Mas allá de la locura - Federico Bombini - E-Book

Mas allá de la locura E-Book

Federico Bombini

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Beschreibung

"Este nuevo mundo que Fede abre ante nuestros ojos contiene su experiencia en un mundo increíble; extraño para algunos, pero conocido por otros que no son escuchados. Al compartirlo con entrega y valentía, llena de esperanza a todos los seres que sufren experiencias similares; pero son incomprendidos y encerrados, porque la ciencia no sabe qué hacer con ellos. Nos lleva a una reflexión profunda, que pone en duda a los profesionales y sus limitaciones y que invita a abrir nuestras mentes y a desarrollar nuestra sensibilidad para escuchar de una manera distinta, más abarcativa y empática, considerando que la mente es mucho más que la razón y que hay algo innegable que se manifiesta: la sabiduría intrínseca del Alma". Lic. Claudia De Angelis Matrícula Nacional 16.382 Licenciada en Psicología - Egresada de la UBA, Escritora. "Frente a la lectura de este libro es inevitable preguntarnos: ¿Qué es lo real? ¿A qué llamamos realidad? ¿A lo que vemos? ¿A lo que constatamos a través de nuestros órganos sensoriales? ¿A lo que observa la mayoría? ¿Qué es cierto? ¿Es verdad lo que está diciendo? ¿Está loco? Estas preguntas y más aún la falta de sus respuestas abren grietas entre la teoría que expone la ciencia y la vivencia subjetiva de quien está percibiendo algo diferente". Dra. Viviana E. Torresi Matricula Nacional 88.269 Psiquiatra Holística, Médica Legista - Egresada de la UNR, Terapeuta Regresiva, Escritora (autora de La ciencia del espíritu) "Yo no estudie en un libro sobre la locura, yo la experimenté". Por eso les pregunto: ¿Y si en muchos casos la locura es un desorden interno de quien está contactando otro tipo de cordura? Federico Ignacio Bombini

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Belén Mondati.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Belén Mondati.

Bombini , Federico Ignacio

Mas allá de la locura / Federico Ignacio Bombini. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2019.

176 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-465-8

1. Autobiografías. 2. Autoayuda. I. Título.

CDD 158.1

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor. Está tam-

bién totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet

o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2019. Federico Ignacio Bombini.

© 2019. Tinta Libre Ediciones

Agradecimientos

A mi mamá que se acaba de ir con mi papá y duele mucho en lo profundo extrañarlos, pero con la certeza infinita de mi alma de que me guían desde afuera de esta experiencia humana.

A mi hermana y a mi hermano, con quienes pasamos muchos desafíos, porque nos acompañamos, y siguen siendo mis espejos más profundos y mi sangre en la superficie.

A mis hermosas sobrinas y a mi hermoso sobrino, que confían en lo que les muestro, con el deseo de que ellos intentaran comprender e integrar lo que yo no termine de abrazar.

A todas las generaciones anteriores que están o que ya no están en este plano pero que son parte de esta creación, de esta interpretación y de estos desafíos que se me presentan hoy, aquí y ahora repitiéndose en el pulsar del tiempo.

Y, por supuesto, a toda mi familia elegida que son esas personas que entran a mi vida porque mi corazón así lo quiere… amigos y amigas de antes, de ahora y de siempre. Y en especial a mi hermosa compañera de camino quien estuvo a mi lado en cada paso que fui dando para poder concretar esta obra.

A todos los abrazo infinitamente con todo mi corazón y toda mi alma.

¡Gracias!

Nota previa del autor

Al ser esta una historia real, no situaré el relato en una ciudad ni daré los nombres reales de cada persona que aparecen en la historia (a excepción de los tres terapeutas que también participan en el presente libro), para preservar así su identidad y su privacidad e intimidad.

Decido usar mi nombre real y no modificarlo, como también utilizo durante todo el libro el relato en primera persona. Encuentro que es la manera más simple y cómoda para expresarme, ya que las vivencias son propias, y también para incluir los variados escenarios temporales en los que se sumerge el relato.

Índice

Agradecimientos· Pág. 7

Nota previa del autor· Pág. 9

Capítulo 1

La llegada a esta realidad y lo extraño de ser humano· Pág. 13

Capítulo 2

Conexión con la fuente infinita· Pág. 41

Capítulo 3

Dimensiones paralelas· Pág. 53

Capítulo 4

De la libertad cósmica a la internación humana· Pág. 89

Capítulo 5

Más conexión con desafiantes dimensiones· Pág. 119

Capítulo 6

Testimonios· Pág. 137

Capítulo 7

La misión de ordenar mi multidimensionalidad· Pág. 149

Epílogo· Pág. 169

Capítulo 1

La llegada a esta realidady lo extraño de ser humano

Nacimiento

Año 1984

Según me contó mi mamá, mi nacimiento fue bastante particular. Dieciséis años antes que yo había nacido Dante y trece años antes María: mi hermano y mi hermana. Lo particular de mi caso fue, primero, que ella y mi papá tenían 41 años de edad (para esa época eran “viejos” para ser padres); y segundo, porque la forma en la que nací no fue muy usual.

En relación a los 41 años de mi mamá, según la medicina de esos tiempos, había muchas posibilidades de que yo no fuera “normal”, por lo que le ofrecieron hacerse un estudio a los cuatro meses para ver si yo tenía alguna deficiencia, a lo que se negó completamente diciendo que me iba a tener igual, sin importar cómo fuese.

Eso de que la forma en que nací fue poco usual lo digo por varios motivos. Ese día hubo una tormenta eléctrica muy fuerte, así que el monitoreo fetal indicado para evaluar el estado del bebé en la panza no fue realizado por riesgo de electrocución. Desde que mi mamá entró a la sala de partos hasta el momento en que nací pasaron solo nueve minutos y lo más raro es que no había ni partera, ni enfermera, ni auxiliares. Solo un médico me recibió y, así como estaba, me entregó a los brazos de mi mamá.

Infancia

A mi infancia la recuerdo como dos polos opuestos. Uno de ellos, con sensaciones de alegría, diversión y juego. El otro en cambio, de mucha tragedia, tristeza y dolor. Sobre todo este último polo, muy marcado y presente.

El primer polo mencionado se daba cuando estaba compartiendo con las personas con las que me gustaba estar, que solían ser mis amigos y mis hermanos con sus amigos. En ese momento yo tenía 5 años y mis hermanos Dante y María 21 y 18 respectivamente, así que yo era el comodín que llevaban para todos lados. No me gustaban los juguetes, no podía quedarme quieto jugando ni cinco minutos, me aburrían muchísimo. Yo estaba siempre en las reuniones de “grandes”, tanto con mis hermanos como con mis papás y sus amigos, siempre ahí presente y participando como un adulto más.

Al segundo polo que menciono, lo denomino de tragedia y de dolor. A mis casi dos años de vida, murieron en un accidente de tránsito, mi abuelo Micael y mi abuela Serafina (los papás de mi mamá).

Fue muy difícil para toda la familia, sobre todo para mi mamá siendo hija única, que al momento de enterarse sintió tal vacío y desorientación que pensó en tirarse por el balcón. Tomar consciencia de que yo existía, tan chiquito, fue una ayuda para quedarse y encontrarle sentido a seguir viviendo.

El jardín

Fui a jardín, primaria y secundaria en un colegio católico.

En gran parte del primer año de jardín fui un rebelde pues no quería quedarme y lloraba durante un largo rato cuando me dejaban.

Hay una anécdota muy divertida que recuerdo de aquella época. Un día nos visitó en el aula la Madre Superiora del colegio. Después de saludarnos preguntó quién de nosotros había aprendido a rezar. Yo levanté la mano entusiasmado y la Madre Superiora me alentó a hacer una demostración de mis rezos. Entonces, con gran naturalidad y pasión empecé a cantar canciones de la cancha de mi querido San Lorenzo de Almagro. Dicen que no lograban hacerme callar. Yo me acuerdo estar pasándola muy bien. Este hecho trajo algunas repercusiones en el jardín y convocaron a mis papás a una reunión.

La escuela

Recuerdo que desde los 6 años, cuando empecé la escuela primaria, ya no me sentía cómodo con la vida. Me resultaba pesada, limitada y repetitiva. Sentía que no me era fácil ser yo. No lograba entender de qué se trataba vivir. No entendía dónde estaba, cómo había que actuar, qué es lo que había que decir, cómo había que decirlo ni por qué había que decirlo. También me dolía mucho ver a personas que no tenían recursos y a aquellas que estaban sufriendo, por eso, organizaba encuentros y colectas para ayudarlos. Me costaba ser parte de grupos, aunque lo disimulaba muy bien. La integración real con mis compañeros era una tarea casi imposible porque no entendía a qué jugaban o qué decían, me parecía todo muy limitado, lento y aburrido.

Actuando personajes que no soy

Siempre tuve una gran sensibilidad y percepción sutil y eso hacía que pudiera sentir el campo emocional de cualquier persona. Percibía qué estaban sintiendo y eso me confundía mucho, porque cuando expresaban algo, era completamente distinto a lo que yo estaba percibiendo. Eso era muy raro para mí porque en mi mundo yo tenía la certeza de lo que verdaderamente estaba pasando, de lo que estaban sintiendo, y casi siempre tenía muy poco que ver con lo que expresaban.

A esto lo podía percibir con mi familia, con mis compañeros, con las familias de mis compañeros, con las maestras, con todos.

Un ejemplo: un día, mi hermano me miró y me dijo:

—Fede, el fin de semana que viene por ahí vuelvo a casa a verlos.

Pero yo leí en ese mismo momento que lo que me estaba diciendo no era verdad o real, que el por ahí no existía y él ya tenía decidido no venir, aunque me quedaba la ilusión de que eso no fuera así. Así, me confundía mucho y sufría.

Es como poder ver lo que las personas ocultan y no se animan a decir o hacer en verdad. Ver la intención detrás de cada afirmación o pregunta, eso que no está diciendo.

¿Desde qué lugar actúo? ¿Desde lo que me dicen o desde lo que yo veo? Desde chico siempre actué desde lo que yo veía mezclado con lo que me decían (sin que notaran que yo me daba cuenta). Porque lo que me decían estaba muy lejos de lo que verdaderamente estaba pasando; el tema era que, por ahí, quien lo expresaba no tenía registro de lo que en realidad quería. Toda esta combinación de cosas que cuento me generaba un desequilibrio enorme en todos los aspectos de mi vida.

¿Quién soy yo? ¿Cómo vivir? ¿Cómo saber lo que hay que hacer o decir? Si desde que nací veo y percibo muchos planos de la persona al mismo tiempo, y esto me confunde. Y no se activa en una situación puntual (como la del ejemplo), sino que está activo todo el tiempo, en todo momento, con todas las personas. Lo más difícil era que creía que toda la realidad era así, que todos podían percibir eso, que a todos les pasaba lo mismo que a mí. Creía que eso era normal y que había que construir un personaje para adaptarse; fingir y ser alguien distinto. No había un entendimiento ni podía diferenciar que era algo que estaba percibiendo sólo yo. Entonces, decidí amoldarme a la vida copiando a los demás, tratando de hacer y decir lo que los demás hacían o decían, y así fui dejando de ser yo, alejándome de mi verdad para ser aceptado, para poder ser parte, para pertenecer.

Otra de las cosas que solía hacer durante mis horas de clase en el colegio era mirar a la profesora mientras hablaba y jugar con la “luz” que veía a su alrededor. La podía agrandar y achicar, expandir o condensar. En ese momento para mí era un juego visual. No se me ocurría pensar que esa luz existía y que lo que estaba percibiendo podía ser lo que llaman aura o cuerpo energético.

Vivir en un cuerpo

También tengo, y tuve desde chico, un gran conflicto con mi cuerpo humano. Aún hoy no logro entenderlo del todo y hacerlo consciente, estoy en ese proceso. Desde que tengo memoria siempre me resultó difícil encontrar y entender qué lugar ocupa la alimentación en mi vida; qué comer, cuándo comer, cuánto comer. El tema de la alimentación fue y es un gran desafío. De hecho, cuando tenía tres años me operaron de adenoides y a los seis de amígdalas, después de haber padecido angina, bronquitis y neumonía y no responder a ningún tratamiento médico. El problema era que no podía comer absolutamente nada porque tenía la garganta muy inflamada y no pasaba la comida, tragar era una misión imposible; con mis seis añitos apenas alcanzaba los diecisiete kilos de peso.

Después de la cirugía y ya recuperado me fui al otro extremo: ¡engordé muchísimo! No lograba encontrar un punto medio, canalizaba la angustia, la culpa y el miedo a través de la comida. Mi garganta, que continuaba bloqueada, ya no obstruía el paso del alimento, pero me ponía afónico enseguida y casi no podía hablar, me costaba sacar la voz, sobre todo cuando tenía que dar mi verdadera opinión sobre algo puntual (el registro de esto último lo tengo hoy, en aquel momento no). También me enfermaba mucho todo el tiempo.

Durante años probé todo tipo de dietas y consulté con diferentes profesionales especialistas en nutrición para encontrar una forma saludable de alimentación. Nunca me fue posible: o comía todo de forma voraz y sin control, o prefería no comer y sumirme en un ayuno voluntario sin algún propósito consciente.

Mi cuerpo y los deportes

Con respecto a los deportes practiqué de todo: fútbol, tenis, básquet, hockey, hándbol, sóftbol, rugby, vóley, judo, patines. El denominador común en todos ellos fue la dificultad para conectarme con mi cuerpo. Había días en los que lo sentía muy pero muy pesado y no lo podía mover con fluidez, y días en que directamente no sabía que lo tenía. No entendía si yo quería hacer las cosas a una determinada velocidad, por qué mi cuerpo necesitaba otra. No entendía cómo alimentarlo, moverlo, protegerlo, escucharlo, de hecho, siempre lo sentí como una jaula que me limitaba y condicionaba. Y este es un proceso que sigo ecualizando al día de hoy, para que todo esto siga jugando a mi favor cada vez más.

Empatía sin límites

Otra de las cosas que me desequilibraban mucho era cuando percibía el egoísmo y la crueldad en mis compañeros. Eso sí me dolía mucho, no lo podía tolerar. Me bloqueaba, me enojaba y me angustiaba en una intensidad superlativa. Recuerdo diferentes situaciones en las que dejaban de lado a un compañero y no lo integraban al juego o le escondían sus cosas, o lo cargaban por un rasgo determinado, o por alguna dificultad. Estas eran cosas concretas que cualquiera podía ver, pero en mi caso se le sumaba lo que yo podía leer de su campo emocional, como ya les conté. No es solo leer como ustedes están leyendo este libro, sino que es sensorial, esto quiere decir, sentir en carne propia lo que siente el otro, lo que le pasa al otro. De algún modo hacerme cargo de esa emoción, percibiéndola en todo el cuerpo, incluyendo angustia, ira, miedo, ansiedad, cualquiera fuere la emoción de la otra persona, y sin discriminar que no es “propia”. Por eso es tan grande la confusión.

A pesar de actitudes a veces mezquinas y odiosas, podía ver la belleza interna de cada uno de ellos, esa belleza que me empujaba a aceptarlos tal cual eran. Y creo que esto también me desequilibró mucho, porque a cualquier acción o actitud de enojo de alguien, siempre la justificaba; al poder ver su campo emocional siempre entendía por qué reaccionaba de una u otra manera, lo podía percibir de forma concreta. El tema de ver la realidad desde esta percepción y profundidad hacía que no participara de ella como la mayoría estaba habitando, así, me bloqueaba y sentía que no era un ser humano como los demás. Como quizás se puedan imaginar, de todo esto yo no era consciente.

Por eso, en medio de estos avatares perdí mi individualidad. Dejé de saber quién era yo como ser humano (aunque nunca lo supe con certeza) y eso me trajo mucho desorden interno. Me costaba relacionarme con los demás desde mi propia verdad y eso hacía que pasara muchos momentos en soledad o me enojara con las personas en particular y con el mundo en general. Sobre todo, sentía angustia y tristeza por no entender quiénes eran las personas verdaderamente, quién era yo y en dónde estaba.

Siempre fui muy compasivo y desde pequeño la empatía se expresó en mi vida, como conté anteriormente, a tal punto que podía percibir, en lo más literal del término, lo que estaba sintiendo la otra persona... Por ese entonces no podía distinguir si el sentimiento era mío o del otro, ni siquiera me cuestionaba esa posibilidad: sólo consideraba que todo era mío, es decir, que todo lo que sentía al empatizar era parte de emociones y sensaciones propias.

Me angustiaba mucho esa situación y siempre vivía cargado y pesado emocionalmente. En especial si le sumamos una etapa de mucho bullying1 por mi gordura, había momentos en los que el curso entero me cargaba. Creo que ellos nunca fueron conscientes del dolor que esto me generaba y del daño que me hacían.

Así fue mi etapa en la primaria, tratando de adaptarme al entorno, haciendo un gran esfuerzo inconsciente para dejar de ser yo, creando un personaje sin saber que lo estaba haciendo para ser aceptado.

Siempre vivía con profunda tristeza, con una sensación de vacío, extrañando algo que sentía que no era de acá.

Las estrellas y mi amor por ellas

Mi infancia y adolescencia transcurrieron en una casa con un gran patio y casi todas las noches yo salía a mirar las estrellas. Podía pasarme horas y horas mirándolas y por momentos me angustiaba y empezaba a llorar. Mi mamá, que siempre me observaba, me regaló un libro sobre las estrellas, y a veces salía conmigo y me explicaba cuál era cada una y a qué constelación pertenecía.

Un día me llevó de paseo al Planetario en la ciudad de Buenos Aires para explicarme mucho más. Recuerdo que para mí esa fue una experiencia increíble, sentí un profundo encantamiento, estaba maravillado y absorto contemplando el cosmos que se abría ante mis ojitos extasiados. Me parecían increíbles ese lugar y todas las explicaciones sobre eso que brilla ahí arriba. Aunque nunca pude convencerme firmemente de ninguna teoría, siento un enamoramiento por las estrellas, por su profundidad, su silencio y ese hermoso misterio.

Mirar las estrellas se transformó en un hábito que mantuve a lo largo de los años. Iba a lugares alejados de la ciudad donde hubiera menos luz, como al río, o me subía a los silos y me pasaba horas y horas contemplando el cielo estrellado. Las estrellas me transmiten una mezcla de añoranza con profundidad, expansión y armonía. Es un pequeño destello de luz del recuerdo de mi hogar original.

Experiencias místicas

Desde muy chico tuve lo que podríamos llamar “experiencias místicas”.

Un día, cuando tenía alrededor de cinco años, mientras merendaba en la cocina de mi casa, vi entrar a un señor de muchos años, de barba larga, pelo blanco y con una mirada de profundidad infinita. La cocina tenía una vista directa a la puerta de entrada a mi casa, que estaba a unos metros. Recuerdo que lo miré y me asusté tanto que me escondí debajo de la mesa: el señor, vestido con unos pantalones anchos de color blanco y descalzo caminaba muy lento alrededor de la mesa y me decía:

—Vení, Fede, no tengas miedo. —Y así seguía girando lentamente alrededor de la mesa redonda, mientras me extendía su mano y repetía esa frase una y otra vez, como si fuera un eco—. Vení, Fede, no tengas miedo. Vení, no tengas miedo.

En un momento mientras me hablaba, se agachó para buscarme y mirarme, como si hubiéramos estado jugando a un juego. En ese instante pude salir corriendo hasta la vereda donde mi mamá estaba charlando con una vecina. Fueron los diez metros más largos de mi vida. Llegué agitado y asustado al encuentro con mi mamá y le conté lo que me estaba pasando. Ella se sorprendió mucho y me dijo:

—Tranquilizate, hijo, que eso es imposible, yo estuve todo el tiempo en la puerta y no entró ni salió nadie.

Al ver que sus palabras no lograban calmar mi miedo, me acompañó a recorrer toda la casa y juntos comprobamos que no había ningún señor con esas características ni con ninguna otra.

Otra experiencia fuerte fue sentir una presencia femenina celestial, a la que identificaba en ese momento (quizás por mi formación católica) como la Virgen María, estaba siempre a mi lado, la podía percibir, sentir el calor que emanaba de su presencia, pero siempre le pedía que no se materializara, que no apareciera, porque me iba a dar mucho miedo verla; lloraba para que no lo hiciera.

En mi infancia/adolescencia también pude percibir cosas muy feas, sobre todo a la noche, sentía el frío de distintas presencias alrededor mío. Así eran algunas de estas experiencias “místicas” o extrasensoriales.

Eran tantas las vivencias de este tipo, que mi mamá consultó a personas entendidas en el tema que podría ser todo lo que yo expresaba o experimentaba y todos coincidían en que seguramente yo era uno de esos niños nuevos de esa época denominados “índigos”. Pero no fue más que una posible descripción y definición.

La religión. La Iglesia.Cuestionamientos existenciales

Como iba a un colegio católico me empezó a interesar mucho la religión y todo lo que contaban, y aunque nunca llegué a leer la Biblia, me interesaba mucho la vida de Jesús. Era muy curioso con este tema, le preguntaba a curas, a monjas, a quien fuera. Mis preguntas estaban centradas en los porqués: ¿Por qué lo crucificaron? ¿Quiénes? ¿Cuándo? ¿Están seguros? ¿Y la Virgen quién era? ¿Dónde nació? ¿Cómo saben eso? ¿Quiénes son los santos? ¿Por qué son santos? ¿Cómo es el cielo? ¿La muerte? ¿El infierno? ¿Qué es la fe? Y así muchas preguntas más, todo el tiempo, mi curiosidad no tenía límites. Disfrutaba investigar sobre estos temas. De hecho mi mamá me decía que era el niño de los porqués. A todo lo que me decían, respondía con un indagador “por qué”.

Yo necesitaba saber por qué se hacían o se decían las cosas. No me conformaba solo con los hechos y las explicaciones superfluas. Quería llegar hasta el fondo de todas las cosas, encontrar el sentido y el propósito de lo ocurrido.

Les cuento una anécdota sobre esto que creo que lo grafica. Cuando estaba en el jardín de infantes, las maestras organizaron el acto del 12 de octubre, el Día de la Raza. Cada uno de los niños tenía que preparar un disfraz en su casa para poder actuar. Mi mamá estaba preparando el mío y yo me acerqué y le dije que no lo iba a usar, acompañando mi negativa con la pregunta que me caracterizaba:

—Mamá, ¿por qué tengo que actuar?

Mi mamá se sorprendió y me respondió:

—Hijo, ¿por qué no querés hacerlo?

Continué respondiendo con preguntas.

—¿A vos te gustaría que estés en tu casita y vengan otras personas, te la saquen, te la quemen y maten a tu familia? —le dije muy serio y solemne.

Mi mamá se quedó rotundamente sin palabras y ese día no fui al jardín.

Planteos como estos eran habituales en mi vida. De hecho, mi hermana me contaba que al momento de dar mi opinión siempre los dejaba paralizados. Los adultos no podían creer que un nene tan chiquito dijera cosas tan profundas y específicas.

Sin embargo, mis preguntas e interpretaciones no eran bien acogidas. Casi siempre eran reprimidas. Entonces, empecé a guardar silencio frente a mis conocidos, amigos y familia. Ellos me decían que las cosas no eran así o que no podían ser como yo las entendía. En especial cuando estaba diciendo una verdad que molestaba o incomodaba a otros y desde un lugar que no era comprendido. Lo increíble de esto es que sucedió tan tenue y automáticamente que no tengo registro del momento exacto en el cual empecé a callarme. Lo que sí se grabó a fuego en mi memoria fue lo mal que me sentía no siendo yo mismo, el malestar ocasionado por no poder expresarme en libertad, aún sin darme cuenta del todo de lo que me estaba pasando.