Mentiras creíbles y verdades exageradas - Enrique Sueiro Villafranca - E-Book

Mentiras creíbles y verdades exageradas E-Book

Enrique Sueiro Villafranca

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Ignorancia y libertad no riman. Personas, organizaciones y países albergan claroscuros. Lo sensato es conocerlos, asumirlos y gestionarlos con proporción. Paradigma de tal desafío es la Leyenda Negra: estereotipos que —conscientemente o no, del siglo XVI a hoy— transmiten una imagen falsa de la realidad histórica de España al magnificar miserias y silenciar grandezas. Una verdad exagerada se aproxima a una mentira. Ante un fenómeno tan poliédrico y controvertido, Enrique Sueiro armoniza sutileza y matiz con verdades sin complejos y mentiras al desnudo. Huye de la visceralidad de fuentes que van de la extrema defensa al radical ataque. Consciente de que lo veraz no es la equidistancia entre dos falsedades, estas páginas inyectan apertura mental para: - Adaptar la percepción a la realidad, no al revés - Desvelar la mentira de la verdad exagerada - Combatir la mentira de la verdad omitida - Verificar datos, ofrecer contexto y embridar emociones - Conocer claves del comportamiento humano - Saber comunicar reputación - Ponderar lo anecdótico y lo sintomático Los hechos tardan en confirmarse, pero las emociones afloran ipso facto. Tan urgente como importante es verificar si la retórica coincide con la realidad.

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Título original: Mentiras creíbles y verdades exageradas. 500 años de Leyenda Negra.

Primera edición: Marzo 2022

© 2022 Editorial Kolima, Madrid

© Enrique Sueiro

www.editorialkolima.com

Autor: Enrique Sueiro

Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

Maquetación de cubierta: Beatriz Fernández Pecci

Maquetación: Carolina Hernández Alarcón

ISBN: 9788418811685

Producción del ePub: booqlab

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

 

 

A Lourdes, verdad amable de mi historia personal.

A toda persona que quiera conocer verdades ignoradas queayudan a comprender la realidad.

A quienes, por su cargo directivo, deben combatir mentirasagradables y asumir verdades incómodas.

Índice

Prólogo

Apertura (mental)

1. Adaptar la percepción a la realidad, no al revés

Si es una leyenda, el color da igual

2. Desvelar la mentira de la verdad exagerada

Hispanoamérica, según Las Casas

3. Combatir la mentira de la verdad omitida

Impacto de la ignorancia: colonialismo comparado

4. Verificar datos, ofrecer contexto y embridar emociones

Comprender sin justificar: Inquisición española y represión extranjera

5. Conocer claves del comportamiento humano

Personalidad de Felipe II y su secretario Antonio Pérez

6. Saber comunicar reputación

Vanguardia oculta, lastre manifiesto: España, entre los grandes países

7. Gestionar lo anecdótico y lo sintomático

Ni magnificar lo puntual ni silenciar lo habitual: la Armada española

55 reflexiones ejecutivas

Gracias

Notas

Bibliografía

Prólogo

Una España sin relato

Este libro que me honro en prologar no lo es de historia en sentido estricto, aunque verse sobre hechos de nuestro pasado, decisivos en la conformación de la imagen de España y en la autopercepción por los españoles de su propio devenir. Tampoco es un ensayo sobre comunicación reputacional estrictamente, aunque el autor sea un acreditado especialista en la materia. Se trata de una obra híbrida que, con gran erudición y abundancia de datos contrastados, escoge episodios históricos decisivos para nuestra nación y demuestra cómo no hemos sabido transmitirlos de una forma tal que, respondiendo a la veracidad de los acontecimientos, mostrasen a su través nuestras virtudes colectivas y nuestras carencias individuales y sociales, al igual que, con habilidad, han logrado otros países que en su tiempo se convirtieron en feroces adversarios de España.

Mentiras creíbles y verdades exageradas de Enrique Sueiro, subtitulado «500 años de leyenda negra» es un texto que no pretende, creo, competir con otras obras de referencia sobre el origen y el desarrollo de la fabulación que atribuye a nuestros más grandes logros —desde la civilización de la América hispana hasta nuestra presencia en los territorios al norte de la hoy república francesa— lacras que como un mantra se han ido transmitiendo de generación en generación hasta alcanzar a nuestros días. El alma de este libro consiste en explicar cómo la historiografía no ha rectificado las «verdades exageradas» a las que alude el autor y que se han convertido en «mentiras creíbles» configurando así un cuerpo de doctrina que sienta el principio indiscutible de que España y los españoles, prácticamente durante los tres siglos de su hegemonía imperial, se comportaron de forma neroniana frente a las actitudes poco menos que humanitarias, comprensivas e integradoras de potencias coloniales como la británica y la francesa, y otras menores pero relevantes, como la belga, y recientes, como la soviética y la estadounidense a las que el profesor procura un higiénico repaso crítico. En definitiva, se trata de una indagación del porqué la «leyenda negra» se ha instalado en la cultura histórica —y en la política— que se maneja sobre nuestro país y que los españoles hemos asumido con una cierta mansedumbre intelectual.

La comunicación reputacional es «performativa», es decir, que al emitirse transforma la realidad percibida y muta su vibración estableciendo el estado de opinión pretendido. En nuestros días esa capacidad de presentar la realidad de un determinado modo, con el lenguaje adecuado, mechando en él las emociones y los sentimientos, secuenciando los hechos con rigor, pero con intención, es todo ello lo que conforma el relato también denominado «storytelling». Y justamente es de relato, de ese relato reputacional, del que España ha carecido. Y Enrique Sueiro explica la razón de esa omisión que es idiosincrática en España.

Quizás fuera adicionalmente necesario incorporar a la constatación de esa insuficiencia crónica de la política y la historiografía españolas algunas reflexiones diagnósticas sobre los rasgos psicológicos del biotipo español que se caracteriza por una suerte de quijotismo —es decir, de orgullo tantas veces mal entendido— que suele despreciar los intangibles para atenerse a las materialidades, a los elementos objetivos de la realidad como si estos tuvieran por sí mismos capacidad de comunicación. Lo que enlaza con una actitud que, siendo orgullosa, es también resignada y de raíz confesional: el evangélico de «por sus hechos los conoceréis».

Decididamente, los hechos no tienen capacidad de relatar su ontología, sino que se someten a interpretación y enjuiciamiento en un debate caleidoscópico en el que intervienen tanto el rigor como la emoción. Por eso provoca asombro —y lamentación— que los episodios radiografiados en el libro, sin duda los más protagonistas de nuestra entidad histórica y los más contribuyentes a la leyenda negra, se presenten sin la versión contrastada en beneficio de la negativamente exagerada urdida por los adversarios de la larga hegemonía histórica de España. El autor demuestra así que la técnica performativa del relato no es un hallazgo contemporáneo en la comunicación reputacional, sino un mecanismo propaganda que comenzó, a la manera en la que entonces resultaba posible, hace un buen puñado de siglos. A fin de cuentas, los detractores más aviesos del imperio español fueron Bartolomé de las Casas y Antonio Pérez, y los autores confesos del pesimismo patrio de finales del siglo XIX fueron egregios españoles que integraron la llamada «Generación del 98».

La lectura de este libro es apasionante porque introduje el bisturí del análisis, con toda suerte de datos, hasta alcanzar la localización de la tumoración maligna que emponzoña nuestra historia y crea a los propios españoles una baja estima en su condición nacional. Se atribuye a Antonio Cánovas del Castillo la frase amarga de que «son españoles los que no pueden ser otra cosa», un lamento inspirado por la dificultad casi insalvable de definir la nacionalidad española en un proyecto de constitución. La frase del que fuera uno de los políticos más relevantes del siglo XIX remite al efecto perverso que la ausencia de relato histórico gratificante —a la vez que justo— sigue causando en la cohesión de España. Nuestra estima, por los suelos.

En este sentido, Enrique Sueiro parece muy consciente de la gran actualidad de su trabajo porque el sustrato de la crisis territorial de la nación —irresuelta por la Constitución de 1978 pese al establecimiento de un modelo de Estado autonómico— es que España está en la picota porque, como afirmó un expresidente del Gobierno, su naturaleza nacional es «discutida y discutible». El factor afectivo de la pertenencia se ha ido debilitando de manera progresiva y, en los momentos más cruciales de nuestro presente, se ha anclado en el brumoso pasado: la fecha mágica del secesionismo catalán es 1714 y el integrismo sabiniano vasco se remonta al mito del cantabrismo de la época romana y a fabulaciones posteriores.

Esas tensiones segregacionistas en nuestro país, que arrancan de principios del siglo XX aunque tienen sus raíces en el romanticismo anterior y se agudizan con la II República y reaparecen después de la transición democrática, tienen que ver con la ausencia, en unas ocasiones, y el disenso, en otras, del y sobre el relato nacional, del olvido de las vinculaciones históricas estrechísimas que nos aglutinan en un proyecto colectivo secularmente mantenido y que ha protagonizado momentos estelares de la historia hurtando a estos efectos el título de una de las mejores obras de Stefan Zweig.

Por las razones que expone puntillosamente el autor, esos momentos «estelares» de España se han convertido en episodios tantas veces umbríos a los que se han restado épica y mérito por los adversarios, que no han encontrado réplica en una España que es nación, pero cuyo Estado, en su versión medieval, pero también contemporánea, no ha alcanzado el grado de profesionalización para comportarse como un jugador principal en las relaciones de poder internacionales.

En ese orden de cosas, es grave el embate de los populismos bolivarianos —México, Perú, Nicaragua, Venezuela— que exigen imperativamente que nuestros más altos representantes políticos e institucionales «pidan perdón» por la mayor obra —inconmensurable— de España: su acción civilizatoria en América con cuyos indígenas nuestros ancestros, como ningún otro pueblo colonizador, se fundieron en una confraternización inédita en los anales de la historia. Unen estos dirigentes a la altivez, la iconoclastia como nueva forma de «cancelación» en un ejercicio escandalosamente banal de lo políticamente correcto, un concepto que desgarra la interpretación histórica e impone los cánones no solo de lo que debe decirse, sino de cómo debe pensarse.

Uno de los grandes aciertos de esta obra consiste en su carácter pedagógico y proactivo. No se limita a relatar cómo la Armada española fracasó en su invasión de Inglaterra, ni cómo los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II se ocuparon de la humanidad íntegra de los naturales de las tierras colonizadas, ni de cómo los Estados Unidos manipularon un accidente naval para convertirlo en un motivo de conflagración bélica en Cuba, ni como Julián Juderías resumió en un extraordinario párrafo que los españoles no fuimos mejores que otros pero tampoco peores en nuestra conquistas, ni cómo, en fin, Antonio Machado se duele en carta a Ramiro de Maeztu, glosándole admirativa pero también penosamente, su «Defensa de la Hispanidad».

Sueiro introduce al final de cada uno de los siete capítulos de la obra una práctica «síntesis reputacional», unos breves y atinados consejos —a veces solo reflexiones— para que, aplicándolos, no persistamos en el quietismo resignado de un pueblo con una historia que habría que esconder en vez de mostrar. Igual mención elogiosa merecen las 55 reflexiones ejecutivas con las que concluye este ensayo que cierran lo que el autor considera «un somero repaso a algunos episodios de la historia de España desde una perspectiva de comunicación directiva y de gestión reputacional».

Concluyo esta breve introducción destacando la originalidad de este texto que, además de erudición histórica (véase la bibliografía consultada y el gran número de notas a pie de página que aportan rigor científico al libro), ofrece una visión diferente en el entendimiento del sesgo canónico —y no por ello auténtico— con el que se ha leído y analizado la historia de nuestro país. Por lo demás, la aportación a la ciencia de la comunicación resulta obvia. Es esta una obra de consulta obligada que tiene la virtud de ofrecer criterios estandarizados para afrontar cualquier tipo de relato. Se trata, en definitiva, de una lección de historia, pero también de una erudita y original manera de apelar a la comunicación performativa de la realidad de España en cualquiera de las muchas facetas en las que nuestro país requiere de alguien, muchos, que le escriba para evitar la exageración de las verdades y destruir la verosimilitud de las mentiras creíbles.

José Antonio ZarzalejosPeriodista y escritor

Apertura (mental)

Saber sí ocupa lugar y, sobre todo, tiempo.

Habla el ignorante sin pudor y calla el sabio con temor.

Cuando el ignorante habla suele pontificar, exagerar y adjetivar.

Cuando el sabio habla suele dudar, matizar y sustantivar.

Si alguien nos cae mal, no llegaremos a reconocerle ni una brizna positiva.

Si alguien nos cae bien, atenuaremos hasta su barbarie más evidente.

Cuando estas premisas se aplican a asuntos complejos y distantes en el tiempo, se aleja aún más la posibilidad de hacerse una idea cabal de la realidad.

El hilo conductor de estas páginas es la Leyenda Negra, esa serie de estereotipos que, de forma consciente o no, transmiten una imagen falsa de la realidad histórica de España al magnificar bajezas y ocultar grandezas, en particular desde el siglo XVI. Este libro no es de historia, aunque se refiera a ella; habla de la Leyenda Negra, mas no agota el tema, y lo aborda desde una perspectiva de comunicación reputacional, que no es la única posible.

He disfrutado leyendo miles de páginas de obras y sitios de Internet porque quería saber. Aun a riesgo de equivocarme, intuyo algo parecido a lo que percibo al leer periódicos: que gran parte de lo publicado es cierto, pero no más que lo omitido. Y que la clave está en la proporción.

Los títulos de los capítulos tienen vocación de antídotos de esa Leyenda Negra, trasplantables a la gestión de cualquier organización humana. El primero aborda la necesidad de adaptar la percepción a la realidad, conscientes de que, si un relato es leyenda, el color da igual. Los capítulos segundo y quinto se centran en personajes clave para entender la Leyenda Negra: Bartolomé de Las Casas, Felipe II y su secretario Antonio Pérez. El motivo de pormenorizar detalles de su personalidad y comportamiento es comprender mejor su impacto en los argumentos negrolegendarios utilizados contra España. Tanto el tercero —colonialismo comparado— como el cuarto —la Inquisición— pretenden arrojar luz con unas verdades frecuentemente ignoradas de un contexto en el que otras se transmiten de forma exagerada. Ese mismo propósito guía el contenido del capítulo sexto, sobre una realidad española de vanguardia que, por desconocimiento, se percibe de forma injusta. El séptimo ejemplifica —con sucesos en torno a la Armada— cómo, no solo la mentira, sino magnificar lo puntual y silenciar lo habitual genera desinformación. El contenido se completa en la conclusión con medio centenar de reflexiones ejecutivas.

Evitar la extrema defensa y el radical ataque, sin matiz intermedio

Salvo fallo de memoria, desde que tengo carné de conducir (1986) me han notificado cuatro multas de tráfico. No menos cierto es que he cometido más infracciones que esas sancionadas. Cualquiera que publicara esto, detallado minuciosamente en varios volúmenes y traducido a diversas lenguas, estaría diciendo una verdad; pero si solo hablara de ello estaría transmitiendo al mismo tiempo una manifiesta falsedad. Quienes más me aprecian omitirían de mi pasado, probablemente, esas cuatro multas que realmente existieron. Y quienes se empeñen recabarían detalles también reales. El círculo manipulador se cerraría si, cada vez que se informase del tráfico, se recordara mi caso y solo se hablara de él.

La información accesible condiciona la percepción. Bien lo sabían los gestores de la imagen de Franklin Delano Roosevelt. De las 35.000 fotografías conservadas en la Roosevelt Presidential Library, solo dos muestran al presidente estadounidense en silla de ruedas.1

Apenas me ha resultado novedoso lo que he leído sobre lo muy difundido de la historia de España. Sin embargo, me ha sorprendido lo que ahora he conocido y que ha tenido una difusión mucho más restringida.

A toda costa quiero evitar la visceralidad que se percibe en algunas fuentes que van desde la extrema defensa al radical ataque, sin matiz intermedio. Como ilustra Javier Fernández Aguado en Liderar en un mundo imperfecto, hasta los más altos ideales incurren en errores y barbaridades. Aun en la más cruel perversidad se encuentra algún atisbo positivo.

No creo que los españoles, con nuestro historial más brillante, seamos sustancialmente mejores que los franceses, ingleses, alemanes, holandeses o portugueses, con páginas también gloriosas de historia. Tampoco estimo que nuestras bien conocidas brutalidades superen las aberraciones más ignoradas e igualmente ciertas de nuestros vecinos europeos. Cuanto más sabemos, más necesitamos matizar lo que afirmamos. Buena ilustración es la respuesta que se adjudica a Chesterton cuando le preguntaron qué opinaba de los franceses: «No sé, no me los han presentado a todos».

Los españoles se consideran, injustamente, inferiores

A la vista de los datos contrastables, parece que hay amplio margen para seguir aprendiendo sin miedo a la verdad. Sigue actual la sentencia atribuida a San Gregorio (siglo IV) de que «no hay peor escándalo que querer suprimir la verdad por miedo al escándalo».2 Donde también se aprecia opción de mejora es en la autoestima de los españoles. Según encuestas del Real Instituto Elcano, España recibe mejor valoración de los extranjeros que de los nacionales, y los españoles nos apreciamos menos a nosotros mismos de lo que otros ciudadanos valoran a sus propios países. Tres botones de muestra dentro de Europa: vemos el país como «corrupto» (64 % frente al 27 % de los europeos), «débil» (52 % frente al 25 % de nuestros vecinos) y «pobre» (62 % frente al 43 % de ellos).3 Se confirman tanto la saludable actitud de los españoles de no considerarse superiores, como su injusta tendencia a creerse inferiores. En tan singular proceso de extranjerización, con llamativa asimetría confluyen ignorancia y embelesamiento. Al desconocimiento de los méritos propios y de los fiascos ajenos se suman una desproporcionada admiración por lo foráneo y una minusvaloración patológica de lo nacional.

Cada cifra, cada porcentaje, cada enumeración, cada argumento aquí expuesto requeriría no pocos matices y elementos adicionales de contexto. Abordarlos todos resultaría inviable y, de conseguirlo, haría ilegible el resultado final. Sería una especie de Boletín Oficial del Estado (BOE) que recogería todo y, precisamente por eso, casi nadie consultaría. En el extremo opuesto, excesiva síntesis, el riesgo también acecha. La Agencia Central de Inteligencia (CIA) de EE.UU. resume tanto el párrafo informativo sobre España que apenas hay referencia a nada relevante entre su época dorada (siglos XVI-XVII) y la dictadura de Franco (1939-1975).4

A esta limitación deben añadirse, al menos, tres condicionantes específicos de la subjetividad y relatividad de los textos históricos: las connotaciones de las palabras que nombran hechos, el modo de surgir la historia como tipo de conocimiento y los diversos puntos de vista según sus protagonistas.5

Sobre este último aspecto, la perspectiva de los actores, resulta iluminador conocer versiones y argumentos de unos y otros, ya que sus vivencias y percepciones pueden diferir notablemente. Hernán Cortés y Moctezuma encarnan un ejemplo esclarecedor. Parece que el español tomaba la iniciativa para conseguir su conversión al cristianismo. Cuando el conquistador comparaba la aberración de los sacrificios aztecas con la sencilla misa católica, el líder mexica, que escuchaba con interés, respondía que le parecía menos execrable sacrificar personas que comer la carne y la sangre del mismo Dios.6 Se ignora si llegó a producirse contrarréplica para explicar este misterio de la fe como renovación incruenta de la muerte de Jesús en la cruz.7

Comunicar es también gestionar percepciones

La reputación, aunque se refiere a algo real, se basa más en la percepción de esa realidad… y lo que se percibe no siempre coincide con lo que es. Hay personas, organizaciones y países que son mucho mejores de hecho que su reputación. Y viceversa. De ahí la relevancia de conseguir, primero, un buen producto o servicio y, después, una percepción (positiva) acorde con esa realidad (buena). Nada menos. Gran falacia la de comunicar bien algo malo. No funciona a largo plazo.

Con frecuencia el problema es de comunicación en su vertiente de gestionar percepciones. Veamos un ejemplo sobre reputación nacional. A modo de test orientativo, cabe ensayar con el siguiente cuestionario de historia:

1. ¿Dónde murieron menos personas quemadas en la hoguera acusadas de brujería?

A. Alemania

B. Inglaterra

C. España

2. ¿Qué país organizó, en el siglo XIX, la primera campaña médica de vacunación internacional?

A. España

B. Estados Unidos

C. China

3. ¿Qué país promovió las lenguas locales de los territorios colonizados y construyó universidades y hospitales?

A. Holanda

B. Francia

C. España

4. ¿La monarquía de qué país prohibió expresamente maltratar a los indígenas y utilizarlos para el mercado internacional de esclavos?

A. Portugal

B. España

C. Inglaterra

5. ¿En qué país europeo se sigue conmemorando en el siglo XXI a un autor (Lutero) que en el siglo XVI incitó a quemar sinagogas y escuelas judías?

A. Alemania

B. Francia

C. España

Contra la verdad exagerada y la verdad omitida

Tener mala fama puede ser tan triste como, a veces, justo. Si mi comportamiento o mi servicio son deficientes, parece lógico que ello se refleje en mi reputación. Lo lamentable es cuando falta concordancia entre percepción y realidad. Hay preguntas de gestión con muy fácil respuesta: ¿Qué puedo hacer para que no me perciban como ladrón, borracho, corrupto, mentiroso o vago? Lo primero, dejar de robar, de beber, de trapichear, de mentir, y ponerme a trabajar. Corregida la realidad, si persiste la percepción negativa, tengo un problema de comunicación.

La Leyenda Negra es un caso palmario de reputación injusta para España, no porque sean falsas muchas acusaciones, sino por el recurso a exagerar lo negativo y omitir lo positivo. Paradójicamente, es lo contrario a lo que ocurre en otros países, que magnifican logros y minimizan crueldades, que también tienen. Así se verifica con las respuestas correctas del test: 1: C; 2: A; 3: C; 4: B; 5: A.

La historia de España desde el siglo XVI brinda lecciones fáciles de aplicar, si se quieren corregir errores de percepción. El tema es por supuesto más complejo de lo que apenas se puede esbozar en estas líneas. Una primera conclusión: es importante profesionalizar la comunicación de aquello que se gestiona, sea un imperio, un país o una empresa.

La nación que hoy alberga la capital de la Unión Europea es un claro ejemplo de cómo amortiguar unos datos históricos que habrían relegado a cualquier otro país al ostracismo reputacional. Mientras forma parte de la cultura popular el historial negrolegendario español, apenas se conocen y condenan barbaries como la de Leopoldo II de Bélgica a finales del siglo XIX. La empresa de la que era propietario en el Congo esclavizó y llevó a la muerte a millones de personas. Algunos comparan esa masacre con el Holocausto nazi. Qué necesario es, al recibir cualquier noticia, leer entre líneas, y más difícil aún: ante las omisiones injustas, poner las líneas que faltan para hacer justicia a la verdad.

La verdad no es la equidistancia entre dos mentiras

En algunas páginas, como presunto ejercicio de objetividad, brindaré versiones con datos diametralmente opuestos. Soy consciente de que, ante dos proposiciones contradictorias, una al menos es siempre falsa, y a veces ambas. Paradigma de ello es el cálculo de la población indígena en América antes de 1492. La realidad no es la media entre los 13,5 y los 700 millones que exhiben diferentes fuentes, de igual forma que la distancia real entre Pamplona y Madrid (400 km) no es la media ni la mediana entre quienes puedan sostener que son 250 o 550 km. No. La verdad no es la equidistancia entre dos mentiras. A esto se añade la sospecha de parcialidad si no se aportan datos contrarios, por hiperbólicos que sean. Es el caso del número de indígenas muertos por los españoles sin discriminar, por ejemplo, entre los directamente asesinados y los fallecidos por enfermedades, portadas o no por los colonizadores.

También merece recordarse que reproducir fielmente lo que alguien dice no significa que lo dicho sea fiel a la verdad. Por ejemplo, si afirmo que «los Reyes Católicos enviaron el primer hombre a la luna», además de falso es inverosímil. El problema se agudiza cuando algo falso resulta verosímil (similar a lo verdadero), como decir que «durante trescientos años de caza de brujas, la Iglesia quemó en la hoguera nada menos que a cinco millones de mujeres». Ambas frases son falsas, pero una de ellas pasa por verdadera para los millones de lectores de la novela que lo afirma, El Código Da Vinci. Hay que estar alerta para rechazar premisas falsas asumidas como incuestionables, no dar por hecho lo que no lo es. Hannah Arendt advierte del terrible impacto de relatos inverosímiles que, sin embargo, cuentan con «suficiente plausibilidad» para la propaganda efectiva.8

En 2002 acompañé a un equipo de la televisión pública austriaca, Österreichischer Rundfunk (ORF), que visitaba Pamplona para un reportaje. Transitando por el céntrico Paseo de Sarasate, encontramos el espectáculo de unas jóvenes bailando flamenco sobre un tablao. Como un resorte, el cámara empezó a grabar. Con intención de contextualizar para quien quizá veía flamenco por primera vez en vivo, le expliqué que ese vistoso baile no era originario ni típico de Navarra, sino de Andalucía. Seguimos adentrándonos por el casco antiguo y, en plena calle de San Nicolás, el reportero observó dos pancartas blancas en sendos balcones. Me preguntó qué significaban la imagen de aquel mapa y la leyenda que lo acompañaba. Se trataba de la representación nacionalista de Euskal Herria, que integra en su proyecto los territorios de Navarra, Euskadi y el País Vasco francés. El texto «Euskal Presoak, Euskal Herrira» venía a reclamar el traslado de los «presos vascos» a Euskal Herria. En este punto añadí dos matices que me parecían relevantes y que conocía bien por haber nacido en Pamplona y haber vivido allí mis primeros cuarenta años. El primero era cuantitativo: esas pancartas eran tan reales como minoritarias allí entonces. El segundo era una explicación obligada para quien desconociera el contexto social y político, ya que esos «presos vascos» no estaban en prisión por ser vascos, sino por pertenecer a la banda asesina ETA.9 La aclaración era y sigue siendo pertinente a mi entender, entre otras razones porque algunos de los años con más asesinatos etarras coincidieron con una triste percepción de esta realidad en otros países europeos. Francia consideraba «refugiados políticos» a los terroristas que asesinaban en España y se escondían en el país vecino. La BBC británica denominaba «grupo separatista» a la banda criminal.

Nunca llegué a ver el reportaje emitido por la ORF, pero muchas veces he pensado en el impacto que aquellas imágenes podrían tener en los televidentes austriacos si se emitían sin un encuadre adecuado.

Ese marco llega con el tiempo, cuando se reúne información clave que en un primer momento es difícil de obtener. La precipitación —tan propia de las redes sociales de nuestro tiempo— explica la desafortunada portada de un periódico como Le Monde al día siguiente de la masacre de Hiroshima el 6 de agosto de 1945. El titular principal del rotativo parisino informaba de que «los americanos lanzan la primera bomba atómica sobre Japón» y lo calificaba de «révolution scientifique». Quien escribió esas palabras quizá no tardó demasiado en arrepentirse de equiparar aquella matanza con un avance tecnológico.

Portada de Le Monde del 7 de agosto de 1945.

El presidente estadounidense que ordenó aquella acción es el mismo del que se cuenta que, ávido de decisiones sin peros ni matices, pidió un asesor económico manco que a cada afirmación no añadiera «on the other hand» (por otra parte). A Harry Truman no le sirvieron 72 horas para rectificar. El 9 de agosto repitió con otra bomba similar en Nagasaki. Estos dos hitos trágicos eclipsaron otros bombardeos sobre la población civil japonesa, incluso el considerado como el ataque no nuclear más mortífero de la historia: el 9 de marzo anterior, 1.700 toneladas de bombas incendiarias lanzadas sobre Tokio mataron a unas 100.00 personas, hirieron a decenas de miles, dejaron sin hogar a un millón y arrasaron buena parte de la ciudad.10

Qué distinta la reacción de Luka Brajnović, periodista croata en el campo de refugiados de Fermo (Italia), que seguía emisoras internacionales y publicaba noticias de la marcha de aquella guerra. El mismo día de la matanza atómica, tras informar a sus lectores con la máxima precisión posible, escribía en su diario íntimo:

«La conciencia despiadada del hombre de hoy, siguiendo la voz de la pasión, ha elevado la inteligencia humana a un incalculable nivel en su búsqueda del reinado sobre la naturaleza. No estoy reafirmando las frases propagandísticas de la prensa estadounidense, sino que hablo desde la convicción; así como lo siento. Si no maduramos (…), podemos acabar lamentándonos en el sufrimiento y maldiciendo el día en que nacimos».11

Esta finura analítica hizo de Luka Brajnović un maestro inspirador de treinta promociones de profesionales de la comunicación en la Universidad de Navarra, entre los que me cuento. Su huella, acrisolada por sufrir primero la represión nazi y después la comunista, sigue orientando la conciencia de quien se compromete con la verdad, la dignidad y la paz.

Comprender no significa justificar

Advertencia clave para entender cualquier realidad del pasado es la necesidad de ponernos las gafas de la época y con su mentalidad. Comprender no significa justificar. Hay realidades no excusables, pero sí explicables. En el siglo XVIII a. C. se produjo un avance legislativo sustancial con la ley del Talión, cuya fama perdura con el conocido «ojo por ojo». Analizada con frialdad, no deja de ser un ejemplo claro de venganza más que de justicia.

Más de treinta siglos después, a la llegada de los españoles a América, la violencia extrema era práctica habitual en la cultura azteca. Prueba de esta normalidad no son los relatos críticos de autores europeos, sino los de los propios indígenas, recogidos en Visión de los vencidos. Ilustran dos ejemplos protagonizados por Moctezuma, asustado por los presagios y prodigios anunciados años antes de la conquista y que recuerdan al estilo premonitorio del Antiguo Testamento bíblico. El líder azteca pregunta a los sabios «si vendrá enfermedad, pestilencia, hambre […] o si habrá guerra contra los mexicanos, o si vendrán muertes súbitas». Les reclama detalles sobre lo que está por llegar, «de dónde ha de venir, de [sic] el cielo o de la tierra». Esfumados los pronosticadores, Moctezuma se irrita con aquellos «bellacos» y ordena «que vayan a los pueblos donde ellos están, y maten a sus mujeres e hijos, que no quede uno ni ninguno y les derriben las casas». Las órdenes se cumplieron y «mataron a sus mujeres, a las que iban ahogando con unas sogas, y a los niños iban dando con ellos en las paredes haciéndoles pedazos, y hasta el cimiento de las casas arrancaron de raíz». Esta narración12 —conviene insistir— procede de los propios nativos.

La misma fuente provee el segundo caso, ambientado años después y reflejo de la normalidad de los sacrificios humanos, cuando Moctezuma maquina cómo detener el avance de los conquistadores:

«Envió cautivos con que les hicieran sacrificio: quién sabe si quisieran beber su sangre. Y así lo hicieron los enviados. Pero cuando ellos (los españoles) vieron aquello (las víctimas) sintieron mucho asco, escupieron, se restregaban las pestañas; cerraban los ojos, movían la cabeza. Y la comida que estaba manchada de sangre la desecharon con náusea; ensangrentada hedía fuertemente, causaba asco, como si fuera una sangre podrida».13

A esos visitantes que rehusaron degustar la ofrenda de aquellos sacrificios, con el oro «se les puso risueña la cara», y poco después serían los sacrificados con parecido ritual. En Yacacolco, por ejemplo, murieron degollados cincuenta y tres españoles. Se ensartaron en picas sus cabezas y las de cuatro caballos.

La muerte violenta perdura, con cambios formales, según los siglos. En el XXI se promulgan o mantienen leyes que amparan la liquidación de culpables o inocentes con distintas variantes legales, como guerras, penas de muerte, abortos, etc. Cada una con su propio ecosistema circunstancial, son acciones legales que quizá en el futuro se interpreten como en 2022 hacemos con la ley del Talión o la represión azteca. Una posible clave de acierto civilizador reside quizá en actuar ahora con la proyección del mañana. Sobran experiencias de que legalidad no equivale siempre a justicia ni a licitud. La historia muestra también ejemplos de prudencia directiva, como la del rey Wenceslao de Bohemia (en checo, Václav), que prohibió la horca en el siglo X. Paradojas humanas, este santo patrono de la República checa murió asesinado por su hermano Boleslao.

Se debate si hubo o si perdura la Leyenda Negra. Que se hable de algo no implica su existencia, como negarla no asegura su desaparición. Resulta innegable el uso argumental de desacreditar a España, ya sea de forma explícita o solapada. El tema interesa, como lo prueban noticias y polémicas periódicas, como las protagonizadas por algunos presidentes de Venezuela, como Hugo Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro; de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO); de Perú, Pedro Castillo; o líderes de algunas comunidades autónomas españolas. Tan legítimas son ciertas aspiraciones políticas como el derecho de todos a conocer la verdad histórica, o al menos a aproximarse con honradez a ella.

Medios de comunicación y universidades siguen generando noticias relacionadas con el contenido de la Leyenda Negra:

•Onda Madrid, Madrid, 2021. La leyenda negra de la brujería. Entrevista con el autor Raúl Ferrero, dentro del programa ‘Madrid Misterioso’.14

•ABC, Madrid, 2021. Nuevo ataque al legado hispano: proponen borrar los símbolos españoles del escudo de San Diego, EE.UU. El concejal Joe LaCava presenta una propuesta para eliminar los símbolos sobre España en el escudo de esta ciudad que tiene su génesis en la misión establecida por fray Junípero Serra.15

•El Mundo, Madrid, 2021. Cae otra 'leyenda negra': Isabel la Católica sí se lavaba. Documentos desvelados por el archivo histórico 'online' de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno muestran que la reina cuidaba su higiene.16

•El País, Madrid, 2020. Toda la verdad sobre la Armada Invencible. ‘Contra Armada’ reconstruye la gran victoria de Felipe II sobre Isabel I que los expertos británicos siempre han ocultado.17

•Universidad de Málaga, Málaga, 2019. Geopolítica y Leyenda Negra. Cursos de verano.18

•El Independiente, Madrid, 2019. Guerra a la Leyenda Negra. Historiadores y divulgadores reaccionan ante la pervivencia de la propaganda y prejuicios históricos antiespañoles.19

•Crónica Global, Barcelona, 2019. La Leyenda Negra es la primera ‘fake news’ de la historia. La historiadora catalana Doris Moreno, experta en los heterodoxos y la Inquisición, reflexiona sobre el mito y propone una España que no esté «enferma de pasado».20

•LaSexta, Madrid, 2019. Por qué España tiene peor fama que otros conquistadores: las ‘fake news’ que originaron nuestra Leyenda Negra. Reportaje en el programa La Sexta Columna.21

•Universidad de Navarra, Pamplona, 2019. Un experto mexicano afirma que la Leyenda Negra sobre la historia de España es rentable para ciertos sectores. Se presenta el libro América en el mundo hispánico. Una revisión jurídica, histórica y política.22

•eldiario.es (vía Efe), Madrid, 2019. España es autocrítica con la Leyenda Negra pero no sabe combatirla. Conferencia del periodista José Julián Barriga.

•BBC, Londres, 2019. AMLO pide que España se disculpe. Qué es la Leyenda Negra española sobre la conquista de América y qué tiene de cierto.23

•La Vanguardia, Barcelona, 2019. Borrell alerta contra «la Leyenda Negra de España que quiere crear el independentismo». El ministro lamenta que los abogados de los líderes del «procés» participen «de la maquinaria de desinformación del separatismo».24

•Ministerio de Defensa, Madrid, 2019. La Leyenda Negra: historia del odio a España. Conferencia dentro del ciclo ‘Épica y tinieblas’.25

•Euromind, Bruselas, 2018. Cinco siglos de Leyenda Negra frente a Europa. Foro de debate organizado en el Parlamento Europeo.26

•UNED, Madrid, 2017. Leyenda Negra, imperiofobia e Ilustración. Conferencia abierta al público.27

•RTVE, Madrid, 2017. 'Imperiofobia y Leyenda Negra’, desmontando los tópicos sobre el Imperio español. El ensayo de María Elvira Roca Barea analiza la propaganda antiespañola.28

•Universidad CEU San Pablo, Madrid, 2016. ¿Podemos hablar de Leyenda Negra de la conquista de América? Conferencia dentro del Seminario Permanente ‘Ciencia, razón y fe’.29

•Télam, Buenos Aires, 2005. Se cumplen 513 años del mayor genocidio de la historia. Con la llegada de los conquistadores se inició un exterminio que arrasó con noventa millones de pobladores de la región y quebró el desarrollo cultural de este lado del Atlántico.30

Cinco claves para inyectar interés en el titular de una noticia

La última referencia procede de Télam, la agencia de noticias pública de Argentina. El texto informativo suscitó una gran controversia y aporta aprendizajes de comunicación reputacional.

Primero, aprovechar los aniversarios es lo que se llama en la prensa tener una «percha informativa». El calendario predispone a abordar ciertos temas que vienen a cuento, precisamente por coincidir con la efeméride: años, lustros, decenios, siglos, milenios… y, visto el eco exitoso, también cuando «se cumplen 513 años».

Segundo, la palabra genocidio garantiza repercusión mediática… aunque se refiera a hechos que nada tienen que ver con un fenómeno de esa naturaleza: exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad.

Tercero, si a la exageración del sustantivo se añade la adjetivación «mayor de la historia», la provocación aumenta sus opciones de aparecer publicada.

Cuarto, cifras y porcentajes tienen vocación de titular periodístico en casi cualquier asunto. Si además el área temática es la Leyenda Negra, la garantía de difusión alcanza el 99 %.

Quinto, dominar el lenguaje es clave para elegir palabras con especial carga emocional. Al citado genocidio se unen el sinónimo «exterminio» y los verbos «arrasó» y «quebró».

Estas y otras claves de los medios de comunicación aparecen en el libro Saber comunicar saber,31 donde también incluyo una selección de artículos de opinión sobre temas delicados con intención divulgativa y conciliadora.

«España es diferente» es una frase que algunos atribuyen a Napoleón tras la derrota en Bailén (1808). El ministro de Turismo, Manuel Fraga, lanzó o relanzó en los años 60 del siglo XX una campaña de promoción internacional con el eslogan «Spain is different. Visit Spain», que pudo ser idea de su antecesor, Luis Bolín. Con este mensaje de obviedad retocada buscaba neutralizar la Leyenda Negra sin necesidad de compararse con otros países y, de paso, abrir algo la dictadura franquista a parámetros sociopolíticos del resto de Europa. Para un patriotismo ponderado y al margen del marketing, quizá sería más sensato matizar el evidente «Spain is different» con un modesto «like any other great country».

Años después, recuperada la democracia, no menos singular fue la Transición. Según el historiador estadounidense Stanley Payne, la imagen de España «cambió con gran rapidez y el aplauso internacional fue prácticamente unánime. Para los españoles, gozar de una opinión favorable en el escenario mundial era una nueva experiencia».32

Conocer tanto la verdad histórica como la Leyenda Negra de España ayuda a reconciliarse con la realidad, premisa clave para cambiarla. Este somero repaso a los últimos 500 años desde la perspectiva reputacional sirve también para calar en el origen de expresiones como «inquisitorial», «sambenito», «torquemada», «caza de brujas», «aquelarre», etc. El buen saber se hace más apetecible si te lo cuentan bien. De ahí el éxito de iniciativas como los audios (podcasts) de Memorias de un tambor33 y otras pistas que los más interesados pueden hallar en las numerosas notas de referencia, agrupadas por capítulos, al final de este libro.

Saber ocupa lugar e inyecta satisfacción. Bien lo experimentó el estadounidense Herbert E. Bolton, profesor de la Universidad de Notre Dame:

«Entre mis convicciones históricas indiscutibles se encontraban las siguientes: los demócratas estaban condenados de antemano, los católicos, los mormones y los judíos debían ser mirados con desdén. Los norteamericanos vencieron a Inglaterra; vencieron a los indios, los mejores indios son los que están muertos; los ingleses llegaron a América para fundar sus hogares; los españoles, con el único fin de explotar y buscar oro. España fracasó en el nuevo mundo; los ingleses siempre triunfaron; sus sucesores, los norteamericanos, eran los elegidos de Dios; toda historia americana se desarrolló entre el paralelo 49 y el río Bravo; los norteamericanos expulsaron virtualmente a los mexicanos de Nuevo México, Colorado, Texas, Arizona y las demás regiones y, subsiguientemente, construyeron un gran imperio. Cada uno de estos conceptos es falso en su totalidad o en parte, pero necesité media vida para descubrirlo».34

Alcanzar este descubrimiento requiere apertura mental, pasión por la verdad y humildad para cambiar de opinión. Este talante abierto añade el desafío adicional de discernir entre realidades, interpretaciones y representaciones que, mezcladas, se tornan difícilmente distinguibles. Estar de ida y querer saber merece la alegría (no la pena).

1

Adaptar la percepción a la realidad, no al revés

Si es una leyenda, el color da igual

Leyenda: del latín legenda, cosas que deben leerse, que se leen. Negra: de nigra, negra, y derivados como negrero o denigrar. Inteligente: de intelligens-intelligentis, el que entiende; y de intus, dentro, y legere, leer. En libre traducción, la persona inteligente lee dentro, lee entre líneas o incluso sin ellas.

El diccionario de la Real Academia Española (2022) refiere estas dos primeras acepciones de leyenda: «Narración de sucesos fantásticos que se transmite por tradición» y «relato basado en un hecho o un personaje reales, deformado o magnificado por la fantasía o la admiración». También define el sintagma «leyenda negra» como «relato desfavorable y generalmente infundado sobre alguien o algo».35

Precedentes de la expresión común «leyenda negra» se hallan en varios textos36 acerca de Napoleón. En el primero, anónimo de 1819, se lee sobre el emperador galo: «Y él mismo, para quien, en la leyenda negra / se fue a buscar un nombre tan rimbombante como su gloria / ese gran Napoleón, a quien Córcega engendró…». En 1893 se publica, también en francés, otro libro, que afirma que «la realidad acaba zafándose de las leyendas, tanto de la dorada como de la que podemos llamar leyenda negra napoleónica».

¿Hacer patente lo latente o desterrar palabras sobre lo que disgusta?

Por acción u omisión, deliberada o casual, hay que reconocer el éxito francés para que no prosperase el uso de la expresión inicialmente referida a uno de sus líderes históricos más señeros. Lo bueno de poner nombre a algo que existe es que alerta, justamente, a los inconscientes de esa realidad. Por eso no es indiferente enterrar palabras que remiten a realidades que disgustan. Si fuera francés, no me gustaría que la expresión Leyenda Negra se empleara para referirse a quien fue emperador de mi país, por muy condenables que fueran —y son— algunas de sus acciones más impropias de la condición humana.

Sin embargo, quien por primera vez empleó el sintagma genérico «leyenda negra» referido a España parece ser la gallega Emilia Pardo Bazán. Fue en una conferencia pronunciada en París y en francés el 18 de abril de 1899, el año siguiente a la pérdida española de Cuba en la guerra con EE.UU.:

«En el extranjero se saben de sobra nuestras desdichas, y aun no falta quien con mengua de la equidad las exagere; sirva de ejemplo el libro reciente de M. Yves Guyot, que podemos considerar como tipo de leyenda negra, reverso de la dorada. La leyenda negra española es un espantajo para uso de los que especialmente cultivan nuestra entera decadencia, y de los que buscan ejemplos convincentes en apoyo de determinada tesis política.

Nos acusa nuestra leyenda negra de haber estrujado las colonias. Cualquiera que venga detrás las estrujará el doble, solo que con más arte y maña.

Tengo derecho a afirmar que la contraleyenda española, la leyenda negra, divulgada por esa asquerosa prensa amarilla, mancha e ignominia de la civilización en Estados Unidos, es mil veces más embustera que la leyenda dorada. Esta, cuando menos, arraiga en la tradición y en la historia; la disculpan y fundamentan nuestras increíbles hazañas de otros tiempos; por el contrario, la leyenda negra falsea nuestro carácter, ignora nuestra psicología y reemplaza nuestra historia contemporánea con una novela, género Ponson du Terrail, con minas y contraminas, que no merece ni los honores del análisis».37

El primero en abordar el fenómeno con profundidad conceptual y análisis sistemático en un libro fue el madrileño Julián Juderías, historiador políglota que hablaba dieciséis lenguas, había viajado y vivido en el extranjero, y trabajaba de intérprete en el Ministerio de Estado (hoy Asuntos Exteriores). En su obra más conocida, La leyenda negra (1914), la define como:

«El ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y como colectividad; la negación o, por lo menos, la negación sistemática de cuanto nos es favorable y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y el arte; las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos, y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la prensa extranjera, de que nuestra patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas.

En una palabra, entendemos por leyenda negra la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces, y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional».38

Fiabilidad y exactitud de los testigos al describir con precisión lo que han visto

Juderías narra lo ocurrido en un congreso de psicología en Gotinga (Alemania). Los organizadores aprovecharon el encuentro para experimentar con los propios asistentes, grandes expertos. En un lugar cercano se celebraba una fiesta popular y, en un momento determinado, irrumpieron en la reunión científica un payaso y un negro que lo perseguía con un revólver. En medio del salón cayó el payaso al suelo, su perseguidor le disparó y, seguidamente, salieron ambos del local.

Tras el susto, el presidente del congreso pidió a los asistentes que resumieran en un papel lo que acababa de suceder. De los cuarenta textos recopilados, diez resultaron completamente falsos, veinticuatro contenían detalles inventados y apenas seis se ajustaban a la realidad. Concluye Juderías que este hecho es muy «desanimante» para los aficionados a la historia. Si esto sucedió en un congreso científico con personas de buena fe, «qué no habrá sucedido con los relatos de los grandes acontecimientos históricos, de las grandes empresas que transformaron el mundo y con los relatos de insignes personajes que han llegado hasta nosotros a través de los documentos más diversos y de los libros más distintos por su tendencia y por el carácter de sus autores».39

Sobre la fiabilidad de creer a un testigo, investigaciones de la psicóloga experimental Giuliana Mazzoni analizan los motivos por los que «un testimonio nunca coincide con los datos fácticos a los que dice referirse. La principal causa de semejante discordancia radica en el modo de funcionar de nuestra memoria».40 La investigadora italiana estudia los mecanismos psicológicos que hacen que las personas modifiquen, sin darse cuenta, hechos y acontecimientos nuevos o creen ex novo recuerdos de acontecimientos que nunca han vivido, pero que consideran parte de su vida pasada. A esto se refería el colombiano Gabriel García Márquez, Nobel de Literatura (1982), en sus memorias: «La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla».41 También la neurociencia confirma que recordamos más lo que coincide con lo que pensamos, hasta el punto de que la evidencia no suele hacernos cambiar de opinión.

El testimonio depende en primer lugar de la memoria, y cuenta con dos variables determinantes: la fiabilidad y la exactitud, que se superponen. La fiabilidad se refiere a la correspondencia entre lo relatado y lo acontecido. La exactitud alude a la conexión entre lo representado en la memoria y lo realmente sucedido, entre el contenido del suceso y el contenido de la memoria.

En el caso relatado por Juderías, la fiabilidad procedería, por ejemplo, de testimonios que abundaran en detalles ciertos del vestuario, color del pelo, modo de andar, etc. de los dos protagonistas. Sin embargo, un testimonio más exacto sería el que, sin mencionar detalles menores como los recién citados, solo dijera que entraron un payaso y un negro que lo perseguía con un revólver, el payaso cayó al suelo, su perseguidor le disparó y los dos se fueron.

Ante cualquier situación, concluye Mazzoni, tendemos a interpretar espontáneamente lo que observamos. Y más importante: lo que queda grabado en la memoria dependerá del modo en que lo ocurrido venga interpretado.

Muchos recordamos dónde estábamos y qué hacíamos en el momento de enterarnos de los terribles atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York. A partir de ese día, la psicóloga Elizabeth A. Phelps y varios colegas también neurocientíficos prepararon un cuestionario y, en puntos estratégicos de siete ciudades estadounidenses, entrevistaron a 3.000 personas, a quienes preguntaron cómo se habían enterado del atentado y qué detalles recordaban. Realizaron las primeras entrevistas al cabo de una semana, las repitieron con las mismas personas al año siguiente y treinta y cinco meses después.42 En 2002, el 37 % de los participantes había modificado sus recuerdos. En 2003 ese porcentaje ascendía al 43 %. Entre los numerosos cambios de versión, algunos afirmaban haber estado en un lugar distinto cuando cayeron las torres. Modificar su relato no les impidió, sin embargo, mostrar la misma certeza acerca de lo ocurrido que a los pocos días de la tragedia.

Claroscuros de la acción humana

El historiador francés Pierre Vilar describe el liderazgo español y su momento dorado, cuando «el castellano es la lengua noble de todas partes. En la Isla de los Faisanes —veamos los tapices de Versalles—, la vieja distinción de la corte castellana anula el lujo sin gusto de Luis XIV y de su séquito. Tendrá que pasar mucho tiempo para que los nuevos ricos, que son Inglaterra, Países Bajos y la misma Francia, perdonen esa superioridad».43 En la penitencia española por aquella hegemonía cabría encuadrar la Leyenda Negra. El autor galo pondera la controversia entre las posturas más extremas:

«Lo esencial, de hecho, es distinguir entre una práctica brutal (pero no más brutal que cualquier otro tipo de colonización) y una doctrina, e incluso una legislación, de intenciones sumamente elevadas (que ha faltado frecuentemente a colonizaciones más modernas). Como la leyenda negra se ha apoyado sobre todo en las denuncias unilaterales de [Bartolomé de] Las Casas, ha sido fácil poner en tela de juicio los horrores, cuyos vestigios concretos resulta difícil encontrar históricamente. Por el contrario, los textos de las leyes y las afirmaciones doctrinales son de indiscutible autenticidad. Negar la leyenda negra no es por eso más objetivo que aceptarla sin crítica».44

El intelectual y revolucionario cubano Roberto Fernández Retamar abunda en la tesis de los claroscuros:

«Los crímenes existieron, sí, y fueron monstruosos. Pero, vistos desde la perspectiva de los siglos transcurridos desde entonces, no más monstruosos que los cometidos por las metrópolis que sucedieron con entusiasmo a España en esta pavorosa tarea, y sembraron la muerte y la desolación en todos los continentes: en comparación con las depredaciones de Holanda, Francia, Inglaterra, Alemania, Bélgica o los Estados Unidos, para mencionar algunas ilustres naciones occidentales, si algo distingue a la conquista española no es la proporción de crímenes, en lo que ninguna de aquellas naciones se deja aventajar, sino la proporción de escrúpulos. Las conquistas realizadas por tales países tampoco carecieron de asesinatos ni de destrucciones: de lo que sí carecieron fue de hombres como Bartolomé de Las Casas, y de polémicas internas como las que encendieron los dominicos y sacudieron al Imperio español, sobre la legitimidad de la conquista: lo que no quiere decir que tales hombres, siempre minoritarios, lograran imponer sus criterios, pero sí que llegaron a defenderlos ante las más altas autoridades, y fueron escuchados y en cierta forma atendidos».45

El también poeta cubano remite a numerosas referencias de otros autores, como Laurette Séjourné, arqueóloga italiana que, tras cambiar su nombre al casarse con su primer marido, francés, se naturalizó mexicana:

«Nos hemos dado cuenta también de que la acusación sistemática a los españoles desempeña un papel pernicioso en este vasto drama, porque sustrae la ocupación de América a la perspectiva universal a la cual pertenece, puesto que la colonización constituye el pecado mortal de toda Europa [...]. Ninguna nación lo hubiera hecho mejor [...]. Por el contrario, España se singulariza por un rasgo de importancia capital: hasta nuestros días ha sido el único país de cuyo seno se hayan elevado poderosas voces contra la guerra de conquista».46

El tono deseable para abordar realidades históricas es el propuesto por el historiador mexicano Francisco de la Maza sobre la figura de Hernán Cortés: ni elogiarlo sin más ni más, ni insultarlo sin menos ni menos. Explicarlo.

Leyenda que no suele identificarse ni condenarse como el prejuicio que es

El historiador estadounidense Philip W. Powell publicó originalmente en inglés su obra más conocida sobre este tema, Árbol de odio. En el prefacio a la edición española dice:

«La tragedia fundamental es que la Leyenda Negra, de por sí un acceso antiintelectual al mundo hispánico, permanezca arraigada con tanta firmeza en los mencionados círculos culturales del mundo angloamericano, y también en la mayoría de los pueblos occidentales, incluyendo a Latinoamérica. A diferencia de otros prejuicios raciales, religiosos o propagandísticos, esta leyenda es pocas veces reconocida como tal, y aún menos condenada, por los mismos líderes intelectuales que se jactan de luchar contra similares prejuicios de raza, color o religión».47

Powell critica la común creencia británica, heredada por EE.UU., de que los ingleses habrían tratado a los indios americanos con más humanidad que los españoles: «No hay ni una sola brizna de evidencia en que apoyar este punto de vista comparativo y sí, por el contrario, argumentos y pruebas en su contra».48

Al respecto, en el mundo anglosajón no es fácil encontrar parangón con el hispano en cuanto a mestizaje, como prueban presidentes de países hispanoamericanos de manifiesta ascendencia indígena como Benito Juárez (1858-72) en México, Evo Morales (2006-19) en Bolivia, o Alejandro Toledo (2001-06) y Pedro Castillo (2021-22) en Perú. Por el contrario, ningún político de origen indígena ha llegado a la Casa Blanca.

Para el neozelandés sir Ronald Syme, «a pesar de las desventajas geográficas y de las distancias, España fue capaz de mantener sus extensos dominios durante tres siglos, y les dio el sello indeleble de su lenguaje, pensamiento e instituciones. Esa hazaña merece más honor del que comúnmente se le ha otorgado, y una más profunda investigación».49

El conocido libro de enseñanza estadounidense The American Pageant (El concurso americano), por su parte, menciona expresamente el fenómeno negrolegendario y alerta contra el engaño de validarlo como verdadero:

«Las fechorías de los españoles en el Nuevo Mundo oscurecieron sus logros sustanciales y colaboraron al nacimiento de la Leyenda Negra. Este falso concepto sostiene que los conquistadores simplemente torturaron y masacraron a los indios ('matar por Cristo'), robaron su oro, les contagiaron la viruela y no dejaron más que miseria tras ellos. Los invasores españoles ciertamente mataron, esclavizaron e infectaron a un sinnúmero de nativos, pero también erigieron un colosal imperio que se extendió desde California y Florida hasta Tierra de Fuego. Trasplantaron su cultura, leyes, religión y lengua a una amplia variedad de sociedades indígenas, los cimientos de muchas naciones hispanohablantes. Evidentemente, los españoles, que llevaron más de un siglo de ventaja a los ingleses, fueron los genuinos constructores de imperios y los innovadores culturales del Nuevo Mundo. Si los comparamos con sus rivales anglosajones, su creación colonial fue más grande y más rica… Y en último término, los españoles honraron a los nativos fundiéndose con ellos a través del matrimonio e incorporando la cultura indígena a la suya propia, no ignorándolos y, con el tiempo, aislando a los indígenas como hicieron sus adversarios ingleses».50

Los estereotipos se forjan según la posición… y la de España era superior

El hispanista sueco Sverker Arnoldsson encuadra en Italia el origen de la Leyenda Negra. No solo porque gran parte de aquel territorio era español, sino porque otros poderosos del momento también lo eran. Por ejemplo varios papas, algunos no precisamente modélicos, como Alejandro VI, cuyo comportamiento incoherente contribuyó a forjar una imagen del español sensual e inmoral.

Medio siglo después de este papa español, el pontífice italiano Paulo IV encarnaría, según Arnoldsson, ese complejo de inferioridad de Italia ante la España líder, conquistadora y exitosa:

«Los denuestos de Pablo IV contra los españoles expresan lo que muchos italianos cultos durante el apogeo y el ocaso del Renacimiento sentían ante el poder español: la pesadumbre de que su propio país —de civilización antiquísima y heredero de Roma— estuviera dominado por un pueblo de calidad inferior en cuanto a cultura, religión y raza. La hegemonía española en Italia era para los sostenedores de tal idea una catástrofe cultural y moral. Los ataques literarios contra los españoles asumían en ocasiones verdaderos caracteres de oposición cultural».51

Si el origen negrolegendario contra España se localizó en Italia, con autores como Girolamo Benzoni,52 fue en los Países Bajos donde cuajó. El historiador alemán Heinz Schilling explica que las imágenes propias y ajenas (estereotipos) de los países europeos se empezaron a fraguar en el comienzo de la Edad Moderna y se basan en dos factores: esos clichés se acuñaron según la posición que cada país adoptó en el siglo XVI, y la imagen de España fue especialmente marcada porque se expuso más que ningún otro en Europa. Su liderazgo mundial entonces hizo que fuera un país «admirado y envidiado por sus riquezas de ultramar y cuestionado por su amplia presencia en todas las plazas europeas como potencia político-militar, cultural y religiosa. En consecuencia, los juicios y prejuicios que surgieron al respecto fueron igualmente nítidos y perfilados y determinaron la imagen de España».53

Schilling considera que, en la formación de estados y naciones, España desempeñó un papel precursor, gracias a la acción unificadora de los Reyes Católicos y a la movilización interna que supuso la Reconquista frente a los musulmanes. Los pueblos europeos percibieron en primera línea las consecuencias de estos desarrollos por la presencia militar española. La experiencia fue ambivalente. Por una parte, la pionera organización de los Tercios producía admiración. Por otra, como las Fuerzas Armadas españolas se componían de tropas de mercenarios y no de reclutas feudales, el resto de Europa se asombraba de la pujanza económica y del poderío logístico de España al movilizar y mantener sus ejércitos. Todo ello era compatible con desequilibrados balances de ingresos y gastos referidos a la acción militar en el XVI, con bancarrotas en 1557, 1575 y 1596. Por suerte para Felipe II, sus contemporáneos apenas atisbaban los problemas de las finanzas españolas. Sin embargo, padecieron directamente sus terribles consecuencias, de las que, por otra parte, «la propaganda antiespañola informó con tanta mordacidad como correspondía a la época».54

Lejos quedaban los años en que alemanes y españoles celebraban su sintonía como pueblos en torno a Carlos V:

«Hispani hat uns gegeben

«España nos ha dado

Vier frummer Kaiser reich

cuatro píos emperadores.

Karolus noch am Leben

Carlos, aún en vida

Nie fand man seiner gleich».

no tiene parangón».

Especialmente en los Países Bajos, se consideraba a Felipe II un completo extranjero, no como a su padre, nacido en Gante, hoy ciudad belga.

La progresiva configuración de alianzas y bloques entre las potencias europeas facilitó la difusión internacional de la imagen de España, tan negativa para protestantes como positiva para católicos. Cada bloque generó, con desigual éxito, su campaña informativa. La Europa protestante, abanderada por los Países Bajos, sistematizó a conciencia la producción de contenidos (visuales y textuales), el rastreo de publicaciones españolas críticas con su propio país para traducirlas y difundirlas, la creación de palabras, expresiones y mitos que denigrasen a España, la exageración de verdades negativas y la omisión de las positivas sobre el Imperio hispánico, el apoyo a obras literarias y musicales que supusieran un altavoz cualitativo de permanencia en el tiempo, etc. Todo ello con prioridad de acción política, y fundamentalmente apoyo económico y financiación a medio-largo plazo.

Por su parte, la Europa católica, liderada por España y los Austrias-Habsburgo, pensó que bastaba ser para parecer, infravaloró la comunicación, no previó las consecuencias de la imprenta en la opinión pública futura, priorizó criterios éticos como la verdad, se apoyó en argumentos dirigidos a intelectuales y no al público general, y —en batalla sustancialmente asimétrica— no atacó con propaganda, o apenas lo hizo, a sus enemigos.