Misión peligrosa - Jorge Luis Bernard Bayer - E-Book

Misión peligrosa E-Book

Jorge Luis Bernard Bayer

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Beschreibung

Aquí el autor narra las historias con un lenguaje coloquial. Reprodujo al descuido el empleo de la forma de hablar cubana, con el objetivo de identificar a los lectores, no solo con los escenarios, sino también con los personajes del libro, protagonistas sin proponerlo de una crónica basada en un pasado excepcional del internacionalismo cubano.

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Seitenzahl: 229

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros ebook los puede adquirir en http://ruthtienda.com

Edición:Lissett Gómez Vale

Diseño de cubierta e interior:Claudia Gorrita Martínez

Realización:Sarai Rodríguez Liranza

Corrección:Magda Dot Rodríguez

Imágenes:Cortesía del autor

Cuidado de la edición: Tte. cor.Ana Dayamín Montero Díaz

Conversión a ebook:Grupo Creativo RUTH Casa Editorial

 

 

© Jorge Luis Bernard Bayer, 2018

© Sobre la presente edición:

Casa Editorial Verde Olivo, 2025

 

ISBN: 9789592248267

 

Nota: El contenido de la presente obra fue valorado

por la Oficina del Historiador de las FAR

 

 

Todos los derechos reservados. Esta publicación

no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,

en ningún soporte sin la autorización por escrito

de la editorial.

 

 

Casa Editorial Verde Olivo

Avenida de Independencia y San Pedro

Apartado 6916. CP 10600

Plaza de la Revolución, La Habana

[email protected]

www.verdeolivo.co.cu

Índice de contenido
Al lector
Prefacio
Luanda, la guerra tiene dos caras
Esa es Luanda
El hueco, campo de entrenamiento
Crónica mal interpretada
No hay mal que por bien no venga
La abnegada mujer angolana
No sabía si consolar a la madre o a la doctora
El bacalao del nuevo inquilino
Dulces sueños bajo los disparos
La caravana silenciosa
Sumbe, la ciudad que se convirtió en infierno
Mi encuentro con Sumbe
La duda sobre un ataque
Crónica de un tortuoso camino
La histórica ciudad
El sorpresivo ataque
Más que soldados parecían demonios
El regreso a Sumbe
Una inaudita historia
Luanda Sur, la huella del mundo ancestral
Una guardia inusual
El mundo ancestral de las Lunda
Saurimo, ciudad sitiada
Serenata a los maestros cubanos
Una comida inolvidable
Encuentro con el Soba
En busca de las mascarillas sagradas
Nuestro vuelo no sabía donde aterrizar
Huambo, provincia con alta tensión
El dominó abrió los caminos
La ciudad de Huambo
El vil atentado
La huella aún latía
Mausoleo del único cubano
Fiestas del predio
Desconocido oasis
Viaje al fin del mundo
Bie, primera colaboración médica
Benguela no sucumbía con la guerra
Conspiración contra el gorrión
La guerra parecía no estar presente
Entrevista con el legendario guerrillero
El fusil, símbolo de las letras angolanas
Una novela escrita tres veces
El colonialismo amordazó el teatro
Mayombe, Cuba en plena selva africana
Cabinda, provincia de tres colores
Las enormes riquezas del enclave
Una peligrosa entrada a la selva
El rustico campamento cubano
La isla de nuevo pulseaba
Fin de año
Nos vamos Ambora
Bibliografía
Datos de autor

Al lector

En 1984 viajé a Angola para trabajar como corresponsal del periódico Verde Olivoen Misión Internacionalista, publicación destinada a la colaboración cubana. Esta condición me dio la oportunidad de recorrer casi todas sus provincias y ser testigo de la trascendental ayuda solidaria del pueblo cubano, además de valorar la lucha de los angolanos sumergidos en penurias, destrucción y muerte impuesta por la guerra.

La gigantesca proeza protagonizada por el Gobierno de Cuba, capaz, desde miles de kilómetros, de organizar, asesorar y trabajar en diferentes regiones de la nación africana, así como asegurar el abastecimiento de nuestros soldados y colaboradores se transformó en una misión impensable para el enemigo.

Este período se identificó por una escalada de acciones contra la colaboración civil. Se produce el ataque a la ciudad de Sumbe, en un objetivo marcado de secuestrar a los cubanos. No pasó un mes y detonaron una potente bomba en el predio de nuestros compatriotas en Huambo y se lograron frustrar otros intentos de agresiones en Luanda. A pesar de ocasionar sensibles bajas, no lograron su propósito de disuadir la voluntad de cumplir este sagrado compromiso. En el mes de abril del propio año, el Consejo de Estado acuerda entregar la Medalla Internacionalista a todos los colaboradores en Angola con cumplimiento de su tiempo de misión.

El rigor del tratamiento a la información en situación de guerra, nos privó de publicar en Cuba grandes y pequeños sucesos no menos importantes por su significado. Pasado los años de culminarse esta gesta, aún hay muchos compatriotas desconocedores de hechos relacionados con la colaboración en Angola.

Los propios internacionalistas, por trabajar entonces en zonas específicas, no tuvieron acceso a toda la información del acontecer en otras provincias, ni referencias sobre este país, a pesar del ingente esfuerzo realizado por la publicación editada con este fin. El lector podrá apreciar en el libro una valiosa descripción de los escenarios donde se desarrollaron los sucesos, así como el valor histórico, económico y cultural de las regiones angolanas.

Debo expresar la admiración personal por la innegable proeza de los combatientes cubanos, pero también conservo una valoración muy especial sobre el altruismo de nuestros colaboradores en Angola. A pesar de la poca experiencia militar, se enfrentaron en situaciones extremas a un enemigo poderoso. Hace más de 25 años de nuestra presencia en la nación del sur africano, y muchas de las fotos tomadas fueron testigos de la labor desempeñada. Sin embargo, en aras de dejar un sólido testimonio gráfico, además de las narraciones, nos dimos a la tarea de rescatar importantes imágenes escaneadas de las páginas de Verde Olivo en Misión Internacionalista. Tal vez no tengan la calidad requerida, pero bien vale la pena no dejarlas en el olvido.

El lenguaje utilizado en las historias es coloquial y he tratado de reproducir al descuido el empleo de nuestra forma de hablar, con el objetivo de identificar a los lectores, no solo con los escenarios sino también con los personajes del libro, protagonistas sin proponerlo de una crónica basada en un pasado excepcional del internacionalismo cubano.

Han decursado algunas décadas y la hermandad, compresión y colaboración entre los pueblos de Cuba y Angola han sobrevivido a las falsedades y calumnias tejidas por el adversario; alentadas además por incrédulos o débiles de espíritu, incapaces de valorar una gran obra de solidaridad humana y trascendencia histórica.

Finalizada la misión militar cubana y el compromiso moral con el pueblo de Agostinho Neto, además de creadas las condiciones para la seguridad de la naciente nación, regresamos a casa sin nada, ni pedir nada, solo con los restos de nuestros heroicos compatriotas.

Por solicitud del gobierno de ese país, hoy en día colaboramos en diferentes sectores y esta presencia la cumplimos con más experiencia producto de nuestro bregar internacionalista, con cuadros mucho más calificados y una logística perfeccionada con los años.

No solo se presta ayuda en sectores tan representativos de la colaboración cubana como la salud y la educación, sino también asesoramos en la defensa, cultura, deportes, agricultura, industria, transporte, pesca, infraestructuras, transporte marítimo, minería, turismo, además de participar con especialistas en los medios angolanos de comunicación específicamente la radio y televisión.

Después de tantos años, la memoria no me permitiría reflejar algunos hechos, observaciones o recordar nombres de compañeros mencionados en el libro, si no fuera por la valiosa ayuda de mis trabajos escritos en Angola para nuestros colaboradores. En otros casos y ante el peligro de cometer imperdonables errores, solo puntualizo los cargos.

No obstante, es mi deseo con este libro contribuir modestamente a enriquecer el acervo documental de esta misión y por ende, un homenaje a los miles de cubanos y angolanos, que escribieron con su sacrificio y esfuerzo una nueva historia para África y sellaron para siempre una amistad con la sangre derramada entre ambos pueblos.

 

El autor

Prefacio

La primera etnia conocida de Angola fue la Khoisan, integrada por hombres de pequeñas estaturas (pigmeos), quienes poseían gran destreza para la caza. A finales del siglo XIII y con el inicio de la era del hierro se iniciaron las grandes migraciones y asentamientos de ocho1 etnias transformadas más tarde, en poderosas y avanzadas sociedades tribales dando origen al reino de Ngola.

En esa época los portugueses solo cruzaban por el litoral de Luanda, tránsito hacia la India, hasta 1488, cuando incursionaron por primera vez en este territorio estableciéndose finalmente en el siglo XVI.

Durante la conquista llevaron a cabo sangrientas expediciones militares contra los pueblos del interior de Angola,y esclavizaron a unos cuatro millones de sus habitantes para ser trasladados a tierras americanas.

La resistencia de estos, por su libertad, se extendió hasta mediados del siglo XVIII y la población nativa se redujo de dieciocho millones en el año 1450, hasta apenas ocho millones en 1850.

Cuando tanto la esclavitud como el comercio de esclavos fueron abolidos, los portugueses institucionalizaron el trabajo forzado con la implantación del Código Indígena de 1875. Sin embargo, a pesar de este avance se le impidió al país su desarrollo industrial concentrando solo la actividad económica en las plantaciones de café o explotación de yacimientos diamantíferos.

El crecimiento de la población portuguesa en medio siglo registró de mil, en el año 1900, a ochenta mil. En 1974, cuando el colonialismo llegó a su fin, la población europea se aproximaba a trescientos cincuenta mil habitantes concentrados en su mayoría en las regiones urbanas.

Portugal otorgó, desde 1968, importantes concesiones mineras a compañías extranjeras, para explotar piedras preciosas e hidrocarburos en ciertas zonas del territorioangolano. Entre las corporaciones favorecidas se citan lassudafricanas Anchor Diamond Corporation e Investment Corporation-Bonuskor, así como la Minérios de Ultramar con intereses portugueses, norteamericanos y sudafricanos.

Induscom International, empresa sudafricana, filial de la Bonuskor, se favoreció con la explotación de petróleo en la cuenca oriental de la región de Kuanza, con una participación del 15 % de los pozos en exploración y un 25 % de aquellos por descubrir.

La expansión sudafricana en territorio angolano contemplaba el asentamiento de un millón de colonos en tierras fértiles y un eficiente sistema hidráulico a partir de laconstrucción de la Cunene. Esta gigantesca presa permitió regar trescientos setenta mil acres en tierras angolanas para la ganadería y cultivos, así como bombear agua a la colindante región norte de Namibia, ocupada por el régimen racista.

A partir de esta obra se construiría una hidroeléctrica para incrementar la capacidad de las centrales eléctricas de Matala en la provincia de Huila y de Ruacaná en la provincia de Cunene, para abastecer de electricidad a las ciudades angolanas de Sao Da Bandeiras y Mozámedes.

La expansión económica del imperialismo sudafricano no sufrió grandes reveses hasta el 25 de abril de 1974, cuando un grupo de jóvenes oficiales portugueses dio al traste con cincuenta años de régimen dictatorial en la nación lusitana y anunció sus propósitos de descolonizar sus dominios, entre ellos el territorio de Angola.

El 27 de mayo de 1974, un despacho cablegráfico dePrensa Latina, fechado en Lusaka, publicó declaraciones de un influyente parlamentario sudafricano, quien revivió la vieja aspiración del racismo de crear una comunidad austral integrada por Sudáfrica, Botswana, Lesoto, Suazilandia, Rhodesia, la actual Zimbabwe, Malawi, Namibia, Mozambique y Angola.

Esta declaración fue interpretada, entonces por la prensa africana como amenaza directa al movimiento nacionalista de estos territorios en caso de ceder el gobierno lusitano a la independencia de sus dominios coloniales y las condiciones del Frelimo2así como del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA).

En cuanto a Angola, los racistas se manifestaron de forma más agresiva interviniendo directamente poco antes de la proclamación de la independencia del país, el 11 de noviembre de 1975, las últimas tropas portuguesas abandonaron el territorio. Poco después el rotativo británicoFinancial Timereveló las altas consultas entre el Gobierno sudafricano y sus socios de la Otán3recibiendo el visto bueno en cuanto a su participación en el conflicto.

El régimen racista y los monopolios internacionales no podían perder los ricos recursos minerales y de hidrocarburos, principalmente los recién encontrados en el enclave de Cabinda, territorio bajo la jurisdicción de Angola.

En la mencionada región operaban algunos grupos políticos que, financiados por el capital de las transnacionales y apoyados por Zaire y Sudáfrica, anunciaban en esa época sus pretensiones de separar este territorio para constituir un país supuestamente independiente.

En 1975, el capital extranjero obtuvo unos mil millones de dólares de ganancias en Angola. El consorcio Krupp4 extrajo ese mismo año siete millones de toneladas de minerales de hierro de los yacimientos en Cabinda y la Compañía Sudafricana De Beers extrajo dos millones doscientos mil quilates de diamantes.

Estos intereses demostraron las intenciones reales de África del Sur y sus aliados de la oligarquía internacional de mantener sus posiciones coloniales y en el caso de Angola, la opción fue la invasión militar. Una oportuna ayuda militar hizo fracasar los intentos de malograr el surgimiento de una nueva bandera en el continente africano.

 

El autor

1 Kikongo: llegaron a través del río de Zaire, instalándose al noroeste de Angola; Kalombo: invadieron atravesando el río de Zaire (orillas del lago Tanganyca); Jagas: penetraron por el norte, en 1568; Kassanje y al sur, Nyanekas.

En el siglo XVI pasaron el río Cunene (Altiplano de Huila) asentándose en estas tierras Hereros. En el siglo XVI, provenientes de los grandes lagos de África Central, atravesaron por el extremo este cruzando el altiplano de Bie (desierto de Mozámedes y la sierra de la Chela), Ovambos.

En el siglo XVII abandonaron sus tierras del bajo Kubombo en el Cunene, (Angola), Kiokos.

En el siglo XVIII emigraron de la tierra de Katanga, para atravesar el río Kassai, Lunda, posteriormente al sur.

Kuangares: llegaron en el siglo XIX, año 1840.

2 Frente de Liberación de Mozambique.

3 Organización del Tratado Atlántico Norte.

4 De la antigua República Federal de Alemania (RFA), quien armó al ejército nazi fascista, durante la Segunda Guerra Mundial.

Luanda, la guerra tiene dos caras

Esa es Luanda

A mi lado se encontraba una joven que regresaba de Cuba después de sus vacaciones y aún soñolienta entrea-bría sus ojos. Aproveché la oportunidad de su retorno al estado consciente para preguntarle si faltaba mucho para llegar a Luanda. Se inclinó mirando hacia el espacio y con tono de seguridad me anunció; en unos diez minutos debemos arribar.

Me asomé a la escotilla y solo observé algunas abultadas nubes y en la lejanía una línea parecida a un litoral. El avión inició su lento descenso cuando por el altavoz se escuchó al capitán anunciando en breve el aterrizaje. Fue cuando vi la salida del sol con una gama de fuertes colores entremezclando el rojo anaranjado y el amarillo verdoso con algunos destellos de pálido azul. Un verdadero espectáculo.

Miré de reojo a la joven reconociendo su exactitud, ocasión para informarme algunos detalles de su trabajo en la provincia de Huambo como maestra, y acto seguido me preguntó:

— ¿Esta es su primera visita?

—Sí —le respondí.

—¡Aaah! —fue su escueta respuesta.

Solo pasaron unos minutos y la joven acompañante se estiró de nuevo y enfocando su radio visual al exterior me dijo:

—¡Ahí la tienes!, esa es Luanda.

Miro y me encuentro con unas embravecidas olas chocando contra unos altos farallones y en la lejanía una ciudad.

Hacía unas doce horas volaba en el IL-62 de Cubana con breve escala en el aeropuerto de la pequeña Isla de Sal en Cabo Verde. En esta terminal con despintados bancos de madera, solo merodeaban unos guardias con típicos uniformes de sombreros de plumas y un maltrecho perro de andar lento.

Antes de llegar a esta parada de cuarenta minutos para el reabastecimiento del avión, alguien de los pasajeros dijo en voz alta:

—Estamos de suerte si nos dejan bajar.

La joven, como una entendida veterana, me informó sobre el altercado semanas antes, entre pasajeros de una aeronave sudafricana y un grupo de internacionalistas cubanos al coincidir en la terminal aérea. Pero por suerte, no se veía ninguna nave presente en la pista y esto significaba poder estirar las piernas del agotador viaje antes de proseguir el itinerario. Solo se utilizó el tiempo requerido para reabastecernos y reiniciar el tramo final hasta Luanda.

El avión enfilaba hacia tierra firme sobrevolaba, segundos después, sobre un enjambre de pequeñas viviendas levantadas sin el más mínimo sentido de planificación, sin calles definidas, senderos de tierra estrechos y serpenteantes, calculados para el tránsito de no más de dos personas. Estas barriadas eran conocidas como Los Museques.

Pero en contraste con estas humildes casas construidas con madera, barro y fibra seca, denominada capi, divisé los altos edificios, algunos a medio construir, los cuales flanqueaban amplias avenidas y calles bien trazadas, un anuncio anticipado de la arteria principal de la populosa urbe. La aeronave se deslizó finalmente en la pista. Era la primera vez de pisar tierra africana.

El hueco, campo de entrenamiento

A todos los pasajeros del vuelo nos llevaron a una especie de amplia nave. Todo parecía indicar era la terminal, pero solo de nombre. Observé un amplio recinto sin garitas de control, ni emigración, ni aduanas, ni tiendas como tienen los aeropuertos. Nadie acuñó nuestros pasaportes, nadie preguntó nada, solo habían unos civiles angolanos y militares cubanos.

Como si hubiésemos bajado de un transporte público nos señalaron la puerta de salida del original salón de recepción. Ya anteriormente un oficial cubano nos indicó dónde abordar los ómnibus parqueados en un estacionamiento frente al edificio. No se creó ninguna intriga, porque todos sabíamos nuestro destino, El Hueco, un campamento de instrucción militar en donde los colaboradores reactivaban sus conocimientos, pero a catorce mil kilómetros de Cuba.

Los ómnibus nos llevaron por un camino flanqueado a cada lado por desforestadas extensiones de tierras y aisladas casas, si de alguna forma se puede denominar así a estas chozas de una pobreza extrema. Niños semidesnudos con gran abdomen anunciaban la presencia de parásitos. Estaban descalzos como sus madres y al paso nos miraban con sus tristes ojitos, mientras sus pequeñas manos las movían con cierto temor en señal de saludo.

Hacía años no me enfrentaba a semejante escena. Recordé al principio de la Revolución, en uno de mis periplos como reportero en algunos intrincados lugares de Cuba, imágenes similares a esta terrible estampa, herencia del capitalismo y del colonialismo. Los vehículos se pararon frente a unas garitas a los lados de la entrada del campamento a su vez rodeado de un muro. Alguien dijo; bueno, llegamos a El Hueco. La oficialidad nos esperaba para la bienvenida y darnos las primeras instrucciones.

Recién llegados fuimos ubicados en los albergues y nos designaron las literas y armarios para depositar nuestraspertenencias. Después del desayuno, entregaron el uniforme verde olivo camuflageado y el fusil con sus respectivos cargadores, indumentaria posteriormente convertidaen martirio durante largas caminatas y ejercicios tácticos bajo fuerte sol.

El segundo día se formaron las agrupaciones y un capitán me ordenó dar un paso al frente:

—¡Usted teniente! —dijo con voz autoritaria—, será el jefe —y acto seguido expresó—, póngase al frente de su compañía.

En ese momento fue cuando reaccioné e interioricé de encontrarme en la vida militar y por tanto dejaba de ser un periodista para convertirme en un oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en un país bajo régimen de guerra.

La sorpresa fue mayor cuando me ordenaron dar las voces de mando a mis subordinados, para iniciar los primeros ejercicios consistentes en varias vueltas en forma de trote al obelisco, ubicado en el centro del campamento. Esta fue mi primera odisea en tierra angolana, porque no las rememoraba y aquellas aún en el recuerdo estaban en pleno desuso.

Realmente no sé cómo pude mover la agrupación, pero no pasó mucho tiempo y se me acercó de nuevo el capitán sonriente y en forma respetuosa me dijo:

—¡Teniente!, me da la impresión de estar usted un poco desactualizado.

Y acto seguido me rectificó para una mejor coordinación con los subordinados. Fue mi primer contacto con la rectitud y la camaradería castrense en el campamento.

Los entrenamientos eran rigurosos y exigentes, pero los oficiales a cargo del centro se mostraban más como compañeros de armas, que como jefes curtidos por años en la vida militar. Fue en las horas de descanso y durante las comidas, donde pude conocer a mis subordinados, todos eran constructores menos un económico también del mismo sector.

Realmente, gracias a la calidad de estos hombres, su compañerismo y buena disposición no pasé grandes dificultades para llevar adelante este cargo por veinte días. Como en años anteriores, en otras unidades militares, era uno más en un grupo de seres humanos reunidos por azar en el cumplimiento de un deber con la patria y con nuestros ideales. Me sentía bien y esto alivió en gran parte el régimen de rigor impuesto por las circunstancias, reviviendo los años de peligro e incertidumbre cuando la Crisis de Octubre y las movilizaciones en la primera década de la Revolución.

Para hombres como yo, perteneciente al trabajo intelectual, la jornada era agotadora: toque de diana a las seis dela mañana, ejercicios en áreas del obelisco antes del desayuno, interminables jornadas compartidas entre largas marchas o entrenamientos tácticos de infantería. También se programaban sesiones de tiro con las armas del reglamento, fusiles AK.

La instrucción militar estuvo a cargo de un oficial del ejército, un tanquista que perdió su transporte por un morterazo y fue asignado provisionalmente como instructor en la infantería. Bonachón, buen compañero, contaba las odiseas y sus experiencias en la guerra o más bien su jugueteo con la muerte, con gracia y cierto humor negro provocando entre nosotros estallidos de risas.

Cuando hacíamos un alto para descansar, nos refugiábamos bajo un solitario árbol de gran dimensión y desbordante follaje, fiel estampa de su longevidad. Fue durante estos descansos cuando surgían las historias, el buen humor y se propiciaba conocerse uno a los otros con sus individuales historias. Era realmente admirable la cultura política de estos trabajadores y el poder de sus análisis en cuanto al panorama internacional y nuestra posición solidaria en Angola.

Se hablaba de diferentes tópicos, no así de los relacionados con la vida familiar o el tema de la muerte. De esta situación me percaté durante mi visita a diferentes lugares donde se encontraba la colaboración. La probabilidad de un desenlace fatal durante nuestra estancia no era tanto la preocupación como el hecho de ser enterrados en Luanda, hasta el traslado definitivo a Cuba. Era evidente la ausencia de este asunto, posiblemente respondía a un sistema de autodefensa para evitar cualquier resquebrajamien- to de la moral.

A los pocos días del entrenamiento había reactivado todos los conocimientos de mis anteriores escuelas de instrucción. Me di cuenta de la importancia de la preparación militar, aunque no las adopte como profesión, porque uno nunca sabe cuándo tendrá necesidad de ejercerla. Bajé de peso y me sentía más ligero, los ejercicios cotidianos me generaban más fuerza y estaba curtido por el sol. Era otra persona. Así pasaron los días hasta llegar al final de nuestra estancia en El Hueco. Diplomas, reconocimiento a los méritos, palabras por parte de la oficialidad. El propio director del periódico Verde Olivoen Misión Internacionalista, Roberto Torres, nos fue a buscar en un auto a las puertas del campamento. Cuando pasamos por la garita, la posta nos hizo el típico saludo militar y les aseguro que me sentí como un verdadero soldado.

 

 

 

Compañía de constructores en el entrenamiento en El Hueco.

 

 

 

Antiguo campo de tiro de la Otán. El autor del libro; el fotorreportero René Calvo y el locutor de Radio Rebelde, Douglas Fernández.

 

Crónica mal interpretada

El recorrido hacia el predio destinado a nuestro alojamiento nos permitió observar por primera vez Luanda, la capital de Angola. Esto me motivó a publicar una crónica enVerde Olivoo más bien mis primeras impresiones sobre la urbe sin tener en cuenta otras apreciaciones.

Era domingo en la mañana. Había poco movimiento y aprecié la tranquilidad de esa ciudad a pesar de lo convulsionado del país. Este primer trabajo titulado Luanda, Carta de Presentación, provocó grandes críticas, en su totalidad negativas. Posiblemente los días en El Hueco traicionaron mi percepción.

El jefe de Redacción tan responsable como yo de la publicación en sus páginas me expresó:

—¡Oye!, nos van a linchar.

—¿Por qué? —pregunté incrédulo.

—Me interrogaron si habías arribado de Marte o eras un débil visual —sonriendo me respondió.

Al principio no entendía la razón de tal rechazo a una crónica reflejo de lo palpable. Era una estampa o el primer vistazo, por calificarlo de alguna forma, de un recién llegado a la capital de un país. Pero solo bastó unos días para comprender el sentido de tanta crítica a un trabajo periodístico, porque los colaboradores no lo interpretaron como una imagen sino más bien como un todo.

El hecho descriptivo evidentemente quedaba opacado ante vidrieras sin mercancías, prolongados apagones convertidos en días por los reiterados sabotajes a torres eléctricas de alto voltaje. La escasa recogida de basura provocaba en el ambiente un olor nauseabundo que, unido a la ausencia del transporte público y otras vicisitudes, creaban las condiciones para rechazar cualquier ti- po de visión positiva.

A esta deplorable situación se le unía la inexistencia de espectáculos culturales limitados por los toques de queda a medianoche. En fin, algo similar a un confinamiento con escasas libertades reglamentadas por imperativos de la guerra.

La única ventaja de la polémica crónica fue mi rápida inclusión entre los colaboradores, pues me hizo popular. Un día se me ocurrió decirle a uno de los atacantes:

—Mira, todo depende del cristal con que se mire.

Y con una sonrisa socarrona respondió:

—Pues te aconsejo que le des una buena limpieza a tus cristales porque deben estar bastante empañados.

La controvertida crónica iniciaba de la siguiente forma: Luanda es una bella ciudad con confortables edificaciones, amplias avenidas y una urbanización ejecutada con los más exigentes conceptos de la arquitectura moderna. Es indiscutible, el colonialismo portugués nunca pensó retirarse de esta sufrida tierra angolana y para ello acomodó su estancia haciendo uso de todos los recursos disponibles para convertirla en una urbe placentera.

Elevados hoteles de sólidas estructuras se alzan en el centro sin nada que envidiarles a los de renombradas ciudades europeas. Una cadena de estas edificaciones mira hacia el mar donde se extiende el malecón de la capital. Esta ancha vía finaliza en La ilha,5 una extensa playa muy frecuentada por la población y entre los cubanos. Al transitar por la avenida se puede apreciar un complejo de lujosas construcciones, algunas de propiedad horizontal, con sus penthouses y sus amplias terrazas.

Luanda es por tanto una ciudad a la semejanza de las modernas urbes sin ninguna diferencia, pues inclusive cuenta con numerosos restaurantes, teatros, comercios y clubes. La red de ventas se caracteriza por tiendas de diferentes propósitos y pequeños establecimientos agrupados en algunos de los bulevares.

La mermada potencialidad comercial de Luanda, al estilo de la sociedad de consumo, se diferenciaba de la época colonial debido al reordenamiento de los recursos dirigidos en primer lugar, a resolver los serios problemas provocados por el atraso y la guerra, que dejaban casi en cero el consumo interno.

A simple vista se advierte el cambio en la sociedad angolana con relación al anterior régimen en su política económica. El recién llegado a esta capital apreciará el reflejo de un país en tránsito a su liberación definitiva, sin discriminación ni explotación y en busca de una mayor equidad.Esto se aprecia en mensajes con consignas populares pintados en ciertas fachadas, algunas inscriptas en los propios establecimientos de los antiguos propietarios portugueses ausentados del país por la situación imperante.

También como mensaje de los nuevos tiempos frente a una distinguida tienda se eleva un monumento con una tanqueta soviética, símbolo del internacionalismo ubicada en la conocida Avenida de Kinaxixi, apodada por los cubanos como La Rampa angolana. Esta avenida en pendiente muy transitada a primeras horas de la mañana y al caer la tarde con notable afluencia de tránsito en estos horarios, tiene mucha semejanza con nuestro centro cultural y comercial de nuestra Habana.