Chantaje de pasión - Kathryn Ross - E-Book

Chantaje de pasión E-Book

Kathryn Ross

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Beschreibung

Ella estaba a sus órdenes... Cuando Charlotte despertó junto a Jordan, el socio de su padre, que además era su jefe, pensó que las cosas no podían empeorar. Entonces fue cuando Jordan le contó que su madrastra había cometido un desfalco y, a cambio de no denunciarlo, su irresistible jefe exigía que Charlotte continuara en la empresa durante un año... a sus órdenes, ya fuera en los negocios o en el placer.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Kathryn Ross

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Chantaje de pasión, n.º 1433 - octubre 2017

Título original: Blackmailed by the Boss

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises

Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-463-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

NO HABÍA ninguna excusa para ello y probablemente era una de las cosas más estúpidas que había hecho en toda su vida, aparte de la relación que había mantenido con David. Pero aquello era incomprensible.

Giró la cabeza sobre la almohada y miró hacia el otro lado de la cama. La noche anterior habían dejado la lamparilla de noche encendida, de manera que pudo verlo con claridad; no había sido un sueño, aún seguía allí, durmiendo profundamente y Charlotte sintió que el pánico se apoderaba de ella.

Jordan era el socio de su padre y por lo tanto, su jefe. ¿Cómo había permitido que aquello ocurriese?

Estudió sus facciones; dormido parecía diferente, menos atractivo… y más vulnerable. Era un pensamiento absurdo; Jordan Lynch no era nada vulnerable, era un hombre de negocios duro y dinámico y ante el cual las mujeres más guapas parecían caer rendidas. Charlotte las había visto ir y venir y se había jurado a sí misma que nunca sería una de sus conquistas. ¿Entonces, qué había ocurrido? Desde luego no podía echarle la culpa a la bebida ya que dos vasos de gaseosa no alteraban los sentidos.

Recordó el día anterior, cuando sus ojos se encontraron con los de él a través del panel de cristal que separaba sus despachos. Recordó haber pensado que tenía unos ojos increíblemente seductores, para después apartar inmediatamente la mirada. Pero aquello no era tan extraño; ella era una mujer con sangre en las venas y a menudo había mirado a Jordan, admirando su perfecta masculinidad. Pero aquello no significaba nada, era un pensamiento pasajero que probablemente cruzaba la cabeza de todas las mujeres que lo veían. Había vuelto a su trabajo, recordándose que aunque él fuera un hombre soltero de treinta y ocho años, rico y atractivo, su actual novia era una sensual modelo sudamericana de veintitrés años. Además, no era su tipo; exhibía una arrogante seguridad en sí mismo. De hecho, Charlotte había disfrutado simulando no fijarse en él, actuando de manera desdeñosa mientras todo el mundo lo adulaba.

Cuando su padre lo tomó como socio el año anterior, ella no había estado completamente de acuerdo. Durante los últimos cinco años les había ido bien, pero de repente había llegado él con aquellas ideas modernas y actitud altiva. Los primeros dos meses el ambiente entre ellos había sido frío, pero poco a poco se había ido relajando. Para ser sincera, a Charlotte no le había quedado más remedio que llevarse bien con él porque su padre a penas estaba allí últimamente y Jordan era quien dirigía la empresa.

Entonces fue cuando sonó el teléfono…

Ella lo había ignorado pensando que Frank, su ayudante, contestaría. Pero había continuado sonando hasta que, desesperada, Charlotte contestó:

–Charlotte McCann al habla. ¿En qué puedo ayudarte?

–Hola, Charlie. Soy Melanie. Solo llamaba para saber cómo estás. ¿Lo estás superando?

–¡Ah! Hola, Melanie.

Charlotte sintió que el estómago le daba un vuelco al oír la voz cargada de lástima al otro lado de la línea. Últimamente todo el mundo la hablaba de aquella manera y aunque Charlotte sabía que lo hacían con buena intención, era algo que odiaba.

–Supongo que te has enterado.

–Sí. Erica me lo ha contado. No me lo podía creer; David siempre me había parecido un hombre en quien confiar.

–Ya, claro. Evidentemente las apariencias engañan –dijo Charlotte.

–Lo siento, Charlie. Debes de estar destrozada.

–La verdad es que no. Me siento muy optimista; probablemente sea mejor así –dijo Charlotte mientras garabateaba en un informe que había dejado Frank sobre su mesa–. Hacía tiempo que las cosas habían empezado a enfriarse entre nosotros.

–Aun así, es duro cuando una relación se acaba. Escucha, ¿por qué no vienes mañana a cenar? Van a venir las chicas y nos encantaría verte.

«Para que os lo cuente todo con pelos y señales», dijo Charlotte mentalmente.

Pero a ella no le apetecía; prefería olvidarlo todo.

–Es un poco precipitado, Mel, y estoy bastante ocupada…

–Escucha, te vendría bien. Cindy Smith y Janice Pike estarán aquí, y hace mucho tiempo que no las ves –la interrumpió Melanie con seriedad.

¡Janice Pike! Era la mayor cotilla en Londres. Charlotte tembló al pensar en cómo sería la noche.

–No es eso… –comenzó a decir cuando Jordan entró en el despacho.

Charlotte le indicó que estaría con él en un momento y Jordan se sentó en el borde de la mesa. Tenía un aspecto muy elegante con aquel traje oscuro y la inmaculada camisa blanca.

Charlotte pensó que debería haber tomado aquel gesto como una señal para colgar, pero lo ignoró, diciéndose a sí misma que tenía derecho a charlar unos minutos con una amiga ya que siempre llegaba media hora antes y se marchaba media hora más tarde que todos los demás empleados.

–¿Entonces qué es? –insistió Mel, que no se daba por vencida con facilidad.

Charlotte inspiró profundamente e improvisó.

–La verdad es que estoy saliendo con alguien y ya sabes cómo son los primeros días, cuando estás empezando a conocerlo…

–¡Ah! –exclamó Melanie sorprendida.

Charlotte se fijó en que incluso Jordan parecía sorprendido ya que enarcó ligeramente sus oscuras cejas.

–¡Eso sí que es rapidez! –dijo Mel arrastrando las palabras–. Desde luego no pierdes el tiempo.

–Bueno, hace ya cuatro semanas y media que David y yo lo dejamos.

En cuanto dijo aquello, Charlotte se dio cuenta de que había sido un error. Si aún contaba los días, ¿no significaba que no lo había superado?

–Voy a tener que dejarte, Mel –continuó Charlotte–. Jordan acaba de entrar en el despacho y no quiero hacerle esperar.

Al menos aquello sí era verdad.

–Lo siento –se disculpó Charlotte tras colgar el auricular–. Ya tengo los datos sobre los últimos diseños y me alegra poder decir que todo marcha perfectamente.

Charlotte repasó los diseños con la mirada al tiempo que hablaba.

–No sabía que estuvieses saliendo con otra persona –dijo Jordan ignorándola y volviendo precisamente al tema que ella quería evitar.

Charlotte dudó y por un momento pensó en la posibilidad de mentirle también a él, pero se encogió de hombros y se dijo que no tenía sentido seguir disimulando.

–No estoy saliendo con nadie –dijo ella sin levantar la vista de los papeles que tenía encima de la mesa–. Quiero hablar contigo sobre el presupuesto del nuevo proyecto…

Pero Jordan no le permitió cambiar de tema.

–¿Entonces por qué le has dicho a esa persona que sí? –insistió él.

–Porque… –comenzó a decir ella al tiempo que se recostaba en la silla y se pasaba la mano por el pelo–. Supongo que no quería que Melanie supiese que lo más emocionante que he hecho últimamente ha sido ver una reposición de Dallas y pedir una pizza por teléfono.

La verdad salió sin que ella se diese cuenta y le sorprendió su reacción porque él pareció relajarse ligeramente, como si le pareciese divertido.

–Ya veo.

–No es que no me hayan hecho proposiciones –se apresuró a decir Charlotte, enfadándose consigo misma por haberle confesado aquello–. Pero es que todo esto me ha tenido muy absorta –le explicó, señalando los papeles que tenía delante.

–Sí. Ya sé que has estado trabajando mucho.

Algo en su forma de mirarla le hizo sentir un escalofrío.

–En cualquier caso, sé que estoy a punto de sobrepasar el presupuesto para las cortinas de estos apartamentos.

Charlotte volvió con firmeza a la conversación sobre el trabajo. No era la primera vez que él provocaba aquel efecto en ella, y supuso que no sería la última.

–Pero quiero utilizar la muselina más fina para las ventanas exteriores –continuó ella–. Porque, ¿qué sentido tiene edificar en un lugar con vistas maravillosas y después estropearlas por no vestir bien las ventanas? ¿Puedo gastar un poco más? –añadió y lo miró con sus maravillosos ojos verdes, abiertos de par en par.

–¿Más? –preguntó él–. ¿Es que estás bañando en oro los apartamentos?

–Los apartamentos se venderán gracias a las ventanas –dijo Charlotte con firmeza–. Las mujeres que entren en esos apartamentos se enamorarán a primera vista.

–¿Se trata de eso entonces? ¿Buenos visillos? –preguntó Jordan y después sonrió–. De acuerdo. Tú eres la interiorista; subiré el presupuesto.

–Bien…

–Con una condición –la interrumpió.

–¿Cuál?

–Que cenes conmigo esta noche.

Aquello la tomó por sorpresa. Charlotte lo miró a los ojos, que eran de color avellana, y una alarma se disparó en su cabeza.

–Lo siento, Jordan. No puedo. Tengo demasiadas cosas que hacer.

–Una noche no alterará demasiado tu rutina de trabajo. Además, hay algunas cosas sobre las que creo que deberíamos hablar.

Charlotte no estaba segura de si le estaba pidiendo una cita o si le estaba pidiendo que hablaran de negocios.

Y en aquel momento, echada en la cama de Jordan, aún lo dudaba.

Miró al techo y analizó la invitación; durante el último año habían comido juntos en varias ocasiones, normalmente habían sido comidas de negocios, a veces con su padre y a veces sin él. Pero nunca habían acabado en la cama juntos.

Jordan se movió y se echó de lado, de manera que estaba de cara a ella. Por un momento, Charlotte pensó que se estaba despertando y sintió que el corazón le daba un vuelco, pero se quedó quieto y continuó durmiendo.

Se fijó en su oscuro pelo, que contrastaba sobre la blanca almohada; en la sábana, que se había deslizado hacia abajo, dejando a la vista sus hombros y su fuerte y bronceado torso, y al recordar la delicadeza con la que aquellos brazos la habían sujetado la noche anterior, sintió que el estómago le daba un vuelco.

Pero no quería continuar pensando en lo que había sucedido, tenía que salir de allí antes de que se despertase porque no podía enfrentarse a él. Todo aquello era demasiado embarazoso.

Bajó un pie de la cama y se deslizó por debajo de las sábanas, intentando no hacer ruido o un movimiento brusco. Acabó en el suelo a cuatro patas, quieta durante unos instantes, recuperando el aliento y buscando frenéticamente su ropa. En aquella postura, se dio cuenta de lo ridículo de su situación: era una mujer de negocios de casi treinta y tres años y tenía que comportarse de una manera adulta; las personas disfrutan del sexo, no sufren por ello. Pero la lógica de aquellas palabras no caló en ella. Charlotte no era tan moderna y nunca había practicado el sexo esporádico; ella necesitaba estar enamorada de un hombre para acostarse con él.

Entonces, ¿qué había ocurrido para que aquello cambiase?

Jordan volvió a moverse y Charlotte oyó cómo crujía la cama; al ver su mano colgando por el borde de la cama, casi rozando sus rubios rizos, levantó la cabeza; en cualquier momento se despertaría le preguntaría qué estaba haciendo arrodillada junto a la cama.

Charlotte esperó, decidida a mentirle y decirle que estaba buscando sus lentillas, pero ella no llevaba lentillas y Jordan probablemente lo sabía.

Inspiró profundamente y se obligó a ponerse de pie. Al hacerlo, vio que no tenía por qué haberse preocupado ya que Jordan seguía durmiendo; de hecho estaba ocupando toda la cama. Charlotte miró a su alrededor buscando su ropa, pero solo vio la camisa de él sobre la silla, así que la utilizó para taparse.

En aquel momento, Jordan movió la mano como si buscara algo en el espacio que había a su lado.

–Hola –dijo él con una sonrisa somnolienta y se incorporó ligeramente, al tiempo que la miraba de abajo arriba.

Ella no pudo evitar fijar la mirada en el pecho de él, y recordar momentos de la noche anterior que la hicieron sentir un escalofrío por todo el cuerpo.

–¿Estás bien? –preguntó él con la voz ronca.

Charlotte levantó la vista apresuradamente para encontrárselo mirándola con una cariñosa mirada de preocupación.

–Claro que sí.

Jordan se pasó la mano por el pelo.

–Es que… bueno… por un momento pensé que estabas en el suelo a cuatro patas.

–Es que suelo gatear un poco por el suelo antes de empezar el día. Ayuda a tonificar el cuerpo.

Charlotte no había pretendido responder con sarcasmo, pero no pudo evitar que las palabras saliesen de su boca.

Jordan sonrió.

–A tu cuerpo no le hace falta un tonificante –murmuró él, mirando sus piernas con admiración.

–La verdad es que estaba buscando mi ropa –dijo ella.

–Creo que la encontrarás en el salón. ¿Pero por qué tanta prisa? –preguntó él, echando un vistazo al reloj que había sobre la mesilla–. Aún es pronto.

¿Cómo podía estar tan tranquilo? Parecía como si aquella situación no le resultase en absoluto embarazosa. Aunque él estuviese acostumbrado a levantarse con una mujer diferente cada mañana, ¡ellos aún tenían que trabajar juntos!

Antes de que Charlotte pudiese contestar, sonó el teléfono que había al otro lado de la cama, y cuando él se dio la vuelta para descolgar el auricular, Charlotte aprovechó para mirar en dirección al salón. Vio que su ropa estaba en un montón en el suelo y antes de que él pudiese darse la vuelta, cruzó la puerta que comunicaba las dos habitaciones y la cerró firmemente. Nunca se había vestido tan deprisa como aquel día; se puso las braguitas, las medias y la falda en tiempo récord. Pero justo cuando todo iba tan bien, no pudo encontrar el sujetador; buscó entre los cojines del sofá, pero no lo encontró. En aquel momento oyó cómo Jordan colgaba el auricular en la otra habitación, así que dándose por vencida, se puso la blusa y se la abrochó, con la única idea de escapar. Su bolso estaba sobre la mesita de café y el abrigo estaba colgado en el perchero de la entrada; corrió a buscarlo, lo recogió y salió por la puerta. No queriendo esperar al ascensor, se apresuró escaleras abajo como si la llevase el diablo.

Salió a la oscura y fría mañana y entonces se dio cuenta de que no tenía coche. La noche anterior había tomado un taxi para llegar al restaurante y después habían caminado hasta su apartamento.

En aquel momento comenzó a llover, así que agachó la cabeza y se encaminó hacia la estación de metro más cercana.

Era hora punta. Charlotte se colocó a la derecha de las escaleras mecánicas que bajaban hacia el andén mientras una incesante corriente de personas pasaba apresuradamente por su lado, pero Charlotte apenas era consciente de ellas; el constante estruendo de los trenes y las espirales de aire caliente que subían hacia arriba, inundaban los pasillos, pero se sentía adormecida, como si no estuviese allí.

Una y otra vez se preguntaba cómo había podido hacer lo que había hecho.

Mientras caminaba por los pasillos, pasó junto a un músico callejero que cantaba una canción acerca del sufrimiento que provocaba el amor y se hurgó en los bolsillos en busca de unas monedas para echarle; David le había enseñado el daño que podía hacer el amor.

Quizá aquella fuese la razón por la que algunas personas como Jordan, decidían olvidarse del amor y concentrarse solo en el aspecto físico de las relaciones. Charlotte nunca había estado de acuerdo con aquella manera de pensar, pero en aquel momento no estaba segura de nada porque la noche anterior había sido muy placentera.

Vio que el tren se detenía y se apresuró a entrar en el vagón. Se quedó de pie, aprisionada entre la multitud y cuando el tren arrancó, se agarró al pasamanos, cerró los ojos y volvió a pensar en la noche anterior.

Ella había insistido en verse directamente en el restaurante ya que si llegaba por sus propios medios se sentiría más en control de la situación; además, significaba que podría marcharse cuando quisiera sin tener que esperarle a él. A Charlotte le gustaba ser independiente.

Comenzaron la velada hablando sobre el trabajo y a lo largo de la cena Jordan la había hecho reír; tenía un agudo sentido del humor.

Recordó que algunas mujeres le habían lanzado miradas de envidia y casi se había sentido orgullosa de ser ella el objeto de la atención de Jordan. En aquel momento se dio cuenta de que aquella debería de haber sido la primera señal de alarma.

–¿Dónde está tu novia esta noche? –le preguntó ella cuando hubo una pausa en la conversación.

–Benita y yo rompimos hace un par de semanas.

–Lo siento.

Jordan se encogió de hombros.

–Son cosas que pasan, como tú bien sabes. ¿Has visto a David últimamente? –le preguntó él y Charlotte movió la cabeza.

–Creo que sigue de viaje de negocios en Estados Unidos.

–¿Aún sientes algo por él?

Aquella pregunta tan personal la tomó por sorpresa y no supo qué decir.

–Según tu padre, no era adecuado para ti –continuó Jordan secamente.

–¿Mi padre ha estado hablando de mi vida personal contigo? –le preguntó ella enfadada.

–Solo de manera superficial –dijo él con calma–. Estuviste saliendo con David durante bastante tiempo, ¿verdad?

–Dos años. ¿Cuánto tiempo estuviste tú con Benita? –le preguntó ella, desviando así el tema de conversación hacia él.

Jordan frunció el ceño.

–No lo sé. Ya nunca llevo la cuenta.

–¿Cómo que ya nunca?

–Mientras estuve casado con Nadine contaba los aniversarios, las fechas importantes… lo típico.

Aquella afirmación la intrigó. Sabía que Jordan estaba divorciado, pero aquello era todo porque era muy reservado en lo que se refería a su pasado. Y como parecía un mujeriego, Charlotte había asumido que habría sido él quien habría acabo con el matrimonio.

–Parece que la amabas mucho.

–Sí –dijo él con pesar–. Pero no me sirvió de nada; a veces no basta con amar.

–Evidentemente no era la persona adecuada para ti.

Jordan sonrió.

–¿Vas a adoptar conmigo la misma actitud que tu padre contigo?

–No –admitió ella al tiempo que se sonrojaba.

–He disfrutado mucho de esta velada, Charlie. Gracias.

–Yo también he disfrutado –dijo ella y de repente se dio cuenta de que realmente no quería que la noche terminase.

–¿Has sabido algo de tu padre últimamente?

–No. La última vez que supe de él fue cuando me telefoneó Ruth para decirme que no volverían de Francia en la fecha prevista. Mi padre debe de estar disfrutando mucho porque no es propio de él tomarse días extra de vacaciones. Ya sabes que es un adicto al trabajo.

–¿Ruth no te dijo nada más?

–No. Como siempre, la conversación con mi madrastra fue muy corta. Siempre tiene prisa –le aclaró y frunció el ceño–. ¿Por qué?

–Solo era curiosidad. Tú te llevas bien con Ruth, ¿verdad? –le preguntó, despreocupadamente.

–Sí. Parece que mi padre es feliz con ella –afirmó Charlotte–. ¿Le pasa algo? Tú has hablado con él desde que se marchó, ¿verdad?

–Por supuesto –dijo Jordan, poniéndose de pie–. Es mi socio; no podría estar fuera siete semanas y no mantener el contacto.

Mientras salían del restaurante, Jordan puso una mano sobre su espalda. Fue solo un ligero roce, pero Charlotte se dio perfecta cuenta de aquel gesto.

El tren se detuvo bruscamente en aquel instante y Charlotte abrió los ojos; había llegado a su estación, así que se abrió paso entre la multitud y se apeó. Cuando salió a la calle, la fría lluvia del mes de abril comenzó a mojarla, pero ella continuaba absorta en sus pensamientos y no reparó en ello.

Se habían dirigido caminando hasta el apartamento de Jordan y él la había invitado a tomar café.

–Será mejor que esperes al taxi en un sitio resguardado –le había dicho con naturalidad.

Así que lo siguió hasta su elegante ático. Charlotte nunca había estado en su casa y se sintió diferente al estar con él en un lugar que no estuviese relacionado con el trabajo. De repente se había sentido avergonzada, y cuando él alargó la mano para tomar su abrigo, sintió su proximidad mucho más de lo que la había sentido hasta entonces en cualquier otro momento.

Mientras Jordan preparaba café, Charlotte se paseó por el salón admirando la decoración.

–¿Quién diseñó el interior de este apartamento? –le preguntó, mirando por la puerta hacia la cocina.

–No lo sé. Hasta que te conocí a ti no estaba especialmente interesado en interioristas –contestó Jordan y Charlotte sonrió.

Se fijó en una foto de una niña de unos tres años, de pelo oscuro y pícara sonrisa.

–¿Quién es? –le preguntó a Jordan cuando este volvió al salón.

–Es mi hija Natasha.

–No sabía que tuvieses una hija. Es muy guapa.

–Sí.

Jordan dejó la bandeja con el café sobre la mesa y se acercó a ella.

–Era muy guapa –corrigió él y tomó la foto de las manos de Charlotte.

–¿Era?

Charlotte sintió un escalofrío al oír el dramático tono de su voz y por un momento vio la emoción desnuda asomarse a sus ojos.

–Murió hace casi dos años.

–Lo siento.

Charlotte lo observó mientras colocaba la foto cuidadosamente de nuevo en su sitio. En aquel momento sintió deseos de alargar la mano y acariciarlo para ahuyentar las sombras de su cara. Jordan era un hombre que siempre mantenía el control sobre sí mismo y ella nunca había visto aquella expresión de desamparo en su cara. Instintivamente, levantó la mano y le acarició la mejilla con los dedos. Él tomó la mano de Charlotte en la suya y, al tiempo que sus miradas se encontraron, la emoción que se reflejaba en su cara se convirtió en otra cosa; Jordan giró su mano y besó el interior de su muñeca. Aquel gesto fue completamente inesperado y hubo algo increíblemente provocativo al tiempo que cariñoso en él… algo que hizo que el estómago de Charlotte diese un vuelco.

–Estás preciosa esta noche –murmuró él y paseó la mirada por su cuerpo, vestido con un elegante traje de color azul–. Claro que siempre estás preciosa.

Ella lo miró con ojos inquisidores; siempre había habido una química turbulenta entre ellos. Quizá aquella fuese la razón por la cual Charlotte siempre había procurado mantener las distancias. Sabía que él representaba peligro. Pero en aquel momento, a la sensación de peligro se unió otra mucho más poderosa. Charlotte sintió cómo crecía en su interior y se preguntó qué sentiría al besarlo.

Jordan había alargado la mano para tocarle la cara igual que había hecho ella; aquel roce fue como una chispa y lo siguiente que recordaba era haberse puesto de puntillas para besarlo.

Ella había dado el primer paso.

Al recordarlo, sintió que su corazón se paralizaba.

Tras la sorpresa inicial, él le había devuelto el beso… ¡Y menudo beso!

El simple hecho de recordarlo hizo crecer de nuevo el deseo en su interior. Jordan Lynch sabía exactamente cómo besar a una mujer; sus labios se habían deslizado lenta y seductoramente sobre los de ella, de una manera tan deliciosa que había sentido un escalofrío de placer por todo el cuerpo.

La pasión se apoderó de ellos y comenzaron a perder el control, y entonces, Jordan se apartó.

–¿Estás segura? –le preguntó él.

Charlotte se limitó a sonreír para después continuar besándolo…

Se apresuró a entrar en su apartamento, cerró la puerta y se apoyó en ella. Aunque estaba de nuevo en su piso, un lugar acogedor y familiar, se sintió distinta. Era como si la mujer que salió de allí la noche anterior no fuese la misma que acababa de regresar.

De repente, el sonido del teléfono la sobresaltó.

Se preguntó si sería Jordan y decidió no contestar, y tras unos instantes, saltó el contestador automático.

–Hola, cariño, soy David. Esperaba poder hablar contigo antes de que te marchases a trabajar. Solo quería volver a decirte cuánto lo siento. Solo fue una noche, cielo, y no significó nada en comparación con el amor que siento por ti. Fue un terrible error, un momento de locura… –la voz de David se silenció un momento para volver con más desesperación que entusiasmo–. Mañana vuelvo a Londres. Te llamaré cuando llegue.

Aquella sincera y suplicante voz tocó una fibra en su interior; el día anterior no habría sido capaz de comprender un momento de locura, pero hasta el día anterior ella había sido una mujer sensata y en aquel momento no sabía qué estaba haciendo.

Capítulo 2

 

JORDAN sabía que no había sido nada oportuno. Lo había sabido la noche anterior, pero no había sido capaz de detenerse. Y le disgustaba profundamente ser tan débil, pero de una manera perversa, no se arrepentía de ello. Charlotte había sido todo lo que él se había imaginado: apasionada, cariñosa… había sido increíblemente placentero. ¿Cómo iba a arrepentirse?