Milonga para una intrusa - Jorge F. Hernández - E-Book

Milonga para una intrusa E-Book

Jorge F. Hernández

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Beschreibung

En Milonga para una intrusa Jorge F. Hernández entabla el diálogo que a todo escritor atañe, el del proceso creador. ¿De qué manera se presenta esa musa que representa la inspiración, si vestida o desnuda cobra el mismo significado y contribuye a la creación de los párrafos que, para fortuna del escritor, un lector atesorará en su memoria? Se trata de la musa que sorprende a cada escritor, quien la mira según su propia individualidad: joven, niña, anciana, indígena o europea, cercana a la muerte o a la vida. Una mujer que se presenta en el momento menos pensado pasa por el texto que Jorge F. Hernández acoge con su ya característico lirismo.

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Primera edición, octubre de 2003

Director de la colección: Alejandro Zenker

Coordinadora de la colección: Ivonne Gutiérrez Obregón

Cuidado editorial: Elizabeth González

Coordinadora de producción: Beatriz Hernández

Coordinadora de edición digital: Itzbe Rodríguez Ciurana

Diseño de portada: Luis Rodríguez

Fotografía de interiores y portada: Alejandro Zenker

Modelo: Leda Rendón

© 2003, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V.

Calle 2 núm. 21, San Pedro de los Pinos

Teléfono y fax (conmutador): 5515-1657

[email protected]

www.solareditores.com

www.edicionesdelermitano.com

ISBN 978-607-8312-59-7

Imagino que le sucede a cualquiera: inesperadamente, se aparece desnuda y abroga el código de la supuesta decencia. Uno pasa las horas de la noche jugando con palabras, sorteando adjetivos y pronombres con el afán de confeccionar párrafos publicables y, de pronto, se avisa la presencia soñada de la musa, de eso que llaman inspiración y que uno imaginaba vestida como Madame Bovary. Pero resulta que anda desnuda, por ende, perfecta. Quizá se trate de una confirmación: la inspiración no se disfraza. Ni huipiles ni túnicas inmaculadas, sin joyas ni maquillajes.

He sabido de pintores que afirman que su musa es una lagartija de barro que se desliza por los suelos y de poetas que aseguran haber conversado con musas infantiles, niñitas inocentes que no pasan de los seis años y que aplauden todos sus versos entre risitas que nadie más escucha. También heleído de escritores cuya atormentada creatividad se ha hecho acompañar por musas ancianas que sonríen bocasdesdentadas y revelan su arrugada piel verde bajo los delicados encajes de sus blusas de seda. Cualquiera podría confundir a su musa con la muerte. Cualquiera podría resignarse a perder la razón en cuanto se aparece vestida, desconocida e inesperada la inspiración disfrazada, porque no habría más solución que la locura para digerir la intromisión de una musa por obligación. Si se materializa vestida como tehuana, uno tendría entonces la obligación de sentirse indigenista; si se deja ver con sombrero ancho y parasol anacrónico, uno se vería obligado a pensar en pretéritos y escribir historia pura del pasado histórico. Pero resulta que se ha presentado desnuda y parece entonces un alivio saber que no habrá dictado obligatorio, vestuario insinuante o tono impuesto.

Tenía razón el viejo escritor que leía en mi adolescencia. Decía que si acaso llegara la musa, sería preferible que nos encontrara trabajando. Esa recomendación se volvió el axioma rector de mi vocación literaria. Así he podido librarme de la legión de ociosos que se dicen escritores sin escribir, pues renuncian a todo esfuerzo con la vaga ilusión de que llegará la musa para dictarles sus libros. Así también he podido alejarme de los dipsómanos líricos que se emborrachan con la fe ciega puesta en la utopía de que su respectiva musa llega todas las madrugadas, sin considerar que —de ser cierto— esa inspiración sólo se aparecerá para velar su sueño y lamentar el patético estado de quien ya no puede ni sostener una pluma fuente.