Naturaleza y conflicto - Danilo Bartelt Dawid - E-Book

Naturaleza y conflicto E-Book

Danilo Bartelt Dawid

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Beschreibung

"En México, tan sólo en los últimos veinte años se han extraído más minerales ""preciosos"" que durante toda la época colonial. Los altos precios en el mercado justificaron esta práctica –en el país y en toda América Latina– junto con otras sin precedentes, como la explotación de la naturaleza pese al daño irreversible a los ecosistemas. El argumento de los gobiernos para permitirlo era enmendar tres promesas incumplidas: erradicar la pobreza, reducir la desigualdad y promover el ""desarrollo"", pero sin atender el otro lado de la ecuación: el extractivismo provoca tremendos conflictos sociales y ecológicos, y Latinoamérica es la región con más incidencia de éstos en el mundo.Desde esta perspectiva, el Dawid Bartelt acude a los hechos y expone que los discursos políticos no evitan que la naturaleza sea vista como un ""recurso"" (en la minería y la agroindustria) para ""salvar"" el presente a costa del futuro. De manera concisa, llega a la matriz del conflicto: la diferencia entre comprender la pertenencia al territorio o ser propietario de éste. Dicho de otra forma: las transnacionales (y los gobiernos que las invitan y subsidian) ven una simple explotación donde los habitantes contemplan el arraigo y el espacio en que desarrollan su vida.Acompañan la investigación dos valiosas colaboraciones (una de Gustavo Esteva y otra de Aleida Azamar Alonso) que nutren la discusión desde el ecofeminismo, la construcción de la desigualdad, y proponen nuevas rutas de participación social."

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Foca / Investigación / 174

Dawid Danilo Bartelt

Naturaleza y conflicto

La explotación de recursos en América Latina

Traducción: Claudia Cabrera

Prefacio: Gustavo Esteva

Epílogo: Aleida Azamar Alonso

En México, tan sólo en los últimos veinte años se han extraído más minerales “preciosos” que durante toda la época colonial. Los altos precios en el mercado justificaron esta práctica —en el país y en toda América Latina— junto con otras sin precedentes, como la explotación de la naturaleza pese al daño irreversible a los ecosistemas. El argumento de los gobiernos para permitirlo era enmendar tres promesas incumplidas: erradicar la pobreza, reducir la desigualdad y promover el “desarrollo”; pero sin atender el otro lado de la ecuación: el extractivismo provoca tremendos conflictos sociales y ecológicos, y Latinoamérica es la región con más incidencia de éstos en el mundo.

Bajo esta perspectiva, Dawid Bartelt evade las inclinaciones políticas —sean de izquierda, como en México; o de derecha como en Brasil— para acudir a los hechos y exponer que los discursos no evitan que la naturaleza sea vista como un “recurso” (en la minería y la agroindustria) para “salvar” el presente a costa del futuro.

De manera concisa, llega a la matriz del conflicto: la diferencia entre comprender la pertenencia al territorio o ser propietario de éste. Dicho de otra forma: las trasnacionales (y los gobiernos que las invitan y subsidian) observan una zona de explotación en donde los habitantes miran el arraigo y el espacio donde desarrollan su vida. Acompañan su investigación dos valiosas colaboraciones, una de Gustavo Esteva y otra de Aleida Azamar Alonso, quienes nutren la discusión desde el ecofeminismo, la construcción de la desigualdad, y proponen nuevas rutas de participación social.

Dawid Danilo Bartelt (1963) estudió en Bochum, Hamburgo, Recife (Brasil) y Berlín, donde se doctoró en Historia sobre la guerra de Canudos, en el noreste de Brasil en 1897. Después trabajó ocho años como vocero de la sección alemana de Amnistía Internacional. De 2010 a 2016 dirigió la oficina de representación de la Fundación Heinrich Böll en Río de Janeiro. En mayo de 2017 asumió la dirección de la oficina de la Fundación Heinrich Böll en la Ciudad de México.

Diseño de portada

Jorge Betanzos

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Konflikt Natur: Ressourcenausbeutung in Lateinamerika

© Gustavo Esteva, 2019 (por el prefacio)

© Aleida Azamar Alonso, 2019 (por el epílogo)

© Dawid Danilo Bartelt, 2019

D. R. © 2019, Edicionesakal México, S. A. de C. V.

Calle Tejamanil, manzana 13, lote 15,

colonia Pedregal de Santo Domingo, sección VI,

alcaldía Coyoacán, CP 04369,

Ciudad de México

Tel.: +(0155) 56 588 426

Fax: 5019 0448

www.akal.com.mx

ISBN: 978-84-460-4961-6

PRÓLOGO

Río de Janeiro, 1992: la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (CNUMAD) debía introducir un cambio de paradigmas que condujera a otra política económica, ambiental y de desarrollo. Las convenciones que se aprobaron en la también llamada “Cumbre de la Tierra” sobre la protección del clima y para preservar la diversidad biológica, tales como la Agenda 21 y la Declaración de Río, son hitos de la política ambiental multilateral; no obstante, nunca ejercieron mayor influencia sobre la política económica y de desarrollo de los países latinoamericanos.

América Latina no sólo cuenta con la selva tropical más grande del mundo, sino que, desde México hasta Tierra del Fuego, ofrece una diversidad biológica incomparable y pasmosa, así como ecosistemas que es necesario proteger. Un tesoro amenazado: los bosques del Amazonas se reducen de manera dramática, pues deben cederle paso a campos de pastoreo y a la minería; la tala comercial e ilegal sigue viento en popa; las sabanas son aradas para plantar caña de azúcar y soya; los ríos son represados para producir energía.

Los países latinoamericanos eligieron una vía de desarrollo que no es viable para el futuro desde el punto de vista ecológico, económico y social. Si bien es cierto que los gobiernos de izquierda redistribuyeron los ingresos obtenidos en el sector agrícola y de materias primas mediante programas sociales, y ayudaron a muchas personas a escapar de la pobreza absoluta, por desgracia no invirtieron en una distribución adecuada de la tierra ni en sistemas tributarios más justos, o en una diversificación de la economía. El pueblo venezolano está padeciendo de manera muy amarga las consecuencias de haber creído que nunca se acabarían los ingresos por la venta del petróleo, y también de que la economía y la política social dependieran tanto de esos ingresos.

Las inversiones en el futuro son diferentes. El neoextractivismo, sea en el sector de las materias primas o en el agrícola, les abre paso a ciertos actores globales latinoamericanos en la agricultura industrial y la industria de alimentos, mas no logra crear desarrollo para amplias capas de la población, ni tampoco es ecológicamente viable. Además, América Latina es un importante campo de acción y una referencia muy citada para lo que llamo la “nueva economía de la naturaleza”. El término economía verde redefine a la naturaleza como capital natural, y así, algunos “servicios” ecológicos —por ejemplo, que las hojas sean depósitos de CO2— son cuantificados, comercializados y financiarizados.

Todos éstos son temas en los que trabaja la Fundación Heinrich Böll desde hace muchos años, a la vez que clarifica las consecuencias de las formas de vida imperiales de las élites y las clases medias globales.

Dawid Bartelt dirigió por más de seis años nuestra oficina de representación en Brasil, desde donde cooperó con las oficinas en México y el Cono Sur, y desde 2017 es director de la oficina para México y el Caribe. Ha observado con precisión los deficientes desarrollos políticos y económicos en América Latina con todas sus repercusiones sociales y ecológicas.

Estoy muy agradecida por este libro. Reúne observaciones y análisis hechos durante años por la Fundación Böll en América Latina y, con su crítica a los desatinos, también contribuye al desarrollo de alternativas para la política económica, social y del clima en América Latina.

Barbara Unmüßig

Presidenta de la Fundación Heinrich Böll

INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN EN CASTELLANO

Cuando empecé a escribir la versión original de este libro, en 2015, América Latina comenzaba a salir de un periodo en el que la mayoría de los gobiernos mostraba cierta tendencia hacia la izquierda, entendido esto como más progresista, más democráticas y más “moderna”, no sólo en el sentido social, sino también con respecto a los desafíos de la ecología, el cambio climático, la defensa de los territorios naturales. En dos de estos países —Ecuador y Bolivia—, el respeto a la Madre Tierra llegó a tener rango constitucional. En ambos permanecen gobiernos con orientación social, y en Bolivia, por ejemplo, vemos a la misma persona en la presidencia, ya en su décimo cuarto año de mandato, lo cual arroja luz sobre los problemas con la democracia que han surgido en varios de los gobiernos considerados “progresistas”, de los que Venezuela y Nicaragua son solamente los casos más extremos. Sin embargo, en muchos otros países del subcontinente latinoamericano las fuerzas de la derecha y extrema derecha han llegado o regresado al poder, como en Colombia, Argentina, Perú, Chile, y como hecho más extremo, en Brasil.

Por lo que toca a la orientación extractivista, o sea, a la necesidad e intensidad con que se extraen recursos naturales para el desarrollo de una economía nacional, una de las conclusiones —quizá un poco sorprendente— de este libro es que los gobiernos latinoamericanos no muestran una diferencia entre las distintas corrientes ideológicas o políticas: todos han intensificado la minería, la agroindustria y la extracción de hidrocarburos, asumiendo los conflictos sociales y la devastación ambiental. Y es sorprendente en el caso de “la izquierda” latinoamericana. A fin de cuentas, fueron los críticos del modelo económico y social tradicional latinoamericano quienes llegaron al poder alrededor del nuevo milenio, los críticos a un modelo que se rige por lineamientos de los países industrializados y que sirve a sus intereses en el contexto del mercado mundial, en vez de cuestionarlos. Se consideró que la quintaesencia de esta política errada fue vender las riquezas naturales del continente en forma de materias primas a los Estados industriales sólo para tener que comprarlas de vuelta, a cambio de costosas divisas, en forma de productos manufacturados. La relación real de intercambio entre los países industrializados y los países en vías de desarrollo condenó de manera definitiva a la pobreza a estos últimos, ya que en el intercambio sólo ganaron los países industrializados con sus productos de mayor valor agregado y reducida fluctuación de precios. Sin embargo, justo a principios del nuevo milenio las materias primas fósiles y minerales, así como los productos agrícolas, alcanzaron precios altísimos, lo cual facilitó a los nuevos gobiernos de izquierda la decisión de declarar nuevamente la explotación de las materias primas como garante del desarrollo. Esta vez el extractivismo se legitimó con el argumento de que las ganancias de la venta de materias primas habrían de usarse para el desarrollo social y el combate a la pobreza. Desde entonces las inversiones nacionales y extranjeras en la minería, en la extracción de gas y petróleo o en la agroindustria han aumentado en todo el continente. Es posible que las diferencias respecto de las anteriores estrategias de desarrollo se encuentren en la relación entre el capital y el trabajo, pero no entre el ser humano y la naturaleza.

Los gobiernos progresistas convirtieron a las cuestiones sociales —la pobreza y la gran desigualdad social— en los ejes centrales de sus programas y su política, y hace mucho que esto era necesario; pero también causaron que otra omisión resultara tanto más evidente: en los discursos oficiales debían sumarse a las cuestiones sociales la protección al clima y al medio ambiente como tareas globales para el futuro. La ecología y la política contra la pobreza y la desigualdad social van de la mano: ya no pueden disociarse, o más bien, ya no deberían poder disociarse, porque en la práctica es justo lo que ocurre, y sigue ocurriendo.

En el país donde vivo y trabajo en este momento, México, hay muchos minerales en el subsuelo. Es líder mundial en la producción de plata y figura entre los grandes productores globales de mercurio, plomo, zinc y oro. México ha recibido más inversiones mineras que cualquier otro país latinoamericano y ha multiplicado la extracción de oro a cielo abierto que no sólo es extremadamente dañina, sino que implica, quizá, al metal que menos necesitamos dado el poco uso industrial o medicinal que tiene, y su enorme potencial de reciclaje.

En el 2018, los mexicanos y las mexicanas eligieron a un representante de la izquierda como presidente, y hasta ahora, nada indica que con Andrés Manuel López Obrador el país aumente la protección ambiental y disminuya el extractivismo. Al contrario, su modelo de desarrollo, industrializador y nacionalista, privilegiará la extracción del petróleo y también la minería. El petróleo, líquido que corre por las venas de este modelo de desarrollo de sonrisa falsa y vestido con ropa de los años 1950, debe servir también como un remedio al paciente mexicano, incluso en sus enfermedades sociales como la desigualdad y la pobreza. Dicha elección confirma que la izquierda tradicional latinoamericana, hasta hoy, carece de una visión verdaderamente social y ecológica. Su referencia no es el futuro, sino el pasado, apostando a los moldes del siglo XX. La nueva presidencia mexicana cortó el presupuesto de distintas instituciones gubernamentales en el área de medio ambiente y política climática, y aumentó en 11 veces el presupuesto de la Secretaría de Energía (SE). Este aumento no es para promover energías renovables, sino para salvar a la empresa estatal Petróleos Mexicanos (Pemex).

La intensificación de este uso o abuso de la naturaleza ignora la conexión entre la justicia social y la justicia ecológica. Independientemente de los efectos sobre el desarrollo, el uso de los recursos naturales tiene una naturaleza conflictiva. Por eso, según afirma la tesis principal de este libro, el furor extractivista que observamos ha de provocar casi por fuerza conflictos sociales y ecológicos. Debido a que éste no atiende a ningún color político, sino económico, los conflictos surgen en toda América Latina, la región con más problemas socioambientales derivados del extractivismo, aunque éstos tienden a aumentar en todas partes.

Pero los afectados se manifiestan de manera cada vez más perceptible; los enfoques alternativos son discutidos con mayor fuerza. Hay señales positivas: las resistencias proliferan y, hay que decirlo, con ellas aumenta también la criminalización y represión que enfrentan.

Las leyes cambian: El Salvador, si bien no precisamente una potencia, ha prohibido desde 2017 la extracción de recursos naturales en todo su territorio, con lo cual invalidó una serie de pedidos de concesión para la minería por parte de empresas transnacionales e impidió así una serie de fatalidades ecológicas. Observatorios de la sociedad civil monitorean los conflictos y ayudan con estos datos a las campañas de resistencia. Crece diariamente la conciencia de que la extracción de recursos naturales tiene que ser organizada de manera distinta, participativa, y que no es posible ni necesaria en todos los sitios en donde se pueda encontrar algún mineral de valor comercial. La naturaleza del conflicto en el uso de la naturaleza debe ser reconocido socialmente, abordado políticamente y reglamentado jurídicamente.

En mis viajes por Latinoamérica me he dado cuenta de que esta naturaleza conflictiva, o sea, las conexiones entre —por un lado— la minería, la extracción de petróleo y gas o las actividades de la agroindustria, y —por otro— los conflictos, las luchas de las poblaciones en los territorios afectados y la defensa de sus derechos, no son muy conocidas. Estas disputas se traban en territorios remotos, en lo alto de las sierras, en medio de la selva, en los campos alejados, lejos de los centros urbanos donde viven más del 80% de los latinoamericanos y las latinoamericanas. Reconocer esta falta de información nos motivó, en la oficina Ciudad de México (México y el Caribe) de la Fundación Heinrich Böll, a traducir este pequeño libro al español, con todos los datos actualizados hasta donde fue posible. Así lo presentamos a usted, estimada lectora, estimado lector, para que le sirva.

Dawid Danilo Bartelt

Ciudad de México, octubre de 2019

PREFACIO

Este libro puede convertirse en lectura obligada para muchas personas. Quienes se preocupan por el colapso climático o el sociopolítico, quienes están comprometidos con la defensa de la democracia, la justicia o la naturaleza, lo mismo que quienes exploran opciones políticas ante el desastre reinante, encontrarán en estas páginas información bien seleccionada, sometida a un análisis crítico riguroso. Lo que a menudo desemboca en denuncia y desesperación ante una realidad atroz, aquí es motivo de reflexión y fuente de esperanza e inspiración.

El libro se abre con lo que para muchas personas será una provocación: ¿Por qué “América Latina”? ¿Cuáles son las raíces de esa ficción? Igualmente, ¿cómo se construyó la ficción del “mestizaje” como identidad y se inventaron las etiquetas “indio” o “indígena”? Se marca así un estilo, una actitud, en la que el autor no asume ciegamente convenciones generales o vacas sagradas, e intenta someter lo que describe a un ojo crítico irreverente. Esto resulta particularmente útil cuando se aplica a términos como “izquierda”, “derecha” y “populismo”, o a las cuestiones de los pueblos encasillados actualmente en la expresión políticamente correcta de “pueblos originarios”.

El tratamiento de los llamados “gobiernos progresistas” ilustra bien esa actitud: se aparta por igual de la glorificación ideologizada como de la denigración sin fundamento. Muestra méritos innegables lo mismo que tropiezos, distorsiones y limitaciones. Hacerlo es particularmente importante en países como México, que parecen intentar ese camino: su nuevo gobierno muestra ya, desde sus primeros pasos, las tendencias contradictorias que aquí se analizan.

El autor no se muerde la lengua al mostrar la manera en que nuestros países han adoptado rumbos y políticas que carecen de viabilidad ecológica, económica y social, sobre todo si se piensa seriamente en los intereses de sus habitantes y en sus realidades naturales y sociales. Su documentación y análisis pueden ser leídos como la búsqueda afanosa de alternativas sensatas.

Bartelt realiza un útil recorrido analítico de lo ocurrido en el último medio siglo en Latinoamérica para presentar una hipótesis sólida sobre los factores y fenómenos que nos llevaron a la condición actual, a fin de aprender de la experiencia y evitar los errores evidentes o las falsas quimeras. Examinar éstas es una contribución especial del libro: muestra cómo ciertas ilusiones prevalecientes, tanto entre las élites como en la población, impidieron aquilatar a tiempo que el camino tomado llevaba directamente al precipicio que observamos.

Florece literatura feminista que examina de otra manera la realidad. No es común, empero, como se hace aquí, ver en la minería una expresión patriarcal o reconocer la función y papel de las mujeres en la producción para la vida y en la lucha social y política para luego enfrentar los patrones discriminatorios del régimen actual y, sobre todo, con el objetivo de concebir y llevar a la práctica nuevas formas de existencia social.

Entre los recursos y la Madre Tierra

Hay en el libro una tensión clara cuando se abordan los asuntos convencionalmente clasificados en el “ambientalismo”. El autor toma clara distancia de una variedad de posiciones antropocéntricas; expresión del patrón patriarcal de dominación sobre la naturaleza que hoy lleva a extremos de destrucción sin precedentes. Muestra de diversas maneras cómo el “extractivismo” no es sino un eufemismo para el saqueo insensato de las “riquezas naturales”; señala que nunca antes actores privados y estatales las sustrajeron en medida tan alta como ahora. Es posible que en toda la región se repita lo que se sabe de México: “en los últimos 20 años se han extraído más minerales ‘preciosos’ que en toda la época colonial”. Igualmente, expone con claridad las consecuencias destructivas de aplicar criterios estrictamente económicos a la naturaleza, incluso cuando se trata de protegerla, e insiste reiteradamente en que no se pueden disociar las cuestiones sociales de las ambientales.

Repensar la noción del territorio debe ser punto de partida para cualquier análisis crítico del extractivismo. Bartelt aprovecha las contribuciones de la geografía crítica para alejarse del pensamiento convencional, que lo concibe como espacio uniforme, homogéneo, indeterminado, vacío, y muestra la naturaleza inevitablemente conflictiva del tratamiento del territorio, en el que pareciera que lo importante es definir quiénes tienen acceso a él y por qué pueden aprovecharlo. Esa actitud, por cierto, corresponde a la de los pueblos de la sierra Norte de Oaxaca, en México, que no ocupan un “territorio”; sólo usan la palabra cuando se ven obligados a defender las tierras que poseen y ocupan desde siempre.

El análisis de casos bien conocidos, como el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS), en Bolivia, y el Yasuní, en Ecuador, permiten a Bartelt examinar la densidad de actores y realidades involucrados y apuntar las posibilidades prácticas y políticas de ir más allá del extractivismo. Emplea casos como el de Famatina, en Argentina, para mostrar cómo pequeñas comunidades pueden resistir con éxito las amenazas de la alianza entre políticos y corporaciones.

Al presentar argumentos a favor y en contra de la “economía verde”, examina la forma en que el tratamiento económico de la naturaleza se ha incorporado al pensamiento predominante, ya que orienta políticas y comportamientos. No advierte, sin embargo, cómo esa mentalidad está inevitablemente asociada con la noción de recursos naturales. Vandana Shiva mostró hace casi 30 años que recurso significaba originalmente “vida”, aludía al poder de auto-regeneración de la naturaleza y a su prodigiosa creatividad, e implicaba una forma de relación con la naturaleza en la que ésta nos entregaba dones que debíamos recibir responsablemente. Este significado se modificó con el advenimiento del colonialismo y el industrialismo. A finales del siglo XIX se había despojado ya a la naturaleza de su poder generador, para verla solamente como un depósito de materias primas que han de ser transformadas en insumos para la producción de mercancías. En 1963, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) llamó recurso a “cualquier material o condición existente en la naturaleza que puede estar sujeto a la explotación económica”.

Vandana describió también el proceso patriarcal de desacralización de la naturaleza desde Bacon, y cómo, en forma paralela, se desmanteló la idea de la “realidad natural” como un ámbito de comunidad, un bien común al que todos y todas han de tener acceso y por el que son responsables.[1] 

Un movimiento cada vez más vigoroso rechaza actualmente la percepción dominante sobre los “recursos naturales” y sus implicaciones. Para un número creciente de personas, referirse a la Madre Tierra no es apelar a una metáfora, sino expresar una relación de respeto y responsabilidad con quien nos nutre. Exigen que no se le trate de ningún modo como “recurso”.

La pobreza de la pobreza

Tesis central del libro es la relación indisoluble entre justicia ecológica y justicia social. El alza de los precios de las materias primas a principios de siglo parecía justificar que los nuevos gobiernos se concentraran en su producción. El neoextractivismo, observa Bartelt, se constituía simplemente en la promesa de que los ingresos derivados de las exportaciones primarias servirían para la redistribución, pero su ímpetu “emancipador” se basó en herramientas y orientaciones que impiden la propia emancipación, y además, dejó de lado la dimensión ecológica.

Bartelt reconoce sin ambages la notable reducción de la pobreza en la región en este siglo, cuando según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) pasó de 46% a 28.5% entre 2002 y 2014. Reconoce también el valor de las políticas de redistribución que adoptaron los gobiernos “progresistas” apenas llegaron al poder; sin embargo, no considera que tal evolución deba atribuirse a una política “de izquierda”. Gobiernos conservadores consiguieron resultados semejantes o incluso mejores. Fue, dice Bartelt, “una política contra la pobreza, pero no contra los ricos”. El sistema de transferencias convirtió a los miserables en pobres, no a los pobres en clasemedieros. En general, no reconoció que la condición que se combatía era resultado necesario de la inequidad producida por una política que, lejos de eliminarse, se intensificó.

En este sentido, es preciso repensar lo que se llama “pobreza”, pues se le considera una condición realmente existente, que se mide, se estudia y puede reducirse. Su asociación con “carencias”, empero, muestra su verdadero carácter. Una “carencia” no puede verse; se compara lo que se ve con una norma subjetiva arbitraria. Inicialmente era una cifra: el ingreso de una persona o el producto interno bruto de un país; se consideró “pobre” a quien no llegara al nivel prescrito. Sin abandonar esa referencia, la pobreza se relaciona ahora con un paquete de bienes y servicios que definiría al ciudadano “normal”. Será considerado “pobre” quien no tenga acceso a ellos.

La guerra contra la subsistencia autónoma que definió desde su inicio al capitalismo genera “carencias” y las correspondientes “necesidades”. La expresión “propiedad privada” muestra la huella de su origen: se privó a alguien de algo. Quienes son privados de sus medios para subsistir carecen de comida, techo, empleo…; los necesitan. En las últimas décadas, cuando el modo de producción se transformó en modo de despojo, un número creciente de personas ha perdido lo que tenía, lo mismo bienes que derechos y condiciones de vida. Se multiplican las “carencias”. Lo importante, por ende, consiste en detener el despojo y al mismo tiempo combatir una “norma de vida” definida por quienes conducen la depredación natural y social y convierten en sus cómplices a quienes se encuentran por encima de la “línea de la pobreza” y han adoptado un patrón consumista insensato y depredador.

Las nociones y percepciones de la pobreza son tan diversas como las culturas, los lugares y las personas mismas. La pobreza actual, la que se mide y supuestamente se combate, es un mito construido por una civilización específica, exaltado en la era del desarrollo después de la Segunda guerra mundial. Hemos de cuestionar la noción misma de pobreza para enfrentar con lucidez la inequidad que genera lo que aún se denomina con ese nombre equívoco. Ser pobre, en Occidente, fue por siglos una virtud; se consideraba lo opuesto a poderoso, no a rico. Acaso debemos recuperar esa virtud y prescindir radicalmente del consumismo que nos hace cómplices de la destrucción de la naturaleza y de la desigualdad.

Las opciones

Este libro no es un mero ejercicio académico. Constituye una búsqueda sistemática de opciones de política para que la región pueda salir de los múltiples atolladeros en que se encuentra.

Reconoce, ante todo, que en nuestras sociedades ha estado cundiendo una resistencia cada vez más lúcida y mejor informada a los modelos de desarrollo impuestos desde los años cincuenta del siglo pasado. Examina lo que ha significado en la región la idea del Buen Vivir, que rescata nociones propias de la buena vida para dejar atrás el patrón de los países desarrollados, que en general llevó a adoptar el American Way of Life como norma que supuestamente recogería la aspiración de todas y todos.

Bartelt elabora de diversas maneras la cuestión fundamental de dar primacía a la política pública sobre los principios de la economía de mercado, que han sido llevados a su extremo en la era neoliberal. Ubica pertinentemente la cuestión en el terreno de la lucha democrática, al examinar la manera en que se ha avanzado sustantivamente, a lo largo de las últimas dos décadas, en la formación de una sociedad civil organizada, informada, bien articulada y con capacidad de acción. Al señalar que se aplicaron en nuestras sociedades conceptos de desarrollo del siglo XX con métodos propios de los siglos XVII al XIX, subraya la necesidad de adoptar decisiones políticas basadas no solamente en la opinión mayoritaria de la sociedad, sino en la participación activa de quienes la forman.

El libro ofrece un rico análisis de las diversas propuestas y corrientes que impulsan en la región cambios profundos. Tiene un claro sentido de urgencia. En el mundo entero se reconoce hoy que el camino seguido hasta ahora está agotado. El director general interino del Fondo Monetario Internacional (FMI), David Lipton, afirmó el 16 de julio de 2019 que el capitalismo necesita “corregir el rumbo”. No le encuentra defectos inherentes, pero debe modificarse. “Parte del problema es el auge de las desigualdades excesivas, a pesar de que las tasas de pobreza se han reducido en todo el mundo desde 1980”.[2] 

Una corriente significativa considera que el capitalismo sí tiene defectos inherentes y que es preciso construir otro régimen, pero esta posición no implica, en la mayoría de los casos, adoptar el camino socialista. Algunos movimientos sociales actúan todavía dentro del marco capitalista dominante para impulsar luchas y reivindicaciones clásicas, pero las que Raúl Zibechi ha llamado “sociedades en movimiento”[3] tienen ya otra inercia y sentido: no se ajustan a ninguna de las vertientes establecidas, teórica y prácticamente; representan innovaciones radicales que podrían ser indicadoras de un cambio de era.

Una de las cuestiones que está de por medio es la relativa al Estado-nación democrático, la forma política del capitalismo. Persisten casi todos sus rituales, pero ha surgido la sospecha de que carecen cada vez más de sustancia. El Estado-nación fue la arena en que operó la expansión del capital por varios siglos; sin embargo, en las últimas décadas las fronteras nacionales se convirtieron en un obstáculo para el capital transnacionalizado, y por ello las empezó a disolver. De hecho, la función principal de los gobiernos de los Estados-nación (la administración de la economía nacional) se ha vuelto imposible: todas las economías se han transnacionalizado, y ninguna, ni las más grandes y poderosas, puede funcionar por sí misma. El capital, además, dejó de necesitar la fachada democrática en la era del despojo directo, y prefiere modalidades cada vez más autoritarias. Por éste y otros muchos factores y circunstancias, se han adoptado en las entrañas de la sociedad nuevos horizontes políticos que van más allá del régimen dominante y de las maneras de pensarlo.

A esa tarea urgente, a pensar con rigor lo que hace falta hacer ante los desafíos del ahora, contribuye sólidamente el libro que el lector tiene ahora en sus manos.

Gustavo Esteva[4]

San Pablo Etla, Oaxaca

Octubre de 2019

[1] V. Shiva, “Recursos” en W. Sachs (coord.), Diccionario del desarrollo: una guía del conocimiento como poder, México, Galileo Ediciones/Universidad Autónoma de Sinaloa, 2001.

[2] “Se necesita ‘corregir’ el rumbo del capitalismo: FMI”, La Jornada, 17 de julio de 2019. Disponible en: [https://www.jornada.com.mx/ultimas/economia/2019/07/16/se-necesita-201ccorregir201d-el-rumbo201d-del-capitalismo-fmi-834.html].

[3] Véase: [http://vocesenlucha.com/2015/10/11/raul-zibechi-sociedades-en-movimiento/]

[4] Activista mexicano, columnista de La Jornada y fundador de la Universidad de la Tierra en la ciudad de Oaxaca. Es uno de los defensores más conocidos del postdesarrollo.

CAPÍTULO I

América Latina: un malentendido que funciona

América Latina se forjó como un concepto de lucha en la política cultural y es aún, hasta hoy, una ficción. Si somos benevolentes, podría decirse también: un malentendido. Aunque uno que sí funciona. Hace ya más de 200 años que se independizaron las antiguas colonias ibéricas del otro lado del océano. El subcontinente alberga, dependiendo de la interpretación, entre 20 y 30 Estados nacionales, además de algunos territorios franceses de ultramar, zonas climáticas sumamente distintas y cientos de lenguas y etnias. Sin embargo, de manera única en el mundo, el subcontinente ha conservado un epíteto que remite a su pasado colonial y que oculta completamente su diversidad.

¿Por qué América “Latina”? Simón Bolívar, el líder militar venezolano educado en España, dirigió la guerra de independencia en diferentes territorios coloniales españoles de América del Sur, y de 1819 a 1830 presidió la confederación de Estados de la Gran Colombia. Lo que el Libertador vislumbraba era un gran imperio español-americano unificado, pero ya para 1850 el proyecto de Bolívar se había desmembrado en Estados nacionales hostiles entre sí.[1] Alrededor de esa época, intelectuales sudamericanos exiliados en París habían comenzado a pensar y nombrar la unidad de su subcontinente. Casi al mismo tiempo, al gobierno francés se le metió en la cabeza que tenía que oponerle un bloque latino de Estados romanos católicos y de lenguas romances tanto a las naciones anglosajonas como al bloque eslavo liderado por Rusia, pero dicha empresa terminó antes de que hubiera empezado realmente: el 19 de junio de 1867, Maximiliano de Habsburgo, importado desde Austria e impuesto por Napoleón III en el “trono imperial” mexicano que el propio Napoleón III había inventado, murió tras un concejo de guerra, atravesado por las balas de las tropas republicanas en México. No obstante, el periodista y poeta colombiano José María Torres Caicedo, el socialista chileno Francisco Bilbao y los otros latinos en París mantuvieron viva la idea básica: en el espíritu bolivariano se debían conservar, por lo menos, el ideal de unidad cultural y el legado ibérico-romano. Por eso a algunos también les importaba incluir simbólicamente a los habitantes americanos originarios en la comunidad nacional; pero no en balde La América Española remitía a la genealogía europea, no a la indígena. La denominación “América Española”, sin embargo, le hubiera hecho demasiados honores a la potencia colonial que había sido vencida hacía muy poco y además, desde un punto de vista científico y cultural, la luz venía de Francia, no de la España conservadora y clerical. En el largo siglo XIX, París fue la capital cultural de América Latina.[2]

Algo que le dio un gran impulso en su fase inicial a este concepto fue la contraposición cultural y política con el norte anglosajón del continente, sobre todo con Estados Unidos, cuya política expansiva y ambiciones hegemónicas panamericanistas se mostraban con claridad cada año, por lo menos desde la anexión de la provincia mexicana de Texas en 1845. En el ensayo Ariel, del uruguayo José Enrique Rodó, publicado en 1900, la oposición entre los materialistas anglosajones en el norte y las naciones del sur del continente, que se regían por valores espirituales, se condensó en la idea central de un texto literario que gozó de una amplia recepción. Por otra parte, La raza cósmica, del mexicano José Vasconcelos (publicado 25 años después), es, a su vez, uno de los textos fundacionales del mestizaje. Según este libro, el futuro le pertenece a la mezcla de blancos e indígenas que se funden en la “raza de bronce”, no a los blancos, como lo presuponía la teoría racial hegemónica. Entonces, “América Latina” surgió predominantemente como un afán intelectual de algunos hombres que nacieron en dicho territorio, pero vivían en el extranjero.

En Estados Unidos, durante el siglo XIX se generalizó el uso de “América Española”, también como una contraposición asimétrica. Los gringos devolvían el menosprecio y categorizaban a América Latina como una región atrasada a nivel racial y cultural, así como en su desarrollo. Fue así, mediante contraposición, que la “América Española” les ayudó desde el siglo XIX a los estadounidenses a concebirse a sí mismos y a delimitarse como una nación protestante, disciplinada, moderna y obediente a las reglas.[3]

“América Latina” es hoy no tanto una unidad geográfica sino semántica: un portador de significados con ropaje de (sub)continente. Si miramos los países, ciudades y pueblos, encontraremos por lo menos tantos regionalismos, especificidades locales, chauvinismos, rivalidades y competencias como en Europa; pero la diferenciación institucional y el alcance de la “integración regional” de América del Sur, ya no digamos de América Latina, dista mucho del proyecto de unidad europeo. Quien alguna vez haya tenido que atravesar fronteras estatales en América del Sur lo habrá vivido en carne propia.

La fragmentación en Estados nacionales fue un resultado lógico de la descolonialización, desde la perspectiva de la política del poder. Los Estados de América Latina invirtieron mucha energía política, económica y cultural-intelectual en conformar o consolidar una identidad nacional (estatal) propia, y veían a su respectivo país vecino, que también fue colonizado por españoles, no como a un hermano, sino que lo construyeron como el “Otro”.

Pero, de manera paralela, se conformó en la percepción externa la imagen homogeneizante de “América Latina”, que debía buscar a su “Otro” en “Norteamérica”. En otra variante, considerar a América Latina como una prolongación de Occidente forma parte, hasta hoy, del buen tono en la cooperación al desarrollo de los Estados europeos, que gustan de hablar de la “comunidad de valores” que comparten Europa y América Latina.

¿Izquierda, derecha o qué?