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A pesar de que existen numerosas publicaciones que estudian la metodología en el campo jurídico, son muchos más los textos de derecho que abordan la discusión directa de los contenidos. Ante el evidente predominio bibliográfico del qué sobre el cómo, varios profesores y profesoras de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes decidieron escribir Metodologías de investigación jurídica para preguntarse cómo realizan, aprenden y reflexionan acerca de las investigaciones que componen sus propias agendas académicas, incluyendo las dimensiones teóricas, prácticas y éticas allí presentes. Así, esta obra se ubica en el universo de las formas metodológicas que suelen acompañar —consciente o inconscientemente— las investigaciones en derecho. Este libro no es un manual. El lector podrá leerlo como si lo fuera, pero es mucho más que eso. Sus capítulos no solamente buscan debatir sobre la investigación, sino también comprender y reflexionar por qué investigamos en derecho. Con un impulso de análisis más misceláneo que exhaustivo, más de bricolaje que de enciclopedia total y absolutamente organizada, este libro de carácter multifacético, interdisciplinario y transformador busca contribuir al desarrollo de futuros proyectos de investigación jurídica.
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METODOLOGÍASDE INVESTIGACIÓNJURÍDICA
COMITÉ EDITORIAL
Carolina Moreno Velásquez,
Facultad de Derecho,
Universidad de los Andes
(directora de la colección)
Diana Quintero Mosquera,
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales,
Universidad ICESI
Esteban Hoyos Ceballos,
Escuela de Derecho, Universidad EAFIT
Jorge González Jácome,
Facultad de Derecho,
Universidad de los Andes
Lina Fernanda Buchely Ibarra,
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales,
Universidad ICESI
María Carolina Olarte Olarte,
Facultad de Derecho,
Universidad de los Andes
Norberto Hernández Jiménez,
Facultad de Derecho,
Pontificia Universidad Javeriana
METODOLOGÍASDE INVESTIGACIÓNJURÍDICA
EXPERIENCIAS Y DESAFÍOSDEL OFICIO DE INVESTIGAREN DERECHO
Antonio Barreto Rozo
Eleonora Lozano Rodríguez
(edición académica)
Nombre: Barreto Rozo, Antonio Felipe, edición académica, autor. | Lozano Rodríguez, Eleonora, edición académica, autora. | Perafán Liévano, Betsy Yadir, autora. | Amaya González, Renata, autora. | López Sterup, Henrik, autor. | Giraldo Bustamante, Carlos Julio, autor. | Romero Vivas, Eliana Fernanda, autora. | Posada Maya, Ricardo, autor. |González Jácome, Jorge, autor. | Pelacani, Gracy, autora. | Moreno Velásquez, Carolina, autora. | Ramírez Bustamante, Natalia, autora. | Santamaría Uribe, Nicolás Sebastián, autor. | Ariza Higuera, Libardo José, autor.
Título: Metodologías de investigación jurídica : experiencias y desafíos del oficio de investigar en derecho / Antonio Barreto Rozo, Eleonora Lozano Rodríguez (edición académica).
Descripción: Bogotá : Universidad de los Andes, Facultad de Derecho, Ediciones Uniandes, 2021.
Identificadores: ISBN 9789587981803 (rústica) | 9789587981810 (electrónico)
Materias: Investigación jurídica | Metodología de la investigación jurídica | Metodología en derecho
Clasificación: CDD 340.072–dc23
SBUA
Primera edición: octubre del 2021
© Antonio Felipe Barreto Rozo y Eleonora Lozano Rodríguez, edición académica
© Betsy Yadir Perafán Liévano, Renata Amaya González, Henrik López Sterup, Carlos Julio Giraldo Bustamante, Eliana Fernanda Romero Vivas, Ricardo Posada Maya, Jorge González Jácome, Gracy Pelacani, Carolina Moreno Velásquez, Natalia Ramírez Bustamante, Nicolás Sebastian Santamaría Uribe, Libardo José Ariza Higuera
© Universidad de los Andes, Facultad de Derecho
Ediciones Uniandes
Carrera 1.ª n.° 18A-12
Bogotá, D. C., Colombia
Teléfono: 6013394949, ext. 2133
http://ediciones.uniandes.edu.co
http://ebooks.uniandes.edu.co
ISBN: 978-958-798-180-3
ISBN e-book: 978-958-798-181-0
DOI: http://dx.doi.org/10.15425/2017.471
Corrección de estilo: Alejandra Muñoz Suárez
Diagramación: Nancy Patricia Cortés
Diagramación de cubierta: Angélica Ramos
Imagen de cubierta: Michael Schwarzenberger en Pixabay:
https://pixabay.com/es/photos/cubos-de-madera-a-b-c-cubos-letras-473703/
Conversión ePub: Lápiz Blanco S.A.S.
Hecho en Colombia
Made in Colombia
Universidad de los Andes | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 28 del 23 de febrero de 1949, Minjusticia. Acreditación institucional de alta calidad, 10 años: Resolución 582 del 9 de enero del 2015, Mineducación.
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
EL RETO DE HACER INVESTIGACIÓN JURÍDICA
EL OFICIO (METODOLÓGICO) DE LA INVESTIGACIÓN JURÍDICA
LA MOTIVACIÓN PARA INVESTIGAR: MÁS ACÁ DEL DILEMA DE LOS MÉTODOS
Betsy Perafán Liévano
LA ARGUMENTACIÓN JURÍDICA Y SU ESTRUCTURA: UNA PROPUESTA METODOLÓGICA PARA PENSAR E INVESTIGAR COMO PROFESIONAL DEL DERECHO
Renata Amaya González
REFLEXIONES EN TORNO A UN PROCESO DE INVESTIGACIÓN FALLIDO
Henrik López Sterup
METODOLOGÍAS DE INVESTIGACIÓN JURÍDICA: MIRADAS INTERDISCIPLINARIAS (PRIMER MOMENTO)
LA DOGMÁTICA: LA FORMA DE SIMPLIFICAR LA REALIDAD Y PODER EXPLICARLA A OTROS
Carlos Julio Giraldo Bustamante
Eliana Fernanda Romero Vivas
INVESTIGACIÓN DOGMÁTICA PARA LA PRÁCTICA: UNA APROXIMACIÓN A LA PROBLEMÁTICA DESDE EL SISTEMA JURÍDICO PENAL EN EL SIGLO XXI
Ricardo Posada Maya
EXPERIENCIAS Y DESAFÍOS METODOLÓGICOS DEL ANÁLISIS ECONÓMICO DEL DERECHO: EL CASO DE LA TRIBUTACIÓN COLOMBIANA
Eleonora Lozano Rodríguez
EL ANÁLISIS JURISPRUDENCIAL: MÁS ALLÁ DEL PRECEDENTE JUDICIAL
Jorge González Jácome
EL TIEMPO COMO ASUNTO DE MÉTODO EN LA HISTORIA DEL DERECHO: ANÁLISIS DE LA CRONOLOGÍA DE OLEADAS TEMPORALES
Antonio Barreto Rozo
METODOLOGÍAS DE INVESTIGACIÓN SOCIOJURÍDICA: MIRADAS INTERDISCIPLINARIAS (SEGUNDO MOMENTO)
EL FENÓMENO MIGRATORIO: LA CONSTRUCCIÓN DE UNA “REALIDAD MÁS REAL” DESDE LA EDUCACIÓN EXPERIENCIAL
Gracy Pelacani
Carolina Moreno V.
LA ENTREVISTA COMO TÉCNICA PARA LA INVESTIGACIÓN JURÍDICA
Natalia Ramírez Bustamante
Nicolás Santamaría Uribe
OBSERVANDO A TRAVÉS DE LOS BARROTES: LA INVESTIGACIÓN-ACCIÓN Y LOS LÍMITES DEL ACTIVISMO JURÍDICO EN EL CAMPO PENITENCIARIO
Libardo José Ariza
SOBRE LOS AUTORES
Antonio Barreto Rozo
Eleonora Lozano Rodríguez
Son numerosas las publicaciones que se refieren a la metodología en el campo jurídico, esto es, sobre cómo se aplican distintas técnicas y herramientas para adelantar investigaciones de derecho y de ciencias sociales en general. Pero, sin lugar a dudas, son muchos más los textos de derecho preocupados por la discusión directa de contenidos, esto es, por el qué o por el debate de la materia o tema específico tratado. Ante el evidente predominio bibliográfico del qué sobre el cómo, varios profesores y profesoras de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes decidimos emprender el presente proyecto para interrogarnos sobre cómo realizamos, aprendemos y reflexionamos acerca de las investigaciones que componen nuestras propias agendas académicas, incluyendo las dimensiones teóricas, prácticas y éticas allí presentes. De este modo, este libro se ubica en el primer universo mencionado, el de las formas metodológicas que suelen acompañar —consciente o inconscientemente— las investigaciones en derecho.
Un par de advertencias antes de continuar con esta introducción. La primera es que este libro no es un manual. O, mejor dicho, no es solo un manual. El lector en efecto podrá leerlo como si fuera un manual, a saber, como una guía que da pistas sobre aspectos básicos que se deben tener en cuenta para adelantar una investigación jurídica. Pero es mucho más que eso. Es un libro de investigación en su genuina comprensión, que busca no solamente debatir sobre la investigación, sino, más que ello, comprender y reflexionar por qué hacemos investigación en derecho como sujetos y como colectividad en puntos, aspectos y contextos tan diversos y, al mismo tiempo, tan frecuentemente relacionados. Preguntarnos por los propósitos de nuestras investigaciones nos debe llevar a comprender en el día a día que, en realidad, no nos encontramos sobre el objeto de investigación, sino que vamos con él hacia planos conocidos y desconocidos. “Únicamente cuando hemos entendido lo que estamos haciendo y por qué, podremos saber cómo hacerlo bien”1. Tampoco es un manual debido a que tiene un impulso de análisis más misceláneo que exhaustivo, más de bricolaje que de una enciclopedia total y absolutamente organizada.
La segunda precaución tiene que ver con el carácter multifacético, inter disciplinario y transformador que, a nuestro juicio, debe acompañar a la buena investigación jurídica. Por eso —y deliberadamente— este libro no refiere a la metodología, sino a las metodologías jurídicas de investigación. Más que un dilema fatal entre lo cualitativo y lo cuantitativo, entre lo dogmático y la crítica a lo dogmático, entre la teoría y la práctica —por citar solo algunos frentes en los que, con distintos sesgos, aparecen preocupaciones similares que ven estas orillas, muchas veces innecesariamente, como alternativas incompatibles—, preferimos hablar de aproximaciones/metodologías/métodos mixtos o híbridos en el oficio de la investigación en derecho. En lugar de caer en la “guerra de paradigmas”2, en este libro intentamos mostrar visiones metodológicas mezcladas, concretas y aplicadas —incluso, multisituadas— en terrenos jurídicos y extrajurídicos donde la pregunta reflexiva del por qué y el cómo se investiga resulta siempre pertinente. Este esfuerzo no consiste simplemente en dominar ciertas técnicas o herramientas metodológicas —como si fueran una caja de herramientas utilizable o desechable a voluntad—, sino en crear y hacer factibles horizontes de investigación que en últimas permitan la transformación de nuestras propias formas de vida. En efecto, quiénes somos y qué tanto estamos dispuestos a preservar y a cambiar a lo largo de nuestras investigaciones forma parte esencial de una aproximación metodológica genuinamente ética y comprometida.
Para nadie es un secreto que los tiempos actuales son difíciles. En el ámbito de la investigación, entre otros temas, ello se ha traducido en un preocupante y creciente desprecio por la evidencia en el debate público —evidencia, por supuesto, producto de la investigación—. En este enrarecido contexto quienes emprendemos investigación en derecho tenemos una responsabilidad de particular importancia. Así, por ejemplo, en el mundo actual de la revolución digital y de la inteligencia artificial, ya no solo se habla de la “verdad” de las cosas —entre ellas, ciertamente, las investigaciones académicas—, sino de la “posverdad”3 de los fenómenos, un cambio de coordenadas que, quiérase o no, impacta hondamente el oficio de la investigación jurídica. Bajo este desafiante contexto este libro también puede comprenderse como un aporte que busca hacerse a mejores planos e instrumentos para leer —en sentido amplio— la compleja y movediza realidad que hoy nos toca vivir.
* * *
En la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes llevamos varios años cuestionándonos sobre la mejor forma para desarrollar en nuestros estudiantes habilidades y competencias en investigación, desde el nivel más básico del pregrado hasta el más avanzado —y escenario natural para la investigación— de doctorado.
Al hacer una revisión de los programas del pregrado es evidente que la gran mayoría de estos incluyen dentro de sus objetivos que los estudiantes sean capaces de buscar información —oportuna, relevante y suficiente— para su análisis crítico y la resolución de problemas, cualquiera sea el área de enseñanza del derecho. También en las versiones interdisciplinares de aprendizaje, la investigación desempeña un papel fundamental.
Es así como dentro de los objetivos de la Facultad de Derecho se encuentran aquellos ligados a la “investigación jurídica” donde se espera que los estudiantes logren: (1) enfrentar retos de aprendizaje de manera autónoma; (2) buscar y obtener información pertinente y suficiente para su sistematización y análisis con fines de descripción, crítica y aplicación; (3) elaborar y desarrollar proyectos de investigación; y, (4) integrar las diferentes áreas del derecho y aproximarse a este y a la realidad social desde diversas perspectivas del conocimiento.
También, desde la Escuela de Posgrados, hemos pensado en la necesidad de generar destrezas investigativas tanto en los programas que la normativa ha denominado de “profundización” como en aquellos de “investigación”. Es común, por ejemplo, que en las especializaciones se desarrollen talleres problem based learning (PBL), en los que, de manera colectiva, los estudiantes, frente a una situación fáctica compleja, formulan problemas jurídicos, investigan para resolverlos y llegan a conclusiones grupales.
Es más, recién expedida la normativa tuvimos en la facultad interesantes y apasionadas discusiones frente a la diferencia entre los trabajos de grado que se persiguen en cada una de las maestrías. Revisando la que regula estos programas, se esperan dos tipos de trabajos de grado diferentes, al definir que, para optar al título de programas de maestría “en profundización”, el estudiante debe desarrollar un “trabajo de investigación que podrá ser en forma de estudio de caso, la solución de un problema concreto o el análisis de una situación en particular” (cursiva fuera de texto); mientras que para aquellos de “investigación” se espera “el desarrollo de conocimientos, actitudes y habilidades científicas y una formación avanzada en investigación, innovación o creación que genere nuevos conocimientos [...]” (artículo 2.5.3.2.6.4. Programas de Maestría, Decreto 1330 del 2019). Así, pareciera existir en la norma una especie de “gradación” en cuanto al nivel de investigación requerido según el tipo de programa, lo que para algunos profesores no tiene mayor sentido pues en últimas los estudiantes desarrollan un proceso de investigación en uno u otro escenario.
En la práctica, en las maestrías de profundización, existen seminarios de trabajo de grado, que preparan a los estudiantes para desarrollar sus estudios de caso o resolución de problemáticas dentro de su proceso investigativo, a partir del uso de los métodos de las ciencias sociales como también de aquellos propios de la disciplina jurídica.
Evidentemente, en nuestros programas de investigación, maestría y doctorado en derecho, la investigación persigue la generación de nuevo conocimiento, para lo cual el acompañamiento desde el inicio de los tutores y comités asesores de tesis en estos programas resulta esencial. Además, los estudiantes van debatiendo sus avances en espacios académicos como los coloquios, donde a partir del diálogo constructivo se va enriqueciendo su proceso de investigación.
Desde hace varios años habíamos tenido el sueño de contar con una especie de “manual” de metodología jurídica. Dialogando con nuestros colegas surgió una mejor idea: emprender una obra colectiva en la que nuestra diversa comunidad académica relate sus “experiencias metodológicas” al abordar los grandes debates jurídicos en sus investigaciones. Hoy estamos muy contentos y satisfechos de presentar estas diferentes, pero nutridas, aproximaciones metodológicas.
* * *
En los textos que se publican en esta obra, el lector encontrará un hilo conductor construido alrededor del empleo creativo de variadas metodologías de investigación jurídica. El libro se encuentra dividido en tres partes: (1) “El oficio (metodológico) de la investigación jurídica”, (2) “Miradas interdisciplinarias a las metodologías de investigación jurídica (primer momento)”, y (3) “Aproximaciones interdisciplinarias a las metodologías de investigación sociojurídica (segundo momento)”. En la primera parte, los aportes de Betsy Perafán Liévano, Renata Amaya González y Henrik López Sterup plantean, desde su experiencia académica personal, la discusión sobre los grandes retos que implica trazar los referentes metodológicos de cualquier investigación en derecho. La motivación para investigar, la argumentación y la estructura de la agenda de investigación a ser seguida y los buenos (y malos) problemas de investigación que estimulan (o desestimulan) un buen proyecto investigativo son materias —propias del oficio metodológico de investigar— que son exploradas en detalle aquí. En el título de esta primera parte lo “metodológico” es puesto entre paréntesis como estrategia para resaltar el carácter reflexivo, no siempre visto, que lleva consigo la pregunta por los métodos.
En el primer capítulo, mediante la discusión del libro Más allá del dilema de los métodos: la investigación en ciencias sociales (Elssy Bonilla y Penélope Rodríguez), Betsy Perafán Liévano se pregunta por la dificultad de que el sujeto y los equipos de investigación en realidad tengan el entusiasmo y la motivación suficientes para acercarse con tino a la realidad social examinada. Aun cuando estudiantes, docentes e investigadores en general no tienen dificultad para comprender métodos como el cualitativo y el cuantitativo y las tensiones allí presentes, la mayoría de ellos carecen de motivación y curiosidad para enfrentar los obstáculos que siempre surgen cuando las metodologías trazadas aterrizan en el trabajo de campo. Acudiendo a experiencias propias de investigación enfocadas especialmente en el ámbito de la educación ciudadana, se plantea la necesidad de ver más acá los métodos de investigación, no tanto para debatir si las ventajas o desventajas de los métodos subyacen en ellos como tal, sino —como un asunto menos explorado— si más bien están en la forma como nos aproximamos a ellos, por ejemplo, al usarlos de modo rutinario, acrítico, irresponsable y abiertamente desmotivado.
El segundo capítulo parte también del planteamiento de experiencias personales de investigación, esta vez para rastrear y explorar el sentido de hacer investigación en derecho. Con miras en este referente, Renata Amaya González busca responder el interrogante de qué significa pensar como abogada cuando se emprenden proyectos de investigación de diverso tipo. Exponiendo sus vivencias investigativas alrededor de sus dos pregrados —en derecho y antropología—, su maestría, su doctorado o como docente —en particular de la clase Argumentación i, Lógica y Retórica—, entre otros frentes, consolida su aporte desde la autorreflexión de preguntas como las siguientes: ¿qué metodologías he utilizado en mis investigaciones? ¿Cuáles temáticas he analizado con esas metodologías? ¿Qué ventajas y qué limitaciones o desafíos he afrontado al aplicarlas? Al poner énfasis en la necesidad de siempre explicitar los sesgos de los que se parte en el momento de investigar, su tesis se orienta a poner en evidencia que, si bien las ciencias sociales —y entre ellas el derecho— comparten preocupaciones y estrategias metodológicas, existen elementos particulares de cada disciplina, y por supuesto del derecho, que moldean la forma de investigar, las preguntas, las fuentes y el uso que de ellas se hace. Tales particularidades son estudiadas en el texto a partir de dos horizontes denominados investigación argumentativa e investigación de carácter hermenéutico.
En el tercer capítulo, basado en las lecciones que arroja la elaboración de un proyecto de investigación fallido, Henrik López Sterup analiza cómo una labor docente que parecía de fácil elaboración para enriquecer los trabajos de investigación de sus estudiantes de maestría —a saber, diferenciar en cada caso los problemas de investigación basados en una lógica de verificación y aquellos basados en una lógica de descubrimiento—, en realidad no lo es en absoluto. Más que un acto instantáneo, el aterrizaje forzoso de la reflexión lo conduce por un proceso “doloroso” —pero ciertamente fructífero— en el que termina aceptando que había diseñado un proyecto de investigación de forma irreflexiva, sin la suficiente observación y sin el debido planteamiento de uno o varios problemas de investigación. El capítulo busca explorar las razones del fracaso, para convertirlas en faros de guía a partir de lecciones aprendidas. Una de ellas gira alrededor de la noción de problema de investigación y todos los pasos metodológicos que suelen acompañarla. En efecto, tiende a irse de forma mecánica y lineal del tema de investigación al marco teórico y al problema de investigación —como preguntas que articulan el quehacer investigativo—, olvidando el genuino carácter constructivo del proceso de investigación, donde la elaboración del marco teórico y la concreción del tema llevan a modificaciones, las que a su turno impactan el problema de investigación y continúan produciéndose y reproduciéndose a medida que se plantean las preguntas de investigación o que estas comienzan a ser resueltas.
La segunda parte del libro agrupa varias contribuciones ubicadas en áreas específicas del derecho pero que se cruzan y se expanden hacia otros horizontes de conocimiento. Se trata de esfuerzos de aplicación de metodologías jurídicas en realidades y problemáticas inexorablemente interdisciplinarias. El título de esta segunda parte refiere entre paréntesis a un primer momento, en la medida que los datos, referentes y fuentes de investigación empleados son predominantemente documentales. Los textos de Eliana Fernanda Romero y Carlos Julio Giraldo, Ricardo Posada, Eleonora Lozano Rodríguez, Jorge González Jácome y Antonio Barreto Rozo utilizan categorías extraídas de la enseñanza y el oficio del derecho, como elementos que acompañan el diseño y la elaboración de investigaciones de muy distinta orientación, compromisos y coordenadas de reflexión.
El cuarto capítulo del libro, al reflexionar en detalle acerca del método dogmático en derecho, muestra que esa es justamente la forma de comprender la complejidad del mundo del derecho para poder explicarla, simplificarla y compartirla cotidianamente con los demás. Al mostrar que la dogmática es una herramienta importante para comprender realidades relacionadas con el derecho, Eliana Fernanda Romero Vivas y Carlos Julio Giraldo Bustamante emprenden una exploración de su uso en el ámbito del derecho civil privado. No se trata de defender la acepción clásica de dogmática —aquella relacionada con el formalismo jurídico y con la jurisprudencia de conceptos—, sino aprovechar la concepción que la ata con un examen valorativo de las normas jurídicas para plantear alternativas sesudas de respuesta a problemas jurídicos bien elaborados. Al meditar acerca de tres experiencias en las que se hizo uso del método dogmático —un artículo académico sobre la franquicia y el principio de la buena fe, un manual de contratos de distribución comercial y en un curso denominado Fundamentos de Derecho de los Negocios—, se hace una ponderación de las ventajas y desventajas de este, así como su relación con otras metodologías como aquella del pensamiento visual.
En el quinto capítulo, Ricardo Posada Maya también acude a la noción de dogmática, esta vez enfocada en la investigación penal propiamente dicha. Con el enfoque de la dogmática penal se puede analizar la cuestión criminal desde una doble perspectiva: la empírica o criminológica y la normativa o jurídico-dogmática, como ámbitos que ofrecen respuestas a distintas problemáticas institucionales y culturales allí presentes. Siendo la dogmática jurídico-penal una disciplina cuyo objeto consiste en analizar el derecho penal positivo vigente, su oficio práctico radica en no comenzar por el final, a saber, la crítica, sino mejor en empezar con la duda sobre un problema jurídico o sobre la aplicación de una norma jurídica o de una institución penal, procesal o probatoria determinada. El horizonte de investigación es tan vasto aquí que la doctrina hoy se refiere con frecuencia a la ciencia integrada del derecho penal, como campo compuesto por la criminología, la política criminal, la victimología y la dogmática penal. En relación con la investigación dogmática como tal, se pone énfasis en que esta debe conducir a la respuesta de problemas en la aplicación del derecho positivo, a un profundo conocimiento de la ley, la jurisprudencia y la doctrina predominantes, así como a un manejo apropiado de los métodos de interpretación disponibles para poder construir propuestas teóricas plausibles que sirvan de base para la solución de problemas jurídicos concretos.
El sexto capítulo gira hacia el derecho y la economía como foco de aproximación investigativa. Al reflexionar sobre el necesario acercamiento entre la economía y el derecho, Eleonora Lozano Rodríguez busca arribar a un escenario en el que una comprensión adecuada y fructífera de esta relación redunde en mejores normas, en mejores sentencias y, en últimas, en un mejor derecho. Con todo, su óptica como entusiasta seguidora del análisis económico del derecho no es siempre optimista sobre el particular. En efecto, en distintos escenarios y ocasiones se ha encontrado con férreos contradictores de esta metodología de análisis, así como con elevados muros construidos por abogados de visión más ortodoxa que poco les apuestan a visiones interdisciplinarias del derecho. Con este trasfondo en su capítulo busca, en primer lugar, retomar aspectos teóricos básicos del análisis económico del derecho para ponerlos en diálogo con textos de su autoría que reflejan distintas épocas, matices y preocupaciones de su agenda de investigación y, en segundo término, poner en evidencia cómo esta aproximación metodológica —que a su vez viene acompañada de distintas estrategias metodológicas allí retratadas— ha sido empleada en el ámbito principal, pero no exclusivo, de la tributación en Colombia. Al exponer los desafíos metodológicos que con frecuencia enfrentan los aplicadores del análisis económico del derecho en el campo tributario y en otras áreas del derecho y la economía en general, muestra la riqueza de este fértil terreno de análisis, así como las múltiples zonas que aún quedan por ser exploradas en la investigación jurídico-tributaria.
En el séptimo capítulo, Jorge González Jácome se centra en el objetivo de ampliar los referentes y las herramientas con los que se emplea la jurisprudencia en la investigación jurídica. Partiendo del registro de la suerte de revolución de fuentes que a mediados de la década de 1990 fortaleció el valor de la jurisprudencia como fuente de derecho —principalmente a raíz de la labor de la Corte Constitucional colombiana— y el consiguiente apogeo de una metodología de análisis de sentencias que las comprende como “precedentes” y como “líneas jurisprudenciales”, el texto busca ir más allá para mostrar alternativas metodológicas de análisis que en su desarrollo revelan cómo, en efecto, se pueden “hacer” otras cosas y se pueden seguir otras agendas con las decisiones judiciales bajo el marco de las investigaciones jurídicas. Con este propósito en mente, el capítulo ofrece a los investigadores tres discusiones teóricas sobre el derecho que a su turno llevan consigo tres formas —metodológicas— de usar la jurisprudencia como herramienta de investigación. En primer lugar, la óptica del realismo jurídico termina ubicando las decisiones judiciales en narrativas mucho más amplias, esto es, en escenarios que conducen al requerimiento de tener que contextualizarlas mediante preguntas como en qué tipo de “comunidad de hablantes” tales sentencias se encuentran insertas. En segunda instancia, desde los estudios de la conciencia jurídica se puede entrar a analizar una “estructura relativamente autónoma” —o, en últimas, un modo relativamente autónomo de pensar— que denominamos derecho. Bajo esta perspectiva los fallos judiciales se convierten en un lugar privilegiado, pero no único, para rastrear —sobre todo con una mirada desde el presente hacia el pasado— la conciencia jurídica. En tercer y último término se encuentra el papel que cumple la jurisprudencia en la investigación jurídica desde las coordenadas planteadas por el movimiento del derecho y la literatura. Las sentencias aquí ya no son solo textos escritos expedidos por una autoridad, sino espacios performativos de acción que contribuyen a llenar de significado proyectos, ideas y prácticas sociales de nuestra comunidad política. En efecto, en las narraciones de las decisiones judiciales el investigador jurídico tendrá un vasto campo de análisis que revela no solamente las representaciones del mundo jurídico allí contenidas, sino las dinámicas de inclusiones y exclusiones sociales y culturales en las que el derecho también participa.
En el octavo capítulo, al cuestionarse por el tiempo como asunto de método en el ámbito de la historia del derecho, Antonio Barreto Rozo explora algunos caminos que buscan la elaboración de buenos relatos temporales o cronológicos en una investigación. Esto es, la pregunta metodológica por los propósitos de una investigación debe arrojar narrativas cronológicas creíbles y convincentes donde quiera que el tiempo y la historia sean empleados como marcos de referencia. Desde este punto de partida, en su texto sostiene que la cronología de origen y evolución —a saber, aquella que tiende a caer en relatos lineales, ascendentes y muchas veces perfeccionistas sobre el fenómeno observado— ha sido el modelo prevaleciente en el ámbito de la investigación social. También lo ha sido en los estudios de reforma constitucional propios del escenario latinoamericano que es allí también abordado. Tal predominio, además de tornar este modelo en blanco frecuente de críticas, también ha suscitado narrativas alternativas, siendo la cronología de oleadas temporales —con su marco ondular y entreabierto reminiscente de las olas del mar— una de las más visibles. Aun así, pensar que la cronología de origen y evolución es un modelo completamente superado resulta ser una postura demasiado confiada, sobre todo por el “impulso de cierre” —o de decir una verdad vista como una razón definitiva e irrevocable— que suele ir de su mano. Así, antes que nada, es este impulso de cierre el que debe ser afrontado de forma adecuada en la investigación jurídica. Y hacerlo supone no solo asumir una postura crítica sobre la cronología de origen y evolución, sino también de la visión tradicional de la narrativa de oleadas temporales. El texto busca así, en últimas, hacer una revisión —extendida en el tiempo— de la construcción de relatos basados —y ordenados— en oleadas temporales.
La tercera y última parte del libro contiene aportes que, de forma visible, se basan en visiones metodológicas interdisciplinarias que rompen con las fronteras tradicionales del derecho. Si en la segunda parte se alude entre paréntesis a un primer momento de interdisciplinariedad, en la tercera —también entre paréntesis— se habla de un segundo momento de la investigación jurídica, en tanto los datos, referentes y fuentes de investigación empleados no son exclusivamente documentales. Es más, con frecuencia se acude a los campos mismos de investigación para interactuar de forma directa con las personas y el entorno —así investigado— que las rodea. Las contribuciones de Gracy Pelacani y Carolina Moreno V., Natalia Ramírez Bustamante y Nicolás Santamaría Uribe, así como la de Libardo José Ariza, nos llevan a pensar en realidades —materiales y simbólicas— que suscitan enormes desafíos para el diseño y la implementación de buenos proyectos de investigación, con los retos metodológicos allí siempre presentes, sobre todo cuando las categorías “muerden el polvo” del áspero campo social en el que son aplicadas.
El capítulo noveno lidia con el complejísimo fenómeno migratorio del contexto colombiano actual. Gracy Pelacani y Carolina Moreno V., al admitir de entrada tal grado de complejidad, como investigadoras son plenamente conscientes de que deben expandir sus referentes y herramientas metodológicas de investigación. Apelando a su experiencia como líderes en la creación de la Clínica Jurídica para Migrantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, y reconociendo los serios obstáculos que implica la investigación de población migrante —tres de ellos de particular relevancia, a saber, (1) bregar con la narrativa oficial que hace referencia casi que exclusivamente a la migración proveniente de Venezuela; (2) la persistente fragmentariedad e inestabilidad del marco normativo migratorio y la consecuente ausencia de una política pública migratoria integral; y (3) la invisibilización de diversos sujetos y elementos clave para armar y atender el rompecabezas de los flujos migratorios, en particular los más vulnerables—, buscan no solo investigar, sino ser actoras relevantes de este espinoso campo social. Aprovechando el repertorio de distintas estrategias y metodologías de investigación —entre ellas, la asesoría legal en terreno (street lawyering), el ejercicio del litigio de interés público (LIP) enmarcado en la Educación Legal Clínica (ELC), los talleres de empoderamiento legal (pedagogía de derechos), entrevistas a profundidad y grupos focales—, en su capítulo presentan enriquecedoras reflexiones sobre estos instrumentos metodológicos y sobre la forma en que han incidido en el exigente campo de la realidad migratoria colombiana.
En el capítulo décimo, Natalia Ramírez Bustamante y Nicolás Santamaría Uribe se centran en el empleo de la entrevista como técnica de investigación social propia de los estudios cualitativos. Apelar a la entrevista no es simplemente una elección metodológica, sino también —y, sobre todo— una decisión política. En efecto, su uso cabal implica que el investigador deje de ser el protagonista del texto y de la investigación en general, para dar paso a las opiniones, las creencias y las experiencias de otros, asumiendo —como compromiso político profundo— que las vivencias de los demás siempre merecen ser escuchadas, valoradas y analizadas para hacerse a construcciones más adecuadas de los fenómenos sociales. Con este objeto en mente, el texto busca mostrar el potencial de la entrevista como técnica de investigación a partir del análisis de una investigación concreta —más precisamente, de un estudio de caso adelantado por Natalia Ramírez Bustamante como parte de su investigación doctoral—, para así exponer las propiedades y tipos de entrevistas, identificar algunos retos, dificultades e implicaciones que impone esta metodología de investigación, así como para analizar sus posibles usos en el vasto campo de la investigación sociojurídica. Al reflexionar sobre la investigación mencionada, enfocada en la industria de confección como campo de análisis, y en particular orientada a entender el papel de la protección laboral de la maternidad y las responsabilidades de cuidado suscitadas en los resultados laborales de las mujeres allí involucradas, se llama la atención sobre la importancia de la adecuada elección de los informantes, el buen uso del lenguaje y de las técnicas y tecnologías empleadas, así como las debidas estrategias conversacionales que, en últimas, serán —todos ellos— clave para ganar acceso al campo y construir rapport con los participantes, incluso para que compartan experiencias con el investigador cuando tienen cosas que ocultar.
El undécimo y último capítulo nos lleva al insondable mundo de la prisión. Con el objetivo de contribuir a la discusión metodológica dentro de la emergente corriente latinoamericana de estudios cualitativos sobre la prisión, Libardo José Ariza adelanta un ejercicio reflexivo sobre el proceso de investigación de larga duración que inició desde el año 2000, para dar cuenta de los retos, obstáculos y estrategias de ingreso y —quizás lo más difícil— de permanencia en el campo. En particular, se concentra en el estudio detallado de la estrategia de intervención empleada, basada en términos generales en el uso del derecho como herramienta de comunicación con los participantes y como instrumento político de transformación de las condiciones de reclusión —con frecuencia precarias e inhumanas— a través del litigio estratégico. Al revisar un proyecto adelantado desde el 2009 en la Cárcel La Modelo de Bogotá, busca mostrar los rostros que tiñen la importancia del discurso de los derechos humanos en la definición del rol del investigador y los límites y potencialidades del activismo jurídico en el campo penitenciario. En efecto, la narrativa de los derechos humanos termina desempeñando un papel ambiguo en la crisis humanitaria del sistema penitenciario local, al plantear, por un lado, la promesa de resistencia y transformación de las dificilísimas formas de vida que allí tienen lugar, pero por otro, la profunda insatisfacción que con frecuencia asiste a los participantes cuando sienten los efectos directos de las —presuntas— victorias jurídicas. Entablando un diálogo con el papel del investigador en la observación participante activa —y, en general, con la tradición de la investigación acción participativa (IAP)—, analiza la relación entre el investigador, las personas y el campo de estudio y, en particular, pone en prueba ácida el intento —y su intento— de asumir una postura adecuada en relación con la ruptura o distancia epistemológica que con frecuencia ocurre entre estos tres elementos que componen la investigación sociojurídica. Al reconocer y afrontar, en la medida de lo posible, las relaciones de poder entre el investigador —con su capital cultural— y las poblaciones usualmente marginalizadas que corren el riesgo de convertirse en objeto de estudio —en sentido literal— o en un simple insumo analítico, el texto habla de los desencantos ocurridos en el litigio estratégico librado en favor de la población penitenciaria, la redefinición de la estrategia que tuvo que ser articulada a medio camino y la creencia, en retrospectiva, de que a pesar de todas sus limitaciones, el derecho sigue siendo una herramienta hábil para lograr microtransformaciones en este áspero campo de la investigación social.
Antes de finalizar, debemos agradecer con entusiasmo a las siguientes personas por su valiosa y muy pertinente ayuda a lo largo del proyecto: Eliana Fernanda Romero Vivas, Nicolás Santamaría Uribe y Daniel Ospina Celis. Solo nos resta desearles a quienes lean esta publicación un viaje agradable y fructífero, al seguir el recorrido de una contribución que aún resulta rara en el estado actual de la literatura jurídica colombiana y latinoamericana.
Cuarentena del 2020.
Bibliografía
Libros y artículos
Gage, Nathaniel Lees. “The paradigm wars and their aftermath: A ‘historical’ sketch of research on teaching”. Educational Researcher, 18 n.º 7 (octubre 1989): 4-10.
Packer, Martin. La ciencia de la investigación cualitativa. Bogotá: Ediciones Uniandes, 2013.
Portales de internet
Oxford Word of the Year 2016, Oxford Languages. https://languages.oup.com/word-of-the-year/2016/#:~:text=After%20much%20discussion%2C%20debate%2C%20and,to%20emotion%20and%20personal%20belief’
Notas
*Para citar este artículo: http://dx.doi.org/10.15425/2017.472
1Martin Packer, La ciencia de la investigación cualitativa (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2013), 3.
2Véase Nathaniel Lees Gage, “The paradigm wars and their aftermath: A ‘historical’ sketch of research on teaching”, Educational Researcher, 18 n.º 7 (octubre 1989), 4-10.
3Para los Diccionarios Oxford la palabra del 2016 fue la posverdad (post-truth), como un neologismo que denota una realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia en la formación de opinión pública que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales de las respectivas audiencias. Véase Oxford word of the year 2016, Oxford Languages. https://languages.oup.com/word-of-the-year/2016/#:~:text=After%20much%20discussion%2C%20debate%2C%20and,to%20emotion%20and%20personal%20belief’
Introducción
El primer libro sobre investigación que tuve la oportunidad de leer al iniciar mi trabajo como investigadora sociojurídica, fue Más allá del dilema de los métodos: la investigación en ciencias sociales, escrito por Elssy Bonilla y Penélope Rodríguez en 1995. En esta obra, las autoras invitan a explorar la realidad social conciliando los métodos cualitativos y cuantitativos, y —desde sus propias experiencias— dan muchos ejemplos que ayudan a entender mejor su aplicación. Fue un texto muy útil, que me facilitó entrar en el mundo de la investigación en ciencias sociales y comprender la complejidad de la sociedad.
Es por eso que, cuando empecé a ser profesora de Sociología Jurídica, elegí Más allá del dilema de los métodos como uno de los textos guías de mi curso. Sin embargo, aunque los estudiantes no tenían dificultad para comprender el método cualitativo1, gracias a lo didáctico que es este libro, la mayoría de ellos carecía de la motivación suficiente para acercarse a la realidad social: poca curiosidad; o si la tenían, les ganaba el temor al riesgo; y si no sentían temor, de todos modos no estaban motivados porque les faltaba creatividad en el momento de enfrentarse a los obstáculos que siempre surgen en el trabajo de campo2. En últimas, la falta de motivación llevaba a su vez a que aplicaran inadecuadamente las herramientas de recolección de información y realizaran análisis superficiales a partir de lo que encontraban o que se rindieran ante cualquier dificultad3.
Cuando los estudiantes empezaban a desarrollar sus proyectos de investigación, era común que me dijeran: “profesora, tengo (o tenemos) un problema”. Yo les decía que me alegraba mucho, aunque sabía que no se referían a un problema de investigación, sino a una dificultad durante el trabajo. Entonces me hacían esa aclaración, y les respondía que igualmente me alegraba, pues, por ejemplo, no encontrar documentación en la entidad (que era su primer paso, según el cronograma) ya arrojaba información interesante sobre la falta de organización en ese lugar, lo que a su vez se convertía en una buena razón para explicar en parte la ineficacia para el cumplimiento de sus objetivos institucionales (y precisamente la pregunta de investigación era indagar por la puesta en marcha de una medida normativa).
Es decir, los estudiantes no veían la investigación como una aventura (ni a ellos mismos como exploradores). En este punto, hago una analogía entre la aventura de leer4 y lo que significa investigar. Zuleta sostiene que la lectura debe ser lenta, cuidadosa y “rumiante”, y debe estar guiada por una pregunta inconsciente o consciente, pero en todo caso que surge de nuestras experiencias y motivaciones. El lector se arriesga, está abierto a descubrir; no acepta un prejuicio como algo definitivo. El aventurero es un explorador que está a merced de sucesos imprevisibles, lo que acarrea riesgos y lo obliga a ser espontáneo, pero sin dejar de ser cuidadoso y reflexivo —lo que le ayuda a ampliar su marco teórico— porque tiene un propósito (como el lector, que quiere responder su pregunta).
Es así como, por lo general, los profesores de Sociología Jurídica y los directores de investigación podemos afanarnos por llegar a los métodos de investigación sin detenernos a trabajar en la motivación para investigar de nuestros estudiantes o asistentes, lo que a su vez afectará la aplicación de las metodologías y por ende los resultados o fines de la investigación5.
El presente capítulo busca entonces presentar experiencias propias, de mis estudiantes y de mis asistentes en la utilización de diversas metodologías de investigación sociojurídica, y reflexionar sobre la manera en que los docentes y directores podemos enseñarlas en el aula y a nuestro equipo de trabajo para el mejor uso de las herramientas y, por ende, de un análisis de los datos recogidos para plantear conclusiones que aporten a la comprensión de la realidad para su transformación. Dado que mi interés temático ha estado enfocado en la educación ciudadana, los ejemplos que daré se refieren especialmente a investigaciones que buscan entender y promover la responsabilidad de las comunidades con la democracia.
El orden, entonces, es el siguiente. El primer acápite se refiere a las habilidades que se requieren en un investigador para aprovechar las metodologías. En este punto cuestiono al sistema educativo y planteo sugerencias de formación en competencias. En el segundo apartado me centro en el desarrollo de la empatía, como esencial para el adecuado uso de las herramientas cualitativas para la recolección de la información. Por su lado, en el tercer acápite me refiero a la conveniencia del distanciamiento para abordar la realidad desde distintas perspectivas. En el cuarto punto analizo el rol activo de los sujetos de investigación, como adecuado para una mejor comprensión de la realidad y su transformación. En el quinto punto, abordo distintas herramientas desde el enfoque de las habilidades que he mencionado en el primer apartado. El sexto apartado es sobre el equipo de investigación: la distribución de tareas según los perfiles de aprendizaje de cada integrante. Finalmente, en el séptimo acápite abordo la pregunta por la presentación de los resultados de la investigación.
Recogiendo todo lo anterior, en las conclusiones planteo la necesidad de ver más acá de los métodos de investigación, para cuestionar si las bondades o las limitaciones que les vemos no están en ellos mismos sino en la manera como nos aproximamos a ellos; en un uso acrítico, irresponsable, mecánico y desmotivado de los métodos. No se trata de elegir, por ejemplo, entre los métodos cuantitativo o cualitativo, pues hay eventos o factores de la misma realidad que son cuantificables y otros que no los son; algunas conclusiones se pueden generalizar y otras no; a veces conviene plantear recomendaciones de política pública, pero en otras ocasiones (o además de ello) lo mejor puede ser diseñar una estrategia de acción puntual. El desafío parece estar más entonces en nuestra identidad, en lo que queremos o creemos de nosotros mismos, que en las propias metodologías.
Las habilidades del investigador
Cuando, luego de leer sobre métodos de investigación, les pregunto a mis estudiantes ¿cuál es la principal herramienta de recolección de información?, suelen mencionar la revisión documental, la observación, la entrevista, el grupo focal, la encuesta, en fin, todos los instrumentos de los que han leído; los van enunciando a medida que niego con mi cabeza. Cuando se rinden, les respondo: “la principal herramienta es el investigador”. Sin su curiosidad, su creatividad, su valentía y su integridad no haría preguntas pertinentes, no propondría maneras novedosas y más efectivas de entender la realidad, no superaría muchas aparentes adversidades ni se comprometería con la transformación social.
La curiosidad
Para investigar no hay que perder la capacidad de asombro. Antes, para asombrarse hay que contemplar. Pero no se puede contemplar llevando una vida de afán. Siguiendo a Zuleta6, tenemos que el hombre moderno no está tranquilo, no se detiene. Hoy, podríamos decir que, al facilitarse el acceso a la información gracias a la tecnología, la cantidad abrumadora de fuentes de consulta dificultan más esa capacidad de contemplación. Es difícil entonces que los estudiantes de Sociología Jurídica o los jóvenes investigadores (incluso ya mayores) trabajen con calma en la búsqueda de información, admirando lo que encuentran como el camello en Nietzsche. Como dice Zuleta, hay que dejarse afectar por un texto antes de criticarlo. Y esa afectación va a estar guiada por preguntas (conscientes o inconscientes), que ayudan a definir el problema de investigación.
La persona curiosa acepta la complejidad de la sociedad; no se queda con la primera impresión ni con una sola perspectiva de la realidad o con una sola versión de los hechos. Además, quien es curioso es muy buen observador: no solo atiende a las respuestas del entrevistado, sino que se fija también en la manera como contesta las preguntas: el tono que usa, su expresión corporal, su mirada, sus evasiones, sus pausas, sus contradicciones, sus reiteraciones. Un investigador curioso no se ciñe a la guía de preguntas que ha preparado; una respuesta le da pie para seguir indagando, porque escucha atentamente. Alguien curioso no le completa las frases al entrevistado ni se afana en seguir con otra pregunta ni siquiera cuando el sujeto guarda silencio; más bien su actitud de escucha invita a la sinceridad y a sacar a la luz cuestiones profundas (que probablemente ayudan a comprender realmente qué está pasando).
Como la curiosidad no permite caer en la simplificación de lo social, no hay un afán en generalizar. La persona curiosa valora más la riqueza de la diversidad y tiene apertura de pensamiento; aprecia más y juzga menos porque la duda está tan presente que difícilmente llega a conclusiones apresuradas, sesgadas o prejuiciosas.
La valentía
Podríamos conectar este valor con el nivel del león en Nietzsche: es la rebeldía, atreverse a pensar por sí mismo, a asumir riesgos, a ser uno mismo. Si se siguen los métodos de investigación y sus herramientas de manera mecánica, como si fueran una receta, sin ese “sello personal”, no solo se falseará la realidad, sino que el investigador perderá motivación porque ha dejado de lado su identidad. En una investigación social fácilmente el cronograma planeado se altera, por ejemplo, porque las personas convocadas al grupo focal no aparecen; las guías para la recolección de información no se pueden aplicar porque no hay acceso al lugar que se iba a observar o preciso ese día pasó algo que alteró la rutina o el entrevistado está tan ocupado que las interrupciones son constantes. Para un investigador curioso y valiente, nada de esto es un obstáculo; todo imprevisto da información útil si quien lo observa o vive es capaz de salir del esquema mental inicial y de actuar en consecuencia en vez de darse por vencido porque no pudo hacer lo que le ordenó el director del proyecto.
La dificultad para asumir riesgos está en que le tememos a la incertidumbre7. El monismo jurídico8 parece reforzar ese temor, al pretender mantener el orden mediante la regulación de los hechos sociales —que son infinitos— en normas jurídicas, que son finitas. La certeza y la seguridad jurídica son principios del monismo que, por tanto, chocan con el pluralismo jurídico, el cual aboga por un sentido de justicia no en abstracto sino mucho más cercano al caso concreto9. Esa cercanía lleva a que solo cuando se está ante cada situación particular, será posible saber cuál es la mejor decisión, en beneficio de las partes y sin perjuicio de la sociedad. Siendo así y a que cada caso es único, no siempre es posible saber con anticipación la norma aplicable, ni crear un claro precedente.
Esta diversidad de la realidad social puede ser vista como peligrosa (caótica) por el monismo jurídico, y de esta manera el investigador que se ha formado en la tradición monista podría mantenerse en la necesidad de seguir un cronograma, unas herramientas y unas guías preestablecidas. El riesgo estaría en que su trabajo se vuelva mecánico. Así, cuando falta valentía, el investigador puede pretender homogeneizar las conductas que encuentra en su análisis y llegar a plantear conclusiones generales de una manera forzada, desconociendo la univocidad de los individuos y de los conflictos humanos. Como la lectura que no la controla nadie10—pues tiene múltiples sentidos— la investigación también puede tomar caminos insospechados, pero solo si el investigador se deja afectar.
La creatividad
La creatividad podemos verla al llegar al estadio del niño en Nietzsche: un nuevo comienzo, un estar en el presente y crear. Cuando somos valientes dejamos de “amar las cadenas”11 y nos atrevemos a romperlas, a pensar por cuenta propia en vez de seguir ciegamente a una autoridad, lo que nos lleva a quitarnos los filtros mentales que nos impiden ser creativos. Los “policías en la cabeza”12 nos mantienen atados al pasado y nos ponen límites porque son órdenes o afirmaciones de personas que no están presentes, pero de las que seguimos escuchando sus voces (por ejemplo: “debes seguir la instrucción al pie de la letra”, “esa manera de hacerlo que propones está mal”, “tus ideas son equivocadas”).
El método científico no es obstáculo para que propongamos nuevas maneras de recoger información, pues lo fundamental es tener evidencias y mantener el rigor en su análisis. De todos modos, el investigador siempre tendrá que improvisar o será poco lo que logre avanzar en conocimiento. La realidad social es así; no podemos predecir lo que ocurrirá cuando vamos al campo. Por eso hay que ser ingeniosos para sacar provecho de las situaciones inesperadas que vivimos.
Pero los sistemas educativos formales “matan la creatividad”13. Cuando el proceso de enseñanza se centra en la mera transmisión de contenidos, reproduce el mismo conocimiento homogéneo y en serie y los individuos van perdiendo esa habilidad inventiva que es innata en los niños (investigadores por naturaleza). Un investigador creativo obtiene información sin alterar la rutina del entrevistado —quien duda de conceder la entrevista porque debe trabajar— por ejemplo, ayudándolo en su labor mientras conversan.
La integridad
Una persona íntegra guarda coherencia entre sus pensamientos, sus emociones y sus acciones. El investigador, cuando es íntegro, manifiesta sus sesgos antes de comenzar la investigación; reflexiona de manera crítica y constante sobre el proceso que está siguiendo; tiene en cuenta su intuición para, por ejemplo, decidir a quién entrevistar o dónde enfocar su observación; opta por parar la entrevista cuando nota incomodidad o una afectación emocional en el sujeto entrevistado y alejarse ayuda; observa de una manera que no es intrusiva ni encubierta14; y no se apresura a plantear determinadas conclusiones si siente que aún no tiene suficiente material para hacerlo. El afán de protagonismo no está presente en un investigador íntegro.
La integridad también tiene que ver con el respeto a la evidencia en vez de, por ejemplo, pretender acomodar los datos a unas posturas teóricas iniciales o a ideologías, y con el compromiso de devolver a la comunidad el favor de permitirnos acceder a ellos. La responsabilidad está en informar a los sujetos los resultados de la investigación (y de una manera que ellos comprendan —al respecto véase el acápite La divulgación de los resultados de la investigación—) y de contribuir de algún modo a resolver la problemática diagnosticada. En mis primeras experiencias como investigadora pude notar la frustración de la gente al ver que las conclusiones que obteníamos solamente confirmaban lo que ellos ya sabían; y sentían que llegábamos a ellos solo por un interés personal (por ejemplo, hacer la tesis de grado o recibir un pago de la fuente financiadora) sin que la comunidad resultara beneficiada.
Por otro lado, la integridad lleva a combinar los métodos cuantitativo y cualitativo si se ve la utilidad, en vez de quedarse con uno solo de ellos por considerarlo más “científico”. Debe ser la realidad que vamos viendo la que nos ayude a elegir los métodos y las herramientas para recoger la información, y no al revés. Por lo mismo, los pasos del proceso de investigación no son lineales o secuenciales. Como plantean Bonilla y Rodríguez15, son importantes los ciclos de recolección de información y análisis, con una posterior vuelta al campo y nuevas inferencias, pues el análisis de los datos lleva a encontrar vacíos y debilidades en ellos. Incluso la dificultad para hacer inferencias puede estar en haber elegido un método; por ejemplo, si queremos corroborar unos datos obtenidos de manera cualitativa, puede que convenga volver al campo para realizar una encuesta sobre las conjeturas que surgieron de las entrevistas.
Para desarrollar o fortalecer estas cuatro habilidades (curiosidad, valentía, creatividad e integridad), se requiere una disposición para actuar; es decir, tener la voluntad suficiente para no caer en la rutina de aplicar mecánicamente los métodos de investigación (sean cuantitativos o cualitativos) sino interesarse sincera y profundamente en contribuir a dar solución al problema que se analiza. Para esto resulta fundamental la empatía, factor que presento a continuación.
La empatía en la investigación
A pesar de lo claro que es el libro Más allá del dilema de los métodos en explicar que con los métodos cualitativos no se pretende generalizar a partir de una gran cantidad de datos, sino profundizar en algún o algunos casos concretos, la tendencia de los estudiantes y de los asistentes de investigación sí suele ser plantear afirmaciones generales sobre sus hallazgos. Pareciera que hay un temor a que su trabajo sea considerado menos serio o riguroso, o de menor trascendencia, o ni siquiera como un producto de investigación, si se “limita” a describir y analizar un fenómeno social en un ámbito muy particular y no propone un gran modelo teórico (como los que está acostumbrado a leer en doctrinas).
Tal vez la educación formal que han venido recibiendo en la carrera de Derecho les hace pensar que esta profesión abstrae a tal nivel la realidad (para que “quepa” en las leyes y en sentencias que constituirán precedente judicial), que acercarse tanto al caso concreto lleva a perder el enfoque o la perspectiva jurídica, al aparecer nuevos elementos de análisis. Conceptos que se consideran esenciales para el derecho, como la imparcialidad y la justicia, parecieran verse afectados al involucrar la empatía que surge al conocer —y reconocer— al otro concreto. Como si el investigador no pudiera incluir la diferencia y las particularidades de sus hallazgos en sus conclusiones, porque se diría que sus resultados son atípicos y, por tanto, inválidos, con mayor razón si da cuenta de sus emociones.
Cuando el investigador piensa que su compromiso es con el método y no con las personas, la sensibilidad no aparece (o se esconde), y así es poco probable que se pueda dar cuenta del fenómeno social. Pero la pretensión de objetividad parece ser ilusa en las ciencias sociales cuando comprendemos la reflexividad16, es decir que hacemos parte de la misma sociedad que investigamos: somos sujetos de esa misma realidad. Siendo así, nuestras emociones y experiencias —que nos constituyen también— determinarán la manera como recojamos la información (qué afirmaciones harán parte de la síntesis de un documento revisado, dónde enfocaremos la observación, qué preguntas haremos en una entrevista) y el modo de analizarla (las inferencias que haremos, por más que creamos que estamos siguiendo un razonamiento silogístico o lógico-deductivo).
No queda entonces más opción que aceptar —con agrado— la presencia de las emociones. Ante esto, un investigador debería no solo tomar conciencia de los sentimientos que le produce su trabajo en vez de pretender negarlos, sino también permitirse acercarse a los sujetos que investiga e incluso tomar partido por ellos17.
Por eso, la invitación para los directores de investigación y para los profesores de Sociología Jurídica es a motivar y valorar el acercamiento de sus asistentes de investigación o de sus estudiantes a pocas personas (¡incluso a una sola!), para conocerla(s) con mayor profundidad y dejarse afectar (“ponerse en sus zapatos”). Por ejemplo, en clase de Sociología Jurídica le pido a cada uno de mis estudiantes que salga del salón a conversar con una de las personas que trabajan en vigilancia o prestan el servicio de aseo o de cafetería en la universidad. Se acercan a ellas con una pregunta guía común, pero lo más interesante —suelen decir— es que nunca se les había ocurrido siquiera preguntarles su nombre y se encuentran con historias que les impactan tanto como el vigilante que les cuenta lo irónica que es su vida, pues terminó en ese trabajo luego de huir desplazado por la violencia en su pequeño y cálido pueblo costero y odia tener un empleo en el que eventualmente tendría que recurrir a la intimidación.
El estudio de caso permite un análisis a profundidad18. De acuerdo con este método, el investigador selecciona una comunidad o evento, limitando tiempo y espacio (incluso su caso puede estar centrado en una única persona) y es alrededor y al interior de ese foco que se recoge la información. Aunque la pretensión no sea generalizar, es muy probable que quien lea el resultado de una investigación con este método, se sienta identificado con la descripción que se presenta y vea que las recomendaciones puntuales le son útiles en su propia y particular realidad. En otras palabras, es el lector quien generaliza porque logra transpolar esa realidad.
Un investigador no debe temer al involucramiento con su foco (sea una persona, un grupo o una comunidad), pues será esta cercanía lo que le permita ser aceptado, observar comportamientos espontáneos y no impostados, recibir respuestas sinceras y profundas y asumir responsabilidad en la transformación social.
Sin embargo, así como la empatía ayuda a comprender mejor a las personas y a motivarnos a actuar en pro de su bienestar19, también conviene alejarse de la situación para observar la realidad desde perspectivas distintas a las que tienen los directamente involucrados. Los sesgos de los entrevistados, por ejemplo, deben poder ser contrastados, al igual que la información que suministran. Así, se logra una mirada más holística y las propuestas de solución pueden ser más adecuadas ante una realidad que es compleja; después de sentir el dolor de alguien, puede ayudar más dejar de hacerlo para pensar con la mente despejada y sin la carga emocional. Por eso es importante el distanciamiento en la investigación.
El distanciamiento en la investigación
Augusto Boal20 nota un aspecto negativo de quedarse en la empatía: mediante este proceso, se piensa y siente lo mismo que otro ser humano. Esto no ayuda a quien tiene un conflicto; él necesita encontrar alternativas de solución a su problema, no alguien que sufra y se resigne con él. Tal vez está bien ser empático en un primer momento, pero luego es más útil el distanciamiento; pensar y sentir diferente. Siguiendo a Boal21, la empatía del investigador hacia el sujeto de investigación es peligrosa porque lleva a la imitación y no a la discusión; por eso, el autor prefiere recurrir al distanciamiento.
Podemos hacer una analogía con el teatro. Bertolt Brecht22 pretendía promover la crítica en los espectadores a través del distanciamiento; no quería generar solo empatía hacia el protagonista. Los actores y espectadores primero se identifican con la opresión, pero luego se distancian. En otras palabras, Brecht no buscaba, como en el teatro dramático, que el público pensara: “el sufrimiento de este hombre me conmueve, pues es irremediable”; más bien esperaba que, al ver el teatro épico (o dialéctico), los espectadores dijeran: “el sufrimiento de este hombre me conmueve porque sería remediable”. Boal da un paso más allá y busca que los asistentes digan: “el sufrimiento de este hombre me conmueve; vamos a ensayar formas de remediar su situación”.
El efecto de distanciamiento en las obras de Brecht23 evita la catarsis (es decir, la identificación con el personaje). El teatro épico o dialéctico (en oposición al dramático) da tiempo para reflexionar; los actores se salen de sus personajes durante la obra para argumentar y discutir sobre su situación, dirigiéndose al auditorio. De este modo, el teatro de Brecht invita a la acción al impedir que el espectador confunda el drama con la realidad para que así pueda darse cuenta de que esta se puede transformar. Es como si el efecto de distanciamiento le dijera al espectador: “No te quedes sufriendo con el personaje; más bien piensa qué podría (o podríamos) hacer para cambiar su situación”. Se trata de despertar una actitud crítica.
En los textos básicos sobre investigación social24 es común que se recomiende al investigador distanciarse de la realidad que observa para que su análisis sea completo e “imparcial” (claro, en dichos libros se reconoce la “reflexividad”, es decir, que quien investiga hace parte de esa realidad y por tanto no puede ser completamente ajeno a ella ni dejar de tener sentimientos). Se pretende tomar distancia para ver mejor la situación y ser más creativo en el momento de proponer soluciones.
Para Sanctum25 conviene asumir una actitud de extrañamiento hacia las cosas que nos son familiares, pues así podemos observar la realidad desde otros ángulos. En últimas, se trata de distanciarnos también de nuestro propio “yo”; así incluso se facilita el alejarse de las propias opiniones para escuchar, conocer y respetar otros puntos de vista.
Cuando investigo, doy una opinión desde mi propia experiencia. No soy la persona sobre la que estoy investigando; aunque me solidarizo con ella, mis emociones son otras. Es gracias a este distanciamiento que puedo hacer analogías y mostrar alternativas que la persona no había considerado. A su vez, al tomar distancia puedo ver la complejidad, por ejemplo, de legislar la realidad.
El involucramiento de los participantes
La investigación-acción participativa26 les permite a los propios participantes hacer un diagnóstico de su realidad y transformarla; es un proceso reflexivo, que busca empoderar a las comunidades afectadas con un problema. Esta forma de investigar está orientada a cambiar la pasividad por el desarrollo de una mirada crítica de la realidad con el fin de generar conciencia ciudadana y actuar con el apoyo de un investigador externo.
Son los mismos protagonistas de las historias quienes, para resolver un problema de su propia realidad, proponen soluciones desde su experiencia particular y las llevan a la práctica, para luego volver a observar y actuar. El proceso de reflexión y de acción constante permite construir conocimiento desde las bases sociales. Esto incluye armar la narrativa del caso para ver la complejidad de la realidad.
Así pues, conviene que los participantes se involucren en la investigación tanto para elaborar el diagnóstico como para proponer estrategias de solución. De esta manera, los sujetos reconocen el problema, aprenden a identificar sus causas y son capaces de actuar para resolverlo. Se integran los conocimientos del investigador con los de la comunidad, la sistematicidad con la flexibilidad, la teoría con la práctica y la cognición con la sensibilidad.
Por ejemplo, si el investigador se acerca a una entidad que los usuarios consideran ineficiente en la prestación del servicio que ofrecen, en vez de simplemente pedir autorización para ingresar a recoger información, el investigador podría reunirse con los funcionarios para promover en ellos la reflexión autocrítica, formarlos en herramientas de recolección y análisis de datos y capacitarlos en estrategias de mejora, a la vez que los participantes —e incluso los usuarios— aportan desde su propia experiencia y enriquecen el conocimiento.
Así, al realizar una investigación en un Consultorio Jurídico sobre la claridad del lenguaje en la atención a los usuarios, realizamos un taller con los asesores, directivos, vigilantes y personal de aseo y administrativo. La pretensión con el taller era ayudarlos a identificar los problemas de comunicación, dándoles unos criterios de análisis (que ellos podían ajustar, desde su propia experiencia), para que fueran los mismos participantes quienes diagnosticaran el problema. Luego, les dimos herramientas para corregir las dificultades detectadas, a la vez que aprendíamos de ellos desde sus saberes y sentido común.
Una de las herramientas que he utilizado para ese involucramiento de los participantes es el teatro legislativo27. Esta técnica del teatro del oprimido28