Materiales para una autobiografía filosófica - José Gaos - E-Book

Materiales para una autobiografía filosófica E-Book

José Gaos

0,0
18,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Estas páginas reúnen una serie de escritos personales, testimoniales o autobiográficos del filósofo, traductor, escritor y profesor José Gaos, uno de los pensadores de lengua española más importantes e influyentes del siglo XX; estos escritos llevan el sello inconfundible de Gaos, su modo, estilo y actitudes. El presente libro nace de la necesidad práctica de tener un conjunto de escritos suyos que contribuyen a dibujar su enérgico y rico perfil intelectual, filosófico y literario; y a la de explicar en cierto modo la fecundidad de la reflexión crítica diseminada en el orbe ecuménico de la lengua española, de la cual él mismo es en parte responsable, gracias a su misión y vocación intelectuales.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Títulos de la colección

1. Alfonso Reyes

El libro de las jitanjáforas y otros papeles. Selección, prólogo y notas de Adolfo Castañón

2. José Balza

Red de Autores. Ensayos y ejercicios de literatura hispanoamericana

3. Arturo Souto Alabarce

Cuentos a deshora

4. Emilio Uranga

Análisis del ser del mexicano y otros escritos sobre la filosofía de lo mexicano (1949-1952).

Selección, prólogo y notas de Guillermo Hurtado

5. Armida de la Vara

La creciente y otras narraciones

6. Rodolfo Usigli

Obliteración y dos conversaciones con George Bernard Shaw

7. Saúl Yurkievich

Del arte pictórico al arte verbal

8. Pedro Henriquez Ureña

En la orilla: gustos y colores

9. José Kozer

Una huella destartalada

10. Angelina Muñiz-Huberman

Arritmias

11. José Gaos

Materiales para una autobiografía filosófica

Materiales para una autobiografía filosófica.Confesiones profesionales, otros ensayos y papeles, seguido de Una tarde con mi padrepor Ángeles Gaos de Camacho

Primera edición, 2015

De la presente edición

© Ángeles Gaos de Camacho

Coedición:

Bonilla Artigas Editores S.A. de C.V./

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Dirección General de Publicaciones

© 2015, Bonilla Artigas Editores, S.A. de C.V.

Cerro Tres Marías número 354

Col. Campestre Churubusco,

C.P. 04200, México, D.F.

[email protected]

www.libreriabonilla.com.mx

© 2015

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

Dirección General de Publicaciones

Avenida Paseo de la Reforma 175, Col. Cuauhtémoc

C.P. 06500, México, D.F.

www.conaculta.gob.mx

ISBN 978-607-8348-95-4 (Bonilla Artigas Editores)

ISBN 978-607-745-195-2 (Conaculta)

ISBN ePub: 978-607-8450-24-4

Responsables en los procesos editoriales:

Cuidado de la edición: Bonilla Artigas Editores

Diseño editorial: Saúl Marcos Castillejos

Diseño de portada: Teresita Rodríguez L.

Hecho en México / Made in Mexico

Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.

Contenido

José Gaos: el profesor y su sombra (advertencia)

Adolfo Castañón

PRIMERA PARTE

Confesiones profesionales

Confesiones de un trasterrado

Los “trasterrados” españoles de la Filosofía en México

La adaptación de un español a la sociedad hispanoamericana

Palabras de trasterrado en Monterrey

Papeles privados

Gaos por Gaos (Autorretrato)

Aforismos

SEGUNDA PARTE

Salvación de Ortega

Filosofía e infelicidad

La vida intelectual (El tapiz por el revés)

TERCERA PARTE

Cartas

I [8] aAntonio Moxó Valencia, 19 de agosto [1924]

II [30]aAntonio Moxó Valencia, 26 de diciembre [1925]

III [104] aAlfonso Reyes México, D. F., 9 de enero de 1942

IV [113] aAlfonso Reyes 21 de septiembre de 1947

V [121] aAlfonso Reyes México, D. F., 31 de agosto de 1955

VI [122] aAlfonso Reyes México, D. F., 15 de diciembre de 1955

VII [235]alConsejo Universitario [julio de 1956]

VIII [170] aLeopoldo Zea [1956]

IX [263] aIgnacio Chávez [1962]

X [268] aOctavio Paz 12 de diciembre de 1963.

XI [262] aJuan A. Nuño Montes

XII [276] ala Comunidad Universitaria

XIII [171] aLeopoldo Zea Universidad Nacional Autónoma de México, 1 de mayo de 1966

XIV [264] aIgnacio Chávez México, D. F., 15 de mayo de 1966

XV [172] aLeopoldo Zea México, D. F., 18 de mayo de 1966

XVI [278] aJavier Barros Sierra México, D. F., mayo de 1966

XVII [277] aEdmundo O’Gorman México, D. F., mayo de 1966.

XVIII [269] aOctavio Paz 7 de noviembre de 1966

XIX [246] aJuan David García Bacca 14 de noviembre de 1966.

XX [272] aLuis Villoro

XXI [275] aLeón Felipe

XXII [248] aJuan David García Bacca

XXIII [284] aAlicia Reyes

CUARTA PARTE

Una tarde con mi padre. Recuerdo de José Gaos por Ángeles Gaos de Camacho. Prólogo de Alfonso Rangel Guerra

Una tarde con mi padre. Recuerdo de José Gaos

Algunas traducciones de José Gaos

Índice onomástico

Sobre el autor

José Gaos: el profesor y su sombra (Advertencia)Adolfo Castañón

Para Alejandro Rossi, Andrés Lira

y Alfonso Rangel Guerra,

discípulos de José Gaos

I

No es imposible que el origen de esta antología de José Gaos (1900-1969) se encuentre en el recuerdo de alguna de esas tardes en que visitaba a Alejandro Rossi en su casa y nos entregábamos al ejercicio de la conversación a campo traviesa durante no pocas horas. Esas visitas se dieron al menos una vez por semana en el curso de más de una década. Los temas de aquellas conversaciones maratónicas atravesaban la maleza de la actualidad literaria, superaban la pelusa del cotilleo municipal, se sabían detener con morosa delectación en la flora y la fauna de la ciudad literaria, se regodeaban en la geografía y en la historia de México, América y Europa. No era yo, ni lo soy ahora, un experto especialista en casi nada, pero creo que tenía el instinto de saber preguntar, acertar a detenerme, replicar con viveza de tanto en tanto. Las primeras charlas –lo recuerdo bien– giraron en torno a colaboraciones escritas por mí para la revista Plural (1971-1976) dirigida por Octavio Paz. Más tarde, Alejandro Rossi me leería detenidamente algunos de sus ensayos y cuentos. Por ejemplo, “Sedosa, la niña” o “El brillo de Orión”. Me hablaba o se refería de reojo a sus maestros, condiscípulos, amigos y familia. Uno de ellos era José Gaos en cuyo seminario Alejandro había trabajado en su tesis de doctorado sobre Hegel, y de la cual aquél escribió a Alfonso Reyes, presidente de El Colegio de México, el 15 de diciembre de 1955:

Un caso especial fue el de la tesis del señor Rossi, Lo racional y lo irracional en la ‘Ciencia de la Lógica’ de Hegel. Presentada y aprobada por unanimidad magna cum laude. Aunque acabó de componerla en el mismo seminario, no se presentó como tesis de él, por proceder del que dediqué a la obra de Hegel durante los cuatro años anteriores. Es obvio que no pueden ni necesitan coincidir exactamente las divisiones administrativas del trabajo universitario y las relaciones impuestas en él por las de las personas.1

La tesis de Rossi sobre Hegel está inédita. Por mi parte, yo no había leído casi nada de José Gaos, apenas quizá algún capitulo de alguna de sus traducciones. Pero recuerdo con nitidez la noche de junio de 1969 en que llegué a la casa familiar y mi padre se encontraba tan abatido por la muerte del maestro que no quiso acompañarnos a cenar y se quedó encerrado en su cuarto hasta el día siguiente. Años más tarde, en 1979, cuando leí las Confesiones profesionales (1958), pues se iban a reeditar en el Fondo de Cultura Económica, me di cuenta de que esas visitas y las conversaciones subsecuentes con Alejandro Rossi, discípulo de José Gaos, podían tener cierta correspondencia, rimaban –guardadas las proporciones– con aquellas otras que el autor de las Confesiones… había podido sostener en Madrid con su “primer verdadero maestro en filosofía” y tutor intelectual, Manuel García Morente (1886-1942) y, luego, con José Ortega y Gasset (1883-1955), su segundo guía y maestro. Como dice Gaos, esa relación de “oyente perfecto” o “post-locutor” duró muchos años y llegó hasta el punto de madurar en una convivencia y proximidad que él formula así:

Precisar en todos los puntos hasta qué punto lo que pienso es mera reproducción de esta filosofía –la de Ortega– o prolongación, reacción, ocurrencia mía, fuera interesante en una doble dirección inversa: reconocerle lo suyo y no achacarle lo que no quería aceptar. Pero tal puntualización me es imposible. Durante varios años, he vivido en convivencia frecuentemente diaria con él. He sido el oyente de palabras o el interlocutor de conversaciones en que se precisaban sus propias ideas en gestación, he leído originales inéditos. Así, ya no sé si tal idea que pienso, si tal razonamiento que hago, si tal ejemplo o expresión de que me sirvo lo he recibido de él, se me ocurrió al oírle o leerle a él, o se me ocurrió aparte y después de la convivencia con él. Alguna vez me ha sucedido comprobar que tal idea o expresión que consideraba como mía me la había apropiado de él asimilándomela hasta el punto de olvidar su origen. Lo que no quiere decir que ni siquiera en los días de convivencia más frecuente e íntima con él estuviera de acuerdo en todo: quizá haya sido yo la única persona que le haya dicho ciertas cosas.2

Aunque ya se venía gastando desde poco antes, esta comunidad de Gaos con Ortega la interrumpiría, hasta romperla, la Guerra Civil, y la instalación de Gaos en México a partir de 1939 cuando es recibido por La Casa de España en México y Alfonso Reyes, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. En las páginas de esta selección antológica se incluyen dos de los textos que José Gaos escribiría al final de su vida sobre su antiguo y ya superado, no sólo por motivos de política índole, maestro: uno es la “Carta abierta a Alfonso Reyes” y otro es “Salvación de Ortega”. De la primera, dice Reyes en un apunte de su Diario inédito: “En El Nacional de ayer Gaos me dirige una carta pública, rompiendo con Ortega por sus ataques injustos a mí. En el estilo mismo se advierte la tortura de Gaos, el pobre, al alejarse de su maestro”, México, lunes 22 de septiembre de 1947. El papel que Ortega y Gasset tuvo ante José Gaos –de interlocutor magistral, de sombra dialéctica y pensante– lo llegaría a desempeñar en México Alfonso Reyes: amigo, habitual invitado a la merienda, contertulio, asiduo colaborador, cuya biblioteca tenía abiertas las puertas de par en par, protector institucional, paciente de las mismas enfermedades, pero, sobre todo, inspirado e inspirador de José Gaos, como consta no tanto en la correspondencia que muchas veces tiene algo de académico, pese al tono afectuoso, como en el Diario de Alfonso Reyes (se anexan al final algunos extractos de esos apuntes para dar idea de la calidad e intensidad de esa relación). De hecho, era intención de Gaos pedirle a Reyes que prologara sus Confesiones: “Gaos que me trae sus Confesiones profesionales con la idea de que apoye y prologue en su caso una sección de españoles-mexicanos en Letras Mexicanas del Fondo”, Alfonso Reyes, Diario inédito, México, domingo 3 de noviembre de 1957. Además, Gaos escribió diversos ensayos y tributos sobre su admirado amigo que casi podrían armar un volumen. Sin embargo, no se ha creído pertinente reproducir ninguno de ellos por carecer de la pendiente que se busca en esta selección de los escritos más acusadamente personales del español. Solamente se incluyen cuatro cartas de Gaos a Reyes y, sobre todo, la que le escribió a Alicia Reyes, en 1969, a los diez años del fallecimiento de su muy cercano amigo, quien, por cierto, se sentía en México, a pesar de ser mexicano, como un trasterrado.

La naturaleza no admite vacíos: así, a su vez, el papel que Ortega y Gasset desempeñó en la vida y en la obra de José Gaos, éste lo vino a ocupar en México con sus discípulos mexicanos: Leopoldo Zea, el más sobresaliente y el más hecho a los ojos del autor en 1958, cuando se dan a la estampa las Confesiones profesionales, aunque había otros que no menciona por sus nombres en el texto: “los hiperiones” –Luis Villoro, Emilio Uranga–, los hegelianos –Fernando Salmerón, Alejandro Rossi, Ramón Xirau, Alfonso Rangel Guerra–, los historiadores –Bernabé Navarro, Álvaro Matute, Elsa Cecilia Frost, Andrés Lira, José María Muriá–, y otras categorías más que no menciona como las de los estudiosos de Husserl –Antonio Zirión– y, desde luego, los investigadores del pensamiento en lengua española como la costarricense Vera Yamuni, su discípula preferida, y Carmen Rovira, sin dejar de mencionar a los interesados en la filosofía misma, en la metafísica y en la ética, como es el caso de Juliana González y Antonio Gómez Robledo, entre otros. Algunos de ellos, dice Gaos, tenían genio y, añade, me imagino que pensando en Uranga, “mal genio”. Emilio Uranga fue, por cierto, el único discípulo sobre el cuál José Gaos escribió unas “Notas al artículo de Uranga” del 10 de febrero de 1952.3 Estas páginas son una réplica a los comentarios que hizo el discípulo sobre el “Trabajo de José Gaos sobre la vocación filosófica”4 que recogió Aurelia Valero en Filosofía y vocación (2012). Tan interesado estaba Gaos en hacerse parte de la discusión filosófica en México que publicó en la colección dirigida por Leopoldo Zea con el sello de Porrúa un ensayo En torno a la filosofía mexicana que le fue obsequiado a Reyes por los editores en cuanto salió publicado: “De tarde, fui a la Librería Porrúa Obregón, donde me obsequió Pepe Porrúa el segundo tomito de Gaos en la colección de los Hiperiones...”, Diario, México, sábado 7 de marzo de 1953.

Cabe apuntar que gracias a la buena inteligencia que tuvieron entre sí esos discípulos fue posible editar las Obras completas5 de José Gaos en la Nueva Biblioteca Mexicana de la UNAM dirigida por Miguel León-Portilla. La edición la dirigió y coordinó Fernando Salmerón hasta su muerte. Discípulo cercano de Gaos, Salmerón, escribió una tesis de gran originalidad: Las mocedades de Ortega y Gasset (1959). Más tarde daría a la estampa sus Escritos sobre José Gaos (2000) donde se recogen diecinueve ensayos incluidas sus notas como coordinador de los volúmenes IV y VIII de las Obras completas. Esta antología quisiera ser también un tributo a esos discípulos y a ese proyecto que, al pie de la letra, ha salvado a Gaos del olvido y la dispersión.

II

Estas páginas reúnen una serie de escritos casi todos personales, testimoniales o autobiográficos del filósofo, traductor, escritor y profesor José Gaos, uno de los pensadores de lengua española más importantes e influyentes del siglo XX; esos escritos llevan todos el sello inconfundible de Gaos, su modo, estilo y actitudes. Tanto por sus obras mismas como por sus traducciones, su profesión de maestro de pensamiento y aun su estilo y actitudes ética y política. Gaos hizo del pensar en lengua española no una estación accidental del pensamiento, sino algo aproximado a una coordenada ineludible para situar el ejercicio de la reflexión desde esta región del continente intelectual que es la lengua española. El presente libro nace de una necesidad práctica: la de tener al alcance de la vista un conjunto de escritos suyos en primera persona que, en su gran mayoría, contribuyen a dibujar su enérgico y rico perfil intelectual, filosófico y literario, y a la de explicar en cierto modo la fecundidad de la reflexión crítica diseminada en el orbe ecuménico de la lengua de la cual él mismo es en parte responsable, gracias a su misión y vocación intelectuales.

José Gaos publicó en 1958 unas Confesiones profesionales que caben ser leídas en verdad y realidad como el esbozo de una autobiografía filosófica –expresión empleada por su discípulo Alejandro Rossi al hacer la “Nota editorial” de Filosofía de la filosofía, la antología que preparó para el Fondo de Cultura Económica (2008)–, al estilo de las publicadas en otros idiomas como, por ejemplo, la Histoire de mes pensées (1936) del filósofo francés Alain (1868-1951), con el cual, por cierto, la figura de Gaos tendría ciertas afinidades desde la perspectiva de una historia comparada de las ideas (Alain fue maestro de J.-P. Sartre y M. Merleau-Ponty, del mismo modo que Gaos lo fue de Zea, Villoro, Rossi, entre otros). Antes y después, Gaos publicó algunos textos que anuncian, enmarcan, ahondan o prolongan esas “confesiones”, de tan capcioso título. Dichos textos, desde luego, se incorporan en el presente volumen.

Paralelamente, el filósofo, traductor y profesor siguió viviendo y, en las márgenes de esa existencia llevada a caballo del escenario de la cátedra y del foro de las páginas destinadas a la publicación, escribió cartas, envió mensajes –papeles que están más acá de la literatura y que son a la vez eso y otra cosa–, cuyo contenido no llegó a formular en clave pública.

La vida y la obra de José Gaos están indisociablemente ligadas al renacimiento de la cultura crítica y filosófica de México y, más allá, a la efervescencia del pensamiento en Hispanoamérica y España, en el convite hispánico, para evocar a Luis Vives (1493-1540), el contemporáneo español de Erasmo de Róterdam (1466-1536).

Gaos escribió y publicó libros y artículos cuantiosos, tradujo obras clave que supo diseminar y poner en escena a través de seminarios –como fue el caso de la obra de Martin Heidegger, Ser y tiempo (1951, en alemán 1927)–, dio conferencias, dirigió tesis, formó discípulos –como un salvavidas que diera clases de natación y, a veces, respiración de boca a boca–, formó parte de consejos, juntas y asociaciones. Al mismo tiempo, escribió una obra personal y singular, publicó estas Confesiones profesionales, una de las escasas autobiografías intelectuales en lengua española que definen una genealogía de las ideas; además, supo hacer de su actuar civil y académico un ejemplo, en el sentido clásico y más poderoso del término.

En los últimos años de su vida, Gaos hizo público su pensamiento en aforismos, sentencias, notas, glosas y viñetas que, como quizá expresa su título, representan el 12% de su actividad intelectual. Aquí se publican 215 aforismos.

José Gaos murió el 10 de junio de 1969 al término de un examen de doctorado en El Colegio de México. Había regresado ahí, como quien vuelve a una querencia académica nativa, luego de haber renunciado a seguir siendo parte de la comunidad universitaria y a su condición de profesor emérito como protesta irrevocable por los actos injuriosos cometidos contra el rector Ignacio Chávez en abril de 1966.6 Este acto emblemático, si los hay, esta última lección del maestro de cuerpo entero puso punto final a una vida entregada al acto infinitivo por excelencia que, después del ser y el estar, es el pensar: una existencia puesta día tras día bajo la advocación de la atención, la investigación, la escritura, la traducción, la docencia y la enseñanza, el pensamiento como una forma de convivencia.

III

Si bien es cierto que el nombre de José Gaos se encuentra entretejido con las arterias que atraviesan la cultura hispánica contemporánea, y que su obra prospera y se proyecta en la obra de sus numerosos e ilustres discípulos y que se divulga en sus numerosas traducciones –los lectores comunes y corrientes piensan que están leyendo a Aristóteles, Martin Heidegger o a Max Scheler, cuando en realidad solamente practican, practicamos dijo el otro, a Gaos–; y aunque se admite que es uno de los más altos exponentes de la cultura mexicana e hispanoamericana, no se le ha dado a su obra personal y por ende a su pensamiento mismo todo el peso radical y la envergadura fundadora que tiene en el calendario largo de la cultura trasatlántica a que pertenece.

IV

La presente selección fue realizada por un lector acomedido que no conoció a José Gaos, aunque sí ha tratado a algunos de sus discípulos y puede dar cuenta y testimonio de la impronta que sobre ellos dejó el ilustre trasterrado. Aspira a salvar la obra de José Gaos –para echar mano de una voz cara a su maestro y antípoda José Ortega y Gasset, sobre el cual se recoge aquí una página incisiva, al tiempo que se rescata su persona, a través, en parte, de sus cartas y del testimonio que dio su hija Ángeles Gaos (cuyo matrimonio se celebró con Carlos Camacho el 8 de mayo de 1950 según apunta Reyes en su Diario)–. Aspira a refrescar su herencia y a poner en circulación algunas de sus lecciones y ejemplos, algunos de sus ensayos, confesiones, muestras y muescas aforísticas dispersas en sus Obras completas. No ha sido posible reproducir la lista de los contenidos que componen ese corpus y que hasta ahora cuenta con 17 tomos publicados por la Universidad Nacional Autónoma de México, en la edición que todavía se encuentra en curso de publicación. Nos hemos permitido, empero, registrar en un apéndice el índice tentativo de las traducciones (ascienden a 78) realizadas por el filósofo. La lista es parcial pues faltaría, por ejemplo, la lista de los artículos traducidos.

V

Materiales para una autobiografía filosófica reúne 11 textos y 23 cartas que cuentan un poco más de 400 páginas, que corresponden a varios géneros literarios que van desde la confesión, el testimonio, la entrevista, hasta la carta, el ensayo, el aforismo. El conjunto arma una suerte de autorretrato complementado por la memoria de su hija, a cuya autorización, discreción y buena disposición este proyecto debe un reconocimiento mayor.

Abren las puertas del libro las Confesiones profesionales; se trata de uno de esos memoriales que no solamente dan testimonio de una persona, sino de la cultura en que se inscribe, de sus redes y de su genealogía intelectual, y aun de su estilo, andadura, gustos y actitudes. A este texto axial se agregan otras “Confesiones de un trasterrado” y misceláneas letras circunstanciales, alocuciones, palabras y conferencias que llevan como denominador común el esbozo de ese autorretrato literario y filosófico que Gaos traza de Gaos. Siguen algunas muestras del pensamiento del pensador mismo, como el dedicado a la “Salvación de Ortega”, los excursos sobre “Filosofía e infelicidad” y sobre “La vida intelectual (El tapiz por el revés)”, que me fueron señalados por uno de los interlocutores más antiguos de este proyecto antológico que lleva años incubándose: Andrés Lira, eminente historiador discípulo de José Gaos. Entre la primera persona que representan las Confesiones profesionales y otros papeles afines y la tercera que cifran estos últimos textos se impone la presencia de la segunda en las escogidas muestras del epistolario que aquí se han espigado para seguir dando cuenta del perfil del pensador.

Las cartas, ya se sabe, no pertenecen, en sentido estricto, a la literatura: o están más acá o más allá, son otra cosa, pero esa otra cosa a la par corporal y comunitaria, a las veces social y aun política, viene bien para redondear esta suerte de radiografía póstuma de la persona en sus ideas y creencias que hemos querido armar aquí para destacar a la persona. Se da así una cala mínima de ese caudal epistolar que Gaos pasó al estado escrito a lo largo de sus intensos años. En esta antología no se recogen las cartas relacionadas con el primer distanciamiento universitario que tuvo Gaos en 1954, desencadenado por:

Las gestiones que un grupo de profesores de carrera hemos hecho en relación con los nuevos contratos de nuestro profesorado pudieran interpretarse como animadas fundamentalmente por un interés material y no por más altos valores. Los profesores que hicimos las gestiones convinimos en que era indispensable que diéramos una prueba de que estos valores y no aquel interés era lo que fundamentalmente nos animaba. Estimo que es a mí a quien toca darla, por la circunstancia de ser el único del grupo que ha tenido la suerte de recibir de la Universidad el título de doctor honoris causa.7

Sin embargo, el episodio queda documentado a través de los apuntes que hace Reyes sobre el tema (reproducidos en el anexo). Aparecen en este tramo los mensajes y cartas relacionados con el triste episodio de 1966, que llevó a la expulsión del rector Ignacio Chávez de la Rectoría de la UNAM por una pandilla mercenaria y a la renuncia ya mencionada de José Gaos a la Universidad Nacional de la cual había sido nombrado maestro emérito en 1953, luego de largos años de entrega al Seminario de Filosofía que dirigió en la Facultad de Filosofía y Letras de esa Universidad. En 1966 era presidente de la República Gustavo Díaz Ordaz. Como se sabe, Gaos decidió renunciar irrevocablemente a la Universidad como protesta por el trato humillante y, por decir lo menos, poco académico, que había sufrido su amigo, el rector Chávez. Se refugió en El Colegio de México, la institución que le abrió las puertas a su llegada a México a través de Alfonso Reyes, su amigo, corresponsal e interlocutor cuando todavía se llamaba La Casa de España en México. Gaos decidió no volver a la Universidad mientras no hubiese tanto por parte de ésta como por parte de quienes habían participado en el ultraje y de la comunidad universitaria misma, un acto que restituyera a la Universidad la dignidad perdida y mancillada. Eso no sucedió. Gaos se quedó solo y marginado, en una suerte de purgatorio académico que lo seguiría hasta después de su muerte, mientras no se empezaron a publicar sus obras completas gracias a la devoción y al celo de sus discípulos y, en particular, al de Fernando Salmerón. Tal es el tema de algunas de las cartas recogidas en este tramo (a Ignacio Chávez, Leopoldo Zea, Luis Villoro, Javier Barros Sierra y Edmundo O’Gorman a quien sabemos, por el Diario de Reyes, que Gaos profesaba la mayor estima: “José Gaos elogia excesivamente a sus discípulos, y exaltando a O’Gorman sobre Dilthey y Menéndez y Pelayo”, México, domingo 9 de marzo de 1952). Ese acto de dignidad ejemplar, comparable no a un suicidio pero sí a un destierro en el destierro, quedaría grabado en la memoria de algunos universitarios como una advertencia de los hechos ominosos que más tarde podrían sobrevenir, como lo hicieron, sobre la institución que continuaba sus cursos mientras tanto como si nada hubiese sucedido. ¿No evoca esa renuncia la sombra de Sócrates?

El presente volumen alberga una muestra mínima, aunque representativa, de la sabiduría aforística que José Gaos cultivó al final de su vida y que es como un destilado de su pensamiento, experiencia vivida y filosofía. Algunos de esos textos, en rigor, no son aforismos sino fragmentos o pensamientos, lascas, excursos de una reflexión arrojados como piedras sueltas por el camino del conocimiento para orientación de otros caminantes o discípulos y aun acaso de sí mismo.

Cierra el libro ese testimonio que ahora podrá cobrar su inapreciable dimensión al ser contrastado con los signos, pensamientos y claves de José Gaos que lo anteceden: Una tarde con mi padre: recuerdo de JoséGaos (1999) recoge la memoria de su hija Ángeles quien evoca la sombra humanísima (y humanista) del profesor de filosofía de tiempo completo que fue Gaos. Pocas veces, esta expresión, “profesor de tiempo completo” cobra tanta hondura como en estas páginas filiales donde se asoma el “hombre de todos los días que tuvo una pequeña familia”. No hemos querido prescindir aquí de la introducción que Alfonso Rangel Guerra, uno de sus discípulos, hizo a esta memoria cuando fue llevada a la estampa originalmente por el Instituto Politécnico Nacional en el marco de la celebración del 70 aniversario de su fundación, y que revela de reojo la personalidad del maestro. Un apéndice cierra el volumen: la relación, no exhaustiva, de las traducciones que se deben a Gaos.

La presente antología se concibe como un tributo y una invitación a leer a José Gaos a la vez desde una perspectiva crítica, filosófica y literaria. Se presenta como un tributo en el 115 aniversario de su nacimiento.

VI

José Gaos perteneció a la brillante generación de pensadores y filósofos españoles de la primera mitad del siglo XX que sucedió a José Ortega y Gasset (1883-1955), María Zambrano, Manuel García Morente, Eduardo Nicol, Xavier Zubiri, José Ferrater Mora, José Medina Echavarría, José María Gallegos Rocafull, Joaquín Xirau Palau, Juan David García Bacca (cuyo itinerario Emilio Lledó compara con el de Gaos en el prólogo al tomo II de las Obras completas), entre otros. La mayoría de ellos salieron desterrados de su país y buscaron asilo político al otro lado del Atlántico, en México, Venezuela, Puerto Rico, Argentina, Chile, los Estados Unidos. Esa generación prosiguió su vocación y tarea fundamentalmente en los espacios universitarios y editoriales que se abrieron en estos países y, en particular, en México. Entre todos ellos, la figura de José Gaos se singulariza no sólo por su laboriosidad –todos ellos fueron grandes y muy creativos trabajadores intelectuales– sino por haber encontrado en la tierra que lo acogió un destino y un sentido profundo relacionado orgánicamente con su quehacer critico y filosófico propiamente dicho.

La publicación de la Antología del pensamiento de lengua española en la edad contemporánea que hizo Gaos en 1945 para ediciones Séneca, animadas por José Bergamín, se correspondía con otras iniciativas en el ámbito de las letras, como pueden ser la magna Antología de la poesía española e hispanoamericana (1934) editada por el crítico Federico de Onís (1885-1966) y, poco más tarde, la antología de poesía hispánica “Laurel”, publicada también por Editorial Séneca en 1941 y realizada por Juan Gil-Albert, Octavio Paz, Emilio Prados y Xavier Villaurrutia. En el impulso ecuménico y comprehensivo que alienta en las páginas de la Antología del pensamiento de lengua española en la edad contemporánea publicado por José Gaos se puede leer una declaración de principios en relación con la amplitud de una cultura critica, la pensada en español, que lo mismo abarca la teoría política y cultura (Simón Bolívar, Domingo Faustino Sarmiento, José Donoso Cortés, Joaquín Costa), que la pedagogía (Justo Sierra, Eugenio María de Oscos, Francisco Giner de los Ríos), los estudios lingüísticos y literarios (Benito Jerónimo Feijoo, José de Cadalso, Juan Montalvo, José Martí, Marcelino Menéndez y Pelayo, Alfonso Reyes) y, desde luego, la filosofía (Andrés Bello, Jaime Balmes, Gabino Barreda, Miguel de Unamuno, José Vasconcelos, Antonio Caso, Ángel Ganivet). De hecho, cabría reconocer que ese impulso era tan necesario entonces como ahora y que bien cabría pensar una lección antológica actualizada del pensamiento en español y que, de hecho, el lema “pensar en español” circula naturalmente como un estandarte académico dentro y fuera de la lengua. Esto se debe, en buena medida a José Gaos quien supo hacer de su destierro un “trastierro” y tuvo la feliz voluntad de elevar esta ocurrencia a una suerte de categoría intelectual para poder confesarse a sí mismo la condición algo paradójica de un refugiado intelectual capaz de reinventar y de reinterpretar su destierro como un arraigo y no como un desarraigo, como un trasplante, un trastierro de un peregrino que, al verse despojado de su patria, supo transformar la nueva tierra en una tierra elegida voluntariamente, en una nueva querencia que en cierto modo cancelaba la anterior. Esos son algunos de los motivos que hacen de José Gaos un precursor y un maestro del pensamiento por venir.

VII

Estas Confesiones profesionales pueden ser leídas como una introducción viva y vivida a la historia de la filosofía, escrita y expuesta por alguien que la ha trabajado, traducido, enseñado, interpretado y, en cierto modo, construido como un artesano da forma a un juego de ánforas. No es, o solamente lo es en parte, un libro teórico, sino histórico y aun literario: personal. Se da como una serie de “confesiones” o sea de testimonios en primera persona. Una serie de constancias de una vocación vuelta profesión, es decir: misión y oficio. Es un libro real que busca reconstruir la experiencia con datos vividos y a veces leídos, como cuando para transmitir el entusiasmo y ánimo festivo que corría al inicio de la República, remite a un tramo de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós sobre la Constitución de Cádiz. Reminiscencia sintomática. La historia que se cree pretérita, pasada, según Gaos, puede estar corriendo como un aliento esperanzador y porvenir bajo las hojas del efímero calendario… Confesiones profesionales es un libro real y que habla desde la experiencia como lo son, en otro sentido, de un lado, las Cartas a un joven poeta (1929) de Rainer Maria Rilke y, del otro, Las lecciones de los maestros (2004) de George Steiner, ese otro trasterrado y extraterritorial. En todos los casos, están en juego las figuras geométricas de la transmisión del conocimiento a través de las fronteras.

VIII

No libro teórico sino histórico y aun político, potencialmente polémico, crítico. Gaos tenía la intención de continuarlo. No lo hizo. Había materia para seguir el diagnóstico profesional y civil, como lo muestran bien los añadidos y cartas que recoge esta antología y aun los ensayos de filosofía de la cultura (“La vida intelectual [El tapiz por el revés]”, “Filosofía e infelicidad”) en los que asoma el talante crítico, por no decir corrosivo, del discreto y profesional profesor que veía venir en las larvas de hace medio siglo no pocas de las plagas que terminarían flagelando a la sociedad del conocimiento infectada por lo que Gabriel Zaid llamaría El secreto de la fama. Lo muestran también otros textos de Gaos sobre la vida y la cultura universitaria que no ha sido posible recoger aquí, y que prácticamente pedirían otra antología sobre temas universitarios. Las Confesiones profesionales participan desde luego de las memorias, pero son testimonios de un pensador, si no se le quiere decir filósofo, que da su visión del presente y aun del futuro inmediato: entre sus páginas premonitorias muchas veces, se encierra un álbum de recuerdos del porvenir aciago para la cultura y de exámenes clínicos del profesor que asiste de reojo a la agonía de la profesión de profesor en la edad de la producción y reproducción en serie. En 1956 Gaos publicó La filosofía en la Universidad: “disimulado boceto de autorretrato”, según reza la dedicatoria a su amigo Alfonso Reyes. Quizá por eso la presente antología hubiese podido prolongarse. No se ha caído en esa tentación.

Aparecen en el estante las Confesiones profesionales como un libro de lecciones no solamente del maestro sino para el maestro, y así se abren como un arsenal o alacena de formas y actitudes, un repertorio de ademanes, gestos o astucias del sofista que, antes de ser filósofo y aprender a morir y a enseñar a los otros su muerte, debe hacer su camino por los pasillos de la enseñanza, conocer el arte de dar y de recibir en el aula, que Gaos supo practicar lúcida y aun lúdicamente con sus discípulos. Uno de los más allegados, Alejandro Rossi, evoca esas sombras dramáticas del maestro con incomparable pulso:

una gran parte de su actividad docente estuvo dedicada a la explicación de la historia de la filosofía. Esta tarea, Gaos la concebía como la del comentarista; lo típico era que eligiera una obra clásica y que la manipulara como si se tratase de una pieza rara y valiosa, un jarrón que debemos describir en sus más insignificantes detalles, un documento antiguo cuya escritura debemos descifrar, un cuadro que nos propone enigmas de filiación, de influencias, de la particular visión del mundo del artista. De allí que enfatizara tanto el aspecto de composición material del libro, esto es, su organización en secciones, en capítulos, en parágrafos, en frases; que recalcara tanto cómo tal idea aparecía en este sitio y luego volvía a ser mencionada más adelante en aquel otro, cómo una determinada influencia hacía aquí su aparición, que llamara la atención sobre el uso o el abandono de tales o cuales términos. Es natural, entonces, que la historia y la filología estuviesen al servicio de la explicación filosófica y se vieran como las más importantes disciplinas auxiliares. Sin embargo, esos procedimientos hermenéuticos sólo accidentalmente coinciden con lo que podríamos llamar análisis argumentativos, esto es, el examen y la valoración de la estructura de las pruebas, argumentos y demostraciones que eventualmente pueden encontrarse en un texto filosófico. Una cosa es tratar las palabras con el cuidado de quien está frente a un manuscrito o una obra maestra de la literatura, donde cada elemento es significativo y esencial, y otra muy distinta es el examen epistemológico del texto. Sin duda alguna, ambas maneras, sobre todo en ciertos casos privilegiados, pueden convivir, pero esto no nos autoriza a pasar por alto la radical diferencia que media entre ellas. En definitiva, para decirlo con alguna exageración, Gaos sacralizaba el texto. Esta actitud, que consciente o inconsciente fomentaba una cierta beatería, elevaba de inmediato a virtudes supremas la lectura del filósofo en su lengua original, el manejo preciso de las fuentes, la erudición histórica, la posesión de buenas ediciones, de comentarios, en una palabra, todas aquellas armas que permitieran la conquista de la ciudad sagrada.8

En ese mismo sentido, otro discípulo cercano, Emilio Uranga, supo decir de Gaos:

Pero quizá lo más valioso de José Gaos fue abrir a sus seguidores la convicción de que la filosofía estaba, y sólo podía estar, en sus textos auténticos, y no en los manuales de enseñanza de la filosofía. Poca cosa, se dirá, ésta de remitir a los textos originales desdeñando las introducciones, los resúmenes, los apuntes, las lecciones preliminares. Pero ni tan poca cosa, pues lo que se llama la filosofía sólo está en las obras originales de los filósofos. Aquí se les cata, se les conoce, y, en definitiva, de esa lectura surge todo lo que puede con derecho bautizarse con el nombre de filosofía. Todo lo demás son aproximaciones, “cotorreos”, adulteraciones. Gaos quería que la labor de un maestro de la facultad de Filosofía fuera la edición de un texto clásico y su comentario. Se comprometía a enseñar esta tarea, a practicarla, y así lo hizo durante muchos años. Sus auténticos discípulos son glosadores y el que no ha penetrado en la filosofía no entenderá bien a bien el mérito de esta vocación y de este cumplimiento. Siempre le parecerá que hace falta otra cosa más. Pero, ¿qué cosa? Desde luego la propia creación. Gaos no se comprometía a crear un filósofo, a suscitarlo. Entendía perfectamente que esto caía fuera de sus alcances. En cuanto a lo otro, sería recaer en las vaguedades y antesalas, pues si por filosofar se entiende dar lecciones preliminares, esto sí que es poca cosa.

Siempre me dijo Gaos que lo más valioso en un hombre con vocación filosófica serían sus lecciones de moral y no de metafísica. “Nunca leeré –me decía– lo que usted escriba sobre ontología. Pero sí todo lo que quiera decirme sobre la moral, sobre las costumbres, sobre los juicios de valor, sobre los hombres y las obras”. Esta dimensión de sus consejos es hoy la que estimo como de la mayor vigencia. Saber juzgar, pronunciar un juicio sobre algo, sobre una vida, sobre un libro, sobre un destino. ¿Quién lo hace? O lo hará a la ligera, pero no con todo el peso de una formación. Yo oía mucho a Gaos, pues llegué a comprender que, muerto él, ya no habría para mí ningún otro maestro. Esto lo escribió Cicerón, así, literalmente, en su Diálogo sobre la Vejez. A mí se me viene encima con un peso insoportable de melancolía.9

Luis Villoro, al iniciar el prólogo a De la filosofía, tomo XII de las Obras completas, esboza una caracterización de la obra filosófica central de José Gaos:

A fines de 1958 José Gaos sufrió un primer ataque al corazón, aviso para él de la urgencia de ponerse a redactar una obra que sus múltiples tareas y encargos le habían obligado a diferir. Al año siguiente se dedicó a escribir la redacción final de las lecciones que constituyen De la Filosofía; las dictó en un curso regular en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en 1960.

Dos años más tarde, en la colección “Dianoia” del Fondo de Cultura Económica, bajo el cuidado del Centro de Estudios Filosóficos de la UNAM, fue publicado De la Filosofía, el libro más logrado de Gaos. Junto con Del Hombre, que lo sucedería, constituye su expresión filosófica más destacada. En ese libro el autor expone por primera vez de un trecho su concepción de conjunto de la filosofía; en su compacta estructura condensa la obstinada reflexión personal de muchos años. Y esa reflexión severa, honda a la vez que minuciosa, casi ascética, marca su sello a la forma literaria. Caracteres peculiares del estilo de Gaos alcanzan su extremo; la prosa es dura, ósea y acerada, de una hosquedad irritante a menudo. Al igual que la reflexión, la expresión se niega a hacer concesiones o a suavizar al lector dificultades. A la vez, un afán de precisión y nitidez en el lenguaje, un temor excesivo a la ambigüedad terminológica complican la frase y la vuelven barroca. Se exige un esfuerzo constante del lector para seguir la línea, árida y quebrada, del discurso. Pero quien lo haga, verá su trabajo premiado. Al llegar al final todo se conecta, se explica, cobra vida; en visión retrospectiva el libro muestra un cuerpo equilibrado y armonioso. En los viejos altares barrocos, al sustraer la atención de las líneas retorcidas del estípite para fijarla, de lejos, en la estructura, suele revelarse de pronto una armonía de sencillez y pureza insospechadas; así también sucede con este libro singular: sólo al contemplarlo a la distancia de sus últimas páginas, destaca la sobria solidez de su fábrica. Tras la aspereza de los análisis particulares, se muestra entonces una concepción de conjunto profunda y personal. Antes que en la solución de este o aquel problema, el principal interés del libro radica, creemos, en la unidad de una visión que logra presentar problemas tradicionales de la filosofía en una relación peculiar. Descubrir relaciones nuevas entre problemas de siempre, ¿no es ésta la manera más propia de la “invención” filosófica? Con ello tocamos otra característica del libro, que le otorga peculiar densidad. Gaos, por amor a la brevedad, no ha querido explicar todo el trasfondo histórico de los problemas que discute; sin embargo, el discurso deja siempre adivinar, entre líneas, la historia de la filosofía occidental, en sus hitos principales. No en vano para Gaos la filosofía de la filosofía ha sido reflexión histórica y sistemática a la par.10

En la primera mitad de 1958 José Gaos convocó a “sus alumnos Ricardo Guerra, Alejandro Rossi, Emilio Uranga y Luis Villoro” a participar en un Seminario de Filosofía Moderna, en ese contexto se vio “una serie de escritos que cada miembro del seminario elaboró dedicados al tema de la vocación filosófica. ¿En qué momento preciso –al parecer rezaba la pregunta– comenzó el interés por la filosofía y qué se debía haber perseverado, vital y profesionalmente en esa disciplina?”, dice Aurelia Valero al reunir en Filosofía y vocación,11 los escritos de los pensadores mencionados. De la importancia de ese Seminario para el propio José Gaos tanto como para cada uno de sus alumnos, ha sabido dar cuenta en la semblanza sobre su padre “Por ejemplo, un puñado de sal”, Juan Villoro:

Los saldos de este coloquio privado se conocieron apenas en 2013, gracias al imprescindible libro Filosofía y vocación, preparado y editado por Aurelia Valero Pie, con epílogo de Guillermo Hurtado.

¿Qué sucedió en aquellas discusiones? Con la seguridad, no desprovista de arrogancia, de quienes se saben dueños de sus propias armas, los jóvenes filósofos repudiaron a su maestro y se repudiaron entre sí. Todos consideraron que la filosofía era una disciplina rigurosa que podía ejercerse al margen de las tribulaciones del destino personal, y mi padre insistió en el carácter no filosófico de una propuesta que planteaba, simultáneamente, una perseverancia “profesional” y “vital”: “Los motivos personales que conducen a la actitud filosófica pueden ser diversos, mas todos tienen en común formar parte del orden mundano o prefilosófico […]. Es propio de la filosofía comenzar donde ese orden termina […] Sería un círculo pretender explicar por el orden mundano natural una actitud que consiste en ponerlo en cuestión”.

Aunque los discípulos de Gaos coincidieron en rechazar el planteamiento, discreparon en la forma de hacerlo. El favorito de los cuatro, a quien el maestro llamaba primus inter pares, Emilio Uranga, arremetió con brillante sarcasmo contra sus colegas. Acusó a Ricardo Guerra de argumentar como un rotario, a Alejandro Rossi de explicar todo lo que la filosofía no es y ser incapaz de decir lo que sí es y a Luis Villoro de conducirse con la calculada humildad de una vedette. El saldo de ese seminario informal se parece más a una obra de teatro que a un encuentro filosófico. En su última intervención, mi padre hizo un llamado a la prudencia, solicitando que la trifulca no se diera a conocer.

Lo significativo, para efectos de este escrito, es que mi padre rechazó entonces lo que, con los matices del caso, defendería el resto de su vida: la filosofía como forma de vida.12

José Gaos, por lo que se desprende de este testimonio personal, supo tener influencia no solamente sobre el pensamiento sino sobre la acción y el sentido de la acción de algunos de sus discípulos: uno de ellos es Luis Villoro. Gaos sabía bien que la filosofía no podía verse separada de la filosofía de la acción, para aludir a Paul Ricoeur, otro lector de Husserl. Ciertamente tiene razón Guillermo Hurtado en el epílogo al libro Filosofía y vocación:

Tal parece que si la filosofía era para Gaos confesión personal, su propia filosofía, incluida en su filosofía de la filosofía, debería leerse en esa clave. Dicho de otra manera, habría que descifrar en sus escritos filosóficos una expresión de su personalidad. El guión de esta interpretación de su obra filosófica se encontraría en sus Confesiones profesionales. Sin embargo, alguien podría sugerir que lo único que podemos encontrar en ese libro es la versión que sobre sí mismo y sobre su filosofía nos quiso dar Gaos. ¿Acaso es José Gaos la autoridad infalible e incorregible acerca de sí mismo, acerca de cuáles fueron sus verdaderas motivaciones para convertirse en filósofo o para defender su peculiar filosofía de la filosofía? Una lectura de sus diarios y de sus cuadernos podría ayudarnos a encontrar los elementos faltantes para completar el cuadro, pero no es fácil saber cómo entreverar esos papeles privados con los escritos filosóficos destinados al público. Lo único que ahora nos queda es el personaje “José Gaos” descrito por José Gaos en sus escritos públicos y privados.13

Ese personaje que habla con ejemplos es el sujeto que anima esta antología.

Uno de los filósofos que mejor conocía Gaos era Hegel. Ramón Xirau lo sabía. En el prólogo a De Descartes a Marx. Estudios y notas de historia de la filosofía, tomo IV de sus Obras completas, Xirau recuerda así esa línea de investigación de su maestro y de paso da testimonio sobre su renuncia a la Universidad:

El pensamiento de Gaos muchas veces así latente o explícito en sus estudios de historia y, en especial, sus ideas acerca de la Filosofía de la Filosofía y el que nos lleva a una de las doctrinas más duramente vividas y vívidamente expresadas por Gaos cuando se refiere al “valer” y a la “pena”; al “valer la pena”. Es decir, a aquello que en los años sesenta Gaos afirmó acerca de la ética, esta ética que es una vía no tanto del conocimiento como de la sabiduría [...].

José Gaos tuvo un conocimiento enciclopédico de la historia de la filosofía. Impresionaban y siguen impresionando la vastedad y penetración de sus conocimientos. Es probable, sin embargo, que los filósofos que mejor conociera fueran, aparte de los presocráticos, Aristóteles, Kant, Hegel, Husserl, Heidegger y, en general, la fenomenología.

A Hegel se destinan tres estudios que mucho nos dicen de Hegel y bastante nos dicen de Gaos, del pensamiento personal de José Gaos.

El conocimiento que Gaos tuvo de Hegel fue, de hecho, precoz. En el año de 1928 ya había aparecido, publicada por la Revista de Occidente, la traducción de Gaos de las Lecciones sobre filosofía de la historia. Lo más probable es que antes de los veinticinco años, Gaos conociera ya en buena medida el pensamiento hegeliano así como el alemán –para poder llevar a cabo su magnífica traducción.

Durante muchos años, Gaos impartió, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, un largo y preciso seminario sobre Hegel que se inició en los años cincuentas y que prácticamente continuó hasta su valiente renuncia en protesta por el derrocamiento del doctor Ignacio Chávez como rector. Hay que mencionar este hecho porque la renuncia de Gaos fue dolorosa (renunciaba a su casa) y poco frecuente en nuestros medios académicos. De hecho, la dedicación de Gaos a Hegel duró muchos años, probablemente más de diez y esto por lo que toca a la Fenomenología del espíritu y a la Lógica.14

No todos los lectores de Gaos tienen la misma percepción inmediata de su figura. Un ejemplo es el de Carlos Pereda (1944), el trasterrado filósofo uruguayo nacionalizado mexicano e investigador emérito del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM. En La filosofía en México en el siglo XX. Apuntes de un participante, en el capítulo que dedica a “Los trasterrados. Notas sobre María Zambrano y José Gaos”, hace un contraste entre estos dos pensadores. En dichas páginas hace una discreta crítica al “último rector de la Universidad Central, hoy Complutense de Madrid, durante la República” en torno a su relación de “tortuosa lealtad respecto del maestro”. Pereda cita ahí las intermitencias tanto de Gaos como de Zambrano en torno a su maestro Ortega y Gasset. Registra primero el testimonio de agradecimiento de Gaos a Ortega expresado en el libro Dos ideas de la filosofía de 1940:

[El concepto de “nuestra vida”] es el concepto central en la filosofía de mi maestro Ortega y Gasset. Precisar en todos los puntos hasta dónde lo que pienso es mera reproducción de esta filosofía o prolongación, relación, ocurrencia mía, [quizá] fuera interesante en una doble dirección inversa: reconocerle lo suyo y no achacarle lo que no querría aceptar. Pero tal puntualización me es imposible. Durante años he vivido en convivencia diaria con él.15

A continuación Carlos Pereda dice:

en 1947 en una carta en defensa de Alfonso Reyes (otro buen amigo de Zambrano), casi diría que con desazón hasta con angustia peleándose consigo mismo, Gaos se retuerce entre impostergables fidelidades y sus polvaredas (esos demonios que no dan tregua). Pero así suele jugárnosla la vida:

¿Es que Ortega comparte la saña y, donde no alcanza ésta, el resentimiento del franquismo? [...] Cuántas veces no hemos tenido que defender el silencio de Ortega en años anteriores […] [En la España no franquista] ha perdido Ortega su autoridad intelectual y sobretodo moral “casi” íntegramente. “Casi” porque aún quedábamos algunos que nos esforzábamos por no dejarnos contagiar. Qué hondo y sincero pesar encontrarnos empujados hacia la pérdida de un respeto que creíamos necesario.16

Pereda remata su nota sobre Gaos citando un tramo de las Confesiones profesionales, no sin antes apuntar:

pese a algunos nubarrones, y aunque de seguro había más pasión de lo que se sugiere, el estilo vuelve a ser tranquilo, incluyente, y encuentra el tono reconciliador que se andaba deseando. Con juicio se pueden ya retomar materiales de antaño, sobre todo, afectos de antaño. El tiempo es un astuto acomodador de pérdidas.

Dice Gaos, citado por Pereda:

Es probable que todos ustedes sepan que soy reconocido, y siempre me he reconocido yo mismo, por discípulo de Ortega y Gasset. Hasta me he tenido, y no sólo íntimamente, sino también más o menos públicamente, por su discípulo más fiel y predilecto, aunque desde hace algún tiempo no puedo menos de pensar que en tal puesto o condición me reemplazó Julián Marías, y que aunque éste no me hubiera reemplazado, la divergencia de posición tomada en la Guerra Civil, con todas sus consecuencias, haya hecho su efecto en el ánimo de Ortega, si no en el mío.17

En efecto Gaos tenía en mente, como una idea fija, a su maestro José Ortega y Gasset. Dos años antes de morir, en 1957, Reyes recibió de José Gaos su libro sobre Ortega: “Visita de José Gaos con su libro Sobre Ortega y Gasset.” México, miércoles 9 de octubre de 1957.

IX

Las Confesiones profesionales son un libro de filosofía de la educación, de sabiduría sobre la enseñanza y los mecanismos y recursos de que se han de valer los hombres de ideas para transmitirlas desde el aula a lo largo del tiempo. De ahí que pueda ser también ineludiblemente leído como un arte del buen vivir enseñando, un libro de enseñanzas sobre el saber y su transmisión. El hecho de que Gaos haya podido ser maestro de numerosas generaciones le dio desde luego una perspectiva histórica, filosófica sobre las sombras y luces de la profesión de pensar ante los otros los pensamientos de otros. Por eso mismo estas Confesiones profesionales son una autobiografía intelectual marcada por la honradez y la probidad, un testamento humano y aun político, académico y filosófico del siglo XX. Libro de crítica y de autocrítica del impulso didáctico y educativo que sabe ponerse en tela de juicio a sí mismo “quién sabe si la vocación pedagógica, en la apariencia tan paternal y tan divinal, no es una hipócrita versión, en el fondo, en la raíz de la voluntad de poder –y de la voluntad de poder del débil y cobarde– que no atreviéndose a dar la cara, hecha por el rodeo de la idea y de la mayéutica de ésta”.18

X

Ya desde antes de 1939, Gaos se había puesto a “reivindicar para Ortega el puesto de filósofo que le negaban muchos […] como un caso singularmente relevante de algo mucho más general e importante: la reivindicación de los valores anejos a las formas del pensamiento hispánico”. Esta conciencia lo llevaría, años más tarde, a lanzar esa Antología del pensamiento en lengua española que es no sólo el nombre de un repertorio de textos clave y de bisagras documentales de la reflexión hispánica sino el lema agorero de la posibilidad misma del filosofar en y desde la lengua española.

XI

Coleccionista de formas y de actitudes ante la muerte, el filósofo está obligado a caminar y aun a danzar por el filo de la navaja del escepticismo y del nihilismo, y a hacerlo con buen gusto, desde la perspectiva traviesa de la cuerda sobre la cual se desplaza el equilibrista en sus ejercicios. Es un moribundo activo que sale al anfiteatro para hacer con buen humor la autopsia de las formas muertas a fin de encontrar en sus experiencias los expedientes que ayuden a otros a conocer mejor el ritmo, el compás y el paso de la danza que todos hemos de bailar.

Adolfo Castañón

Anexo

Algunos apuntes sobre José Gaos en los Diarios de Alfonso Reyes:

México, jueves 2 julio 1954.

José Gaos, ayer y hoy, a contarme la situación de los profesores de Filosofía y Letras con el Rector de la Universidad.

México, domingo 4 julio 1954.

Gaos sigue comunicándose para contarme el estado del conflicto universitario entre el Rector y los candidatos a catedráticos de carrera para Filosofía y Letras.

México, miércoles 17 agosto 1955.

Noche: José Gaos, con penoso asunto de injustos ataques que le hacen con motivo de politiquilla universitaria.

México, domingo 6 mayo 1956.

José Gaos: no contento –y con razón– con que Pulido Silva retire la injuria que le hizo, pide que el tribunal universitario declare que fue calumniosa.19

México, junio viernes 29 1956.

Gaos viene a decirme que, al averiguar que se toma su caso como arma política de varios distintos sectores contra el Rector, ha renunciado a la Universidad. Vuelve al Colegio y al Fondo. Puede que sea mejor por ahora. […] Gaos, que confirma su renuncia a la Universidad.

México, viernes 6 julio 1956

Anoche, el rector Nabor Carrillo honesta y valientemente hizo que el Consejo Universitario aprobara por aclamación los cuatro puntos de Gaos, ovacionando a éste. El asunto se resolvió en bien del honor de nuestra Universidad.

México, domingo 8 julio 1956.

Gaos viene, jubilante, con sus buenas nuevas.

México, domingo 20 enero 1957.

Le dejo en casa a Gaos tres diccionarios para que copie “libertad” (Covarrubias, Autoridades y Terreros), mientras vamos al té un ratito chez Ramón Xirau (que cumple 53 años) y Anita. Gaos a la hora de la merienda, copiando acepciones de “libertad” en mis diccionarios viejos castellanos.

México, miércoles 25 diciembre 1957.

Noche, José Gaos me trae el precioso librito de aforismos, 10% que me dedica, lindamente impreso por Stols (Fondo: Tezontle).

México, domingo, 29 diciembre 1957.

Gaos viene a cenar. Acabé de leer el original de sus excelentes Confesiones profesionales.

México, sábado 14 junio 1958.

José Gaos a la merienda. Me trae su libro Confesiones profesionales.

México, jueves 6 noviembre 1958.

Gaos desde hace más de un mes muy enfermo del corazón.

México, martes 27 enero 1959.

Visita de Gaos, que ha quedado muy flaco, después de su infarto. Infartos a la moda (Caso, Junco, Gaos).

1. Carta de José Gaos a Alfonso Reyes del 15 de diciembre de 1955, Obras completas de José Gaos, t. XIX, Epistolario y papeles privados, edición, prólogo y notas de Alfonso Rangel Guerra, México: UNAM, 1999, pp. 248-249. [Las referencias a las Obras completas de José Gaos se presentarán como O. C. seguidas del tomo y la información correspondiente al volumen. N. del E.].

2. O. C., t. XVII: Confesiones profesionales. Aforística. Pról. y selec. de la Aforística inédita Vera Yamuni Tabush, Coord. Fernando Salmerón, México: UNAM, 1982, p. 83.

3. José Gaos, O. C., t. VIII: Filosofía mexicana de nuestros días. En torno a la filosofía mexicana. Sobre la filosofía y la cultura en México, ensayos prólogos y notas, Pról. de Leopoldo Zea, nota del coordinador de la edición Fernando Salmerón, México: UNAM, 1996, pp. 626-630.

4. Este texto, que José Gaos no tituló, aparece con el nombre “Trabajo de José Gaos sobre la vocación filosófica” en Filosofía y vocación. Seminario de filosofía moderna de José Gaos, textos de José Gaos, Ricardo Guerra, Alejandro Rossi, Emilio Uranga y Luis Villoro, Edición e introducción de Aurelia Valero Pie, epílogo de Guillermo Hurtado, México: FCE, 2012, pp. 33-44; y con el título “Entrevista a sí mismo” en Filosofía y vida. Debate sobre José Gaos, Sergio Sevilla y Manuel E. Vázquez (Eds.), Madrid: Grupo Editorial Siglo Veintiuno, pp. 235-243. En este volumen se incluye con el nombre “Gaos por Gaos (Autorretrato)”.

5. El índice general de las Obras completas se puede ver en línea en la página del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, www.filosoficas.unam.mx/~gaos/obra.php.

6. Aurelia Valero Pie en su ineludible y muy bien documentada obra José Gaos en México: una biografía intelectual 1938-1969, México: El Colegio de México, 2015, reconstruye estos episodios: “Este clima de tensiones comenzó con el ascenso a la rectoría del doctor Ignacio Chávez y con la serie de reformas que desde entonces promovió. Según consta en distintas crónicas, las campañas adversas que se fueron desatando provenían de agrupaciones tanto de izquierda como de derecha, ya fuera que lo acusaran de gobiernista o para repudiarlo como comunista. En el imaginario de unas y otras intervenía el espectro revolucionario que acompañó la Guerra Fría y que, para alegría o espanto de muchos, se había transustanciado en Cuba en las postrimerías de la década anterior. En ese ambiente, a la vez polarizado y presto a la movilización, el eminente cardiólogo operó la proeza de reelegirse en el puesto, si bien apenas tuvo tiempo de asentarse en la torre que preside la explanada. Como es sabido, los ya ríspidos humores determinaron que unos meses más tarde se le arrancara la renuncia. Ocurrió, en efecto, que al igual que unas partículas de polvo poseen la capacidad de acelerar la lluvia, así también unas figuras menores lograron precipitar el flujo de los acontecimientos. Entre esos corpúsculos se hallaban Leopoldo Sánchez Duarte y Espiridión Payán, estudiantes sublevados ante la posibilidad de que César Sepúlveda, director de la Facultad de Derecho, se postulara para un segundo periodo en el cargo.

A partir de ese momento se desencadenaron los sucesos, cada uno más lamentable que el anterior: las sanciones contra los alumnos suscitaron quejas y condenaciones, culminando en una huelga que se extendió por toda la UNAM. De nada valieron las negociaciones ni que gran parte del estudiantado abandonara las protestas ante la disposición al diálogo que exhibió la rectoría. Haciendo caso omiso de cualquier acuerdo o compromiso, el domingo 24 de abril los líderes del movimiento ocuparon los edificios de Mascarones, de San Ildefonso y, al día siguiente, el de Santo Domingo, en cuyas aulas se tenía previsto reanudar las clases. En vista del giro que tomó la situación, Chávez convocó, 24 horas más tarde, a una junta urgente a la que asistieron directores de Escuelas, Facultades e Institutos. Los huelguistas no les concedieron tregua y, a unos minutos de iniciada la reunión, irrumpieron en la sala. Exigían la renuncia del rector. Durante cinco horas lo mantuvieron secuestrado, sometiéndolo a insultos, intimidaciones y violencias. Sólo al caer la tarde, cuando se amenazó con entregarlo desnudo a la turba congregada en la explanada, consintió en firmar su dimisión, que entregó junto con la de los 25 académicos que lo acompañaban. Entonces se les permitió retirarse”, p. 416. [Los pormenores de este episodio se encuentran ampliamente documentados en Estela Romo Medrano, Un relato biográfico: Ignacio Chávez, rector de la UNAM, pp. 378-427].

7. José Gaos, (Fragmento de la Carta 190) a Efrén C. del Pozo, México, D. F., 30 de junio de 1954, en O. C. t. XIX, Epistolario y papeles privados, edición, prólogo y notas de Alfonso Rangel Guerra [A.R.G], México: UNAM, p. 354.

8. Alejandro Rossi, Obras reunidas, “Una imagen de José Gaos” (fragmento) en “Manual del distraído”, México: FCE,2005: pp. 142-143

9. Emilio Uranga, “En memoria sobre José Gaos”, El tablero de enfrente. Artículos 2ª. serie, colección “Pensamiento actual”, Federación Editorial Mexicana, (FEM 57), 30 de junio de 1981.

10. Luis Villoro, "Introducción", en José Gaos, O. C., t. XII, De la filosofía, México: UNAM, 1982, pp. V-VI..

11. Aurelia Valero, "Introducción", en Filosofía y vocación. Seminario de filosofía moderna de José Gaos, textos de José Gaos, Ricardo Guerra, Alejandro Rossi, Emilio Uranga y Luis Villoro, edición e introducción de Aurelia Valero Pie, epílogo de Guillermo Hurtado, México: FCE, 2012.

12. Juan Villoro, “Por ejemplo, un puñado de sal”, Crítica. Revista cultural de la Universidad Autónoma de Puebla, núm. 165, junio-julio 2015, pp. 26-27.

13. Guillermo Hurtado, “Epílogo”, en Filosofía y vocación. Seminario de filosofía moderna de José Gaos, textos de José Gaos, Ricardo Guerra, Alejandro Rossi, Emilio Uranga y Luis Villoro, Edición e introducción de Aurelia Valero Pie, México: FCE, 2012, p. 132-133.

14. Ramón Xirau en José Gaos, O. C., t. IV, De Descartes a Marx. Estudios y notas de historia de la filosofía, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2007, p. 6.

15. Carlos Pereda, La filosofía en México en el siglo XX. Apuntes de un participante, México, Dirección General de Publicaciones del Conaculta, 2013, p. 66.

16. Ibídem, p. 67. El texto se presenta en la carta IV [113] a Alfonso Reyes en este volumen.

17. Ibídem. El fragmento se encuentra en el numeral 5 de las Confesiones profesionales.

18. El fragmento se encuentra en el numeral 7 de las Confesiones profesionales.

19. Gaos escribió el 17 de julio de 1956 al rector, doctor D. Efrén C. del Pozo, expresando su “satisfacción y agradecimiento así por los términos como por la forma” en que se resolvió este asunto cuyo antecedente fue una afirmación hecha por el profesor Alberto Pulido Silva en el Excélsior del día 2 de agosto de 1955 diciendo: “comprobé una vez más cómo el dinero corrompe las consciencias y el intelecto. Gaos está recién nombrado maestro de carrera según la Gaceta universitaria. Quizá por eso vendió su consciencia”. “Esta declaración motivó que José Gaos elevara su protesta ante el Consejo Universitario” anota Alfonso Rangel Guerra, el editor del tomo XIX Epistolario y otros papeles privados, Ed., prol. y notas de Alfonso Rangel Guerra, pp. 356-357.