Matrimonio a la italiana - Kathryn Ross - E-Book
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Matrimonio a la italiana E-Book

Kathryn Ross

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Beschreibung

Lo que estaba claro era que aquello jamás sería un matrimonio de conveniencia. Gemma no había conseguido llegar a olvidar del todo a Marcus Rossini, por mucho que todo hubiera acabado entre ellos hacía ya mucho tiempo... pero todavía los unía algo: su hijo Liam. Ahora Marcus tenía que regresar a Italia y quería llevarse consigo a Liam y a Gemma. Nada impediría que se saliera con la suya... A Gemma le habría encantado resistirse, pero eso era algo que jamás había podido hacer con Marcus Rossini...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Kathryn Ross

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Matrimonio a la italiana, n.º 1464 - abril 2018

Título original: The Italian Marriage

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-201-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

PAPÁ se va a casar.

Las palabras cayeron como una bomba en el calor soporífero de la tarde estival.

–¿Cómo? –Gemma estaba sirviendo a su hijo un vaso de limonada y esta se derramó sobre la manta de picnic y le salpicó el borde del vestido–. ¿Qué has dicho, Liam?

–Se te ha caído la limonada –señaló el niño de cuatro años, y estiró el brazo para sacar una chocolatina de la cesta de picnic.

–Ya lo sé.

En circunstancias normales, le habría dicho a su hijo que no podía comer chocolate hasta que no hubiera terminado los sándwiches, pero su cabeza estaba hecha un lío.

–¿Qué es lo que has dicho de papá? –preguntó de nuevo, tratando de que su nerviosismo no se notara.

–Que se va a casar –Liam mordió el chocolate y clavó en ella sus ojos oscuros, que eran perturbadoramente iguales a los de su padre–. ¿Eso quiere decir que voy a tener dos mamis, como Annie?

–Bueno…, me imagino que sí.

No sabía qué decir, seguía como anestesiada. Resultaba extraño cómo, en cuestión de segundos, se podía abrir un abismo a los pies de uno. En realidad, no sabía por qué estaba tan conmocionada… ni tan sorprendida. Marcus Rossini tenía treinta y ocho años, era espectacularmente guapo y rico. En cuestión de mujeres, siempre había podido elegir. Con los cuarenta asomando en el horizonte, quizá hubiera decidido poner fin a sus aventuras y sentar la cabeza.

En ese caso, ¿quién sería ella?, se preguntó Gemma. Apostaría a que se trataba de su amor de infancia, Sophia Albani. Las mujeres habían entrado y salido de la vida de Marcus a lo largo de los años; Sophia, en cambio, había permanecido siempre en un discreto segundo plano, y eso a pesar de que en ocasiones los habían separado miles de kilómetros; a pesar también de que Marcus había tenido un hijo. Sophia se había tomado las cosas con calma y la relación de ambos parecía haber sobrevivido a todas las adversidades. ¿Sería esa la prueba de que se trataba de amor verdadero? Por alguna razón, el dolor que aquel pensamiento le produjo endureció su corazón.

–¿Estás seguro de lo que dices, Liam? –preguntó con suavidad a su hijo–. ¿Cómo sabes que papá se va a casar?, ¿te lo ha dicho él?

Liam meneó la cabeza y metió la mano en la cesta para sacar una galleta.

–Yo tenía que estar en la cama, pero me levanté porque me dolía la barriga y le oí hablando…

–¿Anoche?

Liam asintió. La curiosidad la corroía.

–¿Con quién hablaba?

El niño se encogió de hombros.

–¿No sería con Sophia? –tanteó–. ¿Estaba en casa de papá anoche?

–Hablaba por teléfono.

Liam agarró una bolsa de patatas fritas y Gemma salió del trance en el que estaba sumida. Interrogar a un chiquillo de cuatro años no estaba bien y la vida privada de Marcus no era de su incumbencia.

–Basta de chucherías, Liam. Cómete un sándwich, haz el favor.

El niño arrugó la nariz.

–No me gustan. No me gusta esa cosa verde y resbalosa.

–No es resbalosa. Se llama pepino y te encanta.

Liam meneó la cabeza con rebeldía.

–Odio el pepino.

–Solo uno, vamos, hazlo por mamá.

–Papá no me obliga a comer esas cosas horribles.

Gemma sintió una punzada de irritación. Siempre igual, Liam idolatraba a su padre. Oía frases semejantes a esa medio millón de veces al día: «Papá no me obliga a acostarme tan temprano…», «Papá me deja ver este programa en la tele…», «Papá me lee un cuento cuando me despierto por la noche…». Trató de dejarlo correr sin recurrir al sarcasmo. A veces, sin embargo, cuando se sentía cansada o agobiada, esas protestas la sacaban de quicio y deseaba con todas sus fuerzas hacer un comentario despectivo, algo que revelara a Liam que su maravilloso padre no era un hombre en el que se pudiera confiar.

Pero nunca, nunca, caería tan bajo. Porque lo cierto era que, por mucho que Marcus Rossini la hubiera herido en el pasado y por mucho que ella deseara olvidar su existencia, era un padre magnífico. Y, al final, aquello era lo único que importaba.

–Haz el favor de no discutir, Liam. Cómete el sándwich. Si no, tendré que decirle a papá que te has portado mal cuando venga a recogerte esta tarde.

Vio que el niño vacilaba y luego hacía obedientemente lo que le había pedido. Siempre funcionaba, pensó Gemma mientras frotaba el dobladillo de su vestido con un pañuelo de papel para secar la limonada. Lo irónico era que sus conversaciones con el padre de Liam no podían ser más breves. Nunca hablaba con él de otra cosa que no fuera ponerse de acuerdo para que pasara a recoger a su hijo. En realidad, llevaba meses sin ver a Marcus. En cuanto el coche de este se detenía delante de su casa, ella mandaba salir a Liam con la bolsa ya preparada; de ese modo, eliminaba la necesidad de que Marcus se acercara. Cuando regresaban, tenía a su madre para que les abriera la puerta. Le parecía más sencillo así. No le resultaba fácil charlar con Marcus sin reabrir viejas heridas.

Afortunadamente, de momento Liam era demasiado pequeño para darse cuenta de aquello, pero se imaginaba que llegaría el día en el que la amenaza de acusarlo ante su padre dejaría de funcionar.

¿Iría Marcus de verdad a casarse?, se preguntó mientras miraba a Liam. Sintió que algo se retorcía dolorosamente en su interior. Aquello no la afectaba en un plano personal, se dijo con firmeza; hacía mucho tiempo que se había resignado a la evidencia de que Marcus no era el hombre apropiado para ella. Solo le preocupaba cómo se lo tomaría Liam.

–¿Puedo ir ya a los columpios? –preguntó el niño en cuanto hubo terminado el sándwich.

–Sí.

Miró cómo su hijo salvaba corriendo la escasa distancia que los separaba del área de juegos. Sus piernecitas, cubiertas por unos vaqueros, se movían a la velocidad del rayo. A medio camino, se dio la vuelta y regresó corriendo hasta ella, la rodeó con los brazos y la besó en la mejilla.

–Te quiero, mami –dijo.

–Yo también te quiero –contestó ella.

–¿Vas a mirar para ver lo alto que llego con el columpio? –sus ojos oscuros resplandecían de emoción.

–Pues claro que sí, cariño –observó a su hijo mientras este regresaba corriendo a la zona infantil. Su corazón rebosaba de orgullo y amor.

A pesar de ser sábado por la tarde y de que hacía sol, no había mucha gente en el parque. Si no hubiera sido por el lejano zumbido del tráfico londinense, le habría parecido que se encontraban en pleno campo. Se preguntó qué estaría haciendo Marcus. Normalmente, los sábados recogía a Liam por la mañana y pasaba con él el fin de semana, pero esa vez había habido un cambio de última hora. El niño se había quedado a dormir la noche anterior con su padre y este lo había llevado de regreso muy temprano por la mañana, porque, según había dicho, tenía cosas que hacer. Pasaría a recogerlo de nuevo en torno a las cuatro y media.

Tal vez aquel cambio de planes tuviera que ver con Sophia… ¿Habrían ido juntos a comprar el anillo de compromiso? Guardó el envase con los sándwiches en la cesta de picnic y se acomodó de nuevo sobre la manta para mirar a Liam. Por lo que a ella respectaba, Marcus podía rodearse de un harén, se dijo enérgicamente. No era asunto suyo.

El zumbido de las abejas que libaban en las flores de un arriate cercano llenaba el aire. Durante un segundo, el calor y la tranquilidad invocaron en su mente el recuerdo de otra tarde: Marcus y ella echados a la orilla de un río, con los brazos de él entrelazados en torno a su cintura. Las manos de Marcus recorrían su cuerpo posesivamente, le desabrochaban los botones de la blusa y se deslizaban bajo la tela en busca del calor de su piel. «Quiero hacer el amor contigo, Gemma. Aquí, ahora mismo…»

La pasión y la premura del recuerdo la excitaron y la invadió una oleada de deseo. Se odió por ello. Habían pasado años desde la época en la que se acostaba con Marcus y esos sentimientos estaban muertos, se dijo con fiereza. Muertos y enterrados. Se había afligido y había estado de duelo. Aquello había quedado atrás.

–Hola, Gemma.

La voz de Marcus fue a superponerse de manera inesperada, en frío, a los últimos coletazos del recuerdo. Se puso rígida y se dio la vuelta. Era casi como si hubiera conjurado su presencia, como si él hubiera dado un paso al frente para salir de sus fantasías y entrar en la realidad.

–¿Qué haces aquí? –preguntó, pasmada.

–He venido a verte –se sentó a su lado con aquel aire relajado y seguro de sí mismo tan propio de él, como si fuera algo habitual que los sábados por la tarde se encontraran en el parque–. Liam me dijo que hoy ibais a venir aquí de picnic.

–¿Que Liam…?

Le resultaba difícil concentrarse. Solo lograba pensar en lo atractivo que estaba. Marcus era mitad italiano y poseía una belleza sensual, muy mediterránea: piel olivácea y pelo negro azabache, con reflejos casi azules cuando le daba de lleno la luz del sol. Era alto y de hombros anchos. Llevaba unos chinos de color azul y una camisa del mismo color que le quedaba a la perfección.

Siempre que lo veía quedaba deslumbrada por su innegable atractivo e inevitablemente recordaba qué era lo que la había hechizado la primera vez. Había algo muy seductor en Marcus Rossini, y no se trataba solo de su cuerpo, atlético y musculoso. Todo en él era intenso: la fisionomía de la mandíbula, los rasgos fuertes y cincelados de su perfil, el brillo aterciopelado de sus ojos oscuros. Mientras esos ojos la miraban ella sintió un estremecimiento de aprensión.

–Tienes buen aspecto –dijo él cortésmente.

–Gracias.

–Tengo la impresión de que hace siglos que no nos vemos.

Gemma notó que los ojos de Marcus llevaban a cabo una valoración rápida mientras se paseaban por su cabello rubio y su cuerpo delgado; los sentía con la misma fuerza que si la estuviera tocando y se sintió excitada de nuevo. De pronto, se dio cuenta de por qué ponía tanto empeño en evitar cualquier contacto con aquel hombre: tenía algo capaz de desatar sus sentidos con tan solo una mirada.

–Bueno, y… ¿qué quieres, Marcus? –su voz sonó más cortante de lo que pretendía, pero él no pareció darse cuenta.

–Hay algo de lo que tenemos que hablar –respondió con tranquilidad.

Ella permaneció callada, sabía lo que venía a continuación: le diría que iba a casarse. Le sorprendía que se hubiera molestado en ir a comunicárselo personalmente. Se dijo que era muy delicado por su parte, que era un modo de proceder civilizado. Al fin y al cabo, en consideración a su hijo, tenían la obligación de tratar aquel asunto como adultos. Lo malo era que, de repente, ella no se sentía en absoluto una persona civilizada. Respiró hondo e intentó prepararse para reaccionar apropiadamente: le desearía lo mejor e intentaría que sonara como si fuera verdad.

Cuando los ojos de ambos se encontraron, Gemma sintió que el corazón empezaba a golpearle violentamente el pecho. De pronto, sin razón aparente, recordó la noche en que le había contado que estaba embarazada y cómo se había sentido cuando, más tarde, él le había propuesto que se casaran. También entonces había notado que una intensa emoción le oprimía el pecho; había sentido ganas de gritar, de clamar contra la injusticia de que ese hombre no la amara y nunca la amaría. No le había quedado otra opción que rechazar su ofrecimiento: un matrimonio sin amor no era un matrimonio.

Y en ese instante él estaba a punto de decirle que iba a casarse con otra… Notó un sabor amargo en la garganta. Apartó los ojos de Marcus y desvió la mirada hacia Liam, que se columpiaba cada vez más alto. Estaba muy concentrado y todavía no se había percatado de la llegada de su padre.

A su lado, Marcus habló pausadamente.

–Me marcho de Londres, Gemma. Vuelvo a Italia, voy a vivir allí y quiero que Liam venga conmigo.

Ella lo miró con los ojos desmesuradamente abiertos y un gesto inexpresivo. Aquello no era lo que esperaba.

–Ya sé que, dicho así, es una bomba, pero cuando te calmes y lo analices racionalmente, vas a darte cuenta de que es un paso sensato. Es lo mejor para el chico. Liam tiene sangre italiana y hay todo un modo de vida y unas tradiciones que debe conocer. Además, allí gozará del respaldo de una familia grande: primos, tíos, tías…; por no hablar de su abuelo, que lo adora.

Gemma no sabía por qué le permitía continuar con esa conversación. Aquello era una completa locura, pero estaba tan conmocionada, que no lograba articular palabra.

–Liam debe volver a su hogar, a Italia.

–El hogar de Liam está aquí, conmigo –cuando por fin logró hablar, su voz estaba tan dominada por la ira que ni siquiera parecía suya.

–Ya sé que va a resultar doloroso para ti, Gemma.

Ella sintió un pánico feroz al darse cuenta de que Marcus hablaba como si se tratara de hechos consumados.

–Sé muy bien cuánto quieres a Liam –prosiguió él– y, por eso mismo, creo que deberíamos hablar tranquilamente y llegar a un acuerdo que nos satisfaga a todos.

–No va a resultarme doloroso porque Liam no va a irse a ninguna parte –afirmó ella con firme determinación, y empezó a guardar la botella de limonada y los vasos. Necesitaba huir de allí lo antes posible.

Marcus contemplaba sus movimientos bruscos y airados con fría indiferencia.

–Mira, te sugiero que dejemos de lado nuestros propios sentimientos y nos centremos en lo que es mejor para Liam.

La tremenda arrogancia de esas palabras hizo que ella lo mirara con mordacidad.

–Yo siempre pienso en lo que es mejor para Liam –dijo. Estaba furiosa, sus ojos azules llameaban de indignación–. ¿Cómo te atreves a sugerir lo contrario?

–Gemma, lo único que digo…

–Ya he oído lo que dices y no son más que tonterías. Tú apareces por aquí los fines de semana y en vacaciones, y te crees que eres un padre fantástico. Pues deja que te diga que de eso nada, no tienes ni idea de lo que significa ser padre todos los días de la semana, a todas horas. Ese plan no es más que una fantasía pasajera…, como todas las demás cosas en tu vida –y no pudo resistirse a lanzarle una pulla–: No durarías ni dos minutos si tuvieras que ocuparte de Liam a diario.

–Ahí es donde te equivocas. Sería muy capaz de hacerlo.

Gemma notó que la voz de Marcus había perdido el tono frío y pragmático y dejaba entrever su enojo. Bien, se dijo airada. ¿Cómo se atrevía a llegar tranquilamente y decirle que tenía intención de arrebatarle a su hijo?

–Ningún juez en el mundo separaría a un bebé de su madre sin tener una muy buena razón –añadió–, así que vete, Marcus. Regresa a tu mundo de fantasías y no vuelvas a molestarme.

–No es un bebé. Empezará a ir a la escuela en septiembre.

Gemma no respondió, sino que continuó recogiendo los envoltorios de chocolatina que quedaban sobre la manta. Cuando se disponía a ajustar la correa de la tapa de la cesta, Marcus alargó un brazo y la agarró por la muñeca. Ella experimentó una sacudida, como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

–Tenemos que resolver esto entre los dos. Si vamos a juicio, lo lamentarás, Gemma.

Aunque su tono era suave, estaba claro lo que aquellas palabras significaban. Nadie que hubiera desafiado el poder de la familia Rossini había salido vencedor. Ella tuvo que esforzarse mucho para que el pánico no se notara en sus ojos cuando lo miró.

–Ahora no estás en Italia, Marcus –le recordó–. Estamos en mi terreno, y ningún tribunal permitirá que me arrebates a Liam.

–No quiero pelear contigo, Gemma –dijo sin inmutarse–, pero si insistes, usaré todos los medios a mi alcance para asegurarme de ganar. Quien juega con fuego, se quema.

–¡Papi! –la voz llena de emoción de Liam alivió la tensión. Marcus le soltó la muñeca y se giró hacia el niño, que atravesaba corriendo el césped, para recibirlo con los brazos abiertos.

Gemma observó cómo Liam rodeaba con los brazos el cuello de su padre y se acurrucaba contra él.

–Papi, ¿me vas a dar impulso en el columpio, a que sí? Llego muy alto, casi hasta el cielo, y…

–Eh, tranquilo, socio. Déjame respirar un poco.

–Tenemos que irnos, Liam –intervino Gemma con ansiedad. Quería marcharse de allí, sus nervios no soportarían mucho más la presencia de Marcus.

–¡Pero mami…! –se quejó Liam–. ¡Papá acaba de llegar! Me puede empujar en el columpio, ¿verdad? Por favor…

–Vas a estar con él más tarde –Gemma se incorporó y fingió concentrarse en alisar con las manos las arrugas de su vestido–. Esta noche vas a dormir en casa de papá, puedes montar en el columpio que tiene en el jardín.

Marcus contempló el modo en que el pelo de Gemma, largo y sedoso, le caía sobre los hombros; la luz del sol le arrancaba reflejos dorados como la miel. Se fijó en el pronunciado escote del vestido de verano, que ofrecía una visión tentadora de sus curvas.

–¿Puedo quedarme aquí con papá?

Al oír esas palabras, ella sintió un dolor agudo en su interior.

–No –levantó la vista y se encontró con los ojos de Marcus. Le pareció percibir un destello de triunfo, una mirada que decía: «¿Ves?, quiere estar conmigo, no contigo»–. Sal de la manta, voy a doblarla –ordenó con frialdad a su hijo.

Liam parecía dispuesto a seguir discutiendo un poco más, pero, sorpresivamente, Marcus lo detuvo.

–Haz lo que ha dicho mamá, Liam –y levantó al niño en brazos para que ella pudiera recoger la manta.

–Gracias –agradeció Gemma en tono quisquilloso.

–Tenemos que seguir hablando de esto –dijo Marcus con calma mientras observaba cómo colocaba la manta bien doblada encima de la cesta.

–No hay nada de que hablar. Ya te he dado una respuesta.

–No me sirve.

–¿Por qué?, ¿porque no es la que tú querías? –contestó Gemma encogiéndose de hombros–. Bueno, mala suerte. Estás acostumbrado a salirte con la tuya, pero esta vez no.

Los ojos de Marcus brillaron con enfado.

–Eso ya lo veremos.

La tranquilidad con la que pronunció esas palabras hizo que se resquebrajara la coraza tras la que ella se protegía.

–La idea no se sostiene, Marcus, así que vete olvidándola –elevó el tono de voz y Liam la miró.

–¿Os estáis peleando?

–No, cariño, solo estamos charlando –Gemma le ofreció la mano al niño–. Venga, tenemos que ir a casa. El tío Richard dijo que a lo mejor nos llamaba.

A Marcus le fastidió el comentario. Para su gusto, «el tío Richard» iba a aquella casa demasiado últimamente.

–Hablaremos de nuevo durante la semana –insistió mientras dejaba a Liam en el suelo.

–Ya te lo he dicho, no hay nada de que hablar.

–Al contrario, hay muchas cosas de las cuales hablar –dijo él fríamente–. ¿Qué te parece cenar conmigo el viernes por la noche?, ¿tu madre podrá quedarse con Liam?

–¿Cenar? –Gemma lo miró como si se hubiera vuelto loco–. No, no puede quedarse.

–De acuerdo. Entonces me pasaré por tu casa.

–Marcus, no me parece oportuno.

–Te llamaré a lo largo de la semana para confirmarlo –su voz era acerada.

Gemma estaba a punto de decirle que no malgastara su tiempo, pero Liam los estaba observando y escuchando atentamente, así que se limitó a agarrar a su hijo de la mano.

–Adiós, Marcus –e imprimió a su voz tanta frialdad y determinación como le fue posible.

Él la contempló mientras se alejaba caminando sobre la hierba. La brisa hacía que su melena lisa se balanceara suavemente a un lado y otro de su espalda, rígida como un palo. Liam iba dando brincos a su lado y se giraba de vez en cuando para decirle adiós con la mano, pero Gemma no volvió la cabeza ni una sola vez. Sin embargo, conseguiría que hiciera lo que él quería, se prometió Marcus solemnemente. Cuando hubiera puesto las cosas en su sitio, ella le suplicaría que llegaran a un acuerdo y, de ese modo, lograría lo que se proponía: recuperarla.

Capítulo 2

 

GEMMA gimió, dejó la carta encima de la mesa y, con aire distraído, se pasó una mano por el pelo.

–¡Era lo que me faltaba!

–¿Qué sucede? –su madre entraba en la cocina justo en ese momento–. ¿No será una carta del abogado de Marcus, verdad? ¿Vais a llevar a juicio el asunto de la custodia de Liam?

–¡No! –Gemma miró a su madre, horrorizada–, no vamos a llegar tan lejos. Marcus está tanteado, probando suerte, eso es todo. No se atreverá a ir a los tribunales porque sabe que perdería.

Su madre no parecía convencida.

–Nunca me ha parecido una persona a la que le dé miedo perder.

Aquello no era lo que Gemma necesitaba oír. Estaba tratando de convencerse de que aquel problema se solucionaría solo, que Marcus cambiaría de opinión antes de que las cosas empezaran a ponerse feas.

–¿De quién es la carta? –preguntó su madre.

–De la agencia inmobiliaria. Me informan de que el propietario va a poner a la venta la casa y me invitan a hacer una oferta. Al parecer, me dará a mí la primera opción de compra.

–¿Podrías permitirte comprar esta casa?

–Lo dudo. No dicen cuánto pide, pero las casas de esta plaza se han puesto por las nubes últimamente.

–La verdad es que el alquiler que pagas es irrisorio. Una casa como esta durante tantos años por un alquiler tan bajo…, no sé cómo lo conseguiste. Tu amiga Jane paga el doble por su apartamento.

–Sí, supongo que algo así no podía durar.

Era una gran casa de estilo georgiano situada al lado de su trabajo en la revista, en el centro de Londres, y tan cerca de casa de su madre, que se podía ir a pie. Estaba completamente amueblada, con muebles antiguos dignos del mejor anticuario, e incluso tenía un gran despacho donde ella podía trabajar. El alquiler era ridículamente bajo, pero, al parecer, la principal preocupación del propietario era tener un inquilino que cuidara bien de la casa, que había sido con anterioridad la casa de su madre.

–Pensaba que un día de pronto me doblaría el alquiler, pero la verdad es que no esperaba que vendiera la casa –reflexionó Gemma con tristeza. Observó cómo su madre levantaba la carta de la mesa y, consternada, meneaba la cabeza.

–Tal vez pudieras pedir a Marcus que te ayudara a comprarla –sugirió su madre–. Estoy segura de que…

–No, mamá –se dio la vuelta y abrió la puerta de la cocina para llamar a su hijo–. Liam, ha venido la abuelita para llevarte a la guardería.

–Esta casa no supondría nada para un hombre tan rico como Marcus, y él siempre te está ofreciendo ayuda económica –continuó su madre con determinación, como si Gemma no hubiera dicho nada–. No sé por qué te empeñas en rechazar todo lo que venga de él. A veces eres muy cabezota…