Muros de Troya, playas de Ítaca - Jacqueline de Romilly - E-Book

Muros de Troya, playas de Ítaca E-Book

Jacqueline de Romilly

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Beschreibung

«Una intelectual rigurosa y brillante, una escritora comprometida con la tradición clásica actual; es decir, una humanista auténtica, en el mejor sentido del término, algo ya muy poco frecuente».  Carlos García Gual, El País Resulta indiscutible que la literatura occidental hunde sus raíces en la Ilíada y la Odisea, atribuidas tradicionalmente a un misterioso autor originario de Asia Menor. Pero ¿quién compuso realmente los dos poemas homéricos? ¿Cuál era el mundo en el que convivían sus dioses y sus héroes? ¿Qué visión nos ofrecen de las primeras etapas de la civilización? Desde el primer momento, estas dos epopeyas suscitaron una admiración unánime y sirvieron como alimento y modelo a los poetas líricos, a los trágicos, a los historiadores... Sentaron además las bases para la cultura y la educación en toda Grecia, y sus personajes —Aquiles y Patroclo, Héctor y Andrómaca, Ulises y Penélope— han llegado intactos hasta nuestros días, convirtiéndose también para nosotros en seres familiares. En Muros de Troya, playas de Ítaca, Jacqueline de Romilly, la gran dama de los estudios clásicos franceses, examina el lugar esencial que ocupa el corpus de Homero en nuestra historia, analizando los interrogantes de su génesis —objeto inagotable de audaces conjeturas y meticulosas investigaciones filológicas—, así como los motivos del placer constantemente renovado que ofrecen unas obras que siguen cautivando a cuantos lectores se acercan a ellas.

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Índice

Cubierta

Portadilla

Introducción

I. Nacimiento de las dos epopeyas

II. El mundo épico y la historia

III. La estructura de los poemas

IV. Procedimientos poéticos

V. Los dioses y lo maravilloso

VI. Los héroes «semejantes a los dioses»

VII. Los héroes como «mortales»

Conclusión. Después de Homero

Bibliografía sumaria

Notas

Créditos

Introducción

La Ilíada y la Odisea ocupan un lugar aparte en la literatura en general. Son las primeras obras escritas que produjo Grecia. De entrada, se han ganado la admiración general. Los poetas líricos griegos, los dramaturgos, los historiadores se alimentaron de ellas y las imitaron. Su texto sirvió de base a la educación en Grecia. Los héroes de ambos poemas pasaron después al mundo moderno, donde inspiraron otras obras, alusiones, sueños poéticos, reflexiones morales. Aquiles y Patroclo, Héctor y Andrómaca, Ulises se han convertido en seres familiares para todos y capaces de encarnar, según los casos, una u otra idea humana. Es más, cuando alguien relee el propio texto de Homero, aún hoy en día, es difícil resistirse a esa sencillez directa y sin embargo matizada, a esa vida radiante y sin embargo cruel, a esos relatos llenos de maravillas y sin embargo profundamente humanos.

Semejante situación merece que nos preguntemos por los factores que pueden explicarla.

Estos son esencialmente de orden literario. No obstante, hay que dar cuenta, ante todo, de la extraña circunstancia que hace que estas obras tan extraordinarias fueran también las primeras y que parezcan haber sido sacadas vivas de la nada.

Así pues, hay que plantear primeramente el problema de su génesis. Este es complicado y ha dado lugar a múltiples debates. Examinarlos puede resultar algo árido: sin embargo, es un rodeo necesario, porque los rasgos excepcionales que caracterizan a estas obras solo adquieren pleno sentido si nos hacemos una idea clara de las condiciones que enmarcaron su nacimiento y de la forma en que conviene leerlas.

Pero hemos de tener presente que estos debates solo tienen sentido en función de esta lectura y que los descubrimientos de los eruditos deben, a fin de cuentas, reforzar nuestra fascinación cuando después, mejor informados, volvamos a los propios poemas*.

I

Nacimiento de las dos epopeyas

Homero, para los autores de la Antigüedad, era un poeta del siglo VIII a. C., autor de la Ilíada, de la Odisea y, por añadidura, de otros poemas cuya paternidad los autores modernos le han negado resueltamente. Este poeta, para los autores de la Antigüedad, vivía en Asia Menor o cerca de Asia Menor. Tal vez naciera en Esmirna; probablemente viviera en Quíos; según la tradición era ciego. Eso es todo lo que sabemos de él. Pero la cuestión de las fechas da que pensar.

De la guerra de Troya

a Homero

En efecto, esta fecha del siglo VIII y la de la guerra de Troya, sobre la que escribe Homero, están muy alejadas. La guerra de Troya tiene lugar sobre el año 1200 a. C. Entre el tema y el relato han pasado cuatro siglos, siglos particularmente ricos en acontecimientos históricos: los conocemos mejor gracias a los descubrimientos arqueológicos que abundaron desde el último cuarto del siglo XIX y hasta estos últimos años.

Existió en primer lugar la brillante civilización cretense, o minoica, cuya elegancia y riqueza conocemos por los restos de Cnosos. A esto pueden añadirse los descubrimientos más recientes de la isla de Tera (Santorini). Esta civilización, que floreció a mediados del segundo milenio, influyó probablemente en la que habría de sucederla en el continente y que, en muchos aspectos, se le parece: la civilización micénica. Esta duró aproximadamente del año 1600 a 1200. Desarrollada plenamente en los palacios del Peloponeso, en Micenas, Tinto, Pilos, se impuso en otros lugares y los micénicos sometieron incluso a Creta. Es una civilización más ruda que la minoica, pero rica y poderosa. Las excavaciones de Micenas (y más recientemente las de Pilos) nos permitieron conocerla por sus murallas y su oro, por sus armas y sus joyas, sus estatuillas y sus vasijas. Los micénicos utilizaban cierta escritura, de la que conservamos rastros en tablillas. Es una escritura silábica que se denomina Lineal B y que desde 1953 hemos logrado leer, constatando de este modo que se trataba ya de griego.

Hacia el final de esta época micénica se sitúa la expedición contra Troya, dirigida por Agamenón, rey de Micenas, y sobre su reinado nos informan las tabletas, que se siguen descifrando cada día.

¿Qué fue, entonces, esta guerra de Troya? En Troya también se ha excavado, se han hallado rastros de ciudades destruidas, se ha identificado una ciudad VII que sería la de la Ilíada. También se ha encontrado, en textos hititas y egipcios, la mención de los aqueos como una potencia activa en Asia Menor. Es probable que estos aqueos quisieran tomar y saquear Troya y lo hicieran. Pero eso no quiere decir que la auténtica guerra de Troya, aun admitiendo que haya tenido lugar, tuviera en sus causas o en su desarrollo algo, cualquier cosa, que pueda corresponder al relato de Homero: la leyenda de la que surgió la epopeya debió de desarrollarse a partir de un recuerdo bastante impreciso, recordando la gloria muy real que marcó los últimos tiempos de la potencia micénica.

Porque efectivamente son sus últimos tiempos. Hacia finales del segundo milenio, unos invasores del norte, los dorios —que hablaban otro dialecto griego—, se extendieron por todas partes y quemaron todos los palacios del continente, mientras otros movimientos de población agitaban Asia Menor. Entramos entonces en una especie de Edad Media griega que durará hasta el siglo VIII. Se pierde el uso de la escritura. Se practica el trabajo del hierro, un arte geométrico, una vida ruda.

Sin embargo, muy pronto, a raíz de estos dramas y de la superpoblación creada por los dorios, los griegos comienzan a emigrar desde el continente hacia Asia Menor. Allí se expanden por grupos étnicos (entre otros, eolios y jonios, los primeros al norte, los segundos al sur). Hacia el año 800, toda la costa de Anatolia estaba habitada por griegos y el comercio se había restablecido; la era de la colonización organizada se anunciaba, se adoptaba una nueva escritura adaptando un alfabeto prestado por los fenicios.

En este entorno de los griegos de Asia Menor, y en esta época de recuperación, se sitúa según la tradición la composición de la Ilíada y la Odisea, culminación de cuatro o cinco siglos de recuerdos transmitidos de forma oral.

A esto hay que añadir que tal vez las obras compuestas entonces no lo estuvieran ne varietur. Tuvo que haber adiciones posteriores, modificaciones, interpolaciones. Las hay en todos los textos griegos, pero con mayor razón en una epopeya que podía cantarse por fragmentos y retocarse a placer. Habría que esperar a Atenas, bajo Pisístrato, es decir, al siglo VI a. C., para que el texto de Homero quedase oficialmente fijado y las epopeyas tuvieran que ser recitadas como un todo homogéneo que no volvería a alterarse.

La Ilíada y la Odisea son por tanto la culminación de varios siglos de historia y pueden reflejar, según el caso, recuerdos antiguos o experiencias recientes. Pero, sobre todo, se vislumbra que tuvo que existir necesariamente una larga transmisión de la tradición durante todos esos siglos, que debe dar cuenta de los poemas que son su desenlace, y que nunca la conoceremos, puesto que de ella nada se ha escrito y se trataba de poesía oral.

Poesía oral

El propio Homero da fe de la existencia de esta poesía oral.

En efecto, en la Odisea presenta a dos aedos ejerciendo su actividad: Femio en Ítaca y Demódoco entre los feacios. Cantan al final de los banquetes para el placer de los grandes. Ellos mismos son tratados con mucha deferencia. Pero ¿qué cantan?

Los temas son los de toda la poesía épica: la gesta de los héroes. En la Odisea se trata precisamente de los héroes de la guerra de Troya, pero de dos episodios que Homero no relata. Demódoco comienza cantando una escena de la que Homero precisa que su fama llegó al cielo: la riña entre Ulises y Aquiles (Od., VIII, 73 y ss.). Después, Ulises le pide que cante la historia del caballo de Troya y Demódoco obedece de inmediato (491 y ss.). Por consiguiente, los episodios ya venían dados, ya eran conocidos, célebres. Pero eso no impidió que el artista dejase en ellos su marca personal: Homero no vacila en decir que la Musa inspira a Demódoco (73) y Ulises dice incluso: «ya te haya enseñado la Musa nacida de Zeus o ya Apolo» (488-489). No se trata por tanto de una simple ejecución. Sobre el tema dado por la tradición, el aedo borda y combina según su talento.

Es fácil comprender el principio de esa recitacióncreación si nos remitimos a las culturas en las que se ha conservado la poesía oral. Por eso los eruditos se apresuraron a estudiar esas culturas antes de que desapareciesen: en particular, Milman Parry y su discípulo Albert Lord en Yugoslavia. Desde 1933, recogieron más de doce mil textos de recitaciones épicas, con episodios que se reproducen, repeticiones, variantes, innovaciones.

Todo adquirió entonces más vida. Comprendimos mejor el extraordinario poder de la memoria, cuando se ejercita prescindiendo de la escritura. Comprendimos mejor también lo que podía aliviar a esa memoria, entre otras cosas, el empleo del verso y, sobre todo, las fórmulas.

De hecho, este es uno de los primeros rasgos que llaman la atención en la obra de Homero: en ella se encuentran constantemente versos o semiversos, o grupos de versos, que se repiten. Un héroe responde a otro o emprende el combate, o se enfada, o reviste las armas: para decirlo sirven versos ya hechos, basta con cambiar el nombre propio. O bien vemos que nace la aurora, se inicia un banquete, se desencadena una trifulca: en la obra se reproducen grupos de versos cada vez que se reproduce la ocasión; se repiten exactamente como la propia ocasión y, en la misma medida, descargan a la invención o a la memoria. Del mismo modo, las personas, los objetos reciben epítetos que se llaman «de naturaleza», es decir, epítetos que son siempre los mismos, que forman un semiverso, que cantan en el recuerdo y corresponden al carácter básico de la persona, al rasgo esencial del objeto. Aquiles casi siempre es llamado «Aquiles, el de los pies ligeros», y Héctor, «Héctor, de tremolante penacho»; del mismo modo, los caballos son «de ligeros cascos» y las lanzas son «agudas».

Que esta costumbre naciera de las limitaciones de la composición oral es algo indiscutible, y el hecho es que a veces estas mismas fórmulas han conservado términos antiguos, poco claros, que dan fe de su antigüedad: aún se debate hoy en día sobre el auténtico sentido de los nombres de Hera «de ojos de buey»* (bôopis) o de Hermes «gran celador Argifonte»; es muy posible que ni el propio Homero lo supiera.

Pero la comparación con los bardos yugoslavos también reveló la flexibilidad con la que estas fórmulas pueden variarse y combinarse libremente. Se conserva un mismo esquema métrico y se cambia una palabra, dos palabras, un semiverso; se conserva el primer verso y se modifica el resto. En definitiva, se utilizan libremente datos que solo están ahí para prestar su ayuda y que nunca contienen lo esencial.

Estos procedimientos de composición se utilizaban sin duda en Grecia desde hacía siglos. Por lo demás, está claro que debieron de servir en casi todas las epopeyas en las diversas civilizaciones: todas tuvieron comienzos orales y, en general, solo quedaron fijadas por escrito después de haber sido recitadas durante largo tiempo. Algunas lo fueron entonces con formas diversas, como sucede con la búsqueda del Santo Grial.

De cualquier modo, en el caso de Homero, el hecho nos obliga a volvernos, antes de la Ilíada y la Odisea, hacia las tradiciones orales que pudieron prefigurar una u otra porción de ambos poemas.

Antes de Homero existían cantos épicos: él mismo da fe de ello para lo que no es la guerra de Troya. El canto XII de la Odisea hace alusión a una nave, «la célebre Argo», lo que evidentemente remite a poemas sobre los argonautas. Del mismo modo, Homero alude en ocasiones a héroes que supone conocidos, como Edipo y los suyos, que se mencionan en ambos poemas. En cuanto a la propia guerra de Troya, fuera de las alusiones a los episodios cantados por Demódoco, puede pensarse que la referencia que hace Fénix a Meleagro, en la Ilíada, IX, 543-599, remite, por su propia brevedad, a algún poema conocido sobre Meleagro.

Todo esto sería poca cosa si no supiéramos con certeza que, poco tiempo después de Homero, se elaboraron otras grandes epopeyas, hoy perdidas, pero de las cuales podemos hacernos una idea gracias a resúmenes antiguos, citas, imitaciones, ilustraciones. De estas epopeyas, que constituyen lo que llamamos el Ciclo, sabemos que varias trataban de los titanes, de Heracles y también de la familia de Edipo (la Tebaida, la Edipodia, los Epígonos), pero la mayor parte agrupaban las leyendas troyanas que no estaban en Homero: la Etiópida y la Pequeña Ilíada eran continuaciones de la Ilíada, al igual que El saqueo de Troya de Arctino de Mileto (¿siglo VIII?); por el contrario, los Cantos ciprios (¿de Estasino?, ¿de Hegesias?) relataban en once cantos lo que había precedido a los acontecimientos de la Ilíada. Unos Retornos describían el regreso de otros héroes que no eran Ulises. Claramente estas epopeyas, posteriores a Homero, se remontan a relatos orales anteriores a él. Y así se descubre poco a poco toda una gesta múltiple que debió de transmitirse y enriquecerse hasta la gran eclosión del siglo VIII.

Además, existían sin duda relatos de un tono distinto, más folclóricos, que sirvieron para la elaboración de la Odisea. Algunos especialistas del folclore en general se han esforzado por encontrar su forma primitiva y por sacar a la luz la manera en que Homero los había utilizado y modificado. Circe, los lotófagos, el cíclope, las sirenas, las vacas del Sol constituyen temas que ya tenían un largo pasado antes de Homero.

Todo esto dio lugar a numerosas investigaciones sobre las fuentes de Homero. Se revelaron las posibles mezclas y se detectó en la Odisea el rastro de temas procedentes de las Argonáuticas. También se han tratado de aislar, a partir de los testimonios sobre el Ciclo, los poemas que habrían sido la fuente del arreglo de temas escogido por Homero en la Ilíada. Se trataría según algunos de la Meleágrida, donde la cólera de Meleagro, que se negaba a combatir, habría inspirado la de Aquiles; se trataría sobre todo de la Etiópida o, más exactamente, de una Memnónida de la que habría nacido la Etiópida y que relataba cómo Aquiles mató a Memnón para vengar la muerte de su amigo Antíloco, al igual que en la Ilíada mata a Héctor para vengar la muerte de Patroclo. El que haya temas comunes a ambas historias (la escena de la balanza de Zeus o el robo del cuerpo de Memnón por el Sueño y la Muerte, como sucede con el de Sarpedón en la Ilíada) constituye indicios suplementarios. También puede admitirse que Homero tomase temas de esos relatos que luego transfirió a otros: la muerte de Aquiles, que relataba la Etiópida y debía de formar parte de relatos anteriores a Homero, pudo inspirar muchos detalles de la Ilíada, empezando por la muerte de Patroclo, ese doble de Aquiles.

De ahí nacieron comparaciones a menudo reveladoras. Pero, sobre todo, es importante para nuestro propósito conocer su posibilidad y medir la variedad de temas tratados por los aedos antes de Homero. Estos cantos más o menos fijados, más o menos extensos, más o menos espléndidos son aquellos a partir de los cuales se elaboraron los poemas de Homero y del Ciclo. El surgimiento de ambos poemas es por tanto menos súbito y milagroso de lo que podría creerse: fue precedido por un largo pulido.

Con todo, el contraste no puede obviarse: algo nuevo comienza cuando se pasa de los poemas orales a la Ilíada y la Odisea.

Y llegó Homero

Al tiempo que una culminación, estos dos poemas son un comienzo.

Cada uno de ellos es un gran conjunto, de doce o quince mil versos, lo que sobrepasa ampliamente las posibilidades de una recitación aislada.

Cada uno de ellos está sabiamente compuesto y agrupado en torno a un tema único, todo un conjunto de episodios unidos entre sí por vínculos lógicos y dramáticos. La Ilíada no es un grupo de sucesos cuyo único rasgo común es pertenecer a la guerra de Troya o a las hazañas de Aquiles: es la historia de una cólera y sus consecuencias trágicas, hasta el momento en que, tras la venganza, llega por fin el sosiego. El poema conlleva una progresión: cada episodio resuena en el siguiente o responde al anterior. Los distintos momentos de la guerra se vinculan entre ellos. Se combinan con el drama personal de Aquiles. La muerte de Patroclo y la de Héctor se hacen eco. El estallido del combate se intensifica y la reprobación de la violencia progresa. Pocos episodios podrían impunemente ser desplazados o aislados. Se aborda aquí la gran creación literaria compuesta y deliberada. Contrasta profundamente con los episodios escogidos que evoca el episodio de Demódoco en la Odisea.

Por otra parte, el talante de ambos poemas debía de diferir en gran medida de los cantos épicos en general: en todo caso, difiere del que puede encontrarse en los poemas del Ciclo, donde parece haberse acumulado una masa mucho mayor de monstruosidades, prodigios y anécdotas, como sucede en las epopeyas de otras civilizaciones. La acción en Homero se centra en un encadenamiento de hechos de orden totalmente humano, pero los personajes y los acontecimientos también se acercan a lo humano.

Por lo demás, ¿es casualidad que estos poemas sean prácticamente contemporáneos del regreso de la escritura? Si esta no ayudó a su composición, cosa que no es segura, en todo caso sirvió para fijarlos y, de este modo, los recogió y transmitió a diferencia de muchos otros, sin duda a causa de su propio éxito.

Procedentes de la poesía oral, las dos epopeyas de Homero se separan de ella para abrir las puertas del reino de la literatura. Y si la larga sucesión de los poemas orales puede explicar la progresiva maduración que permitió su nacimiento, a ello hay que unir el despertar conquistador que marca el comienzo de una nueva era.

Pero no por ello las cosas están completamente claras. Porque es lícito preguntarse si este gran estreno se hizo de una sola vez y si en las dos epopeyas no subsiste nada de ese devenir titubeante del que salieron. El hecho es que, entre ese comienzo progresivo y ese gran esfuerzo de construcción estructurada, los críticos han vacilado, buscando discernir la unidad y la diversidad. Es lo que se llama la «cuestión homérica».

La cuestión homérica

Esta cuestión se planteó en 1795 con la publicación de la obra de F. A. Wolf cuyo título era, en latín, Prolegomena ad Homerum. Había sido precedida por la del abad de Aubignac, Conjeturas académicas o disertación sobre la Ilíada, obra compuesta en 1664 pero publicada en 1715, que sigue la misma línea pero tuvo menos repercusión.

El estudio de Wolf abrió el camino a las tesis llamadas analistas, que desde entonces no dejaron de ser retocadas, mejoradas, corregidas y revisadas. Los nombres de Gottfried Hermann y posteriormente de Lachmann y Kirchhoff jalonaron la historia, seguidos por Wilamowitz, Van der Mühll y Paul Mazon, que, en la Introducción a la Ilíada (CUF, 1942), les dio un giro basado en el análisis literario.

Estas tesis consisten en recordar la larga tradición oral de la que beben las epopeyas homéricas, así como los retoques que debieron de aportarse al esquema original primitivo, y en señalar en el texto, tal y como lo conocemos, los rastros de esa elaboración progresiva. Los analistas admiten la existencia en las epopeyas de elementos de fechas diversas, de suturas más o menos afortunadas y eventuales contradicciones. Buscan discernir un estado primero de los poemas, mucho menos amplio que el actual, y aislar las aportaciones sucesivas que introdujeron en ese estado antiguo ya cantos, ya grupos de cantos, ya pasajes más breves de algunos versos aquí o allá. Y aprecian lo más o menos acertado de esas diversas acciones, siendo Homero el nombre dado al autor de los poemas antes de las adiciones más tardías y menos afortunadas.

Puede verse en qué se basa el sentimiento de estos críticos. La larga tradición oral es indiscutible. La presencia de pasajes «modernos» no lo es menos. Y desde el momento en que nos sensibilizamos a ese problema, se manifiestan cosas extrañas en la composición.

Puede obviarse un pequeño desvío de la coherencia estricta, como cualquier obra podría contener. Por ejemplo, cuando encontramos en la Ilíada a un héroe muerto en el canto V (576) y vivo en el canto XIII (658) o cuando, en la Odisea, se preparan las armas en el canto XVI (295), pero se ignoran después en el canto XIX: ¿qué obra moderna, compuesta por escrito, puede estar segura de evitar estas fluctuaciones?

Por el contrario, en ambas epopeyas, hay contradicciones o dobletes más sorprendentes.

Por ejemplo, en la Ilíada