Mira dentro. Lo tienes todo. - Alicia Pérez Burgos - E-Book

Mira dentro. Lo tienes todo. E-Book

Alicia Pérez Burgos

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Beschreibung

Alicia nos permite adentrarnos a su mundo, viajamos en el diario de su vida y de su interior. La conocemos, nos hace emocionar y entrar en empatía con la historia de la niña, la adolescente y la mujer. Las imágenes, con las que en ciertos momentos describe sus emociones, se sienten tangibles a través de las líneas: «Siempre describo esa sensación como que estás cubierto de plástico. Ocurre algo gracioso y ríes, pero no ríes tú, ríe ese plástico en el que te has envuelto y a través del cual no sientes nada, absolutamente nada». 
A través de su historia nos podemos leer a nosotros mismos y hacemos analogías con nuestra propia historia, entramos en contacto con sus demonios interiores, con aquellas cosas que parecen tan personales pero que realmente nos pertenecen a todos. Viajamos a través de su desarrollo interior, de su evolución como ser humano, a través de sus caídas y de sus victorias. 
Sus vivencias la llevan a tener una conciencia de la vida iluminante, a entender que las cosas pueden suceder y suceden más allá del control que queremos ejercer sobre ellas: «No tenemos el control, al menos no como creemos». Alicia se coloca delante de su lector como un espejo, nos instiga a mirarnos adentro y así podernos descubrir. 
Alicia logra sobrepasar su sufrimiento y su depresión a través de su autocomprensión, de su trabajo para conocerse a sí misma, realmente, sin velos, sin miedos y con sabiduría, y consiguiendo así su verdadera esencia, o como ella misma la llama: su estrella.

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Alicia Pérez Burgos

 

 

 

 

Mira dentro.

 

Lo tienes todo.

 

 

 

 

 

© 2022 Europa Ediciones | Madrid www.grupoeditorialeuropa.es

ISBN       9791220129831

I edición: Octubre del 2022

Depósito legal: M-23396-2022

Distribuidor para las librerías: CAL Málaga S.L.

Curador: Bernardo Tahan y Alicia Pérez Burgos

Impreso para Italia por Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

Stampato in Italia presso Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mira dentro.

 

Lo tienes todo.

A mi amiga Vane, que no aparece en este libro porque, sinceramente, creo que necesitaría uno solo para ella (te animo a escribir tu historia) me ha abierto la mente, el corazón, pero que me ha acompañado en el inicio de mi “inicio”.

Ella estaba cuando decidí iniciar mi camino, y ella fue la que me arrojó algo de luz entre tanta confusión y miedo… Ella fue la primera que vio a mi verdadero “yo” cuando tímidamente se atrevía a salir a la superficie y gracias a ella me mantuve firme en mi nuevo camino cuando dudaba.

Fue la primera persona que me habló de maestros vitales. Me dijo, que en esta vida hemos venido a aprender y que cada persona con la que nos cruzamos viene a enseñarnos algo, ya sea de una manera dulce y amable o dolorosa y desagradable, incluso que todos somos ambos, según el caso y la situación. Era algo que yo intuía, pero la forma en que ella lo expresó (esto y tantas cosas más) mientras me acompañaba en mis primeros pasos me descubrió una nueva forma de ver las cosas en un momento en que todo en mi vida se deshacía y cambiaba y parecía que no podría soportarlo.

Gracias por existir mi reina mora.

Gracias a mis maestros cuando fueron amargos. A través del dolor, del miedo, del sentimiento de soledad y rechazo, y tantos otros, he viajado a mis zonas más oscuras y he podido aprender y comprender la vida y a mí misma de formas que nunca habría imaginado.

Gracias a mis maestros cuando fueron dulces, por el amor, cobijo y dicha que he sentido a vuestro lado, que me ha permitido expandir mi ser y disfrutar de todo lo recogido en mis aprendizajes.

Si hubieseis faltado alguno de vosotros, o no hubieseis cumplido el papel que tocaba jugar, hoy no sería quien soy.

Y gracias a Bernardo, por nuestras entrevistas y charlas. Y por su flexibilidad y por permitirme co-escribir este libro y que, sin tus líneas tras nuestras entrevistas no habría podido escribir ni una palabra.

Vemos como el árbol busca la luz para crecer hacia ella y poder dar sus más bellas flores y frutos más jugosos.

Pero olvidamos que la semilla nació, y creció, gracias a las raíces que se alimentan de la tierra, donde reina la más profunda oscuridad.

Sólo aceptándola, puede seguir creciendo.

Alicia Pérez Burgos

 

Introducción

¡Hola! Mi nombre es Alicia. Tengo 37 años y vivo en Madrid. Aunque quizá eso es lo menos relevante. He tenido, por suerte (sí, por suerte) ciertas vivencias duras, que me han llevado a lugares muy oscuros en mi interior. Vivencias que me han permitido recorrer un camino de autoconocimiento que, aunque a veces ha sido duro y desolador, siempre me ha llevado a un aprendizaje, a un darme cuenta, a una catarsis que me ha permitido seguir con mi evolución.

Por eso deseo contar mi historia; pienso que el compartir, con la mayor franqueza y vulnerabilidad posibles, mis vivencias, quizá, solo quizá, pueda servir de apoyo a alguien. Aunque solo sea un “no solo me pasa a mí”.

Con eso bastaría. Yo misma me he sentido tan sola tantas veces a lo largo de mi vida, sintiendo que no había salida, que, si alguien llegase a pensar gracias a este libro que todos podemos superar esto, que es una situación transitoria, no definitiva, el mismo habrá cumplido su cometido.

Si alguna vez has sentido, o estás sintiendo ahora, que la vida ha perdido todo su sentido, que hagas lo que hagas la angustia te acompaña y no eres capaz de sentir de verdad, como si estuvieses hecho de plástico y todo lo que ocurre a tu alrededor simplemente, no cala; quiero decirte que yo he estado ahí, que te comprendo, que es la sensación de vacío más desagradable que he llegado a sentir y que he llegado a desear la paz de la muerte.

Y además quiero decirte que está bien, que saldrás de ahí, que todo lo que sientes ahora, si lo aceptas como una oportunidad de aprender, llevará a un camino de aprendizaje en el que descubrirás cosas increíbles de ti y de la vida que ahora mismo no puedes llegar a imaginar.

Que volverás a sentir la vida en todo su esplendor y colorido.

Que todas las respuestas, toda la calma, toda la vida y todo el sentido que estás buscando están dentro de ti Ahí tienes la clave de todo tu dolor y sufrimiento, y la clave de toda tu paz y felicidad.

Al menos, eso es lo que estoy descubriendo, que sigo en este proceso, y que seguramente seguiré en él toda la vida, y en el que cada vez lo que más encuentro es humildad.

Somos aprendices. Siempre estamos en construcción, cambiantes y vibrantes, y eso es algo maravilloso, aunque a veces asuste.

Sobre todo, te pido que leas estas páginas sabiendo que todo lo que digo, mis opiniones, conclusiones, emociones e interpretaciones, son mías y solo mías. Cualquier persona en mi lugar habría podido sentirlo de otra forma, y ni yo ni esa persona llevaríamos razón ni estaríamos equivocados; y por supuesto, que agradezco a cada uno de los actores en mi vida, amables o dañinos, el papel que han jugado. Pues de todos y cada uno de ellos he aprendido algo.

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En mi caso, esos pensamientos me enseñaron, y las opiniones o conclusiones que escribo son mis descubrimientos que solo espero te inspiren, no que te indiquen ningún camino a seguir.

Tu universo es solo tuyo, es único, y tu camino también lo es. Solo has de observar donde está el aprendizaje de cada situación que vives y atreverte, con una mente inocente y sin juicio, a aprender esa nueva lección.

No escribo mi historia de forma lineal, sino más bien, por aprendizajes o reflexiones. Así es como yo lo veo. Hay vivencias que vienen una y otra vez a enseñarte cosas, según vas cambiando de perspectiva, aprendiendo, tomando nuevas herramientas.

Al final, me resulta difícil ir de mi nacimiento al día de hoy, en forma estrictamente cronológica, cuando precisamente, este libro lo escribo a raíz de la última de mis vivencias, y una de mis mayores transformaciones. Deseo de corazón que te guste.

1.- Meditación a mi universo

Bailar. Yo lo llamo “mi mayor meditación”. Mis sentidos se suavizan, entran en un estado de relajación, de claridad y consciencia del presente.

Desde ahí, casi siempre empiezan mis viajes a lo que yo llamo “mi universo”. Donde encuentro mis recuerdos, las partes de mí más ocultas, el dolor más profundo, y la dicha más dulce. Parece increíble como una parte de mí, una más allá de lo que veo y siento, más allá de esos propios recuerdos de mi universo, una más interna y personal; una que no está empañada de convencionalismos y juicios; esa, que sí soy yo, que es mi esencia, como si fuese la estrella más lejana, pero la más brillante de mi universo interno, va registrando, grabando todas mis vivencias, emociones, dinámicas, recuerdos, alegrías, tristezas como una especie de disco duro infinito, eterno, siempre presente, siempre latente.

Esa estrella, no juzga. simplemente observa con amor lo que está ocurriendo y, realmente creo que, si la escuchase más a menudo, evitaría muchísimo sufrimiento a lo tonto.

Esa estrella, mi esencia, sabe que todo es posible; que soy única y perfecta por tan solo el hecho de existir, que las vivencias que tengo solo son aprendizajes, mensajes de la vida por entender; y bailar me da esa conexión directa con ella.

Solo sentir el pulso de la música y unirlo al de mi corazón, dejar que cada nota pase por todo mi ser, lo

 

convierte en el medio por excelencia que, desde que recuerdo, me lleva a un estado en el que simplemente siento, existo; ese estado desde el cual observo esa realidad que tengo en ese momento y la vivo, como no hay mejor forma de vivirla: presente, sin juicio, esa conexión con mi esencia.

Solo existo. Sin más. Y todo es perfecto.

¿Sabes que me di cuenta de todo esto, tras una etapa de crisis? Sí, uno de esos momentos de desgracia infinita en los que sentía que no podía más. Que estaba harta de todo, que no era justo, que “¿por qué me pasaba a mí? '', Me harté de estar harta, sin hacer nada.

Hace un tiempo, un año después de mi divorcio, cuando el baile era más bien poco en mi vida, retomé contacto con unos viejos amigos, pero a veces las relaciones pasan por crisis, se distancian o simplemente se rompen, y después de un tiempo estando con ellos, empecé a sentir que no era mi sitio, que ellos tampoco creían que lo fuese. Recuerdo que llegó un momento en que estaba con ellos y notaba sus caras de indiferencia, sus palabras evasivas, sin ese amor que se profesan los amigos.

Me di cuenta de que, si me quería a mí misma solo un poquito, debía aceptar que esas relaciones ya no me convenian y seguir mi camino, aunque me doliese. Me había quedado tan sola, después del divorcio, y me veía tan necesitada de apoyo, que me atemorizaba estar sola de nuevo. Pero hay un aprendizaje que obtuve bien pronto, a los 15 años (ya os contaré esa historia más adelante, prometido) y es que, aunque me abrume en un momento dado, si respiro hondo y observo ese deseo que quiero conseguir, tengo el valor suficiente para lanzarme, aunque sea con miedo.

Así que decidí salir sola a una discoteca que frecuentaba en aquel entonces con ellos, y ahí, sentada en la barra escuchando la música sin moverme a su son, y ver cómo el camarero, con el que también ya teníamos amistad, me miraba con cierta cara, por qué no decirlo, de pena, que me hizo sentir ridícula.

Me fui a casa, llorando. Creyéndome incapaz de repetir tal osadía de salir yo sola a divertirme; pero, había decidido divorciarme. Había decidido soltar esas amistades por amor a mí misma; y no iba a pararme ahora.

Así que el siguiente fin de semana me atreví a ir sola a un local de bailes latinos. La gente, la música, aprender algo nuevo, moverme a un nuevo ritmo, me enamoró. El ambiente latino no solo es distinto; es alegre, abierto, desenfadado. Hay permiso de sonreír, de hablar con personas en forma natural, las defensas y desconfianza se derrumban.

El local no era nada lujoso, pero sí acogedor, funcional. Tenía un techo alto de madera, una pista de baile bastante amplia con mesas alrededor. Estaba al máximo de su capacidad como si fuese un fin de semana. Una barra llena de espejos, copas, botellas, sillas. Las risas, bajos de la música, luces de colores cálidos, dominaban el ambiente en su totalidad. Había solo espacio para la diversión, ritmo y baile, dejando las tristezas atrás.

Y había ido sola.

Gracias a eso, recuperé la ilusión y vitalidad que había perdido tras mi divorcio.

Recuerdo volver ese día llorando de plenitud, de amor, de alegría, que hacía tanto que no sentía. Me había enamorado de nuevo. De la música.

La música me salvó, como ya había hecho antes y no me había dado cuenta. Me encanta porque es una medicina natural, inocua, que me transporta y eleva por encima de cualquier tristeza.

Desde entonces, cada vez que salgo “quemo la pista”. Bailo con todos y cada uno de los compañeros de baile que me ofrecen su mano para bailar la pieza, o de los que “robo- secuestro” antes de que la ofrezcan a otra compañera, porque los he visto andar buscando a quien sacar (para que busquen, ¡ya voy yo!). Obviamente es un contacto ingenuo, divertido y sano, donde el único fin es el de disfrutar la música y el baile, como un medio de catarsis extraordinario y expresivo. Dos personas conocidas o no, conectan con el pulso y fluyen el uno con el otro, existiendo cada uno y entre ellos mismos, es algo mágico.

Hoy, como todos los jueves a la hora de siempre, estoy en mi sala de baile favorita, muy cerca de casa, dándolo todo y existiendo con el compañero de baile de turno. Me encuentro emocionalmente, en plena salida de un proceso depresivo y he bailado hasta caer sentada y encontrarme con tendinitis en los brazos para escapar de la dureza de la depresión, como si de una droga se tratase.

Pero esta vez siento la necesidad de parar: mi mente ahora mismo no está en sintonía con la música, no le hace falta. Solo siento la necesidad de apreciar lo que me rodea.

A un lado de la sala, me siento y, mientras sonrío inevitablemente, observo a todo el mundo y, me quedo viendo delante de mí a una pareja novata, tropezando, parando para pensar, entrando en una pequeña “pelea de brazos” al intentar el chico indicar algo sin saber y la chica tampoco conseguir entenderlo,y al mismo tiempo con una ilusión y energía inicial que hoy me resulta casi desconocida. Pero ¡no os preocupéis! no siento nostalgia, es pura y plena consciencia de lo que he logrado hasta ahora. De mis inicios, y mi presente; y es tan bonito verlo andado.

Sigo observando mientras mi mano palmea mi rodilla al ritmo de la música, y mi sonrisa va creciendo por momentos; detengo mi mirada en dos profesores de baile que con experiencia y maestría hacen alarde de una belleza y compenetración increíbles. - ¡Cuánto me queda para llegar a eso! La gente en la barra conversa animadamente, todos sonríen, disfrutan el momento y se sienten inspirados por el ambiente de la irresistible música caribeña.

Como os decía, hoy no es para mí tan necesario o compulsivo bailar, pues me siento mejor, relajada. Hoy me apetece mirar a los demás, disfrutar de su existencia. Quizás estoy cambiando de nuevo por dentro, abandonando viejos temores, abriéndome a la vida otra vez, recordando que existo más allá del baile.

También me he dado cuenta, que a medida que estoy más tranquila tengo mayores ratos de “simplemente existir”, sin tanto ejercicio mental o evaluativo. Como si las aguas de un río se calmasen y se comenzase a simplemente oír el murmullo agradable de un riachuelo.

Y ahí es donde, disfrutando de la existencia de los demás, soy realmente consciente de la mía.

Observo mi reflejo en uno de los espejos de la sala: no me disgusta mi imagen, por lo contrario: creo que he llegado a amar mi aspecto a mis 37 años recién cumplidos. Mi cabello largo, mis ojos grandes y expresivos tienen un toque de vida que últimamente volvía a estar ausente. Ese flujo de energía incontrolada y fuerte con el que antes no lograba convivir. Quizás mi fragilidad es una reliquia del pasado, ahora domina la fuerza vital de mi existencia.

También es cierto que a medida que nos sentimos mejor, nuestra energía interna aumenta, se hace más poderosa, más amorosa y los demás comienzan a percibirlo y a sentirse cómodos y agradados ante nuestra presencia. Eso nos hace más atractivos y deseables desde todo punto de vista. No hay mejor “cirugía estética” que estar en paz con nuestra alma y poder dar afecto a los demás, pues el amor es cada vez más difícil de encontrar en las personas, y cuando lo damos espontáneamente, ellas se acercan irresistiblemente.

Sin embargo, esa atracción que se genera no es lo importante; realmente cuando estás en paz no importa si atraes o no, sucede solo y es agradable poder rodearte de gente; pero sabes que tú, y tu universo, sois uno completo.

Poco a poco las luces se hacen más intensas, los sonidos se hacen más fuertes y retumban en cada célula de mi cuerpo.Se intensifican el sinfín de recuerdos. Esta vez, tienen una tonalidad distinta, la sensación es aliviadora: las heridas del pasado están sanadas o en camino de conseguirlo. Quizás no sentía esta paz desde hace dos o tres años. Entro en ese contacto conmigo misma; estoy iniciando uno de mis viajes a mí universo. Sigo recordando y no me detengo.

Después de meses de depresión en los que el baile me ha dado el respiro que necesitaba para poder recargar pilas y seguir con mi búsqueda interna, noto esa paz, noto esa ligereza. La tormenta va pasando.

Me doy cuenta de repente, mientras el mundo sigue girando a mi alrededor y yo me quedo en una especie de burbuja, que al igual que hace siete años no sabía bailar latinos y el camino ha sido largo hasta saber lo que sé ahora; ahora puedo ver donde estaba el mes de noviembre pasado, en el peor momento de mi depresión, y donde estoy ahora, comenzando a descubrir nuevos aprendizajes.

Porque, verás, desde el principio supe que la depresión había venido a decirme algo y, aun sin fuerzas ni ganas, confié en que encontraría lo que tanta incertidumbre, rabia y dolor me querían decir.

Me he dado cuenta de que cuando una vivencia me ha “destruido”, no ha venido a destruirme (sí, hasta ahora le echaba la culpa a la vida de estar en contra mía). No tiene que ver conmigo. La vida solo pasa, pero si me destruye es porque esos ladrillos con los que he construido mi casa, mi personalidad, mi manera de ver las cosas, mi modo de ver la realidad, a los demás y a mí misma, se han quedado anticuados, obsoletos; son piezas que me ayudaron a construirme, pero esas piezas ya no son mías.

Y quizá, solo quizá, la casa se me haya quedado pequeña.

Ya no soy esa persona que puso esa pieza ahí hace tantos años para sobrevivir; he crecido, he evolucionado; pero no lo sabía o no me atrevía a aceptarlo por el cambio que supondría.

Y parece que he ido viendo mensajes, ahora me doy cuenta; pero tanto temía averiguar qué persona sería si aceptaba ese cambio, que mis emociones me avisaban y no les hacía caso.

Entonces es cuando ocurrió algo que me tambaleo tanto, que no pude sostener esos pilares y me derrumbé. Y sin paredes, no me pude esconder de mi verdad y me rompí tanto que hasta mi ego se rompió y nada tenía sentido. Porque nada de lo que creía saber, me valía ahora.

Tenía que aprender cosas nuevas.

Y doy gracias. La crisis interna ha hecho lo que yo no me atrevía: romper el cascarón para seguir creciendo.

El ego es esa parte de nosotros que quiere llevar razón en todo. Y llevar razón nos impide aprender. La mente del aprendiz, ese que acepta que no sabe, es la mente que puede avanzar, ¿si lo sabes todo? ¿cómo puede ser que estés así Alicia? La depresión me dejó bien claro que no sé nada. De hecho, fue la parte que más me costó entender.

No. No lo sé todo por mucho que haya trabajado en mí misma y mi autoconocimiento. Y está bien.

He vivido varias crisis a lo largo de mi vida; unas más duras y otras menos, pero me he dado cuenta de que en cada una de ellas acepto más ese destruirme para reconstruirme. Cada una de las nuevas construcciones es más “yo”, más libre, más amada por mí misma; más perfecta en su imperfección.

Es como si cada crisis me resulta una oportunidad de cambio, de crecimiento, soltando lo viejo y abriéndome a lo nuevo.

Al menos, ésta es la lección que he aprendido en esa ocasión. Seguro que, si la reviso unos años más tarde, aprenderé algo más. No es la primera vez que me pasa, cada vez que asoma una adversidad en mi vida, me vienen recuerdos y recibo nuevos aprendizajes de ellos.

La dificultad ha resultado ser mi gran maestra.

Y de repente, mientras estoy inmersa en todas estas comprensiones, algo me hace volver a la realidad. Una mano, delante de mí, se tiende invitándome a bailar la nueva pieza que está sonando. Podría decir que no, y seguir recordando, pero para mí la música y el baile son irresistibles. Puedo expresarme a través de mi cuerpo, con libertad. El presente vuelve a mí, levanto la mirada, hacia ese hombre que sonríe con cara amable e interrogante y pregunta ¿bailas?

Sonrío; asiento; alzo mi mano.

Y vuelvo a bailar.