Marxismos y pensamiento crítico en el Sur global - Néstor Kohan - E-Book

Marxismos y pensamiento crítico en el Sur global E-Book

Néstor Kohan

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En la era del simulacro del «pluralismo», aparentemente nada es peligroso. ¡Todo se puede discutir! Todo… menos el poder capitalista y la dominación del dinero, el Mercado y el capital sobre el conjunto de la vida humana y la naturaleza.El presente libro apunta a cuestionar no una parcela inofensiva y hasta simpática de «disidencia controlada», sino el conjunto del sistema capitalista. Sus investigaciones impugnan las versiones edulcoradas del mismo, así como también las expresiones extremistas de la «nueva» derecha neofascista, xenófoba y misógina. Por eso somete a examen y discusión el mainstream aceptado pasivamente como «normal», aquel donde la tradición y el pensamiento marxista circulan como una inofensiva mercancía de consumo exclusivamente académico, una más entre tantas, impotente, descafeinada, despolitizada.Ya es hora de poner en crisis las «disidencias controladas» y las «rebeldías consentidas». A partir de un Marx desconocido o poco explorado, las temáticas abordadas son diversas: del colapso ecológico al capitalismo digital y las redes sociales como mecanismo de control y guerra de nueva generación; de los feminismos rojos al psicoanálisis crítico; de la cuestión étnico-nacional y las nuevas formas de dependencia estructural a la crítica de la superexplotación de la fuerza de trabajo a escala mundial.Un desafío para quienes defienden el capital y el modo de vida a él subordinado. ¿Podrán presentar un paradigma superador del marxismo, que se haga cargo de la crisis actual que padece la humanidad y todo el planeta? El guante está echado y las cartas se encuentran sobre la mesa.

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Akal / Inter Pares / Serie Ayer, hoy, mañana

Néstor KohanNayar López Castellanos (coords.)

Marxismos y pensamiento crítico en el Sur global

En la era del simulacro del «pluralismo», aparentemente nada es peligroso. ¡Todo se puede discutir! Todo… menos el poder capitalista y la dominación del dinero, el Mercado y el capital sobre el conjunto de la vida humana y la naturaleza. El presente libro apunta a cuestionar no una parcela inofen­siva y hasta simpática de «disidencia controlada», sino el conjunto del sistema capitalista. Sus investigaciones impugnan las versiones edulcoradas del mismo, así como también las expresiones extremistas de la «nueva» derecha neofascista, xenófoba y misógina. Por eso somete a examen y discusión el mainstream aceptado pasivamente como «nor­mal», aquel donde la tradición y el pensamiento marxista circulan como una inofensiva mercancía de consumo exclusivamente académico, una más entre tantas, impotente, descafeinada, despolitizada. Ya es hora de poner en crisis las «disidencias controladas» y las «rebeldías consentidas». A partir de un Marx desconocido o poco explorado, las temáticas abordadas son diversas: del colapso ecológico al capitalismo digital y las redes sociales como mecanismo de control y guerra de nueva ge­neración; de los feminismos rojos al psicoanálisis crítico; de la cuestión étniconacional y las nuevas formas de dependencia estructural a la crítica de la superexplotación de la fuerza de trabajo a escala mundial. Un desafío para quienes defienden el capital y el modo de vida a él subordinado. ¿Podrán presentar un paradigma superador del marxismo, que se haga cargo de la crisis actual que padece la humanidad y todo el planeta? El guante está echado y las cartas se encuentran sobre la mesa.

Néstor Kohan, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA, Argentina), es investigador in dependiente del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC) y profesor de la Carrera de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Nayar López Castellanos, doctor en Ciencia Política por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Profesor investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNIMéxico). Cocoor dinador (junto con el Dr. Néstor Kohan) del Grupo de Trabajo de CLACSO Marxismos y resistencias del Sur Glo-bal (20232025).

Diseño interior y cubierta: RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Marxismo y pensamiento crítico en el sur global

© Néstor Kohan, Nayar Lopez Castellano, 2024

© Ediciones Akal, S. A., 2024

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-987-8367-65-1

PrÓLOGO

Néstor KohanNayar López Castellanos

Culturas, lenguas y experiencias distintas, horizonte común

El proyecto de investigación colectivo Marxismos y resistencias del Sur global constituye un grupo de trabajo de CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), integrado por más de cuarenta investigadores/as de varios continentes. Nacionalidades, lenguas, culturas y experiencias distintas, diferentes áreas de estudio, profesiones y disciplinas, pero mancomunadas todas ellas dentro de un horizonte común: el de la tradición emancipatoria de los marxismos revolucionarios del Sur global.

Por una cuestión simplemente operativa y una imprescindible división de tareas, hemos agrupado las producciones comunes de este colectivo en dos libros diferentes. Este, con mayor énfasis en los debates teóricos; el otro, Resistencias y alternativas en el Sur global, más abocado al análisis de las resistencias históricas y las alternativas concretas. Pero ambos conforman dos resultados, complementarios, de un mismo proyecto.

Partiendo en ambos casos de un cuestionamiento expresamente dirigido contra las epistemologías convencionales, nos oponemos a divorciar las reflexiones e investigaciones de alcance conceptual de las prácticas y ejercicios cotidianos de la resistencia social. O, para expresarlo en otros términos, dudamos de cualquier dualismo entre teoría y práctica. No hay insulto más agresivo ni desprecio más petulante contra el mundo de las clases trabajadoras, alertaba hace tiempo Rosa Luxemburg, que afirmar que «los pueblos no necesitan teoría». Bastaría, supuestamente, con sus vivencias cotidianas, pues «ya lo saben todo». Mediante este artilugio demagógico y tramposo, que se presenta en un envoltorio presuntamente «democrático» pero que en realidad oculta una jerarquización altamente elitista y aristocratizante, nos pretenden convencer subrepticiamente de que «la teoría es propiedad privada de los intelectuales». ¿Y el mundo humilde de la gente de abajo? «¡Pues que se conformen con el sentido común y el día a día!».

Nada más lejos de la tradición emancipatoria y libertaria de los marxismos revolucionarios que esa trampa elitista y altanera, disfrazada capciosamente de «popular».

En la vida real, ni la teoría es propiedad exclusiva de las franjas intelectuales, ni los pueblos se bastan a sí mismos apelando únicamente al sentido común (cada vez más mediatizado e impregnado, dicho sea de paso, por las fake news y la ideología ramplona de los gigantes monopólicos de la [des]información y la guerra psicológica). Y, por si esto no alcanzara para dilucidar el dilema, tampoco la intelectualidad se limita exclusivamente al circuito restringido del mundo académico. Como bien acotara Antonio Gramsci, el carácter «intelectual» de la militancia y la resistencia popular no dependen ni por asomo de títulos académicos, manejo de muchos idiomas, ni cantidad de libros leídos.

Por lo tanto, entre el mundo popular y sus resistencias, por un lado, y la constelación de teorías que intentan analizarlas y nutrirlas (criticando el orden establecido y poniendo en discusión la legitimación del mainstream), por otro, no hay separación absoluta, corte tajante, ni, como estaba de moda escribir hace medio siglo, «ruptura epistemológica».

De ahí que ambos libros de nuestro grupo de trabajo constituyan ramas diferentes de un mismo árbol. Se publican por separado por una simple divisoria de tareas y ante la imposibilidad de editar un solo volumen inmanejable por su cantidad de páginas. Pero los dos se retroalimentan mutuamente porque son el producto de una misma intelectualidad colectiva, donde la investigación senti-pensante y actuante se amalgama, conjuga y fusiona con las formas más diversas de resistencias populares.

La escisión inducida y forzada entre academia y movimientos sociales

Lejos de cualquier ingenuidad, sabemos perfectamente que poner en discusión el divorcio entre el mundo del paper, las revistas indexadas y los circuitos de saber académicos, en un extremo, y el ámbito de los movimientos sociales y políticos, en el otro, presupone e implica enfrentarse al mainstream experimentado como «normal» en nuestros días.

Y probablemente no sólo en nuestros días. Este divorcio no es ninguna novedad y posee ya algunos años. En Europa occidental, por ejemplo, esos espejos rotos datan, como mínimo, de las derrotas populares de las rebeliones juveniles nacidas al calor del año 1968, ¡hace más de medio siglo! En Nuestra América, dicha fractura, asumida como axioma autoevidente, sin beneficio de inventario, por incontables grupos de investigación, nació con fórceps a partir de las dictaduras cívico-militares contrainsurgentes, impulsadas por el imperialismo, desde el golpe de Estado brasilero de 1964 hasta, por lo menos, la década de 1980. En el caso de otras regiones del mundo, como el África negra y Medio Oriente, la escisión indisimulable entre el «observatorio teórico» y el universo en expansión de las rebeliones populares muy probablemente haya sido hija del colonialismo y el neocolonialismo europeo-occidental-sionista-norte-americano.

En definitiva, en ninguno de todos estos casos, se trataría de un quiebre reciente. Pasadas ya tantas décadas de su instalación, y aun dando cuenta de sus especificidades regionales, nacionales y culturales, ¿no habrá llegado la hora de someter a revisión y poner, por fin, como tema de discusión en la agenda el cuestionamiento de semejante dualismo?

Si en otros paradigmas de investigación (el neokantiano y el weberiano, el deudor de Pierre Bourdieu, el devoto de la economía neoclásica y sus derivados, el admirador de la sociología de la modernización, el del eclecticismo nihilista del ramillete de metafísicas «pos», el de los culturalismos identitarios que cosifican las diferencias rechazando cualquier articulación de rebeldías colectivas, etc.) dicho corte abismal entre el mundo de «la teoría» y el abanico de «las prácticas sociales» no hace ruido, ni molesta, ni incomoda a nadie, en el caso de los marxismos del Sur global semejante escisión resulta ya intolerable.

Sólo se puede admitir como «normal» e incuestionable si se nada en las aguas turbias del tutelaje malhabido de la cooptación intelectual, el financiamiento de las fundaciones contrainsurgentes y otras agencias en danza en las confrontaciones sociales y disputas ideológicas de nuestro tiempo. No es precisamente nuestro caso.

El complejo de inferioridad y la mentalidad «a la defensiva»

Pero arremeter contra esos lugares comunes del mainstream aún imperante en las ciencias sociales no resulta de ningún modo cómodo, fácil, ni sencillo.

En primer lugar, presupone superar el complejo de inferioridad que la izquierda derrotada en 1968, vergonzante y acomodaticia, asumió como horizonte inmodificable –presunta «crisis del marxismo» [sic] mediante, muy anterior al desmoronamiento del Muro de Berlín y a la implosión de la antigua Unión Soviética– engrillando al pensamiento crítico y condenando a los marxismos revolucionarios del Sur global a una posición eternamente anclada en actitudes defensivas y reactivas, frente a las sucesivas oleadas de impugnaciones de diversas modas –pasajeras, frívolas y efímeras todas ellas, pero no por eso inocentes– de estructuralismo, posestructuralismo, posmodernismo, posmarxismo, poscolonialidad, etc. Un complejo de inferioridad que aprisionó a la teoría crítica en la parálisis de una actitud agazapada y temerosa, propia de una supuesta «fortaleza sitiada» que habría que defender, tapando únicamente puertas, agujeros y ventanas, dejando al adversario la completa iniciativa en los diversos terrenos, escenarios y ámbitos de la lucha de clases; fragmentada, esta última, en mil ramilletes inconexos, incomunicados, recíprocamente intraducibles, cada uno de los cuales se muerde su propia cola y gira en torno a su propio juego de lenguaje.

En otras palabras, superar el complejo de inferioridad implica demoler, ladrillo por ladrillo, los muros que nos separan, construir puentes que nos comuniquen y articular todas las rebeldías artificialmente separadas durante medio siglo (reiteramos: ¡mucho antes de las promocionadas y festejadas caídas de la URSS y la Alemania del Este!).

En segundo lugar, afrontar la discusión (y encarar el cuestionamiento subsiguiente) sobre el conservadurismo poco disimulado del mainstream teórico-académico imperante presupone e implica desmontar aquello que hoy se (auto)adjudica el pomposo título de «pensamiento contemporáneo». Corriente intelectual que en la vida terrenal y mundana no aporta más que el lamento personal de no más de una decena de plumas y apellidos con prestigio, exclusivamente franceses y estadounidenses (con algún que otro u otra ventrílocua tercermundista), en todos los casos descreídos de las transformaciones de sistema y resignados a sobrevivir dentro del mercado mundial capitalista, aspirando, en el mejor de los casos a una «democracia radical» (digámoslo con nombre y apellido: ¡capitalista!). Corriente teórica que destila pura impotencia política y ya no tiene fuerza moral para fortalecer a ningún movimiento social ni proponer nada nuevo (por eso viven autobautizándose como «pos», haciendo gala de un culto maniático por desmarcarse hacia atrás de lo que fueron alguna vez en el pasado y ya nunca más serán).

Presupuesto metodológico para fragmentar las resistencias: renunciar a la dialéctica y abrazar la «deconstrucción»

Si, a pesar de sus notables falencias y su agotamiento histórico, el main-stream ha podido mantener el monopolio de lo que todavía se considera «serio» y «contemporáneo» en el ámbito de las ciencias sociales, en estas convulsionadas décadas –sacudidas, primero, por la crisis mundial de 2007-2008 y, luego, por la actual crisis multidimensional, de la cual la emergencia humanitaria global del covid-19 es tan sólo un epifenómeno y un síntoma–, eso ha sido posible por la dispersión deshilachada de los cuestionamientos y la fragmentación artificial de las resistencias antisistémicas.

Si la totalidad dialéctica (herramienta que nos permite comprender la simultaneidad de contradicciones antagónicas de la crisis, así como articular rebeldías diferentes, sobre el subsuelo común de un horizonte compartido) pasa a engrosar la lista de categorías prohibidas por «el pensamiento contemporáneo», el camino que nos queda por delante no guarda demasiados secretos.

Ecosocialismo, defensa del Buen Vivir/Vivir Bien y la Madre Tierra, feminismos rojos y tercermundistas, psicoanálisis crítico de la manipulación «científica» de la personalidad, teoría crítica de la superexplotación capitalista y la dependencia imperialista, movimientos por la libertad de la información contra la vigilancia global, la geopolítica imperial y la manipulación del Big Data, proyectos anticolonialistas, descolonizadores, antirracistas, experiencias comunitarias (rurales y urbanas) críticas del mercado capitalista y sus instituciones de contrainsurgencia, etc.: ¿por qué tienen que permanecer recíprocamente indiferentes, siguiendo sus cursos respectivos de resistencias encapsuladas, intraducibles entre sí y separadas unas de otras, desgajadas todas en áreas del saber desconectadas y ajenas, a pesar de las buenas intenciones, muchas veces sin la capacidad de alcanzar –o tan siquiera proponérselo como tema de agenda– el cuestionamiento del régimen capitalista-imperialista en su conjunto?

Descreemos de las casualidades. Sospechamos que nos enfrentamos a una hegemonía encubierta. ¿Cómo se logra recrear cotidianamente semejante operación? Pues siguiendo dócilmente las prescripciones de la contrainsurgencia «soft», que hoy no sólo predica técnicas de golpes de Estado «blandos» contra los proyectos, gobiernos y movimientos populares, sino también el blindaje preventivo de cualquier crítica real del statu quo en aras de la expansión ilimitada del «giro lingüístico» (donde todo se torna «un mero relato», desde los bombardeos de la OTAN hasta los millones de personas fallecidas –por muertes evitables– por la pandemia del covid-19).

Si todo se transforma en relato y discurso, y el gran ejercicio teórico-político-metodológico que nos proponen consiste en «deconstruir» las oposiciones anticapitalistas, anticolonialistas y antimperialistas (¡ya que todas ellas serían «binarias»!), pues entonces… ¡desaparecen al fin las opresiones, explotaciones y saqueos ejercidos en el mundo real! Enredados los pies en el barro del mundo imaginario y encapsulados los brazos y manos en el tejido de una telaraña puramente simbólica, el capitalismo real se torna inalcanzable e inmodificable, como en su momento lo sentenció Fukuyama. La asfixiante y opresiva jaula de hierro (otrora criticada tanto por Marx como por Weber) es reemplazada por… gelatinosas «narrativas», homologables e intercambiables entre sí. Por lo tanto, las opresiones, explotaciones, vigilancias y sometimientos se trastocan en dispositivos políticamente inofensivos, éticamente inimputables y existencialmente carentes de peligrosidad para la especie humana.

Las teorías marxistas de la lucha de clases, el imperialismo, la dependencia, el colonialismo interno, la explotación y la dominación del capital sobre la vida humana y el ecosistema se convierten, por arte de magia discursiva, en apenas un relato más, con el mismo estatus ontológico de la autoayuda, el cultivo del aloe vera, la meditación y el yoga.

En lenguaje popular: muerto el perro, desapareció la rabia. Evaporada la dialéctica (con sus categorías incluidas en el index pecaminoso de la Inquisición posestructuralista), enterrada para siempre la posibilidad de articulación de diversas rebeldías, enfocadas todas ellas, en su arcoíris multicolor, contra un mismo enemigo antagónico, la conclusión resulta obvia. ¡Adiós, ya no sólo al proletariado, sino también a la revolución!

Aunque el planeta Tierra cruja y se queje mientras mueren millones de personas (no sólo en el Sur global sino incluso en el Norte opulento e imperialista), la teoría social oficial mantiene su cara de feliz cumpleaños, indiferente y soberbia. Todo legitimado, eso sí, por revistas indexadas y jurado doble ciego, para tapar semejante estafa intelectual con aromas de «cientificidad» y «seriedad».

¡De ninguna manera! ¡Hasta acá llegamos! Este libro colectivo (complementario de su gemelo del mismo grupo de trabajo, centrado en las resistencias), con toda la variedad de autoras y autores, temáticas y problemas, orígenes culturales-nacionales y experiencias de vida diversas, patea el tablero y desafía, a quienes se animen, a debatir, a discutir y a polemizar. Se acabó la (auto)censura del pensamiento crítico.

Poner en crisis las «disidencias controladas», funcionales a la dominación

Nuestra propuesta colectiva no pretende desempolvar momias de museo. Partimos de Marx, pero no el de los manuales, sino un Marx escasamente conocido, no sólo por la literatura contrainsurgente y macartista de las principales fundaciones y ONG bajo tutela ideológica y financiamiento imperial, sino también por la teoría social académica convencional, que deja fuera de su campo de estudio una cantidad enorme de materiales elaborados por el fundador de esta tradición, sin siquiera tomarse el trabajo de leer títulos o índices de cuadernos, libros manuscritos, artículos y correspondencia, hasta el día de hoy mayormente inexplorados.

Desde ese punto de partida, consideramos que ya es hora de poner en crisis las «disidencias controladas» y las «rebeldías consentidas» (el capitalismo verde, el capitalismo violeta, el capitalismo limpio, ético y humano), no sólo alentadas sino también promovidas por cierta tolerancia represiva de un sistema multicultural que en la práctica cotidiana impone una dictadura totalitaria del partido único del mercado capitalista. Porque hoy en día se puede ser vegano o vegana, explorar opciones sexuales diferentes a la heterosexual, tatuarse el rostro de Nelson Mandela en la espalda, hacer propaganda para un banco multinacional utilizando modelos televisivos de distintas etnias, cultivar el ajenjo, vacacionar en playas nudistas y poner en la repisa una estatuilla de Buda, siempre y cuando… no se cuestione el mercado capitalista, las relaciones sociales de producción capitalistas, las instituciones violentas del sistema capitalista. ¡Dentro del capitalismo TODO, contra el capitalismo NADA!

Desde Andy Warhol hasta hoy, podemos pintar alegremente los labios de Mao Tse Tung, fabricar cervezas con el rostro del Che Guevara y vender pantalones de la marca «Soviet». ¿Acaso no se venden en los shoppings camisetas con las siglas de la Unión Soviética?

En la era del simulacro del «pluralismo», aparentemente nada es peligroso. ¡Todo se puede discutir! Todo… menos el poder capitalista y la dominación del dinero, el mercado y el capital sobre el conjunto de la vida humana y la naturaleza.

Este libro colectivo, con sus diversas aportaciones y múltiples reflexiones, apunta precisamente a poner en el eje de discusión no una parcela inofensiva y hasta simpática de «disidencia controlada» sino el conjunto del sistema capitalista tout court.

Ciencias sociales inocuas, incoloras, insípidas

Por eso esta obra somete a examen y discusión el mainstream aceptado hasta ahora como «normal» allí donde la tradición y el pensamiento marxista circulan como una inofensiva mercancía de consumo meramente académico. Una más entre tantas otras. Impotente, descafeinado, despolitizado. Un marxismo, en suma, «con buenos modales» y guiños diplomáticos, apto para decorar como un exotismo distinguido el simulacro de «la sociedad abierta» que tanto promueve George Soros, financista discípulo de Karl Popper.

En gran medida, este ejercicio de pensamiento crítico colectivo, inspirado en los marxismos del Sur global, intenta cuestionar las versiones edulcoradas del capitalismo (pretendidamente «liberales», aunque el liberalismo no tuvo ningún problema en convivir con la esclavitud durante siglos), así como también las expresiones extremistas de la «nueva» derecha neofascista, xenófoba y misógina, hoy a la moda en muchas capitales «cultas» del mundo «civilizado y democrático».

No hay un capitalismo bueno y uno malo, uno pestilente y otro perfumado. El sistema capitalista mundial, en sus múltiples dimensiones, tiene la aspiración de imponer, y volver como «normal», un único modo de existencia. Un «vivir» basado en la acumulación eternamente insatisfecha y el sálvese quien pueda, consumista, depredador y egocéntrico, completamente vacío de sentido; diametralmente opuesto y antagónico al Buen Vivir/Vivir Bien de las experiencias comunitarias de los pueblos originarios y los proyectos comunistas descolonizadores.

Diversas problemáticas y dimensiones de una concepción holística

Es por eso que este libro colectivo se propone explorar, indagar y reflexionar sobre los marxismos periféricos del Sur global ahondando en las problemáticas más diversas, desde el problema ecológico hasta la discusión sobre el capitalismo digital y las redes sociales contemporáneas como mecanismo de control y de guerra de nueva generación, desde los feminismos rojos hasta el psicoanálisis crítico, desde la cuestión étnico-nacional y las nuevas formas de dependencia estructural hasta la crítica de la superexplotación de la fuer-za de trabajo a escala mundial, siempre desde el horizonte de un Marx anticolonialista, anticapitalista y antiimperialista; a contracorriente del main-stream y en estrecho vínculo con las rebeldías populares del Sur global (y más allá todavía…).

Desafiamos a la derecha y a todos los defensores del capital a que nos presenten una plataforma superadora del marxismo para comprender la crisis actual que padecen la humanidad y el planeta en su conjunto. No esperamos una respuesta fragmentaria más, sino que aporten un paradigma abarcador del mismo calibre, con la misma capacidad teórica y la misma potencia política y cultural. Si pueden y si se animan. El guante está echado y las cartas se encuentran sobre la mesa.

Buenos Aires-Ciudad de México, 20 de abril de 2022

Primera parte

Marxismos y pensamiento crítico desde el Sur global

Capítulo I

Karl Marx y la dialéctica del Sur global

Néstor Kohan

La cruzada de las fundaciones y ONG contra el «demonio marxista»

Lejos de haber quedado sepultada en la Guerra Fría, la batalla inquisitorial contra la herencia insumisa de Karl Marx no ha desaparecido. Muy por el contrario, se ha incrementado. Durante las dos primeras décadas del siglo xxi, las diatribas contra el autor de El Capital y sus supuestas «incomprensiones» y «vacíos» continúan repitiéndose mecánicamente. Los dardos envenenados del mainstream apuntan contra la tradición emancipatoria marxista y los procesos de transformaciones sociales a ella asociados. En muchas partes del mundo, especialmente en Nuestra América.

En esta última región del Sur global, las embestidas y empujones contra la Revolución cubana, así como también contra los procesos de transformaciones sociales que tienen lugar en Venezuela y Bolivia, no han cesado un minuto por parte de las principales potencias imperialistas, ya sea en el ámbito inmediato de carácter político-militar, ya sea en las mediaciones de la esfera política, ideológica, cultural, académica y comunicacional.

Sin desconocer ni subestimar en lo más mínimo el constante ejercicio de la fuerza material por parte del principal gendarme de Occidente (que continúa construyendo bases militares propias ubicadas en la mayoría de los países sometidos [Luzzani, 2012, pp. 192-193], así como también recurriendo a golpes de Estado clásicos, con el uso de policía y fuerzas armadas, invasiones militares, bombardeos, amenazas de intervención extraterritorial, asesinatos de líderes populares de movimientos sociales rebeldes, atentados con explosivos, intentos de magnicidios, etc.), debido al carácter de nuestra investigación, nos concentraremos preferentemente en la instancia política e ideológica. Focalizaremos nuestro análisis crítico en los intentos de legitimación de la contrainsurgencia que pretenden sustentar su accionar apelando a diversas caricaturas prefabricadas de la obra de Karl Marx destinadas a neutralizar su influencia sobre los movimientos sociales antisistémicos y sus potenciales rebeliones.

En tiempos sombríos, se vuelve imprescindible explicar hasta lo obvio, nos recordaba Bertolt Brecht. Pues bien, en la lucha de clases contemporánea, cuando la aldea global experimenta una explosión comunicacional que ha comprimido el espacio y el tiempo a escala planetaria (Harvey, 1998, pp. 9, 313 y 392), el conflicto ideológico y cultural ha tomado el centro de la escena. Pero las ideologías no flotan en el aire ni se difunden por generación espontánea. El accionar de la contrainsurgencia no se sustenta en una idea deshilachada que competiría, en un supuesto mercado puro y en una esfera pública inocente e incontaminada, contra otra idea igualmente aislada. No se trata, en la época del imperialismo, de comparar una hipótesis suelta con otra hipótesis opuesta para así sopesar y contrastar cuál de las dos resulta más aceptable y «racional». Un mundo angelical de intercambios comunicativos, inmaculados y vírgenes, ajenos, por completo, a las presiones y operaciones de distintas instituciones, desprovistos por completo de ideología y de intereses económico-sociales. La construcción cotidiana de la hegemonía necesita mucho más que simples ideas (o, en su defecto, significantes vacíos y flotantes). Hacen falta instituciones dedicadas a instalar, fomentar, sostener y difundir determinadas ideologías (por ejemplo, los axiomas dogmáticos de la economía neoclásica, popularmente conocidos como neoliberalismo) en detrimento de y en confrontación continua contra otras (como es el caso de los marxismos antiimperialistas y anticolonialistas del Sur global).

Para lograr tales fines, las instituciones en danza son múltiples y heterogéneas, que incluyen, desde ya, los grandes monopolios de (in)comunicación y (des)información, las academias, escuelas e iglesias. Pero la contrainsurgencia opera, en el plano ideológico, preferentemente con instituciones que se presentan ante la opinión pública como si no fueran tales, logrando de este modo mayor receptividad y efectividad. Es decir, como si permanecieran y actuaran dentro de una gran burbuja celestial que recibe el nombre de «sociedad civil», supuestamente ajena e indiferente a los conflictos de intereses, pujas, luchas y contradicciones sociales, y que a su vez mantendrían una autonomía absoluta por fuera de cualquier intervención (financiera, política o militar) de los Estados-nación. Dichas instituciones que se esfuerzan por no parecer lo que son, asumen el formato de ONG o de fundaciones, aparentemente guiadas por fines puramente altruistas, filantrópicos y en pos del bien genérico de la humanidad, sin intereses mezquinos de por medio ni dependencias estatales, clasistas o nacionales. En la vida real, por detrás de ese «ruidoso mundo de las apariencias» (según aquella feliz expresión que figura al final del cuarto capítulo del primer tomo de El Capital, donde Marx desmonta con ironía el supuesto «Edén de los derechos humanos» [Marx, 1988a, t. I, vol. 1, p. 215]), la mayoría de las fundaciones y ONG responden a intereses clasistas sumamente precisos, estatales y nacionales. Son instituciones que, muchas veces, intentan ejercer un sustitucionismo encubierto, reemplazando y ubicándose por encima de los movimientos sociales cuyos objetivos dicen apoyar (García Linera, 2008, pp. 10-11).

Tanto en los reiterados esfuerzos de restauración capitalista en Cuba como en diversos intentos contrainsurgentes de golpes de Estado en Venezuela, Honduras, Paraguay, Ecuador, Brasil y Bolivia (unos «blandos», otros clásicos; algunos momentáneamente triunfantes, otros fallidos), han proliferado diversos proyectos destinados a implementar la guerra psicológica, la manipulación de la opinión pública mediante fake news, la desacreditación de los liderazgos populares a través del lawfare, la cooptación sistemática de la intelectualidad y la articulación de fuerzas contrainsurgentes, dotadas de un acumulado ideológico que se propone disputar la hegemonía de la tradición marxista en el seno de la cultura política, en los movimientos sociales, en las academias, y en particular, entre la juventud universitaria, incluso en el campo artístico-cultural y profesional. No es casual que en las guarimbas (choques callejeros violentos) de Venezuela y en las manifestaciones escandalosamente racistas de Bolivia, algunos segmentos de juventudes universitarias, en otra época atraídas y motorizadas por la izquierda marxista, hayan encabezado en el último lustro los ataques de ira antipopular: contra el movimiento indígena, contra las mujeres trabajadoras, contra la clase obrera, sus barrios humildes y los gobiernos populares. En todos estos casos, la puesta en escena, el marketing de los liderazgos, el accionar y los mecanismos de actuación (violenta o mediática) siguen, invariablemente, una matriz única de opinión y un libreto clonado, inoculado desde la pretendida «inocencia angelical» de poderosas ONG y fundaciones multinacionales (en su inmensa mayoría, de origen estadounidense o incluso alemán), que reparten recursos financieros a diestra y siniestra, repitiendo siempre lugares comunes extremadamente sesgados y absolutamente falsos contra Karl Marx y su herencia «diabólica».

Entre las fundaciones y ONG que han operado en la mayoría de estos casos, sobresalen algunas muy notorias (fundamentalmente por su vinculación orgánica con la inteligencia estadounidense de la CIA y otras agencias de espionaje menos renombradas del mismo país), que desde hace varias décadas ofrecen becas, viajes de estudio, «pasantías académicas», abundante financiamiento para publicación de libros, folletos y cuadernos de trabajo, proyectos de investigación, exposiciones de arte y otros mecanismos clásicos de cooptación político-ideológica de las juventudes estudiantiles y el campo intelectual. Entre las instituciones más célebres se encuentran las estadounidenses Ford Foundation (creada en 1936 por el gran admirador de Hitler, Henry Ford, autor del libro El judío internacional, perteneciente a la empresa del mismo nombre, directamente caracterizada por Ángel Rama, Roberto Fernández Retamar, Fernando Martínez Heredia, Gregorio Selser y Daniel Hopen como una «tapadera de la CIA»), la Open Society Foundation (perteneciente al magnate de las finanzas George Soros), la USAID (United States Agency for International Development), la NED (National Endowment for Democracy), la Carnagie Foundation, la FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales), la Rockefeller Foundation (impulsada desde 1913), así como la John Simon Guggenheim Memorial Foundation (fundada en 1937, que otorga las becas homónimas) y el Programa Fulbright (patrocinado por el Bureau of Educational and Cultural Affairs del Departamento de Estado de los Estados Unidos) (Stonors Saunders, 2001, p. 193, pp. 199-200; Fernández Retamar, 1998, p. 177; Mudrovcic, 1997; Borón, 2013, pp. 125-126; Kohan, 2014, pp. 134-138; Petras, 2014, pp. 109-116).

Como bien ha señalado Stonors Saunders, «el empleo de las fundaciones filantrópicas» ha sido y sigue siendo «la manera más conveniente de transferir grandes sumas de dinero a los proyectos de la CIA sin descubrir la fuente a sus receptores» (Stonors Saunders, 2001, p. 192).

En paralelo a estas instituciones y en forma complementaria en las tareas de cooptación, operan las fundaciones y ONG de las principales potencias europeas noratlánticas, principalmente de origen alemán, entre las que destaca la Friedrich-Ebert-Stiftung, que promociona la revista socialdemócrata y «progresista» Nueva Sociedad, así como la Konrad-Adenauer-Stiftung, vinculada a la Democracia Cristiana. De ellas, la Ebert y Nueva Sociedad son las que poseen mayor arraigo y presencia en la región.

En esos proyectos de sistemática cooptación intelectual y disputa hegemónica, que interpretan instrumentos musicales diferentes pero que terminan, a fin de cuentas, entonando una misma melodía con modulaciones demasiado similares dirigidas a deslegitimar la tradición rebelde inspirada en Karl Marx, proliferan un nutrido abanico de áreas vinculadas a las problemáticas más variadas: desde el capitalismo verde (presentado con el ropaje de «ecologismo», impugnador, por supuesto, del socialismo presuntamente «desarrollista y extractivista») o el capitalismo violeta (ofrecido con la jerga y los ademanes del «feminismo»… liberal y posmoderno, cuestionador, demás está decirlo, del supuesto «patriarcalismo izquierdista» y del feminismo rojo) hasta diversos relatos que, elaborados por integrantes del mandarinato intelectual de las fundaciones y ONG, se autopostulan como «subalternos» y superadores del racialismo tradicional (muchas veces difundidos a partir de los llamados «estudios poscoloniales» o también promovidos bajo el manto del «indigenismo» y el «indianismo»… en franca oposición a la herencia de Karl Marx, pretendidamente «occidentalista», «blanca» y «colonialista»). Exótico engendro identitario el de este «indigenismo» e «indianismo» cuyo virulento rechazo contra Marx y el socialismo no presenta ningún reparo ni remordimiento de conciencia al ser financiado por núcleos racistas y supremacistas anglosajones o pangermánicos que históricamente han defendido la anticientífica, mística y malsana «superioridad civilizacional, étnica y cultural de la raza aria» (como es el caso del mencionado Henry Ford).

Aunque la palestra y el repertorio de diversidades de los que se nutren dichas fundaciones y ONG resultan sumamente heteróclitos en su división de tareas contrainsurgentes, existe un notable denominador común a todas ellas: la obsesiva y recurrente impugnación contra Marx y su corpus teórico, político y cultural, y la desestimación de los marxismos del Sur global como herramientas útiles para los movimientos sociales rebeldes, la emancipación de las clases explotadas, los pueblos sometidos y las naciones oprimidas por el sistema mundial capitalista.

Karl Marx, «totalitario, colonialista y eurocéntrico»

Resultaría inabarcable en cortas páginas recorrer al detalle todos y hasta el último de los relatos cincelados y maquillados como «alternativos» por oposición a la tradición marxista, así como examinar en forma exhaustiva y agotar de modo completo el conjunto de referencias bibliográficas a las que estas instituciones, de factura contrainsurgente, suelen apelar en la impugnación de Marx (fundaciones y ONG que, a pesar de su denominación oficial, también son institucionales y la mayor parte de las veces dependen directamente de ciertos Estados). Organizaciones, fundaciones e instituciones de grandes potencias capitalistas que se presentan ante el campo intelectual en disputa con las corrientes revolucionarias, movimientos sociales e incluso gobiernos del Sur global con un ropaje «progresista» y «democrático», a pesar de legitimar, sin mayores titubeos ni dilaciones, la dominación del imperialismo estadounidense sobre todo su «patio trasero» a escala continental, así como también la preponderancia occidentalista y noratlántica de la OTAN y sus aliados regionales en los planos geopolítico, económico-financiero y militar.

Sólo al precio de desestimar, desconocer o directamente impugnar la existencia del imperialismo en el siglo xxi se puede aceptar con naturalidad y como si fuera algo «obvio» la intervención de estas instituciones en el campo intelectual (para una discusión de la pertinencia de la teoría del imperialismo en el mundo contemporáneo, véanse Lenin, 2009; Harvey, 2007 y Smith, 2016).

Tomando como universo de discurso esa abarrotada constelación de la que se nutren dichas fundaciones norteamericanas y europeo-occidentales que operan en el campo de la cultura y las ciencias sociales, seleccionaremos algunos pocos ejemplos teóricos y bibliográficos, altamente sintomáticos, en los que aquellas instituciones apoyan su propaganda antisocialista en pos de la «sociedad abierta», la defensa de la «libertad negativa» –supuestamente amenazada por los procesos emancipadores y los movimientos sociales contestatarios de la región– y la crítica del supuesto «totalitarismo marxista», siempre con el mismo objetivo de neutralizar las opciones políticas radicales, promoviendo y/o consolidando «transiciones» (término-fetiche para todas estas ONG) hacia la sociedad del libre mercado.

Al seleccionar esos ejemplos teóricos, intentaremos mostrar las deformaciones, manipulaciones e incluso las escandalosas falencias hermenéuticas (léase: falta de familiaridad elemental con la lectura mínima de textos centrales de la tradición marxista) de las que hacen gala los impugnadores de la obra de Marx, autor presentado siempre como un vulgar apologista del Occidente capitalista, de la modernización productivista-extractivista, así como también un ingenuo evolucionista unilineal y un dogmático determinista eurocéntrico.

Isaiah Berlin: una biografía de Marx por encargo

Una de las principales referencias teóricas, común a todas las fundaciones contrainsurgentes, es, sin duda, el ensayista liberal Isaiah Berlin (1909-1997), de origen letón pero de nacionalidad británica.

Enemigo acérrimo y visceral del pensamiento marxista, Berlin escribió por encargo rentado, una biografía sobre Marx, con la finalidad, claro está, de impugnar a su biografiado, tarea que había sido rechazada previamente por Sidney y Beatrice Webb, Frank Pakenham y Harold Laski. Se la encomendó H. A. L. Fisher, de la Universidad de Oxford. Según su biógrafo, apologista y discípulo, Berlin dedicó cinco años a estudiar la obra de Marx para poder escribir a destajo su biografía sobre el autor de El Capital (Ignatieff, 1999,pp. 101-103). ¡Cinco años! Llama poderosamente la atención que, durante todo ese lustro, Isaiah Berlin no haya tenido tiempo de sobrepasar la vulgata convencional que se sustenta en comentarios repetidos y glosas al prólogo de 1859 de Contribución a la crítica de la economía política. Prolija pluma pero demasiada pereza mental para un autor que sentaría las bases de la principal cruzada occidental contra el viejo Moro (sobrenombre familiar de Karl Marx).

Isaiah Berlin publicó (a pedido) su biografía en Gran Bretaña a inicios de la Segunda Guerra Mundial. Fue reeditada posteriormente en numerosas ocasiones. Su relativo «éxito» no derivó tanto de su potencial erudición o eventuales aportes al conocimiento sobre Marx, ya que su libro repite lugares comunes y padece inocultables deficiencias y notables faltas de lectura incluso para los conocimientos disponibles en aquella época, sino más bien de haber sido un intento de demonización en toda la línea contra Marx y el marxismo. No resulta casual que su autor haya estado estrechamente vinculado con los servicios de inteligencia ingleses y norteamericanos (y sus operaciones de guerra psicológica) desde los años previos a la Segunda Guerra Mundial y, después de finalizado el conflicto, en tiempos de guerra fría, especialmente asociado con la CIA, como ha demostrado con pruebas, documentos y testimonios contundentes una de las estudiosas con mayor especialización en la historia de dicha institución (Stonors Saunders, 2001, pp. 98, 137, 239, 509-510, 537-539).

En su biografía por encargo, Berlin no se ahorra nada. Caracteriza a Marx como «un violento», «un fanático», «un dogmático», «un totalitario», «un intolerante» y una enorme cantidad de adjetivos peyorativos de idéntico tenor (Berlin, 2000, pp. 39, 41, 81) que, si los empleara un investigador marxista, serían automáticamente descalificados por sus evidentes connotaciones «propagandísticas», ajenas al conocimiento científico e historiográfico. Previsible y esperable. No obstante, a la hora de reconstruir la vida, el pensamiento y la obra de Marx, resulta alarmante que Berlin no se haya despegado de los trillados moldes de interpretación que asimilan livianamente la teoría crítica, materialista y multilineal de la Historia de Marx, confundiéndola con la denominada «teoría de los factores» (donde «el factor económico» sería la clave determinante y unilineal de toda la historia de la humanidad). Una hermenéutica vulgar y mecanicista, más cercana a la vulgata economicista del publicista italiano Aquilles Loria que a la propia obra de Marx, como Engels ya había señalado y advertido en el prólogo al tomo tercero de El Capital (Engels [1894], en Marx, 1988a, t. III, vol. 6, p. 20). Observación crítica que desarrollarían, después de Engels, tanto Antonio Labriola como György Lukács y Antonio Gramsci, por no mencionar a Lenin, Rosa Luxemburg, Karl Korsch, entre muchísimas otras personalidades marxistas que, evidentemente, Isaiah Berlin no consultó o directamente no quiso leer ni estudiar. Sin olvidarnos tampoco de las dos grandes biografías redactadas por el comunista alemán Franz Mehring y por el bolchevique ruso David Gondelbach (conocido como David Riazanov), que ya en esos años gozaban de amplísima circulación. Llama la atención semejante simplismo en la reconstrucción de Isaiah Berlin, fundamentalmente si asumimos como cierto el relato de Ignatieff, su principal discípulo y apologista, que atribuye a su maestro una dedicación de cinco años de lecturas en el estudio de Marx. ¿En cinco años no tuvo tiempo de informarse un poco más seriamente sobre su objeto de estudio?

Isaiah Berlin no solamente reduce el pensamiento de Marx a un crudo economicismo, sino que además le atribuye arbitrariamente un determinismo mecánico (Berlin, 2000, pp. 30-31, 40, 63, 68-69, 90), acusación absolutamente coherente con su prédica a favor de la «libertad negativa», es decir, aquella que se define por la ausencia de obstáculos exteriores al individuo aislado (Berlin, 1993, pp. 3-29) y que presupone la dudosa homologación de libertad, con individualismo posesivo y propiedad privada.

Consideramos arbitraria y caprichosa esa acusación, pues el propio Marx se encargó de aclarar a lo largo de las varias redacciones de El Capital que las leyes que rigen el desarrollo y movimiento del modo de producción capitalista, constituyen leyes tendenciales (que tienen además sus «contratendencias»), muy diferentes a las leyes de la mecánica o de la física. Si la caída de la tasa de ganancia constituye el ejemplo clásico de una regularidad propia, inscrita en el corazón del sistema de producción capitalista (Marx, 1988a,t. III. vol. 8, pp. 269-296), Marx aclara inmediatamente, en los capítulos siguientes de El Capital, que existen contratendencias que operan en sentido inverso al que marca dicha regularidad, además de enumerar diversos recursos, habitualmente empleados por los capitalistas, para intentar revertir los efectos de esta tendencia, desde la elevación del grado de explotación del trabajo y la reducción del salario por debajo de su valor, pasando por la disminución de los costos de las materias primas empleadas en el proceso productivo (contabilizados como capital constante), hasta la sobrepoblación relativa, el comercio exterior y el aumento del capital accionario (Marx, 1988a, t. III. vol. 8, pp. 297-308). De ahí que la caída de la tasa de ganancia constituya una regularidad que no posee necesidad absoluta ni está regida por un predeterminismo mecánico, sino que está sujeta (en los índices de su mayor o menor probabilidad tendencial) a la lucha de clases y a las diversas resistencias de la fuerza de trabajo y los pueblos rebeldes frente a las ofensivas periódicas del capital.

Al leer esta biografía utilizada como fuente indiscutida en las instituciones de la contrainsurgencia contemporánea, lo que queda en claro es que ni su autor ni sus lectores-funcionarios han estado nunca sinceramente interesados en investigar y conocer, no ya en profundidad sino al menos con un mínimo de seriedad intelectual, la obra de Marx en toda su complejidad. Su finalidad, a la hora de referirse al marxismo, ha sido y sigue siendo estrictamente propagandística en el más mezquino y unilateral de los significados de este término. Es decir, se busca impugnar, en bloque, una corriente de pensamiento, independientemente de lo que dicha corriente política-ideológica sostenga o proponga. Sea su fundador, sean sus seguidores o sus continuadores.

Pero seamos justos con Isaiah Berlin: ¿por qué pedirle seriedad intelectual a la CIA, institución para la que él trabajaba? A quienes sí debemos exigirle rigurosidad, o al menos un mínimo de esfuerzo mental, es a quienes adoptan sus puntos de vista como axiomas incuestionables, repitiéndolos mecánicamente en papers, clases, conferencias y manifiestos, sin siquiera tomarse el trabajo de consultar o leer completo El Capital, sus diversas redacciones (entre cuatro y siete, según el criterio que se adopte) y los materiales y cuadernos que Marx redactó hasta el final de su vida; materiales que Isaiah Berlin ni siquiera se tomó el trabajo elemental de mirar por arriba o al menos de anoticiarse, aunque sea simplemente de sus títulos y problemáticas.

La única nota discordante que Berlin aportó en su biografía por encargo contra Marx, es que al menos reconoció que la principal pluma del comunismo era también hija de la tradición romántica, no sólo un «ilustrado perfeccionado». Un detalle casi microscópico, pero que no carece de interés, tomando en cuenta que quien lo reconoce es un adversario declarado de Marx. Hasta ahí llegó Berlin.

Karl Popper, del marxismo converso al neoliberalismo

Ahora bien, Isaiah Berlin no ha sido ni es el único autor de referencia para las instituciones de contrainsurgencia que pretenden marcar agenda en las ciencias sociales contemporáneas, desestimando rápidamente a Marx a partir de literatura altamente cuestionable y, por demás, endeble.

Karl Popper (1902-1994), de origen austríaco pero británico por adopción, también ha formado parte del elenco estable de la inquisición contrainsurgente que se ha animado a emitir juicios taxativos y lapidarios sobre un autor al que a todas luces desconocen y ni siquiera han estudiado o leído en su totalidad. Aunque, hasta donde tenemos noticias, Popper nunca llegó a pertenecer a la CIA o a recibir dinero proveniente de dicha institución (como es el caso de Isaiah Berlin), es reconocido a nivel mundial como uno de los progenitores del neoliberalismo, junto con su padrino intelectual F. A. von Hayek (quien le facilitó el ingreso a la academia británica), además de Milton Friedman y Ludwig von Mises (Anderson [2003], en Sader et al., 2003, p. 11). Tampoco debemos olvidar que, en la London School of Economics, Popper fue el maestro y guía inspirador del futuro financista George Soros, actual dueño e ideólogo de la Open Society Foundation, de activa participación en el financiamiento de ONG latinoamericanas opositoras contra todos los procesos populares del continente, desde Cuba y Venezuela hasta Argentina y Bolivia.

A diferencia de Isaiah Berlin, Karl Popper no provenía del liberalismo clásico. En realidad, era un marxista converso, transformado a posteriori en un fanático anticomunista. El célebre epistemólogo falsacionista (neopositivista refinado que reemplazaba la predilección por la inducción, que compartían los integrantes del Círculo de Viena, por la idolatría de la deducción y el modus tollens [Popper, 1989, p. 41] como formas privilegiadas de razonamiento lógico para su teoría de la ciencia), a la hora de reconstruir su propia biografía (Popper, 2007), confesaba su militancia juvenil marxista y comunista, rápidamente abandonada y negada, para convertirse luego en un crítico furioso de Karl Marx en nombre de la «sociedad abierta», que sería unleitmotiv usualmente empleado en la retórica contrainsurgente y anticomunista (no casualmente, su discípulo, George Soros, bautizó a su fundación con dicho nombre). Esta expresión alcanzaría casi tanta fama como la noción de «totalitarismo», empleada por Hannah Arendt y también compartida por el mismo Popper, en ambos casos utilizada para igualar comunismo y nazismo, haciendo silencio, sospechoso y cómplice, frente al macartismo norteamericano (racista y supremacista, xenófobo y antisemita, fundamentalista e inquisitorial).

La tesis central de Popper era que Marx nunca fue científico y que El Capital no es una obra de ciencia sino apenas «una profecía». Y no cualquier «profecía» sino una profecía… totalitaria (Popper, 2010, pp. 297, 299, 301, 409).

Esa singular impugnación contra Marx es la base de su obra kilométrica que lleva por título La sociedad abierta y sus enemigos (1945). En el prefacio a la edición revisada de este panfleto ferozmente hostil contra Marx (uno de los grandes teóricos del totalitarismo, junto a Platón y Hegel, según el autor), Popper marca claramente su perspectiva teórico-política:

[...] en el libro no se hacía mención explícita ni de la guerra, ni de ningún otro suceso contemporáneo, pero se procuraba comprender dichos hechos y el marco que les servía de fondo, como así también algunas de las consecuencias que habrían de surgir, probablemente, después de terminada la guerra. La posibilidad de que el marxismo se convirtiese en un problema fundamental nos llevó a tratarlo con cierta extensión. En medio de la oscuridad que ensombrece la situación mundial en 1950, es probable que la crítica del marxismo que aquí se intenta realizar se destaque sobre el resto, como punto capital de la obra. Una visión tal de la misma, quizá inevitable, no estaría del todo errada, si bien los objetivos del libro son de un alcance mucho mayor. El marxismo solamente constituye un episodio, uno de los tantos errores cometidos por la humanidad en su permanente y peligrosa lucha para construir un mundo mejor y más libre (Popper, 2010, p. 11).

Según la reconstrucción de Popper, el propio Marx habría creído, de modo evolucionista, determinista y unilineal, que la industrialización capitalista era benéfica. Por lo tanto, el autor de El Capital se habría sentido inclinado a apoyar los procesos imperialistas, un lugar común (que evidencia un alto índice de ignorancia en la materia) repetido hasta el hartazgo en infinidad de libelos y panfletos antimarxistas, que hace caso omiso de la inmensa masa de cuadernos, cartas, artículos y libros donde Marx discute el evolucionismo unilineal de la Historia, mientras condena el colonialismo de las grandes potencias occidentales.

Si Isaiah Berlin y Karl Popper, constituyen las principales referencias teórico-ideológicas en las que se sustenta la propaganda contrainsurgente de las fundaciones y ONG ligadas a la inteligencia norteamericana, ¿qué se podría agregar de las fuentes en las que se apoyan las principales fundaciones alemanas, también presentes en las impugnaciones contra la herencia revolucionaria (anticapitalista y antiimperialista) iniciada por Karl Marx?

Friedrich Ebert y el colonialismo «socialista»

La principal fundación alemana, con enorme presencia en América Latina y el Sur global, es sin duda la Friedrich-Ebert-Stiftung, que financia y promueve la revista socialdemócrata Nueva Sociedad. A través de ella y de sus suculentas becas, ha logrado cooptar una cantidad nada despreciable de intelectuales de izquierda del continente latinoamericano para llevarlos hacia posiciones moderadas («progresistas») y muchas veces neoliberales.

¿Quién era Ebert, la figura histórica elegida como emblema y símbolo para representar a escala internacional semejante institución?

Friedrich Ebert (1871-1925) fue la cabeza política del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) durante muchos años, a inicios del siglo xx, tras la muerte de su antiguo líder August Bebel. Jefe del bloque parlamentario del SPD, Ebert lideró el apoyo socialdemócrata alemán a los créditos de guerra durante la Primera Guerra Mundial. Por si ese solo hecho no hubiera alcanzado para hundir a la socialdemocracia en la mayor de las vergüenzas históricas, como presidente de Alemania (entre 1919 y 1925) Ebert fue el principal responsable, junto a su ministro de Defensa, Gustav Noske (1868-1947), de la represión de los Consejos Obreros y del movimiento comunista espartaquista, y, en particular, del asesinato político de Rosa Luxemburg (1871-1919), Karl Liebknecht (1871-1919) y Leo Jogiches (1867-1919) (Cole, 1961, t. V, pp. 136-137).

Duro e intransigente con la izquierda marxista (al punto de ordenar la ejecución extrajudicial de los principales líderes espartaquistas a manos de los «Cuerpos Libres», antiguos oficiales de la extrema derecha militar alemana), Ebert siempre le tendió la mano abierta a las clases dominantes. No es casual que ante la ruina y derrumbe inminente del viejo Estado alemán (el segundo Reich, cuyo emperador era Guillermo II), al finalizar la Primera Guerra Mundial, Ebert se opusiera a declarar la república alemana, enojándose con vehemencia con los socialistas que sí aceptaron la proclamación republicana (Cole, 1961, t. V, p. 123).

Carente de una obra teórica propia, Friedrich Ebert, el máximo símbolo elegido como emblema internacional por la fundación homónima, reproducía en su práctica política todos los lugares comunes de los principales teóricos socialdemócratas alemanes, que compartían y hacían suya, sin mayores discusiones, «la extendida creencia […] en la superioridad de la cultura alemana y la misión alemana de dominar a Europa como gran influencia civilizadora» (Cole, 1961, t. V, p. 103). Al volver observable esa creencia escandalosa, ¡no estamos describiendo al nazismo!, sino a… la socialdemocracia alemana.

La mayoría de las tendencias del SPD (con excepción de los espartaquistas encabezados por Rosa Luxemburg), divergían frente al mundo de las colonias y los países dependientes. Sin embargo, compartían un denominador común: hacían suyas las posiciones occidentalistas, chauvinistas y etno-supremacistas, sea con sutiles y refinadas argumentaciones «cosmopolitas», sea con brutales y desenfadadas tesituras etnocéntricas. Friedrich Ebert simplemente representó en sus cargos públicos (como parlamentario, primero, como presidente de Alemania, después) esas posiciones elaboradas por otros.

Entre los teóricos que lo inspiraron, socialistas de palabra, colonialistas de hecho, el más destacado (por su innegable erudición) es, sin duda, Eduard Bernstein (1850-1932). Fue Bernstein quien, desde las páginas de la prestigiosa e influyente revista teórica de la dirección del SPD, Die Neue Zeit (La nueva era), en su artículo «La socialdemocracia alemana y los disturbios turcos», escribió:

Los pueblos enemigos de la civilización e incapaces de acceder a mayores niveles de cultura no poseen ningún derecho a solicitar nuestras simpatías cuando se alzan en contra de la civilización […]. Vamos a enjuiciar y combatir ciertos métodos mediante los cuales se sojuzga a los salvajes, pero no cuestionamos ni nos oponemos a que estos sean sometidos y que se haga valer ante ellos el derecho de la civilización (Bernstein [1896-1897], en Mármora, 1978, t. I, p. 10; énfasis mío; Melotti, 1974, p. 19).

En el mismo año en que trataba de argumentar defendiendo el colonialismo europeo en Turquía, Bernstein continuaba batallando en defensa del colonialismo inglés en la India. De ahí que, en su artículo «Sobre el problema de los indios» (1896-1897), también publicado en Die Neue Zeit, sostuviera: «no es tan fácil ayudar al campesino hindú, como generalmente se piensa […]. Contra esos prejuicios basados en ideas religiosas y de otro tipo, chocaron muchas de las reformas mejor pensadas que los hombres de Estado de Inglaterra trataron de introducir en la India» (Bernstein [1896-1897], en Mármora, 1978, t. I, p. 11).

Ninguno de estos dos balances constituye exabruptos aislados ni errores circunstanciales. Ambas posiciones expresaban la lógica íntima del curioso «socialismo» colonialista y occidentalista que, por boca de Bernstein y compartido por Ebert, pretendía imponer a los supuestos «pueblos inferiores» su dominación económica, política y militar.

¿Tal vez un par de artículos desafortunados? No es el caso. En su obra magna, la más célebre y difundida, titulada Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, Bernstein continuaba por el mismo triste derrotero que hizo suyo toda la dirección del SPD alemán (con la excepción, reiteramos, de los espartaquistas), al afirmar: «no quiero ver a los nativos de África o de cualquier otro continente explotados o degollados, y tampoco estoy de acuerdo con que se les impongan modos de vida para los que su clima no es apropiado. Sí he señalado, y lo mantengo, el derecho de la civilización más elevada sobre la inferior» (Bernstein [1899] 1982, pp. 57-58, énfasis mío). En esa misma obra afirmaba, sin ruborizarse, que «no hay ninguna razón para condenar el hecho de la obtención de colonias como algo desde un principio reprobable» (Bernstein, [1896-1897], en Mármora, 1978, t. I, p. 11). Bernstein sinceramente imaginaba que «la ocupación de países tropicales por europeos no necesariamente tiene que traer aparejados perjuicios para los nativos» (Bernstein [1896-1897], en Mármora, 1978, t. I, p. 12). A los «nativos» Bernstein también los llamaba, sin tapujos ni eufemismos edulcorados, simplemente… «salvajes». Friedrich Ebert, el máximo símbolo de la conocida fundación, jamás levantó la mano para pronunciarse en contra, ni escribió una sola línea intentando desmarcarse o diferenciarse de semejantes posiciones. Por el contrario, siempre actuó en completa sintonía y absoluta coherencia con semejante «teoría».

Lamentablemente Bernstein no fue el único en tropezarse pergeñando esas justificaciones cómplices y escandalosas, apologías del colonialismo occidental y su correspondiente defensa de la supremacía blanca por sobre los pueblos mestizos (de origen árabe) de Marruecos, los «indios» de Estados Unidos, los pueblos negros de África del Sur sometidos al racismo y la dominación colonialista de ingleses y holandeses, y muchos otros pueblos invariablemente clasificados como «primitivos» e «incivilizados» (Bernstein, 1982, pp. 60-66 y 75-76). Exactamente los mismos pueblos que, apenas tres décadas más tarde, serán considerados material descartable, al ser clasificados como «untermenschen» (subhumanos), por otros alemanes… igualmente colonialistas, aunque ya no simpatizantes de las pacíficas cooperativas y los amables consensos del debate parlamentario en los que sobresalía la astucia para las componendas de Friedrich Ebert, sino feroces enemigos de Karl Marx y el comunismo en nombre de la pretendida pureza de la «raza aria» y bajo la bandera de la esvástica.

¿Fue Bernstein una mosca blanca o una oveja negra en el SPD alemán, liderado durante años por Friedrich Ebert? De ninguna manera. Aunque polemizara con Karl Kautsky (1854-1938) en torno al «revisionismo» y la supuesta «ortodoxia», sus posiciones estratégicas eran compartidas por el conjunto de la dirección socialdemócrata (insistimos, con la digna y honrosa excepción de la corriente luxemburguista).

Puede corroborarse la coincidencia estratégica, común a «revisionistas» y «ortodoxos», leyendo lo que Karl Kautsky escribiera a Friedrich Engels sobre la India:

Creo que la posesión de la India por el proletariado inglés sería de provecho para ambos. Para este, como fuente proveedora de materias primas. Para aquella, en la medida en que el pueblo indio, abandonado a sí mismo, caería en manos del peor de los despotismos. Por el contrario, bajo la dirección del proletariado europeo, la India podría ser conducida muy bien, según mi opinión, hacia el moderno socialismo […] (Kautsky [1882], en Mármora, 1978, t. I, p. 15).

Engels, molesto ante semejante insolencia colonialista, defendida nada menos que en nombre del «socialismo», el 12 de septiembre de 1882 responde indignado a Kautsky:

En la India, quizá –incluso es muy probable– estallará una revolución y, como el proletariado, al emanciparse, no puede emprender guerras coloniales, tendrá que aceptarlo; desde luego que tal cosa no ocurrirá sin destrucciones, pero esto es inseparable de toda revolución. Lo mismo podría ocurrir también en alguna otra parte, por ejemplo en Argelia y Egipto, y para nosotros sería por cierto lo mejor. […] Una cosa es indudable: el proletariado triunfante no puede imponer a ningún otro pueblo «felicidad» alguna sin socavar con este acto su propia victoria (Engels [1882], en Marx y Engels, 1973a, p. 324, énfasis de Engels).

Aunque Friedrich Engels le envió una reprimenda explícita a Karl Kautsky, el supuesto «ortodoxo» opuesto al «revisionista» Bernstein, la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán hizo caso omiso y continuó defendiendo ciegamente el «colonialismo socialista» hasta su crisis terminal y su fatal derrota frente al nazismo en 1933. Por ejemplo, el antecesor de Friedrich Ebert al frente del partido, August Bebel (1840-1913), no entraba en vacilaciones ni formulaba siquiera una duda a la hora de reclamar abiertamente la explotación imperialista «igualitaria» de las colonias. Tan es así que, en 1911, durante el Congreso de Jena del SPD, Bebel sostiene sobre Marruecos lo siguiente:

Hay algo que creo deber postular en primera línea: nosotros, socialdemócratas, debemos oponernos a la política de Marruecos si no se hace en las mismas condiciones en que la hacen los otros Estados, o sea, debemos sostener el derecho de todos los Estados a defender sus intereses en Marruecos en completa igualdad, sin que ninguno utilice su posición para desplazar a los demás, como se le reprocha –y esa es la causa principal del conflicto– al Gobierno francés que busca retrasar las aspiraciones de los intereses alemanes de poner pie en Marruecos y crear allí instituciones de explotación (Bebel [1911], en Mármora, 1978, t. I, p. 24).

Como podrá observarse, en las cuestiones geopolíticas e históricas de fondo, estratégicas, no había diferencias cualitativas entre Kaustky, Bernstein, Bebel o Ebert. No obstante sus matices y perfiles singulares, todos ellos eran herederos y continuadores, no de Marx y Engels, sino más bien del antiguo Partido Socialdemócrata de Alemania (que fuera cuestionado ácidamente y en toda la línea por Marx en su célebre escrito Crítica del Programa de Gotha, en 1875).

Como el mismo Marx se encarga de reproducir en su obra La guerra civil en Francia, de 1871, aquel antiguo partido alemán, frente a la guerra franco-prusiana de 1870, había declarado con no poca altanería etnocéntrica y nítida petulancia occidentalista: «Protestamos de nuevo enérgicamente contra la anexión de Alsacia y Lorena. Y somos conscientes de hablar en nombre de la clase obrera de Alemania. En interés común de Francia y Alemania, en interés de la paz y la libertad, en interés de la civilización occidental, frente a la barbarie oriental» (Marx [1871], en Marx y Engels, 1984, t. II, p. 125; énfasis mío). Si la mencionada guerra de 1870 se produjo entre dos monarquías burguesas, la prusiana y la francesa (encabezadas políticamente por Otto von Bismarck [1815-1898] y Luis Napoleón Bonaparte [1808-1873], respectivamente), ambas occidentales, ambas europeas, ambas «blancas y arias», ¿qué sentido tenía ese descargo completamente fuera de lugar y de ocasión contra la presunta «barbarie oriental»? Reiteramos: ¡las dos direcciones burguesas en dicho conflicto bélico eran blancas, europeas y occidentales! En consecuencia, simplemente se trataba de reafirmar, incluso bajo una declaración con pretensiones de «internacionalismo», la pertenencia del socialismo alemán a la «civilización occidental».

De esa matriz común bebieron Kaustky, Bernstein, Bebel y Friedrich Ebert. Este último, primero al frente del bloque parlamentario y más tarde como presidente alemán, nunca se pronunció en contra de ese acumulado histórico de posiciones occidentalistas y colonialistas, formuladas nada menos que en nombre del… ¡socialismo! Jamás escribió una línea de reproche ni emitió ningún discurso polemizando contra el paradigma indiscutido en dicha constelación política de la socialdemocracia alemana.

Cuando la corriente espartaquista, con Rosa Luxemburg a la cabeza (quien había pulverizado dicho colonialismo «socialista» tanto en su curso de Introducción a la economía política de 1908 [Luxemburgo, 1988, pp. 78-167, particularmente 83 ss.] como en su obra magna La acumulación del capital de 1913 [Luxemburgo, 1967, pp. 266-323]), arremetió contra esa socialdemocracia funcional a las viejas clases dominantes alemanas y sus prejuicios burgueses etnocéntricos, la dirección del SPD, liderada precisamente por Friedrich Ebert, respondió con una coherencia absoluta. No le tembló el pulso. Le aplicó puño de hierro. Directamente asesinaron a Rosa Luxemburg (arrojando luego su cuerpo a un río, método de resolver polémicas… muy «civilizado» por cierto). Lo mismo hizo con sus principales compañeros y camaradas.

¿Puede llamar la atención, entonces, que la principal fundación de Alemania, occidentalista, noratlántica y siempre crítica del marxismo y el comunismo (constelación a la que dirige los peores reproches, sin hacerse cargo de su lastimosa y bochornosa historia propia), haya elegido y adoptado precisamente el nombre de Friedrich Ebert como símbolo de su intervención en el campo cultural y de las ciencias sociales?

Karl Marx y la dialéctica del mundo no europeo

América Latina y el resto del Tercer Mundo han sido, sin duda, uno de los principales ejes territoriales a escala mundial donde la expansión, socialización y universalización cultural de los saberes marxistas han tenido lugar. Tan sólo por ese hecho irrecusable vale la pena examinar el lugar que las culturas, civilizaciones, sociedades y pueblos de Nuestra América y del Tercer Mundo ocuparon en el pensamiento del fundador de la filosofía de la praxis, la teoría crítica del capitalismo y la concepción materialista y multilineal de la historia humana.

Y ya que utilizamos la expresión «Tercer Mundo» –ferozmente atacada e impugnada desde la emergencia del neoliberalismo en los años ochenta (Cueva, 2007, p. 151)–, bien vale la precisión conceptual. Porque conocemos bien aquel antiguo debate escolástico-medieval entre realistas y nominalistas. Sabemos que, por suprimir en los papeles y libros una palabra, esto es, un nombre, no desaparece aquello que designa en la realidad. Por eliminar o proscribir un término en la escritura y circulación de los papers académicos y las revistas indexadas no se esfuma la realidad a la que hace referencia dicho concepto (lo mismo podría argumentarse sobre la noción de «dependencia»).

El término «Tercer Mundo» nace justo a mitad del siglo xx, durante la Guerra Fría y en un planeta polarizado por dos superpotencias (Estados Unidos y la Unión Soviética). Su gestación se produce al calor de la entrada en la arena política de las innovadoras revoluciones de liberación y nuevas naciones periféricas de Asia y África, así como de la emergencia de numerosas insurgencias en aquellos dos continentes y en América Latina (Bell Lara [1968], en Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, 1968, t. II, p. 419; Cueva, 2007, p. 146). No sólo constituye una categoría teórico-política. Históricamente adoptó además existencia organizativa en al menos cuatro instancias internacionales: la Conferencia de Bandung (abril de 1955, Bandung, Indonesia); la Primera Conferencia Cumbre del Movimiento de Países No Alineados-MPNA (septiembre de 1961, Belgrado, Yugoslavia [hoy perteneciente a Serbia]), la Primera Conferencia Tricontinental (enero de 1966, La Habana, Cuba) y la Organización Latinoamericana de Solidaridad-OLAS (agosto de 1967, La Habana, Cuba). Se lo nombre o no en los papers, las revistas indexadas y las tesis doctorales, el Movimiento de Países No Alineados (MPNA) continúa existiendo. Al menos hasta el año 2021, el MPNA aglutina 120 Estados-miembros y 15 Estados-observadores. En el plano institucional (que no es el único ni el principal que le dio vida y relevancia política, pero constituye una instancia nada despreciable), los 120 Estados-miembros del MPNA aglutinan a casi dos tercios de los miembros de las Naciones Unidas (ONU) y, en el campo demográfico, representan al 55% de la población mundial.