¡Mueran los intelectuales! - Roberto Miguel Cataldi Amatriain - E-Book

¡Mueran los intelectuales! E-Book

Roberto Miguel Cataldi Amatriain

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Beschreibung

Roberto M. Cataldi Amatriain es médico, catedrático, ensayista, humanista y bioeticista, en suma, un exponente de Las Dos Culturas, también es un intelectual. En esta obra aborda los orígenes, la esencia y la presencia de los intelectuales, explorando circuitos no necesariamente canónicos, si bien a estos les dedica no pocas referencias. Examina hechos y sucesos protagonizados por personajes que han irrumpido en el ágora para denunciar, criticar o analizar en público los problemas que inquietan al hombre, su entorno, las sinuosidades del poder, la vida en sociedad y sus barreras contextuales. Para el autor la intelectualidad o la intelligentzia es un parque temático habitado por aquellos que tienen el coraje de caminar por la cornisa, los que sin red incursionan en los meandros de la política, los condenados a ser marginados, los que el destino les dedica una misa de réquiem, y no faltan los que el poder logra seducir convirtiéndolos en intelectuales instrumentales o exitosos cortesanos. El autor emplea diversos recursos y, con audacia literaria despliega una mirada escrutadora sobre las contingencias, el estilo, los gestos, las ideologías, los mitos, las etiquetas y las imposturas de les élites intellectuelles. Cree necesario exponer la problemática que nos asedia, visualizando los planos de discusión donde se involucran los "verdaderos intelectuales", que no suelen ser hombres de acción, pero tampoco de manos muertas, sin embargo poseen suficiente gimnasia analítica y reflexiva para gestionar los problemas humanos actuales, básicos, trascendentes, despertando una conciencia anticipatoria. Considera que la misión es descorrer los velos y sacar a la luz conflictos encubiertos u oscuros. Aquí no están ausentes los trucos retóricos (de las ideologías de derecha como de izquierda), las ambiciones y maniobras de los amanuenses, ciertos resquemores así como los conflictos amañados por intereses de capilla o think tank, al igual que ajustes de cuentas y vejámenes entre otras miserias morales o mortales. El autor persigue una mirada omnipresente, que como toda mirada tiene sus zonas de ceguera y, piensa que el intelectual debería mirarse en el espejo de la humanidad, formulándose la célebre pregunta de Hamlet que encierra la contradicción de ser o no ser, de actuar o no actuar, más allá que en ocasiones deba recurrir a la autocensura, pues, ser intelectual no implica ser un héroe o un mártir como algunos reclaman.

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Seitenzahl: 421

Veröffentlichungsjahr: 2023

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ROBERTO MIGUEL CATALDI AMATRIAIN

¡Mueran los intelectuales!

Cataldi Amatriain, Roberto Miguel ¡Mueran los intelectuales! / Roberto Miguel Cataldi Amatriain. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3186-5

1. Ensayo. I. Título. CDD A864

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

Capítulo I

Los intelectuales en tiemposde pandemia

Capítulo II

La patria de los intelectuales

Capítulo III

Casandra, la épica y la intelligentzia

Capítulo IV

Muera la inteligencia y mueran los intelectuales

Capítulo V

Macroclima sesentistay setentista

Capítulo VI

Los escritores malditos

Capítulo VII

Revoluciones, primaverase indignados

Capítulo VIII

Anarquistas, intelectualismoy medioevo

Capítulo IX

Imposturas intelectuales, mitos, plagios

Capítulo X

Orden y simulacros de cultura

Capítulo XI

Preceptivas culturales, distopías, retrotopías

Capítulo XII

El alma del intelectualy el absurdo

Capítulo XIII

Guerras y batallas culturales

A Mara, mi mujer, la persona más solidaria que conozco

A Joaquín e Isabel, mis nietos, que son el futuro y merecen vivir en un mundo mejor

Capítulo I

Los intelectuales en tiemposde pandemia

A lo largo del Siglo XX los intelectuales captaron la atención o el interés de vastos sectores de la sociedad, al punto que se llegó a decir que fue el siglo de los intelectuales. No sé si fue tan así. Es cierto que la Revolución Rusa fue encabezada por Lenin, un intelectual cuyo fuego no se extinguió en ciertos círculos, que la Guerra Civil Española movilizó y comprometió a la flor y nata de la intelectualidad internacional, y que durante la Guerra Fría la intelectualidad fue motivo de preocupación para los dos bloques geopolíticos en disputa, fundamentalmente a través de la CIA y la KGB, pues, si no los captaban los combatían, pero de allí a sostener que fue el siglo de los intelectuales puede superar la realidad.

Alain Minc, quien fue asesor de Nicolás Sarkozy y se ocupó de la historia política de los intelectuales, sostiene que Internet cambió el monopolio del saber, puso fin a la idea del intelectual como centro del espacio público y al concepto de jerarquía del saber, al extremo que la tendencia actual es uniformar todo. Cree que en Internet todos podemos ser pequeños intelectuales. No estoy de acuerdo, porque si bien es cierto que cualquiera puede opinar libremente en las redes sociales, de ninguna manera eso lo convierte en intelectual. Sin embargo debemos reconocerle a Internet el haber creado un espacio sociocultural inédito, que logró modificar las relaciones interhumanas y facilitó descubrir o denunciar, a través de fotos, videos, entre otros instrumentos, hechos ocultos, como también destapar las ignominias amañadas en las cloacas del poder, bástenos lo sucedido con la Primavera Árabe, los Indignados, y tantos otros movimientos que el poder arteramente logró sofocar por atentar contra sus intereses.

Establecer con claridad, exactitud y precisión los límites de una disciplina o actividad no siempre es tarea sencilla. Existen campos del conocimiento donde la porosidad de las fronteras epistémicas complican la definición y, muchas veces es más sencillo decir lo que no es que lo que es. En efecto, muchos le adjudican la denominación “intelectual” a los escritores, filósofos, académicos, en fin, profesionales de distintos campos del saber, algunos de nota. Sin embargo, más allá de cultivar su intelecto, ninguno per se cumple con la función social de éste. El intelectual no puede quedarse en el comentario o la crítica, debe ir más allá. Desde ya que su función no es pensar por los demás, tampoco posee una mirada privilegiada que le permite ver lo que los otros no alcanzan a ver, en todo caso su tarea es ayudar a pensar sin limitaciones, y de alguna manera esto evoca la antigua mayéutica socrática. Por eso es necesario estimular el análisis y la reflexión, motivar la conciencia anticipatoria, en otras palabras, ayudar a que otros piensen con su propia cabeza, lo que no es poco.

Kwanme Anthony Appiah decía en The New York Times: “Los intelectuales pueden ser un estorbo para hallar soluciones”. Paul Nizan en su ensayo de 1932, Les chien de garde (Los perros guardianes), denunciaba el silencio de muchos pensadores de la época: “¿Qué hacen los pensadores profesionales en medio de esta conmoción?”. Pero ya en la antigua Atenas estaban presentes con su testimonio ante los abusos del poder estatal, más allá que se consideraba un deber del ciudadano denunciar estos abusos. Algunos sentaron precedente por su amor a la verdad y la justicia, como Sócrates, en tanto los sofistas decidieron cobrar honorarios por su tarea.

El intelectual tradicionalmente se opuso al rigorismo religioso y a los excesos del Estado. Hay quienes creen ver el nacimiento del intelectual moderno en la Ilustración (Locke, Voltaire, Rousseau, Diderot), otros en los dreyfusards liderados por Émile Zola y, no faltan los que adjudican su nacimiento a las protestas contra el zarato moscovita (intelligentsia rusa). Para Edward Said, el intelectual, “…rechaza a cualquier precio las fórmulas fáciles, las ideas preconcebidas, las confirmaciones complacientes de las opiniones y actos de los poderosos y otras mentalidades convencionales”. Por su parte Nuccio Ordine sostiene que el papel que debe asumir el intelectual hoy es el del hereje… En fin, yo pienso que el intelectual, además de tratar de ser un exégeta de la realidad, de denunciar las injusticias y aferrarse a la verdad, debe percibir las distintas fragilidades sociales, prestando su voz a los vulnerables y vulnerados, pues aquí reside el meollo ético de su accionar, el porqué de su misión más que de su visión.

En nuestros días podemos comprobar una disociación muy marcada entre la tecnología y la ciencia. Hasta no hace mucho hablábamos de “tecnociencia”, como si ambas ramas del saber se comunicaran íntimamente, estableciendo una mutua dependencia. Sin embargo  con la pandemia de Covid-19 eso quedó atrás, al punto que muchos idolatran la técnica y aborrecen la ciencia. Es más, hay quienes piensan que la técnica terminará sustituyendo al hombre, pero también están los que creen que la ciencia finalmente descubrirá todos los misterios del universo. Pienso que no sucederá ni lo uno ni lo otro. Se olvidan que tanto la tecnología como la ciencia son creaciones humanas y que todo en la vida tiene sus límites. Por otra parte, la ciencia y la técnica deben estar al servicio del hombre y aplicarse dentro de un marco ético, al menos eso esperamos.

Antes de que existiera la medicina de Hipócrates hubo en el antiguo Egipto una separación muy marcada entre la religión, la magia y la medicina empírica. Cada uno de estos estamentos era desarrollado por sacerdotes, magos y médicos respectivamente, y la gente acudía a quien le tenía confianza. Entre el mundo que se está yendo, que hemos vivido, y el que vendrá, que no conocemos, existe un espacio de tiempo que no podemos precisar, pero se vislumbran grandes cambios, aunque el escenario esté dominado por la incertidumbre. Hay gente que se apunta al cambio sin saber a ciencia cierta hacia dónde vamos. En efecto, están los que tienen una gran capacidad para darse cuenta de hacia dónde sopla el viento, es el caso de los políticos que subsisten a pesar de las tormentas, pues, jamás van a navegar contra el viento y la marea. Y en todo caso siempre está el relato. En la dialéctica del actual relato político hay que buscar no solo la ideología y la manipulación emocional, sino el contenido moral, sobre todo las excusas destinadas a expiar las culpas. Como una de las soluciones con miras al futuro se postula con insistencia la creatividad en diversas áreas, estoy de acuerdo, siempre y cuando reconozcamos que hoy la prioridad es sobrevivir, porque esta crisis ya tiene ribetes de tragedia y no podemos dar un salto por encima de la realidad. Claro que en la búsqueda de sentido del mundo que habitamos está siempre presente no solo el virus que salta del murciélago al humano o el terrorista demente que elimina vidas inocentes al azar, sino la decisión de un perturbado que provoque un estallido nuclear que nos devuelva a la caverna, con sobrevivientes contaminados por los residuos nucleares.

Con la aparición repentina y violenta del Sars-CoV-2 surge la sociedad de la nueva pandemia y la cuarentena, sociedad de las restricciones a las libertades individuales, el trabajo y las reuniones sociales. La irrupción global del coronavirus nos obligó a aceptar limitaciones existenciales que comprometen la vida en su totalidad, incluyendo en muchos la restricción mental, que limita, desvirtúa o niega el sentido del discurso y las diferentes narrativas. Las hijas de Asclepio (Dios de la Medicina a quien Zeus mató con un rayo por temor a que los humanos alcanzaran la inmortalidad), Hygea y Panacea, también diosas, lograron imponerse en este escenario de incertidumbre, silencio y duelos, la primera mediante la higiene, la segunda procurando curar la enfermedad.

Aquella vida que considerábamos normal (en realidad el cerebro convierte en normal cualquier estímulo repetitivo) se esfumó, difícilmente volverá, salvo algunas costumbres, ciertos hábitos, simbolismos, y algún reflejo del pasado que nos produce nostalgia, pero el cambio está en curso y todo hace suponer que nada ni nadie lo detendrá. Por supuesto que no faltan los que repiten a modo de sonsonete que “todo tiempo pasado fue mejor”, un recurso de la mente frente a las emociones negativas y los sentimientos de vulnerabilidad, aunque Ernesto Sábato solía decir que la frase no significa que antes sucedían menos cosas malas, sino que la gente las olvida. Es cierto, la gente olvida demasiadas cosas, existe una mala memoria, de allí la eterna e infatigable repetición de ciertos errores.

Con esta pandemia se instalaron en la sociedad la vulnerabilidad y la finitud, dos cualidades existenciales ignoradas por muchos o que no merecían nuestra atención por falta de tiempo material. Dos cualidades capaces de igualarnos y de recordarnos nuestra frágil, contradictoria y finita vida humana. Cuando hablamos del futuro queremos pensar que será mejor que el pasado, sin embargo la realidad de nuestros días no alienta esa tendencia. Algunos optimistas y autores de manuales de autoayuda sostenían que de esta pandemia los seres humanos saldríamos mejores, no ha sido así.

Hoy por hoy el individuo advierte que tanto su vida pública, como su vida privada y hasta su vida íntima han sido horadadas, ya que sin su consentimiento se produjeron cambios sustanciales que logran debilitarlas, incluso dañarlas, y se siente inerme. No es para menos, el ciudadano de a pie, víctima de esta catástrofe epidemiológica como todos los mortales, ante el panorama revuelto y oscuro se convierte en un simple observador desde la impotencia, aunque quisiera ser un testigo de cargo con su testimonio, pero en el fondo sabe que es un convidado de piedra porque su opinión no cuenta. La pandemia caló muy hondo, no se divisa ningún puerto seguro para los próximos años y, existe el agravante de una dirigencia mundial que además de no practicar la ejemplaridad muestra confusión o niebla mental. Pero a dos años de iniciarse la pandemia y sin que estuviese resuelta, Rusia invadió Ucrania y desencadenó una guerra global, donde la intención es establecer un nuevo orden mundial. Y a esto se van sumando nuevos conflictos en otras regiones. En fin, la impresión que se impone es la de un mundo a la deriva.

Claudio Magris no pudo disimular su pesimismo por el encierro y las restricciones que ha pasado. Confiesa que le causa impresión el hecho de que el mundo cambiará más que con la Segunda Guerra Mundial. Tiene razón, pero no debemos olvidar que en esa conflagración al igual que en la Gran Guerra  fueron muchos los países que decidieron no participar, a diferencia de la pandemia donde el virus no respetó fronteras, llegó a todos los confines del planeta y se llevó puesto millones de vidas. Magris, que además de escritor e intelectual es un político independiente que ocupó una senaduría en Italia, advierte que en esta turbulencia populista hubo mucha gente que en su posicionamiento creyó ser de izquierda cuando en realidad se comportaba como si fuera de derecha. Y cuando se refiere al mercado, advierte que ya no se lo percibe como un sistema eficiente sino como la medida de la vida. Coincido con Magris y, parafraseando a Pitágoras, creo que hoy el mercado es la medida de todas las cosas, incluyendo los seres humanos. La pandemia ha logrado que aumenten las distancias sociales, laborales, y que el lenguaje que se usa en las redes sociales se concentre solo en la instantaneidad. Coincidiendo con otros pensadores no cree que hoy podamos hablar de progreso, a menos que hagamos alusión específica de la ciencia y la tecnología.

Con la irrupción del virus se alteraron nuestras rutinas, se bloquearon nuestros deseos y surgió una distopía, pero no la que afloró en la literatura o el cine. La situación vivencialmente en curso, dio lugar a infinidad de reflexiones y citas sobre 1984, de George Orwell, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y Farenheit 451, de Ray Bradbury, todas narrativas distópicas que fueron best sellers.

Para Borges la normalidad era un término estadístico. Lo que llamábamos normalidad quedó muy atrás y comenzó a hablarse de una nueva normalidad. Por las medidas restrictivas la gente suplantó la calle por el hogar, y no hay duda que lo revalorizó, le hizo mejoras, al punto de convertirlo en un bunker. La vida digital cobró inusitado desarrollo e importancia, a la vez que la gente dejó de concurrir a su lugar de trabajo, como también a la mayoría de los negocios que solía frecuentar, dejó en suspenso los viajes y el turismo, que ahora decididamente retornan. La política sanitaria se enfrascó en la atención del Covid-19 y descuidó irresponsablemente la asistencia de las otras enfermedades, cometiendo una torpeza sanitaria que ya tiene graves e irreparables consecuencias. El miedo se impuso como inductor de la sobrevivencia, enfrentándose a nuestros deseos, generando malestares y problemas de todo orden, incluyendo dilemas. En efecto, desde que comenzó la pandemia vivimos entre el miedo y el deseo. El miedo es un viejo recurso político para disciplinar a la sociedad y, algunos gobernantes abusaron, llegando a producir pánico, mientras otros trataron de quitarle irresponsablemente gravedad para cautivar a sus seguidores. Unos y otros revelaron ser burdos canallas.

Cualquiera sabe que el miedo nos puede paralizar o por el contrario impulsar a actuar, al extremo que no pocos actos que calificamos de heroicos surgieron del miedo. Pienso que la gente voluntariosa privilegió el actuar en términos de rendimiento, como sucedió con muchos escritores que nunca fueron tan prolíficos como durante este encierro. Por eso aquellos que evitaron ser presa del pánico se dedicaron a hacer. Y la voluntad siempre fue elogiada en el mundo occidental ya que mediante ella se hicieron realidad muchos sueños que parecían imposibles, por eso alguien dijo que el quid de la cuestión no está en tratar de ser sino en hacer. Pero cuidado, porque esto nos puede conducir a la “sociedad del rendimiento” de la que tanto habla Byung-Chul Han.

Es curioso como en estos tiempos marcados por la pandemia a muchos intelectuales ya desaparecidos se los invoca o menciona reiteradamente, como si se tratara de un ritual en el que se convoca a sus espíritus, aguardando respuestas para esta situación. Como ser, Susan Sontang es una de las más mencionadas. Alguien preguntaba: ¿dónde quedaron aquellos intelectuales como Sontang que no aceptaban los límites de la especialización? La pregunta me parece pertinente, ya que en una situación como la actual mucho se necesita de la honestidad intelectual y también de los intelectuales no contaminados por las ideologías. Dicen que a Susan le desesperaba la confianza que se tenía en el poder transformador de la cultura, que por otra parte fue clave en su formación intelectual y, sentía que ese poder estaba agonizando (ella murió en el 2004).

Querofonte, amigo de Platón, consultó el Oráculo de Delfos y su pitonisa Sibila, acerca de quién era el más sabio, y le respondió: Sócrates. Cuando éste se enteró advirtió un enigma y, para develarlo consultó primero a los políticos, luego a los poetas, finalmente a los artesanos, todos dieron respuestas erróneas. Entonces Sócrates comprendió el sentido de las palabras del oráculo: creen saber, cuando no saben, y para peor no tienen conciencia de su ignorancia. De allí la célebre frase socrática: “solo sé que nada sé”, pues, la sabiduría consiste en reconocer la propia ignorancia.

Jacques Attali piensa que la vida de antes nos condujo a la catástrofe actual y por eso no podemos volver a ella. En la pandemia de gripe H1N1, que la recuerdo muy bien por haberla vivido como médico de hospital, él como tantos otros advertía sobre la posibilidad de nuevas pandemias, pero la política circula por otro carril y sus prioridades no son las del hombre de la calle. Mucha gente tomó conciencia de los peligros del clima, de la contaminación del ambiente, ahora con la pandemia toma conciencia de la higiene. Attali dice que hoy no se quiere ver la realidad, existe una mentira generalizada en todas partes, los líderes se equivocaron y cayeron en el grotesco al repetir que lo hicieron bien y que reaccionaron de manera adecuada, cuando todos sabemos que no fue así. La vida anterior no tenía ninguna preparación para hacer frente a riesgos como esta pandemia, y eso se pudo comprobar. Hoy se sigue contaminando, creando las condiciones para un nuevo desastre climático, no hay una inversión fuerte destinada a la investigación y la innovación, por eso Attali opina, con razón, que resulta delirante la industria textil como la petrolera, la automovilística o la del plástico. De allí que pronosticar nuevas catástrofes no parece aventurado. Hasta que apareció la pandemia no pocos negaban la muerte, una abstracción que condujo a no invertir en salud, mucho menos en las generaciones futuras. ¿De qué altruismo hablamos? ¿Acaso eso es solidaridad?

Por su parte Jean-Luc Nancy creía que diversos temas definen lo humano, como sucede con la realidad social, la economía, la tecnología, las enfermedades, la muerte, el sexo y el arte. Mencionaba los límites de la civilización actual, al extremo que existiría (el modo potencial es mío), la posibilidad de que la vida humana este llegando a su fin, aunque aclaraba que es un proceso que llevará siglos. Claro, esto bien podría explicar que a ciertos líderes les importe un comino el futuro, ya que ellos no existirán cuando llegue … Nancy fundamentaba esta hipótesis en que existe conocimiento suficiente para afirmar que el sistema solar, dentro del cual está la vida en el planeta tierra, llegará a su fin. Más allá del coronavirus, se preguntaba de qué enfermedad es víctima la sociedad actual. Pues bien, desde hace varios años la civilización está llegando a su fin, y vaticinaba que la futura civilización transformará la metafísica al no necesitar a un dios que le dé sentido, además deberá examinarse nuestro actual sistema de valores, ya que somos tan iguales como indiferentes, y sin duda dependemos del dinero.

Nuestra civilización siempre tuvo un modelo de narrativa del mundo, desde hace un tiempo Dios habría muerto según Nietzsche. Por eso se debería concebir la idea de una civilización, una sociedad, carente de principios… Pero un hecho importante es la circulación de verdades individuales y opiniones que pretenden ser equivalentes a la información, y esto revela la irrupción de lo viral. En efecto, reparemos que desde hace años se habla de “viralizar la información”. Nancy establece los ámbitos de la filosofía y la política. La política se basaría en el cálculo de lo posible mientras que la filosofía a menudo está más allá de lo posible. Rousseau fue el gran pensador de la democracia, pero lo aislaron de la política pese a haber sido una fuente de inspiración para la Revolución Francesa. Jean-Luc nos recuerda que: “Si hay algo que nuestra civilización no puede realmente integrar es la muerte”.

Byung-Chul Han dice que el coronavirus actúa como espejo de nuestra sociedad, pues, refleja la sociedad en que vivimos, donde la supervivencia adquiere carácter absoluto como si se tratase de una guerra. Entiendo que el término “supervivencia”, que menciona reiteradamente en su libro traducido del original, no es el más apropiado, al menos desde mi punto de vista, porque en realidad se trata de “sobrevivencia”, creo que a eso se refiere, razón por la que en adelante me permitiré sustituirlo. Byung-Chul Han sostiene que la “sociedad paliativa” que hace todo por prolongar la vida, es, la “sociedad de la sobrevivencia”, materializada en la cuarentena con el incremento del miedo a morir. Menciona la “algofobia”, ese rechazo o aversión al dolor, muy común en los ancianos, pero que sin duda cualquier individuo a la edad que fuera puede experimentar. Claro que obtener placer con el propio dolor o el ajeno ya es una perversión patológica (la algolalgia no es sinónimo de masoquismo). El filósofo coreano-alemán piensa que la algofobia es una tanatofobia.

La pandemia con la cantidad de muertes que ocasionó diariamente volvió a tornar visible la muerte, la que se reflejó en los medios de comunicación cotidianamente, generando temor cuando no pánico. Es más, la situación con respecto a los que fallecen por Covid-19 ha modificado el modelo antropológico de buena muerte que teníamos, dando paso a una muerte deshumanizada, los pacientes mueren solos, sin que ningún ser querido les tome la mano o tenga la oportunidad de despedirse, quizá solo bajo la mirada piadosa del personal de salud. Claro que esta situación comenzó a cambiar cuando en los servicios se introdujeron las videollamadas y la presencialidad con ulterior confinamiento, para así poder acompañar al paciente hasta la despedida final (muerte digna).

La gente termina por aceptar sin hacer preguntas la restricción tajante de aquellos derechos que son fundamentales. El filósofo piensa que bajo ese estado de excepción viral las personas se condicionan voluntariamente a la cuarentena, mientras la virología, que tiene la última palabra, hoy sustituiría a la teología: la resurrección es suplantada por la ideología de la salud y la sobrevivencia. En conclusión, esta narrativa de la vida gira en torno al hecho de sobrevivir. Es interesante cuando Byung-Chul Han hace referencia del capitalismo, nos advierte que allí no está la narrativa de la vida buena, porque se acumula capital para huir de la muerte. En esta sociedad donde surge la histeria por sobrevivir, su intelecto dibuja una sociedad de “muertos vivientes”, y compara la pandemia con el terrorismo, ya que en aquellos lugares públicos como los aeropuertos, a todo el mundo se lo trata como si fuese un terrorista, que si bien no porta un chaleco con explosivos, potencialmente porta un virus.

Para Slavok Zizek la “filosofía estatal” promovería la investigación científica y el progreso técnico, aunque por otro lado limitaría cualquier impacto social y simbólico que suponga una amenaza al conjunto teológico-ético. Considera que los más cercanos son los neokantianos. Kant según Zizek, aborda el problema de garantizar (sin perder de vista a la ciencia de Newton) que la responsabilidad ética quede exenta del alcance de la ciencia, limitando el alcance del saber para crear un espacio de fe y moralidad. Zizek se pregunta cómo limitar a la ciencia en su horizonte de sentido, y a la vez denuncia ilegítimas sus consecuencias ético-religiosas.

Slavok piensa que Habermas se esfuerza desesperadamente en evitar el hundimiento de nuestro orden ético-político establecido y lo llama el filósofo de la re-normalización. La filosofía del futuro sería la integración consumada. Lo contrapone a Sloterdijk, quien no teme “pensar peligrosamente”, tampoco cuestionarse los supuestos de la libertad y la dignidad humana, así como nuestro Estado de bienestar liberal, entre otras cosas. Sería una orientación del mal siguiendo a Heidegger, porque lo peligroso es el propio pensamiento que tiene que pensar contra sí mismo y rara vez lo puede hacer. En tanto y en cuanto el pensamiento es pensar libremente y “contra sí mismo” desde el pensamiento convencional, resulta malvado. Zizek cree que es fundamental persistir en esta ambigüedad, como la tentación de encontrar una salida fácil a través de alguna “medida adecuada” entre los dos extremos de la normalización y el abismo de la libertad. Se pregunta si en esta disyuntiva debemos escoger un bando, entre “corromper a la juventud” (me recuerda algo muy socrático) o garantizar una estabilidad primordial.

Nosotros vivimos en un mundo capitalista y globalizado, donde desafiamos nuestros supuestos más íntimos de una manera más violenta que las especulaciones filosóficas más insensatas, por eso la tarea del filósofo ya no es socavar el edificio simbólico-jerárquico de la estabilidad social sino que los jóvenes perciban los peligros crecientes del orden nihilista, el que se presenta como dominante de las nuevas libertades. En esta época no hay tradición en qué basar nuestra identidad, no podemos ir más allá de la reproducción hedonista. El nihilismo actual, que Zizek define como, “el reino del oportunismo cínico acompañado de permanente ansiedad”, se legitima como la liberación de las viejas represiones: disponemos de libertad para reinventar nuestra identidad y orientación sexual, cambiar de trabajo o de profesión. Todas estas libertades quedan ordenadas por el sistema en que funciona la “libertad consumista”, pues, la posibilidad de escoger y consumir se convierte de manera imperceptible en la obligación de consumir del “superego”, que en el psicoanálisis freudiano sería la conciencia moral integrada por el yo ideal (lo que quiero ser) y el ideal del yo (censura e imperativo moral que juzga y determina los propios pensamientos y acciones); pido disculpas, pero no soy psicoanalista ni filósofo como Slavok. Lo cierto es que para que esto funcione se necesita de la aceleración, porque si se frena somos conscientes de la falta de sentido de todo el movimiento.

Este Nuevo Desorden Mundial, según Zizek, esta civilización sin mundo que emerge gradualmente, afecta fundamentalmente a los jóvenes que oscilan entre la intensidad de vivir plenamente (goce sexual, drogas, alcohol, violencia) y el ansia de triunfar (estudiar, ser profesional, ganar dinero). En fin, la transgresión permanente hoy se ha convertido en norma.

Desde mucho antes de la pandemia veníamos criticando el orden mundial, el sistema imperante y la necesidad de tomar conciencia de que el rumbo estaba equivocado. Y no podíamos caer en el conformismo por más que a uno le fuese bien, sabiendo que en el mundo existe tanta desigualdad, hambre, falta de oportunidades, discriminación, abusos de todo tenor, odio y guerras. Quizá habría que darle razón a Dante cuando decía: “Quien sabe de dolor, todo lo sabe.”

Gianni Vattimo no cree en el progreso, sostiene que tendemos hacia una sociedad dominada por unos pocos y, se autodefine pesimista, pero un pesimismo que según él se acentuaría con la vejez. Vattimo, uno de los impulsores de la postmodernidad, sostenía hace varios años que entrábamos a una “Babel informativa” y se abría un camino a la tolerancia de la diversidad. También pensaba que a través de la postmodernidad y el pensamiento débil en este escenario multimedia, surgía un nuevo esquema de valores y de relaciones.

Vattimo fue eurodiputado y se define como un “comunista hermenéutico”, alejado tanto del estalinismo como del comunismo chino. Y cree que la gran responsabilidad actual de los pensadores es repensar lo que significa el mundo, comprender la vida como valor así como la responsabilidad que tenemos con lo humano. Él descree de la ontología liberal del libre mercado fundada en Adam Smith, pero sí en una cierta forma de comunismo. La economía por su parte buscaría establecer una argumentación para explicar el mundo, pero de ninguna manera es una ciencia exacta. La clave de nuestra esperanza estaría en la irrupción de una nueva dialéctica. Gianni habla de la “hermenéutica de la indignación” y, piensa que pequeñas revueltas pueden llegar a ser formas útiles de protesta ya que una revolución a nivel mundial hoy no parece posible. Reconoce que los conservadores son muy realistas, con exactitud perciben aquello que hace peligrar su poder. Y asevera que nos estamos enfrentando a un límite. En efecto, en él como en muchos de nosotros está presente y funcionando la “conciencia de límite”.

Por su parte Daniel Feierstein, para explicar esta realidad pandémica y sus consecuencias enuncia derrotas parciales y articuladas, como la del “principio precautorio” (evitar daños medioambientales irreversibles, actuando con cautela ante la falta de datos), el valor de la salud de la población por sobre la ganancia empresarial, y la derrota del papel del Estado como articulador de los intereses colectivos. Considera que para mejorar en el cumplimiento normativo, la batalla se libra en tres planos: cognitivo, emocional y ético-moral. Coincido con él en que asumir las derrotas sirve para intentar revertir lo que sucedió en los primeros tramos de la pandemia. Feierstein propone imaginar la existencia de otros modos de vida, de otras opciones que no impliquen resignarse a la ley del más fuerte o quizá del más cruel. Considera a la “mano invisible del mercado” como algo ineluctable y que determina nuestro destino.

Otro intelectual, Daniel Innerarity, asegura que los que menos aprenden son aquellos que dan lecciones y, querer tener siempre razón no se compatibiliza con el aprendizaje. Me viene a la memoria Quevedo cuando sostenía lo peligroso que es tener razón en un ámbito donde hay poca justicia. Innerarity refiriéndose a la crisis pandémica, hace hincapié en lo lamentable que es limitar las libertades: “Saber lo que vamos a aprender tras una crisis es imposible; si ya lo sabemos, no necesitamos aprenderlo; y si lo vamos a aprender es que ahora no lo sabemos”. En fin, me remito a Confucio cuando decía que el saber consiste en admitir como saber lo que se sabe y como no saber lo que no se sabe.

Innerarity considera que en esta época de gran volatilidad existe una creciente fragilidad social que nos somete a tensiones y, en este contexto la implosión del capitalismo puede ser un deseo o tal vez un ejercicio. Él dice que frente a cualquier crisis que sea grave, “se forma un coro de los que sabían cuando nadie sabía y saben ahora cuando todavía no sabemos”.

Lo cierto es que esta crisis estructural es permanente y la sensación de estabilidad no deja de ser una apariencia. Él propone fortalecer las instituciones trans-nacionales y promover la inteligencia cooperativa. Asimismo ensaya una defensa de la política, señalando que en los males de la democracia surgen dos grupos: los que culpabilizan a los representantes y los que le echan la culpa a los electores. Por eso en la democracia son fundamentales las instituciones que se mueven entre la confianza y la desconfianza, aunque pienso que hoy predomina la desconfianza. Todos sabemos que los mejores no llegan al poder, que la gente reclama ser oída por sus representantes (quienes le arrebatan el voto para luego incurrir en traición), que los votantes quieren participar y exigen transparencia. Es cierto que algunos problemas son específicos, muy complejos y no están al alcance de las mayorías, entonces aparecen los expertos en esos temas. Pero uno de los grandes problemas sigue siendo la corrupción, para lo cual Innerarity piensa que no se trata de poner en las instituciones a gente incorruptible sino en dificultar la corrupción con todos los mecanismos necesarios de control. Está claro que lo que genera confianza en un país es la forma en que se combate la corrupción, porque a mayor tolerancia existe mayor degradación moral en el Estado y en la sociedad.

Yuval Harari considera que los países que han ahorrado dinero en los últimos años haciendo recortes en los servicios de salud ahora están pagando mucho más por la epidemia, y añade que una mejor asistencia médica, por caso a iraníes y chinos, ayudará a proteger a israelíes y estadounidenses. Para colmo ya no hay líderes de fuste en las grandes potencias del planeta que sean capaces de gestionar inteligentemente esta nueva crisis. Al respecto, Loris Zanatta decía que, si esto es una guerra, ¿dónde están nuestros generales? En fin, solo hay políticos incompetentes y demagogos, salvo algunas excepciones, pero la ejemplaridad en política sigue siendo rara avis. Por otro lado, en política la ingenuidad y el idealismo se hacen pedazos. Para Otto von Bismarck la diferencia entre los políticos y los estadistas es que los primeros piensan en las próximas elecciones, en cambio los segundos piensan en las próximas generaciones.

Con la irrupción global del coronavirus se ha recurrido insistentemente a la metáfora de combatir la pandemia como si tratase de una guerra. No es nuevo, la última vez que se utilizó con tanto énfasis fue en los 80 con el SIDA. Susan Sontag abordó las metáforas empleadas en la medicina y su sentido moral: “Cualquier enfermedad importante cuyos orígenes sean oscuros y su tratamiento ineficaz tiende a hundirse en significados”. Comparar la pandemia con la guerra puede atraer, aunque lo cierto es que no se trata de una guerra, ya que los ciudadanos no son los soldados que van al frente de batalla, el hombre de la calle más que acatar debe ser responsable, y aquí no está en juego la patria sino la solidaridad de la sociedad y todos sus estamentos.

Otra metáfora compara la pandemia con el “cisne negro”, teoría desarrollada por el libanés Nassim Taleb. La complejidad del planeta hace que los eventos inesperados considerados “cisne negro” aumenten. No podemos predecir lo desconocido, pero sí imaginar cómo nos afectaría si se produjese y cómo mitigaríamos sus consecuencias. Claro que no es sencillo saber qué hacer cuando no se sabe qué hacer.

Las cuarentenas nos remiten al Medioevo, pero la historia registra numerosas epidemias y cuarentenas muy anteriores. La Biblia le dedica varios versículos a la lepra. Hace más de cinco mil años la malaria y la tuberculosis afectaron a la población del antiguo Egipto. La peste Antonina fue la primera pandemia que afectó al mundo occidental, producida por la viruela o el sarampión, se propagó por el Imperio Romano durante el siglo II y llegó a ocasionar la muerte de unos cinco millones de personas. Curiosamente esa peste se habría originado en el territorio actual de China. Marco Aurelio Antonino, filósofo y emperador, que supo rodearse de gente capaz, convocó a Galeno, la figura experta que presenció el pico de la pandemia (llegó a conocerse como la plaga de Galeno), y a su vez combatió la recesión económica vendiendo posesiones del Imperio para ayudar a la gente más vulnerable, incluso vendió bienes de su rica esposa, pagó los funerales de las víctimas, pronunciando allí discursos. Durante la campaña germana escribió en griego Meditaciones, y en un pasaje sostiene que la destrucción de la inteligencia es una peste mucho mayor, y que la falacia, la hipocresía, la molicie y el orgullo constituyen una peste propia de los hombres en cuanto son hombres… En aquella época la superstición era la única manera que tenían los romanos de enfrentarse al flagelo, entonces surgían como en nuestros días charlatanes e impostores. Marco Aurelio murió víctima de la peste y agonizando pronunció estas palabras: “No lloréis por mí. Pensad en la enfermedad y la muerte de tantos otros”. Su solidaridad le ganó el respeto de la gente, fue el líder que se necesitaba, y que por desgracia hoy el mundo no tiene.

En la Modernidad, con la llegada de las tropas de Hernán Cortés a México, se habría reducido la población autóctona de 30 millones a solo tres millones en medio siglo debido a las enfermedades que portaban los soldados provenientes de Europa. En efecto, en la población autóctona no se conocían la gripe, la viruela, la tuberculosis, la malaria, la fiebre amarilla, el sarampión ni el tifus. A mediados del Siglo XIV con la peste negra Europa perdió un tercio de su población (unos 20 millones de habitantes). Finalizada la Gran Guerra, la Gripe Española (que no se habría originado en España) fue la pandemia más letal del siglo, matando unos 50 millones de seres humanos.

Mientras las epidemias estuvieron confinadas a Asia o África no despertaron mayor preocupación para Occidente, pero ahora el virus llama a nuestra puerta, se metió en nuestras casas, nos atemoriza. Y los gobiernos de Occidente como los de Oriente tienen que hacer un mea culpa por no prever esta pandemia, ya que los científicos que venían investigando en el tema no tuvieron el suficiente apoyo político ni económico para seguir adelante.

Los protocolos de investigación hoy son estrictos por los abusos que se cometen, y convengamos que no todo es humanitarismo. Gran Bretaña, Estados Unidos y Canadá denunciaron a los servicios de inteligencia del Kremlin de usar hackers para apropiarse en universidades y laboratorios de investigaciones de vacunas. La Casa Blanca con Trump denunció a la OMS (Organización Mundial de la Salud) y le retiró su apoyo económico por favoritismo hacia China, también le quitó al CDC (Communicable Disease Center) el control sobre la información del coronavirus. Mientras tanto en China una empresa estatal inoculaba a sus empleados y altos ejecutivos con dosis experimentales sin aprobación de la autoridad sanitaria, y en el ámbito militar probaban una vacuna experimental invocando el “espíritu de sacrificio”. Unos motivados por el Bien común, otros tras una patente que les garantice el gran negocio, no faltaron los que ideologizaron al coronavirus y la vacuna. Quizá Pasteur fue un iluso cuando decía que: “La ciencia no tiene patria, porque el saber es patrimonio de la humanidad”. Y Salk como Sabin también habrían sido ilusos, pues, declinaron beneficiarse económicamente por sus descubrimientos. Cuando le preguntaron a Salk por la patente respondió: “No hay patente. ¿Se puede patentar el sol?”. Un detalle, ninguno de estos científicos que permitieron casi suprimir la poliomielitis del mundo recibió el Premio Nobel de Medicina…

La vida tiene varias dimensiones o magnitudes medibles que dependen en gran parte del individuo, de la sociedad y del contexto de época, pero hay tres dimensiones de la vida humana que hoy son dominantes: la medicalización, el mundo virtual y la judicialización. La definición de salud de la OMS (1948) es una de las utopías de la Modernidad. El “estado de completo bienestar físico, mental y social”, más allá de ser una aspiración, digna sin duda, implica definir la salud no sólo como ausencia de enfermedad. Para Giovanni Berlinguer, quienes formularon esta definición no conocían la comedia de Jules Romain: “Knock, o el triunfo de la medicina”, representada por primera vez en París (1923). El doctor Knock sostenía que las personas que gozan de salud en realidad son enfermos ocultos, de allí que la salud devendría de estudios insuficientes. Por ello la proclama de Knock: “la era de la medicina ha llegado”, que coincide con la era actual de medicalización de la sociedad y de la vida en general, sin duda toda una ideología. A fines de los 80 se le añadió a la definición la categoría “salud espiritual” y, como irónicamente dice Berlinguer, esto no significó que la OMS creara un departamento para las “enfermedades del espíritu”. En fin, la definición resulta ser una entelequia.

La influencia del mundo virtual adquirió una dimensión insospechada. La prueba es que la pandemia aceleró la inclusión de la virtualidad en todas las áreas, incluso sin que hayamos tomado conciencia de que la pretensión de esas plataformas a través de algoritmos y psicología aplicada es leer nuestra mente para lograr manipularnos. Recuerdo que cuando aparecieron los teléfonos celulares creíamos que su función sería la de un teléfono móvil, no más, pero a la voz se le sumó la imagen (videollamada o videoconferencia), y además en ese dispositivo cada vez más pequeño que cabe en la palma de una  mano, aparecen en la pantalla táctil una serie de funciones, pues se trata de una minicomputadora, donde podemos bajar archivos, enviar mensajes, navegar por Internet, tomar fotos, grabar videos, consultar el diccionario, además del GPS, videojuegos, entre otras funciones. Al Smartphone, que sin duda logra crear dependencia (allí reside la codicia de las empresas), continuamente se le van añadiendo nuevas aplicaciones (apps) que intentarían facilitarnos la vida. A inicios de octubre de 2021 se cayeron las redes sociales durante siete horas en el mundo. Creo que en esas horas de incomunicación virtual muchos comprendimos cuánto había cambiado nuestro estilo de vida en tan poco tiempo.

A veces me pregunto cómo hubiésemos vivido esta pandemia sin Internet ni redes sociales. Lo virtual cambió el mundo cultural y no dejó estamento social sin modificar. En lo que va del siglo hemos asistido a numerosos sucesos que nos tomaron por sorpresa. Todo está cambiando y tenemos la percepción de estar viviendo una etapa de transición, sin saber cómo será el futuro. Los decorados del siglo pasado se resquebrajaron, los paradigmas mutaron en poco tiempo, el encierro cambió nuestros hábitos y rutinas que nos daban seguridad. Un profundo cambio que se lleva estilos de vida, valores, modelos de moralidad, también millones de vidas humanas… Una sucesión de catástrofes a gran velocidad que superan nuestra capacidad de registro. Ya no sabemos cómo contar la historia del mundo. Quizá como dijo Olga Tokarczuk, nos falta la dimensión de la historia que es la parábola, donde el héroe que vive bajo condiciones históricas y geográficas específicas, al mismo tiempo va más allá de las circunstancias concretas.

Hoy vivimos bajo la amenaza de ser demandados ante la justicia, y pienso que esto nos preocupa a todos. Desde ya que es lógico que quien sea injustamente desacreditado o resulte injuriado recurra a la justicia y pretenda una reparación por el daño que sufrió. Uno no puede decir del otro lo que le venga en gana invocando la libertad de opinión y desentendiéndose de su responsabilidad. Sin embargo, asistimos a un fenómeno que va in crescendo, sobre todo en las redes sociales. En efecto, hay quienes las utilizan para agredir, querer imponer sus ideas, amenazar veladamente o infundir sentimientos de odio racial, político, religioso, o de otra naturaleza. Un fenómeno actual es la cultura de la cancelación, articulada con la “corrección política”. Como ser, una actriz representó a un personaje de una obra teatral y fue abucheada por parte del público asistente y también severamente criticada e injuriada en la redes. Ella se defendió sosteniendo que solo era una actriz que hacia su trabajo y que nada tenía que ver con el personaje asignado. Está claro, es como si a los actores que en el cine han interpretado a jerarcas nazis se los acusara de estar a favor de esa ideología. Por favor, separemos la paja del trigo, lo auténtico de lo falso. Pero la cancelación se la vincula a menudo con la judicialización, pues, todos los conflictos parecen resolverse mediante la amenaza de ser llevados ante los tribunales, mediante el envío de una carta documento, una declaración pública o una solicitada en los periódicos.

Una situación concreta son los que malinterpretan las críticas sin haber examinado detenidamente lo que el otro dijo y plantean precipitadamente un daño moral que consideran debería ser resarcido. Twitter es un ejemplo, donde con frecuencia los contenidos son viscerales, claramente emocionales. Los políticos recurren a Twitter como su principal medio para llegar al gran público. Basta que tomen conocimiento de un hecho, noticia u opinión que los afecte o que vean una oportunidad, para que al instante, sin el tiempo prudencial de análisis o de verificación, vomiten un tweet con desmentidas, injurias, dicterios y hasta maldiciones. También algunos intelectuales son cultores de este oportunismo. Y no hablemos de los mandatarios que gobiernan por Twitter en vez de dirigirse al parlamento o dar una conferencia de prensa. Coincido con Umberto Eco: “No todas las verdades son para todos los oídos”.

Las redes sociales permiten que muchos se escuden en el anonimato y promuevan linchamientos mediáticos, escraches (término rioplatense que apunta a la destrucción de la imagen o la reputación), y acosos que generan serios problemas. El peligro está cuando el discurso se torna masivo, porque la masificación no sirve para pensar ni reflexionar, no admite la duda, la pregunta ni el desarrollo de una idea, ya que rápidamente surge el juzgamiento moral. Para peor siempre hay algún desequilibrado que lleva a la práctica alguna estupidez o comete una tragedia. Por eso vivimos tiempos de judicialización y moralización como escrache. 

George Orwell pensaba: “En una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario”, y por su parte Virginia Woolf decía que, “Si no dices la verdad sobre ti mismo, difícilmente podrás decir la de las otras personas”. Es evidente que  la verdad no pasa por un buen momento, ha perdido fuerza, importancia, valor. Y nunca falta gente que aun disponiendo de pruebas suficientes se autocensura, le amedrenta la posibilidad de ser demandada. Convengamos que la razón es insuficiente frente a los avatares de la justicia. Albert Einstein creía que si uno quiere decir la verdad había que hacerlo con sencillez y dejarle al sastre la elegancia.

La mirada experta hoy es tenida en cuenta por muchos, pero también no son pocos los que dudan o incluso los que la desacreditan.El problema surge cuando la palabra del experto falla o no acierta, y frente a esto advertimos diferentes interpretaciones: para algunos no es más que el error humano, para otros  una burda mentira, y no faltan los que consideran esta equivocación como un fracaso rotundo que desacredita la pericia profesional (professional expertise). Bertrand Rusell sostenía que: “Aun cuando todos los expertos coincidan, pueden muy bien estar equivocados”.

Está bien que los expertos discutan entre ellos sus diferencias conceptuales o sus observaciones, pero deberían hacerlo en los lugares apropiados y no en la televisión, dando a veces la imagen de un espectáculo circense. Lo primero que se necesita es rigor intelectual, luego que la información sea veraz y adaptada al público en general, que obviamente no es experto en el tema, y esto tiene que ver con el “derecho a entender”, por eso es inadmisible el empleo de un vocabulario técnico que la gente común desconoce y que no está obligada a conocer. Debemos prestarle atención a las explicaciones de los expertos y procurar entender, pero también tener en claro que la mirada experta no es infalible. La experiencia revela que es saludable evitar la tendencia creciente a dejar que otros piensen por nosotros y nos despojen de esta maravillosa capacidad cognitiva que nos hace libres.

Alessandro Baricco considera a la pandemia como una criatura mítica y dice que el virus generó un lapso para que reflexionemos. Un mito que con una violencia repentina aparece en la superficie del mundo, aparta a unos de otros, nos torna egoístas o indiferentes. Baricco carga contra el capitalismo y las diferentes facetas de la vulnerabilidad humana, que aluden a la tragedia humana disfrazada de progreso, y nos insta a corregir errores antes que sea demasiado tarde.

Si la pandemia actual hubiese aparecido hace tres o cuatro décadas, en el siglo pasado, probablemente más millones de personas hubieran muerto, porque entonces no contábamos con el progreso tecnológico y científico de nuestros días, y difícilmente se hubieran producido las vacunas en apenas un año. Esto debería hacernos reflexionar y como sostiene Baricco impulsar a corregir los errores. No hay duda de que existen las condiciones suficientes para que la humanidad pueda vivir en paz, sin crisis económicas ni hambrunas, pero los políticos son incapaces de instrumentar las estrategias necesarias para lograrlo. La gente por su parte también revela incapacidad a la hora de elegir a sus representantes y de exigirles el cumplimiento de sus promesas de campaña. En la democracia no gobiernan los mejores ni los que dicen representar al pueblo, sino los que más votos obtienen. La competencia electoral se impone sobre la colaboración. De todas maneras la democracia sobrevive pese a convivir con realidades sociales que la deterioran y, las soluciones no son sencillas.

Capítulo II

La patria de los intelectuales

El mundo abordado desde la pregunta es propio de la mayéutica socrática, al menos así lo ha sido en sus inicios para la cultura occidental. En efecto, la pregunta opera como inductora de la reflexión y ésta busca la luz en el laberinto de la mente. La interrogación metódica es para personas que tienen el hábito y también el coraje de pensar sin restricciones o condicionamientos previos. Sócrates fue el que inauguró un nuevo mundo moral en el Siglo V a.C., pero la política se impuso y por eso se lo conoce como el siglo de Pericles, célebre defensor de la democracia. Han pasado 25 siglos y los políticos siguen empecinados en mostrarnos la realidad que quieren que veamos; las religiones como siempre nos ofrecen respuestas a todas las preguntas; el mercado nos provee de un sinnúmero de comodidades gracias al progreso tecnológico y científico; se advierte el espacio acotado que va quedando para la reflexión, la filosofía, incluso la ficción. Estamos rodeados de certezas, vivimos opinando, juzgando, y rara vez comprendemos las acciones y sentimientos del otro, al extremo que se percibe una suerte de fundamentalismo cultural que opera como coartada de un mundo a la deriva. Es mucho más fácil creer que pensar.

Desde la antigüedad los reyes justifican su poder en el origen divino. La modernidad se encargó de separar el Estado de la religión, y la separación de la Iglesia del Estado se conoce como laicidad. Pero de ninguna manera se niega el papel espiritual de la religión, el asunto es que una cosa es la política que aspira a gestionar o gobernar los asuntos de la sociedad y otra muy diferente es la fe religiosa. Eric Voegelin llegó a hablar de “religiones políticas”. Él fue un representante de la teología política junto con Carl Schmitt, aunque políticamente estaban en los extremos, pues Voegelin debió escapar de la Alemania nazi y terminó exiliado en los Estados Unidos, mientras que Schmitt fue un miembro destacado del nacionalsocialismo. Voegelin advirtió que ante la ineficacia del Estado los ciudadanos terminan perdiendo la paciencia y buscan líderes que se opongan al sistema, que tengan una ideología mesiánica, y cuando los militantes alcanzan cierto grado de organización se tornan impermeables a todo argumento, al extremo que llegan a creer que son los elegidos de Dios.

En la antigüedad surgió la figura del intelectual, más allá que su denominación sea producto de la modernidad. Y surge de la combinación del culto al estudio con la observación crítica de lo que acontece en la calle, así como de la reflexión sobre temas morales, éticos, y los planteos frente a la condición humana. Consecuencia del interés por la res publica