Misericordia - Lidia Jorge - E-Book

Misericordia E-Book

Lidia Jorge

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Beschreibung

Misericordia es uno de los libros más audaces de la literatura portuguesa de los últimos tiempos. Brutal y esperanzador, irónico y amable, conmueve, enfurece y saca algunas carcajadas. La literatura puede mover muchas emociones, y aquí se hace patente. Dentro del Hotel Paraíso, Lídia Jorge dibuja un testimonio de la condición humana, de la vejez, de los momentos fugaces de la vejez, de sus callejones sin salida. Como externó el jurado que premió a esta obra con el Gran Premio de Romance y Novela 2023 de la Asociación Portuguesa de Escritores, Misericordia "es un himno a la lectura, a la literatura y al poder transformador de ambas en la vida de lo humano, pero también al poder de la literatura para levantar del suelo a los desamparados del tiempo y del imaginario social común". Y en Francia, esta obra también fue galardonada, seleccionada para el Premio Fémina, y merecedora del Premio de lectores Au bord du jour, y el premio Transfuge a la mejor novela lusófona. Esta es la historia que la madre le pidió a Lídia escribir.

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MISERICORDIA

COLECCIÓN EUROPA

MISERICORDIA

Título original:

MISERICÓRDIA

© Lídia Jorge,2022,

“by arrangement with Literarische Agentur Mertin Inh.

Nicole Witt e. K., Frankfurt am Main, Germany”

Primera edición,2023

D.R.©2022, Lídia Jorge

UANLCasa Universitaria del LibroPadre Mier No.909poniente, esquina con VallartaCentro, Monterrey, Nuevo León, México,c.p.64000Teléfono:818329 4111e-mail: [email protected]ágina web: editorialuniversitaria.uanl.mx

Director de la colección: Emiliano Becerril Silva

Revisión (y agradecimiento especial): Sonia Ferreira

Cuidado editorial: Emiliano Becerril Silva

Corrección: Paulina Guzmán, Karla Esparza y Fernanda Herce

Traducción: Brenda Ríos

Diseño de portada: Abril Castillo

Formación: Lucero Elizabeth Vázquez Téllez

D.R.©2023, Elefanta del Sur,S.A.deC.V.

[email protected]

www.elefantaeditorial.com

@ElefantaEditor

elefanta_editorial

ISBN ELEFANTA ED: 978-607-8749-94-2

ISBN UANL: 978-607-27-2162-3

ISBN EBOOK: 978-607-8749-98-0

Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.

IMPRESOEN MÉXICO | PRINTEDIN MEXICO

MISERICORDIA

LÍDIA JORGE

TRADUCCIÓN: BRENDA RÍOS

A Maria dos Remédios, mi madre muy querida,quién me pidió que escribiera esta historia.

Y a Luis Sepúlveda, mi buen amigodesde hace mucho tiempo.

Nunca se conocieron,sin embargo están unidos en el tiempo de las estrellasy se cruzan en el interior de estas páginas.

ÍNDICE

Visitante

Hotel paraíso

Archivo 210-B

1. Atlas

2. Víspera

3. El reparto

4. El perfume

5. La lectura

6. En el salón rosa

7. Aparición

8. La figura

9. L’ange gardien

10. La visita de la tarde

11. El informante

12. Su regreso

13. Los desenlaces

14. Mis pensamientos

15. El turno de la noche

16. La muchacha alta

17. Bajo la historia

18. Dolorosa

19. Exilio

20. Mi secreto

21. Lilimunde

22. Noche de luna

23. Confrontación

24. Póstuma

25. Relámpago

26. De la grandeza

27. Botas nuevas

28. En la fila

29. Verano

30. A la sombra

31. Al espejo

32. El señor Tó

33. Otra visita de la noche

34. La invasión

35. Linternas

36. El segundo caso

37. La figura de papel

38. El libro de Job

39. La risa

40. La llamada

41. Tripulación

42. Revolución

43. El sueño

44. Definición del amor

45. El fotógrafo

46. El baño del magrebí

47. Los pensamientos del otoño

48. Los miserables

49. Horario

50. Lo bailado

51. Edgar de Paula

52. Las cuatro estaciones

53. El cartel del señor Tó

54. Conjugación de la palabra

55. Las palabras de Ali

56. Tonico tola

57. Repetición de los hechos

58. El señor Rudolfo

59. ¿Aún seré fuerte?

60. En el pequeño bolsillo

61. Puños afelpados

62. El plan

63. El hambre

64. Misericordia

65. Los pasos

66. La gracia

67. En la sala azul

68. Aluvión

69. Las manos de Nina

70. Momento

71. El año del carro

Siete párrafos en su nombre

1. El hotel

2. El encierro

3. El lago

4. La prueba

5. El encuentro

6. El baile

7. La lucha

VISITANTE

SE LE RUEGA QUE ESPERE PACIENTEMENTE EN LA PUERTAhastaque alguien salga a abrir. No toque dos veces. Lo atenderemos en cuanto nos sea posible.

Los domingos y días de guardar, el visitante podrá llegar media hora más temprano de lo que estipula el horario, para comodidad del residente.

Pero se le invita a que deje sobre esos portales cualquier señal de melancolía o tristeza. Acá dentro, el residente está a la espera de su alegría.

Aquí, todos juntos, somos una familia tranquila. Mire las bellas flores de nuestro jardín, antes de entrar en esta casa. Esta residencia es una hortaliza armoniosa, y sus habitantes, nuestros pétalos más queridos.

Cabe hacer notar que en beneficio de su dignidad tratamos a todos de doña y señor. Ayúdenos a mantener la etiqueta que les es debida.

La direcciónAna P. de Noronha

18 de noviembre de 2018

HOTEL PARAÍSO

ESTE ES UN LUGAR DE OCIO

Un lugar para aprender

Un lugar para estar

Un lugar de convivio

Un lugar de amistad

Un lugar de ternura

Un lugar de afecto

Un lugar de besar

Un lugar de abrazar

Un lugar de bailar

Un lugar donde todos

Juntos somos hermanos.

Adoremos, cantemos,

Persignémonos, entonces.

Definición poética compuesta porNuestros Residentes

25 de diciembre de 2018

ARCHIVO 210-B

LOS TEXTOS QUE SIGUEN CORRESPONDEN A LA TRANScripción de un archivo de audio con duración de 38 horas que contiene las declaraciones de Maria Alberta Nunes Amado, grabadas entre el 18 de abril de 2019 y el día 19 de abril del mismo mes del año siguiente, en una Olympus Note CorderDP-20. Ante la semejanza de casos idénticos, se trata de una transcripción infiel como no podría dejar de ser. De ese modo, el orden, las pausas de las páginas como los títulos no son responsabilidad de la misma. De su discurso también le fueron retiradas las muletillas que señalan la oralidad. La expresión de sus risas y de sus lágrimas también. Pero las palabras, la respiración y el ritmo corresponden por completo al original. Cabe destacar que la música que acompaña a algunas de estas páginas, ya sea el popularMisererecantado por Zuchero Fornaciari y Luciano Pavaroti, o elMiserere mei,Deusde Gregorio Allegri, así como otros fragmentos musicales, tales como antiguos boleros, rumbas ypasodobles, fueron omitidos. Lo que importa señalar es que, para el orden de este libro, ayudaron mucho las 38 notas escritas por la propia mano de la autora, todas ellas puestas dentro de un sobre por Nina Nuñez Mercedes. Al que alguien adjuntó un anillo, unos aretes, un collar de perlas y encima un pequeño bolso de tela.Dentro del bolso, una nota escrita a mano, doblada, un block de seis hojas en blanco del tamaño A8 y un lápiz pequeño con la punta afilada con un cuchillo, marca Viarco.

1

ATLAS

AQUÍ DONDE ME ENCUENTRO, INCLUSO EN TIEMPO DEprimavera, cuando los días acostumbran ser del tamaño de las noches, la noche es siempre más larga que el día. Sabiendo eso, es precisamente a mitad de la noche que la noche me viene a ver, haciéndome preguntas inimaginables como si fuera ese gato pardo, muy antiguo, que se llamaba esfinge. Me refiero a la noche que conoce mis creencias más profundas, mis glorias y mis derrotas, todos mis secretos escondidos, incluso aquellos que nunca se cuentan a nadie, sobre todo los que tienen que ver con los dulces recuerdos del amor. Mejor dicho, mientras duermo, ella está tranquila, pero a cierta altura despierto y la desafiadora ya se encuentra a mi alrededor, avanza hacia mi cuerpo, se posa en mi cama y me interroga como si fuera una profesora de educación primaria que busca sorprenderme en falta. No es fácil.

Anoche, su boca oscura, confundida con la oscuridad más oscura, comenzó por preguntarme lo que era imposible de responder. Quiso saber cuántas ciudades tiene el mundo. Pero yo conozco las artimañas de la noche y por eso nunca me halla completamente desprevenida. Ante semejante pregunta, le respondí que yo bien sabía que una cosa es la Tierra y otra el Mundo. El Mundo es mucho más vasto que la Tierra, y hasta ahora, según mi yerno aún no se ha encontrado ningún otroplaneta que haya sido habitado mucho menos ciudades situadas fuera del espacio terrestre. ¿Cómo podría responderle?

Por lo que logré levantar la cabeza de la almohada y encaré a la noche para decirle: «Hazme una pregunta razonable si quieres que te dé una respuesta coherente». En ese momento, la noche parece haber tomado conciencia de que no estaba hablando con una ignorante en materia de ciudades y cambió de plan, quiso entonces verificar si yo sabía cuántas capitales tiene la Tierra. Imaginé el Globo Terráqueo que usaba en mi mesita de noche, artefacto que dejé allá, en mi verdadera casa, y pensé que, de nuevo, me era imposible enumerar todas las capitales que existen. Aun así, me puse a contar con los dedos, comenzando en primer lugar a recorrer Europa, de Occidente para Oriente. Mencioné Lisboa, Dublín, Londres, Madrid, París, Bruselas, Ámsterdam, Berlín, Roma, Viena, Belgrado, Bucarest, Kiev, y de ahí me fui hacia Rusia cuando comencé a barajar el conteo, y la noche, al entender que jamás acabaría, desistió de la tremenda hazaña a la que me había sometido. Astuta, me pidió entonces, que le mencionara sólo las ciudades que mi hija ya había visitado. Pero le respondí: «Eso no. No quiero mezclar el nombre de mi hija con la pesadilla de la noche, quiero que ella quede asociada a las cosas bellas de la vida, las que pasan lejos de estas paredes desnudas. Déjame tranquila…». Sin embargo, aun así, la noche insistió.

Insistió, y quiso saber dónde quedaba una ciudad capital con nombre de Reikiavik, pensando que yo no identificaría la palabra por su rareza, y que por eso podría sentarse sobre mi corazón, apretarlo hasta hacerlo detenerse. Pero le respondí de vuelta, triunfante, sin dudar: «Reikiavik queda en Islandia, una isla que tiene un volcán muy peligroso que envía soplos de humo paratodo el norte de Europa cuando entra en actividad, tapando la luz del sol y mezclándose con las nubes. A causa de esa humareda hace unos años, mi hija quedó varada durante varios días en una ciudad de Canadá…».

Ante esa respuesta la noche se quedó sin habla. ¿Acaso alguien le habría dado mejor respuesta que yo? Con todo, la noche no desistía. La noche se desplazó al otro lado de la Tierra y quiso saber dónde quedaba Karachi. Seguía queriendo agarrarme en falta. Pero no pudo porque le respondí de inmediato: «¡Ah! Sí, hablas de Paquistán. ¡Ah! ¡Ah! Es sólo que sé mucho más que tú, pobre noche oscura. Pues Karachi ya no es la capital de ese país, la capital ahora se llama Islamabad. Me lo aprendí en elGran Atlas del Mundode la editorial Civilización, antes de que se deteriorara. Haz todas las preguntas que quieras. Vénceme, noche, si eres capaz…». La reté.

Llegado a ese punto, en lugar de rendirse, ella rondó alrededor de mi cuerpo, agitó sus alas oscuras, oscuras como la noche más oscura, y me preguntó, respondiendo con redoblado fervor a mi desafío, si yo sabía de qué país la ciudad de Bakú era la capital. «¿Cómo se escribe?», le pregunté. Me dijo que se escribía conk. De inmediato, vi la palabra Bakú pasar frente a mis ojos como una película, ese nombre nítido, dibujado, recortado en el territorio al sur poniente de Asia, apoyado contra el mar Caspio, y ya estaba a punto de pronunciar el nombre del país, sin dudarlo, cuando, de pronto, la palabra desapareció de mi vista.

Como si una escoba con guadaña hubiera zarandeado mi memoria, llevándose las letras a una zona fuera de mi alcance, sin saber cómo, la película había desaparecido. Pás. En el lugar del nombre hermoso que aprestaba a pronunciar, quedó un vacío. Bakú, escrito conk, se balanceó en lo oscuro de mi pensamiento y ami alrededor no quedó ningún otro país. La noche me miraba, fijaba su mirada sin ojos en los míos, me dominaba. Mi ignorancia, en ese momento, se volvió inso-portable. ¿Cómo podría seguir enfrentándome a esa noche espantosa que se reía de mí en la obscuridad de mi habitación? ¿Cómo? Pensé y pensé, sin apartar mis ojos de los ojos de la noche, resistiendo su avance, manteniéndola a distancia dentro de lo posible, y en ese momento encontré una salida.

Sin jamás desviar la mirada del cuerpo sin nombre de la noche, logré levantar un poco la cabeza, saqué el celular de debajo de la almohada, abrí la tapa, la pantalla se iluminó, oprimí una tecla y quedé a la escucha. Al otro lado, me di cuenta de que la persona a quien le había marcado no hablaba. Todavía esperé y nada. Entonces hablé: «Oiga, tengo una pregunta para hacerle. De casualidad, ¿sabe dónde queda una ciudad llamada Bakú?». Quien estaba del otro lado de la línea permaneció en silencio, le escuchaba respirar como si estuviera ahí a mi lado, pero no decía una sola palabra. Esperé, insistí. «Sí, Bakú, por favor, se escribe conk…».

Entonces su voz sonó nítida, gruesa, un tambor en acción junto a mis oídos: «¿Usted sabe qué hora es, señora? ¿Sabe que son las cuatro de la madrugada? ¿Qué le pasa por la cabeza para llamarme a estas horas, preguntándome por una ciudad llamada Bakú?». Le ofrecí disculpas, pero no me escuchaba, hablaba sobre mis pala-bras: «Ay, esta vez usted no se escapa, su hija se va a enterar de todo, ay, sí que va, sí que va. Aguarde el regaño…».

Me preparé. Por la entonación, me di cuenta de que seguiría reclamando en el mismo tono, ni siquiera alcanzaba a imaginar cómo acabaría esta charla, y entonces oprimí el botón de colgar, lo apreté lo más despacio posible, para mitigar el sonido, pensando que habríasido bueno que esa llamada no hubiera ocurrido. Que no hubiera sucedido nunca. Y me quedé así con el teléfono en la mano, esperando a que él me llamara de regreso, o que ella misma me llamara pasado algún tiempo, del otro lado de la Tierra, el tiempo que él tomaría en llamarla, y ella a su vez en interrogarme desde muy lejos, queriendo saber por qué motivo yo andaba llamando a la casa a las cuatro de la madrugada.

Sin embargo, eso no ocurrió. La noche se había retirado a su lugar, sin que hubiera entre nosotras una vencida y una vencedora, y no oí ningún otro rumor, mientras mantenía el teléfono bien apretado en la palma de mi mano a la espera de lo que pudiera suceder. Hasta que un pájaro de la primavera pasó cantando cerca. En el rectángulo de la ventana, la madrugada rosa apareció y el techo blanco se volvió rosado encima de mi cabeza anunciando un nuevo día. Mientras tanto, la palabra Bakú seguía sin aparecer inscrita en la hoja verde-azul del mapa del país del que es la capital, y yo pensaba en la claridad que en aquel momento estaría iluminando la casa que allá quedó, con mesas, sillas, ventanas, sábanas y cortinas, y el secreter donde dejé mis diarios y mi atlas perdido.

19 de abril del 2019

La lluvia entró por un hueco finito —En menos de un relámpago inundó el Mundo.

2

VÍSPERA

ME QUEDÉ ACOSTADA ESPERANDO A QUE PASARAN LAShoras y que la palabra que hallé y luego perdí, durante el duelo con la noche, surgiera de modo natural en mi mente, mientras oía a los pájaros cucos allá afuera, y el croar de los mirlos, me alegraba con la idea de que la primavera había llegado. Recorría en mi imaginación las páginas de mi atlasantes de que fuera destruido, lo hojeaba en mi mente sin ninguna prisa. Pues si el nombre del país del que Bakú es capital no surgía a lo largo de la mañana, llegaría en el trascurso de la tarde. Soy de esas personas que no piensa que la esperanza es la última en morir. Pienso que la esperanza es simplemente inmortal. Ese nombre ausente, con el cual quedó interrumpida la confrontación con la noche, debería de llegar cuando menos me lo esperara. Confío por completo en las leyes del pensamiento. Ellas me guían y me dan paz.

Por eso, sabiendo de antemano que la palabra que buscaba habría de aparecer por sí misma, quedé a la escucha de cómo la mañana se manifestaba acá dentro, a medida que los pájaros al exterior abandonabanlas ramas de las casuarinas y los ruidos domésticos, oriundos del servicio propio de la casa, se cruzaban entre sí. Por razones que desconozco, algunas veces la almohada funciona como un altavoz. Muchos de los sonidos al llegar ala almohada se amplían bajo mi cabeza. Así, aún temprano, noté que la furgoneta de los víveres se aproximaba rodando despacio, después paraba y se iba. El camión del agua roncó sin vergüenza junto al portón de la entrada, y lo que me pareció ser un tanque de gas rodó por el pavimento con estruendo. Como no golpeó la pared de las jardineras, alguien lo habrá interceptado. ¿Quién habrá sido? El claxon de un carro pitó, un silbido agudo, por descuido, seguramente. Una muchacha aulló desde una ventana, locual nodebería de suceder, de hecho, algunas ya fueron despedidas por gritar más bajo. Los berridos de la muchacha en respuesta al sonido del claxon fueron tan agudos como él. ¿Quién habrá sido ella? Si no me equivoco era la voz de Lurdes Malato.

¿Sería ella?

Entretanto, justo aquí abajo, en el piso inferior, alguien comenzó a mover muebles pesados de un lugar a otro. Después, alguien comenzó a tocar las teclas de un piano, y alguien gritó junto al elevador del piso de arriba para que lo liberaran. Alguien respondió que el aparato estaba parado en el sótano, en el área de la lavandería. Una discusión de la que se escuchaban los gritos pero no las palabras. El elevador acabó por llegar a este piso. Hubo carcajadas. Yo sabía lo que estaba pasando. Son los movimientos de la víspera, y la víspera siempre trae confusión. Pobres de nosotros, los residentes. Tanta energía a lo largo de los pasillos y en contrapartida ni un alma viva en la entrada de la puerta para darnos los buenos días. Todavía pensé en tocar el timbre para que pasara algo. Agarré el botón del timbre para apretarlo, pero me detuve, de temor a que aquella voz, la que había escuchado gritar en una ventana, perteneciera de hecho a Lurdes Malato, y que ella misma en persona, con las manos en la cintura, entrara a mi cuarto reclamando mi llamada. Sostuve el timbre en mi mano por mucho tiempo,tanto tiempo que el tiempo dejó de importar. Así fue; de tanto esperar, cuando abrí los ojos, encontré en el marco de la puerta la figura de Nina Mercedes.

Nina avanzó hacia mí, y yo me quedé esperando a que se inclinara hacia mi rostro y me protegiera como sólo ella sabe hacer. No obstante, eso no ocurrió,puesto que, a medida que se acercaba, la muchacha puertorriqueña iba recogiendo objetos caídos que intentaba volver a poner en su lugar. Como en muchas otras ocasiones, la mitad de los objetos que se quedan amparando mi descanso durante la noche se habían esparcido alrededor de la cama. La muchacha iba enumerando los destrozos a medida que los levantaba del piso; la jarra de agua, el reloj, la fotografía, el bolso de tela, el bolígrafo, las calcetas de dormir, primero una luego la otra. Incluso el celular que también estaba tirado en el piso. Nina lo recogió. Acercó su rostro al mío. Me dijo al oído: «¿Estuviste otra vez luchando con tu atlas? ¿Y a quién llamaste esta noche? Seguro que un día me vas a contar lo que se a pasó a ese libro malvado».1

Ella habla bajito, usa los mismos zapatos de suela suave que las demás, sin embargo camina por el pasillo silenciosa como si anduviera descalza. De entre todas, ella es la que tiene las manos más suaves, y la palabra más risueña. En ocasiones me pregunto si Nina es esta persona que tengo en mente, o si soy yo quien la engrandezco. La verdad es que todos desean ser lavados y vestidos por Nina Mercedes. Todos la llaman y la quieren cerca, y yo, en una mañana agitada como la de hoy, tuve la suerte de que me tocara Nina. Una recompensa por no haber tocado el timbre mientras tantos otros sonaban al mismo tiempo por el pasillo. Nina me preguntó: «¿Qué es lo que pasó a tu atlas? Cuéntamelo, niña».* Le respondí: «Un día que Nina tenga tiempo para sentarse ahí en la cama al lado, se lo cuento».

Nina me levantó, y era bueno su modo de hacerlo, pero nunca le iba a contar cómo en una noche de invierno una lluvia inesperada, mezclada con truenos, en la casa que allá dejé, se metió por el hueco de la instalación telefónica, se infiltró a lo largo de la pared, se acumuló en un rincón de la sala y fue a desaguar en el cesto de las revistas. No se lo voy a contar a nadie, ni siquiera a Nina, esos desaires que son únicamente míos. No le voy a contar cómo en ese cesto yo había abandonado, por casualidad,El Gran Atlas del Mundo, cuando su lugar era sobre la tapa del secreter. Sólo que los objetos son como los seres humanos, buscan el lugar de su perdición cuando deben de perderse. Sin embargo, en esa noche de tempestad, el agua de la lluvia, siguiendo su camino imparable, al infiltrarse hasta llegar a la esquina de la sala, fue transformando todo lo que era papel acumulado en el cesto de mimbre en una masa deforme, sin que yo me diera cuenta de nada. Cuando encontré el material empapado ya era demasiado tarde.Después de la lluvia y los truenos llegó el buen tiempo, y ahí estaba el desastre. ElGran Atlastodavía era reconocible, pero ya no servía. Con la esperanza de recuperarlo, aún lo puse al sol, todavía le apliqué la secadora y la plancha. No sirvió de nada. Despegué hoja por hoja, no obstante se habían pegado, y a medida que las separaba, unas manchas blancas enormes iban ocupando el espacio donde antes estaba la representación de océanos, mares, continentes, países, páginas bien señaladas donde yo estudiaba el mundo a mi manera. Y yo no iba a atiborrar la vida de Nina con semejantes episodios privados, por loque sólo le dije a Nina: «Hay mucha agitación en esta casa. ¿Habrá concierto mañana?». Me respondió: «No va a haber, no, Alberti. Nos sigue faltando el señor Peralta y sin él, no hay conciertos».*

Nina lavó mi rostro con algodón empapado en agua de rosas, después en agua natural, me perfumó, me puso el collar, el anillo de piedra azul, me colocó mis pendientes azules y me sentó en la silla a la que ella llama carretilla. Me preguntó: «¿Quieres ahora tu tabla de plástico, tu hojita de papel y tu lapicerito? ¿O quieres esperar al caer la tarde? Si quieres te escribo las fechas para toda la semana, lo hago con mucho gusto. Así, tú, Alberti, reservas toda la fuerza de tus manos para escribir tus pensamientos. ¿Quieres hacerlo ahora, o prefieres escribir por la noche?».*

Le dije que ya era tarde, que escribiría mi nota cuando cayera la noche. Empujó mi silla por el pasillo. A mis espaldas, le oía decirbuenos días* a diestra y a siniestra a medida que nos íbamos cruzando con los que ya venían de vuelta. Doña Marcela, que caminaba despreocupada, venía anunciando que éste era el Sábado de Aleluya. Al pasar a su lado, le hice señal con la mano le pregunté si se iba de regreso a su habitación, el 204, a lo que me contestó: «No, no voy a mi habitación. ¿Qué idea es esa? Me voy al más allá…». Nina comentó:«Qué lejos, qué lejos está ese sitio, doña Marcela…».*

Nina me conducía a través del pasillo hacia el Salón Rosa. Las imágenes de casitas nórdicas cubiertas de nieve colgadas en la pared me miraban, algunas de ellas pare-cían reír, tal era el formato de las puertas y ventanas pintadas. Después de una noche de lucha, una hermosa mañana de sábado había llegado, pensé. Hice un gran esfuerzo por reconstituir la página donde se encontraría Bakú, sin embargo me faltaba la representación del atlas.

20 de abril del 2019

¡Sábado de Aleluya! Con el recuerdo de mi atlas y un poco de suerte —Hasta mis esperanzas escaparán de la muerte.

1 Todo lo señalado con asterisco a lo largo del libro indica que los fragmentos están originalmente escritos en español, el cual no siempre es correcto. Sin embargo, opté por dejarlo tal cual aparece en el original. (N. de la T.).

3

EL REPARTO

ES LA SEGUNDA VEZ QUE PASO EL DOMINGO DE PASCUA ENesta casa. Pero incluso aquí, lejos de la que otrora fue mi casa, éste es un gran día. Sabiendo de antemano que no me tocaría de nuevo la presencia de Nina, pensé en Lilimunde, la muchacha brasileña que huele a una mezcla de cedro y bergamota. Tanto la pensé que, al despertar, sentí las muñecas húmedas y tuve la ilusión de que mi piel desprendía el perfume de esa agua de colonia. La llamé fuerte: «¿Lilimunde, eres tú quien anda ahí?». Pero no, por desgracia no era ella.

El ruido que escuchaba provenía de dos muchachas que habían entrado y se habían puesto a deambular por mi habitación, con mucha prisa, y mientras rebuscaban en mi ropa hablaban y reían muy fuerte. Me quedé en silencio escuchándolas, esperando que se dirigieran a mí, pero ellas no me daban los buenos días porque platicaban animadamente entre sí sobre las caminatas que hacían durante la noche y lo que les sucedía en la oscuridad. Pero igual insistí: «¿Quién anda ahí? ¿No me dicen nada?».

No me respondían. Más bien se reían con carcajadas mal contenidas, inclinando la cabeza hacia atrás como si quisieran compartir su risa con el techo de la habitación. Yo todavía dije varias veces, buenos días, hoy es Domingo de Pascua. Pero ellas me pusieron la camiseta interior y la blusa, me enfilaron las medias y el pantalón, y no me veían, sus risas pasaban al lado de mi cuerpo y por encima de mi cabeza, levantándome los brazos como si lidiaran con piezas metálicas en medio de una fábrica. Les dije bien fuerte: «Buenos días, Jesús resucitó, dicen». Lurdes Malato, pues era ella misma, tomó el teléfono y habló lejos: «Ok, a las cinco de la tarde ahí estaré». La muchachita alta que la acompañaba comentó: «habrá fiesta, wey». Sin siquiera haberme llegado a dar los buenos días u otra palabra de saludo, me llevaron hasta la Sala Azul donde se llevaría a cabo la comida de Pascua.

Si acaso lo hicieron adrede no me importó. Yo sé que la felicidad es un bien muy escaso. Debemos de guardarla en el pecho cuando nos toca de cerca, rellenar con ella todos los bolsillos del alma, para que sirva de escudo cuando su opuesto se manifiesta, por eso no me moles-taba más que eso, estaba preparada. Las chicas me acomodaron en la mesa, empujaron mi silla de modo que mi pecho quedara frente al mantel, se fueron, no llegaron a darme los buenos días. No obstante, alcé la mirada y sentí ahí cerca una buena fuente de felicidad; la sala estaba repleta, en las paredes había arreglos de Pascua y mis compañeras de mesa me saludaron. Les entregué toda mi alegría. Y aunque no me acuerde de la comida de Pascua del año pasado, ésta no la voy a olvidar.

En el comedor hay doce mesas para setenta personas. En nuestra mesa somos seis y yo, nos llevamos bien. Entre las mesas, corrían muchachas apresuradas y muy agitadas. Como siempre, me habían puesto de frente a la ventana, así podía mirar hacia la orilla del mar. Me gusta quedarme de ese lado porque, aun estando lejos y sin lograr distinguir la orilla, sé cómo son las olas. Algunos puntos oscuros deben de ser barcos, y si no lo son, ima-gino que sí. Por otro lado, el menú de la comida fue común, pero por otro lado doña Rita de Lyon recibió un regalo de Pascua de su hijo el piloto aviador y lo repartió con las compañeras de mesa. A mí me tocó una almendra fina, con licor deamaretto, confiserie française, dijo doña Rita. Pero doña Ema, no. Doña Ema trajo a la mesa un conejo de chocolate, y no lo compartió con nadie porque sus familiares le habían advertido que se lo comiera sólo ella. Delante de nosotros, Ema le quitó la envoltura de aluminio, lo partió en pedacitos y saboreó sola su regalo de Pascua.

Doña Fátima preguntó si estaba rico, pero Ema no se inmutó, no le dio a probar ni una migaja que se hubiera caído. Luísa de Gusmão dijo que comprendía perfectamente que una persona que recibe un conejito de chocolate en el día que se celebra la Resurrección lo quiera comer sola, pero que lo haga en su cuarto, en privado, como manda la buena educación. Doña Luísa de Gusmão se dice descendiente de conde, aun cuando no le obliga a nadie a llamarla condesa. Comerse un conejo de chocolate entero, en una mesa donde se encontraban siete personas, para doña Luísa, es la prueba de que hay gente que nunca podría pertenecer a la nobleza. No todos somos iguales. Por su parte, doña Julieta vertió algunas lágrimas, pues le habría gustado que alguien en el mundo allá fuera se hubiera acordado de su comida.

Doña Joaninha Amaral, por el contrario, dijo que no le importaba que nadie se acordara de ella, que tenía mucho más con qué entretenerse. Desde temprano en la mañana, había caminado por el jardín de la residencia y visto cómo las rosas habían florido. Doña Joaninha nos contó que las rosas parecían mirarla, diciéndole llévanos contigo, llévanos contigo, mujer. Los pétalos estaban todos volteados, como queriendo que los recogieran por las varas llenas de espinas y saltar a sus brazos. Pero a ella no le gusta tomar lo que no le pertenece, aun cuandose trata de un bien común como es el caso del jardín del Hotel Paraíso. Porque ¿acaso esas rosas no son de todas las personas que sustentan la residencia? Doña Joaninha es hija de un pescador, pero educada, no habría tocado una sola rosa una vez que no estaba autorizada.

Mientras tanto, nos había llegado una rebanada de pastel a cada plato, y doña Fátima le dijo a doña Ema que no debería de tocar su pastel de Pascua porque ya se había comido su conejo de plata solita. Doña Ema pensó que una rebanada de pastel le tocaba por derecho, extendió el brazo, tomó la rebanada más gruesa y también se la comió. A mí me dio mucha tristeza el hecho de ya no escribir en mi diario como antes lo hacía, para apuntar la escena de la comida de Pascua, con todos los pormenores, como tanto me gustaba hacerlo. Entretanto, fue necesario cambiar de tema, pues en medio de la discusión por el reparto de la comida irrumpieron unos pasos en la sala. Ocurrió detrás de mí, pero yo estaba viendo al mar. Pensé que deberían ser las cuatro viudas y no me equivoqué. Les reconocí la voz aun antes de que cantaran.

Una de ellas preguntó muy fuerte, como si se dirigiera a un grupo de niños: «¿Alguien sabe lo que significaaleluya?». Se hizo un gran silencio, nadie dijo nada, y yo sabía lo que significaba, pero como estaba de espaldas decidí permanecer callada y seguir mirando hacia la orilla del mar. Ellas siguieron insistiendo con la pregunta. Cuando ya estaba por decirles que significaba «Alabemos al señor», una de las viudas dijo por encima de mi voz: «¡Bueno pues, vamos a interpretar Aleluya, Aleluya!». Qué bueno que yo estaba de espaldas, ya que no soy muy aficionada a esas cuatro mujeres, pero su voz sí me gusta.

Más que gustarme, la aprecio en verdad. Hay voces que deberían de surgir del cielo, no deberían de necesitar la figura de un cuerpo humano. A mis espaldas escuchaba el canto, conmovedor, y al final todos aplaudieron, unos aplausos raquíticos para tan bellas voces. Una muchacha se acordó de voltear mi silla y pude confirmar que eran ellas, vestidas de blanco y rosa. Parecían bom-bones.

En el valle o en el monte, alabaré.Alabaré, alabaré.¡Aleluya, aleluya!

Cantaban. Cerré los ojos, no me caen bien. Pero cantaban y uno no veía pasar el tiempo. Si no cantan más, ya se van, ya se van, pensé cuando se callaron y tardaban en irse porque querían aplausos y más aplausos. Los aplausos ya llevaban más que el canto y ellas no se iban. Y ahora, las cuatro viudas arregladas ya estaban saliendo, meneando su vestimenta blanquecina. Cuesta creer cómo esas personas contienen dentro de sí semejantes voces, repito, ahora que estoy sola con mis pensamientos. Después de la comida, doña Joaninha Amaral dijo: «Cantan muy bien esas mujeres, siempre nos distraen», luego se dispuso a empujar mi silla de ruedas. Aprecio mucho la bondad de doña Joaninha. ¿Qué habría sido de mi Domingo de Pascua si no fuera por ella? Mientras empujaba mi silla, por el pasillo, me venía comentando: «Doña Alberti, la voy a dejar a su habitación, muy bien acomodada, frente a la ventana abierta de par en par, con vista a la naturaleza. Qué triste es pensar, en un día como este, que su hija ande por allá…». Sin embargo, no llegamos al final del pasillo.

Una muchacha ya jubilada, con el nombre de Hermínia, en servicio voluntario, nos llamaba para que regresáramos al comedor. Nos regresamos. Y ahí, sí, pasaba algo. Cerré mis ojos puesto que lo que estaba viendo era demasiado para mi vista. Así que le pedí a la muchacha que parara a la mitad del recorrido. Quería reponerme de la sorpresa, no quería que me vieran tomada por el desconcierto que me asaltaba. ¿Cómo me lo iba a imaginar? Cerca del piano, de pie, se encontraban los vecinos de la Casa Blanca, los de la Quinta Ferrari y los de la Vivienda Almanjar. Los miré a todos de arriba abajo, y se me hicieron las criaturas más hermosas del género humano con las que alguna vez me había cruzado.

Los conté, en total eran ocho vecinos. Habían venido a visitarme. El canto de las cuatro viudas, que ya no estaban ahí, rodeó mis oídos y yo me sentí levitar por encima del piso. Aleluyas salieron de mi corazón, haciendo temblar mi muñeca derecha. Pero me aferré a la silla, saqué un pañuelo para sonarme de dentro del bolso que siempre traigo colgado de mi cuello, y les pregunté, serena, como si los esperara, «¿Qué noticias me traen de nuestro mundo? ¿Sigue todo igual por allá?».

Uno de mis vecinos se inclinó hacia mí y preguntó: «¿Usted sabe quién llegó a visitarla?». Me ofendí: «Por Dios, señor Frank, soy capaz de describir sus propias casas, a quien pertenecieron antes de que llegaran a habitarlas, en qué años sucedió eso, y por qué razón las compraron, siempre por mucho más dinero del que debían de haber pagado. Sé el nombre de todos los presentes y el de los que faltan. Mi pregunta es otra: ¿En sus casas y en aquella que otrora fue mi casa, está todo bien? ¿El pasto no se puso café con esta sequía?».

«Está todo bien, doña Alberti, pero sí que vengan unas gotas de lluvia. Los jardines la necesitan como la boca al pan», dijo la vecina de la Casa Blanca. Respondí: «¡Ah! El jardín y los árboles también. Porque el jardín es más como un adorno, ya los árboles, son el verdadero sostén para el clima. Si los grandes árboles no liberan oxígeno, no hay humedad posible, y por consiguiente no habrá jardín. Hay especies vegetales que están desapareciendo. Pero no es sólo la flora la que está cambiando mis amigos, como saben, la fauna también. Es bien sabido que de los edificios y caseríos recientes, de lo más moderno que hay, salen jabalíes a acariciarnos alegremente con su hocico. Me contó el enfermero Marlon que hace unos días encontraron a una zorra aquí cerca bebiendo en una alberca y revolcándose en el pasto. Lo cual significa que las especies salvajes comienzan a cohabitar con las domésticas y vienen avanzando en dirección de las familias humanas. Somos todos creaturas, cierto, pero conviene separar a las especies. Es el mundo cambiando. ¿Verdad?».

Todos respondieron que sí, se inclinaron hacia mí y hablaron conmigo, y me escucharon, contrariamente a lo que pasa aquí dentro donde nadie me escucha más allá de dos palabras, sólo yo escucho a los demás. Mis vecinos, en cambio, hablaron conmigo, y después me pusieron regalos en las rodillas y me dijeron que yo entendía perfecto cómo el mundo estaba en transición. Y yo, encantada con lo que me sucedía, no me quedé solo en eso, por lo que añadí: «Estoy aquí dentro encerrada, pero sé de todo lo que pasa en la Tierra y no sólo eso. Lo que presencié a lo largo de mi vida fue suficiente para poder imaginar lo que va a suceder después. Y, si Dios quiere, a pesar de que la naturaleza esté desorientada, la vida va a mejorar. El futuro va a ser esplendoroso…».

Mis vecinos estaban muy felices al mirarme, al abrirme los regalos, incluso al conversar conmigo. Y yo hablé así porque quería que se dieran cuenta de que me mantengo a la altura de recibir serenamente a mis visitas, en el medio de un salón repleto de voces, de niños, de risas, algunos llantos, algunos pequeños desastres emocionales, pasteles, bombones, plátanos y camisones porque se trata del Domingo de Pascua. Mis vecinos reían de felicidad por haberme encontrado tal como mehabía ido de mi casa, e hicieron una ronda a mi alrededor y fue como si bailáramos. Doña Joaninha no se alejó, escuchando atentamente, y hasta se entrometió en algunos temas. Y eso estaba bien. Fue un gran día, gracias a mis vecinos, uno de los mejores días de mi vida. Cuando cerré los ojos, dentro de mi cabeza, se mezclaron escenas de todos los colores.

4

EL PERFUME

LA QUE VENÍA SIENDO LA FUNCIONARIA MÁS ANTIGUA DEla casa, Hermínia, la que asistió a la transformación delHotel Paraíso en casa residencial, la guardiana de la memoria viva de todos estos cambios, fue quien me acompañó al salón y cuando mis visitas se despidieron, le tocó llevarme de regreso a mi habitación. Una persona amargada, quien aún intentó derrumbar mi alegría. Me dijo: «No se haga ilusiones, doña Alberti, en días como éstos, los carros hacen cola en la avenida allá afuera, dan vueltas y vueltas en la plaza de enfrente. Pero es sólo por estos días. Los familiares vienen a descargar sus culpas con lisonjas de todo tipo. Yo les llamo los días de aliviar el alma. No digo aliviar el remordimiento porque ése es un sentimiento honroso. Éste no. El alma es un lugar donde cada uno guarda el miedo a aquello que los demás dicen sobre su persona. Lo que ellos vienen a hacer aquí es combatir ese miedo. Una vergüenza. Faroles para que los demás vean. Estoy aquí desde hace demasiado tiempo. Los reconozco a simple vista».

La antigua funcionaria se metió el dedo en un ojo y lo abrió hasta que se viera el interior de su párpado.

¿Las paredes del corredor respondieron? Así le respondí yo.

Le agradecí tan solo que me hubiera hecho compañía. Ahora ya se podía ir. La señora Hermínia ya habíadescargado su hiel y cumplido con su deber. Yo tenía en el regazo, entre mis manos cruzadas, el propósito de sostener bien firme la alegría traída por mis vecinos. Y gracias a la buena fortuna, ésta aumentaría. Pues serían como las seis de la tarde cuando escuché rumor en el pasillo, se trataba de doña Joaninha entrando en mi habitación, cargando en los brazos un bello ramo de flores. Venía exuberante.

A fin de cuentas, también recibió visitas. Unas primas lejanas, que ella creía muertas, pero que estaban vivas y habían venido a verla, y le habían dado un enormebouquet, que deseaba compartir conmigo. Rosas, margaritas y ramas de gipsófilas llenaron el florero de la entrada. Las rosas, verdaderamente de color rosa, emanaban su aroma, eran un verdadero pedacito de primavera que había entrado en mi habitación. Doña Joaninha Amaral me dijo que el aroma de las rosas la volvía loca. El canto de los pájaros, también.

Doña Joaninha se sentó en la cama de al lado, que por fortuna seguía vacía, y comenzó a hablar de las flores, mezclándolas con su vida pasada. Y sus ojos sonreían hasta el punto de quedarse cerrados. Me dijo: «En esta época del año me acuerdo mucho de mis amores». Y continuó sonriendo cada vez más. «Mis amores y las flores son dos cosas que combinan». Y entonces me platicó de cómo en su vida los amores habían ocurrido. Me contó que, siendo todavía muy jovencita, en un día de prima-vera, había ido a la playa con un novio y que se había regresado con otro. Y cómo había sido feliz, después, con los dos. Nunca había sido capaz de elegir entre uno y otro, ni había necesitado hacer tal elección, pero sólo ahora contaba la historia de su vida, porque ya ambos habían fallecido. Y me contó también cómo había hecho para nunca se toparan a lo largo de los años, viviendo en la misma ciudad, y cómo la vida había sido muy buenaasí, repartida. El sábado por la mañana con uno, la noche del domingo con otro. Siendo sincera, ella estaba segura de que los dos hombres habían terminado por enterarse el uno del otro, pero si acaso se habían enterado, no les había importado. En resumidas cuentas, los tres habían sido felices hasta el fin. Los tres suertudos.

Mientras el perfume de las rosas se esparcía por todo el cuarto, doña Joaninha recordó algunos de sus pasos dobles con una alegría primaveral como hacía mucho tiempo no le oía a nadie. Recordando sus tiempos fulgurantes, el rostro de doña Joaninha parecía la imagen de Nuestra Señora de la Fe. Sus ojos y sus mejillas resplandecían. Y yo pensé: Bendito sea el efecto de la primavera, pues bajo su viento benéfico todo es luz, todo se reproduce y se multiplica, incluso para aquellos para quienes el amor es sólo un recuerdo.

Y ella habló y habló, y yo le preguntaba y ella me respondía, pero, a decir verdad, el significado para mí era otro, ya que al mismo tiempo que pensaba en la vida exuberante de doña Joaninha, también pensaba en la mía. Como doña Joaninha se mueve con agilidad, antes de que se despidiera, le pedí que me alcanzara mi libreta de notas y con mucha delicadeza me hiciera el favor de arrancar una hoja, y de colocarla sobre el portapapeles. Me entregó la hoja inmaculadamente separada del lado agujereado y todavía me alcanzó un lápiz de buen trazo. Le di las gracias: «Muchas gracias, doña Joaninha, bien-venida siempre». Después dejé que mi compañera de mesa se fuera, esperé que sus pasos desaparecieran en el pasillo para que yo pudiera trazar, en medio de la hoja blanca, la palabra que rondó mi pensamiento a lo largo de todo el Domingo de Pascua. En letras mayúsculas, con la mayor perfección que mi mano me permite, escribí: BAKÚ.

21 de abril del 2019

Dios mío —Tan pequeñito es el cuco y su voz tan fuerte. Tan astuto su huevoy yo tan tonta —Este nido no será saqueado.

5

LA LECTURA

SERÍAN COMO LAS SIETE HORAS DE LA MAÑANA CUANDOsentívibrar el teléfono bajo mi almohada. Me fue difícil alcanzar el aparato, mi mano encontraba dificultades para retirarlo del lugar donde se encontraba. Cuando por fin logré contestar, escuché una voz portuguesa que decía: pruebe ahora, por favor. La voz de la persona que hablaba así le pasó la llamada a quien me iba a hablar. Era ella. Grité tanto como mi voz me lo permitía: «¡Te escucho, habla, habla que te oigo!».

Empezó a hablar. La escuché y su voz surgió tan nítida que parecía nacer del interior de la almohada. Escuché a mi hija decir: «Llamo sólo para desearle Felices Pascuas. Aquí donde estoy la red es muy mala, ayer no logré hablarle, no sé qué pasa…». Ya me estaba preparando para agradecerle y comenzar con mis preguntas sobre su salud, sobre sus problemas, su vestimenta, la fecha de su regreso, cuando me di cuenta de que la llamada se había cortado.

Me quedé con el teléfono entre las manos durante mucho tiempo esperando, pero sin ningún resultado. Para consolarme, pensé en la hazaña que significa que una persona acostada en una cama frente al océano Atlántico, y la otra, del otro lado del mar, en la punta extrema de otro continente, junto al océano Pacífico, pueda decir: es sólo para desearle Felices Pascuas, y que la personadel lado de acá lo escuche y se sienta reconfortada. Entonces, ahora ya sé que ella se encuentra en territorio de habla española, pero está acompañada de alguien que habla la lengua de su patria. Por lo que dormí tranquila la última hora de la mañana. Felizmente hay episodios así, tranquilos, en la vida de una persona.

El segundo momento de este día que me gustaría mucho registrar por mi propio puño y así acordarme para siempre de él, ahora que ya es noche cerrada, sucedió después de la comida. Dormitaba sentada en el sillón, cuando escuché un rumor. Abrí los ojos y vi a un muchacho muy alto frente a mí. Estoy acostumbrada a este tipo de apariciones, y luego imaginé que se trataba de un voluntario de una asociación de jóvenes de buena fe que vienen a entretener a los residentes del Hotel Paraíso, durante una hora, coordinados por los servicios de la animadora Bianca. El muchacho se acomodó. Después de que se sentó, me fijé que era muy feo. Tenía unas cejas bastante pobladas y cuando se reía enseñaba unos dientes blancos, demasiado blancos y poderosos. Muy feo. De dentro de la mochila sacó un periódico, pero yo le pedí que no lo leyera. «¿Por qué?», me preguntó. «Porque sí», le respondí y expliqué que últimamente los periódicos y los noticiarios me ponen triste.

El jovencito insistió en saber el motivo, y yo aún dudé en responderle, pero acabé por decir la verdad. Le dije que desde hace un tiempo hasta ahora me daban náuseas el relato de tanta tragedia, tanto fraude, tanto robo, tanta gente muerta en barcos inflables sin alcanzar las orillas, tanta guerra,tanta bomba,tanto funeral con ataúdes en los brazos de las multitudes que protestan. Es el mundo en su desorden continuo, y esa debacle nunca tiene fin, le dije. Porque los periódicos nunca revelan el final de las tragedias, se limitan a anunciarlas y a describirlas con sus colores más tenebrosos, agregué. Son elretrato permanente del desorden sin orden a la vista. Entonces decidí por mí misma poner un fin a la debacle ignorándola. Ya que no puedo combatir las tristes realidades, renuncio a conocerlas. Antes era diferente.

El joven de la Asociación de la Buena Voluntad pareció decepcionado. «¿Una renuncia?», me preguntó. Sí, estuve de acuerdo con él. Antes acostumbraba pedir que me leyeran las noticias, pero ahora ya no quiero. En la vida, naturalmente, al mal le sigue el bien, en los periódicos, en cambio, se trata sólo de juntar el mal al mal, le dije. Añadí, además, que me seguía gustando mucho escuchar leer, ahora que por mí misma ya no podía. Le dije que una vez pasada la primera línea, todas las demás se confunden y se ponen a temblar como si el papel produjera pequeños relámpagos que me ciegan. El muchacho de las cejas pobladas, muy feo, comenzó a revolver en su mochila y a sacar de su interior unos montoncitos de hojas separadas por micas. «Tengo un cuento para usted», me dijo, después de haber evaluado el contenido de las micas. Quise saber de qué trataba el cuento que pretendía leerme. El muchacho de las cejas pobladas me respondió: «Habla de la vida de un profesor chileno que dio origen a una historia muy bella». Pero desconfié: «Muy bella significa muy triste, ¿cierto? Si es más bella que triste puede ser. De lo contrario, paso». «Más bella que triste, se lo aseguro», respondió y comenzó a leer la historia de un profesor con el nombre de Gálvez.

El jovencito leía bien, muy bien incluso. A pesar de que el cuento sólo hablaba de miserias, de persecuciones, deportaciones y tristezas, tal como me lo había imaginado, la voz del chico conseguía ser más bella que las desgracias que leía. Sus cejas muy pobladas, sobre la tez muy oscura, con los dientes demasiado blancos y poderosos, empezaron a cambiar ante mis ojos, a medida que el chico leía frases sorprendentes que yo no lograba retener pero que alumbraban la fluidez de su charla. Y después de la invocación de las desgracias y de los tristes viajes hechos entre continentes por el personaje, perseguido por un dictador asesino, el muchacho que antes me había parecido muy feo leyó perfectamente el último trecho de la historia de ese profesor con apellido Gálvez. Se trataba de un sueño, el sueño de don Gálvez, como el muchacho lo mencionaba durante la lectura. El muchacho leyó las breves líneas que se referían al sueño. En su vida pasada, allá en su patria, ese profesor se había entregado con dedicación a su misión de tal forma que, cierta noche, poco antes de morir, exiliado en Europa, había soñado que había regresado a la escuela de su tierra lejana para enseñar los verbos irregulares a los niños, de manera que el sueño se había sentido tan real e intenso, que por la mañana se había despertado con los dedos cubiertos de polvo de gis. El muchacho que era feo acomodó las hojas dentro de las micas y comentó: «Como ve, termina bien».

No respondí nada.

Me quedé durante unos instantes pensando en el final de la historia, pues tardaba en entender el sentido de ese remate sorprendente. Para comprender el episodio en la totalidad era necesario imaginar el sueño de regreso del profesor a su escuela, imaginarlo frente a los pequeños, imaginar el sueño en la penumbra de la noche, ver al profesor, en el sueño, dibujar letras blancas en un pizarrón negro, después imaginar el despertar del profesor y la imagen de sus dedos cubiertos de polvo de gis. Luego imaginar que había sido la imaginación del profesor, después imaginar que él hubiera deseado que su imaginación correspondiera a la realidad y después todavía imaginar que él había sido un verdadero ciudadano traicionado, y me quedé aturdida por la forma como por tan poca cosa puede desencadenar un sentimiento de tristeza tan grande. Miré al muchacho quehabía creído feo, y que ahora me parecía bello, y sentí que estaba a punto de desmayarme, de desanimarme, como suele ocurrir con mi hija, y no quise alimentar el sentimiento de debilidad que me humedecía los ojos.

Por fin, le dije: «¡Oh! Sí, termina muy bien. Pero aun así sigue sin ser más que la historia de un profesor de primaria y de su hijo, un relato muy corto. Y es un reato muy corto, aun cuando corresponde a la verdad, se acerca más a la mentira. Cuando yo leía, me gustaban los libros gruesos, aquellos que se parecen con la vida de una persona desarrollándose a lo largo del tiempo. Me gustaba leer libros sobre figuras que destacan, y no sobre profesores que mueren derrotados, sin hacer historia». El muchacho consultó su reloj, pero parecía no tener prisa. «¿Entonces qué libros le gustaban?», me preguntó.

Me quedé incrédula mirando al muchacho de las cejas pobladas.

Era el primer joven de la Asociación de la Buena Voluntad que me hacía semejante pregunta. Mi proximidad con ese joven alto y espigado comenzaba a ser intensa. Fui vaga, le dije que me gustaban los libros que hablaran de las batallas de Napoleón, y que había leído dos. De la vida de los ingleses en Arabia, y que había leído uno. De la vida de los emperadores romanos, cuando mandaban en todo, y que había leído algunos. Uno de esos emperadores era homosexual y amaba a un chico que después murió, con un nombre parecido a Antonio, y la pena del emperador era tan grande que a mí misma me habían dado ganas de llorar. Sin embargo, había sido muy difícil de leer, anduve seis meses intentando terminarlo, saltándome páginas, cuando el asunto escapaba a mi entendimiento, ya que los nombres de aquellas ciudades y de aquellos mares no eran los de hoy. Pero ahora que no leía, por muy grandes que fueran las letras, ahora que me sujetaba a quien pudiera leer pormí, tenía que conformarme con pequeños relatos sobre la vida simple de las cosas, lo cual también era bueno, pero no tan bueno como los libros grandes, con muchas páginas, para que las historias se parecieran la verdadera existencia de las personas.

Y así estuvimos hablando por más de una hora.

Entonces el joven de las cejas pobladas quiso saber un poco de mi vida, pero no le iba a contar. Tampoco quise que me contara la suya. Soy muy vieja, sé que el encantamiento se debe de conservar en su propio envase, de lo contrario se desborda y se deshace en nada. Nos quedamos así, limitados a la lectura de un cuento, era cuanto bastaba para que nuestra cita fuera perfecta. Entonces le pedí, para finalizar la sesión de entretenimiento promovida por la Asociación de la Buena Voluntad, que el voluntario me volviera a leer el mismo cuento. Me lo leyó. Y en su lectura sobre desgracias nada era desgraciado, porque todas las palabras se encaminaban a ese momento en el que el profesor despierta y tiene los dedos cubiertos de tiza. Cuando terminó por segunda vez la lectura de la historia del profesor, me di cuenta de que debajo de las cejas del lector habían unos ojos profundos, su cabello le caía a un lado en un desaliño hermoso, y su silueta demasiado delgada, sentado un poco de lado, me recordaba la fotografía de un espíritu. Lo encontré hermoso. Tan hermoso que me dolían los ojos de verlo. A mis ojos, ahora él era otro, era la voz preciosa de quien lee maravillosamente un cuento para que una mujer mayor lo escuche y su voz ha tenido el poder de revelar la belleza escondida en la figura del lector. De sus labios que me habían parecido demasiado gruesos y de sus dientes demasiado blancos, había surgido un cuento leído de forma admirable, en la medida justa. Su belleza revelada después de la última palabra, era tan fuerte que se volvíainsoportable de enfrentar. Deseé que el muchacho desapareciera rápidamente.

Yo no debería ser así como soy, siempre a la espera de lo bello, de lo grandioso, de lo poderoso. Con algo de torpeza quizá, levanté la mano, despedí al chico. Le dije: «Gracias, hizo una buena acción. Ya se puede retirar». Entonces se fue. Me arrepentí. Pero así soy, quiero de más, mando de más, amo de más algo que no alcanzo, y cuando no lo logro, busco desesperadamente transformar lo que existe de manera a acercarme al objeto defectuoso de la realidad inalcanzable. No sé dónde colocar mis pensamientos que son demasiado vastos para el envase de mi cabeza y para el volumen de mi corazón. Eran las tres de la tarde. Fue entonces que me vinieron a buscar.

6

EN EL SALÓN ROSA

LAS PISADAS DEL MUCHACHO DESAPARECIERON EN EL PAsillo. No sabía qué hacer con el eco de aquella lectura.Permanecí inmóvil durante un rato, pensando en el significado de las palabras del cuento y en su sonido, pero luego ese sentimiento de encantamiento detenido se transformó en acción. Salomé, la rápida, pasaba por el pasillo, la llamé y acudió, eficiente y rápida como siempre. Le pedí que me bajara a la planta baja. Yo sabía que una vez que pasara el umbral de la enorme sala, donde se dice que en los años cincuenta había habido bailes y recepciones, cortinas con escenas de caza, cuadros en las paredes con paisajes ingleses, y que ahora estaba ocupa do por siete decenas de sillas con reposabrazos, una televisión colgada del techo y un piano en medio del espacio, el eco de la voz del muchacho leyendo maravillosamente las desgracias del profesor chileno y su sueño de tiza me ayudaría a tomar mi decisión. Así fue. Me concentré en el espacio que me cercaba, en la figura de mis compañeros sentados, y antes de que Salomé me acomodara en cualquier lugar, le pedí que me dejara en un lugar donde podría hablar con la directora Noronha.

Salomé me cumplió el capricho. Me puso en el pasaje, entre la puerta que abre para el Hall Mayor y la que da al consultorio y a la capilla, no estaba sola en ese pasaje. Después de acomodada, noté a mi lado a dos compañeros más en la misma situación, aguardando el paso de Ana Noronha, la joven que desde hace unos meses está al mando de la dirección de esta casa. También me fijé que la televisión no se encontraba prendida, hecho raro en un recinto donde el ruido de los canales de la tarde apenas permite que nos escuchemos los unos a los otros. Y yo pensé que los astros del azar se alineaban a nuestro favor, ya que el silencio que ahí reinaba permitiría que la joven Ana Noronha, ahora la directora, nos escuchara. «Llámenla cuando pase, pero háganlo con educación», nos recomendó Salomé como si temiera abusos de nuestra parte. Pronto la directora pasó por ahí, y si nos miró, no nos vio. La directora siguió adelante, con mucha prisa.

Al perseguir sus movimientos, me costaba creer que la directora Noronha, un año antes, respondiera al nombre de Anita. En ese entonces era apenas una practicante que hacía visitas a las habitaciones de los residentes desde las siete y media de la mañana. Llegaba con sus zapatitos planos a tocar con la punta de los dedos cada una de las puertas, pedía permiso para entrar y, estuviéramos dormidos o despiertos, ella se acercaba a nuestras camas y se inclinaba. Nos miraba entonces con lentitud a los ojos, y su mirada recorría nuestros rostros, contemplando lo que ellos resguardaban, pausadamente, como si tuviera tiempo de visitar nuestras propias almas. Platicaba con cada uno de nosotros. Por eso, dicen que desempeñó tan bien su papel de practicante que a los pocos meses se volvió una funcionaria eficiente. Y luego fue ascendida, un ascenso sorprendente, tomando en cuenta que todo sucedió tan solo en el espacio de un año. Pero si eso significaba que había ganado mucho, desde mi punto de vista, en contrapartida, había en todo eso una gran pérdida; había perdido la quietud de su mirada.

Ahora los ojos de la antigua Anita pasan rápido sobre todas las superficies sin detenerse en ninguna de ellas, andan asolados de un lado para otro, vidriosos, febriles, y yo pienso que, por tener que mandar en todo, ahora ya no posee nada de lo que había hecho de ella una persona amada. Anita transformada en doctora Noronha perdió la paz de su mirada. A mi entender, no la promovieron, la despromovieron. En la tarde del día de hoy, cuando me colocaron en el pasaje, ella marchaba de un lado a otro, pareciendo no ver a nadie. Ocupada.