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El lector podrá apreciar cincuenta y cuatro anécdotas, las más reveladoras sobre la Misión Médica Militar en Etiopía, en la que se aprecian las difíciles condiciones, bajo la guerra, de los médicos internacionalistas cubanos, quienes una vez más demostraron las cualidades y el privilegio de haber nacido para dar vida, al riesgo de la propia.
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Seitenzahl: 151
Veröffentlichungsjahr: 2025
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,www.cedro.org) o entre la webwww.conlicencia.comEDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros ebook los puede adquirir enhttp://ruthtienda.com
Primera edición: Editorial Capiro, 2007
Edición:Hildelisa Díaz Gil
Diseño de cubierta e interior:Jorge Víctor Izquierdo Alarcón
Realización:Ariel Feitó Trujillo
Corrección:Idania Hernández García
Fotos:Cortesía del autor
Conversión a ebook:Grupo Creativo RUTH Casa Editorial
© Víctor Pagola Bérger, 2016
© Sobre la presente edición:
Casa Editorial Verde Olivo, 2025
ISBN: 9789592248045
Todos los derechos reservados. Esta publicación
no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
en ningún soporte sin la autorización por escrito de la editorial.
Casa Editorial Verde Olivo
Avenida Independencia y San Pedro
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Plaza de la Revolución, La Habana
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A mis nietos Catherine, Laura, Víctor Samuel y Mónica Marina, para que un día conozcan una faceta extraordinaria de la vida de su abuelo.
Quiero patentizar mi gratitud al compañero Francisco Molejón González,Panchi, técnico en Rayos X de mi unidad asistencial, por la valiosa ayuda ofrecida con sus remembranzas para esta obra, ya que pasó gran parte del tiempo de su misión internacionalista trabajando directamente conmigo.
A la profesora Myriam López Matas (fallecida),quien se desempeñaba como jefa del DepartamentoEditorial del Centro Provincial de Información de Ciencias Médicas de Villa Clara, por la revisión y corrección del original de este libro.
Agradezco a mis amigos de la Empresa de Recursos Hidráulicos y GEOCUBA de Villa Clara; a los ingenieros Lázaro Sarduy Villavicencio y Juan Cortés Cuesta, por su confianza en este proyecto; y de una manera especial a mi yerno, Juan Carlos Ortega Camacho, por su inestimable colaboración en la confección e impresión de estas cuartillas.
El presente texto constituye un testimonio de mis relevantes experiencias, en lo personal y laboral, durante la primera misión internacionalista en la República de Etiopía.
Hace treinta y ocho años tuve el privilegio de haber sido seleccionado para prestar mis servicios en ese territorio. Miles de cubanos ya daban allí su ayuda desinteresada a los hermanos que sufrían la acción de potentes fuerzas contrarrevolucionarias internas o el asedio de las extranjeras, que trataban de derrocar el Gobierno revolucionario en el poder.
Marché hacia África formando parte de un nu-meroso grupo de trabajadores de Salud Pública: médicos, enfermeros y técnicos, de diferentes regiones de Cuba, civiles y militares, entre los que se encontraban cuatro compañeros del Hospital Militar Comandante Manuel Fajardo Rivero, de Santa Clara, adonde pertenecía. El compromiso era cumplir con el deber solidario de darlo todo por la población que nos tocó apoyar y defender, sin escatimar esfuerzos ni sacrificios, incluso, la propia vida si era necesario.
Etiopía constituía el único país del continente que había conseguido mantener su independencia en la etapa imperialista, a pesar de que las grandespotencias del capital completaban el reparto del mun-do a finales del siglo XIX. La lucha armada, en una geografía montañosa y aislada, permitió la conservación de su soberanía nacional. Exclusivamente, Eritrea, con los dos puertos, Assab y Massawa, que dan acceso al mar Rojo, había sido segregada al caer en manos de Italia.
Situada en el cuerno africano, esta nación era una de las tantas atrasadas de la región que, sumida en el feudalismo, permaneció cincuenta años bajo la tiranía del emperador Haile Sellassie I (Tafari Makonnen, autotitulado «Rey de Reyes, Elegido de Dios, León Conquistador de la tribu de Judá», descendiente directo de la reina de Saba y el rey Salomón),1 hasta que el 12 de septiembre de 1974, un movimiento popular democrático espontáneo lo destronó e instauró un sistema regido por jóvenes militares, con la dirección del teniente coronel Mengistu Haile-Mariam.
Muy pronto el imperialismo y la reacción se dis-pusieron a asestar un golpe mortal a la nueva Revo-lución.
El pueblo etíope y sus fuerzas armadas, en medio de la convulsión revolucionaria de un proceso popular que había desalojado del poder a la oligarquía feudal [...] se enfrentaba en esos instantes a movimientos secesionistas en el norte del país apoyados por [...] la reacción árabe, así como a numerosos grupos contrarrevolucionarios que, dirigidos por los feudales y apoyados desde el exterior, operaban a lo largo y ancho del territorio […].2
En marzo de 1977 el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz realizó una visita de tres días a Etiopía, en la que dejó constancia de la simpatía y solidaridad del partido y de los cubanos por sus habitantes, Estado y las radicales medidas tomadas en dos años y medio en el Gobierno.
Aunque la Revolución Etíope se enfrenta a enemigos poderosos, el pueblo está decidido a luchar, pues ninguna revolución verdadera puede ser fácilmente vencida. Pensamos que el éxito y la consolidación de la Revolución Etíope tienen una enorme importancia para África [...].3
La revistaVerde Olivo, en su artículo, continua-ba explicando:
Al iniciar su agresión directa en el mes de julio de 1977, Somalia contaba con [doscientos cincuenta] tanques, cientos de piezas de artillería, [doce] brigadas de infantería mecanizada y más de [treinta] modernos aviones de caza y bombardeo. La mayor parte de estos medios fueron empleados en el artero ataque […] con pleno conocimiento y aprobación de las potencias occidentales y EE. UU., que guardaron cómplice y vergonzoso silencio, así como un mal disimulado entusiasmo, mientras se desarrollaban los acontecimientos con los cuales creían ver el próximo fin de la Revolución Etíope [...].4
Con estos antecedentes salimos de Cuba en agosto de 1977, sin saber qué sorpresas nos deparaba el destino en aquel lejano lugar desconocido, qué dificultades tendríamos que enfrentar, qué nuevas enfermedades y lesiones habríamos de intentar curar, qué adversidades influirían en nuestra labor y existencia, y como aspecto más preocupante: cuándo y en qué condiciones sería el regreso.
Dado que era una experiencia única e ignoraba si se me presentaría otra oportunidad semejante, decidí llevar una agenda en la que anoté, todas las noches, los incidentes y hechos que consideré más re-levantes de mi quehacer cotidiano. «Cargué», además, con una cámara fotográfica para dejar constancia de las cuestiones que lo merecieran.
Teniendo en cuenta estas previsiones pude con-feccionar un diario y recopilar cerca de cuatrocientas imágenes de sitios, personas, pacientes..., que me hicieron recordar y escribir en orden cronológico cincuenta y cuatro anécdotas, las más significativas, las de mayor presencia en mi memoria de las tantas que viví en trece meses de estancia allí, en los cuatro territorios donde me tocó ejercer mi profesión.5 Es por todo eso que determiné darlas a conocer —jocosas unas, y colmadas de dramatismo otras— acompañadas algunas de ellas de fotografías.
He deseado ceñirme a la verdad en la medida en que la evocación y los apuntes realizados me lo han permitido. Los nombres de personas, lugares y fechas son auténticos en su mayoría, otros se acercan bastante a la realidad.
La versión que les presento fue elaborada a partir de «Memorias de una Misión Internacionalista», primer premio a nivel nacional en el concurso Internacionalismo Médico en Cuba, en 1998, convocado por el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Salud, en homenaje a los treinta años de la desaparición física del comandante Ernesto Che Guevara.
Espero ofrecer, con esta pequeña y modesta obra, la oportunidad a quienes no hayan tenido la posibilidad de trabajar o visitar Etiopía, de conocer facetas de su idiosincrasia y cultura, y a los que como yo tuvieron esa distinción les permita rememorar lo vivido.
El autor
1 Tomado de Raúl Valdés Vivó: Etiopía. La Revolución desconocida, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, pp. 3, 6 y 31.
2 Revista Verde Olivo: «Síntesis de los hechos militares que condujeron a la gran victoria de la Revolución Etíope en Ogaden», La Habana, 26 de marzo de 1978, año XIX, número especial, p. 22.
3 Raúl Valdés Vivó: Ob. cit., exordio, p. VII.
4 Revista Verde Olivo: Art. cit., pp. 20-22.
5 Aparecen de forma cronológica, Harar: capital de la provincia de Hararge, región del desierto de Ogaden. Jijiga: ciudad de Hararge, importante nudo de caminos a unos cien kilómetros al este de Harar y ciento cinco de la frontera con Somalia. Universidad Agrícola de Alem Maya: donde fue instalada la Base Hospitalaria del Frente Este. Addis Abeba: capital de Etiopía, que significa nueva flor.
Disfrutar el privilegio de haber nacido para hacer bien,
es la mayor gloria que puede tener el hombre.
Fidel Castro Ruz
Una mañana del mes de junio de 1977, fui llamado a la jefatura del hospital militar de Villa Clara donde me desempeñaba como médico cirujano. En el local se encontraban el director y la mayor parte de los integrantes del consejo de dirección y buró del partido.
—¡Vas para Angola! —me dijo, a secas, el jefe.
—¿Cuándo debo partir? —pregunté de inmediato.
Desde hacía más de un año yo esperaba una noticia así. Ya en esa época estas misiones habían dejado de tener carácter secreto; pero se mantenía cierta compartimentación al enviar cooperantes alextranjero a realizar este tipo de actividades.
Iniciada en 1975, la guerra en Angola continuaba y era de conocimiento público que allí se encontraba gran cantidad de cubanos. No se sabía, al menos a nuestro nivel, de ningún otro país donde sucediera alguna situación similar en esos momentos.
Las palabras del directivo me impactaron doblemente. Por un lado me sobrecogió la idea de ir a un Estado lejano, desconocido, tan distinto al mío, en tiempo de guerra, donde uno nunca sabe cómo reaccionará ante nuevas circunstancias peligrosas, incluso de riesgo para la vida. Por otra parte, me embargó la alegría de haber sido seleccionado para realizar una tarea tan importante en la que la patria deposita su confianza en una actuación consecuente con los principios de la Revolución socialista, entre los que el internacionalismo proletario ocupa un lugar preponderante.
—Te avisaremos con tiempo, vete preparando —respondió el director. Otros compañeros del hospital irán contigo, entre ellos Dignora1y señaló a una joven que se encontraba presente.
Un regocijo desbordante nos conmovió y la tensión que imperaba al principio, y hasta ese minuto, desapareció. Nos reímos, nos abrazamos y los demás colegas nos felicitaron.
Después fue llamado Carlos Manuel,2quien convirtió aquel acto en una fiesta cuando supo que había sido elegido. Días más tarde me enteré de que Jorge y Panchi3 participarían también.
El cumplimiento de una misión de tal envergadura impone una serie de implicaciones afectivas y materiales, que inquietan tanto al que va a desempeñarla como a su familia. Significa la separación de los seres queridos, independientemente de los problemas que puedan tener o no; la privación de las comodidades del hogar, del centro de trabajo y la actividad habitual; la lejanía del terruño…
Nos impulsaba, a pesar de todo, a dar el máximo de nuestras capacidades profesionales y de adaptación. Por la condición de revolucionarios y el honor de haber sido escogidos,el pueblo cubano esperaba de todos lo mejor, sin reparar en riesgos ni sacrificios individuales.
En realidad lo que nos tranquilizó fue la comprensión de nuestros familiares, pues en ningún instante pusieron reparos. La compañía de otros compatriotas, algunos del mismo centro, nos daba una seguridad inmensa en que acometeríamos el encargo asignado.
A finales del propio mes de junio salí para La Habana, y en julio, durante el proceso de preparación y espera para partir, en el Hospital Militar Central Dr. Carlos J. Finlay, se fue filtrando la información de que no iríamos hacia Angola, sino para Etiopía, víctima de una agresión militar imperialista por su vecina Somalia, y con la que el Gobierno de la Isla mantenía lazos de colaboración.
El sábado 20 de agosto abandonamos la querida tierra rumbo a Moscú, vía Rabat, Marruecos. Posterior a una estancia, prácticamente turística, en la capital soviética de cuatro días, volamos hacia Addis Abeba, con escala en Lárnaca, Chipre.
Yo había sido designado como jefe de un grupo médico que iría hacia Gambela, al norte del país; sin embargo, el ambiente sanitario se había tornado crítico en el desierto de Ogaden, el cual limita con Somalia por el este, y fui enviado de forma provisional como cirujano del equipo de colegas procedentes de las provincias orientales que iría a Harar, hasta que viniera de Cuba el nombrado para ese Frente.
Después de cinco días en Addis Abeba, una mañana volamos en el avión presidencial hacia Dire Dawa,4 provincia de Hararge, desde allí nos trasladaron por tierra hasta Harar, su capital, donde desplegué la mayor parte de la misión.
Al llegar, enseguida noté una gran diferencia entre este pueblo y la información que tenía acerca de Angola, relacionada con el idioma inglés, lo cual constituía cierta dificultad, porque la mayoría de mis compañeros no lo dominaba.
Las vivencias compartidas con aquel pueblo sufrido y revolucionario: sus alegrías y tristezas; aquella realidad, frente al cruel subdesarrollo que engendraba pobreza e incultura, no fue impedimento para que sus trabajadores y personas, en general, apreciaran grandemente la ayuda de los cubanos; estas experiencias nos marcaron de manera profunda por siempre.
1Dignora Borroto Pentón: enfermera, fallecida en un accidente en Santa Clara en el 2007.
2 Carlos Manuel Valdés Ruiz: enfermero y técnico anestesista, fallecido en Santa Clara.
3 Jorge Salazar Burgos: técnico en Laboratorio; Francisco Molejón González, Panchi: técnico en Rayos X.
4 Ciudad de Hararge, con aeropuerto y estación del único ferrocarril que existía en el país.
La llegada a la capital etíope se produjo a las ocho de la mañana del jueves 25 de agosto de 1977, la cual fue un poco incómoda para algunos de los viajeros, posiblemente por la ingestión en el avión de comidas no acostumbradas, como setas, caviar, entre otras. Arribamos al aeropuerto de Addis Abeba con cólicos y diarreas. Ya en el albergue, frente al Black Lion Hospital, nos sentimos mejor.
Black Lion Hospital, Addis Abeba.
Grupo de colaboradores a la entrada del albergue. El autor en plano inferior.
Desde que pisamos tierra comenzamos a chocar con una realidad objetiva muy diferente a la habitual en Cuba. Cuando entré al baño por primera vez, pude ver que existía en el pasillo un urinario sin privacidad junto a un lavabo y, más al fondo, dos inodoros con puertas, cuyas, señalizaciones indicaban: damas y caballeros. Es decir, que mientras un hombre está orinando en el pasillo, puede entrar una mujer, pasarle por detrás y dirigirse al inodoro, al lado del cual puede encontrarse, a la vez, otro hombre sentado en la taza.
En los cinco días de estancia en Addis participamos en reuniones, visitamos varios lugares y paseamos por la localidad. Algunos colegas experimentamos cierta falta de aire por la altura en que esta se encuentra sobre el nivel del mar.
Durante los recorridos apreciamos de lejos una urbe naciente, con grandes avenidas, mucho tráfico, semáforos, señales del tránsito, grandes edificios, comercios, hoteles y viviendas modernas. En contraste con esto, más de cerca, una ciudad hedionda donde se podía encontrar orina y excrementos humanos y de animales; gentes sucias y harapientas caminando por las calles o echadas en las aceras; casas muy pobres y gran cantidad de pequeños comerciantes callejeros que vendían de todo, como quincallas ambulantes. En cualquier parte se podía hallar a un hombre de espaldas a la calle, orinando la pared o alguna señora en cuclillas haciendo lo mismo, protegida por las múltiples sayas que llevaba puestas. En ciertas vías poco pobladas solían verse individuos algo apartados de la orilla defecando detrás de un muro o roca.
Los animales: reses, ovejas, cabras, burros cargados hasta el tope, en las calles tenían la preferencia. Los choferes no respetaban las leyesdel tránsito; la única disposición que existía era la de la «cañona».
Cuando entrábamos en una pequeña tienda de confecciones, se podía ver que no existía probador. Si alguien deseaba probarse una prenda de vestir, simplemente se quitaba la que tenía encima y se ponía la nueva delante del público que, pordemás, no le llamaba la atención.
Después de recibir el primer estipendio de sesenta birr, moneda etíope equivalente a medio dólar, salimos de compras. Los cubanos que colaboraban allí desde hacía algún tiempo nos aleccionaron: «¡No den más de cincobirrpor unas gafas!»