Muy cerca del peligro - Heather Graham - E-Book

Muy cerca del peligro E-Book

Heather Graham

0,0
3,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Madison Adair no había presenciado el brutal asesinato de su madre, pero había visto la mano enguantada, sentido el golpe del cuchillo, experimentado su terror... Eso había sucedido hacía mucho tiempo. En la actualidad, Madison era una madre divorciada con éxito en la vida. Pero las pesadillas habían regresado y, esa vez, se centraban en un asesino en serie que acechaba a las mujeres de Miami. Madison era el único nexo de Kyle Montgomery, agente del FBI, con el asesino. Pero ¿conseguirían descubrir la verdad antes de que éste atacara de nuevo? A veces, el mayor peligro estaba en lo que no se veía...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 282

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización

de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Heather Graham Pozzessere

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Muy cerca del peligro, n.º 347 - junio 2022

Título original: If Looks Could Kill

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-682-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

Epílogo

Prólogo

 

 

 

 

 

Madison oía las voces procedentes del dormitorio, y estaba asustada.

Tenía doce años, casi trece, de modo que no se asustaba fácilmente. Su atractiva y voluble madre se había casado con el igualmente voluble y temperamental artista Roger Montgomery, y, desde entonces, era frecuente oír voces y ruidos en el dormitorio principal.

Pero aquella noche…

Algo había cambiado. No se trataba de la discusión apasionada de costumbre. Se estaban lanzando acusaciones de infidelidad. Y había otra voz en el cuarto, una voz atenuada…

Una voz amenazante y asexuada que provocaba escalofríos a Madison. La voz era maligna, y Madison lo sabía. Se dijo que estaba siendo demasiado fantasiosa, que podía incluso ser la voz de su madre, dado que Lainie Adair era una actriz aclamada y célebre por su extraordinaria habilidad con los acentos.

Pero no era su madre. Madison estaba segura de ello. En el cuarto había algo o alguien maligno.

Se preguntó si Roger estaría allí también. No lo sabía. Podía oír la voz de su madre, alzándose, bajando, con una nota de histeria, de súplica, en su tono. Luego oyó la voz susurrante y asexuada otra vez. La voz diferente.

La voz maligna.

La voz que le ponía la carne de gallina.

Sin pensarlo, había salido de su dormitorio y ahora se hallaba de pie en el pasillo, temblando en el interior de su camiseta de algodón. Jamás había sentido tanto miedo. Dios santo, estaba aterrorizada. El pánico le atenazaba la garganta, de manera que no podía gritar, aunque sabía que no debía hacerlo, pues eso alertaría a la voz de su presencia. Tenía que moverse, avanzar hacia la puerta, ver a la persona unida a la voz.

Deseaba huir, pero no podía, porque entonces sucedería algo terrible. Salvo que ya estaba sucediendo algo terrible, y ella debía ser valiente. Debía detener el mal.

El mal impregnaba el aire a su alrededor, oprimiéndola. Lo hacía espeso y pesado, de forma que costaba trabajo caminar por el pasillo. La puerta del dormitorio de su madre parecía pandearse y combarse contra la jamba, mientras la luz del interior emanaba en extraños tonos rojo sangre.

Madison trató de ser racional.

Seguro que Roger y su madre se estaban peleando, simplemente.

Tenía que calmarse, pensar con la cabeza. Llamar a la puerta y recordarle a su madre que necesitaba algunas horas de sueño ininterrumpido. Claro que, si Lainie se estaba peleando con Roger, era muy posible que hicieran las paces antes incluso de que Madison llegara hasta la puerta. Y, en ese caso, si entraba de sopetón, bueno…

Pero Madison sabía que su temor de sorprenderlos enredados en algún perverso juego sexual no era real.

Lo sabía, que Dios la ayudase. Lo sabía.

Podía sentir lo que su madre estaba sintiendo, y Lainie estaba asustada. La estaban amenazando y ella intentaba defenderse. Hablaba desesperadamente, en tono apaciguador. Intentaba…

Madison se quedó completamente inmóvil, temblando, empapada en un sudor helado. Porque ya no estaba sintiendo lo que Lainie sentía.

¡Lo estaba viendo! Estaba viendo lo que Lainie veía.

Y Lainie veía un cuchillo.

Grande, brillante, afilado. Un cuchillo de trinchar carne. Madison lo había visto otras veces en la cocina. El cuchillo se alzó bajo la luz tenue del dormitorio, situándose por encima de Lainie.

Lainie lo miró… y, a través de sus ojos, Madison pudo verlo.

El cuchillo descendió con una fuerza brutal e implacable.

Lainie chilló, pero Madison no oyó los gritos de su madre, porque también ella estaba gritando, doblando la cintura. Sintiendo. Sintiendo lo que sentía su madre.

El cuchillo.

Perforándola, atravesando la carne y los músculos. Desgarrándola, justo por debajo de las costillas.

Madison se tambaleó y se apoyó en la pared para no caerse, sintiendo la agonía de la carne desgarrada, el frío, el miedo. Se aferró el vientre y bajó la mirada, y vio sangre en sus manos…

Sin despegar la mano de la pared, luchó por seguir en pie, pero una súbita negrura la engulló e hizo que se desplomara en el suelo.

 

 

—¡Madison, Madison!

La despertó el urgente sonido de su nombre. Abrió los ojos. Estaba tendida en el sofá del cuarto de estar, y a su lado se hallaba Kyle, uno de los hijos de Roger. Tenía dieciocho años y aparentaba muchos más con sus aires de superioridad. Con el pelo negro y los ojos verdes, era quarterback de su equipo de fútbol. Madison lo odiaba casi todo el tiempo, sobre todo cuando la llamaba «renacuajo» o «cabeza de chorlito». No obstante, cuando sus amigos no estaban presentes, no era un mal chico. En realidad, de no haber sido hermanastro suyo, Madison podía haberse enamorado locamente de él. Pero, como lo era, ella ni siquiera se permitió pensar en tal posibilidad.

Kyle la estaba mirando fijamente, con los ojos brillantes por las lágrimas.

—¿Madison? ¿Te encuentras bien?

Ella se volvió levemente. Roger también estaba allí. Roger, que lloraba abiertamente.

—Apártate, Roger.

Fue el padre de Madison quien habló. Jordan Adair, un apuesto escritor de unos cuarenta y pico años, con barba y cabello plateados y penetrantes ojos negros. Muy característico de su madre. Lainie solo se casaba con hombres que fuesen diferentes: un cantante de rock, primero, un escritor, un artista. También Jordan se había casado varias veces. Sin embargo, a pesar de su separación, siempre había querido a Lainie. Y Madison sabía que también la quería a ella.

Al igual que Roger y Kyle, Jordan tenía lágrimas en los ojos. Entonces Madison reparó en el sonido de las sirenas. Y en el hecho de que el vestíbulo estaba lleno de policías. Roger se retiró. Madison vio a más miembros de su familia, a su hermana y sus hermanastros, que permanecían de pie en la sala de estar con aire incómodo.

Jassy y Kaila eran las chicas. Jassy, hija de Jordan en su primer matrimonio, era guapa y delicada, rubia con los ojos negros. Kaila era la única hermana carnal de Madison. Ambas se parecían a Lainie, pelirrojas con los ojos azules.

Los chicos eran Trent, rubio y de penetrantes ojos negros, hijo de Jordan, y Rafe, el mayor a sus veinte años, el único hijo que tuvo Roger en su primer matrimonio. Sus ojos eran de un vaporoso color plateado, y su pelo rubio claro.

Kaila, un año menor que Madison, empezó a sollozar de repente. Le fallaron las rodillas, pero Rafe la rodeó con el brazo antes de que se desplomara.

De repente, Madison se acordó.

Empezó a gritar y a temblar incontrolablemente. Un enfermero acudió con una jeringuilla y le puso una inyección en el brazo. Oyó decir a alguien que aún era demasiado pronto para que hablase con la policía. Además, aunque pudiese hablar, ¿de qué serviría? Luego el sedante hizo efecto y todo volvió a tornarse negro.

Esta vez se despertó en la casa de su padre, con Kyle sentado a su lado en el borde de la cama. Oyó unos débiles sollozos procedentes de otra habitación. Una de sus hermanas.

—Mi madre ha muerto —susurró Madison.

—Alguien la asesinó, Madison. Lo siento mucho. Tu padre está con Kaila, pero puedo pedirle que venga si…

—Yo lo vi, Kyle.

Él entrecerró los ojos.

—Lo vi.

—¿Cómo que lo viste? Estabas en el pasillo. ¿Pasó el asesino corriendo por tu lado? ¿Llegaste a ver quién lo hizo?

Madison negó con la cabeza, buscando las palabras para describir lo sucedido. Se le saltaron las lágrimas.

—Mi madre estaba aterrorizada. Vio el cuchillo. Yo también lo vi. Lo sentí.

—Estabas a varios metros de la puerta del cuarto cuando te encontramos, Madison. ¿Entraste en el dormitorio?

Ella hizo un gesto negativo.

—Entonces es imposible que vieras algo.

—Vi el cuchillo.

—¿Quién la mató, entonces?

—No lo sé. No vi ninguna cara. Solo el cuchillo. El cuchillo descendiendo sobre ella. Y lo sentí. Sentí cómo la atravesaba.

Madison empezó a temblar de nuevo. Su madre había sido asesinada, y le dolía como si tuviera un millón de cuchillos diminutos clavados en el corazón. Lainie había sido una mujer alocada, testaruda y temeraria, pero también una buena madre.

Kyle no intentó decir nada. Permaneció sentado junto a ella, acunándola entre sus brazos mientras lloraba y lloraba sin parar. Finalmente, su padre entró en el cuarto, y Madison siguió llorando. Trató de explicarle que había visto el cuchillo, que había sentido la muerte de Lainie.

Su padre se mostró tierno y comprensivo, y simuló creerla, pero Madison sabía que no era cierto.

 

 

En las semanas que siguieron, la policía investigó exhaustivamente el asesinato. Interrogaron a los distintos maridos de Lainie en profundidad, seguros de que Roger o Jordan la habían asesinado en un arrebato pasional. Los periódicos se hicieron eco del crimen, así como las principales revistas.

La policía habló con Madison. Ella contó que había visto el cuchillo, que había sentido cómo moría su madre. Tampoco ellos la creyeron. Pero hubo un policía que se mostró, al menos, más amable que los demás. Jimmy Gates. Era nuevo en la sección de homicidios, joven, con cálidos ojos castaños y cabello rubio. Deseaba saber lo que Madison había visto; la animó a hacer memoria. Mientras la interrogaba, Madison vio la mano que sostenía el cuchillo. Y supo entonces que el asesino de su madre llevaba unos guantes finos y gastados, color carne, parecidos a los guantes de un médico.

Roger estuvo a punto de ser detenido, igual que Jordan. Pero no había pruebas que los incriminaran.

Finalmente, a los dos meses del asesinato, se detuvo a un sospechoso. Era un vagabundo viejo y demente llamado Harry Nore. Madison lo había visto desde siempre merodeando por las calles de Coconut Grove. Pedía en una esquina. A veces hablaba a voces de Jesucristo y la Segunda Venida; otras veces permanecía en la esquina de noche, gritando que Satán se acercaba y los devoraría a todos en un mar de fuego. Al principio lo detuvieron por haber allanado la casa de un vecino. Había robado comida, que el vecino le habría dado de buena gana, pero también se había llenado los bolsillos con joyas de la familia. La policía lo encontró en la cocina, cortando pan.

Con un cuchillo de trinchar carne.

Harry Nore también llevaba una medalla de oro de San Cristóbal que pertenecía a Roger Montgomery, lo cual hizo que la policía sospechase. Al examinar el cuchillo que Nore había utilizado para cortar el pan, el forense halló restos diminutos de sangre.

Sangre de Lainie.

Las huellas dactilares de Nore casaban con algunas de las que se encontraron en el dormitorio de Lainie. Y el vagabundo tenía antecedentes penales. Ya había cumplido condena por haber asesinado a su esposa con un cuchillo similar.

Pero Harry Nore, el indigente de ojos saltones, infestado de piojos, nunca fue juzgado por el asesinato de Lainie Adair Montgomery; lo declararon mentalmente incapacitado. Cuando se le interrogó, empezó a desvariar, asegurando que Dios había dejado el cuchillo en su sombrero. Dios le decía quién era bueno y quién era malo. Confesó haber asesinado a Lainie. En la confesión, afirmó que el mismísimo Diablo se la había llevado, porque Lainie había sido una mujer bella y malvada. Tan bella, que empujaba a los hombres a actos de perversión y de violencia. Era un engendro del Diablo, y éste la había reclamado. Las miradas podían matar.

Harry Nore fue encerrado en una institución para dementes peligrosos, en el norte de Florida. Poseía una aterradora sonrisa, desprovista de dientes, que recorrió el país entero en las portadas de las principales revistas. Daba el tipo de maníaco homicida, y tanto la policía como la oficina del fiscal del distrito se dieron por satisfechos, asegurando a Madison y a su familia que, por lo menos, no tendrían que vivir con la agonía de un asesinato no resuelto.

La vida siguió adelante. Madison jamás dejó de sentir dolor por su madre. No obstante, aunque el sufrimiento perduraba, la resignación fue embotando poco a poco su filo, haciéndolo soportable.

Kaila y Madison se fueron a vivir con su padre. Kyle, Jassy y Trent fueron a diferentes universidades. Rafe acabó sus estudios en la Universidad Internacional de Florida y después se trasladó a Nueva York para trabajar en Wall Street. Madison fue al instituto, asistió a fiestas y bailes, empezó a maquillarse y a afeitarse las piernas. Los años fueron pasando. Se enamoró y se desenamoró varias veces. Su padre se casó otras dos veces en tres años. Pero ambas esposas desaparecieron tan rápidamente que Madison apenas si recordaba sus nombres.

Empezó a olvidar que realmente había visto el cuchillo con el que asesinaron a su madre.

Empezó a olvidar…

Era joven y tenía que seguir viviendo. Siempre amaría a Lainie, siempre la recordaría. Pero, conforme pasaban los días, las pequeñas cosas empezaron a importarle cada vez más. Sus hermanas y hermanos. Jassy, que cuidaba de ella. Kaila, que la necesitaba. Rafe y Trent, que tan buenos eran con ella. Kyle, que se mostró amable durante un tiempo, y luego irritante, o fuerte, o tierno cuando Madison lo necesitaba de veras.

El dolor y el miedo fueron desapareciendo poco a poco.

Pero Madison era la viva imagen de su madre.

Y el horror estaba destinado a perseguirla.

1

 

 

 

 

Doce años después…

 

 

Madison notó cómo el sueño se cernía sobre ella y, aun dormida, luchó contra él instintivamente. Trató de despertarse. Pero era inútil, ya estaba atrapada en sus redes.

Se oyó a sí misma riendo, salvo que no era ella realmente. Era la otra mujer, la mujer del sueño. Guapa, de cabellos castaño rojizos, encantadora. Había salido para pasar la noche con un hombre carismático. Estaba muy excitada. Iban a hacer el amor. Ella lo deseaba. Deseaba perder la cabeza, que la sedujera, y luego, cuando el fin de semana terminase, les hablaría de él a sus amigas. Se reiría y les diría cuán maravilloso era como amante; en el trabajo, compartiría pequeños secretos acerca de lo increíblemente romántico que era, de lo erótico que podía resultar aquel idilio, y sería muy feliz, una mujer enamorada de un atractivo amante, un hombre que también la quería a ella…

Madison sabía que algo iba mal. Gritó dentro del sueño, pero fue inútil. Ella era la mujer guapa, y se veía arrastrada por la excitación, el anhelo, el deseo humano de ser acariciada y adorada… Oh, Dios, había algo patético en aquello de estar tan necesitada.

El paisaje discurría a toda velocidad junto al coche. Madison lo reconocía y, al mismo tiempo, lo desconocía. Quería despertar, poner fin a lo que estaba ocurriendo, pero no podía.

La pareja reía y bromeaba. Ella no podía ver el rostro del hombre, pero sí veía el hermoso pelo castaño rojizo de la mujer volando al viento mientras conducían.

Se hizo la oscuridad. El tiempo dio un salto…

Estaban en un dormitorio. Una habitación de hotel en penumbra. Ella reía de nuevo, encantada. Se besaron, murmurando. Él le desabrochó los botones de la blusa… uno por uno… tocándola, acariciándola…

Madison deseó desviar la mirada; se sentía como una fisgona, observando tal intimidad. La pelirroja estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Todo con tal de complacer a su amante. Desnudos, se enredaron en la cama. Ella dejó que él la pusiera boca abajo. El hombre enterró los dedos en su pelo y tiró, haciendo que alzara la cabeza. Ella solo se giró un poco para mirar a su amante, y fue entonces cuando vio…

El cuchillo… oh, Dios, el cuchillo, descendiendo…

 

 

Madison se despertó, sofocando desesperadamente un grito. Carrie Anne estaba viendo una película en su habitación; no debía asustar a su hija. Oh, Dios, aún estaba tiritando. Hacía tiempo que no tenía una pesadilla tan horrible y realista.

Consultó el reloj. Eran casi las cinco de la tarde; había prometido cantar aquella noche. No había sido su intención quedarse dormida, ni echar una siesta. Ni, desde luego, había querido tener un sueño. Y, ¡Dios santo!, menudo sueño, tan horrible y dolorosamente real, tan aterrador…

Madison se levantó y se paseó por el cuarto unos segundos; luego llamó a Jimmy a la oficina. Aún estaba trabajando.

—¿Madison? —inquirió él cuando ella empezó a hablar y a explicarse.

—Jimmy, este sueño…

Él escuchó mientras ella hablaba.

—¿Ha sucedido algo, Jimmy? ¿Sabes algo acerca de lo que te estoy diciendo?

Jimmy dudó, y ella hizo una mueca. Sí, había sucedido algo.

—No lo sé… Es decir, no estoy seguro de que el escenario sea como el que estás describiendo, pero… Escucha, estoy en mitad de una investigación. Pensaba llamarte después del fin de semana. Necesito tu ayuda. Estás pasando el fin de semana en casa de tu padre, ¿verdad?

—Sí.

—Te recogeré en tu casa el lunes por la mañana. Pásalo bien. Dale a Carrie Anne un beso de mi parte, ¿quieres? Y no te preocupes, ahora no puedes hacer nada por nadie, salvo por ti misma, ¿de acuerdo?

Madison asintió y colgó el teléfono. Luego suspiró, alegrándose de que la atemorizante intensidad del sueño ya se estuviera desvaneciendo. Detestaba tener tales pesadillas.

Se pasó un cepillo por el pelo. Bueno, había llamado a Jimmy. Haría lo que pudiera, como había hecho otras veces en el pasado. Por fortuna, era poco habitual que los sueños acudieran a ella. Siempre que le era posible ayudar, ayudaba. Pero sabía que no podía erradicar todos los males del mundo. Ni siquiera podía solucionar todos los problemas de su familia.

Los sueños habían empezado con la muerte de su madre.

Madison se echó de nuevo en la cama, con los ojos fijos en el techo, deseando no sentirse tan abrumada por los recuerdos. No había tenido visiones extrañas durante los cinco años posteriores al asesinato de su madre.

Luego tuvo el primero de los sueños.

En su sueño se alejaba de una casa desconocida, en silencio, caminando de puntillas. Se dio cuenta de que llevaba una pistola. Oyó ruidos y vio un coche. Estaba enojada, sabía de algún modo que era su coche y que alguien intentaba robarlo.

Levantó la pistola…

Experimentó un intenso dolor en el brazo y gritó, y después se despertó, frotándose el brazo y temblando.

Estaba en casa de su padre, en el cuarto que compartía con su hermana Kaila.

—¿Madison? ¿Te pasa algo, Madison? —inquirió Kaila desde su cama, despertándose y frotándose los ojos. Luego salió de la cama y acudió junto a Madison, sentándose a su lado.

—No ha sido nada, solo un sueño —aseguró Madison.

—¿Te has hecho daño en el brazo?

—¿Qué? No —pero Madison seguía frotándose el brazo, aunque no tuviera nada en él—. No, no. Estoy bien. Tuve una pesadilla, pero ya pasó. Lamento haberte despertado.

—¿Qué has soñado?

—Una tontería. Yo era otra persona, en una casa distinta, y alguien intentaba robar mi coche. Tenía una pistola y traté de poner fin a lo que estaba ocurriendo… Entonces, alguien me golpeó el brazo y me desperté. Qué estúpido, ¿verdad?

Kaila se encogió de hombros.

—Bueno, diferente. ¿Seguro que te encuentras bien?

Madison asintió. Kaila le dio un abrazo breve e intenso y después volvió a su cama.

Unos días después, cuando Madison aún sentía los ecos del sueño atormentándola, llamó a Jimmy Gates. Jimmy no estaba y, sintiéndose como una tonta, ella dejó su nombre de pila por todo mensaje.

Aquella tarde, cuando Madison llegó a casa acompañada por Darryl Hart, el galán del instituto, se sorprendió al ver un coche en el amplio camino de entrada, y a un hombre apoyado en él. El detective Jimmy Gates. Era algo mayor, y tenía señales prematuras de canicie en las sienes. Ofrecía un aspecto distinguido, propio de alguien que había obtenido varios ascensos y menciones en los años transcurridos desde la muerte de Lainie.

Madison se quedó mirándolo, cada vez más inquieta. No debía haberlo llamado. Había tenido una pesadilla, nada más.

Darryl se comportó como el perfecto semental de instituto que era, colocándole las manos en los hombros protectoramente.

—¿Quién ese tipo? ¿Ocurre algo?

—No ocurre nada, Darryl. Es un viejo amigo de la familia. Creo que será mejor que hable con él a solas. ¿Me llamarás esta noche?

—Claro. Pero quizá no debería dejarte sola con él. Están pasando muchas cosas raras últimamente.

—No pasa nada, Darryl. Es policía.

Darryl se alejó a desgana, observándola por el espejo retrovisor mientras salía del camino de entrada. Jimmy sonrió a Madison.

—Hola.

—Hola, Jimmy. ¿Sigues jugando a «Corrupción en Miami»? —le preguntó ella.

Él se encogió de hombros.

—Ya sabes que eso no existe —dijo.

—Homicidios —repuso Madison inexpresivamente.

—Sí, sigo en homicidios. Y quiero saber para qué me has llamado.

Ella titubeó. Luego le habló del sueño y se disculpó por haberlo llamado, tratando de parecer seria y no una tonta.

Jimmy fijó los ojos en la distancia, dudando, y después la miró.

—¿Has oído hablar del caso Peterson?

Madison asintió, intentando disimular el escalofrío que la recorrió de pronto. Todo el mundo había oído hablar de ello. Earl Peterson había sacado su pistola del armario donde la tenía cuidadosamente guardada bajo llave, para salir de la casa cuando oyó ruidos junto a su coche. Una vez fuera, forcejeó con alguien y resultó muerto por su propia arma. Lo encontró su mujer a las seis de la mañana del día siguiente.

—Creo que quizá puedas ayudarme —dijo Jimmy.

—¿En serio? —no debió haberlo llamado. De repente, Madison se sintió enferma. No porque no quisiera ayudarlo, sino porque deseaba no tener los conocimientos precisos para hacerlo.

—Tienes algo, Madison. Un don especial. ¿Querrás ayudarme?

Ella vaciló. A su padre no le gustaría, pero ya casi había cumplido dieciocho años. Había visto a la señora Peterson llorando en la televisión y, si podía hacer algo para mitigar el dolor de aquella mujer, lo haría.

Caminó hacia el coche, y Jimmy le abrió la portezuela del pasajero. Madison se deslizó en el asiento.

Luego fueron hasta el lugar de los hechos.

Había un BMW aparcado en la entrada de la casa. Madison se acercó a él y enseguida retrocedió, alarmada por la oscura y fría sensación que de repente se abatió sobre ella.

Después se quedó inmóvil.

Cerró los ojos. Tuvo una visión de un escenario nocturno, de una sensación de furia. Oyó el sonido de una respiración controlada, haciéndose cada vez más trabajosa. El señor Peterson. Vio su mano, vio el arma que sostenía mientras, cuidadosamente, rodeaba el BMW, avanzando hacia la oscura figura que intentaba forzar el coche. Madison sufrió un violento sobresalto cuando una segunda figura, inadvertida hasta entonces, emergió de la sombra de una palmera y golpeó con el codo el brazo del señor Peterson. Peterson dejó caer la pistola con un jadeo ahogado. Madison gritó, sintiendo el dolor en su propio brazo, el mismo dolor que había experimentado en el sueño. Se encorvó, rodeándose la cintura con el brazo. Y siguió viendo.

El hombre recogió la pistola del suelo. El señor Peterson alzó los ojos hacia él.

—No, espere… —empezó a decir.

El hombre, alto y rubio, con el pelo cortado casi al rape, miró a Peterson y tranquilamente apretó el gatillo dos veces.

Madison sintió la fuerza de las balas perforando su pecho. No gritó, sino que se llevó la mano al pecho, notando el impacto.

Y el frío. El espantoso frío que asaltó a Peterson mientras la vida se le escapaba…

Madison siguió viendo. Vio cómo el asesino se alejaba con su oscuro acompañante y ambos corrían al otro lado de la calle, hacia un inmenso solar vacío.

El asesino se detuvo e hizo ademán de volver, pero su acompañante lo detuvo, apremiándolo a seguir adelante. Madison vio cómo apretaban a correr nuevamente, siguió presenciando la escena hasta que los dedos gélidos de la muerte erosionaron del todo la visión de Peterson e hicieron que la imagen se fundiera en negro.

Jimmy estaba junto a Madison, ayudándola a levantarse, temblando también.

—No debería haber consentido esto. Jesús bendito, mira cómo estás, empapada en sudor, tiritando…

Ella meneó la cabeza con vehemencia.

—Estoy bien. Estoy bien, de verdad —titubeó—. Puedo darte la descripción del asesino.

Madison dio la descripción, y un dibujante de la policía hizo un retrato considerablemente bueno del individuo. Gracias al retrato, dieron con él y lo sometieron a un interrogatorio rutinario. Creyendo que la policía tenía más pruebas en su contra, se desmoronó y confesó haber asesinado a Earl Peterson. Después de aquello, Jimmy hizo a Madison prometer que lo llamaría siempre que tuviera sueños extraños.

Pero el siguiente sueño que tuvo fue mucho más personal. Y cambió su vida.

Madison se graduó con honores en el instituto. Pensaba ir a la universidad de Washington D.C y especializarse en criminología, igual que Kyle, quien recientemente había terminado la carrera y fichado por el FBI.

Kyle asistió a la graduación. No se habían visto mucho en los años previos. Él había ido a la universidad, y la muerte de Lainie había hecho que la «familia» se dispersara. No obstante, Kyle fue a la ceremonia de graduación de Madison, con los demás hermanos. Y llevó consigo a su flamante esposa. Se llamaba Fallon, y era muy hermosa, perfecta para Kyle. Él era alto, moreno, guapo y musculoso. Ella era rubia y menuda, con los ojos color ámbar y talle de guitarra. También había acabado la carrera hacía poco y había conseguido un puesto en el Smithsonian. Era dulce y encantadora, y Madison tuvo que admitir que le caía muy bien, a pesar de que estaba colada por Kyle y se sentía celosa.

Aquella noche se acostó con Darryl por primera vez. Darryl estaba perdidamente enamorado y pretendía ir a la misma universidad que ella. Madison era la envidia de todas sus amigas.

Darryl lo hizo todo muy bien. Y, aunque resultó un poco doloroso para Madison, tampoco fue horrible. Simplemente, no era lo que ella había esperado, aunque Darryl le aseguró que las mujeres lo disfrutaban más con la práctica.

Ella esperó que así fuera, aunque intentó que él no notara lo decepcionada que se sentía. Darryl era un buen chico.

Siguió saliendo con él durante los tres años de carrera.

Entonces… tuvo otro sueño.

Se había enterado de que Fallon esperaba un hijo. Kyle vivía relativamente cerca de Madison, ella en Georgetown y él en un barrio residencial de Maryland, a las afueras de Washington. Pero Madison lo evitaba. Había ido a cenar con él y con Fallon, acompañada de Darryl, en unas cuantas ocasiones, y todos lo habían pasado estupendamente… excepto ella. De modo que inventaba pretextos para no verlos. Se dijo que era una arpía, una persona horrible. Debía alegrarse por Kyle y por Fallon. Kyle era su amigo. La había ayudado en el peor periodo de su vida, de modo que era natural que sintiese una extraña dependencia de él. No era un enamoramiento. Debía valorar más a Darryl. La adoraba y era extremadamente considerado. Era guapo y tenía la constitución de un joven Adonis.

Eran la pareja perfecta.

Estaba con Darryl cuando tuvo el sueño sobre Kyle y Fallon.

Fue terriblemente incómodo, como si estuviera con ellos, en su dormitorio.

Fallon estaba en su lado de la cama, agitándose y dando vueltas. Su embarazo estaba muy avanzado y tenía el vientre redondo como una pelota, pero seguía siendo hermosa, con el cabello rubio enredado en torno a sus suaves y tensas facciones. Estaba transida de dolor.

Kyle se hallaba a su lado, tratando de ayudarla, de darle apoyo.

—Debe de ser el bebé. Tenemos que ir al hospital.

—¡Es demasiado pronto, faltan casi dos meses! —gritó Fallon.

—Pero te sientes mal. Debemos ir ahora mismo —Kyle se levantó, desnudo. Bronceado y musculoso. En su sueño, Madison trató de mirar hacia otro lado, pero no podía. Era como si estuviese allí con ellos.

Él se vistió apresuradamente y se calzó unos mocasines mientras marcaba el número del hospital. Fallon se angustió al saber que pretendía avisar a una ambulancia, pero Kyle repuso:

—Cariño, estás ardiendo. Necesitamos ayuda cuanto antes.

Madison sintió el calor de Fallon. Estaba ardiendo, ardiendo, ardiendo… como una hoguera. Pero no había dolor, solo calor. Y Kyle estaba allí, tomando su mano. Fallon se alegraba de sentir la mano de él en la suya, pero el calor era tan tremendo… Y luego empezó a tiritar, sintiendo frío y calor, frío y calor…

—¡Madison, Madison!

Ella se sobresaltó y abrió los ojos. Darryl la estaba zarandeando, preocupado.

—Madison, cariño, estás teniendo una pesadilla. Tienes que despertar. ¿Qué sucede, Madison? ¿Ocurre algo malo?

Estaba empapada. Retiró la colcha con los pies. Darryl la tenía abrazada, e instintivamente ella se aferró también a él.

—¿Quieres hablar de ello?

—No, no. No ha sido nada. Estoy bien. Gracias. Gracias, Darryl, eres estupendo —Madison lo besó. Pero cuando él quiso ir más allá, en sus intentos de consolarla, ella se retiró, embargada por una insistente preocupación que se negaba a desaparecer.

Tres días más tarde, un mensaje de uno de los compañeros de Kyle en su contestador automático le dijo que su sueño había sido real. Fallon había muerto como consecuencia de unas complicaciones provocadas por un virus, así como su hija nonata. El entierro era el viernes, en Manassas, Virginia.

Toda la familia de Fallon asistió al funeral. Kyle tenía un aspecto lamentable. Aún no había cumplido veintiséis años, pero ya tenía algunas canas en las sienes. Su dolor era terrible. Madison se sentía aturdida. Solo pudo hablar unos momentos a solas con Kyle. Él se acercó a ella y le dijo:

—Hacia el final, me dijo que tú lo sabías —la miró de un modo que le produjo escalofríos—. Dijo que tú estabas con nosotros, y que se alegraba de que estuvieras allí. Me dijo que cuidara de ti.

Pero Kyle no la miraba como si quisiera cuidar de ella. En realidad, la miraba como si fuera un demonio salido directamente del infierno.

—No sé lo que quiso decir —mintió Madison—. Lo siento, Kyle. Lo siento muchísimo.

—¿Que no lo sabes? —repuso él con voz profunda, estremecida de ira—. ¿Qué clase de bruja eres, Madison? —lo oyó susurrar ella, y se fijó en sus manos, crispadas y tensas. Luego estiró los dedos, como reparando en la terrible tensión. Kyle se miró las manos, su apuesto semblante tenso de dolor, sus ojos centelleando. Volvió a crispar lentamente las manos, como deseando cerrarlas sobre el cuello de Madison, como preguntándose si, de algún modo, ella era la responsable de…

—¡No! —susurró Madison entre dientes, y se alejó rápidamente de él. Luego se obligó a ir a casa de Kyle, donde familiares y amigos se reunieron después del entierro. Más tarde, cuando se despidió de Kyle y de Roger, que permanecía al lado de su hijo, lo hizo de modo terminante.

Madison cambió inmediatamente los estudios de criminología por los de comunicaciones. Descubrió que tenía talento para posar. Había evitado la carrera de modelo, porque no quería seguir los pasos de su madre, pero casi sin darse cuenta se vio posando para sus amigos de la facultad de fotografía, que necesitaban confeccionar portafolios para las entrevistas de trabajo.

Durante una escapada a Las Vegas, en unas vacaciones de primavera, se casó con Darryl. Nueve meses después dio a luz a Carrie Anne Hart.

Darryl consiguió trabajo en una empresa de ingeniería de Fort Lauderdale. Madison siguió posando ocasionalmente como modelo mientras hacía de madre.

A los dos años y medio de matrimonio, Darryl regresó a casa un buen día y encontró a Madison deshecha en lágrimas. Le preguntó qué sucedía. No sucedía nada, respondió Madison. El problema era ella. Su matrimonio. Él era un hombre maravilloso, pero Madison no lo amaba como era debido.

Bueno, tan maravilloso no era, contestó Darryl. Luego confesó tener una aventura con una de sus secretarias. Consiguieron separarse como amigos. Como buenos amigos.

Pero Darryl aceptó una oferta de trabajo en la zona del Distrito de Columbia. Necesitaba empezar de nuevo; ella lo entendió.

Carrie Anne pasaba algunos días de la semana con su padre, circunstancia que Madison aprovechó para aceptar más trabajos de modelo. En una de tales ocasiones, mientras tomaba unas copas con sus compañeras, después de una sesión, se sorprendió al verse en el escenario, cantando con la banda del hotel. Y se sorprendió todavía más al descubrir que lo hacía muy bien.

Madison se alarmó cuando uno de los fotógrafos le mostró algunas de las fotografías que le hizo mientras actuaba. Era idéntica a como había sido Lainie antes de su muerte. Cabello largo y castaño rojizo, enormes ojos azules. Era un poco más alta, pero tenía el clásico rostro ovalado de Lainie, su nariz, su boca…

Joey King, el líder de la banda del hotel, se ofreció a contratarla como cantante. Era joven y rebosaba entusiasmo.

—Estamos a punto de conseguir algo importante. Ya he vendido algunas canciones, y han venido a vernos algunos promotores musicales famosos…

Madison terminó su copa y se levantó.

—No quiero ser cantante, Joey. Tengo una hija. Y una carrera que va mejor de lo que había esperado.

—Porque te pareces a tu madre —dijo él.

Ella se quedó mirándolo, y Joey se encogió de hombros.