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El millonario Blake Bellamie acababa de descubrir que había nacido como consecuencia de una aventura extramatrimonial, lo que significaba que en realidad no era el legítimo heredero de Cranford, la propiedad de su familia que lo era todo para él... Nicole Vaseux era ahora la legítima propietaria del terreno. La atracción que surgió entre Blake y Nicole de manera instantánea e irrefrenable dio lugar a un apasionado romance... y a una repentina proposición de matrimonio. Pero, después de aceptar, Nicole descubrió la verdad sobre su futuro esposo... ¿acaso acababa de acceder a convertirse en una esposa por conveniencia?
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Seitenzahl: 227
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Sara Wood
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Matrimonio por dinero, n.º 1490 - septiembre 2018
Título original: A Convenient Wife
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
BLAKE se hallaba mudo de asombro. Lo único que oía en la penumbra del dormitorio era el alocado latir de su corazón. Y las voces internas que le decían: «No es verdad, ¡es imposible!».
Sus ancestros habían nacido, dormido y finalmente muerto en aquella lujosa alcoba durante generaciones, pero dudaba que ninguno de ellos hubiese oído algo similar a aquellas palabras.
«No eres el heredero legítimo. Eres… el fruto de una relación de amor».
Lo que le había dicho su madre le daba vueltas en la cabeza, impidiéndole pensar coherentemente. Tuvo que hacer un tremendo esfuerzo de voluntad para recobrar la compostura. Tenía que haber una explicación lógica. Su madre se hallaría confusa por la fuerte medicación. Sintió una honda preocupación por ella y disimuló los caóticos sentimientos que lo invadían para calmarla.
–Te he cansado, madre. Deberías descansar un poco –le aconsejó dulcemente.
El enfado se reflejó en los bellos ojos de Kay Bellamie, cuyo rostro, otrora hermoso, anunciaba su próxima muerte.
–¡No me trates como si estuviese loca! –dijo con voz ahogada–. Estoy perfectamente cuerda. ¡Tú no eres un Bellamie! ¡Quiero que lo sepas!
–¡Madre! –se estremeció Blake ante la insistencia de la voz femenina.
–¡Es verdad! No tienes derecho a la herencia –se exasperó ella–. ¡Mírate! ¿Te parece que la sangre Bellamie corre por tus venas? ¿Dónde está tu pelo rubio? ¿Y tu tripa gorda? ¿Y tu nariz? Yo sé quién fue tu padre. ¡Mi amante!
Blake no le pudo seguir la corriente. Aquello era demasiado doloroso y había que ponerle coto.
–Tranquilízate –le advirtió–, habrás estado soñando…
–¡No! –exclamó ella, aferrando la mano de su hijo, cuyo saludable bronceado contrastó con la blancura de la suya, flaca como la garra de un ave–. ¿Sabes por qué me negué a que te pusiesen el nombre de algún antepasado Bellamie? Rompí la tradición porque deseaba desesperadamente conservar algo de tu padre. Un nombre que te ligase a él…
–¿Blake? –preguntó él, perplejo.
–No, no me atreví a ponerte su nombre –dijo la moribunda–. Blake quiere decir «moreno» –cerró los ojos un momento causándole pena–. Has visto las fotos de cuando eras niño –dijo con ronca voz–. Sabes que cuando naciste tenías el pelo negro azabache. Como el de mi amante –una sonrisa se dibujó un en los labios delgados–. ¡Dios Santo, Blake! –prosiguió con vehemencia–. Sé que es duro, pero, ¡créeme! ¡Estoy totalmente cuerda! Morir con este secreto. Por última vez: ¡No eres hijo de Darcy Bellamie! –exhausta, dejó caer la mano.
La mirada masculina se dirigió al retrato de su padre sobre la chimenea. ¿Cuántas personas habrían notado la falta de parecido entre los dos? Nuevamente sintió que no podía pensar, inmóvil junto al lecho de su madre como si le hubiesen dado un mazazo en la cabeza. ¿Por qué le diría aquello? Controló sus tempestuosas emociones, como le habían enseñado durante toda su infancia. Frustrado, no comprendió por qué ella usaba las pocas fuerzas restantes para hacer aquella declaración. A no ser que fuese verdad. Intentó convencerse de que aquello no era cierto, porque aceptarlo lo destruiría. Acarició el sofocado rostro femenino con ternura.
–Madre, las medicinas que te han recetado son unos sedantes fuertes y…
–Llevo días sin tomarlas. ¡Te digo la verdad, lo juro por mi nieto! –gritó.
Aquello lo hizo dudar. Era ridículo, absurdo. Toda la vida lo habían criado, guiado y educado sus padres, institutrices, maestros de esgrima, profesores de equitación y preceptores como el heredero de la casa Bellamie.
La muerte de su padre, Darcy, cuando Blake tenía veinte años, lo había catapultado a una condición en que sus decisiones afectarían las vidas de muchas personas, por lo que las tomaba con sumo cuidado. Tras ocho años, tenía confianza en que aquél sería su papel hasta morir, momento en que su hijo lo sucedería. Sin embargo, tenía que reconocer que, a veces, la constante presión lo ahogaba. Deseaba ser libre, no tener aquella responsabilidad.
¿Habría heredado aquella actitud de su verdadero padre? Los imperturbables y convencionales Bellamie tenían fama de aceptar su riqueza y privilegios. ¿Carecería de su de sangre?
De una cosa estaba seguro. Amaba Cranford Hall, cada brizna de hierba de la extensa propiedad, incluyendo las casas que se extendían hasta Great Aston. ¡Y ahora su madre aseguraba que nada de aquello le pertenecía! De ser eso verdad, habría destruido el fundamento de su existencia. Dios Santo. No podía enfrentarse a aquello. Llevaba veintiocho años viviendo una vida que no le correspondía. Era en realidad el hijo ilegítimo de su madre, ¡un bastardo!
El dolor le tensó los músculos del estómago. Miró a su madre, que lo amaba, y vio la verdad reflejada en aquellos ojos suplicantes. Con la mirada lúcida y clara, ella alargó la mano hacia el relicario que llevaba al cuello y lo abrió.
Blake tragó. Una fotografía. Temiendo lo que vería, se inclinó a escudriñar el pequeño retrato con forma de corazón. Un joven de tez cetrina, cabello negro y ensortijado igual al de Blake, y alegres ojos oscuros. La misma estructura ósea, el mismo fuego en la mirada. Eran dos gotas de agua.
–Tu padre –susurró ella y acarició con cariño la fotografía con un dedo trémulo.
–¡No! –exclamó él, pero se dio cuenta de que lo que ella decía era verdad.
–Míralo –dijo ella con ternura–. Sois iguales –lanzó un suspiro–. Fui suya en cuerpo y alma. Casi lo abandoné todo por él, pero él no tenía nada y yo ya conocía la pobreza. ¡Quería esto para ti! – señaló la suntuosa habitación.
Casi sin poder respirar, Blake se hundió pesadamente en la silla. Su padre. Un torbellino de emociones lo recorrió: enfado, desesperación, y, finalmente, ansia de sentir el amor de su padre. Los ojos se le llenaron de ardientes lágrimas.
Una mano surcada por venas azules se levantó de la colcha de seda salvaje y cubrió la suya.
–Blake, sabes que te quiero –dijo su madre con una ternura que le partió el corazón–. Te he dedicado mi vida entera. Juré que algún día heredarías Cranford…
–¿Heredar? ¿Cómo, heredar? ¡Has hecho que mi situación sea insostenible aquí! –exclamó él, con mayor rudeza de la que hubiese deseado.
Luchaba contra una rabia irrefrenable y las palabras se le habían escapado. No deseaba actuar con honestidad y abandonar Cranford. Deseaba olvidar que aquella conversación había tenido lugar, negar la existencia de aquel hombre risueño de ojos negros, continuar siendo lo que era: Blake Bellamie, el señor de la comarca, orgulloso de sus ancestros.
–¿Por qué? –se quejó.
Comenzó a pasearse intentando resistirse al deseo de permanecer callado y guardar el secreto de su madre. Su hijo, él y Cranford estaban ligados inextricablemente. Ellos eran su vida entera, la razón de su existencia. Sin embargo, la verdad martilleaba en su cabeza sin piedad. Una angustia terrible le abría las carnes. El temor al futuro hizo que le temblaran la piernas. Nunca se había visto presa de sentimientos tan fuertes.
Se apoyó contra un armario chino. Se dio cuenta de lo que tendría que hacer. ¡Dios, la decisión lo hizo estremecerse! Nunca, en la vida llena de privilegios que había tenido, se había sentido tan mal, tan miserable; tan…. vacío y solo.
Tenía el rostro demudado. Sus atormentados ojos se posaron en el rostro de su madre, una figura patética que casi se perdía en la enorme cama con dosel. Una cama que no era suya. Nada era suyo, nada de lo que había imaginado que heredaría. Su vida entera había sido una farsa. Además, su hijo se quedaría en la más absoluta miseria. ¿Qué le diría a Josef, su adorado niño, la luz de sus ojos desde que su mujer lo había abandonado?
Cubriéndose el rostro con las manos, lanzó un gemido. Pero no podría huir de la verdad. Tendría que encontrar al hombre que le había dado la vida.
–Mi… padre verdadero, ¿dónde está? –preguntó, sorprendido ante la fuerza de su anhelo.
–Ha desaparecido. Se ha esfumado –los pálidos ojos de su madre se llenaron de lágrimas–. Le dije que se marchase, le dije que no lo amaba, aunque lo quería tanto que habría dado la vida por él. Lo sigo amando…
Horrorizado, contempló la desolación en el rostro de su madre. Nunca la había visto así. Tras la fachada fría e imperturbable había una mujer apasionada que lo había sacrificado todo por él, incluyendo su propia felicidad. Comenzó a comprender. Durante toda la vida ella le había insistido que un caballero no debía mostrar sus emociones. Cada vez que se había dejado llevar por ellas, lo habían castigado, hasta que se había dado cuenta de que sus manifestaciones naturales de alegría y pena no eran aceptables.
Lo recorrió una oleada de amargura. ¡Al querer que él se comportase como un verdadero Bellamie le había negado su propia personalidad! En algunas ocasiones se había sentido a punto de explotar, pero su madre lo había forzado a controlarse. Entonces, él montaba su caballo y cabalgaba hasta encontrar la calma.
De modo que su pasión y su alegría de vivir eran heredados. ¿Qué más? ¿La inquietud, el deseo de sentir la brisa acariciándole la cara, su rechazo a estar encerrado dentro de la casa durante mucho tiempo? Se dio cuenta de que daba igual. Tendría que marcharse de Cranford y comenzar una nueva vida. Era lo correcto. Palideció y, de repente, supo cómo se llamaba su padre.
–¿Su nombre era Josef, verdad? –espetó, y la suave sonrisa de asentimiento de su madre le causó una opresión en el pecho.
El nombre de su hijo. Lo había elegido ella diciendo que era el nombre de su abuelo húngaro. Blake inspiró profundamente y se aferró al poco respeto que le quedaba por sí mismo.
–Tengo que encontrar al verdadero heredero –dijo mareado–, el legítimo…
–¡No! ¡Giles, el primo de tu padre, no! –gimió ella.
–Si es el heredero legítimo, es mi obligación encontrarlo –afirmó él, arrancándose las palabras una a una de la garganta, porque rehusaban salir.
Ella se mordió los labios con desesperación.
–¿Y que la vida de todos se convierta en un infierno? –gritó descontrolada–. ¡Giles es… –tragó y le falló la voz– es malo, Blake! –pareció buscar las palabras adecuadas para convencerlo, para cambiar la expresión de perplejidad del rostro masculino–. ¡Giles era un borracho! ¡No puedes darle Cranford! –sollozó–. ¡Tienes que pensar en tu propio hijo! –hizo un gesto de desesperación con las manos–. ¡Te lo ruego, cariño! No permitas que me muera sabiendo que mi vida entera, mi sacrificio, ha sido en vano!
Blake quería mucho a su madre y le dolió ver su desesperación. Ella describió titubeante el comportamiento degradante de Giles, asqueándole.
Logró calmarla por fin. Le dio una pastilla y esperó a que se durmiese. Luego, abrumado, se acercó al ventanal. Todo se le hacía diferente, extraño. Nada era suyo. Nada en absoluto. Se tambaleó, agobiado por el cruel dolor de saberlo.
¿Qué tenía que hacer? ¿Lo correcto o lo mejor para la mayoría, incluido él mismo? Lanzó un gemido. ¿Cómo podría ser objetivo en un tema así?
Josef se acercaba montando su poni nuevo. Con el corazón henchido de amor, lo vio charlar alegremente con Susie, la mozo de cuadra. Recorrió con la mirada el parque y las distantes colinas boscosas. Él era parte de aquello, nunca podría dejar de pertenecer a Cranford.
Giles era un hombre malvado. Las tierras, la propiedad y todos quienes dependían de ella sufrirían por su culpa. Blake se dio cuenta de que ya no se trataba de una decisión basada en lo que él deseaba, sino en el hecho de que Giles daría cuenta de la fortuna de los Bellamie en un abrir y cerrar de ojos.
No tenía otra opción. Por el bien de todos los que dependían de él, guardaría el secreto. A pesar de ello, su vida jamás volvería a ser la misma. Se preguntó enfadado si alguna vez podría volver a ser feliz.
SUPONGO que os preguntaréis por qué os he invitado a comer tres semanas después de la muerte de mi padre.
A pesar de su porte desafiante, Nicole Vaseux se dio cuenta de que el temblor de su voz la había delatado. Esbozó una forzada sonrisa y contempló a sus invitados, sentados a una larga mesa bajo la viña. Los rostros de sus amigos reflejaban pena por la pérdida de su padre y la alentaron a que continuase.
Alargó la mano y jugueteó nerviosamente con los cubiertos. Seguramente sus amigos intentarían evitar que ella se marchase del país; dirían que no estaba en condiciones de dirigirse a Inglaterra con un bebé de siete semanas. Desde luego que tendrían razón. Después de los golpes que le había dado la vida recientemente, las fuerzas le fallaban, pensó frunciendo los labios, del mismo color rojo pasión que el vaporoso vestido que llevaba.
–Es una especie de despedida temporal –intentó parecer despreocupada.
Se hizo un silencio repentino. Sus amigos estaban acostumbrados a sus reacciones impredecibles, pero se daban cuenta de que ella no estaba demasiado segura de lo que les iba a anunciar. «Ahí va», pensó.
–Mañana me iré en coche a Inglaterra –dijo, levantando la barbilla con valentía–. No sé cuánto tiempo tardaré en volver –nerviosa, se preparó para las protestas que no tardaron en llegar.
–¡Chérie! –exclamaron con sorpresa–. Es demasiado pronto. ¡Tienes un bebé recién nacido…!
–Pero es un ángel, mirad cómo duerme –dijo ella. Luc, rubio como el sol, dormía en un moisés–. Será más fácil ahora que cuando esté más activo.
Levantando el tirante que se deslizaba por el hombro, hizo una profunda inspiración. La distrajeron un instante las miradas que los hombres dirigieron a sus henchidos pechos. De las mujeres del grupo emanó una súbita frialdad. Se cubrió estratégicamente con los brazos antes de lanzar la bomba.
–Tengo que ir –insistió–. No hay más remedio que hacerlo. Mi padre me pidió que esparciese sus cenizas en un cementerio inglés.
–¡Mon Dieu!
Un murmullo se levantó alrededor de la mesa.
–¡Pero, Nicole, tú naciste en la Dordoña!
–¡Y tienes doble nacionalidad…!
–¡Y tu madre es inglesa, no tu padre…!
–Desde luego, tu padre era francés, Giles Bellamie… un nombre francés, ¿no es verdad? Y tú, chic, artista…
–Lo sé –suspiró ella y se encogió de hombros con un leve movimiento que expresaba su asombro–. Pero lo cierto es que era de un pueblo llamado Great Aston –dijo pronunciando el nombre desconocido con cierta dificultad.
Más voces se levantaron, pero apenas las oyó. Le dolía la cabeza de tanto pensar tras el trauma de su divorcio, el nacimiento de su niño, la muerte de su padre. Aquello era demasiado, hasta para alguien que creía en el destino, como ella. Y luego, de repente, aquello.
Su padre había sido totalmente francés, de aspecto y estilo, aunque siempre habían hablado inglés en casa. Ni siquiera su madre, divorciada de él hacía tiempo e instalada en Nueva York con su segundo marido, conocía la existencia del pasaporte británico bajo llave en el fondo de un cajón del despacho.
Nicole había encontrado el pueblo en un mapa. Se encontraba en una zona rural de Inglaterra, cerca de Stratford–on–Avon y de Bath. Al pensar en lo hermoso que debía de ser el país de Shakespeare, la molestó menos verse forzada a hacer aquel viaje.
–Es una zona interesante. Pensé que podría aprovecharme y tomarme unas vacaciones –anunció por encima del murmullo del inglés y el francés–. La verdad es que me vendría bien descansar un poco –dijo, aludiendo en broma a sus problemas y tomó un sorbo de agua mineral.
–Yo te llevaré –anunció Louis.
–¡No, yo lo haré, conozco Inglaterra! –insistió Leon.
Nicole se dio cuenta de cómo las miradas de aquellos hombres se oscurecían al volverse hacia las curvas que le remarcaba el vestido de seda. Suspiró. ¡Hombres! Lo último que necesitaba en aquellos momentos era un lío amoroso. Su libido estaba totalmente anulada. Tenía otras prioridades.
–Os lo agradezco, pero no –las mujeres se relajaron de forma visible y Nicole lamentó profundamente el cambio de actitud de sus amigos. De repente, se sintió muy sola. Desde que se había divorciado era una mujer peligrosa–. Necesito un tiempo de luto –añadió–. Luego podré pasear un poco antes de retomar mi vida.
Ellos asintieron y varios hombres le recordaron que se asegurase de volver.
–¿Por qué iba a querer vivir en otro sitio? –preguntó, haciendo un elegante ademán que abarcó la maravillosa vista desde la casa, ahora suya. Los frutales estaban en flor, perfumando el aire. Las abejas se afanaban entre flores extranjeras que había plantado su padre. La recorrió un estremecimiento. Aquél era un jardín inglés. Como muchos de los ingleses instalados en la Dordoña, él había reproducido un trocito de Inglaterra en un país extranjero. Miró sin ver las rosas, los lirios, las lilas de dulce aroma. En su mente se repetía una y otra vez la pregunta: ¿por qué? ¿Por qué nunca le había contado su secreto? ¿Por qué su padre nunca había salido de Francia, por qué odiaría su país de nacimiento? ¿O habría algún otro motivo más oscuro para no volver? A pesar de la cálida temperatura, Nicole se estremeció. Aquél era un secreto que tenía que desvelar, aunque le llevase tiempo hacerlo.
–¡Hay una señora tirando polvo en el cementerio! ¡Y tiene una joroba en la tripa!
Josef, excitado, entró corriendo a la iglesia. Llevaba su ropa de domingo, aunque no tan impecable como al salir de casa hacía una hora. Con los ojos brillantes, se detuvo de golpe frente a su padre, que disfrutaba de una taza de café después del servicio religioso.
Habían pasado casi dos semanas desde que Blake se enterase de que no tenía derecho a Cranford, pero le había prometido a su madre no precipitarse. Se había hecho preguntas noche y día; la conciencia lo atormentaba cada vez que tomaba una decisión relativa a la propiedad.
Sólo pensar en Josef le había dado ánimos. Sonrió a su hijo, a la vez que pensaba que estaba acostumbrado a la forma en que el niño utilizaba las palabras. Disculpándose cortésmente, Blake dejó su taza de café, consciente de que todos miraban con indulgencia a su adorado hijo, cuyas salidas de tono eran recibidas con sonrisas en vez de con actitudes ofendidas.
–¿Por qué crees que está haciendo eso? –le preguntó, acariciando con cariño el rostro entusiasta de Josef. Se dio cuenta de por qué su madre lo había sacrificado todo por él. Él también lo habría hecho. Los hijos lo volvían a uno loco, dominaban la mente y el corazón. ¿Un impulso biológico, supervivencia?
–Porque está chalada –declaró Josef–. Dice cosas por lo bajo. Y está llorando.
–¿Llorando? –preguntó Blake e intercambió una mirada con el reverendo Thomas–. Paul, creo que será mejor que vaya a ver qué puedo hacer por ella.
Tomó a su hijo de la mano y se apresuró a salir a largas zancadas.
Nadie cuestionó su autoridad. El pequeño grupo que se reunía después del servicio siempre había dejado que los Bellamie tomasen las decisiones importantes, al igual que lo habían hecho durante más de quinientos años. Aunque todos estaban de acuerdo en que aquel Bellamie era una joya.
Blake salió de la iglesia donde los ancestros Bellamie yacían pacíficamente bajo estatuas de piedra e inscripciones de bronce y no contuvo el aliento al ver las vistas, a pesar de estar acostumbrado. Tras el pequeño cementerio se encontraban los tejados irregulares de las que antes habían sido las casitas de los tejedores. El sol convertía las lajas de piedra en oro. Un bellísimo parque se extendía hasta el valle que había más abajo, verde y frondoso, al igual que el bosque que bordeaba el pie de la colina de Cranford. Blake sabía que aquella belleza, su preciosa herencia, se debía al hecho de que durante cientos de años la zona había producido la lana más fina de Europa. Sonrió orgulloso.
Oyó el dulce piar de los pájaros y el suave murmullo de las abejas. Lo estremeció un amor inexplicable. Aquel sitio se había convertido en parte de sí. Era suyo y él le pertenecía. Legítimo o no, era su cuidador eventual, dedicado a su bienestar y su conservación hasta que su hijo heredase…
–¡Se ha ido, papi! ¿Se habrá vuelto «inveíble»?
–Invisible –lo corrigió él automáticamente–. Vamos a ver.
–¡Pero no se puede ver si es «inveíble» –argumentó su hijo.
–¡Es verdad! –rió él–. ¿Quizá habrá alguna señal mística?
Rodeó la antigua iglesia para buscar a la mujer. Josef iba de puntillas Con el corazón henchido de amor, Blake pensó en lo mucho que se divertía con él.
La mujer estaba tras el tejo milenario de enormes ramas. Delgada, aunque de deliciosas curvas, se encontraba en cuclillas junto a una lápida, por lo que él no le pudo ver la joroba que aludía su hijo. Cuando ella se giró, su rostro le indicó que tendría unos veinticinco años. Su ropa no era nada común: llevaba una falda larga y vaporosa y un top ajustado que le dejaba al descubierto parte de la morena espalda. Sin embargo, tenía clase. Quizá fuese el pañuelo de seda alrededor del cuello. El cabello color rubio platino de elegante corte le enmarcó el rostro con gracia cuando se inclinó a ver las inscripciones recubiertas de liquen y las tocó con la mano. No parecía «chalada», pensó, fascinado por su sofisticación.
–¡Está tocando la tumba! –susurró su hijo–. ¿A que también es ciega?
Temiendo que dijera una nueva inconveniencia, Blake lo miró serio.
–Silencio. No quiero oír ni una sola palabra, ¿de acuerdo? Déjame a mí.
Josef apretó los labios y Blake contuvo una sonrisa. ¡Cómo quería a su hijo! Mientras caminaban hacia la mujer, reflexionó que él serviría a Cranford mucho mejor de lo que lo haría el malvado de Giles. Hacía bien en guardar la herencia para su hijo, pensó, a pesar de que la vocecilla de su conciencia insistiese en decirle: «¡Impostor! ¡Mentiroso! ¡Charlatán!».
Nicole lanzó un suspiro de disgusto. Otra lápida indescifrable. Comenzaba a desesperarse. Se preguntó si alguna vez lograría encontrar algo de la familia de su padre. Con la urna vacía todavía en la mano, se agachó junto a la siguiente lápida e intentó ver si ponía el apellido Bellamie. Pero aquella también estaba muy gastada y no se podía leer la inscripción.
Desde su llegada a Great Aston había sentido una vehemente necesidad de encontrar sus raíces en aquel encantador pueblecito inglés. Su paz le había llegado al corazón como si quisiese consolarla. La piedra de las pintorescas casitas lucía dorada en el cálido sol y tuvo un efecto relajante en su mente, cansada por el viaje. Todo era muy inglés. Frente a la iglesia había un pub con vigas de madera y una oficina de correos de tejado de paja. En el prado comunal se hallaban la cruz del mercado y el estanque con patos.
Al dirigirse a la pequeña iglesia había sentido que seguía las pisadas a su padre. Estaba segura de que él habría caminado por aquellos senderos. Él había estado allí riendo con amigos… Saberlo la emocionó como nunca antes. Fue como volver al hogar después de haber estado fuera mucho tiempo. Por primera vez comprendió la maravillosa plenitud de conocer tus raíces, tu pasado. ¡Qué raro que su padre hubiese abandonado aquel sitio encantador! Había cumplido con su voluntad: esparcido sus cenizas al pie del enorme tejo.
Y ahora intentaba cumplir su segundo cometido: encontrar a los parientes de su padre. ¡Pero ni una sola persona de aquel cementerio se llamaba Bellamie!
–Papa! Quelle trahison! –se lamentó, deprimida por el fracaso y la despedida a su padre, apoyando la frente contra la gastada piedra. Se puso rígida al sentir una presencia. A través de las lágrimas vio las figuras de un hombre moreno y un niño que la miraban ansiosos a unos metros de distancia.
Al darse cuenta de lo extraña que resultaría su presencia, Nicole se ruborizó y se puso de pie, rodeando con los brazos el bebé que le colgaba del cuello.
Los ojos oscuros y chispeantes del hombre adoptaron una expresión divertida. Eran unos ojos profundos y brillantes que la desorientaron un momento.
–¡Un bebé! ¡Josef, la señora tenía un bebé! –susurró el hombre al niño de ojos curiosos, y éste abrió los labios que antes apretaba con fuerza.
–Pensaba que era una joroba. Una joroba en la tripa –anunció el chiquillo, volviendo a cerrar los labios apresuradamente.
–Comment? –exclamó Nicole volviendo a la realidad, sin darse cuenta de que seguía hablando en francés.
–Une bossue –explicó el hombre con seriedad y una risilla se escapó de los labios femeninos.
¡Una joroba, qué gracioso!, pensó Nicole. Su mirada azul contempló al hombre, que se había dado la vuelta hacia su hijo. Los hipnóticos ojos negros se clavaron en ella nuevamente:
–Bonjour, madame. Je m’apelle Blake.
–Buenos días, Blake –dijo ella, impresionada por el perfecto acento francés que tenía él. Sonrió–. Hablo inglés. Mi madre es inglesa y hablábamos en inglés casi todo el tiempo. Soy Nicole Vaseux –dijo–. Y la joroba de mi tripa se llama Luc –informó a Josef divertida–; tiene siete semanas.
Ante la sorpresa de Nicole, el rostro del niño reflejó una gran pena.
–¡Pobrecillo! ¿Lo has traído aquí porque está muerto? –le preguntó con tristeza.
–¡¡Josef!!
–¡No! –conteniendo la risa, Nicole calmó las protestas horrorizadas del padre con una leve inclinación de cabeza–. Mira. Está bien. Dormidito, nada más –se puso en cuclillas con un movimiento ágil para que el niño mirase al bebé.
–¡Respira!
Asintió con la cabeza. Con el rostro lleno de cariño, se unió a la contemplación de aquel trocito de carne que era su hijo. Le besó con ternura la suave mejilla. Era su vida, por encima de todo.
–Mon chou –murmuró.
–¿Es un encantamiento? –exclamó Josef, retrocediendo alarmado.
Los ojos femeninos brillaron al ver el rostro asombrado del niño.
–¿Tengo aspecto de bruja?
–Podrías estar disfrazada –replicó él con cautela.
–No lo estoy. Soy así –dijo ella con una alegre sonrisa–. Hablaba en francés, nada más. Quiere decir «mi cielo», «mi tesoro» –explicó, y viendo la sonrisa satisfecha del niño, se puso de pie nuevamente. Se dio cuenta de que Blake la había estado observando con detenimiento.
Se estremeció. Él era extraordinario. Diferente, aunque no supo por qué. ¡Pero era el primer hombre que la había impresionado de aquel modo!
Alto e impecablemente