ciudad de México fue sometida casi sin resistencia por una sociedad y un gobierno ajeno a ella. En 1846, el general Stephen Watts Kearny avanzó sus tropas hasta Santa Fe, para culminar una ocupación militar estadounidense que, de hecho, ya había comenzado algún tiempo antes.

El año 1846 supuso, por tanto, uno de los acontecimientos más significativos en la historia de Norteamérica. Los Estados Unidos pasaron de ser 13 Estados concentrados en un espacio reducido en la costa atlántica, expandiéndose sobre un vasto territorio, a convertirse en una nación transcontinental. Los españoles también se habían mantenido ocupados expandiendo sus asentamientos hacia el norte, alejados de Ciudad de México, culminando en lo que el historiador Herbert E. Bolton llamó la frontera española (The Spanish Borderlands). El asentamiento español en el sudoeste norteamericano era un hecho consumado mucho antes de que los peregrinos arribaran a Nueva Inglaterra. Las dos culturas se encontraron en la frontera española. Aunque Texas y California desempeñaron cada una un papel, la posición geográfica crucial le pertenecía a Nuevo México que tenía mucha más población española que Texas o California. A los ojos de los mexicanos, el departamento de Nuevo México tenía una importancia más consolidada con relación a las otras comunidades fronterizas.

Estos dos factores –una población consolidada que tenía un sentimiento de independencia y una localización geográfica– no hicieron más que causar problemas para el territorio cuando cayó bajo el dominio de los Estados Unidos. Intentar conseguir la condición de Estado cuando una guerra civil estaba en ciernes en los Estados Unidos no resultó tarea fácil: Nuevo México se convirtió en una parte integrante del Compromiso de Missouri de 1850. Sufrió las consecuencias de las opiniones contradictorias sobre mexicanos y católicos y se involucró de manera profunda en las demandas fronterizas de Texas. Los Estados Unidos parecían tener una completa falta de preocupación y los nuevomexicanos protestaron desde el principio. El resultado supuso un retraso en la aceptación de Nuevo México como Estado de la Unión hasta 1912.

Manuel Álvarez fue un hombre capaz de adaptarse a las distintas condiciones de este lugar y momento crucial. Parecía representar todo aquello que podría causar su caída pero supo utilizar su inteligencia y personalidad ganadora para convertirse en un miembro fundamental de la compleja sociedad nuevo mexicana. Nacido en León, España, ciudadano mexicano y cónsul de los Estados Unidos en Santa Fe, Manuel Álvarez hablaba con fluidez inglés, español y francés. Asimismo, en distintas ocasiones fue viajero, trampero, comerciante, ganadero, juez ex officio, político y oficial electo. Aunque tenía una educación formal, su inteligencia era aparentemente del tipo de las que saben utilizar la experiencia práctica puesto que se adaptaba rápidamente a la vida en la frontera entre dos países.

Existen muchos “gigantes” históricos del periodo mexicano, sin embargo, Manuel Álvarez aún no ha sido considerado uno de ellos, aunque su presencia influyó en el proceso histórico. Por su tendencia a no llamar la atención, los historiadores han pasado por alto sus contribuciones, a pesar de la gran cantidad de documentos que dejó en varios archivos. Álvarez, aparentemente, era una de esas personalidades que trabajan mejor entre bastidores, pasando así desapercibido y dejando que el historiador se enfrente con el problema de determinar tanto su papel como su impacto en los asuntos nuevomexicanos y del oeste de los Estados Unidos en general.

Como comerciante de pieles, Álvarez llegó a capitanear un grupo de cuarenta hombres; pasó cinco años en las Montañas Rocosas centrales y fue uno de los descubridores de la maravilla de lo que hoy conocemos como el parque nacional de Yellowstone. Utilizó su experiencia y su amistad con Charles Bent para convertirse en un comerciante prominente en la Ruta de comercio de Santa Fe. Como cónsul de los EEUU en Nuevo México, Álvarez realizó las mismas funciones que su homólogo en California, Thomas O. Larkin. A Larkin se le atribuye el haber preparado el terreno para la toma de la California mexicana por los Estados Unidos, pero la expansión hacia California estaba sujeta a la ocupación con éxito de Nuevo México. La historia parece indicar que Álvarez tuvo éxito en preparar Nuevo México para la conquista. ¿Representó un papel tan importante en la expansión de los EEUU como el de Larkin?4

Como cónsul, Álvarez tenía la obligación de velar por los derechos de los ciudadanos estadounidenses que llegaban a los asentamientos del norte de México. Estas gentes eran normalmente comerciantes o tramperos quienes protestaban con frecuencia de las técnicas de México para cargar impuestos. Algunas veces, los ciudadanos estadounidenses se veían envueltos en situaciones que llevaban a Álvarez prácticamente a arriesgar su vida. Tras la ocupación, sin embargo, Álvarez se alió con los ocupados, posiblemente para hacer que la transición fuera lo más indolora posible. En 1847, cuando estalló una revuelta en Taos, las bajas incluyeron, entre otros estadounidenses y sus partidarios, al gobernador Charles Bent. El ejército de los Estados Unidos sofocó la violencia cuando tomaron al asalto la iglesia de Taos y capturaron al resto de los insurgentes que habían buscado refugio allí. Los rebeldes acusados fueron juzgados y procesados por muchos de los familiares de los difuntos. Como los insurgentes fueron acusados de traición, Álvarez fue llamado a investigar la legalidad del juicio. ¿Eran traidores o eran ciudadanos mexicanos y patriotas que se resistían al ejército extranjero invasor? Resultó ser una cuestión muy difícil de responder.

Con el final de la guerra, Álvarez retomó la causa de los nuevomexicanos, esta vez como líder del partido en pro de la constitución del Estado que se enfrentó directamente con el partido territorial en el gobierno. Como teniente gobernador elegido y gobernador en funciones, Álvarez y su cohorte Richard Weightman se hicieron oír en los órganos de gobierno más altos de los Estados Unidos. Esta lucha supuso para Álvarez y sus partidarios tanto una victoria como una derrota así como el esfuerzo más grande que realizaría hasta su muerte.

1 (N.T.) La dicotomía se presenta por la denominación del río dependiendo de la zona geográfica. Mientras en México es el río Bravo o el río Grande del Norte, en los Estados Unidos, la denominación es la de río Grande.

2 Eugene T. Wells. “The Growth of Independence, Missouri, 1827-1850”, Missouri Historical Society Bulletin 41, no1 (October 1959): 42; R.L. Duffus, The Santa Fe Trail (New York: Longmans, Green, 1930), p. 184.

3Algunos historiadores argumentan que la pobreza no reinaba, señalando que muchos nuevomexicanos hicieron fortuna por medio del ganado ovino en el Camino de Santa Fe. Mientras que esto puede ser verdad, la realidad de la distancia de Nuevo México contrarresta esta riqueza. Un vistazo rápido a la clase de mobiliario, juguetes, utensilios y otros enseres utilizados por nuevomexicanos demuestran ampliamente los efectos de la distancia, incluso entre los relativamente bien situados económicamente.

4 Larkin era el cónsul de los Estados Unidos, en Monterrey, California en el tiempo en que Álvarez fue cónsul en Nuevo México.

Capítulo 1

El español viajero

Manuel Álvarez nació en 1796 y pasó su infancia con sus dos hermanos: Ángel y Bernardo y sus tres hermanas: María, Basilia y Engracia en la montaña, en su pueblo natal de Abelgas, situado en la ladera sur de la Cordillera Cantábrica en la provincia de León, en el norte de España. Bajo la atenta mirada de sus padres, Don José Álvarez y Doña María Antonia Arias1, Álvarez llegó a dominar el francés además del castellano, su lengua nativa, y desarrolló una ambición juvenil de convertirse en escritor. Esta ambición le condujo en última instancia a redactar escritos conmemorativos y documentos oficiales e incluso a publicar algunos artículos para una revista madrileña. Ávido lector, se familiarizó rápido con los escritos de Thomas Carlyle, Sir Walter Raleigh y Benjamin Franklin así como los de muchos escritores españoles. Su interés por la historia se refleja en sus diarios en los que escribió sobre la guerra de Independencia norteamericana y sobre la conquista de México por Hernán Cortés y comparó las obras del jesuita mexicano Francisco Clavijero, quien escribió La Historia Antiqua de México, y del noble prusiano Alexander von Humboldt, autor del Ensayo Político Sobre el Virreinato de Nueva España”2.