La novia del jefe - Kathryn Ross - E-Book

La novia del jefe E-Book

Kathryn Ross

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Beschreibung

Julia 1005 A Rogan Powers le gustaban las mujeres, pero después de una mala experiencia matrimonial había decidido no comprometerse nunca más y no mezclar los negocios con el placer. Algo que había logrado, hasta que conoció a Laura Taylor, la nueva diseñadora de su empresa. Laura también había tenido problemas con su pareja. Cuando su marido murió descubrió que éste había tenido una amante. Pero a pesar de todo, se sintió muy atraía hacia él y poco a poco quiso meterlo en su vida, en su corazón y... en su cama.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1998 Kathryn Ross

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La novia del jefe, JULIA 1005 - junio 2023

Título original: THE BOSS'S MISTRESS

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411419093

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EN octubre los días eran más cortos. Eran las cuatro de la tarde y ya estaba anocheciendo sobre el río Liffey. Las luces de Dublín titileaban en la oscuridad.

Laura se metió con el coche por la calle en la que estaba su oficina. Venía de la residencia McClusky y estaba contenta. Clara McClusky era una clienta muy agradecida, aunque había que reconocer que había hecho un buen trabajo diseñando el interior de la casa.

Sonrió. Lo único que le quedaba por hacer era redactar un informe e incluir las fotografías que había tomado. Cuando terminara, se podría tomar la tarde libre. A lo mejor llevaba a los niños a comer una pizza, para celebrar la conclusión de un trabajo bien hecho. Además, todavía tenía trabajo para la semana siguiente. Aquel pensamiento la dejó un poco preocupada.

La empresa en la que estaba trabajando iba a cambiar de dueño. Costaba un poco acostumbrarse a la idea de que James Design iba a dejar de ser un negocio familiar. Había estado trabajando para Robert James desde que murió su marido, hacía ya cuatro años. El trabajo había sido una bendición del cielo, porque lo había conseguido justo cuando más lo necesitaba, ya que se había quedado sola con dos niños y con un montón de deudas por pagar.

Robert había sido muy cariñoso con ella y no había tenido en cuenta su falta de experiencia, ya que había dedicado todo su tiempo al cuidado de los hijos. Sólo se fijó en que era una diseñadora muy cualificada.

Laura no le había defraudado. Demostró lo que valía y pronto logró ascender. De pronto tuvo la sensación de que iba a tener que demostrar su valía de nuevo. Ojalá les gustara el trabajo que había hecho para los McClusky. Porque necesitaba el puesto.

Robert era un hombre de unos setenta años. Laura había pensado que cuando decidiera retirarse iba a dejar las riendas del negocio a su nieto, Paul, y la empresa iba a seguir la misma tradición que había convertido a James en sinónimo de calidad en Irlanda.

Fue una verdadera sorpresa cuando Robert anunció que la empresa iba a ser absorbida por una multinacional. Powers PLC sonaba un tanto impersonal y el hombre que la controlaba era despiadado y ambicioso. Laura trató de consolarse pensando que Paul iba a estar en el consejo de administración. Pero no era lo mismo.

Robert le había asegurado que las cosas iban a seguir igual y que no se tenía que preocupar por el trabajo. Pero eso era más fácil decirlo que hacerlo. Se oían comentarios de cierres y despidos por todas partes.

Esa misma mañana habían repartido una circular en la que se anunciaba que el director iba a entrevistarlos uno por uno durante las próximas semanas. Y les entregaron un formulario para que lo cumplimentasen con sus datos.

—Van a empezar a despedir personal —le dijo Sandra, su secretaria.

—No creo —le respondió Laura tratando de ser optimista—. ¿Para qué va a despedir cuando James es una empresa que da beneficios? Lo que querrá es conocernos a todos personalmente.

—¿Tú crees? ¿Has leído las preguntas? —le preguntó Sandra, enseñándole la encuesta con disgusto—. Lo único que no pregunta es cuántas veces vas al baño cada día. El nuevo jefe no es como el señor James. A éste sólo le interesan los beneficios.

—Yo en tu lugar no me molestaría en responder a estas preguntas. Yo no le diría que eres viuda y que tienes hijos. Seguro que te despide porque piensa que necesitas tiempo para cuidarlos.

—No puede hacer eso —le respondió Laura, preocupada por aquella sugerencia.

—Podría, si tiene una buena excusa —replicó Sandra, de forma implacable—. Es un hombre sin escrúpulos.

Aquello eran sólo tonterías, se dijo a sí misma. Había sido una liberación salir de la oficina, alejarse de aquel ambiente triste que les había invadido a todos.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando un gato negro salió de entre los coches y se puso en medio de la calle. Aunque no iba muy deprisa, no hubo forma de detenerse a tiempo, por lo que dio un volantazo para esquivarlo. Lo siguiente que oyó fue el ruido chirriante del metal de su coche contra uno que había iniciado la maniobra de adelantamiento.

Apretó el pedal del freno y sintió un vacío en el estómago. El otro coche continuó unos metros y se detuvo delante de ella. Al fijarse, vio horrorizada que era un BMW flamante de color negro. La mano le empezó a temblar, cuando abrió la puerta y salió del coche.

El viento le echó el pelo en la cara y le tapó la imagen del hombre alto que salió del otro coche.

—Lo siento… —empezó a disculparse, pero él la interrumpió de forma brusca.

—¡Cómo se le ocurre conducir de esa manera!

Laura notó que tenía acento americano. Tenía una voz grave, que a pesar del tono de irritación, era bastante sensual. Se apartó el pelo de la cara, para poder mirarlo.

Pensó que tendría unos cinco años más que ella, unos treinta y siete. Era un hombre muy guapo y autoritario. Tenía los ojos negros.

—Lo siento —volvió a decirle. Miró la puerta del coche de él y trató de consolarse pensando que sólo le había hecho un arañazo.

—¿Qué diablos estaba haciendo? —le preguntó.

—Tratando de no atropellar un gato que se cruzó en mi camino —le respondió—. No supe reaccionar de otra manera.

Se quedó mirándola como si no pudiera creerse lo que acababa de decirle. La miró de arriba abajo, fijándose en el cálido resplandor de sus ojos verdes y la curva sensual de sus suaves labios. Percibió el aroma de su perfume en el gélido ambiente. Olía a verano, a rosas. Frunció el ceño.

—Pues yo no he visto ningún gato —le dijo, en un tono más calmado.

—Pues le aseguro que había uno —le respondió ella. Sintió un escalofrío. Hacía frío para estar discutiendo allí, en medio de la calle—. De todas maneras, no tiene por qué preocuparse, mi seguro le pagará los daños.

—Vaya mala suerte. Me lo acaban de entregar hoy mismo —murmuró—. ¿Es que no pudo frenar?

Laura abrió el bolso y empezó a buscar papel y bolígrafo.

—Lo habría hecho, si hubiera podido —le dijo, un tanto molesta—. Esto me va a salir caro, porque no voy a conseguir descuento en el seguro. Pero hay que ver el lado positivo. Hay que alegrarse de que sólo ha sido un trozo de chatarra el que ha recibido el daño, no una persona.

—¡Ese BMW no es un trozo de chatarra! ¡El suyo es el que es un trozo de chatarra!

Laura no tuvo más remedio que admitir que tenía razón.

—No está bien que se meta así con Doris —le respondió—. Nunca me ha dejado tirada.

La miró con cara de sorpresa.

Tenía una sonrisa muy atractiva. Era un hombre muy guapo. Aquel pensamiento la hizo sentirse incómoda.

—¿Doris? —repitió él—. ¿Le llama Doris a su coche?

De pronto se sonrojó, al darse cuenta de lo que acababa de decir. Debía pensar que estaba completamente loca. Le había dicho el nombre de su coche, casi sin pensarlo. Sus hijos fueron los que le pusieron el nombre. Lo habían hecho influidos por su abuela. Cora, la madre de ella, a quien le encantaba poner nombre a los objetos.

—Sí, Doris —trató de no darle importancia, como si fuera algo normal el que los coches tuvieran nombre.

Se sintió menos avergonzada al acordarse de su madre. Miró el reloj. No quería llegar tarde a casa. Cora cuidaba a los niños desde que salían del colegio, hasta que Laura salía de trabajar. A Cora le encantaban sus nietos y Laura se quedaba más a gusto dejándolos con alguien en quien podía confiar.

Su madre vivía en la casa al lado de la suya, por lo que no tenía que preocuparse por llegar un poco tarde. Pero no obstante siempre había procurado llegar a su hora.

Escribió en la hoja sus datos personales.

—Escuche, tengo que irme. Llámeme mañana y me dice cuánto va a costar la reparación. Si no es muy cara, lo mismo ni le paso el parte al seguro —se pasó una mano por el pelo, mientras pensaba en su situación financiera.

El hombre se quedó mirando el trozo de papel, antes de metérselo en el bolsillo del abrigo.

—Está bien, la llamaré mañana.

Laura se fue hacia su coche y vio al gato negro en el muro de un jardín, observándola.

—Ten cuidado en el futuro —le regañó—. Ya has gastado una de tus siete vidas.

—No me diga que también le habla a Doris —dijo el hombre, mientras abría la puerta de su coche.

—No, estaba hablando con el gato —le respondió Laura, señalando con la cabeza al animal. Pero en ese momento desapareció.

El hombre movió la cabeza y murmuró algo que no pudo oír. Qué más daba, seguro que pensaba que estaba como una cabra.

—¿Dónde te has metido? —le preguntó Sandra cuando entró en la oficina, minutos más tarde—. Todo el mundo te ha estado buscando. El señor James quería hablar contigo y han venido a recoger el formulario.

—¿Qué formulario? —preguntó Laura, mientras se quitaba el abrigo y se sentaba en la silla.

—El que nos ha pedido que rellenáramos el nuevo jefe —le respondió Sandra, sonriendo.

—Lo haré el fin de semana y se lo entregaré el lunes por la mañana —le respondió Laura, con actitud decidida.

—Haz lo que quieras, pero todo el mundo lo ha entregado ya —replicó Sandra—. El nuevo jefe está arriba, hablando con el señor James.

—¿Cómo es? —le preguntó a Sandra.

—No tengo ni idea. Lo único que sé es que a Rosie, la secretaria del señor James, la mandaron a comprar pasteles, para cuando llegara.

Laura suspiró. Eso era muy típico de Robert James. Era un hombre chapado a la antigua, pero muy amable. Las cosas no iban a ser lo mismo sin él.

—Yo creo que los días en que tomábamos café y pasteles con el jefe ya se han acabado —suspiró Sandra, que parecía que se iba a echar a llorar de un momento a otro.

—Mira el lado bueno. Así no engordaremos —sonrió Laura.

Sandra se echó a reír, moviendo en sentido negativo la cabeza, mientras se levantaba.

—Eso es lo que me gusta de ti, Laura. Siempre ves el lado positivo de las cosas.

Cerró la puerta cuando se marchó, pero Laura la vio caminar por el pasillo. Con aquellas puertas y paredes de cristal, parecía que estabas en un gran invernadero. Las plantas separaban los ambientes, pero había poca intimidad. A excepción, claro está, de si eras el jefe. Su despacho estaba en el piso de arriba.

Estiró la mano y encendió la lámpara del escritorio, mirando después el reloj. Confiaba que la aparición del nuevo jefe no demorara su llegada a casa. Aunque tampoco pasaba nada si posponía para el día siguiente la salida con los niños a una pizzería. El sábado era mejor que el viernes por la noche, además quería leerle algo a Matthew cuando se fuera a la cama.

Sus ojos brillaron al fijarse en la fotografía de sus hijos que había en la mesa. Joanne era muy guapa, tenía el pelo rubio y los ojos azules. Tenía casi trece años y era clavadita a su padre. Matthew se parecía a Laura, con el pelo negro y los ojos verdes. Tenía siete años y era una buena pieza.

Como la mayoría de las mujeres que trabajaban, a Laura le hubiera gustado pasar más tiempo con los niños. Era lo mejor para ella en este mundo. Pero era una pescadilla que se mordía la cola, porque necesitaba el dinero para poder vivir. Aunque como le gustaba mucho su profesión, las cosas eran más fáciles de llevar. Era muy buena en su trabajo. De hecho, durante los últimos meses, Robert James había confiado en ella cada vez más.

La puerta del despacho se abrió y la pilló desprevenida. Levantó la mirada y esperando ver a Sandra otra vez. Casi se cae de la silla cuando vio que era el conductor del coche con el que había tenido el accidente.

—¿Qué hace usted aquí? —le preguntó, nerviosa e irritada. ¿La habría seguido para comprobar que iba a pagar los desperfectos que le había causado en su coche? Lo que menos le apetecía en aquellos momentos era una escena en la oficina, con el nuevo jefe por allí rondando—. Mire, este no es el mejor momento para discutir. Váyase y hablaremos del accidente mañana.

—Pero es que quiero hablar con usted ahora —le respondió, levantando una ceja en actitud sardónica.

Ella frunció el ceño y por el rabillo del ojo vio a Robert, caminando por el pasillo junto a un hombre de unos cincuenta años, que parecía ser el nuevo propietario del negocio. El corazón le empezó a latir con fuera.

—Por favor —le imploró—. Ahora estoy un poco presionada. Estoy a punto de conocer a mi nuevo jefe, que creo que es un ogro. No se preocupe por lo de su coche.

—¿Y por qué me tengo que creer que va a cumplir su palabra?

—¿Qué? —Laura apartó la mirada de su jefe, cuando vio que se dirigía directo hacia el despacho donde estaba ella—. Por favor, váyase. Ya tiene todos mis datos, y no puedo hacer más.

—¿Qué tal Laura? —saludó Robert James, entrando en el despacho. Era un hombre muy alegre, todavía muy atractivo, a pesar de sus años. Le sonrió de forma cálida—. ¿Ya conoces al nuevo director general de James, al señor Rogan Powers?

—No —Laura se levantó y sonrió al hombre canoso que iba detrás de él.

—Sí —no fue el hombre con canas quien respondió, sino aquel desconocido con acento americano, al que había casi echado de allí minutos antes. Avanzó unos pasos y le ofreció la mano—. Nos hemos conocido hace unos minutos, pero nadie nos ha presentado formalmente —le dijo, sonriendo.

Laura se quedó mirándolo, sin saber qué decir.

—¿Es usted mi nuevo jefe?

Él inclinó la cabeza.

—El ogro al que se refirió.

Sintió un agujero en el estómago. Al darse cuenta de que todavía tenía la mano extendida, le saludó.

—Encantando de concerlo, señor Powers —le dijo—. Ojalá nos hubieran presentado antes.

—Ojalá —le respondió, con tono un poco seco, pero con una mirada un tanto juguetona—. Por cierto, todo el mundo me llama Rogan.

Le estrechó la mano de forma confiada, firme. Parecía un hombre que controlaba cualquier situación. Laura se quedó casi sin aliento.

Cuando le soltó la mano, todavía pasaron unos segundos en los que sintió un cierto cosquilleo.

—Y este es mi contable, Roland Cooper —indicó al hombre al que ella había confundido antes.

El hombre sonrió y asintió con la cabeza.

—Laura Taylor es una de las mejores diseñadoras que tengo —le dijo Robert, con una sonrisa—. Se conoce este negocio de arriba abajo. Una mujer muy inteligente.

—¿De verdad? —Rogan Powers estiró la mano y levantó algunos dibujos que ella había dejado allí. Los revisó mostrando desinterés, pero Laura sabía que detrás de aquella actitud estaba una mente aguda y perceptiva en funcionamiento.

Era muy joven para ser director general de una empresa tan grande. Se preguntó cómo lo habría logrado a una edad tan temprana. Posiblemente Powers PLC era una empresa familiar, en la que habían trabajado su padre y su abuelo antes que él.

—¿Tienes las fotos que tomaste de la residencia McClusky, Laura? —le preguntó Robert.

Ella asintió y recogió su bolso que tenía colgado en la silla.

—Todos los muebles son de James Design, por supuesto —continuó Robert.

Ella sabía que Rogan Powers la estaba mirando de arriba abajo todo su cuerpo, como si viera lo que llevaba debajo.

Aquel pensamiento la puso un poco nerviosa, cerró el bolso otra vez y sacó las fotos de un sobre. De pronto una mujer que apareció en la puerta los interrumpió. Era una rubia muy atractiva, uno o dos años mayor que Laura.

—Siento haber llegado un poco tarde, Rogan —tenía acento americano, muy meloso.

—No importa —respondió Rogan—. Karen White, te presento a Laura Taylor —las dos mujeres se saludaron—. Karen es mi secretaria.

—Estas fotos están muy bien —comentó Rogan después—. Pero de momento no me dicen nada. Todavía no sé nada del mundo del diseño.

—Pues si quieres saber algo más, Laura es la persona a la que tienes que consultar —le respondió Robert—. Tiene una buena vista para el negocio y un lado muy artístico.

Robert la estaba halagando, lo que agradecía, pero la hizo sentirse algo avergonzada.

—Lo tendré en cuenta, Robert —murmuró Rogan.

—Bueno, ya que todo el equipo está aquí, propongo subir al piso de arriba —sugirió Robert.

—Cuando quieras —respondió Rogan.

Uno a uno fueron saliendo del despacho de Laura. Rogan fue el último. Se detuvo en la puerta, mientras los demás se dirigían por el pasillo hacia el ascensor.

—Hablaré contigo el lunes, Laura… sobre lo del coche.

Laura intentó no sonrojarse.

—Vale —fue todo lo que le pudo decir.

Él sonrió.

—Esperemos que Robert tenga razón y diseñes mejor de lo que conduces.

Salió y cerró la puerta. Laura se desplomó en su silla, sintiendo sus piernas como si fueran gelatina. No parecía que hubiera causado una buena impresión en el nuevo jefe.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

NO crees que el señor Power es guapísimo? —murmuró Sandra, cuando entró en el despacho, para dejar el correo encima de la mesa de Laura—. Creo que me he enamorado de él.

Laura sonrió.

—¿Estoy oyendo a la misma mujer que la semana pasada decía que era un ogro al que sólo le interesaba conseguir beneficios?

—Es que la semana pasada no le había visto —sonrió Sandra.

—Sí, es guapo —admitió Laura.

—Carmen, la de contabilidad, dice que tiene fama de romper el corazón de las mujeres.

—¿Y cómo es que Carmen sabe eso?

—Una prima suya conoce a alguien que lo conoce. Tiene raíces irlandesas por parte de madre. Tiene treinta y siete años y está soltero —le dijo Sandra, con los ojos brillantes—. Imagínate, con todo ese dinero, tan guapo y sin compromiso. Al parecer hizo su fortuna diseñando juegos de ordenador, o algo así. Fundó Powers PLC y la empresa ha crecido. La central está en Nueva York y tienen un gran almacén en la Quinta Avenida.

—¿De verdad? —Laura ojeó la agenda que tenía encima de la mesa, tratando de no mostrar interés alguno. Era increíble la cantidad de cotilleos que se generaban en las oficinas.

—¿Qué es esto? —preguntó Laura, cambiando de asunto.

Sandra se acercó a verlo.

—Lord Fitzroy ha cambiado su cita para las cuatro de esta tarde. Hace un rato que llamó.

—¡No! —Laura movió en sentido negativo la cabeza—. ¡Otra vez voy a llegar tarde a casa!

—No tienes por qué. Es la primera visita…

—Sandra. Es el tipo que tiene el castillo, ¿recuerdas? Hace tres años que le decoramos algunas habitaciones y me acuerdo que la primera visita duró todo un día.

Sandra se echó a reír.

—¿Es al que fuiste a ver con el nieto del señor James?

—El mismo —asintió Laura.

—Ya me acuerdo —Sandra volvió a reírse—. No le gustó Paul e insistió en que fueras tú.

—¿A quién no le gusté?

Las dos mujeres levantaron la cabeza y vieron que Paul James entraba en el despacho. Era un hombre de treinta y pocos años, muy guapo, con el pelo rubio y ojos azules.

—A Lord Fitzroy —sonrió Laura, al ver su expresión.

—¿Tienes que ir a verlo otra vez? —le preguntó.

—Creo que sí. A las cuatro de esta tarde.

—Pues me alegro de ser el director de la empresa y no un diseñador —le dijo Paul, poniéndole un brazo en el hombro—. Te deseo suerte, Laura.

Laura se echó a reír.

—Necesitaré algo más que suerte. Tendrías que venir conmigo. Necesito apoyo moral. ¿Es que los directores no hacen esas cosas? —le preguntó, medio en broma.

—En absoluto. Su única ocupación es tomar cafés y asistir a reuniones de alto nivel —contestó Paul en el mismo tono de broma—. Sólo estoy aquí para dar consejo. Tengo una reunión con Rogan dentro de diez minutos. He venido para preguntarte si te apetece ir al cine mañana.

—No puedo, Paul. Mi madre se va el martes por la noche y no tengo a nadie con quien dejar a los niños —le respondió. Ya estaba acostumbrada a que Paul la invitase a salir. No había ninguna historia de amor entre ellos, sólo eran buenos amigos y salían muchas veces juntos, sin quedar ni nada.

—Pues otro día será —replicó Paul. En ese momento vio a Rogan Powers por el pasillo—. Aquí viene el jefe.

Rogan se detuvo en la puerta.

—Buenos días —aunque lo dijo en tono jovial, los miró como si estuviera evaluando la situación. Se fijó en lo cerca que estaba Paul de Laura y cómo su brazo descansaba en sus hombros—. Parece una conversación interesante —comentó.

—Estoy tratando de animar un poco a Laura —sonrió Paul.

Rogan miró a Laura. Tenía una mirada muy atractiva. Sintió que su cuerpo se estremecía. Tenía que hacer un verdadero esfuerzo para pensar con los pies en la tierra. Rogan Powers era un hombre muy guapo. El traje oscuro que llevaba, con la chaqueta ajustada a sus anchos hombros y la mirada penetrante que tenía le convertían en un hombre muy sensual.