Monstruos encubiertos - Diana F. Dévora - E-Book

Monstruos encubiertos E-Book

Diana F. Dévora

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Beschreibung

Segunda parte de la serie Monstruo busca monstruo Tres meses después del asalto a las Madrigueras, Summer y sus compañeros reciben el encargo de buscar a unas personas desaparecidas. Para localizarlas deberán infiltrarse en Nueva Esperanza, un internado donde estudian los hijos de la élite de Adrax y en el que últimamente parecen haberse producido varios sucesos extraños. Y lo más raro de todo no es la misión, sino el cliente que se la propone. Al investigar lo que ocultan los pasillos del colegio, el grupo averiguará cosas sobre sus amigos y también sobre sus rivales. Pero puede que al mismo tiempo descubran secretos que preferirían dejar enterrados y, poco a poco, se encuentren con más de un monstruo encubierto.

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Seitenzahl: 484

Veröffentlichungsjahr: 2022

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© de la obra: Diana F. Dévora, 2021

© de las ilustraciones: Diana F. Dévora, 2021

© de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L.

c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid

[email protected]

www.nocturnaediciones.com

Primera edición en Nocturna: septiembre de 2021

ISBN: 978-84-18440-15-1

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Para mi abuelo Luis,

del cual aprendí que nunca hay que perder el humor.

AGRADECIMIENTOS

A Aurora por todo su apoyo y su infinita paciencia, y por ser mi alfa reader con mayúsculas.

A Yohana, Nuria, Sara, Valentina, Paloma, Nadia, Didi y David, porque sus observaciones me han ayudado a mejorar la historia.

A mis queridos lectores: Alex, Ita, Irene Roga, Mado, Fidjie y muchos más, cuyos comentarios han sido mi combustible en este viaje.

¡GRACIAS!

MONSTRUOS ENCUBIERTOS

00

Prólogo

En aquel pequeño cuarto no hacía calor y, a pesar de ello, el sudor se deslizaba por su nuca. El miedo era el causante, miedo ante una situación que no comprendía y a la que no encontraba explicación posible.

Aquel lugar también olía a sangre. La misma que surcaba su rostro amoratado, la que atoraba sus fosas nasales dificultándole la respiración e impregnaba su boca, haciendo que a cada bocanada, a cada intento de musitar palabra, saboreara su regusto férreo.

Irina se echó a temblar, y de nuevo la temperatura no tuvo nada que ver con ello, sino el temor y la confusión ante los actos de su torturador. Este tenía la misma cara que aquel al que ella consideraba un compañero, un amigo… Y, en cambio, se comportaba como un auténtico desconocido.

Cuando vio aquella pistola apuntando directamente a su frente, no pudo más y se derrumbó. Lágrimas de desesperación escaparon de sus ojos, no pudo retenerlas más.

—Por favor… —suplicó—. Por favor, Neon, no lo hagas.

Pero la única respuesta que obtuvo de él fue una mirada vacía de pupilas dilatadas, como dos oscuras islas en el centro de sus fríos iris azules. Cuando apretó el gatillo, un fuerte chasquido retumbó en las paredes del cuarto. La punzada de terror sacudió a Irina de tal modo que hizo traquetear la silla en la que se hallaba atada.

Comprendió que, si seguía viva, era gracias a que el arma estaba descargada, pero aquello no le proporcionó alivio ninguno. Tampoco suavizó el horror de descubrir que su propio compañero estaba dispuesto a asesinarla.

01

El cliente

—Joder, encima hay atasco —protestó Summer, contemplando el desalentador panorama que acontecía al otro lado del parabrisas. Filas de vehículos que apenas se movían bloqueaban los tres carriles de la calzada en la que se encontraban—. En serio, Aidan, no entiendo qué pintamos nosotros en esa reunión.

—¿Otra vez, Summer? Son exigencias del cliente. Si quiere reunirse con todo el grupo antes de cerrar el trato, se le da el capricho. —Su jefe, sentado a su lado en los asientos delanteros de la furgoneta, la miró al preguntarle—: ¿Por qué te cuesta tanto comprenderlo?

—¿Y no podías enseñarle una foto? —Ella resopló aburrida.

—Será que quiere comprobar el género en persona antes de comprarlo —bromeó Akira desde la parte trasera, donde viajaba junto a Zoe y Yade. Habían quitado las pantallas y ordenadores del equipo de vigilancia, ya que no lo iban a necesitar aquella tarde. En su lugar, habían colocado una segunda fila de asientos.

En ese momento, Aidan se giró hacia él, pero retuvo lo que fuera que iba a decirle y volvió de nuevo la vista al frente con una media sonrisa que a Summer no le pasó desapercibida.

—Uy, uy… ¿A qué viene esa sonrisilla? —le preguntó la joven con gesto receloso.

—A nada, me ha hecho gracia el comentario.

—¿Ese chiste malo…? Y una mierda —descartó ella, y frunció aún más el ceño—. ¿Qué estás tramando?

Pero su jefe la ignoró para dirigirse a Will, que llevaba el volante.

—Will, gira por aquí. Ya casi estamos —le indicó, aprovechando que habían avanzado lo suficiente para llegar a un cruce y escapar de aquel atasco.

En ese punto, Akira se contagió de la desconfianza de Summer.

—Oye, Aidan, no irás a jugárnosla otra vez, ¿no?

—A ver, os he dicho que íbamos a una reunión con un cliente y eso haremos —insistió este.

—¿Y ese cliente sólo nos ha contratado a nosotros? —preguntó Akira.

—Nos quiere contratar sólo a nosotros, así es.

El mercenario abrió la boca con intención de seguir insistiendo, pero Zoe le interrumpió:

—Ah, déjalo, Akira. Si nos vamos a acabar enterando tarde o temprano.

—Más bien tarde… —murmuró Summer.

Yade, que había permanecido callado y expectante todo el tiempo, se limitó a encogerse de hombros cuando su compañero le miró interrogante.

En ese momento, la furgoneta se detuvo frente al garaje de un pequeño almacén cuyas ventanas, cubiertas de pintura blanca, no dejaban ver el interior. No había ningún rótulo que indicara la actividad a la que estaba dedicado. De hecho, parecía en desuso. Esta impresión fue confirmada por los carteles que cubrían la fachada, en los que se podía leer: «SE ALQUILA».

Aidan marcó un número en el móvil, dejó que el timbre de llamada sonara un par de veces y luego colgó. A los pocos segundos, la puerta del garaje se abrió permitiéndoles entrar. Will aparcó junto al único vehículo que había allí: un todoterreno de color negro que el grupo reconoció al instante.

—No me jodas… —dijo Akira entre dientes—. Otra vez, no.

—Vamos, chicos, salgamos. —Aidan les instó a todos, pero en especial a Summer, pues era la que quedaba entre él y la puerta del copiloto.

La joven bajó de la furgoneta, no sin antes dirigirle una afilada mirada.

—Justo cuando creía que no podías ser más cabronazo…

Yade abrió la puerta corredera y salió también, seguido de Zoe. Mientras Aidan y Will se reunían con ellos, la única puerta interior que había en aquel garaje se abrió para dar paso a alguien que conocían muy bien: Rayo Negro.

Zoe avisó a Akira con una palmadita en el hombro, ya que este seguía en el interior del vehículo dando pequeños golpes con la frente al reposacabezas del asiento delantero. El mercenario, al ver que todos sus compañeros ya estaban fuera, y con el maldito Rayo Negro delante de sus narices, no tuvo más remedio que mantener la compostura y reservar las ganas de matar a Aidan para más tarde.

—Bienvenidos —les recibió el joven de pelo blanco. Hizo ademán de acercarse a ellos, pero Summer le hizo un alto con la mano.

—Quieto ahí, gilipollas.

—Por favor, haya paz… —intercedió Aidan. Como Rayo se había quedado paralizado, se acercó él mismo para estrecharle la mano que este, tímidamente, le tendía.

—Por aquí —les indicó el joven, y se volvió de nuevo hacia la puerta por la que había venido.

Mientras contemplaban cómo Aidan seguía a Rayo Negro hacia el interior de la estancia contigua, todos se preguntaron lo mismo, pero sólo Zoe se animó a verbalizarlo:

—¿De qué va esto?

—Ni idea, pero yo quiero enterarme —dijo Will, y tanto él como Yade siguieron los pasos de su jefe.

Sólo los tres compañeros de batalla permanecieron en el garaje, fijos como estatuas, salvo para intercambiar miradas de recelo e indignación entre ellos.

—¡Es para hoy! —les gritó Aidan desde la otra habitación.

—Ah, qué coño… —Summer suspiró hastiada. Comprendiendo que no iban a llegar a ningún lado quedándose allí, y en parte también víctima de la curiosidad, se puso en macha.

Al caer Summer, Zoe fue detrás. Y, como solía pasar, a Akira no le quedó otro remedio que dejarse arrastrar por la corriente que siempre se formaba entre sus dos compañeras. No sin antes maldecir a Rayo Negro por lo bajo.

Entraron en aquella estancia iluminada por una tenue luz, completamente vacía a excepción de una larga mesa de reuniones en la que una oscura y finísima pantalla plana descansaba en el extremo más alejado. Rayo Negro y Conor les esperaban de pie junto a dicha pantalla. Aidan, Yade y Will, en cambio, se habían sentado a la mesa.

Summer pudo sentir cómo los ojos de su enemigo se clavaban en ella al cruzar el umbral de la puerta, pero al sostenerle la mirada, este la apartó enseguida. Lo cual, inevitablemente, provocó que todos los pensamientos, preguntas y recuerdos que tanto se había forzado por ignorar en los tres meses que habían pasado desde su último encuentro acudieran a ella como una avalancha.

Y en cuestión de un segundo, todo aquello que no llegaba a comprender y tanto le frustraba pasó por su cabeza: el cambio de actitud de él, su última conversación…

El maldito beso.

Sin embargo, no era el momento. Apretó los dientes para contener las ganas de largarse de allí y fue a sentarse al lado de Aidan, evitando mirar al culpable de su irritación.

—Bien, esta es mi oferta… —anunció Rayo cuando todos se hubieron sentado, y pidiéndole a Conor el maletín que este portaba, lo colocó sobre la mesa para mostrar su contenido: varios montoncitos de billetes de doscientos euros colocados en perfecto orden—. Trescientos mil euros por adelantado, como pediste.

Excepto Aidan, todo el grupo parpadeó ante la visión de los billetes. De entre todo lo que podían haber esperado de aquel inesperado encuentro, que su rival fuera a ponerles un maletín lleno de dinero ante las narices ni siquiera entraba en la lista de posibilidades.

—Además de esto… —Rayo sacó del bolsillo interior de su chaqueta un sobre que le entregó a Aidan—. Son algunas concesiones más.

—Ah, sí. La tregua que me comentaste —se acordó este.

—Sí… Eh… ¿No se lo has contado? —preguntó al advertir que el resto del grupo los observaban de hito en hito.

—Quería dejarte a ti el honor —le sonrió Aidan.

—Ah, qué bien. —Rayo sonrió a su vez, pero con muchas menos ganas por enfrentarse a las miradas intrigadas de todos ellos—. De acuerdo… De todas maneras, quería explicaros la situación en persona.

—Pues venga, explica —le instó Summer.

Rayo Negro carraspeó.

—Veréis, hace poco recibimos un encargo bastante sencillo. Os lo explicaré con detalle si llegamos a un acuerdo, pero, de momento, lo que puedo deciros es que mandé a Irina y a Neon a que se ocuparan de ese trabajo. La investigación avanzaba de forma normal hasta que hace dos días… —su ceño se frunció en un gesto de preocupación—dejaron de dar señales.

Yade y Will fueron los únicos que parecieron conmoverse ante la noticia. El resto eran caras impasibles.

—Los hemos buscado por la zona donde estaban investigando, pero es complicado. Necesitamos infiltrarnos en el lugar para rastrearlo a fondo. Y por eso necesito vuestra colaboración —concluyó, mirándoles a todos hasta fijar la vista en Aidan.

—Esto ya es el colmo… —murmuró Akira—. Aidan, cada día te superas.

—Como le he dicho a vuestro jefe, no sólo pienso pagaros lo que me ha pedido —continuó Rayo—, sino que ofrezco también una tregua definitiva entre ambos bandos. Es decir, se acabó la competencia por mi parte. No aceptaré ningún trabajo relacionado con vosotros, incluso si se trata de uno que hayáis perdido.

Ante eso, las expresiones del grupo se debatieron entre la desconfianza y la incredulidad.

—Por supuesto, esto implica también que no habrá más enfrentamientos —subrayó el joven—. A no ser, claro, que sea en defensa propia. Y… ¿se me olvida algo? —preguntó dirigiéndose a Aidan, el cual iba repasando lo que estaba escrito en aquel papel.

—Sí, lo de las tarifas…

—Ah, sí. Vuestro jefe insiste en que si nos contratan más es porque somos más baratos. Así que igualaremos nuestras tarifas a las vuestras.

—Y lo de los móviles —añadió el aludido.

—Tarifas de teléfono gratis y terminales de última generación para todos cada año, cortesía de Adrax Comm.

Summer emitió un silbido de admiración.

—Joder, Aidan, poco más y consigues que te haga un favorcito… —soltó—. Oh, espera, no me digas que es lo que viene a continuación.

Rayo Negro contuvo las ganas de responder de malas maneras. Por mucho que le hubiera ofendido aquel comentario, no podía permitirse saltar a la mínima provocación y arriesgarse a perderlos. Eran su única baza si quería tener alguna posibilidad de encontrar a Neon e Irina pronto.

—Escuchad, no intento disimular lo desesperado que estoy. El tiempo corre y sólo puedo recurrir a vosotros. Pero eso sí, os debo aclarar una última cosa. —Volvió a mirarles—. Si aceptáis, yo coordinaré la misión.

—De acuerdo, nos queda claro. Gracias, Rayo —intervino Aidan—. Y ahora, si nos permites, tenemos que hablarlo.

—Bien, os dejo a solas —dijo, e hizo una seña a Conor para que cogiera el maletín. Después ambos salieron de la sala y cerraron la puerta.

—Estará muy desesperado, pero no te creas que deja aquí el dinero, no vaya a ser… —comentó Will. Después, mirando a Aidan, le dijo—: Oye, jefe, ¿es tarde para incluir algunos canales de pago en ese pack?

Aidan ignoró la pregunta y, tras ponerse en pie, se dirigió a todos.

—Bueno, sé que se trata de un asunto muy delicado, así que no me interpondré en vuestra decisión. Votadlo o lo que sea que prefiráis hacer.

—Tienes que estar de coña. En serio, no puedo creerlo, Aidan —saltó Akira con una afilada sonrisa que mediaba entre la decepción y el cabreo mayúsculo—. No puedo creer que nos estés preguntando si queremos trabajar no con ese cabrón, sino para ese cabrón… —bufó, meneando la cabeza—. Antes me corto los hue…

—Akira, te sugiero que lo pienses —le dijo Aidan en tono reconciliador—. Si queremos librarnos de ellos, lo mejor es aceptar y poder optar a la tregua que nos ofrece Rayo. En general, su trato me parece…

—¡No, joder! —Harto de todo aquello, el mercenario interrumpió a su jefe dando un sonoro golpe en la mesa—. Yo no voy a hacerlo y me da igual cómo te pongas. Que le jodan y se solucione el problema él solito. A lo mejor con suerte desaparece él también… —Y volviéndose hacia Summer, buscó el apoyo de esta—. Tú estás conmigo, ¿no?

Pero, sin mediar palabra, la joven se levantó de la silla y salió de la habitación dejando a sus compañeros confusos. El ruido que provocó al cerrar de nuevo la puerta alertó a Rayo, que estaba en ese momento hablando con Conor. Summer apreció cierta inquietud en su mirada cuando se acercó a él.

—Quiero hablar contigo —le dijo, y al ver que Rayo le pedía a su empleado que les dejara a solas, añadió—: No hace falta, va a ser rápido.

—Te escucho —contestó él, preparándose para recibir esa negativa que sabía que iba a llegar de la forma más cruel posible. Desde que se había visto contra las cuerdas en aquel asunto y se le había ocurrido la idea de acudir a sus rivales, había temido que ellos no sólo se negaran, sino que hicieran escarnio de su desgracia. Sin embargo, no iba a permitir que el orgullo le arrebatara la mejor opción de encontrar a sus compañeros.

Había puesto todas las cartas sobre la mesa. Si no funcionaba, trataría de conservar la dignidad y tragarse las consecuencias de más de un año de hostilidades y enfrentamientos.

—Necesito saber algo, con un sí o un no me vale. No quiero putos detalles, ¿entiendes? —declaró Summer.

Aquello le pilló de improviso. Estaba muy lejos del «vete a tomar por el culo» que esperaba oír. Aunque era pronto para respirar aliviado, pues aquella petición, en el fondo, le inquietaba incluso más que cualquier negativa o insulto que pudiera imaginar.

Y, aun así, contestó:

—De acuerdo.

—La última vez que nos vimos, la noche de las Madrigueras —comenzó la joven, provocando que su nerviosismo se disparara al rememorar la noche en cuestión.

Concretamente, el momento en que ella estalló revelándole lo profundas que eran las heridas que él mismo le había hecho. Pero lo más importante era que se había dado cuenta de que él y sólo él era el culpable de que hasta entonces su relación hubiera ido por el camino de la enemistad, que había sido el principal instigador que la había empujado hasta traspasar las fronteras del odio. Y ahora que había descubierto sus sentimientos hacia ella, lamentaba con toda su alma encontrarse en aquella situación…

Absolutamente perdido y sin la más mínima esperanza de que algún día pudieran empezar de nuevo.

—¿Fuiste tú quien me sacó del agua?

Ahí estaba, la ansiada pregunta. Una velada forma de saber hasta qué punto estaba en deuda con él que no le pasó inadvertida. En realidad, ambos le debían la vida al Domine, pero ella había dejado claro que no quería detalles, así que no dudó en aprovechar tal circunstancia.

—Sí.

Leyó en su ceño fruncido que no le había agradado la respuesta. Pero Summer no dijo nada más. La vio volverse y regresar con sus compañeros.

—Gracias por recibirnos, señor director.

Entraron en aquel despacho, abarrotado de libros, trofeos y un montón de recuerdos pertenecientes a un señor ya entrado en años como era el director Olivier. El hombre les invitó a que tomaran asiento frente a su escritorio y, después, él hizo lo mismo, acomodándose en su sillón reclinable.

—De modo, señor Rivers, que esta encantadora señorita es su hija —dijo, mirando a la chica sentada frente a él.

—Sí, señor. Le presento a mi hija Sandra.

—Encantada —saludó ella.

—Aquí pone que tienes dieciséis años, ¿no, Sandra? ¿Estás en último curso? —preguntó el director tras ojear los papeles que había en la mesa.

—Así es, señor.

—Bien… La verdad es que ya está todo preparado para el traslado, pero… —Olivier alzó los ojos hasta el padre de la chica—. Antes de eso, me gustaría saber la razón por la cual cambia a su hija con el curso ya empezado. ¿No habría sido mejor dejar que terminase los estudios en su otro colegio?

Zoe miró al hombre que tenía al lado y que se estaba haciendo pasar por su padre, intrigada por cómo actuaría, ya que jamás había tenido la oportunidad de verle en acción. Pero, como había supuesto, Aidan contestó con naturalidad, desenvolviéndose en su papel como si lo llevara haciendo toda su vida:

—Creía que ya estaba todo acordado, señor Olivier. Incluso ha aceptado la donación que les he hecho con tanta amabilidad.

—Oh, no se preocupe por eso, señor Rivers. Se la devolveremos si quiere —respondió el director, y en sus ojillos astutos parapetados detrás de aquellas gafas se podía leer claramente que aún podía cambiar de parecer y quedarse tan tranquilo—. Es sólo que siempre miro por el bien de los chicos y, siendo el último de curso de Sandra, lo mejor sería que se graduara en su antiguo colegio.

—Pero yo… —trató de hablar ella, pero su jefe la detuvo poniéndole una mano sobre la suya.

—Es muy simple. Como le dije, mi mujer y yo nos hemos mudado a Adrax desde Boston y, por supuesto, no podemos estar separados tanto tiempo de nuestra querida hija —explicó Aidan, y acarició con suavidad la mejilla de Zoe.

La chica no pudo más que reconocer que su jefe también sabía mentir muy bien. De hecho, mentir era algo que sus compañeros hacían con una facilidad pasmosa. En cambio, a ella le costaba un gran esfuerzo. Aunque sin llegar al extremo de Yade, que parecía tener nula capacidad para ello.

El director entrecruzó sus manos mientras les observaba a ambos.

—Pero, al fin y al cabo, esto es un internado; tampoco es que vaya a poder ver a su hija muy a menudo.

Aidan suspiró, inclinó la cabeza y miró a Zoe.

—Sandra, ¿te importa esperar fuera un momento?

—Claro —contestó enseguida, pese a que la petición le sorprendió un poco. Salió del despacho y se encontró de nuevo en la sala de espera ante la mirada imperturbable de la secretaria del señor Olivier.

Al cabo de unos minutos, empezaba a preguntarse qué estaría ocurriendo en aquella habitación cuando la puerta se abrió, y tanto Aidan como el director salieron del despacho, sonrientes y estrechándose la mano.

—No se preocupe, señor Rivers. Aquí cuidaremos bien de ella, se lo aseguro —decía el hombre.

—Muchísimas gracias —respondía Aidan.

Entonces los ojos del señor Olivier se encontraron con los suyos, y Zoe percibió en aquel rostro arrugado una mezcla de lástima y conmoción a partes iguales.

«A saber qué le habrá contado».

—Susan, que alguien recoja el equipaje de la señorita y lo lleve a su habitación —le pidió el director a la secretaria.

—Claro, señor. ¿Quiere que me encargue de enseñarle las instalaciones? —se ofreció la mujer.

—No, yo mismo lo haré —contestó, y alargó una mano para indicarles la salida—. Acompáñenme, por favor.

Cuando llegaron al amplio y lujoso recibidor de estilo clásico, Aidan se despidió de ellos.

—Bueno, yo debo irme ya. Señor Olivier, ha sido un placer. —Le estrechó otra vez la mano y luego se volvió hacia Zoe—. Adiós, cariño. Pórtate bien. —Le dio un beso en la mejilla y un abrazo con un tinte algo melodramático.

Tras la despedida, Zoe siguió a Olivier en su ruta hacia el pabellón dedicado a las habitaciones de las alumnas. El hombre fue explicando la disposición y utilidad de unos edificios que ella ya se había aprendido de memoria. Después, empezó a enumerarle las normas más importantes y, por último, se le llenó la boca de orgullo hablando de los logros que algunos antiguos alumnos habían conseguido.

—Es una pena que no hayas sido alumna nuestra desde el principio, Sandra —comentó—. Tus calificaciones son extraordinarias.

«Sí, y falsas», pensó. Aunque la verdad es que siempre se le dio bien estudiar.

Se detuvieron nada más entrar en el pabellón de alumnas, cuando una mujer cargada con unas cajas les salió al paso.

—Oh, señor Olivier. Buenos días —dijo la mujer, dejando las cajas sobre una mesa y mirando a Zoe con ojos curiosos—. ¿Es la nueva alumna?

—Sí, María. Ella es Sandra Rivers. ¿Puedes acompañarla a su habitación?

—Por supuesto —sonrió la mujer.

—Sandra, ella es María, la supervisora del ala de alumnas. Para cualquier asunto sobre la habitación o cualquier cosa que necesites, acude a ella o al bedel.

Zoe asintió y el hombre volvió a mirarla con esa cara compasiva de antes mientras le ponía una mano en el hombro.

—Sandra, no te preocupes, enseguida te encontrarás a gusto aquí. Este es un colegio muy decente. Aquí no permitimos que pasen ciertas cosas. Y si tienes algún problema, no dudes en venir a verme, ¿de acuerdo?

Zoe titubeó, reafirmándose en lo que había pensado antes sobre Aidan. Desde luego, no tenía ni idea de qué le habría contado a aquel pobre hombre, pero se lo había tragado por completo.

—Sí, señor.

—De acuerdo, pues ya nos veremos. Ha sido un placer.

El director se despidió con una sonrisa y tomó el camino de vuelta a su despacho. Zoe se quedó a solas con María, quien la llevó hasta su habitación y le recordó de nuevo las normas sobre el uso de las instalaciones. Como ya estaba aburrida de normas, Zoe se permitió dejar vagar sus pensamientos y, aprovechando que recorrían el pasillo de la primera planta, echó un vistazo por las ventanas que daban al patio exterior. Había un parque con un bonito jardín, rodeado del resto de edificios que constituían aquel internado.

Aunque aquel lugar no se parecía en nada a los otros colegios donde ella había estudiado, al ver a los alumnos allí, enfrascados en sus libros o en sus conversaciones, le invadió cierto aire nostálgico.

«El instituto».

Ella no llegó a terminarlo. Poco importó si era buena o si era mala… Simplemente, no pudo seguir.

«Maldita sea, ¿cómo he acabado metida en este lío?», se preguntó, aunque sabía muy bien la respuesta, siempre solía ser la misma.

Summer.

Ella y Aidan tenían facilidad para acabar saliéndose con la suya. Si encima se ponían de acuerdo en algo, podían mover montañas.

Pero en esta ocasión lo que le intrigaba no era el cómo, sino el porqué.

Recordaba el desconcierto que había sentido cuando Summer regresó a aquella pequeña habitación donde el grupo se había quedado deliberando la propuesta de Rayo y les dejó a todos boquiabiertos.

—Antes que nada, quiero dejar clara una cosa. —La vio encararse a Aidan con ese arrojo tan característico suyo—. La próxima vez que nos hagas una encerrona de estas, sobre todo si Rayo tiene algo que ver, no cuentes conmigo. Y me importará una mierda lo mucho que esté en juego el futuro del grupo o la vida de tu abuela… Lo digo en serio, Aidan, te dejaré tirado sin pensármelo.

—Y estarás en tu derecho —le concedió su jefe.

—¿Ves? —intervino Akira—. No soy el único que…

—Cállate, Akira —le cortó Summer, alzando la palma de la mano hacia él. El aludido se quedó tan confuso que obedeció sin protestar—. No he terminado… —Y a continuación dijo lo que nadie se esperaba—: Acepto el encargo.

—¡¿Qué?! —Tanto la propia Zoe como Akira reaccionaron a la vez, pero mientras que en su caso la exclamación fue de absoluta sorpresa, en el de su compañero alcanzaba cotas de indignación.

—Pero ¿tú qué te has fumado? —espetó el hombre a la par que hacía círculos con el dedo ante su sien—. ¿En serio vas a dejar que ese te dé ordenes?

—¿Ese es todo tu problema? Estate tranquilo, que no te va a pedir que le hagas un striptease —replicó burlona la joven.

—Eres la hostia, Summer.

—Y tú eres idiota si no te das cuenta de que le tenemos pillado por los huevos. Es él el que nos necesita, no podrá permitirse el lujo de ponerse gallito —señaló ella—. Piénsalo. Si te hubieran dicho que con un solo trabajo ibas a librarte por fin de ellos y, ya de paso, cobrar una pasta, ya hubieras firmado.

—No, no de esta manera —negó Akira. Los músculos de su mandíbula se tensaron de rabia.

En ese instante, Aidan interrumpió la discusión:

—Vale, como quieras. Nadie te obliga. ¿Los demás qué habéis decidido?

Mientras Will y Yade accedían a participar en la misión, Zoe contempló la decepción reflejada en el rostro de su robusto compañero. En parte se sentía contagiada del mismo sentimiento. Le entendía muy bien. Quizás era, de todos, quien más le había visto sufrir el tiempo que había pasado lesionado, había sido testigo del miedo y rencor que sentía hacia Rayo Negro. Aunque no compartía estos sentimientos con la misma intensidad. Sin embargo, al igual que Akira, estaba convencida de que, en cuanto a odio, Summer le llevaba ventaja. Por esa razón se había quedado igual de atónita ante su decisión, por eso comprendía que su amigo se sintiese traicionado.

Y de ahí que se odiara a sí misma por lo que se disponía a hacer.

—Yo también acepto —dijo cuando llegó su turno, evitando mirarle. No se creía capaz de sostener su desengaño. Sólo esperaba que, cuando se le pasase el enfado, Akira comprendiera que había escogido la opción más beneficiosa para el grupo.

—Lo siento, Akira. La mayoría manda —le advirtió Aidan—. Tú puedes quedarte fuera si quieres, pero ten en cuenta que no recibirás beneficios.

—Me la suda. Haced lo que queráis —másculló, y se cruzó de brazos.

Mientras Akira se sumía en un mutis, Aidan llamó a Rayo Negro. En cuanto este y Conor volvieron a la habitación, les dio la noticia.

—Aceptamos.

Zoe pudo ver que Rayo abría un poco más los ojos ante la decisión y miraba fugazmente a Summer, que había vuelto a tomar asiento. Era lógico. Si incluso a ellos les había sorprendido, cómo no iba a extrañarle a él, su rival.

—Puedes contar con todos nosotros, salvo con Akira, que ya está ocupado con otro trabajo —mintió Aidan—. Espero que no sea inconveniente.

Por la expresión que puso Rayo, era poco probable que se hubiera tragado aquella excusa, y menos aún después del bufido que emitió Akira, pero no pareció darle importancia.

—De acuerdo —contestó Rayo Negro, y preguntó a continuación—: ¿Empezamos?

Aidan le instó con un gesto antes de sentarse junto al resto del grupo. Rayo encendió la pantalla que había al fondo de la habitación y la sincronizó con su móvil. En cuestión de segundos, la foto de un hombre de mediana edad, con ligero sobrepeso y unas pronunciadas entradas, se mostró en la pantalla.

—Como os comentaba antes, a principios de mes recibimos el encargo de este hombre: Carlos Berri. Quizá le conozcáis por ser dueño de varios negocios en el sector turismo y tener una fortuna considerable.

—Pues claro, el amigo Carlos, juego con él al golf todos los domingos —bromeó Summer con cierta inquina.

Y aunque Rayo no replicó, lo cual era lo más sensato en su situación, Zoe advirtió un detalle que le llamó la atención. Siempre había visto a esos dos manifestar su desdén con miradas fulminantes que eran capaces de sostenerse el uno al otro sin titubear; en cambio, ahora parecían estar evitándose.

—Eh… El señor Berri nos pidió que investigásemos la desaparición de su hija: Silvia Berri, dieciséis años, estudiante del internado de enseñanza secundaria Nueva Esperanza —continuó Rayo, dando paso a una foto de la chica en cuestión: morena, delgada, una adolescente normal y corriente—. Desapareció mientras estaba en dicho colegio a finales del curso pasado, hace cuatro meses. La policía se creyó sin reservas la información que les dio el cuerpo privado de seguridad del internado y lo declararon un caso de fuga.

—Y me imagino que el señor Berri no está para nada de acuerdo —comentó Aidan.

—Más bien no. El padre está convencido de que alguien preparó las pruebas y que raptó a su hija. Por eso acudió a nosotros. El tipo insistía en que las últimas veces que vio a su hija estaba muy rara, que tenía miedo de algo relacionado con el internado, pero no llegó a sacarle nada en claro.

—Ahora entiendo por qué te tomaste el encargo tan la ligera —volvió a hablar Aidan.

—Un poco, lo admito. Todo apuntaba a que era un acto desesperado del señor Berri. Pensé que era suficiente con mandar a Neon e Irina… —dijo mientras miraba a la pantalla donde ahora aparecía la imagen del edificio principal del internado—. No me esperaba que acabase ocurriendo esto.

—Jefe… —Conor trató de infundirle ánimos al ver que se había quedado callado.

—Bien, al grano. Llevaban una semana trabajando y no habían conseguido gran cosa. Este es el último mensaje que recibí de ellos. —Reprodujo la grabación y todos pudieron escuchar la voz de Neon sonando a través de los altavoces.

—Rayo, buenas noticias. Nos estamos acercando —decía este—. Hemos descubierto que a lo largo del año se celebran unas fiestas privadas que, según los alumnos, son muy especiales y es muy difícil conseguir que te inviten. Todavía no sabemos quién las organiza, pero sí que Silvia acudió a algunas. Estamos intentando averiguar más, pero es curioso, no muchos alumnos conocen esas fiestas o, si lo hacen, guardan bien el secreto… Bueno, eso es todo. Te llamaré mañana.

—Jo, macho, ¿ni siquiera les cogías las llamadas? —se sorprendió Will.

—Sólo fue esa vez —se defendió Rayo—. Por desgracia, fue la última.

—Bien, ¿qué plan tienes? —preguntó Aidan—. Tendremos que infiltrarnos en ese colegio.

—Un momento, no jodas que vamos a tener que ponernos ese estúpido uniforme y andar rodeados de críos —interrumpió Summer, señalando la foto de la pantalla: una vista de la entrada del edificio principal donde aparecían algunas alumnas vestidas con la clásica falda de tablas por encima de las rodillas con estampado de cuadros y camisa blanca bajo una chaqueta de punto verde esmeralda.

A Rayo se le escapó una media sonrisa, pero negó con la cabeza.

—No todos, obviamente —contestó—. Nos infiltraremos en diversas áreas, así podremos controlarlo todo: alumnos, profesorado, instalaciones…

—¿Tantas vacantes hay en ese colegio? —preguntó Aidan.

—Sí, no hay problema. Aparte de las que han dejado libres Irina y Neon, he sobornado a algunos empleados más para que se quiten de en medio y al departamento de recursos humanos.

Akira sonrió irónicamente y musitó:

—Será cabrón. Ya estaba seguro de que aceptaríamos.

—No, Akira. No tenía ni idea —le aclaró—. Pero, en caso de que aceptaseis, quería tenerlo todo preparado para ponernos a trabajar cuanto antes. Me daba igual arriesgar ese dinero.

El joven volvió a cerrar la boca y miró hacia otro lado.

—En resumen, todos tenemos plaza en el colegio, pero uno de vosotros va a ser la pieza clave de esta misión —continuó Rayo. Y, en el mismo instante que decía estas palabras, Zoe comprobó con cierta inquietud que sus ojos se posaban en ella.

02

Piezas de ajedrez

—Sandra, ¿me estás escuchando? —insistió María, la supervisora del ala femenina.

—Sí, perdona —contestó Zoe, volviendo a la realidad.

—Aquí es. Esta es tu habitación. Tu compañera está en clase ahora, pero ya la conocerás. —La mujer miró el reloj—. El descanso es dentro de cinco minutos. Te incorporarás a la clase después. Date prisa en cambiarte.

—De acuerdo, gracias. —Se despidió y entró en la habitación para descubrir que ya habían subido su maleta.

La abrió y sacó el uniforme del colegio. Lo puso sobre la cama y comenzó a desvestirse. A medida que se iba poniendo aquellas prendas, se dio cuenta de que seguía los mismos pasos que tantas veces repitió en sus días de estudiante. De niña también llevaba uniforme, y había algo tremendamente nostálgico en todo aquello: el tacto de la falda, la manera de abrocharla, subirse los calcetines hasta debajo de la rodilla, el brillo de los zapatos negros…

Se vio arrastrada a una época más inocente, cuando toda su preocupación era estudiar y esforzase, sin que de ello dependiera su vida.

Hacía mucho tiempo que no pensaba en su pasado, en cómo su mundo se derrumbó de la noche a la mañana. No era algo que le resultara agradable. Demasiadas cosas perdidas para siempre, pero sólo una le importaba de verdad, sólo una seguía echando de menos.

«Mamá…».

Se sentó en la cama, encogida. Sabía lo inútil que era dejarse llevar de nuevo por esos sentimientos, pero era inevitable… A pesar de los años, seguía doliendo.

De repente, unos golpes en la puerta la sobresaltaron.

—¿Sí?

—Hola, soy una compañera de clase —le dijo una aguda voz desde el otro lado—. María me ha pedido que te acompañe.

—Ah… —Terminó de vestirse y echó una fugaz mirada al espejo—. Vale… Enseguida salgo.

Al abrir la puerta, una adolescente de cabellos castaño claro, un poco más baja que ella, le sonrió.

—Hola, me llamo Aimee. Encantada.

—Encantada. Yo soy Sandra —saludó a su vez.

—Ya lo sé. ¿Vamos? —dijo la chica, y empezó a caminar—. Qué raro que te hayas cambiado con el curso ya empezado.

Zoe supuso que era una manera de romper el hielo y contestó:

—Sí, bueno, mis padres se han mudado a Adrax y no he tenido más remedio.

—Ah, claro… Pues la verdad es que no eres la única nueva que ha venido esta semana.

—¿Ah, no?

—No, también se han incorporado dos profesores suplentes —le informó la chica.

Ya estaba al tanto de eso. Sus compañeros habían entrado en el colegio el día anterior, ella había sido la última en llegar.

—Vaya, me alegro entonces. Así no llamaré tanto la atención.

De improviso, la chica soltó tal carcajada estridente que Zoe dio un respingo.

—Ya lo creo que no —respondió Aimee a su mirada de pasmo.

«Vale, me tenía que tocar la friki».

Hicieron el recorrido inverso al que había hecho con el director Olivier. Salieron del pabellón de las chicas y volvieron al edificio principal, donde estaban casi todas las aulas. Según les había explicado Rayo, el colegio se componía de cinco edificios: el principal, el ala femenina, el ala masculina, el pabellón deportivo con gimnasio y piscina cubierta, y el comedor; allí también se encontraban la sala de actos, las cocinas y el almacén. Todos los edificios rodeaban una plaza con amplios jardines, donde los alumnos solían hacer los descansos. El internado contaba también con una gran variedad de instalaciones al aire libre para el desarrollo de actividades extraescolares y deportivas.

Zoe tuvo que aguantar minutos de la banal e ininterrumpida charla de Aimee antes de llegar a su clase. Y aunque agradeció que aquello hiciera callar por fin a la muchacha, sintió cierto miedo escénico cuando le tocó cruzar la puerta. Una veintena de pares de ojos se clavaron en ella, algunos más descaradamente que otros. Y de inmediato los murmullos fueron aumentando en cantidad y volumen.

—Silencio, chicos —pidió la mujer negra de mediana edad que se hallaba ante la pizarra. Después, se dirigió a Zoe—: Hola, tú debes de ser Sandra, ¿no?

—Eh, sí.

—Bienvenida, Sandra. Yo soy la profesora Meller, vuestra tutora —le indicó la mujer, y le señaló un pupitre vacío en la tercera fila—. Ese de allí es tu sitio. Ya te han dejado los libros del curso sobre la mesa. Por favor, siéntate.

La profesora Meller, además de la tutora, era la profesora de Matemáticas. Cosa que Zoe descubrió sin entusiasmo, ya que esa asignatura nunca le había atraído demasiado. Aquella primera clase se le hizo eterna. Quizás era la falta de costumbre, quizás era el encontrarse perdida ante un libro lleno de fórmulas que olvidó hace tiempo, el caso es que cuando Meller terminó, estaba tan aburrida que creyó que ya tenía que ser la hora de irse a dormir.

Pero no era así, ni siquiera se habían terminado las clases de por la mañana. Aún faltaba una hora más antes de la comida. Se fijó en sus compañeros. La mayoría de los chicos parecían tan cansados como ella, casi molestos por algo. Sin embargo, las chicas estaban entusiasmadas, hablaban entre ellas con unos ojos llenos de emoción. Se preocupaban del aspecto que tenían, se arreglaban el pelo. Algunas incluso se pintaban los labios.

No acertó a comprender qué pasaba hasta que lo vio entrar.

Lo reconoció al instante, por supuesto, porque aquella estatura no había manera de ocultarla. Además, tampoco es que Will se hubiese esforzado mucho en la caracterización del joven. Se había limitado a cubrir su cabello blanco con una peluca color castaño que le llegaba a la altura de los hombros. También le había puesto unas lentillas a juego y una barba corta.

Ese era todo su disfraz.

Sin embargo, a pesar de que era clavado, nadie comentó lo mucho que aquel profesor se parecía al famoso Axel Lynet.

Se formó un barullo generalizado que Rayo Negro, en su papel de profesor Sven, se encargó de aplacar.

—A ver, chicos, silencio.

Acto seguido, se acercó a su mesa mientras abría un libro y pasaba las páginas despacio. En ese momento, Zoe observó cómo por lo menos una docena de móviles salían de pronto de sus cajoneras y apuntaban al distraído profesor. Varios clics sonaron casi al mismo tiempo y también saltó un inesperado flash que logró que el fotografiado alzara la vista. Fue entonces cuando Rayo reparó en ella.

—¿Eres nueva?

La pregunta pilló desprevenida a Zoe. Daba por hecho que él la ignoraría aunque no fuese la manera de actuar más lógica en un profesor.

—Sí —contestó, levantándose del asiento—. Me llamo Sandra.

—Bienvenida, Sandra. Puedes volver a sentarte.

Él le sonrió muy cortés, provocando que algunas miradas envidiosas se clavaran en ella.

«Tranquilas —quiso decirles a aquellas chicas—. Por mí os lo podéis quedar enterito».

La última clase no se le hizo tan insoportable como la primera. Se pasaron la hora leyendo un pequeño relato y después analizándolo por escrito. Pero, naturalmente, lo interesante de aquella clase había sido ver a Rayo Negro desenvolviéndose en su papel.

Para su sorpresa, no se le daba mal lo de ser profesor, quitando que algunas veces utilizaba unas metáforas tan rebuscadas para sus explicaciones que dejaba a los alumnos aún más confundidos que antes, algo que resultaba muy divertido.

A la una en punto sonó el timbre que daba por finalizadas las clases de por la mañana y todos los alumnos se apresuraron en abandonar el aula. Todos salvo un grupo de chicas que recogían sus cosas tan despacio que parecían imágenes de una película pasada a cámara lenta. No hacía falta ser un genio para percatarse de que lo hacían para seguir alegrándose la vista con el atractivo profesor. Pero, para su decepción, este pidió a Zoe que se acercara y a ellas las echó amablemente de la sala.

Zoe subió los ojos al techo, lamentándose en su interior. Su objetivo era trabar amistades con los alumnos para conseguir información y, por si no tuviera bastante con su escaso don para las relaciones sociales, parecía que Rayo se había propuesto complicárselo todavía más consiguiendo que se ganara el odio de todas las chicas el primer día.

—¿Qué tal? —le preguntó él cuando se quedaron a solas.

—De momento, nada —le contestó.

—Ya lo suponía. ¿Y qué tal tú?

Frunció las cejas en un gesto de confusión.

—Estoy bien, gracias.

—Me alegro. Toma. —Rayo le tendió un papel doblado y le susurró tan cerca del oído que Zoe sintió un escalofrío recorrerle la nuca—: Es un plano del colegio donde aparecen marcadas las habitaciones que nos han asignado a todos. Memorízalo cuanto antes.

Zoe, sin mirarle, se guardó el papel y asintió.

—¿Algo más?

—No.

La chica caminó hacia la puerta; antes de abrirla se volvió y le dijo:

—Por cierto, es mejor que delante de las demás alumnas no me hables ni me sonrías demasiado.

Rayo se quedó extrañado y luego hizo gesto de comprender.

—Aah, vale.

Al salir del aula, se volvió a topar con Aimee. La chica estaba esperándola apoyada en la pared. En un primer momento temió que hubiese escuchado algo de su conversación con Rayo, pero lo descartó al comprobar que llevaba unos auriculares con música puestos y parecía totalmente sumida en su propio mundo. Sin embargo, si aquella chica empezaba a pegársele demasiado, se convertiría en un inconveniente.

Aimee se quitó los auriculares.

—Sí que has tardado —comentó con una sonrisa estúpida.

—Ya, es que… —Trató de pensar con rapidez una excusa—. El profesor… quería…

—Qué bueno está, ¿verdad? —la cortó Aimee, enganchándola del brazo y echando a andar.

—Eh… —Aquella salida la dejó en blanco.

—¿No te lo parece?

—No está mal —dijo bajando la voz y rogando por que su nuevo jefe no oyera aquella conversación—, pero no es mi tipo.  

—Qué rara eres.

Zoe contuvo las ganas que tenía de decirle por dónde se podía meter sus comentarios y cambió de tema:

—Es la hora de comer, ¿no?

—¿Dónde te crees que te estoy llevando? —sonrió Aimee.  

Durante el trayecto, pudo observar con más detenimiento el centro. Se notaba que era un colegio para gente adinerada: la calidad de un simple pupitre, la exquisita decoración de los edificios, hasta en los impresionantes jardines que atravesaron de camino al edificio donde se encontraba el comedor. Fue precisamente allí donde comprobó en qué terreno se estaba moviendo.

Era como cualquier otro comedor, salvo por la limpieza impoluta que reinaba en todas partes, la comodidad de las butacas tapizadas de azul oscuro, muy diferentes a las sillas de plástico, o los bancos, que ella había conocido. El aroma que impregnaba la sala era sutil y agradable, y el servicio se parecía al de un restaurante de comida rápida. Había un único pero extenso mostrador con una decena de camareros que se encargaban de atender a los alumnos. Tenían una lista con distintos menús, los alumnos escogían los platos y los camareros les servían su pedido en una bandeja. Todo funcionaba con rapidez y eficiencia.

Pero por debajo de todo aquel refinamiento, era sólo otro comedor de instituto más.

A pesar de que Aimee se había sentado a su lado y del esfuerzo que tenía que hacer para evadirse del pitido continuo de aquella voz, Zoe ya había conseguido distinguir algunos grupillos. Y es que, aunque el uniforme les impedía mostrar su bandera interior, algo se advertía en sus peinados, en los escasos complementos que les permitían llevar y, sobre todo, en el comportamiento. Era lo de siempre: el inútil y contradictorio intento de destacar, pero al mismo tiempo ser parte del rebaño.

Lo que sí le resultó diferente fue que, además de los típicos grupos que se veían en todos lados, allí las personas parecían estar clasificadas por tres etiquetas más: los asquerosamente ricos, los medianamente ricos y los ricos a secas.

—Vaya… —oyó decir a Aimee en ese instante. Había ignorado la charla de la muchacha durante toda la comida, pero aquel tono apesadumbrado consiguió llamar su atención.

—¿Qué pasa?

—Que acabo de recordar que tenemos Educación Física a última hora —le contestó.

—¿Y cómo va eso? ¿Nos tenemos que cambiar de ropa ahora o después?

La chica la miró abriendo la boca como si cayera en algo de vital importancia.

—¡Ah, es verdad! Tú aún no tienes taquilla. ¿Dónde tienes la ropa de deporte?

—En mi habitación, claro. —Al igual que el uniforme, el colegio le había proporcionado un par de chándales de su talla y los tenía guardados en la maleta.

—Pues deberías cambiarte después de comer —le aconsejó Aimee mirándola muy segura, casi temerosa—. Créeme, es mejor que no llegues tarde a esa clase.

A Zoe le traía al fresco llegar tarde o no a Educación Física. Sin embargo, decidió ir a cambiarse directamente para librarse un rato de ella.

—Pues mejor me voy ya. Nos vemos…

—Te acompaño —dijo con rapidez Aimee.

«Mierda». Desde luego, aquello empezaba a ser un problema.

Mientras recogía su bandeja, pensaba posibles maneras de cortar de raíz aquella situación. Era pronto para ganarse enemistades. No sabía si iba a necesitar la ayuda de Aimee en un futuro. Aunque viendo la forma de ser de la muchacha, lo más probable es que no le acabara quedando más remedio que librarse de ella a las malas.

Tras salir del comedor, iba tan sumida en estos pensamientos que no se fijó en que el suelo estaba mojado. Sus zapatos nuevos patinaron y perdió el equilibro. Notó que se caía irremediablemente hacia atrás y, en esa décima de segundo, se imaginó a sí misma sentada en medio del pasillo mientras los alumnos a su alrededor se reían de la escena. Una bonita manera de dar la nota en su primer día.

Pero eso no llegó a ocurrir. Zoe sintió una mano en su espalda que la sujetó con firmeza, como en un paso de baile. De repente, se encontró frente a una sonrisa que reconocería pese al mejor de los disfraces, se le quedó bien grabada la primera vez que la vio: el día que creyó haber hecho un pacto con el mismo diablo.

«Summer». No llegó a decirlo, pero lo pensó. Su compañera le dedicó una mirada cómplice con sus ojos ahora cubiertos con lentillas de color marrón. Iba vestida con un mono de limpieza blanco, y en su mano libre sujetaba el palo de una fregona.

—Gracias —susurró Zoe.

Summer la soltó y dijo en un tono de voz más grave de lo normal:

—A ver si miras por dónde pisas, niña.

—A ver si ponemos una de esas señales de advertencia —replicó.

—¿Como esa de ahí, por ejemplo? —Summer apuntó a la señal que había justo tras ella, cuyo panel rezaba: «Cuidado, suelo mojado».

Zoe se sintió idiota. El letrero de amarillo chillón con letras rojas estaba justo ahí. Había pasado por su lado sin verlo.

«Dios, ¿cómo se las apaña para quedar siempre por encima?».

Sin decir nada más, echó a andar alejándose de Summer, quien siguió fregando el pasillo con una sonrisa de oreja a oreja. Para colmo, Aimee no tardó en darle alcance y su voz chillona volvió a taladrarle los oídos:

—Vaya, eso ha estado genial.

—¿El qué? ¿El haber estado a punto de estamparme contra el suelo?

—No, la manera en la que te ha cogido el bedel —aclaró Aimee—. Por cierto, ese también es nuevo. Y también es guapo, aunque no parece muy amable.

«¿Guapo?». Zoe frunció el ceño en una expresión de extrañeza. Aunque al instante cayó en la cuenta: Summer se estaba haciendo pasar por hombre en su papel de bedel.

¿Cómo olvidarlo después de la discusión que se montó dos días atrás?

—No, Rayo, no me parece buena idea. —La voz de Aidan se impuso en aquella dichosa reunión. La más rara sin duda de todas a las que había asistido en su vida—. Será tu plan, tu encargo y todo lo que quieras, pero, en mi opinión, esto es demasiado arriesgado.

—A ver, Aidan, no tiene por qué —contestó el joven, que se estaba desvelando ante todos como la única persona en el mundo inmune ante los hechizos de sugestión de Aidan, y que además tenía una capacidad para debatir incansable—. El papel de bedel es muy jugoso, es el único que puede moverse libremente por el colegio, a cualquier hora y casi por cualquier lugar. Si aprovechamos el parecido de Summer y Yade, podemos colar dos bedeles. Será como tener dos reinas en una partida de ajedrez.

—Oye, para reinona tú —interrumpió Summer en un vano intento de detener aquella lucha de titanes.

Por supuesto, no sirvió de nada. Y Aidan continuó:

—Pero ¿no lo ves? Si los descubren, a la mierda el plan.

—Eso no pasará si se reparten correctamente los edificios —insistió Rayo, que comenzaba a exasperarse—. Dada la distribución de estos, es casi imposible que alguien vea a los dos a la vez.

—¿Y si, por ejemplo, alguien que me ha visto a mí se lo comenta a otra persona que da la casualidad de que acaba de cruzarse con Summer en otro sitio distinto? —le preguntó en ese instante Yade.

—No creo que nadie considere interesante comentar que acaba de ver al bedel, Yade. Procurad no actuar de manera que llame la atención —indicó mirando a Summer— y no habrá problema.

—¿No sería mejor que Yade fuera el bedel y Summer, otra alumna? —dijo Aidan, a quien seguía sin convencerle la idea—. Will puede maquillarla para que no se parezca a su hermano.  

—Oh, por favor, matadme —murmuró Summer, echándose sobre el respaldo de la silla.

—Mira, Aidan, lo haremos así y punto —zanjó Rayo Negro. El jefe de los Wonderfulosos alzó las palmas de la manos como muestra de rendición.

—Por fin, joder —suspiró aliviada Summer—. ¿Quién de los dos se traviste?

Y dado que Rayo lo había dejado a la elección de los gemelos, había sido la propia Summer quien optó por hacerlo. Conociéndola, lo había hecho por pura diversión.

Zoe miró con disimulo hacia atrás antes de salir del pasillo. Summer seguía fregando, y aquel mono, más la gorra que le recogía el cabello, escondía su ya de por sí andrógina feminidad. En cuanto a la actitud, bueno, era evidente que no le supondría ninguna dificultad el papel.

Al llegar a su habitación, y mientras Aimee la esperaba en el pasillo, Zoe encontró a un par de chicas hablando. Estaban tumbadas en las dos camas y la miraron nada más entrar. Supuso que alguna sería su compañera de cuarto.

Una de ellas se levantó y se despidió de la otra.

—Bueno, tía, te veo luego.

La chica que se quedó la miró a través de su flequillo teñido de azul oscuro y torció los labios.

—¿Y tú quién eres?

—Me parece que tu nueva compañera.

—Mira que les dije que no quería compartir la habitación, joder.

Zoe la observó refunfuñar, pero no quería perder el tiempo con eso. Cogió su maleta del suelo y la abrió para empezar a colocar la ropa. Cuando se acercó al armario, la voz de su compañera la detuvo:

—Oye, ni se te ocurra meter tus porquerías ahí. Ese es mi armario.

—Ah, perdona. —Zoe echó un vistazo al resto de la habitación y comprobó que no había más armarios.

Suspiró. No quería tener problemas el primer día, así que decidió que aquella pija se podía comer su armario y se conformó con los cajones de la mesilla. Al fin y al cabo, tampoco tenía demasiado equipaje. Las cosas más importantes las guardaba en el doble fondo de la maleta.

Estaba cogiendo el chándal para ir a vestirse cuando se percató del reconocible olor.

Miró a su compañera, que seguía en la cama hojeando una revista, para descubrir que, efectivamente, acababa de encenderse un cigarrillo. Seguía sin querer problemas, pero no podía soportar el maldito tabaco.

—Perdona, pero —se dirigió a ella— creo que aquí no se puede fumar.

La chica puso los ojos en blanco mientras le daba una profunda calada al cigarro.

—¿Tú de qué vas? —Se levantó de la cama y se acercó a Zoe. La chica le sacaba un palmo y, cuando la tuvo delante, inclinó la cabeza hacia ella—. ¿Hablas conmigo, enana?

Aquel aliento le hizo girar la cabeza.

Vale, una cosa era tener que entablar amistad con los alumnos y otra muy distinta dejarse intimidar. Esperaba de todo corazón que aquella chica no tuviera nada que ver con el asunto de las fiestas misteriosas, porque lo de hacerse amiga suya lo veía complicado, más bien imposible.

Sobre todo cuando empezase a practicar con ella las llaves de torsión que le había enseñado Akira y las amenazas de Summer referentes a introducir objetos en cavidades ajenas.

Cuando llegó la hora de Educación Física, Zoe aprovechó que ya tenía puesta la ropa de deporte para ser la primera en entrar al gimnasio mientras sus compañeros se cambiaban. De hecho, llegó tan pronto que aún estaban saliendo los alumnos de la clase anterior y se cruzó con algunos en la puerta.

Se fijó en que andaban cual muertos vivientes, con las camisetas empapadas en sudor y un agotamiento extremo reflejado en sus caras. Algunos se tocaban los brazos o la espalda con expresión de dolor, otros incluso cojeaban. Aquello le sorprendió, aunque no demasiado, pues ella misma había probado en sus carnes lo que era tener de entrenador a Akira.

Divisó a su compañero al fondo del gimnasio, recogiendo unas colchonetas. Iba vestido con los mismos pantalones verdes del colegio que llevaban los alumnos, pero también se había puesto una camiseta negra ceñida. Él también la vio y, cuando se quedaron a solas, le indicó que se acercara con un gesto de la mano.

—Hola —le sonrió Zoe al llegar hasta él.

—¿Qué tal tu primer día? —le preguntó él, devolviéndole la sonrisa.

—Bien… Bueno, extraño. No sé… —Se encogió de hombros—. Se me hace raro estar de vuelta en el instituto.

—Ya me imagino. Aunque te queda bien el papel de estudiante.

—Será porque sólo tengo un año más que el resto de alumnos, ¿recuerdas?

—Es verdad, este debería ser tu sitio. A lo mejor le sugiero a Aidan que te deje aquí cuando haya acabado esta locura —bromeó él, y le revolvió el pelo—. Total, ya que estás, deberías sacarte el título.

—Vamos, como que Aidan iba a pagar las cuotas de este colegio —comentó ella, y ambos se rieron.

—Entonces, ¿todo bien? ¿No has tenido ningún problema? —le preguntó Akira.

Zoe se acordó del incidente con su compañera de cuarto, pero no merecía la pena ni mencionarlo.

—No. Ya estoy instalada en el ala femenina… Ah, y ya he visto a Summer y a Rayo.

Casi en el mismo instante en que había mencionado aquel nombre se arrepintió de haberlo hecho. Apreció cómo la expresión de su compañero se ensombrecía. Y de nuevo se preguntó qué era lo que le había hecho cambiar de opinión sobre aquel encargo en el último momento, cuando era palpable que no soportaba la idea de trabajar para Rayo Negro; él mismo lo había dejado muy claro en la reunión.

—Akira, yo… —empezó a decir en un intento de animarle y, a la vez, darle las gracias—. La verdad es que me alegra que al final hayas decidido ayudarnos.

Él respondió sonriéndole con ternura, la misma que habitaba en su mirada. Le acarició con suavidad la mejilla.

—¿Cómo iba a dejarte sola?

Zoe trató de corresponder a su sonrisa, pero, por alguna razón, aquel gesto le había hecho sentir incómoda. Desvió con timidez la mirada. Y entonces el ruido de sus compañeros de clase entrando en el gimnasio puso fin a la conversación.

—Bueno, recuerda que me llamo Sandra —le indicó, apartándose un poco de él. Al ver que Akira asentía, añadió—: Ah, y no me des mucha caña, que es mi primer día.

Su compañero sonrió, incitado por aquel comentario.

—Uy, pues ya verás.

Y desde luego que lo vio.

A lo largo de la clase, Akira les machacó con diferentes ejercicios. Ella ya estaba acostumbrada a entrenamientos duros porque solían picarse mucho entre ellos, pero aquellos chicos…

Llegó en cierto modo a sentir lástima, en especial por los que iban más retrasados o los que se ponían rebeldes. Aquellos que por una u otra razón se negaban a seguir el ritmo de la clase se encontraban con un tío de metro noventa, lleno de músculos, gritándoles a un palmo de distancia. La visión imponía lo suficiente como para que dejaran de protestar y siguieran con los ejercicios.

Zoe decidió que debía hablar con él más tarde; desde luego, su actitud no era la más adecuada. No estaban en el ejército, donde no quedaba más remedio que obedecer. En cuanto aquellos niños se quejaran a sus padres, Akira saldría volando de allí.

Summer estaba en la biblioteca instalando algunos micrófonos mientras simulaba limpiar. Como bedel, su función era la de cuidar las instalaciones, las tareas de mantenimiento y las labores de limpieza de emergencia. Básicamente se pasaba todo el día reponiendo el papel higiénico en los cuartos de baño o fregando las manchas de refresco que algún estúpido había derramado en los pasillos. Pero al menos no tenía que limpiar a fondo aquel gigantesco lugar.

Para eso el colegio contaba con una empresa de servicios de limpieza que, a primera hora del día, dejaba los cinco edificios como los chorros del oro. Lo malo era que aquellos eficientes empleados dificultaban su verdadera misión: poner cámaras diminutas y micrófonos en cada maldito rincón.

De modo que había dedicado toda la mañana a esconder micros y colocar los que estaban mal puestos o se habían movido. Y como tenía más experiencia que su hermano, para colmo le había tocado más terreno que cubrir. De ella dependía vigilar el ala femenina, el edificio principal y el comedor, mientras que Yade se encargaba del ala masculina y del gimnasio.