Mente en silencio - Jiddu Krishnamurti - E-Book

Mente en silencio E-Book

Jiddu Krishnamurti

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Beschreibung

En esta inédita colección de relatos personales, Krishnamurti dialoga con distintos buscadores espirituales. Mente en silencio expresa un estilo de enseñanza atemporal rebosante de una profunda sabiduría, mientras explora la naturaleza de la atención, los detalles de la autoindagación y el significado de la vida en la misma vida. Un libro de un valor incalculable para todos aquellos que deseen profundizar en el campo del conocimiento de uno mismo.

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J. Krishnamurti

Mente en silencio

Prefacio de Terence Stamp

Traducción del inglés de Luis Locatti

Título original: CAN THE MIND BE QUIET?

© 2019 by Krishnamurti Foundation Trust Ltd.

Brockwood Park, Bramdean, Hampshire

SO24 0LQ

England

© 2022 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

La presente edición en lengua española ha sido contratada con la licencia de la Krishnamurti Foundation of América (KFA) www.kfa.org e-mail: [email protected], y la Krishnamurti Foundation Trust Ltd (KFT) www.kfoundation.org e-mail: [email protected] con la Fundación Krishnamurti Latinoamericana (FKL), Apartado 5351, 08080 Barcelona, España, www.fkla.org e-mail: [email protected]

© Traducción del inglés: Luis Locatti

Revisión: Andrea Dumas

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Katrien Van Steen

Primera edición en papel: Junio 2022

Primera edición en digital: Junio 2022

ISBN papel: 978-84-9988-991-7

ISBN epub: 978-84-1121-040-9

ISBN kindle: 978-84-1121-041-6

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

Exploraciones con KrishnamurtiPrefacio por Terence StampPARTE I. EXPLORACIONES SOBRE EL VIVIR1. Nosotros no observamos, no escuchamos2. ¿Cómo puede terminar el centro?3. El río de la vida4. La ignorancia de uno mismo es la causa del conflicto5. ¿Por qué dividimos entre interno y externo?6. El conflicto en cualquier forma es destrucción de energía7. ¿Cómo educar a mis hijos?8. ¿Qué es lo que puede frenar el deterioro en el mundo?9. Usted ha hecho a la mente esclava de las palabras10. El placer se convierte en dolor rápidamente11. La comparación engendra el descontento12. ¿Cómo se produce la percepción?13. ¿Pueden cambiar las células cerebrales de mi hijo?14. La elección existe únicamente cuando la mente está confundida15. Cualquier forma de control es distorsión16. La soledad significa libertad17. ¿Puede la mente misma deshacerse de la carga?18. Damos una vuelta equivocada y nos perdemos19. El intelecto es muy limitado20. El enfoque positivo es destructivo21. La vida no puede ser gobernada por ideas22. ¿Es la expresión diferente de la creación?23. ¡Cómo desperdiciamos la vida!24. Toda búsqueda surge del miedo y el vacío25. ¿Puedo detener el deterioro en mí mismo?26. ¿A qué profundidad quiere orden?27. La sabiduría no viene con la práctica28. El cerebro necesita seguridad absoluta29. Vigilancia intensaPARTE II. EXPLORACIONES SOBRE EL APRENDER30. Educar es descubrir la extraordinaria belleza del orden31. En vez de impartir conocimiento enseñe a través del diálogo32. Aprender a cooperar es parte de la educación33. El pensamiento divide34. El intelecto nunca puede ser libre35. El conocimiento destruye el aprender36. El conocimiento es estático37. El conocimiento se convierte en un impedimento para la relación38. Estar libre de lo conocido es la más alta inteligencia39. El sexo se convierte en un dios obsesivo40. ¿Qué significa la virtud?41. Solo la mente no distorsionada puede ver la verdadPARTE III. EXPLORACIONES SOBRE LA MEDITACIÓN42. ¿Qué es lo sagrado realmente?43. La atención y el darse cuenta sin elección44. ¿Por qué medita usted?45. La mente meditativa es la mente religiosa46. La opinión no es la verdad47. La meditación es inteligencia48. La meditación es la esencia de la energía49. La vida es un movimiento extraordinariamente bello50. ¿Qué es el darse cuenta?51. La extraña sensación de lo otro52. La meditación es ver el factor de distorsión53. No vemos la totalidad54. La meditación es el movimiento de la gran sensibilidad55. ¿Puede el cerebro estar en silencio alguna vez?56. El amor no es una abstracción57. La meditación es vaciar la mente de la palabra y el símbolo58. El fin del tiempo es el fin del cambio59. El pensamiento no puede vaciar la mente60. SilencioFundaciones

Exploraciones con Krishnamurti

Junto con las charlas públicas, sus diálogos con pensadores líderes del siglo XX como Renee Weber, Iris Murdoch, Jonas Salk, David Bohm y Huston Smith son reconocidos. Entre estos cientos de encuentros, Krishnamurti estaba también disponible para reuniones personales y conversaciones con aquellos que deseaban reunirse con él. Estas no fueron grabadas y el registro por escrito era desalentador.

Aquí han sido compiladas sesenta conversaciones, que no habían sido publicadas previamente, recordadas y escritas por Krishnamurti a finales de los años 60 y principios de los 70. Contienen preguntas de exploración en temas tales como el yo y la conciencia, las cualidades esenciales de una buena educación y la mente meditativa y religiosa. Como con todos sus escritos, el estilo es directo, evita la retórica y afirma profundas verdades como información obvia y factual, accesibles a cualquiera que escuche. Estos fragmentos también incluyen las tan apreciadas descripciones de la naturaleza de Krishnamurti.

El libro está dividido en tres secciones que representan exploraciones de gran alcance en las áreas de la vida, el aprendizaje y la meditación, resaltando el enfoque radical de Krishnamurti en cada una de ellas.

Prefacio

Conocí a Krishnamurti por primera vez en Roma en el año 1968, mientras trabajaba en una película con el gran director italiano Federico Fellini. Yo no hablaba italiano, por lo que contaba con una traductora, que casualmente resultó ser su astróloga personal. Un día ella me dijo: «Usted ha sido invitado a un almuerzo con Krishnamurti».

Yo dije: «¿Quién es Krishnamurti?».

Luego ella respondió en voz baja, como si yo debiera saber, «Bueno... usted sabe... él es Krishnamurti».

Yo pregunté: «Bueno, ¿es un director de cine?».

«No no –dijo ella–, él es un sabio».

Yo ya tenía 27 años y era famoso, pero en realidad solo era un vago del East End* y en ese momento estaba improvisando. El único sabio** que conocía iba en el relleno que mi madre hacía en casa para nuestras cenas tradicionales. De todas maneras, estaba lo suficientemente intere­sado para aceptar asistir a ese almuerzo. Pasaron varios años hasta que supe cómo llegué a estar allí realmente.

Fellini tenía un impresionante guión que quería filmar. Sin embargo, contaba con poco dinero, así que le pidió a Vanda Scaravelli, una eminente profesora de yoga y una figura socialmente bien conectada, que lo ayudara. Ella conocía a Krishnamurti, y Fellini le pidió que le fuese presentado la próxima vez que él visitara Roma, supongo que pensando que quizás él pudiera aportar algo de fondos.

Unos meses más tarde Krishnamurti estaba en la ciudad, y ella lo arregló para que se conocieran. Sabiendo que a él le gustaban las películas, Fellini editó quince minutos de los fragmentos de la película que él y yo estábamos haciendo. Luego se los mostró para romper el hielo, y al parecer, cuando el corto vídeo terminó, Krishnamurti dijo: «Me gustaría conocer a ese chico» (refiriéndose a mí), y por eso fui invitado al almuerzo.

Cuando llegué el lugar estaba repleto, pero aun así terminé en una mesa frente a Krishnamurti. No hablamos una palabra. Pero como yo lo estaba mirando fijamente, él continuamente bajaba los ojos como un gesto de cordialidad. Recuerdo haber pensado que jamás había conocido a alguien como él. Era muy inusual. Luego, después del almuerzo, él estaba respondiendo preguntas a la gente de la prensa y su secretario Alain Naude se acercó a mí y me dijo: «¿Querrías ir a caminar con Krishnamurti?». Yo dije que sí.

Entonces él y yo fuimos a dar un largo paseo por los suburbios de Roma. Y aunque no había tenido el coraje de hablar con él durante el almuerzo, de repente no podía parar de hablar. En un cierto momento de la caminata nos detuvimos y él puso su mano en mi brazo y me dijo: «Mira aquel árbol». Y yo miré, era un árbol. Lo miré a él. Él sonrió. Yo sonreí. Seguimos caminando. Yo seguí hablando. Diez minutos después, me frenó nuevamente y me dijo: «Mira aquella nube». Y miré de nuevo, una nube. No era especial, no estaba iluminada desde dentro ni nada parecido: era una nube, eso es todo. Seguimos avanzando, y yo seguí hablando.

Y ese fue mi primer encuentro con Krishnaji. Sin embargo, nunca fui el mismo después de aquel encuentro. Algo cambió. Produjo algo en mí que comprendí años más tarde: utilizó su presencia para frenar mi propio pensamiento. Y algo en mi interior comenzó a comunicarse conmigo.

De ahí en adelante, cada vez que yo me enteraba de que iba a dar una charla, trataba de ir y, del mismo modo, él se aseguraba de que yo fuera invitado. A menudo no captaba realmente lo que se estaba diciendo, pero sin que yo lo supiera estaba siendo depurado. Lo mismo sucedería en conversaciones posteriores: empezábamos conversando de camisas y zapatos, y sin embargo se producía un cambio. No cambiaba su tono de voz necesariamente, pero algo sutil ocurriría. Solo puedo compararlo con la letra de Cole Porter, «Qué extraño el cambio de mayor a menor». Me llevó tal vez quince años comprender dichos como: «Cuando el águila vuela no deja rastro», y «El observador es lo observado».

Puede que yo no estuviera seguro de lo que él estaba diciendo, pero siempre surgía ese cambio.

Terence Stamp

PARTE IEXPLORACIONES SOBRE EL VIVIR

1.Nosotros no observamos, no escuchamos

El viento del norte soplaba fuerte y frío, llevándose consigo la niebla, el olor del pueblo, el aire exhausto y viciado. Las montañas se veían con claridad. La tenue brisa barría todo lo que estaba en su camino: las hojas muertas y moribundas. Era posible ver, bien a lo lejos, el espacio entre las islas y podía verse casi por completo cada arbusto y cada hoja en el cerro. Esa extraña luz que existe solo en California, penetraba con mayor intensidad que nunca. Realmente uno debería ver las montañas con esta luz, y el cielo azul detrás de ellas, y entonces descubriría la extraordinaria belleza de la tierra. El sol era sobre el mar de esta mañana una inmensa sábana de plata.

Se sintió bien al mirar la luz sobre el agua y dejar que esa luz le llegase al corazón, permaneciendo con ella y nada más; sin un pensamiento, sin mañana o ayer, y dejar que el viento norte se lleve todas las locuras, la fealdad, la violencia y las estupideces que el hombre ha construido dentro de él, a través de su propio pensamiento y miedo. Dejar todo aquello atrás y vivir con esa luz y nada más.

«Usted ha dicho frecuentemente: sea nada, destruya todo, lo bueno y lo malo, y repliéguese en el silencio, en la nada misma. ¿No está usted enseñando la aniquilación total del ego y de todos sus movimientos? Usted realmente le está diciendo a la gente que viva una vida en el vacío y desde ahí actué. Esto mismo dicen la Bhagavad-Gita o las Upanishads: completa y total aniquilación del “yo”, el ego, el superego. ¿Cómo se hace esto? ¿Sobreviene a través de la meditación o de buenas acciones? ¿Es una recompensa por buen comportamiento? ¿Cómo ocurre?».

Hay dos tipos de acción. Una trae recompensa y al hacerla se fortalece el ego, el «yo». La otra clase de acción, la que uno ama, no tiene recompensa ni castigo, y no está influenciada por lo que dice el vecino, los dioses o los sacerdotes, o alguna creencia. Uno lo hace porque es lo que surge naturalmente hacer.

Uno siente regocijo al actuar así, no porque alcance el cielo o evite el infierno. Uno solamente actúa y en la acción misma se encuentra el gozo. Esta acción está libre de la influencia de la sociedad y no tiene nada que ver con la moralidad. Esta acción surge del vacío. Cuando eso está, uno puede observar el mundo desde el silencio de la nada.

Usted pregunta cómo ocurre esto. El pensamiento solo puede moverse dentro de su propio campo, ya que es limitado. El pensamiento por más brillante, claro, perceptivo que sea, sigue siendo parte de lo conocido, y lo conocido no es aquel vacío. El pensamiento no puede destruir lo conocido, ya que él es lo conocido. Pero el pensamiento debe exigirse al máximo, a lo ancho y a lo largo de su propio campo para darse cuenta de la futilidad de su actividad. Tampoco es a través de la meditación sistematizada, ya que mientras exista un meditador, la meditación será dentro del campo de lo conocido. Lo que es importante es terminar con el meditador. Por tanto, no es la meditación con sus sistemas, métodos y objetivos, ni tampoco la búsqueda y el refinamiento del pensamiento. La claridad del ojo es la que ve y la nitidez del corazón es la que escucha. El escuchar y el ver del ego es una cosa por completo distinta del ver y el escuchar sin el ego. Uno pervierte y distorsiona, el otro simplemente ve y escucha.

Esta forma de escuchar surge del silencio del vacío. La negación total es la acción total.

«Permítame preguntarle, ¿cuál es la acción de la negación? ¿Es ver algo en la mente que es falso y simplemente decir no a ello? Si es así, hay algo que actúa y dice que no. Pero esto no puede ser lo que usted está diciendo. Entonces, ¿cuál es la cualidad de esa negación?».

No hay un «yo» cuando niega porque el «yo» ya ha sido negado.

«Pero para la mayoría de nosotros, negar implica ver algo y rechazarlo».

En la negación está el ver y el hacer, no son dos cosas separadas.

«¿Pero a que se refiere con este hacer? Entiendo que debe haber un ver, una percepción de algo, pero habiendo visto, ¿cuál es la acción que niega?».

No hay acción. El ver mismo es la negación.

«Quiere decir que si uno ve algo no hay elección, no hay equivocación, ¿solo existe el ver?».

Así es. Nosotros dividimos el ver y la acción, y luego preguntamos cuál es la acción que surge del ver. El ver es la acción, no hay un actor en el ver. Si hay un actor en el ver, entonces no se está viendo en absoluto, ni se está escuchando cuando hay alguien que escucha.

«Parece estar describiendo una cualidad de ver y escuchar de una gran profundidad, la cual la mayoría de los seres humanos no pueden ni siquiera imaginarse».

No creo que sea demasiado profundo. Creo que es bastante simple y claro. Ver y escuchar sin el observador, sin el que escucha e interpreta, solamente el acto de ver y escuchar, y nada más.

«Pero permítame sugerir que, para la mayoría de nosotros, el acto de observar está restringido por las limitaciones de cada persona. Pero usted parece estar diciendo que para barrer con todo aquello, uno debe ver, y nosotros no vemos porque estamos presos de estas limitaciones».

Somos presos del Yo, del ego, del superego.

«¿Pero no está diciendo que aquel ver y escuchar que usted describe borra el ego y el “yo”?».

Sí, pero uno tiene que darse cuenta del ego, del «yo» que está interfiriendo con el ver, y darse cuenta sin ninguna elección es el ver. En el momento que uno elige lo que quiere escuchar o ver, aparecen todos los problemas que surgen de actuar con un motivo o con un deseo o por placer.

«Entonces, déjeme preguntarle si es posible entenderlo así: ¿uno observa algo y, al mismo tiempo, uno debe ver la acción que entra en juego inmediatamente a través del ego y el pensamiento, de tal modo que uno vea la cosa objetivamente, y también todo el mecanismo subjetivo de la mente en un único movimiento?».

Claro, sí. Antes que nada, no vemos, realmente no escuchamos. Vemos y escuchamos con la limitación, desde el condicionamiento del ego, del «yo» siendo este, la sociedad, el miedo, etcétera. Uno debe darse cuenta de que uno no ve y no escucha. Cuando uno se da cuenta de este hecho, uno ya se encuentra en otro nivel.

«Al intentar seguir lo que usted dice, voy dándome cuenta de todas estas cosas. ¿Usted sugiere que al verlas, por así decirlo, como si fueran una masa, un conjunto, como un hecho, uno luego puede dejar eso atrás y quedar libre de ello? O es necesario decir “Sí, veo esto, esto y esto”».

No, no. Uno debe verlo como un todo y apartarlo como un todo. Verlo como un todo es el fin del mismo.

«Pero esto es muy riesgoso porque la mente que está presa del pensamiento podría decir: “Sí, existe el factor del condicionamiento, existe el factor del pensamiento, lo veo”, pero en realidad no lo está viendo en absoluto. Lo toma como si lo hubiera descifrado».

Eso es una pretensión, es la vanidad del sentido de ver. Hemos dejado muy claro que ver u oír no es posible cuando hay interpretación, cuando hay apego.

«Sí, la cualidad de esto es totalmente diferente a lo que hacemos la mayoría del tiempo».

2.¿Cómo puede terminar el centro?

Las montañas estaban llenas de soledad. Había estado lloviendo intermitentemente durante tres días y se veían verdes relucientes. Se habían vuelto casi por completo azules, y en su plenitud hacían los cielos más bellos. Había un gran silencio, a diferencia del mar; cuando uno caminaba por la playa, en la arena mojada las rompientes de las olas hacían mucho ruido. No había silencio allí, solamente en el corazón. Pero en aquel sinuoso camino entre las montañas, el silencio estaba en todas partes. El ruido de la ciudad, el rugir del tráfico y los truenos de las olas no se escuchaban. Era una bella tarde y, con el sol poniente, algunas cimas de los cerros parecían estar vivas, con una luz propia.

«Uno siempre se encuentra confundido en cuanto a cómo actuar y resulta cada vez más desconcertante cuando uno ve la complejidad de la vida. Existen tantas cosas que se deberían hacer, y hay otras cuestiones que necesitan de una acción inmediata. El mundo a nuestro alrededor está cambiando tan rápidamente –sus valores, su moralidad, las guerras y la paz– que uno está totalmente perdido antes de que surja la inmediatez de la acción. Sin embargo, uno siempre se pregunta a sí mismo qué se debe hacer al confrontarse con el enorme problema que es el vivir. Uno ha perdido la fe en casi todo –los líderes, los maestros, las creencias– y uno muchas veces desea que alguna clase de principio actúe por nosotros, algo que ilumine el camino, o alguna autoridad que le diga a uno qué hacer. Pero también sabemos en nuestro corazón que todas estas cosas son algo muerto y acabado. Invariablemente volvemos a preguntarnos de qué se trata todo esto y qué debemos hacer».

Como uno observa, siempre hemos actuado desde un centro que se contrae y se expande. A veces es un centro muy pequeño y otras veces es comprensivo, amplio y totalmente satisfactorio. Pero siempre es un centro de pena y dolor, de goce pasajero y tristeza, el encantador o el doloroso pasado. Es un centro que la mayoría de nosotros conocemos consciente o inconscientemente. Desde ese centro actuamos y nuestras raíces están ahí. La pregunta de qué hacer ahora o mañana siempre surge de este centro, y la respuesta debe ser siempre reconocida por este centro. Una vez hemos obtenido una respuesta, ya sea de otro o de nosotros mismos, comenzamos a actuar de acuerdo a la limitación del centro. Es como un animal sujeto a un poste, su acción dependerá del largo de la soga. Esta acción nunca es libre, y por eso siempre hay dolor, maldad y confusión. Dándose cuenta de esto, el centro se pregunta «¿Cómo hago para ser libre y vivir feliz, pleno, abierto y actuar sin sufrimiento o arrepentimiento?». Pero sigue siendo el centro que hace la pregunta.

Este centro es el pasado. Este centro es el «yo» con sus actividades egocéntricas, que conoce la acción solo en términos de recompensa y castigo, de logro y fracaso, con motivos, causas y efectos. Está atrapado en esta cadena. Esta cadena es el centro y es la prisión.

Hay otra acción que surge cuando hay espacio, en la cual no hay ningún centro, una dimensión en la cual no hay causa ni efecto. Desde allí, vivir es acción. Al no haber un centro, toda acción es libre, gozosa, sin el dolor del placer.

Este espacio y libertad no es resultado del esfuerzo y el logro: cuando finaliza la actividad del centro lo otro es.

«¿Pero cómo puede cesar la acción del centro? ¿Qué debo hacer para eliminarlo? ¿Qué disciplinas, qué sacrificios, qué grandes esfuerzos debo hacer?».

Ninguno. Solo observe sin elección las actividades del centro; no como un observador, no como un agente externo mirando hacia dentro, solo observe sin el censor.

«No puedo hacerlo, siempre estoy mirando con los ojos del pasado».

Entonces dese cuenta de que está mirando con los ojos del pasado y esté con el hecho. Permanezca con él; no trate de hacer nada al respecto. Sea simple, sabiendo que cualquier cosa que intente hacer es la respuesta de su propio deseo de escapar de aquello, y lo único que logrará será fortalecer el centro. Por tanto, no hay escape, esfuerzo y desesperanza. Entonces, uno puede ver el significado completo del centro y el inmenso peligro que representa.

3.El río de la vida

Era un hombre alto, bien vestido, con ojos azules de mirada aguda. Había estudiado budismo ya que prometía un sustento intelectual y le gustaba la mirada budista de la vida. Si bien había sido cristiano desde el nacimiento, no encontraba demasiado valor en ello, excepto el servicio por el amor a Dios, ayudando al hombre a convertirse cada vez más desamparado. Incluso el budismo no lo satisfacía y había abandonado eso también, aunque vagamente jugaba y pasaba de una filosofía a otra, o de un maestro a otro. Pero su mente era intensa, alerta; cuestionaba y exploraba. Se sentó en el sillón cómodamente, con sus piernas cruzadas. Sus zapatos estaban bien lustrados. Se puede decir mucho de las manos. Tenía manos más bien gordas pero delicadas. Dijo que se dedicaba mucho a la jardinería, que gozaba de las flores, y que mantenía su jardín libre de dientes de león y de malezas. Mencionó que tenía una gran casa, una esposa pero ningún hijo. Por la descripción de la casa, debe haber sido agradable, llena de muebles antiguos y con suelos bien pulidos y limpios. Parecía que le gustaba la buena comida. Uno se preguntaba por qué estaba contando todo esto.

La habitación era muy agradable con una alfombra verde y lindas cortinas. Miraba hacia un verde jardín, y a un magnífico tulípero que había florecido tan bellamente, con largas flores, durante el comienzo del verano. Hacia la izquierda había un espléndido cedro, viejo, y listo para morir. Más allá del jardín había un campo y una arboleda, bosques y tierras.

Era un lugar agradable y pacífico, desprovisto del tráfico. Había una gran belleza y quietud. Uno podía realmente sentir la tierra. Había árboles por todos lados, viejos, cargados de hojas, bellos en su forma. Esa noche estaban proyectando largas sombras. Era un deleite verlas y mientras uno observaba, toda la tierra cambiaba. Todo parecía estar vivo y uno era parte de ello, no solo desde la dura silla sino allá afuera, parte de la vibrante belleza y quietud. Uno no se identificaba con ellos; no era un proceso de identificación, más bien uno pertenecía a ellos. Eran amigos de uno. Sus susurros eran los susurros de uno y su movimiento era parte de la mente y el corazón. No se trataba de imaginación, ya que esta puede crear trampas, engañándose a sí mismo con fantasías, reacciones exageradamente sensibles, y falsos estados emocionales llamados amor. No era ninguna de estas cosas. No había separación entre uno, la tierra, los cielos y los árboles. Los colores del verde jardín y las profundas sombras eran los colores de la mente y el corazón. El amarillo no aspira a ser mejor amarillo. El verde jardín estaba tan fantásticamente vivo a la luz de la noche que cada parte de uno era parte de él. Un faisán atravesó el parque y uno iba con él, desapareciendo detrás de un arbusto.

El hombre dijo: «Vine a la reunión de esta mañana y a las otras. Un arroyo pasa por mi casa, un agradable y misterioso arroyo. Divaga por varios estanques que yo he cavado, pero el tramo principal pasa de largo. He cavado otros y ese es mi trabajo. Dos o tres veces a la semana hago otras cosas para sumar a mi pequeña renta. Pero parezco estar estancado. No sé bien qué es lo que me sucede. Puedo pensar, puedo debatir con bastante inteligencia y claridad. He leído mucho, pero todo esto parece absolutamente vacío y mi vida parece haber llegado a un punto muerto. Incluso las flores y mi verde jardín que tanto cuido han perdido su encanto».

Existe esa corriente del arroyo que pasa por su hogar continuamente, y usted ha cavado pequeños estanques en donde el agua permanece y los lirios así pueden crecer. Usted es un poco así, ¿no le parece, viviendo en las pequeñas lagunas, cómodamente, evitando el peligro, satisfecho? Y esa corriente del arroyo pasa de largo, y esa corriente es la vida.

«Sí, entiendo lo que usted dice. Eso es exactamente lo que he hecho. Qué extraño que se diera cuenta tan rápidamente».

Se mantuvo en silencio por un rato, mirándome, sorprendido y algo desconcertado. En un momento dado dijo: «¿Qué debo hacer ahora?».

La habitación estaba llena de silencio y su pregunta dio vueltas en él. Estaba buscando su propia respuesta. No encontró demasiado y volvió hacer la misma pregunta: «¿Cómo puede uno liberarse de estos pequeños estanques cavados por uno mismo, de ese jardín, de la casa, de los libros, de los muebles y de la esposa, y entrar en la corriente y fluir con ella eternamente?».

Un río fluye sobre cualquier obstáculo porque contiene un gran volumen de agua detrás de él. Puede que se formen pequeños estanques y rezagados remansos, pero es el río el que los crea, y en la temporada de lluvia todos estos serán barridos por el gran caudal de agua. El río siempre está en movimiento, más allá de las rocas, las islas y los campos. El río es inagotable, y también lo es la vida.

«¿Debo dejar ir –preguntó– mis pequeños estanques que con tanto cuidado he cavado, mi jardín y los árboles?».

No hay una respuesta para esa pregunta. Existe ese hermoso arroyo con sus sombras y el rápido fluir de la corriente, y las lagunas, algunas florecidas y otras estancadas. No hay un «cómo»; si usted pregunta «cómo», nunca dejará las lagunas, la casa y el jardín. Nunca existe un «cómo», solo el acto de entrar en la corriente, y entonces uno fluye eternamente con ella.

4.La ignorancia de uno mismo es la causa del conflicto

«¿Qué es el conflicto? He leído varios de sus libros y considero que soy lo suficientemente capaz para cuestionar estas cosas, explorarme a mí mismo, en las complejidades de la relación. También soy consciente del mundo que me rodea y de la injusticia social. He estudiado Vedanta y creo que puedo comprender las cosas intelectual y factualmente. He discutido sobre temas religiosos con muchas personas de todo el mundo, con académicos y estudiantes. Si puedo decirlo, creo que mi cerebro es razonablemente agudo, y cuando pregunto qué es el conflicto, no estoy buscando una definición o una cura para resolverlo. Lo pregunto porque pareciera que toda la vida se trata de conflicto, toda relación es conflicto, todo lo que uno hace o deja de hacer es un estrés y un esfuerzo. Existe el conflicto temperamental entre dos seres humanos, el conflicto del carácter, el conflicto de las intenciones, el de la voluntad y el deseo. Hay conflicto en la frustración, en el desengaño de la esperanza, el conflicto de la confusión, de no ser capaz de lidiar con uno mismo o con una situación. Por tanto, existe el conflicto de nuestra vida cotidiana y también están aquellos más profundos, de los cuales uno apenas es consciente. Esta lucha es abrumadora, aparentemente inevitable y, sin embargo, uno se resiste a ella. Está la lucha del sano y la lucha del neurótico. La vida entera es una batalla. Algunos de los conflictos surgen de tendencias profundamente arraigadas, ya sean heredadas o adquiridas, el resultado del temperamento o del condicionamiento».

¿Podemos decir que la mayoría de nuestros conflictos, ya sean del temperamento, del carácter o adquiridos, son el resultado de nuestro condicionamiento? ¿No son todos los conflictos el resultado de nuestra percepción limitada, de nuestra comprensión parcial de nosotros mismos? ¿Diría usted que si uno se comprende a sí mismo, el conflicto llegaría a su fin? ¿O es el conflicto algo de lo que no tenemos ningún control? Y si está fuera de nuestro alcance poder enfrentarlo, ¿hay algún problema con ello? ¿Es el conflicto ignorancia? Está el hecho del conflicto y están las miles de explicaciones y descripciones de sus variantes. Y al final, está la pregunta: ¿podemos hacer algo al respecto? ¿Qué es el conflicto? ¿Cuándo uno es consciente de él?

«Uno es consciente de él cuando hay dolor, o cuando hay una demanda por más placer».

¿Es usted consciente del conflicto todo el tiempo o solo algunas veces?

«Solo a veces».

¿Por qué solo algunas veces? ¿Qué sucede cuando no es consciente de él? ¿Está usted perdido en alguna fantasía, escapando de algo, siendo entretenido?

«Cuando no soy consciente de él, no hay conflicto, o más bien, cuando no hay conflicto, no soy consciente de ello».

Por tanto, usted es consciente del conflicto solo cuando este existe. El conflicto mismo hace consciente su existencia, a través del dolor y más. ¡No es que el darse cuenta crea el conflicto, por supuesto! Por tanto, ¿qué es lo que ocurre cuando no hay conflicto? Cuando la mente está totalmente absorta en algo y ocupada, en ese estado no hay conflicto. Eso es lo que todos queremos, algo que nos absorba de tal modo que nos olvidemos de nosotros mismos. Pero el conflicto está solo suspendido temporalmente; sigue latente y vuelve con la misma intensidad de siempre cuando cesa la ocupación. Por tanto, queremos estar ocupados todo el tiempo. Cada vez más nos aseguramos de estar ocupados para que el conflicto que está a la vuelta de la esquina no asome la cabeza. La mente es como un niño absorto con un intrincado juguete. Mientras el juguete guarde interés, el niño permanecerá perdido en él; si se rompe o se lo quitan, el niño comenzará a llorar. Eso es lo que nos ocurre a nosotros. Cuando no estamos absorbidos por una ocupación estamos en conflicto. Cualquiera que sea la ocupación –estudio universitario, política, actividad social, sexo, entretenimiento, Dios o el estado– defenderemos todas estas cosas a toda costa, porque tenemos miedo de enfrentar el conflicto que está siempre allí. Por tanto, estamos ocupados con alguna actividad o estamos ocupados con el conflicto; y el estar ocupados trae a su vez sus propios conflictos.

Por tanto hay estos tres puntos: estar absorto por un «juguete», estar absorto por un conflicto y, en tercer lugar, estas dos cosas son una resistencia a ese estado de la mente que está vacía, el miedo a una mente que carece de ocupación. La mente mezquina y superficial quiere estar abstraída por un juguete o por sus propios conflictos. El conflicto es interés propio, y la abstracción con un juguete es un no interés propio aparente. Pero el interés propio y el no interés propio aparente son lo mismo. Entender estos tres puntos es la comprensión de uno mismo. La ignorancia de uno mismo es la causa del conflicto.

«¿Está diciendo usted que la comprensión de todas estas cosas, que es la comprensión de la propia naturaleza de uno mismo, es el fin del conflicto?».

Cuando uno se comprende a sí mismo, el conflicto termina. Y el conflicto es la ignorancia de la estructura en donde este existe, y la estructura misma hace a su existencia. Ver esto no verbalmente es terminar con ello.

«¿Quiere decir usted que no debo estar ocupado con ninguna cosa?».

Uno puede estar ocupado y, sin embargo, no estar abstraído por la ocupación. Si usted está ocupado con un motivo del que no es consciente, entonces se está resistiendo al conflicto, aunque ese hecho pueda estar oculto. Pero si presta atención a lo que está haciendo, esa atención no es engendrada por el conflicto oculto a la vuelta de la esquina, del cual se está escapando. Esa atención no tiene motivo.

«Si hago algo que disfruto, ¿no es el disfrute el motivo de la acción?».

Si usted ama hacer algo entonces lo disfruta. En eso no hay conflicto. El gozo es la belleza de este amor. Si uno hace algo por el simple hecho de hacerlo, por el amor a ello, entonces no hay motivo y, por lo tanto, no hay conflicto. De esa manera, el gozo no es un pecado. Pero el miedo a perder el gozo es un conflicto nuevamente. La disposición de la mente es conflicto: pérdida, ganancia y realización. Por tanto, uno se pregunta a sí mismo si la mente puede estar en un estado de atención, y por tanto de amor, no absorto en nada.

«El surfista disfruta de una gran ola con todo su corazón y el niño juega con un juguete. ¿No están los dos absortos?».

Por supuesto que lo están.

«Sin embargo, usted dice que si uno hace algo con amor y gozo es algo inteligente, es diferente de estar absorto».

Usted posee, domina, se aferra a esa cosa que lo absorbe y cuando ésta desaparece, vuelven las lágrimas, como le pasa al niño. El hombre que goza lo que hace no está obsesionado por eso que hace. El hombre que ama es anónimo. El que posee es clamoroso; para este existe el conflicto, y no para el otro. Lo importante de todo esto es que uno no esté obsesionado con la ocupación. La libertad es el fin del conflicto. Cuando hay apego hay dolor. Sabiendo esto usted dice: «Yo debo estar desapegado», y este intento por estar desapegado es conflicto, que es lo mismo que estar apegado.

5.¿Por qué dividimos entre interno y externo?

Recién habían llegado a la estación de tren. Estaban adornados con unas guirnaldas. Vestían sencillas telas de algodón llamadas khadi y estas, con sus sandalias y gorras que siempre parecían usar, eran sus credenciales. La no violencia estaba en sus labios. Trabajaban por la liberación de la tierra, habían estado en prisión por varios años y sufrido por la causa, y cuando el poder extranjero se fue, ellos se convirtieron en lo mejor de la tierra. La mayoría eran brahmines y Ghandi era su líder. Hablaban de la no violencia hasta el cansancio, pero eran personas violentas. Creían que era necesario no ser mundanos, pero todas sus acciones eran mundanas, políticas y sociales. Se expresaban con gestos de humildad, pero eran arrogantes. Seguían a los exitosos porque en sus corazones eran fracasados. Tenían un sagrado temor al sexo y algunos habían hecho votos de castidad, y aun así se rodeaban de mujeres. Perseguían la paz y, sin embargo, eran seres humanos extraordinariamente torturados. Eran tradicionalistas, aunque estaban familiarizados con los escritores contemporáneos de Occidente y sus ideas; conocían las escrituras y a los modernos filósofos. Mantenían una contradicción entre el mundo científico y el religioso. Se identificaban con el pobre y eran allegados al poderoso.

Hablaban de los pueblos donde ellos eran los líderes, precursores de la iluminación y la esperanza. Eran simples de apariencia con sus vestidos blancos, pero internamente eran seres humanos torturados, confundidos, profundamente heridos e infelices.

En 1948 eran los héroes de la lucha y los custodios del brillante futuro que se avecinaba frente a ellos. Tenían las más altas esperanzas por su tierra y todos creían que marcarían el comienzo de una nueva era dorada. Hoy son personas perdidas, inútiles, fracasadas, consumidas. Están agotados, desilusionados y llevan una vida sin sentido, aislados, aunque hablan, gesticulan y escriben. Son gente muy astuta y pueden debatir por horas persuasivamente, pero están perdidos, amargados, infelices y solos. Son como personas de cualquier otra parte que se han comprometido con una causa particular con la esperanza de que esta los condujera al éxito al llegar al final. Con o sin éxito tienen las manos y el corazón vacíos. Están llenos del conocimiento de otras personas y tienen muy poco del propio. Esto no es una exageración cruel. La imagen es triste para todos, porque de alguna manera u otra todos pertenecemos a ese grupo de seres humanos.

¿Qué es lo que salió mal? ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué es que sabiendo todo lo que los libros, la experiencia y las escrituras de los santos pueden enseñar, no han aprendido nada y están completamente perdidos? Nosotros somos iguales. Esto no es una crítica a un determinado grupo; a través de él vemos todos los grupos y, por medio de estas personas, nos vemos a nosotros mismos. La mayoría estamos perdidos, infelices, solos y amargados.

Creo que es correcto preguntar ahora, viendo todo esto, no solo cómo prevenir que esta espantosa enfermedad se desparrame, sino también qué hacer con ella dentro de nuestros propios corazones. Esta urgencia por hacer algo en lo externo, reformar, cambiar, organizar el progreso, es el primer síntoma de esta enfermedad fatal. El otro síntoma fatal es el opuesto: decir que todo está en mí y que yo debo cambiar antes. Esta división es la causa de la enfermedad. Uno nunca puede separar lo externo de lo interno. La violencia y el desorden que hay fuera es la violencia y el desorden que hay dentro: los dos son lo mismo indivisiblemente.

La no violencia de estos hombres era solo un eslogan, un instrumento político de la violencia interna. Estaban en ellos la compulsión, la estricta disciplina y la conformidad a un brutal patrón de lo que consideraban la moralidad. Siempre los acompañaba ese cruel conflicto de ajustarse a lo que ellos consideraban la virtud más elevada, la cual era un invento propio. También obligaban a otros a seguir el patrón. Eran esencialmente tradicionalistas y, por tanto, contradictorios.

¿Por qué dividimos lo externo de lo interno? ¿Es porque no podemos controlar lo externo y esperamos poder controlar y cambiar lo interno? ¿Es parte de nuestro escape intelectual de lo que realmente somos? No vemos que somos el resultado del pasado. Sin morir al pasado dentro de nosotros, seguiremos inevitablemente el camino de la tradición que ha construido tanto lo externo como lo interno. Ambos están entrelazados y se determinan uno al otro. Ambos cambian cuando se niega el pasado. Al negarlo en nuestros propios corazones, lo negamos también en nuestras acciones, que son lo externo.

Por tanto, ¿qué podemos hacer usted y yo para no degenerar en seres humanos torturados y desesperanzados? ¿Existe algo positivo que podamos hacer? Si usted hace algo positivo, estará siguiendo el camino de la tradición. Pero si niega la tradición, usted ya ha hecho lo más radical y el cambio ya ha tenido lugar.

El deterioro ocurre cuando el hábito del pasado, que es la tradición y su particular idiosincrasia nacida de este, es cultivado. Donde haya continuidad en conformarse a un patrón de vida conceptual –sea el concepto tradicional, ortodoxo o particular, proyectado por su propio deseo, inclinación y esperanza– hay decaimiento y una vida sin sentido. Inventar una vida trascendente, por más noble o ingeniosa que sea, es lo mismo que seguir el significado de otro. Entonces uno ve el deterioro y comprende toda su estructura. Este ver es comprensión y no es una acción intelectual. Esto es energía que no actúa contra sí misma. Dese cuenta de esto en la acción, en el vivir y en todas sus relaciones.

6.El conflicto en cualquier forma es destrucción de energía

Era un viaje largo y caluroso. El polvo caía dentro de los vagones y lo cubría todo. El compartimento no daba suficiente refugio contra el sol y la suciedad. Estaba lleno; las personas llegaban de distintas estaciones con sus valijas, los maleteros y la ruidosa conversación. Se fue haciendo más caluroso mientras avanzábamos y el tren se fue atrasando cada vez más.

Era un hermoso país con ríos, palmeras y tamarindos. Temprano por la mañana los lugareños llevaban el ganado a donde pudieran encontrar algún pasto verde para comer. Los cerros con sus grandes cantos rodados relucían frente al cielo azul. Los lugareños trabajarían durante horas en los campos usando arados de madera y montando el buey, que se esforzaría, bramando, bajo el sol caliente.

El tren paró en una estación donde los vendedores ambulantes exhibían frutas y dulces cubiertos de moscas. Todos parecían molestos y sufrían el calor. En ese momento se oyó un silbato y el tren comenzó a moverse. Durante el frío de la noche, el tren paró una hora. El guardia dijo que nos retuvo otro tren que también iba con retraso. Mirando hacia fuera por la ventana, uno vio un hombre cubierto de polvo y cenizas haciendo yoga. Estaba haciendo varios asanas, parado sobre su cabeza, sentándose en la posición de loto, haciendo complejos ejercicios con tal facilidad y gracia que la gente le tiraba monedas. La práctica la realizaba extremadamente bien, con gran habilidad y una facilidad consagrada, todo por unas pocas monedas. Probablemente lo hacía todos los días. Era muy flaco, de apariencia asceta. Estaba haciendo los ejercicios entre la polvareda aunque había barrido bien la tierra en donde se exhibía. El suceso era más bien triste. Probablemente podría haber ganado una gran suma de dinero, pero en aquellos lugares había mucha competencia. No habiendo sido educado apropiadamente y sin nadie que lo ayude, nunca dejaría el pueblo, pero juntaría a diario algo de dinero para comer, y si tuviera familia, para alimentarlos. Una cabra negra con pesados cuernos pasó de largo. Una vaca apareció y se echó a la sombra de un árbol. Todo parecía estar en paz; los vendedores se habían ido y el tren estaba esperando.

Un compañero de viaje estaba comiendo una banana y leyendo un libro sagrado. No miró hacia la ventana durante esa hora, no vio al pobre yogui, sucio y cansado. No vio los cerros, las profundas sombras, las vacas volviendo a casa en la polvareda y las mujeres del pueblo reunidas alrededor del grifo de agua. Creyó estar atendiendo a cuestiones religiosas, ya que leía en voz alta para sí mismo, pero la belleza de la tierra estaba allá, afuera, y no en la voz que atravesaba el espacio de ese pequeño compartimento. Era un triste escenario, aquel yogui exhausto, este hombre pequeño y gordo orgullosamente leyendo su libro y la vaca durmiendo en la sombra. Todo parecía tan desprovisto de amor, sin sentimiento alguno.

De repente, los monos de colas largas, caras negras y pelaje gris llegaron. Eran bastante grandes y numerosos. Se sentaron sobre los árboles mirando hacia abajo todo lo que ocurría en la estación, silenciosos, totalmente indiferentes y quietos. Habían llegado de los cerros. No moraban en el pueblo, por lo que estaban sanos, extraordinariamente gráciles. Los pequeños eran juguetones, iban saltando de arriba abajo, y cada movimiento era un goce. Era un tremendo disfrute verlos y la tierra entera parecía regocijarse en su quietud, su jovialidad y gracia. Uno podía escuchar al otro tren acercarse, y los monos se fueron. Desaparecieron, y con ellos se fue la belleza y la quietud de la noche, hasta que llegaron las estrellas. El traqueteo del tren nunca alteró la paz de la noche. Las estrellas parecían estar tan cerca y brillantes. Era extraordinario, el sentimiento de la tierra y las estrellas, y el hecho de que no exista espacio entre uno y ellas.

Uno no era consciente de la quietud y de la belleza. Si lo fuera, entonces eso no estaría allí. Al no ser consciente, eso estaba ahí con los monos, el yogui y aquel hombre gordo con sus plegarias.

«Estoy soltero, aunque he tenido relaciones de pareja. No las tomó con demasiada seriedad, pero han ocupado una buena parte de mi vida. He desperdiciado una gran cantidad de energía peleando, cediendo, siendo apasionado y, luego, siendo simplemente rutinario. Siempre he sentido que era necesaria una gran dosis de energía para vivir, resistir, disciplinarse, ser libre. Estuve en un monasterio en donde había monjes con sus rutinas, su cruel disciplina y la negación del cuerpo, aunque comían abundante carne. Creían que necesitaban energía para entregar sus vidas a Dios; como los comunistas que están vigorosamente comprometidos con una ideología dialéctica, con su propia cruel disciplina y su vida en torno a ella, también ellos necesitaban energía. Y está asimismo el monje ambulante, el sannyasi, que al renunciar al mundo pretende hacerse de una inmensa energía que lo lleve a conocer la realidad. Un trabajador fabril requiere igualmente energía para hacer su monótono trabajo diario con la ayuda de una máquina. Desde el ser humano más privilegiado al más menesteroso, todos necesitan energía motriz».