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Estas son las heridas que se abren mientras escribo. La fuerza que impulsa mi relato a través del daño no es muy distinta de la esperanza a no ser consumida por el trauma, a que no pudra todo mi ser. Escribo para erigir montañas, colinas, acantilados y formaciones rocosas encima de las hendiduras de mi historia, mis sociedades y sus espíritus guardianes. Mediante la escritura, cultivo mi ser para generar bosques que rellenen y revivan nuestra mermada humanidad. Tsitsi Dangarembga En este libro, Dangarembga te toma de la mano y te guía a través de su historia, que es, a su vez, un reflejo de Zimbabue, desde el yugo colonial hasta su realidad más reciente. A medida que te adentras en su relato, también entenderás cómo se formó su identidad como escritora en una sociedad que negaba la humanidad a los cuerpos negros y, aún más, a las mujeres negras, doblemente victimizadas en un juego de poder que no les pertenecía. […] Del prólogo de Desirée Bela-Lobedde
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Seitenzahl: 180
Veröffentlichungsjahr: 2025
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«Mujer y negra ofrece una visión poderosa para volver a recordar a aquellos cuyas identidades y experiencias siguen estando fracturadas por las intersecciones de la historia, la raza y el género».
Toni Morrison
«Un libro convincente que entrelaza lo personal y lo político para demostrar cómo la experiencia de la raza y el género no depende de un esencialismo global, sino de historias locales que se inscriben en el cuerpo».
Ismail Muhammad, The New York Times Book Review
«Ensayos incisivos y apasionados. Las reflexiones sinceras de Dangarembga y su prosa lírica aportan urgencia a este sugerente alegato a favor de la igualdad política y social. Los lectores no querrán perdérselo».
Publishers Weekly
«El estilo de Dangarembga es meticuloso, un realismo envolvente lleno de una fluidez de detalles».
Darryl Pinckney, The New York Review of Books
«Un análisis bien informado y mordaz del legado del imperio».
Kirkus Review
Tsitsi Dangarembga (1959) nació en la colonia británica de Rodesia del Sur, actual Zimbabue. Su madre, Susan, fue maestra, la primera mujer negra en cursar estudios universitarios en Zimbabue y la inspiración para la trilogía de novelas que incluye Condiciones nerviosas (premio Commonwealth Writers 1998) y This Mournable Body (finalista del Booker 2020). Además, Tsitsi ha recibido el Pen Pinter Prize y el Premio de la Feria de Frankfurt. Vivió desde los dos hasta los seis años con una familia blanca en Inglaterra, experiencia que marcaría su desarrollo. Polifacética y errante, estudió medicina en Cambridge, psicología en Harare y cine en Berlín, siendo Neria (1992) y Everyone’s Child(1996) dos de las películas más importantes en las que ha trabajado.
Con una omnipresente alabanza a la escritura, estos ensayos reconstruyen las identidades guillotinadas —como la historia (pos) colonial de Zimbabue o la infancia desplazada en la Inglaterra de los sesenta— y rasgan el tejido de las estructuras que siguen marcando los cuerpos. Tsitsi integra lo íntimo con lo colectivo, lo personal con lo político y su experiencia vital con el curso de la historia para descubrir, cuando siempre se ha pertenecido al relato de los otros, cómo narrarse a una misma.
MUJER Y NEGRA
TĺTULO ORIGINAL
Black and Female
© 2022, Tistsi Dangarembga
Publicado por
Plankton Press S. L.
C/ Hernán Cortés, 3
29679 Benahavís (Málaga)
www.plankton.press
Primera edición en Plankton Press: diciembre 2024
© de esta edición, 2024, Plankton Press S. L. en acuerdo con Casanovas & Lynch Literary Agency S. L.
© de la traducción, 2024, Cristina Lizarbe Ruiz
© del prólogo, 2024, Desirée Bela-Lobedde
ISBN: 978-84-19362-24-7
Depósito legal: MA 1939-2024
Diseño e ilustración de cubierta: Beatriz Lostalé
Edición: Claudia Pérez Herrero
Maquetación: Álvaro López López
Impresión y encuadernación: Estugraf
Impreso en España - Printed in Spain
Tipografía: Lora
Lora es una tipografía creada en 2011 por Olga Karpushina.
Con sus raíces en la caligrafía, consideramos que esta fuente transmite sin fisuras el estado de ánimo de una historia moderna.
Reservados todos los derechos. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra ni su almacenamiento, tratamiento o transmisión de ninguna manera ni por ningún modo sin autorización previa por escrito del titular de los derechos, salvo para uso personal y no comercial.
TSITSI DANGAREMBGA
Prólogo de Desirée Bela-Lobedde
Traducción de Cristina Lizarbe Ruiz
Plankton Press
2024
A mi madre, Susan Ntombizethu Dangarembga.
A mi hermana, Rudo Dangarembga.
Y a Sheri e Ines, cuyos viajes exigieronmucho de lo innombrable.
Prólogo por Desirée Bela-Lobedde
Introducción
Escribir siendo mujer y negra
Mujer, negra y la superheroína feminista negra
La descolonización como una revolución de la imaginación
Agradecimientos
Al abrir Mujer y negra te embarcas en una travesía por el pensamiento y las experiencias de una escritora africana que, nacida en el seno de un territorio marcado por el colonialismo, narra desde su vivencia encarnada lo que significa ser negra fuera de ese territorio y ser mujer dentro del mismo. Estas páginas son un recorrido por las vivencias de quien, al no–ser, ha necesitado hacerse ver y reivindicar su existencia en un mundo que intenta borrarla de manera constante. Siendo yo una mujer negra en España, siento como un honor el escribir este prólogo e invitarte a conocer no solo a Tsitsi Dangarembga, sino también Zimbabue, su país de origen, conocido como Rodesia durante el dominio colonial británico.
En este libro, Dangarembga te toma de la mano y te guía a través de su historia, que es, a su vez, un reflejo de Zimbabue, desde el yugo colonial hasta su realidad más reciente. A medida que te adentras en su relato, también entenderás cómo se formó su identidad como escritora en una sociedad que negaba la humanidad a los cuerpos negros y, aún más, a las mujeres negras, doblemente victimizadas en un juego de poder que no les pertenecía. Esa forma de mirar aún pervive, incluso dentro de los movimientos feministas hegemónicos actuales, cuando se habla de las mujeres del sur global. Esta es una de las cuestiones a las que me refiero cuando digo que el feminismo hegemónico, y de la primera ola, es hijo de su tiempo; del colonialismo que propiciaba conductas paternalistas y la infantilización de las mujeres africanas, que eran vistas como seres que necesitaban ser permanentemente salvados. Por las personas blancas, por supuesto. No se considera, ni siquiera hoy, que las mujeres africanas tengan agencia suficiente para liberarse por sí mismas, al contrario que sus homólogas blancas.
En el proceso de no–ser impuesto por la colonización, la autora, al igual que muchas otras mujeres negras, encontró en la escritura un refugio y una forma de resistencia y sanación. Nosotras, las mujeres negras, hemos tenido que contar nuestras historias para liberarnos de las narrativas opresoras que nos decían, y aún dicen, que no–somos. Escribir nos sana, dice Tsitsi. Porque escribiendo, nos contamos, y así no sucumbimos a las narrativas fantasiosas que circulan desde hace tanto sobre nosotras. Como decía Lorde: «Si no me definiera por mí misma, me vería envuelta en las fantasías de otras personas y me comerían viva». Ya nos han devorado durante suficiente tiempo, en lo histórico, lo ideológico y lo epistémico, y estamos reclamando nuestro poder. El poder de nuestra agencia, que no es poca cosa.
Insisto, el feminismo hegemónico y de la primera ola, nacido en la era del colonialismo, perpetuaba actitudes paternalistas y la infantilización de las mujeres africanas. Dangarembga aborda estas cuestiones y la necesidad de reconocer la agencia y la capacidad de autoliberación de las mujeres africanas, algo que el feminismo dominante a menudo ignora. Pienso constantemente en ese lema feminista que he visto muchas veces en las redes sociales: «Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar». Las mujeres negras, como decía una camiseta que vistió Ava DuVernay, somos el sueño más salvaje de nuestras ancestras. Porque, como escribió Audre Lorde en «Letanía para la supervivencia»: Nunca se esperó que sobreviviéramos.1 Nosotras somos las nietas de las supervivientes al genocidio de un continente, donde se secuestró a cerca de trece millones de personas. Y nadie contaba con que sobreviviéramos ni al secuestro masivo ni a la violencia de la colonización. Pero aquí estamos. Y, como estamos, (nos) contamos.
Tsitsi habla de los efectos del imperio en las sociedades africanas y de nuestra necesidad de sanar las heridas infligidas por la colonización, pero también habla de cómo el imperio en sí necesita sanar, recuperarse y deshacerse de la institución de la colonización, que todavía está presente, a pesar de que la mayoría de las personas en Occidente intentan negarlo. Esta es una realidad innegable desde posiciones antirracistas y decoloniales. El reto es hacer que esas partes de la población que, sin saberlo, se han beneficiado del imperio, reconozcan también la herida y cómo esta lacera su memoria y la conciencia de sí mismas de modo análogo. Porque, a diferencia de lo que le pasó a la madre de la autora, a quien prohibieron explicar la violencia recibida en aquella Rodesia segregada, y a diferencia de nuestras madres, a quienes también se les enseñó obediencia y sumisión, las hijas hemos decidido hablar. Hemos aprendido que no le debemos nuestro silencio a nadie. Un silencio que, como ya explicó Audre Lorde en Sister Outsider,2 no nos protegerá.
La autora habla de la legitimidad del sentir, del conocimiento emocional y vivencial, aspectos a menudo menospreciados y deslegitimados académicamente. Este conocimiento, que Dangarembga y muchas otras autoras negras reclamamos, ha sido históricamente denostado, calificado como insignificante y, en consecuencia, ignorado por la academia occidental, que establece qué conocimiento es legítimo. Y ahí, «las otras» —como Tsitsi, como yo— salimos perdiendo. Y tenemos que gastar (más que invertir) tiempo y energía explicando que nuestro conocimiento es igual de válido a alguien que, en realidad, no pregunta porque quiera saber. Pregunta para que nos desgastemos en las explicaciones y, de tanto desgaste, al final lo dejemos correr y decidamos callar. El sometimiento del imperio adquiere nuevos métodos, cada vez más sutiles. Escribir es, para nosotras, una forma de resistencia contra la invisibilización y el desgaste que supone explicar nuestro valor a quienes no tienen un interés genuino en entender(nos).
Occidente suele percibir nuestros reclamos como una amenaza, temiendo que, si las personas negras ganamos más poder, habrá una supuesta dominación a la inversa. En mi opinión, esto es revelador de que, en realidad, en lo profundo, existe una conciencia de la violencia ejercida históricamente sobre los territorios y los cuerpos colonizados, aunque se intente negar de manera sistemática. Para bien, nuestras demandas no claman venganza, sino justicia.
Otro tema relevante que la autora destaca es el de los regalos «envenenados» —y violentos— que proveyó la colonización: nos hicieron renegar de nuestras lenguas maternas, que dejaron de ser idiomas para convertirse en dialectos; de nuestros elementos artísticos, porque se calificaron como artesanía, y de nuestras espiritualidades, que se rebajaron a la categoría de supersticiones. La colonización y el imperialismo no fueron la civilización ni la educación, que, como a un clavo ardiendo, es a lo que se agarra cualquier persona sin perspectiva decolonial ni antirracista cuando se critican los procesos coloniales. Pero, como la historia la cuenta quien tiene el poder, puede embellecer el relato para ocultar las verdaderas atrocidades que el imperialismo supuso.
El libro toca, además, la realidad del limitado acceso de las mujeres negras escritoras a las grandes editoriales, una barrera que yo misma conozco bien. Y esta barrera no nos afecta solo a nosotras. También impide el acceso al mundo editorial a editoras y traductoras. Y, aunque he tenido el privilegio de publicar mis obras en una de esas grandes editoriales, soy consciente de que es una excepción y no la norma para la mayoría de las mujeres negras que desean publicar en España. Por eso los proyectos editoriales como Plataforma Cero, creado por la escritora y poeta Quinny Martínez Hernández son necesarios, ya que, desde la construcción colectiva y autogestionada, impulsa a escritores noveles racializados, migrantes y no occidentales. Cuando nuestras creaciones no son relevantes para el imperio, necesitamos encontrar otras vías para expresarnos; lo quiera el imperio o no.
Junto a la dificultad de que nos publiquen, el poder tiene otra forma de poner trabas a las mujeres negras profesionales —porque es algo que no se limita a la escritura—: el fenómeno de la negra única. Según esta ocurrencia, donde ya hay una persona negra, no puede haber otra más, algo denunciado por la periodista Lucía Asué Mbomío Rubio en diversas ocasiones. Como cuando fue a hacer una entrevista a una cadena de televisión y la rechazaron porque ya había otra periodista negra. Así que se nos dan posibilidades, pero poquitas. No sea que nos vengamos arriba. Son las migajas con las que debemos conformarnos. La blanquitud hace lo mínimo para que no se le pueda recriminar que no nos tiene en cuenta. Así siempre está la excusa. «Pero ¿por qué te quejas, Desirée? ¡Si ya hay UNA mujer negra en ese espacio!». Y se supone que eso tiene que contentarme. Y, desde luego, no lo hace.
La situación del reconocimiento artístico a las mujeres negras también es otro melón que apenas nos hemos atrevido a abrir, al menos aquí en España y de forma pública. Dangarembga lo comenta en el segundo ensayo. Si hay pocas mujeres negras premiadas internacionalmente, en España, el reconocimiento brilla por su ausencia. Bernadine Evaristo recibió el Premio Booker de 2019. Yo dudo que vea el día —ojalá me equivoque— en el que una mujer negra gane un Premio Planeta o un Princesa de Asturias de las Letras. ¿Por qué? Porque lo que escribimos no le interesa al imperio. Porque somos «minoría» —la eterna excusa— o porque escribimos solo cosas para negros —que es tan absurdo como decir que la literatura escrita por mujeres es solo para mujeres—, o por cualquier otra razón inventada y justificada de forma torticera.
Otra cuestión que me parece importante apuntar es que escribir siendo mujer negra implica escribir desde la experiencia encarnada, como dice Dangarembga en el primer ensayo. Recuerdo que, en 2021, después del fallecimiento de bell hooks, me invitaron a una mesa redonda junto con otras dos ponentes —mujeres blancas, una periodista y otra editora— para analizar la obra de la recién ascendida ancestra. En un momento dado, una de las dos mujeres comentó que la obra de hooks era interesante porque estaba plagada de anécdotas personales. Tuve que intervenir para llamar la atención y dejar claro que no se trataba de anécdotas. Expliqué que esta es la forma en la que las mujeres negras generamos conocimiento. Si yo no hubiese estado allí, hablando desde mi lugar de enunciación como mujer negra y escritora, la audiencia —blanca en su mayoría— habría dado por buena la afirmación de aquella mujer blanca. Y, una vez más, las mujeres negras habríamos sido devoradas por las fantasías de otras personas, recuperando el aforismo de Lorde.
También leerás en esta obra reflexiones sobre la masculinidad patriarcal, sobre lo que es ser mujer negra y feminista y sobre cómo se encorseta a las mujeres negras, de nuevo en el no–ser, por no ser ni hombres ni mujeres blancas. Esta posición de no–ser es la que llevó a Kimberlé Williams Crenshaw al desarrollo de la teoría de la interseccionalidad, tras estudiar el caso DeGraffenreid contra General Motors. También habla de cómo fue el imperio el que configuró a la mujer africana como ese no–ser, carente de agencia y constantemente subordinada al macho africano; a pesar de que en la era precolonial, y aun tratándose de sociedades coloniales, la situación de la mujer era mucho mejor que la impuesta por la nueva narrativa colonial. Una narrativa más que conveniente para que, hasta hoy en día, quienes siguen el feminismo hegemónico sientan que su deber es ser héroes y heroínas, salvadoras de las mujeres negras, en vez de salir del foco para que lo seamos nosotras mismas.
Este segundo ensayo analiza las dificultades y los riesgos que corren en el continente africano las mujeres, especialmente en Zimbabue. La misoginia es abrumadora y ninguna mujer escapa a sus tentáculos. Afecta tanto a las que se reconocen abiertamente como feministas y luchan por los derechos de las mujeres, como a las que, por formar parte de la élite, miran hacia otro lado y sostienen la configuración de la sociedad patriarcal, a resultas de la cual toda la población femenina se ve perjudicada.
En este paisaje desolador, la autora habla de la importancia de los referentes, algo que yo misma suelo repetir una y otra vez cuando tengo la oportunidad. Las mujeres en Zimbabue no los tienen. Y los pocos que existen son un producto fabricado por la propaganda del país para garantizar la sumisión a las estructuras patriarcales y liberales y, sobre todo, para desalentar los intentos de autonomía y emancipación. Como parte de la prohibición de la autonomía femenina —y feminista—, la producción cultural o relacionada con pensamientos no hegemónicos está imposibilitada. Así se sofoca la capacidad de imaginar y, por lo tanto, de accionar para convertir esos imaginarios en realidades. Y, pese al riesgo, ese es el objetivo de los feminismos negros: crear realidades imaginadas, más justas para todas. Y estas formas radicales de imaginar sociedades libres son las que surgen de las mentes de las que, como dijo Lorde, nunca se esperó que sobrevivieran.
En ese segundo ensayo, Dangarembga reflexiona también sobre la blanquitud y lo peligrosa que es, precisamente por su invisibilidad, que hace a las personas blancas creerse lo normal e incluso lo legal, como señalo en mi libro Ponte a punto para el antirracismo, en el segundo capítulo, en el que hablo sobre la supremacía, el privilegio y la fragilidad blancas. Estamos en 2024 mientras escribo este prólogo y las personas blancas siguen sin reflexionar sobre lo que significa ser una persona blanca en términos de jerarquía racial. En este sentido, sería maravilloso que más personas blancas interiorizasen la frase de Toni Morrison: «Si solo puedes ser alto porque alguien está de rodillas, entonces tienes un problema grave». Y eso es lo que gran parte de la población blanca se niega a reconocer: que la blanquitud se ha situado en lo alto de la jerarquía racial a fuerza de mantener de rodillas a las personas de otros grupos raciales y étnicos. Por eso, para que la sociedad cambie realmente, necesitamos a más personas blancas haciendo lo que Lilian Thuram sugiere en su libro El pensamiento blanco: traicionar la blanquitud.
El último ensayo lleva el título de «La descolonización como una revolución de la imaginación». Me parece tan interesante como necesario hablar de la destrucción que la colonización ha producido de manera histórica, y sigue produciendo en la actualidad. Es una conversación que las personas africanas y afrodescendientes, y todas aquellas que abogan por la descolonización, ya estamos teniendo. Sin embargo, la gran mayoría no parece estar preparada para mantener este diálogo de forma honesta y profunda. Las actitudes, cada vez que se plantea el tema, son demasiado reactivas. El imperio sigue poniéndose a la defensiva y, cuando alguien está a la defensiva, se prepara para defenderse atacando, en vez de mostrar voluntad para escuchar. En esa defensa, los argumentos suelen ser los mismos —vacíos y pobres—: que la colonización llevó la «educación» a la gente salvaje, que la colonización fue positiva. Cuando escuchas la misma interpretación de la historia una y otra vez, no te queda más remedio que creerla y la das por la versión única y verdadera. Pero quienes tenemos relación con los territorios colonizados, sabemos muy bien que la colonización significó destrucción y muerte.
La colonización significó la creación del «negro» y de «África» en las formas perversas que Achille Mbembe explica en su Crítica de la razón negra. Y esas creaciones fantasiosas originadas en Occidente supusieron la inferiorización y la situación de no–ser, de la que también habla Frantz Fanon, de las personas africanas y su descendencia, algo que aun en la actualidad nos marca.
Por eso, el trabajo de la descolonización y del desmantelamiento de la supremacía blanca pasan por el ejercicio antes mencionado de traición a la blanquitud. Si eres una persona blanca, el mensaje no es que te traiciones a ti misma. La idea es que dejes de sostener las estructuras que se crearon hace siglos y que, a pesar de que tú no lo sientas la mayoría de las veces, establecen una jerarquía racial en la que las personas como tú salís siempre beneficiadas y las personas como Tsitsi Dangarembga y yo somos constantemente ignoradas, menospreciadas y borradas en todos los aspectos. Porque el racismo antinegro sigue vivo y coleando.
Me gustaría cerrar este prólogo invitándote, igual que hace la autora al final del tercer ensayo, a trabajar tu antirracismo. Y que ese trabajo empiece en ti, en tu cabeza. No asumas que, por considerarte buena persona, no tienes conductas racistas. Las tienes, aunque no lo quieras. El imperio también está en ti, y solo cuando lo reconozcas podrás empezar a desmantelarlo. Mientras te sigas aferrando al «yo no soy racista, porque soy buena persona», te negarás la posibilidad de traicionar la blanquitud como sistema y rechazarás la idea de un escenario más justo y vivible para todas gracias a la descolonización. Así que espero y deseo que la lectura de este libro te ayude a entender un poco más qué es ser negra y mujer y, desde esa nueva comprensión, te pongas en marcha.
1«Letanía para la supervivencia», El unicornio negro, Torremozas, 2019, p. 75.
2Hermana otra. Sister Outsider, Horas y horas, 2022.
Soy una refugiada existencial. Llevo huyendo desde que abandoné el vientre de mi madre, y probablemente antes, dadas las circunstancias en las que nací y el efecto de estas en mi entorno antes de que yo apareciera.
Cuando nací, mis padres vivían en el distrito de Murewa y daban clase en el instituto del mismo nombre, a una hora y media al oeste de Harare. En 1909, un misionero de la Iglesia Episcopal Metodista Americana (la AME, o American Methodist Episcopal Church) fundó el instituto, y a mí me dieron a luz en un hospital de Nyadire, otra misión de la AME a unos ciento sesenta kilómetros de donde trabajaban mis padres, en el extremo noreste del país. En el momento de mi nacimiento, esa misma Iglesia, cuya sede estaba y sigue estando en Estados Unidos, se había fusionado con otros dos cultos metodistas para formar la Iglesia Metodista Unida (la UMC, o United Methodist Church). Mis padres eran unos feligreses devotos.