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Muchas bandas ha habido en este país más rentables y conocidas que Nacha Pop, pero pocas han conseguido inspirar el mismo respeto y devoción. Para reconstruir su historia, Nacha Pop, magia y precisión se aventura por el resbaladizo terreno del mito, y acomete el relato de los hechos sin concesiones a los lugares comunes o las ideas preconcebidas. Las aportaciones al grupo de cada uno de sus miembros, los desencuentros con algunos de los medios de comunicación más influyentes de la época, su difícil ubicación en un fenómeno tan mal delimitado como la movida madrileña o las claves de su separación, todo es analizado desde el rigor y la objetividad, porque éste es un libro coral, cada afirmación viene sustentada o matizada por decenas de opiniones autorizadas, empezando por las de los propios Antonio, Nacho, Carlos y Ñete.
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Seitenzahl: 533
Veröffentlichungsjahr: 2014
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En 1977, Nacho García Vega y Carlos Brooking tenían una imagen estudiada, un local donde ensayar, un grupo de rock formado íntegramente por alumnos del Liceo Francés de Madrid, y tanta inexperiencia como ganas de decir cosas. A Antonio Vega, primo mayor de Nacho y también alumno del Liceo, le sobraban horas de vuelo, técnica, sensibilidad y talento, pero no acababa de encontrar el rumbo en una época confusa, la del tránsito entre el rock sinfónico y el punk. El encuentro entre el narcisista círculo de Nacho y el genial y ensimismado Antonio fue, como tantas otras génesis de grupos legendarios, producto del destino y la necesidad mútua.
Muchas bandas ha habido en este país más rentables y conocidas que Nacha Pop, pero pocas han conseguido inspirar el mismo respeto y devoción. Para reconstruir su historia, Nacha Pop, magia y precisión se aventura por el resbaladizo terreno del mito, y acomete el relato de los hechos sin concesiones a los lugares comunes o las ideas pre-concebidas.
Las aportaciones al grupo de cada uno de sus miembros, los desencuentros con algunos de los medios de comunicación más influyentes de la época, su difícil ubicación en un fenómeno tan mal delimitado como la movida madrileña o las claves de su separación, todo es analizado desde el rigor y la objetividad, porque éste es un libro coral, cada afirmación viene sustentada o matizada por decenas de opiniones autorizadas, empezando por las de los propios Antonio, Nacho, Carlos y Ñete.
(Barcelona, 1966) estudió Derecho, pero muy pronto empezó a ejercer el periodismo musical, actividad que ha desempeñado con mayor o menor regularidad desde las páginas de Ruta 66, Boggie, Rock De Lux, Factory o el suplemento “La Luna”de El Mundo.
Entre 1993 y 1996 vivió en Tokio. Allí presentó un programa de enseñanza de español en NHK, el canal público de TV japonés, y trabajó como corresponsal para Catalunya Ràdio y el periódico Avui.
De vuelta en Barcelona, realizó documentales para BTV y trabajó como guionista para Extra Schhh, programa musical presentado por Nacho García Vega.
En la actualidad, dirige EUBRG, un proyecto de radio de estudiantes en la Universidad de Barcelona, y enseña español para extranjeros en Esade,centro adscrito a la Universidad Ramón Llull.
Este es su primer libro.
Es una colección de libros digitales de Editorial Milenio
© del texto: Álex Fernández de Castro © del prólogo: Ignacio Julià © de las fotos: los fotógrafos y agencias indicados en márgenes © de esta edición: Editorial Milenio Sant Salvador, 8 - 25005 Lleida (España)[email protected] Primera edición: mayo de 2002 Segunda edición (reimpresión): febrero de 2008 Ilustración y diseño de las cubiertas: Yuri Alemany Diseño de maqueta: CALAmar D L: L-165-2008 ISBN: 978-84-9743-034-0 Impreso en Arts Gràfiques Bobalà, SL
© de la edición digital: Milenio Publicaciones, SL, 2013www.edmilenio.com Primera edición digital (epub): julio de 2014 ISBN (epub): 978-84-9743-572-7
Conversión digital: Arts Gràfiques Bobalà, SLwww.bobala.cat
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Recuerdo perfectamente los primeros años 80. Ridículos aunque felices -la Era Socialista dando una justa alternancia a los grises herederos del franquismo- cuando los vivíamos en juventud; sencillamente ridículos, sin paliativos, cuando los revisamos en imágenes desde el tercer milenio.
Un amigo coleccionista me ha pasado en video el vergonzoso largometraje “¡A Tope!”, imperdonable engendro rodado en el Madrid de 1983 con ánimo de explotar -¿inmortalizar?- a los grupos de la movida. Entre las continuas apariciones de figuras prominentes de la época -de Loquillo, Gabinete Caligari, Alaska & Dinarama y Aviador Dro a ¡horror! Objetivo Birmania-, una necia historia de adolescentes en celo con sus higiénicas, gratuitas dosis de sexo y casposas intervenciones de Rafaela Aparicio o Tip y Coll. No obstante, más sonrojantes que la triste farsa de estos chicos y chicas de aspecto lozano y voces dobladas en estudio, que las canciones interpretadas desde el escenario -rodadas aparte de la ficticia trama: ‘’Luego lo montamos plano/contraplano y no se entera nadie’’, debió pensar el realizador-, son los detalles cotidianos, la superficie de las cosas: la ropa, los cortes de pelo, los coches y motos, los bares, el argot, los tics sonoros más que la música. La ingenuidad, en suma, de una escena musical que se creía la Nueva Babel sólo porque miraba a Londres e impresionaba en provincias. También aparecen en pantalla Nacha Pop, simulando en playback “Agarrate a mí”, canción escrita a medias por los notorios primos Vega.
Flashback a 1982, a uno de mis primeros viajes como reportero. En misión para la revista Rock Espezial, me dirijo a la presentación en la madrileña sala Rockola del segundo elepé de Nacha Pop, en aquellos momentos la gran esperanza de la fracción melódica, despectivamente llamada babosa, de la nueva ola madrileña. “La chica de ayer” y un cálido primer elepé habían generado unas expectativas que en Hispavox, su discográfica, querían ahora explotar justamente con Buena Disposición. Carlos Juan Casado, responsable artístico de la compañía, ejercía de anfitrión y la sobremesa hizo que llegáramos al club con el grupo ya metido en faena. Dentro, el público enfervorizado por la música que estalla desde el escenario, algo inimaginable en la Barcelona de entonces tratándose de una nueva banda local. Con sólo dos álbumes editados es fácil imaginar el repertorio de aquella noche, canciones interpretadas con la urgencia de jóvenes a los que se ha prometido el cielo. Luego camerinos, descompresión y, más tarde, celebración privada en una de esas lujosas casas de zona residencial donde un selecto grupo de niños pijos y jóvenes admiradoras sentaron a los músicos en un amplio sofá e improvisaron una rueda de preguntas y respuestas, situación que me pareció insólita además de anticlimática. Al día siguiente, viendo mi juvenil pasión por el grupo, Casado -todo un tipo con su pinta de A&R forajido y su coche deportivo surcando raudo la noche madrileña, desgraciadamente fallecido a mediados de los 90- se ofreció a retrasar mi vuelo de regreso y hospedarme en su propia casa para que así pudiera asistir al segundo concierto. Repetimos actuación, ronda nocturna, y zanjamos la aventura, poco antes del amanecer, escuchando el primer disco de Plimsouls. Corría la primavera de 1982 y se había fraguado mi relación con Nacha Pop. A lo largo del resto de la década, junto a otros entusiastas admiradores de mi entorno, procuraríamos ser buenos anfitriones en sus visitas a Barcelona -memorables las del antiguo Zeleste de la calle Platería- y viajaríamos a Zaragoza y Madrid, o a pueblos de la Catalunya interior, para reencontrarnos con nuestros amigos y sus canciones.
Nacha Pop fueron un conjunto pop de ímpetu rock y un puñado de penetrantes canciones. Temas con una marcada personalidad, la de Antonio Vega, introspectivo y de una conflictiva sensibilidad, en contraste con la de su primo Nacho García Vega, expansivo y articulado. Canciones que obviamente ya conoces si tienes este libro entre las manos. Las incluidas en el rotundo Buena Disposición, el elepé que presentaban aquella noche en el local de la calle Padre Xifré 5, temas como “No necesitas más”, “Sonrisa de ganador”, “Atrás”, “El tragaluz”, “Juego sucio” o “Alta tensión”, materializaban todo aquello insinuado por su debut. Robustas viñetas de pulso enérgico, barajando el gracejo de Nacho y la aviesa mirada de Antonio, que, al saltar el grupo desde Hispavox a la independencia -ficharon por la pujante DRO-, darían paso a emblemáticas canciones como “Una décima de segundo” o las incluidas en el magnífico tercer elepé Más Números, Otras Letras, títulos inolvidables como “No puedo mirar”, “Magia y precisión”, “Luz de cruce” o “Vidas agridulces”. Junto a Buena Disposición, es mi favorito. Un joven Antonio floreciendo pese a la mala vida del cantautor que vive lo que canta, Nacho dando lo mejor de si en “Como hasta hoy” o “Sin conversación”. Pertenecieron a la movida sin acabar de encajar en su premisa básica. No casaban con la estudiada banalidad de Pegamoides, la rítmica intelectualidad de Radio Futura, el químico desmadre de Derribos Arias. Eran pasionales cuando procedían la distancia y la superficialidad. Y por ello conectaron más profundamente conmigo y mi entorno inmediato que ningún otro grupo español de la época. La personalísima guitarra y las opacas metáforas de Antonio, el aliento pop y el donaire de Nacho, la dinámica de una creativa sección rítmica empujada por Carlos Brooking y el castizo Ñete -desde aquí les mando un abrazo-, eran una realidad que te aferraba a la más sincera emoción en aquellos días de espejismos estéticos, socialismo emergente y mescalina bañada en licor. Escuchados ahora, aquellos discos muestran carencias de producción o, en su posterior etapa con Polygram, en Dibujos Animados y El Momento, exceso de ella. Hoy suenan distintos, un desliz de juventud invitando a la revisión de vidas agridulces, propias y ajenas. Al final, cuando el proyecto se había ya quemado -culpemos a las discográficas, al propio grupo y sus veleidades o al desgaste natural- se despidieron con un directo sobrecargado y más festivo que elegíaco. Poco faltó para que pisaran mierda y acabaran como Los Secretos. Llegaron los años 90, una nueva generación con otros apetitos, otras historias. Y muchas más posibilidades de acción y elección. Antonio se asentó como celebrado autor de canciones que ocasionalmente trascienden la actual modorra radiofónica, rizando con cada nueva entrega el rizo de su propio ensimismamiento; Nacho lo intentó con Rico y en solitario sin mucha fortuna; el resto siguieron con sus carreras y sus vidas.
Seguimos, porque ahí me incluyo también. Nacha Pop representan para mí el eco de aquellos días en que vivimos alocadamente, simplemente porque eramos jóvenes y todo estaba aún por venir. Una confusa emisión que esta meticulosa biografía ha captado, desde el otro lado de la barrera -y con perspectiva barcelonesa, es decir, periférica- sencillamente porque ya era hora de que se contaran las verdades, que siempre son muchas y variadas. Pese a los días pasados juntos, veinte años después sigo sabiendo practicamente lo mismo de Antonio, es decir casi nada. He llegado a conocer mejor a Nacho, incluso trabajamos juntos en una breve aventura televisiva. Por ello espero descubrir mucha materia en las páginas que siguen y que éstas me lleven a desempolvar viejos microsurcos. Para recordar cómo fuimos, esperando reconocerme todavía en lo que hoy somos.
IGNACIÓ JULIÀ
“Los años 80 han sido los más cruciales de la historia de España, y posiblemente no haya otros iguales. Es presumible que nuestro país se diluya en un mundo internacional. La última explosión de lo español han sido los ochenta”
Borja CASANI,Sólo se vive una vez, 1991.
Madrid, 23 de julio del 2.000. Es domingo, y apenas hay clientes en el Penta. En este bar de la madrileña calle Corredera Alta de San Pablo se forjó buena parte de la leyenda. En una de las paredes, un mural de Teresa, la que fuera mujer de Antonio Vega, contrasta por sus alegres colores con la frialdad del diseño interior, tan típica en garitos de principios de los 80. Tras la barra, entre un collage de entradas de conciertos de Nick Lowe, Graham Parker y otros precursores de la nueva ola, destaca una verdaderamente histórica, la del concierto de los Ramones en la Plaza de Toros de Vista Alegre, en septiembre del año 80, con los Nacha Pop de teloneros. Y sobre todo, coronando la puerta de entrada, una foto enmarcada preside el local, nítida y majestuosa. Sobrecoge alzar la mirada y ver a los Nacha de la época DRO en plena forma, tan alegres y desafiantes. Antonio, Nacho, Ñete y Marco Rosa, sustituto temporal de Brooking, irradian juventud e ilusión. La imagen en blanco y negro es de 1983 o 1984, época irrepetible del pop español, en la que coincidieron Malos Tiempos Para La Lírica de Golpes Bajos, La Ley Del Desierto, La Ley Del Mar de Radio Futura, o Una Décima De Segundo, de Nacha Pop.
Según cuenta J, uno de los actuales propietarios del bar, hace ya tiempo que el Penta no se anuncia en la Guía del Ocio de Madrid porque no lo necesita. Le basta con mantener a una clientela fiel, consciente en mayor o menor medida de que algo importante sucedió entre estas cuatro paredes, hace ya mucho tiempo. En voz baja, mirando a derecha e izquierda para ponerse a salvo de posibles espías, J. dice que con ayuda de un socio se hizo con el control del bar en el 95, porque otros posibles compradores pensaban remodelarlo por completo.
Los fans de Nacha Pop son como una secta. Apoyado en la barra del Penta, y después del preceptivo intercambio de contraseñas, J. suelta la información a cuentagotas y en orden inverso de importancia, como un jugador de póquer obligado a enseñar sus cartas. Más de uno pensará que está loco por unir su destino al de una banda que lleva más de diez años en silencio, y sin embargo, en este momento actúa como alguien con una misión importante, como un hombre afortunado. Le delata un brillo especial en los ojos, una extraña ilusión que se resiste a desaparecer, una esperanza lenta de no se sabe muy bien qué. Y es que hablar de Nacha Pop, a pesar de todo el tiempo transcurrido, acompaña, consuela. Demuéstrale a J. tu amor por los Nacha, y te recompensará con algún secreto celosamente guardado. Como por ejemplo, que aún hoy se le acercan chavales del Liceo Francés de Madrid a declararse fans de Nacho y Antonio, anunciar que han montado un grupo y pedir que les dejen tocar en el Penta.
25 de julio del 2000. Después de una larga entrevista, la primera de las muchas que me concederá en los próximos meses, Nacho García Vega ha invitado a Lucía Etxebarría a tomar unas copas, y ella comenta muy seria que todo autor de biografías tiene la obligación de decir qué le ha llevado a escribirla. Sin saberlo, el periodista Jesús Rodríguez Lenin ya siguió el consejo de Lucía cuando firmó el apéndice de la biografía de Antonio Vega, publicada por la SGAE en 1993. La anécdota que relataba, aunque inexacta (la revista que recuerda no es Interviú sino Lib), es, por su marcado carácter personal, uno de los elementos más valiosos del pequeño volumen de portada azul y verde, publicado en la colección “Los Autores”: “Yo todavía me encontraba en el colegio -escribe Lenin-, creo que corría el año 1980, o tal vez 1981, y comenzaba a abrirme a otros sonidos que no fueran los que me habían acompañado en mi primera adolescencia. Recuerdo que en una ocasión, un compañero vino a clase con un ejemplar de Interviú, y el titular que más nos llamó la atención decía algo así como “Nacha Pop nos presenta a la chica de ayer”, y aparecían los cuatro integrantes de la banda con una chica de aspecto desenvuelto y ligera de ropa... Eran los tiempos del pop baboso, y mientras grupos como Mamá hablaban de las “chicas de colegio” que protegían “su pudor”, Nacha Pop se destapaba apareciendo en una revista que, en aquellos tiempos, uno no podía comprar tranquilamente en un quiosco sin levantar sospechas de todo tipo. Desde entonces, asocié Nacha Pop a música arriesgada, y me fascinaron esas canciones que no mostraban situaciones idílicas o bobaliconas, sino que expresaban amargamente las dudas, los temores, la necesidad de abrirse interiormente y buscar algo, no sabíamos aún qué, que no encontrábamos en la España de aquellos años”.
Ante todo, la música de los Nacha Pop era fascinante por su abundancia de matices y su imposible calificación. Sus canciones no eran ni pop ni rock, huían de lo fácil sin resultar excesivamente complejas, admitían una y otra escucha sin perder interés o frescura, y combinaban la jovial chulería de “Déjame algo” o “Sol del Caribe” con el tono evocador y anhelante, abierto a mil interpretaciones distintas, de “Lloviendo en la ciudad”, “Antes de que salga el sol” o “Chica de ayer”. Eran, como la vida misma, una implacable sucesión de tristeza y diversión, urgencia y poesía. Lo que tal vez resultara ambiguo u oscuro para las mentes más simples refulgía como un diamante en bruto para otro espectro de oyentes, vidas agridulces, educadas en la desconfianza hacia los blancos o los negros pero capaces de asimilar visiones menos monolíticas de la realidad, infinitos matices de gris.
De una manera mucho más festiva, Tequila también contagiaba a base de profesionalidad y desenfado, pero había algo exótico en el acento argentino con que Alejo Stivel pronunciaba versos tan característicos como aquel “No nos shores, no nos shores más”. Aunque no fuesen exactamente extranjeros, alguno de los miembros de Tequila venían de muy lejos, y uno podía divertirse con sus discos sin necesidad de sentirse directamente aludido. Los Nacha eran otra cosa, ellos cantaban en un castellano transparente, familiar desde la primera escucha. Era, efectivamente, el curso 80/81, y yo todavía cursaba primero de BUP en el colegio Aula, un centro escindido del Liceo Francés de Barcelona. La información disponible era escasa, pero al parecer los primos Vega estudiaban, qué casualidad, en el Liceo Francés de Madrid, un colegio de pago como el mío. Y eso exigía una reacción clara por mi parte, una toma de posición. En unos días en que a duras penas me atrevía a asomar por el patio con cazadora de cuero negra y chapas de Blondie o de AC/DC, los Nacha eran como alumnos de cursos superiores que, desde una escuela legendaria, se atrevían a mostrar abiertamente su rebeldía y su compromiso con la música. Parecían mis hermanos mayores predicando con el ejemplo, forzándome desde la castiza y bacilona “Nadie puede parar” a quitarme los complejos y perseverar en mis gustos, por muy jodido que fuera ser adolescente en Madrid o en Barcelona, en un colegio privado o público, en aquella época o en cualquier otra. El mensaje era diáfano y todavía me remueve la conciencia en los momentos más inesperados, veinte años después: mi cita con el rock’n’roll no podía, ni puede, esperar.
De la pijería, tanto los propios miembros de Nacha Pop como otros protagonistas menos directos hablan largo y tendido en el transcurso de las siguientes páginas. Resulta interesante comprobar hasta qué punto ha contribuído la extracción social de algunos grupos a provocar su exclusión de los recuentos oficiales de la movida. Y es que por alguna extraña asociación de ideas, hay todavía muchos (como el propio Ñete) para los que el rock debería ser patrimonio exclusivo de las clases sociales más humildes.
Una última reflexión, antes de cederle la palabra a los protagonistas. La historia de Nacha Pop, ya de por sí repleta de problemas con las drogas, enfrentamientos con medios de comunicación o convivencias forzosas con astros de la canción ligera en discográficas o estudios de grabación, se ha visto plagada de visiones reduccionistas, opiniones anquilosadas hace ya demasiado tiempo, y nunca más revisadas: Nacha es un grupo de pijos o de babosos; sus miembros no eran parte de la movida porque no llevaban el pelo teñido ni pertenecían a las Hornadas Irritantes; los dos primeros elepés son los buenos, Dibujos Animados y El Momento son demasiado comerciales, poco fieles al espíritu original... Y sin embargo, ningún tópico tan perjudicial para el propio grupo como ése según el cual el único importante, el profundo, el sensible era Antonio. Nacho sería el frívolo, el superficial, una pieza del engranaje menos esencial. En esto, los Nacha recuerdan un poco a los Beatles, otro grupo en el que los papeles se han distribuído de forma demasiado obtusa e injusta. Sin embargo, cuando yo descubrí a los primos Vega, no me entretuve en averiguar de quién era una u otra canción. De igual manera, tardé años en preocuparme por diferenciar las voces de Lennon y McCartney, y cuando finalmente lo hice, descubrí que mis temas favoritos (“Taxman”, “You Like Me To Much” o “If I Needed Someone”) no eran de ninguno de los dos, sino de George Harrison.
Teddy Bautista, director general de la SGAE, fundador de Los Canarios y productor del primer LP de los Nacha, prefirió responder a sus preguntas por escrito, y se despidió formulando un deseo legítimo: “espero que esto te sirva -decía en su e-mail-, y que el libro haga justicia a una de las bandas más influyentes, si no la más, de la rica década de los 80”. Los discos de Nacho y Antonio nunca aceptaron lecturas frívolas o precipitadas. Lo menos que merecía una propuesta sensible e inteligente como la suya era evitar lugares comunes. Explorar senderos menos transitados en busca de respuestas, y volver con algún dato nuevo y esclarecedor, anécdotas o recuerdos generosamente aportados por los propios miembros del grupo, por compañeros de profesión, o por otros testigos menos directos, como aquel joven y acomplejado lector del Lib, que los quisieron de forma más genuina y desinteresada.
Nota: todas las declaraciones que aparecen en las siguientes páginas corresponden a entrevistas efectuadas para esta biografía entre julio del 2000 y diciembre del 2001. En los demás casos, se especifica el artículo de revista o periódico al que pertenecen.
“A los cinco nos sentaron a los dos / yo en mi sitio ensuciando con color / tú a mi lado, dibujabas el mejor / A los quince las guitarras sin parar / El garaje, distorsión y wah wah/ En verano con los amplis al jardín / Empezamos, todo por primera vez / Recuerdo tardes muertas con Ahmed / sin saberlo, escribiendo esta canción”
“Tú no te escapas”, Rico.
Nacho García Vega no ha sido sólo el motor y portavoz de Nacha Pop, la locomotora que ha tirado incansable del grupo, desde el principio hasta el final. También es, aun en la actualidad, su principal albacea, el que más esfuerzos hace por conservar, ágil y vigilante, la memoria de todo lo sucedido.
Como es la primera persona a la que acudo, le digo que no me gustaría agotar su paciencia preguntándole datos verificables por medios alternativos, que tal vez prefiera limitarse a confirmar o desmentir la información que vaya obteniendo a través de otras fuentes, y me responde de forma categórica que no pierda el tiempo. Que acuda a él directamente si me quiero ahorrar rodeos, porque nadie sabe mejor que él lo que pasó.
No es de extrañar, por tanto, que de todos los miembros de Nacha Pop, sea Nacho el que más fotos guarda del grupo. Sentados en su sala de estar, antes de la primera ronda de preguntas y respuestas, charlamos brevemente sobre lo que cada uno de nosotros espera de esta biografía, y sin mayores preámbulos pone sobre la mesa una caja de zapatos, llena de fotografías inéditas hasta la fecha. Es como el cofre del tesoro, el sueño de cualquier fan de los Nacha hecho realidad. Las hay de todos los tamaños y épocas, instantáneas en color o blanco y negro de la firma en Hispavox, de conciertos en el Sol, el Marquee o Rockola, restos de serie de la sesión de fotos para la portada del primer disco, o imágenes de la breve gira mejicana. Y sin embargo, nada de lo que me muestra me intriga tanto como una serie de fotos en blanco y negro, dispuestas ordenadamente sobre las láminas de un vetusto álbum. Son imágenes de la Semana Santa del 77, de un viaje que Nacho y Brookyng hicieron a los dieciséis años a Jávea, Alicante, con la familia de Carlos; las fotos de dos amigos en plena adolescencia, ávidos de kilómetros. En aquella época Nacha Pop todavía no existía, y Antonio se encontraría probablemente haciendo la mili, o tocando por ahí, derrochando talento ante la desprevenida audiencia de algún garito hippy. Pero Nacho y Carlos ya tenían una banda llamada Uhu Helicopter, y se retrataban junto a un anuncio de “Aceite El Moro” para lanzarle un mensaje codificado a Ahmed Belghitti, otro de los miembros del grupo, a quien cariñosamente apodaban “el moro”. Los dos chavales que miran al objetivo con cara de pocos amigos (expresión muy parecida, por cierto, a la que lucían en el primer LP de Nacha Pop), sorprenden por su radical soberbia y narcisismo, y por lo moderno de sus chaquetas, camisas y cortes de pelo. Tienen las ideas muy claras, una jerga específica y un pacto de sangre con sus colegas de colegio. En una palabra, un rollo exclusivo, inventado a su medida, que sólo a ellos concierne. Han estudiado sus indumentarias al milímetro, están enamorados de sí mismos, y desde el otro lado de sus gafas de sol parecen recordarle al mundo la vieja receta mágica, la fórmula infalible: en un grupo de rock cuenta tanto la música como la actitud.
Nacho García Vega y Carlos Brookyng sentaron las primeras bases de Nacha Pop mucho antes de aquel viaje a la playa de Alicante. Lo hicieron al conocerse el primer día de clase en el Liceo Francés de Madrid, donde el primo mayor de Nacho, Antonio Vega, ya llevaba algún tiempo estudiando. En el mismo colegio se formaron no sólo los cuatro miembros originales de Nacha (Antonio, Carlos, Nacho y Jaime Conde), sino también algunos de sus más influyentes padrinos y valedores, como Mario Armero o Rafa Abitbol.
Regido directamente por el estado francés a través de su Ministerio de Asuntos Exteriores, el Liceo Francés de Madrid, fundado en 1894, era en aquella época un privilegiado oasis de modernidad y de cultura democrática, en plena dictadura franquista.1 Antonio Vega lo describe como “un territorio neutral, una especie de duty free shop”: “Allí teníamos acceso a todo lo que no llegaba al resto de España. Los alumnos viajaban, nos intercambiábamos discos y comics que no se veían más que en tiendas de importación, leíamos libros o escuchábamos música que aquí no se conocía, al salón de actos venían grupos de teatro franceses que sólo actuaban en el colegio”. “Con el tiempo -señala Carlos Brooking-, te das cuenta de que el colegio era un reducto. Cuando no se estilaban los pelos largos nuestros profesores de matemáticas llevaban melenas, y estando todavía vivo Franco te hablaban con naturalidad del comunismo de Marx. Todo eso es importante, porque aprendías a hablar con naturalidad de todos los temas e ideologías, era una educación en libertad”.
“Ir al Liceo Francés -añade Nacho García Vega-, era una experiencia cultural y vital, no sólamente académica. Era un colegio abierto de miras, mixto y laico en un país todavía rígido y conservador en muchos aspectos. Volvías a la calle al salir de clase y era como retroceder en el tiempo, te sentías como un extraño. La escuela tenía un ambiente multirracial y de mezcla de clases, donde convivían chinos, japoneses, africanos, americanos y europeos, porque era un colegio internacional, territorio francés, de hecho. Cuando estudiaba allí, recuerdo que compartí clase tanto con hijos de diplomáticos como con descendientes de inmigrantes españoles, albañiles o peones que habían acumulado pequeños capitales en Suiza, Alemania o Bélgica, y que a su regreso a España podían permitirse el lujo de llevar a sus hijos a un colegio privado. Igualmente importante era que fuera un colegio mixto. En los primeros cursos algunos profesores prohibían que los niños nos sentáramos a un lado de la clase y que las niñas lo hicieran al otro, nos obligaban a alternar sexos de forma sistemática. Era, además, un colegio muy politizado. Muchos de sus profesores eran de izquierdas, objetores de conciencia incluso, y algunos de los alumnos eran hijos de miembros del Partido Comunista, recién regresados de Francia. Yo personalmente vi peleas por cuestiones ideológicas entre hijos de franquistas y chavales de educación de izquierdas. Al final, tenían que ser dispersados por los miembros de seguridad del colegio, que actuaban como verdaderas brigadas antidisturbio”.
“La anécdota definitiva en ese sentido -concluye Nacho-, fue la intervención de una de las directoras del colegio, una mujer con aspecto de fascista pero convencida demócrata en el fondo, en una manifestación que tuvo lugar en la zona de Canillejas, cerca del Liceo. En ella participaron muchos alumnos del colegio, hijos de afiliados del PC, PSOE y PSP, que buscaron refugio en el Liceo cuando la policía empezó a cargar contra los manifestantes. Sabían que estarían a salvo una vez cruzaran la puerta del colegio, y algunos alumnos vimos estupefactos cómo la directora los dejaba pasar, y cómo a continuación cerraba la verja e impedía la entrada de los grises. Éstos la intentaron agredir con las porras, y ella los insultó en francés, delante de todos nosotros...”
El primer día de clase, cuando apenas contaba cinco años de edad, Nacho fue con su madre hasta su aula, y ésta lo sentó en un pupitre de la segunda o tercera fila: “Estaba en una situación ideal, ni en primera fila, lo que me habría expuesto de manera excesiva, ni en la parte de atrás, demasiado apartado del protagonismo. La segunda fila te permitía esconderte, y al mismo tiempo aparecer. Escasos minutos después, llegó la madre de Brooking y lo sentó a mi lado. Tendríamos cuatro o cinco años”.
Nacho García Vega nació en Madrid tan sólo dos días después que Carlos, el 27 de abril de 1961, en la Maternidad de O’Donnell. Tiene cuatro hermanos mayores (por orden de edad, Antonio, Fernando, Rafael y José Ramón), y una menor, Margarita. Cuando él vino al mundo, su familia vivía en Argüelles, entre Plaza España y Ciudad Universitaria. A los cinco o seis años se trasladó a Chamartín, cerca de Paseo de la Habana, y luego a Las Matas, a veintiseis kilómetros del centro, en ese momento una zona mucho más deshabitada que ahora. “Me siento muy madrileño -asegura el propio Nacho-, Madrid es la ciudad con la que me identifico, tanto Nacha como Rico han tenido el grueso de su público aquí, aunque veo la ciudad sin apasionamiento. La quiero, pero no moriría por ella. Es muy hospitalaria, quizá la ciudad más hospitalaria de España, donde la gente se siente más de aquí sin serlo. Ése es un valor tremendo. Por otro lado, tiene problemas que no tienen otras ciudades, de urbanismo, servicios, comodidades. Es en realidad dos ciudades en una, cuando está llena de gente y cuando está vacía. Y yo me quedo con la que está más vacía, aunque más que con un rincón me quedaría con momentos, como el atardecer madrileño, que es muy bonito, la luz de Madrid es una preciosidad”.
En la familia del padre de Nacho, originaria de León, no hay artistas ni músicos:2 “Son todos más bien de ciencias, mi tía es maestra de escuela, mi tío ingeniero, y mis abuelos paternos eran ambos maestros de la UGT, sindicato predominante entre los profesores en aquella época”. Cuando las tropas franquistas entraron en León, fusilaron al abuelo de Nacho por rojo “a pesar de lo cual -agrega él-, mi padre nunca tuvo ningún resentimiento contra Franco, siempre trató de mantener una actitud constructiva ante la dictadura, sin llegar a ser nunca franquista”. Antonio García de la Fuente, médico especializado en medicina interna, investigador, autor de numerosos artículos de medicina y profesor emérito en la Facultad de Medicina de la Universidad Politécnica de Madrid, siempre fue, en palabras de Nacho, “un trabajador incansable”: “Creo que el secreto de la estabilidad de su generación está en el trabajo y en la familia, y nos han puesto el listón muy alto, porque ésos son valores que nos va a costar compartir. Quizá a los jóvenes de mi generación nos cueste más encontrarle un sentido a la vida, vamos a tener que buscar la felicidad en otros lugares”.
La madre de Nacho y hermana pequeña del padre de Antonio, Margarita Vega Álvarez, tuvo, en palabras del propio Nacho, una educación “más pija y conservadora” que la de su padre: “Su familia, también de León, era más acomodada. Mi abuelo materno, Enrique, era profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, y tenía por alumno a mi padre. Así que mi padre, que era un alumno modélico, y que provenía de una familia destrozada por la guerra, pobre y luchadora, se enamoró de la hija pequeña de su profesor”.
Nacho siempre tuvo más relación con su madre: “a mi padre lo traté poco, porque siempre estaba volcado en su trabajo, y puede que de ahí nazca parte de mi carácter. Sin llegar a sentir un complejo de Edipo, sí he entendido y aprendido mucho de las mujeres. Mi madre siempre tuvo muy claro cuál era su papel, nunca se resignó a desempeñar el que la sociedad española le asignaba en aquella época. Al principio trabajó en casa, cocinó y nos ayudó con los deberes, pero cuando ya estábamos criados, montó junto con una amiga un negocio que era el sueño de todo chaval, una de las primeras tiendas que hubo en Madrid de aeromodelismo, con trenes, maquetas de barcos, aviones, tanques, soldados, Scalextric... era casi una tienda de adultos”.
La muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, fue recibida en casa de Nacho “no con tristeza, pero sí con el respeto y el comedimiento característico en cualquier médico. Tanto yo como mis amigos y hermanos reaccionamos entusiasmados a la noticia, pero mi padre, que llegó a darme una bofetada, nos recordó que la muerte de un paciente no era algo que debiera celebrarse. Su propio padre, mi abuelo, había sido fusilado por rojo durante la guerra civil, y sin embargo yo me gané una torta aquel día, no por antifranquista, sino por hacer el idiota”.
Tratándose de una familia tan católica (la madre de Nacho toda- vía iba a misa con regularidad, en el momento en que se elaboró esta biografía), puede sorprender la elección del Liceo Francés, una escue-la laica: “yo no recuerdo haber oído nunca de mis padres una explicación en cuanto a las razones que les llevaron a matricularnos en el Liceo. Es una decisión que, analizada a posteriori, cada vez me gusta más, y que sin embargo nunca me han tratado de vender. Hoy en día la elección del colegio me parece menos relevante. Si yo tuviera hijos, probablemente les llevaría al colegio público que me correspondiera, porque la calidad de la enseñanza pública ha mejorado mucho desde entonces”.
En casa de la madre de Nacho, que es la del padre de Antonio, se le dio cierta importancia a la música. Tino, uno de los tíos maternos, fue abogado de profesión pero cantante aficionado de ópera y de zarzuela, y ella llegó a tocar bien el piano, aunque sus obligaciones como ama de casa le impidieron seguir estudiando o practicando. También los cuatro hermanos mayores de Nacho tocaban algo de música. “Nuestros padres -explica Nacho-, y especialmente mi madre y su hermano Ricardo, el padre de Antonio, nos regalaban discos por navidad, siendo aun nosotros muy niños. Así empezó todo, con los Beatles, los Rolling Stones, los Brincos, los Sírex, Juan Manuel Serrat, Andrés Do Barro, Fórmula V, etc. No había mucho donde escoger, después hablabas con tus amigos, y descubrías que todos tenían los mismos singles. Algunas de aquellas cosas eran cosas horterísimas, tremendas, ¡maravillosas!, aunque con el tiempo, lo que he aprendido es que lo importante, con respecto a la música, es que le guste a la gente, por el motivo que sea. Lo que piensen los que no tengan los mismos gustos da exactamente igual, son sencillamente puntos de vista diferentes con respecto a la música. Todos aquellos discos nos volvían locos, nos hicieron empezar a apreciar la música y a adquirir un criterio, y eso es lo importante”.
Curiosamente, cuando se le pregunta a Antonio Vega, los primeros singles que le vienen a la memoria son básicamente españoles: “Lo que a mí me impactó de entrada -asegura Antonio- fue los Brincos, cosas de música española, Juan y Junior, Juan Manuel Serrat”. En el cuaderno Los Autores, publicado por la SGAE, declaraba que su edad y su talante “tirando a anarquista” le habían impermeabilizado frente a la influencia de cantautores más politizados. Consultado sobre este extremo, el propio Antonio puntualiza: “nunca me gustó la postura comprometida, siempre he pensado que la música tenía que ser un arte creativo en sí mismo, sin compromiso ninguno, y como tampoco he sido una persona politizada, me he reservado mis inclinaciones, nunca las he manifestado”.
Nacho tendría unos siete años, y Antonio once, cuando sus respectivos padres contrataron a un profesor de guitarra para los primos: “se llamaba Salvador -recuerda Nacho-, y llegó a ganar alguno de los más importantes premios nacionales de guitarra clásica. A mí me inspiraba una especie de modernidad, me trataba de tú a tú, aunque para nosotros fuera todo un señor. Mis tres hermanos mayores dieron muchas clases con él, y tanto José Ramón como Antonio aún pudieron pillar algunas horas, pero yo no llegué a tomar ni una clase, porque era demasiado pequeño. El profesor decía que no tenía las manos lo suficientemente grandes, y lo cierto es que con el meñique no llegaba a ninguno de los trastes. No obstante, cuando terminaban las clases, se iban todos, y me fascinaba el olor a tabaco que dejaba el profesor, y la guitarra, que se quedaba allí, guardada en su funda. Yo me moría de envidia, y me ponía a tocar, como podía”.
Antonio sonríe cuando se le menciona a su primer profesor de guitarra, aunque no recuerda si fueron dos o tres las lecciones que llegó a impartirle: “Todavía era muy pequeño. Él les daba lecciones a mis hermanos Ricardo y Carlos, y yo asistía casi siempre de oyente. Me sentaba en una esquina, y sin decir ni mu me dedicaba a escuchar, y a ver. Y cuando él se iba, cogía la guitarra, y me esforzaba en recomponer los acordes, en hacer sonar lo que había escuchado antes”.
Nacho zanja la cuestión de las clases de guitarra con una vieja broma: “A veces, pienso que esas pocas lecciones con Salvador son las que marcan la diferencia entre los dos, porque Antonio es mucho mejor guitarrista que yo, aunque ambos tengamos estilos muy diferentes. Y creo que tanto para mí como para Antonio, el hecho de dedicarnos a aprender el instrumento se convirtió en una cuestión de orgullo, de recuperar, por cojones, todos los años perdidos, en que no pudimos beneficiarnos de aquellas clases por ser demasiado pequeños”.
Carlos Brooking nació el 25 de abril de 1961. Es el mayor de tres hermanos, y el único de ellos que se ha dedicado a la música. Al principio vivió en la calle Comandante Zorita, en la zona del Palacio de Congresos: “Allí estuve unos diez o doce años, hasta que nació mi hermano pequeño. Luego, nos trasladamos a la zona del Paseo de la Habana, donde todavía viven mis padres. Ahora es pleno Madrid, pero cuando nos mudamos nosotros, era como los confines de la ciudad”. Aunque Brookyng es un apellido inglés, hace tiempo que su familia se fue de Inglaterra: “Tanto mi padre como mi abuelo son franceses -aclara el propio Carlos-, y mi bisabuelo, que era inglés, terminó aterrizando en el norte de España por cuestiones de trabajo, es una historia larga de contar. Mi madre es española, de padre alemán, osea que tengo sangre un poco de todas partes. Mi abuelo materno era austrohúngaro, de un pueblo muy próximo a Rusia. De hecho también hay rusos entre mis parientes, e italianos. Pero yo soy madrileño, igual que mi madre y mi abuela. Todos los demás son de por ahí”.
“Mi relación con Madrid -observa Brooking- es absoluta, aquí he nacido y estudiado, y nunca me he planteado vivir en otro lugar, aunque si agún día tuviera que hacerlo no tendría ningún problema. No le tengo ningún apego especial, resulta que es donde nací, y donde tengo a mi mujer y a mis hijos. Me gusta y la necesito, pero a la vez me disgusta tanto como cualquier otra gran capital, el mogollón de la ciudad me aturulla a veces, sólo me gusta para un rato, de hecho vivo en las afueras. Nunca he sido una persona nocturna, aficionada al bullicio o a las fiestas. La parte que más me ha repateado siempre del grupo eran las relaciones sociales, presentaciones, labores de promoción... Madrid me gusta en sus momentos más atípicos. Los días de fiesta, en que se han ido la mitad de los madrileños para aprovechar un puente, de repente la veo desde otra perspectiva, y me encanta pasear por sus calles desiertas, por el centro, el Paseo del Prado, el Retiro, o el barrio de Prosperidad, donde viví cinco o seis años”.
Carlos cree que su familia puede considerarse liberal “y si no hubiera sido así -añade- en el Liceo Francés me habrían dado una educación progresista. La idea de llevarme al Liceo fue de mis padres, que también habían estudiado allí. Mi padre estudió en el Instituto Británico, y luego se pasó al Liceo, que es donde conoció a mi madre”. Al principio quiso estudiar piano, pero a sus padres les dio miedo que se cansara: “es normal, tu hijo de doce o trece años anuncia que quiere aprender a tocar el piano, y tú te dices, menuda gracia meter semejante trasto en tu casa, y que el chaval se dé cuenta de lo duro que es al cabo de un año”. Así que sus padres le animaron a que se decantara por un instrumento más manejable. “Di clases de guitarra clásica durante tres o cuatro años, y cogí un nivel no profesional, pero sí aceptable. Estudiaba música clásica, y luego, en mis ratos libres, tocaba lo que a mí me apetecía, que eran canciones de Neil Young. No obstante, yo creo que el gusanillo me vino a través de los hermanos mayores de Nacho y de Antonio. En aquella época estaba absolutamente colgado de la música Country, Neil Young, James Taylor, canciones muy interpretables a la guitarra... podías coger la guitarra, y ya te sacabas una canción”.
Nacho García Vega fue un buen estudiante, inquieto y precoz en muchos aspectos: “Saqué muy buenas notas hasta el final. Me gustaba mucho estudiar, y al mismo tiempo solía ser el más travieso de la clase. Me enamoré de alguna profesora, y a una de inglés conseguí darle un beso. Hacía cosas atrevidas para mi edad, y por otro lado, me gustaba estudiar. Siempre me gustó vivir intensamente, y todo lo quería al mismo tiempo, estudiar, divertirme, hacer deporte. Jugaba al rugby, y a punto estuve de perder un ojo en el intento, porque me enfrentaba a chavales mucho más grandes que yo. De hecho, aun hoy el Liceo Francés tiene un equipo de rugby en la primera división”.
Siempre tuvo muchos amigos, y también amigas: “una de ellas, Sandra Bensadón, acabó siendo mi cuñada, porque más tarde se casó con uno de mis hermanos. Otras, como Paola Dominguín, también fueron buenas amigas de colegio, aunque después no hayamos mantenido el contacto. Son mujeres que siguen siendo una referencia para mí, muchas han conservado una cierta sensibilidad hacia el arte, y la mayoría se han acabado dedicando a la promoción de la cultura”.
A pesar de sentarse juntos desde el primer día, a Nacho y a Brooking les costó algún tiempo entablar amistad: “en realidad -sostiene Nacho-, amigos íntimos nos hicimos mucho más tarde. Al principio nos tratamos por obligación, y nos llevábamos bien, pero nada más. Alguna vez lo hemos comentado, y creo que cada uno veía al otro como un pájaro extraño. Ambos éramos buenos alumnos, pero yo era más travieso, y Carlos tenía que cubrirme las espaldas a menudo, para sacarme de apuros”.
Luego, los dos cursaron asignaturas distintas durante algunos años. Carlos escogió la rama de los futuros estudiantes de económicas, y Nacho la de biología: “Antes de elegir asignaturas, siempre estuve entre los dos mejores alumnos de la clase. Y como era de ciencias, pero no de matemáticas puras, escogí la especialidad de biología, igual que mis hermanos mayores. Mis últimos cursos no fueron tan buenos académicamente, porque empezaba a dedicarme a otras cosas, a concentrarme en la música. Si conseguí aprobar, de hecho, fue gracias a las letras, a ejercicios que no exigían estudiar, como redacciones o comentarios de texto”.
“En los últimos años del colegio -afirma Nacho-, Carlos y yo recuperamos la amistad, y empezamos a vernos no porque fuéramos a la misma clase, sino por afinidad de gustos y aficiones”. Cuando se produjo el reencuentro, Carlos ya había entablado amistad con Jaime Conde y Ahmed Belghitti.
“Cuando Ahmed vino a España -recuerda Jaime-, fue a parar a mi clase. Sus padres, que llegaron precipitadamente de Marruecos, como refugiados políticos, se hicieron muy amigos de los míos, necesitaban conocer a gente, y forzaron mucho el que pasáramos tiempo con sus hijos. Ahmed y su hermano Alí vivían de una forma mucho más liberal que nosotros, sus padres viajaban constantemente”.
Jaime Conde, nacido en el 61 como Nacho, Carlos y Ahmed, tampoco tiene precedentes musicales en su familia. “Al principio, empecé tocando una guitarra que me regalaron, y llegué a dar algunas clases particulares. Pero luego, a la hora de formar un grupo me decanté por la batería. En realidad, nunca me tomé la música demasiado en serio, hasta que surgió la posibilidad de formar un grupo”.
Tal y como lo recuerda Nacho: “A Jaime le gustaba tocar la batería, y se compró una. A mí me gustaba cantar y tocar la guitarra. Ahmed era el bajista, y también cantaba, mientras que Carlos era el segundo guitarra. Ahmed era muy apasionado, muy inteligente, tenía una gran cultura, una mentalidad muy avanzada, además de una casa muy grande y bonita en Puerta de Hierro. Sus padres estaban siempre viajando, y allí nos reuníamos para tocar y ensayar. En alguna ocasión organizamos alguna fiesta en el jardín, y llegaron a venir cuarenta o cincuenta amigos a vernos tocar”.
“En la época de Uhu Helicopter -continúa Nacho-, oíamos a Doobie Brothers, Led Zeppelin, Jethro Tull, a toda la escena californiana, America, Eagles, James Taylor, Carole King, Jackson Browne, Joni Mitchell... y sobre a todo Neil Young, que era el ídolo absoluto del grupo. Una de las fotos del viaje a Jávea, de hecho, intentaba ser una imitación de On The Beach.3 También escuchábamos a grupos sureños, Marshall Tucker Band, Charley Daniels Band, Lynird Skynird. Otros grupos básicos eran Jefferson Airplane y Greatful Dead. El nombre de Jefferson Airplane responde a un famoso pegamento americano de la época, llamado Jefferson, que hacía volar a quien lo esnifaba. De ahí la traducción a Uhu Helicopter con la que nos bautizamos. Alguna vez, en plan de broma y en honor a nuestro nombre, intentamos esnifar Uhu, aunque con resultados nefastos, porque nos daba un dolor de cabeza tremendo”.
“Básicamente -continúa Nacho-, hacíamos versiones: “Sweet Home Alabama” y “Free Bird”, de Lynyrd Skynyrd; como “Free Bird” era muy larga, nos permitía tirarnos el rollo a todos, y marcarnos nuestros solos. A veces, yo cogía el bajo y dejaba que Ahmed hiciera los punteos con la guitarra. También hacíamos “Stairway To Heaven”, de Led Zeppelin, “Sympathy For The Devil”, “Jumping Jack Flash” y “Honky Tonk Woman” de los Stones, “Purple Haze” de Hendrix, “Southern Man” de Neil Young, y probablemente alguna cosa de Crosby, Stills, Nash & Young”. “¿Sabes qué otro tema -apostilla divertido Carlos-, recuerdo haber hecho con mucho éxito en la época de Uhu? “Love In Vain”, de los Stones”. Jaime Conde, por su parte, cree recordar que Doctor Feelgood también fue víctima del expolio de los Uhu.4
Nacho asegura que en el grupo tan sólo llegó a tener dos composiciones originales: “yo hice una primera versión de “Gonna play some rock”, que luego incluiríamos en el repertorio de Nacha Pop, y Ahmed hizo una balada que se llamaba “Miriam”. A ninguno nos acababa de convencer, pero la tuvimos que tolerar, porque en definitiva aquello era una plataforma para que todos nosotros pudiéramos sentirnos una estrella del rock. Y hay una anécdota muy graciosa, y es que el día que tocamos en el Ateneo de Prosperidad, vino a vernos Mario Armero con algún colega, a ver si éramos buenos o no, y a darnos su opinión. En aquella época, todo su grupo de amistades llevaba las mismas pintas que nosotros, aunque eran algunos años mayores, y no te imaginas el puntazo que eso nos llegaba a dar. Se nos caía la baba. El caso es que cuando Mario leyó la lista de canciones, con las habituales versiones de Zepelin, Hendrix y demás, vio que también había un tema titulado “Miriam”, y nos preguntó: “¿a que ésta es vuestra?” Cuando le respondimos que sí, el muy cabrón va y añade: “Ya, y seguro que es una balada”. Y es que aquella cursilada de título no dejaba lugar a dudas”.
Mario Armero, abogado, ex-periodista y actualmente presidente de General Electric para España y Portugal, es un personaje tan poco visible como fundamental en la biografía de Nacha Pop.5 Nacido en el 58, en el Liceo Francés no llegó a ir a la clase de ninguno de los miembros del grupo, aunque sí a la de José Ramón, uno de los hermanos de Nacho: “yo estuve con los Nacha Pop desde el principio, como amigo de colegio de los hermanos mayores de Nacho, porque los hermanos de Antonio iban a cursos superiores. Compartíamos los gustos musicales, por eso entramos en contacto, y recuerdo perfectamente ver a Uhu Helicopter en casa de la abuela de Jaime Conde, en la calle Serrano, en un caserío enorme justo delante de la embajada japonesa, en una especie de ensayo-concierto. Eran muy básicos, pero ya se notaba que eran el embrión de algo bonito, se les veía posibilidades. Sobre todo eran algo muy gracioso, y es que ellos siempre han tenido mucha gracia, tanto en la época de Uhu como en la de Nacha Pop”.
Las ocasionales incoherencias que pudieran mostrar los Uhu Helicopter a la hora de crear un repertorio sólido contrastan con la chulería y seguridad con que se desenvolvían en todo lo demás. Nacho lo rememora al detalle, mientras repasa divertido la famosa serie de fotos de Jávea, tomadas en aquel lejano abril del 77: “Carlos y yo estábamos en el punto más rebelde de la adolescencia, aceptando lo que nos ofrecían los padres de Carlos, que era un viaje a la playa, y al mismo tiempo odiando su concepto de vacaciones, escapándonos a cada oportunidad para pasear, hablar de música o de chicas, o para hacernos fotos y creernos Neil Young. Mira la forma de vestir que teníamos, el corte de pelo se corresponde a gente mayor que nosotros y de fuera de España, porque ya no es hippy, sino Dr. Feelgood. Es rock’n’roll. Pero no el rock de tupé, sino el de los 90, el de Oasis. Mira qué anoraks, blancos y rojos, qué cuellos de camisas, el tamaño de las gafas, los tejanos sin cinturón. Nos poníamos ropa de macarra, mucho más pobre de lo que nos correspondía como alumnos del Liceo, con colores muy chillones o muy oscuros, en plan motorista. Eso era Uhu Helicopter, tocábamos, nos hacíamos fotos y las revelábamos, aunque en aquel momento tan inicial ni nos atreviéramos a soñar que algún día veríamos cumplidos nuestros sueños. Estábamos muy unidos, y cuando salíamos por ahí nos habíamos llegado a quedar los cuatro solos en un bar, justo antes de cerrar, diciéndonos “¿os habéis fijado que somos el grupo?” Nos veíamos importantes durante unos minutos, y sentíamos que no hubiera un fotógrafo para inmortalizar el momento, y retratar a los que formábamos el grupo, Ahmed, Carlos, Jaime y yo. Y además éramos los más chulos, el día en que cumplí diecisiete años llegué al colegio por la mañana, le di una patada a una columna con toda la mala hostia que pude, dije “tengo diecisiete años”, y los otros tres se descojonaron de risa, como diciendo, pero qué macarra es este tío, qué pringao”.
En cuanto a los conciertos de ese primer grupo, Nacho tan sólo recuerda tres o cuatro actuaciones: “una de ellas fue en el Ateneo Cultural de la calle Mantuano, en el barrio de Prosperidad, que era donde nos vio Mario. Allí ensayaban muchos de los grupos de la época, como la primera banda de Poch, o Los Zombies. Era como un ateneo libertario, punk, y anarquista. Otra vez actuamos en una discoteca que había en la calle Torpedero Tucumán, y por último, tocamos en una urbanización que hay cerca del circuito del Jarama”.
El Liceo potenciaba mucho las actividades culturales, y al final de cada curso organizaba un festival de música, abierto a la participación de grupos formados por alumnos del colegio.6
Nacho, Carlos, Ahmed y Jaime nunca participaron en el festival como Uhu, sino por separado, en distintos grupos y combinaciones, en su último año académico. Quien sí lo hizo, en cambio, fue Antonio Vega: “Mi hermano Nando, el segundo -recuerda Nacho-, había formado un grupo con Antonio, con un músico que se llamaba Philip Ramos y con un cantante llamado Jorge González”.
Fue por aquella época cuando Antonio, a instancias de Nacho, empezó a dejarse caer ocasionalmente por casa de Ahmed: “Antonio y yo -explica Nacho-, nos veíamos en alguna reunión familiar, porque nuestras familias siempre han estado muy unidas. En el colegio, en cambio, no habíamos coincidido demasiado, porque él era cuatro años mayor que yo, y tenía su propio grupo de amigos. El Liceo era un centro gigantesco, en algún momento había llegado a tener cerca de 4.000 alumnos, y tres o cuatro cursos de diferencia podían representar un abismo. Hubo un año en que fuimos doce los primos que llegamos a coincidir en el Liceo Francés.7 En realidad, no fue hasta mi última etapa escolar que la relación entre ambos se cimentó. Por aquél entonces, Antonio ya había dejado de ser alumno del colegio, y empezamos a vernos para oir música y tocar juntos, en su casa y también en la mía, pero sobre todo en el ambiente que yo había creado con mis amigos, en casa de Ahmed”.
1. En un folleto del Liceo Francés de Barcelona, se especifica literalmente que “el Liceo es un centro del Estado Francés regido directamente por el Ministère des Affaires Etrangères, que depende, bajo el punto de vista de la enseñanza, del Ministère de l’Education Nationale, y que desarrolla la escolaridad desde l’Ecole Maternelle hasta el Baccalauréat, de acuerdo con el sistema educativo francés. Pero el Liceo, igualmente reconocido y autorizado por el Gobierno Español, imparte también los programas complementarios previstos por los Acuerdos Culturales: Lengua y Civilización Españolas, e Instrucción Cívica. Los Acuerdos Culturales prevén la convalidación de estudios del Liceo Francés con los correspondientes al sistema español en todos los niveles. El personal docente está formado esencialmente por profesores titulares de la Educación Nacional Francesa nombrados para ejercer en este centro, excepto en lo que concierne a las enseñanzas específicas, impartidas por profesores locales”.
2. Tan sólo un primo de Nacho, por parte de padre, tiene alguna relación con el mundo de la música. Se trata de Rafael Pérez “Falu”. En palabras del propio Nacho, “es una figura prominente de la escena musical de Valladolid. Ha jugado un papel importante en el desarrollo de la escena pop-rock de esa ciudad, y es bien conocido entre los miembros de sus grupos más importantes, como Celtas Cortos. Tiene la misma edad que Carlos o que yo, y es como un hermano para mí. Aunque vivimos en ciudades distintas, sigue siendo una referencia obligada en todo lo que hago, y para mí, una de las opiniones más frescas, inteligentes e importantes. Es muy polifacético, y capaz de componer o escribir letras de canciones. Uno de mis discos en solitario incluye una de sus letras, una de las pocas que no he escrito personalmente”.
3. On The Beach, de 1974, es uno de los seis discos de Neil Young que nunca han sido reeditados ni en vinilo ni en CD, por voluntad expresa del propio Young. Los otros son la banda sonora de Through The Past, de 1972, el directo Time Fades Away, de 1973, American Stars’n’bars de 1976, Hawks & Doves de 1980, y RE-AC-TOR, de 1981.
4. En una entrevista que Tomás Fernando Flores hace a los Nacha para el Popular 1 de enero de 1981, Carlos Brooking afirma que Uhu también había hecho versiones de Ramones y de Eddie & The Hot Rods.
5. El padre de Mario, José Mario Armero, fue abogado y presidente de Europa Press. Jugó un papel clave en la transición democrática y contribuyó a la legalización del Partido Comunista: “Profesionalmente -señala Mario Armero- su principal dedicación fue la abogacía, y estableció un despacho importante de Derecho Internacional. Pero además le gustaba mucho la política y la información, aunque nunca fue miembro de ningún partido”. General Electric, cuya filial en España preside Mario Armero hijo, es el conglomerado empresarial, industrial y de servicios con mayor valor en Bolsa del mundo. En el año 2000, facturó en todo el mundo 130.000 millones de dólares.
6. Además de los propios Nacha y de locutores como Rafa Abitbol o Mario Armero, en las aulas del Liceo Francés coincidieron otros músicos como Miguel Bosé o Álvaro de Torres, que fue uno de los primeros baterías de Alaska: “A Álvaro de Torres -asegura Jaime Conde- le jodía que tuviéramos un grupo y un rollo tan excluyente, y el hecho de que Alaska le hiciera una prueba y lo cogiera le subió un poco la moral”. En la entrevista que D. A. Manrique les hizo para el Rock Espezial de enero del 82, los Nacha mencionan a otros alumnos involucrados en la escena pop, como Paco de Mario Tenia y Los Solitarios o miembros de Cerveza Rocker, y hablan con nostalgia del ambiente cultural que había llegado a tener el colegio: “las posibilidades eran bastante grandes, no sólo las económicas. Había muchos contactos interesantes, muchos viajes al extranjero. Toda la idea de hacer renacer el pop, no sólo a nivel musical sino también cultural, ya estaba en marcha en el Liceo cuando estudiábamos allí”.
7. El año en que el hermano mayor de Antonio hacía el último curso de bachillerato, entraban en el jardín de infancia May, la hermana menor de Nacho y también su prima Cristina. Aunque algunos eran de la rama García Vega y otros pertenecían a la familia Vega Tallés, a los doce los llamaban Vega, y Nacho, para muchos alumnos del Liceo, siempre ha sido Nacho Vega.
“Fueron tantas las guitarras / Sus secretos les quité al dormir / Influencias que aparecen / descubriendo a qué colegio fui / Una historia de principio / cuando uno se creía el mejor / daba miedo el viejo lobo / afirmando que él era el peor”
“Guitarras”,Antonio Vega.
Antonio Vega Tallés nació en Madrid el 16 de diciembre de 1957: “mi madre dio a luz en Reina Victoria, en el Hospital de Nuestra Señora de Loreto, aunque estuve a punto de nacer en casa, porque rompió aguas a los siete meses. No me esperaba, y aparecí de pronto, tuvieron que salir disparados al hospital”.