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En un mundo donde los espacios influyen profundamente en nuestras emociones, comportamiento y bienestar, "NEUROARQUITECTURA: Diseñar con ciencia, un espacio a la vez" invita a repensar el diseño desde una perspectiva humana y científica. Este libro combina años de aprendizaje y práctica profesional con fundamentos de neurociencia, psicología y diseño, para explorar cómo los entornos que habitamos pueden transformar nuestras vidas. Desde la sensibilidad espacial hasta la empatía, y con herramientas innovadoras como SENSE, ofrece un enfoque estructurado para diseñar espacios que no solo funcionen, sino que también conecten con las personas en sus dimensiones físicas, emocionales, cognitivas y espirituales. Dirigido a arquitectos, diseñadores y profesionales que buscan ampliar su visión, y público en general, este libro es una guía práctica y reflexiva que destaca la importancia de poner a las personas en el centro del diseño. A través de ejemplos reales, principios clave y una narrativa cercana, te invita a salir de tu zona de confort, cuestionar lo establecido y crear espacios con propósito. "NEUROARQUITECTURA" no es solo un libro sobre diseño; es un llamado a construir un mundo mejor, un espacio a la vez. ¿Te atreves a diseñar con ciencia y transformar vidas?
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Seitenzahl: 256
Veröffentlichungsjahr: 2025
VANINA SALINAS
Salinas, Vanina Neuroarquitectura : diseñar con-iencia, un espacio a la vez / Vanina Salinas. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6738-3
1. Arquitectura . I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
INTRODUCCIÓN: El Espacio como Protagonistade la Vida Humana
Mi Camino hacia la Neuroarquitectura
La obra como escuela, la experiencia como maestra
Cuando confirmé que el espacio también enseña
1. El Lenguaje del Entorno: Cómo los Espacios Moldean Nuestra Vida
Arquitectura y Emoción: Un Diálogo Sensorial
El Diseño como Herramienta de Bienestar
Cerebro y el Entorno: Arquitectos de Nuestra Percepción
El cerebro en constante cambio: poda neuronaly plasticidad
Desmitificando el cerebro: lo que sabemosy lo que no
Qué es la Neuroarquitectura: Ciencia y Diseñoal Servicio del Humano
El Viaje Continúa
Un camino hacia los espacios enriquecidos
2. El Entorno y las Necesidades Humanas a lo Largo de la Vida
Contacto con la Naturaleza
Ciclo Día/Noche: El Reloj Interior
Interacción Social: Los Espacios que Conectan
Movimiento Constante del Cuerpo: Diseñando para la Vitalidad
Relación con el Entorno: Cuando el Espacio Nos Habla
Cómo el Entorno Afecta Nuestros Sentidosy Reacciones Corporales
La Importancia del Sistema Reticular Activador Ascendente (RAS) en la Percepción
Cambios en la Percepción Sensorial a lo Largodel Ciclo de Vida
Adaptación del Diseño al Ciclo de Vida
3. Entornos que Cuidan y Conectan: Arquitectura, Salud y Felicidad
Herencia y Entorno: El Diálogo Invisible
Neurociencias y diseño: el puente entre genéticay ambiente
Arquitectura como Generadora de Salud
Arquitectura de la Felicidad: Una Poéticadel Habitar
Urbanismo Feliz
4. Accesibilidad Cognitiva: Entornos para Todos
Entendiendo la Accesibilidad Cognitiva
Aspectos destacados en el diseño para la accesibilidad cognitiva
Wayfinding y accesibilidad cognitiva: la clavepara orientarse en el espacio
La conexión con la neurociencia y la arquitectura
El futuro de la accesibilidad cognitiva
5. Emoción, Sensación y Sentimiento en la Arquitectura
Sensaciones que Moldean Percepciones
Sesgos Cognitivos y Percepción del Entorno
Affordance: Diseñando para la Intuicióny la Experiencia Humana
6. Ambiente visible
El Color y su Influencia en el Comportamiento Humano
Pantonario Emocional: El Poder del Color
La Influencia de las Formas en la Percepciónde los Espacios
La Luz como Tejido de la Experiencia Humana
La Práctica del Diseño Emocional de Luz
Biofilia: conexión humana con la naturaleza
Reconectar con la Esencia Humana desdeel Diseño Biofílico
7. Ambiente invisible
Variables Sensibles e Invisibles en los Espacios
Aromas: El Olfato como Puente hacia la Memoriay la Emoción
Sonidos: Acústica, Música y Emociones
Música y Emociones: El Poder de los Sonidosen el Espacio
Diseñar el Silencio: Arquitectura para la Quietudy el Bienestar
8. Apego, Sentido de Pertenencia y Memorias del Espacio
¿Cómo se forman las memorias?
Memorias del Espacio: Espacio y Tiempoen la Percepción
Espacios como “Cápsulas de Memoria”
Neurociencia y Memoria Espacial
Apego al Lugar: Conexiones Emocionalesy Significado de los Espacios
Sentido de Pertenencia y Espacios Compartidos
El Poder de los Espacios en las Memoriasy el Sentido de Pertenencia
9. Espiritualidad y Arquitectura
La Importancia de la Espiritualidad en el Diseño Arquitectónico
El Propósito Trascendente en el Diseño Arquitectónico
Diseño Espiritual y Bienestar desde la Neurociencia
Diseñar desde el Propósito: Más Allá de la Función
Un Llamado a Diseñar con Intención
10. De la Teoría a la Práctica Informada por la Ciencia
Tipos de Estudios Utilizados en Neuroarquitectura
Enfoques para Trabajar con Neuroarquitectura: Teoría y Práctica
Herramientas para Medir el Diseño de un espacio
Cómo la Inteligencia Artificial contribuyea mejorar el Diseño de Espacios para las Personas
La Evidencia Científica como Pilar del Diseño
De la Intuición al Conocimiento: Diseñarcon Evidencia
ESPACIOS QUE CONECTAN: SENSIBILIDAD Y EMPATÍA
EN EL DISEÑO
¿Por qué necesitamos un método estructuradopara trabajar con los clientes?
SENSE: Una Herramienta de Empatía y Sensibilidad Espacial
SENSE (Sensibilidad Espacial y Sistema de Empatía)
¿A quién está dirigido?
HERRAMIENTA PASO A PASO
SELECCIÓN DE TIPO DE CLIENTE
HERRAMIENTA PASO A PASO
SENSE (Sensibilidad Espacial y Sistema de Empatía)
SECCIÓN 1: INFORMACIÓN BÁSICA
SECCIÓN 2: ESTILO DE VIDA Y USO DEL ESPACIO
SECCIÓN 3: COMPONENTES VISUALESY ESTÉTICOS
SECCIÓN 4: SENSACIONES, EMOCIONESY PERCEPCIONES ESPACIALES
SECCIÓN 5: COMENTARIOS Y CONSIDERACIONES ADICIONALES
Agradecimiento final:
“Construir un mundo mejor, un espacio a la vez”
AGRADECIMIENTOS
BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS
11. Espacios que Conectan: Sensibilidad y Empatía en el Diseño
Esto me sucedió a mí, pero si eres arquitecto o diseñador, puede que te identifiques en algún punto. Cuando terminamos la facultad y comenzamos a ejercer, es común encontrarnos con una sensación extraña. Pasamos años aprendiendo sobre morfología, composición, estructuras, materiales, eficiencia espacial y normativas, pero puede suceder que, al enfrentarnos a la práctica profesional, algo no termine de encajar. O mejor dicho, algo no me terminaba de completar. Tenía los conocimientos técnicos, sí, pero sentía que me faltaba algo esencial.
Veía que se replicaba en conversaciones con colegas, que la incertidumbre de ciertos proyectos o en relación a la cantidad de modificaciones de los clientes en las propuestas era generalizada. Quizás podría hablar de tener la percepción de que había una desconexión entre lo que nos habían enseñado/ aprendido, y lo que realmente importaba en la experiencia de las personas que iban a habitar los espacios que diseñábamos. Nos enfocábamos en que todo “funcionara”, se ensamblara en el entorno, en que cumpliera con las normas, en que se viera bien… pero, ¿nos habíamos detenido alguna vez a pensar en cómo se sentiría alguien al habitar esos lugares? ¿se podía medir eso? ¿estábamos preparado para hacerlo?
Esas preguntas me llevaron a otra aún más profunda: ¿Nos habíamos dado cuenta de que todo necesita un ambiente para suceder?
Nada ocurre en el vacío. Todo lo que vivimos transcurre en un espacio. La forma en que descansamos, trabajamos, aprendemos o nos relacionamos está influenciada por el entorno en el que sucede. Sin embargo, rara vez somos conscientes de ello. El espacio nos afecta, nos condiciona, nos da seguridad o nos inquieta, nos inspira o nos bloquea… y lo hace de manera silenciosa, muchas veces sin que lo notemos.
Con el tiempo, me di cuenta de que esa falta de conciencia no era solo un tema de percepción. Era algo más profundo, algo que venía de nuestra propia formación. ¿Habíamos profundizado en comprender cómo se sienten las personas en los espacios que diseñamos, cómo su biología iba a responder a cada estímulo propuesto, o nos enfocamos únicamente en la forma, la estructura y la función?
Si miro hacia atrás, puedo ver claramente que pasé años perfeccionando herramientas técnicas sin cuestionarme lo más importante: poder medir el impacto emocional, sensorial y fisiológico del entorno en quienes lo habitan. Aprendí sobre muchas cosas, pero nadie me habló en clase del miedo que puede generar un pasillo interminable en un hospital, del estrés que puede provocar una oficina sin acceso a luz natural, o de la calma que puede brindar un aula con conexión visual a la naturaleza.
Y cuando empecé a observarlo con otros ojos, no pude dejar de verlo. No pude dejar de pensar en la experiencia humana. Nos preocupamos por la estética o tendencias, pero no siempre por lo que sucede dentro de esos espacios una vez que las personas los habitan.
Nos imaginemos por un momento una ciudad donde el éxito se defina no solo por su tecnología o infraestructura, sino por el bienestar de sus habitantes. Visualicemos hospitales que, además de contar con tecnología de punta, fomenten una recuperación integral; escuelas que, en lugar de limitarse a organizar el aprendizaje, lo enriquezcan mediante ambientes inspiradores; y oficinas que no solo busquen optimizar la productividad, sino que realmente impulsen el equilibrio y la motivación de las personas.
En este proceso me convencí de algo fundamental: el entorno no es neutro. Todo lo que vemos, tocamos, olemos, oímos y experimentamos a través de nuestros sentidos deja una huella en nosotros. Cada detalle de un espacio nos afecta de manera consciente o inconsciente. Juhani Pallasmaa,, arquitecto y teórico que admiro profundamente, lo explica con claridad: nuestro cuerpo está en constante diálogo con el entorno. Sin darnos cuenta, reaccionamos a la textura del suelo, al olor de los materiales que nos rodean o la proporción de un espacio. Todo esto genera respuestas biológicas que suceden de manera inconsciente, pero con efectos reales sobre nuestra salud y bienestar. Cada una de estas respuestas ocurre antes de que podamos racionalizarlas.
Entonces, si todo esto sucede de manera inconsciente… ¿por qué seguimos diseñando sin medir lo que pasa en nuestros cuerpos con cada línea que diseñamos? ¿Por qué muchas veces la funcionalidad o estética son protagonistas, cuando lo que realmente transforma la vida de las personas es la experiencia de cada espacio?
Este libro es una invitación a redescubrir lo que nos rodea con otros ojos. A cuestionarnos de qué forma los entornos influyen en la salud, el bienestar y la felicidad de quienes los habitan. En las próximas páginas, descubriremos juntos cómo la neurociencia y las ciencias humanas nos ayudan a comprender mejor esta conexión y a aplicar ese conocimiento en nuestro trabajo.
Porque, en definitiva, la arquitectura va más allá de construir: se trata de crear escenarios para la vida. Y entender ese poder es el primer paso para diseñar un mundo más saludable, más humano y más feliz.
Desde que era niña, sentía que mi imaginación no tenía límites. Convertía las cuchetas de mi habitación en un palacio, una sábana en un vestido de ensueño y un pedazo de arcilla en lo que, para mí, era una obra digna de museo. Siempre sentí una conexión profunda con la transformación: transformar lo cotidiano en algo extraordinario, lo simple en algo significativo.Crecí en una familia donde, a través del ejemplo, aprendí el valor del compromiso y la importancia de ayudar a los demás. Me enseñaron que un pequeño gesto puede tener un impacto enorme. Este principio se convirtió en el cimiento de mi vida y, con el tiempo, también de mi carrera.
Mi camino siempre estuvo ligado a lo estético, al arte y a la creatividad, y me definí estudiando lo que muchos consideran "la madre de todas las artes": la arquitectura. Pero no fue un camino lineal; a medida que avanzaba, descubrí que lo que realmente me apasionaba era crear lugares que conectaran a las personas, espacios que, además de "funcionar", generaran algo más y que realmente hicieran que las personas pudieran encontrar allí lo que estaban buscando.Ahora te cuento la versión corta, pero más adelante profundizaremos. Quiero que conozcas de dónde vengo, porque eso le da sentido a todo lo que sigue. No es solo una historia personal, es la raíz de mi recorrido y la razón por la que necesitaba compartir esto contigo.
Mi papá, reconocido basquetbolista de su época e ingeniero civil de pura cepa, pasó años dirigiendo grandes obras. Tras acompañarlo en familia a distintos puntos del país para la construcción de estas, cuando comencé mi escolaridad, ya nos habíamos asentado en Córdoba (Argentina), y él se dedicó principalmente a la construcción.
Con el tiempo, entendí algo que en ese momento no veía con claridad: no solo construía edificios y estructuras monumentales, sino que, en cada ejecución, aplicaba una enseñanza de su deporte favorito, el básquet. Se dedicaba con la misma pasión a la construcción de equipos de trabajo que harían realidad cada proyecto. Cada visita a la obra que hacíamos juntos era una clase magistral, aunque en ese entonces no lo supiera.
Mi mamá, profesora de inglés y fundadora de su instituto, notó hace más de 20 años que sus alumnos no estaban motivados, que algo faltaba. Decidió cambiar y creó su propia metodología de enseñanza, proponiendo una forma completamente nueva de dar clases que, con el tiempo, se convirtió en el sello distintivo de su instituto de idiomas. Pero lo que más me impactó fue que, para implementar esta metodología, era necesario transformar el aula. Movía los muebles, reorganizaba los espacios y experimentaba con distintas configuraciones para descubrir qué funcionaba mejor y lograba que sus alumnos aprendieran con mayor entusiasmo.
En ese momento, quizás lo naturalicé. Pero años más tarde, al mirar hacia atrás, me di cuenta de que había presenciado algo increíble. Ese fue mi momento WOW: entendí que el aula dejaba de ser un simple contenedor de bancos para convertirse en un espacio que transformaba la experiencia del aprendizaje y la motivación. Y comprendí algo más: mi profesión podía ser la herramienta para mejorar lo que las personas sentían en ese lugar, alineando el entorno con lo que se buscaba lograr.
La pandemia fue otro gran giro en mi vida. Nos obligó a replantearnos muchas cosas y, en mi caso, me llevó a mirar el diseño desde una nueva perspectiva. La virtualidad me permitió cruzar fronteras, aprender nuevos idiomas para conectar con otras culturas y trabajar en proyectos que nunca habría imaginado.
Fue entonces cuando, buscando cómo podía ayudar a las personas desde lo que sabía hacer, descubrí la neuroarquitectura. Una disciplina que combina la arquitectura con las neurociencias y cuyo propósito es crear espacios más humanizados que mejoren la calidad de vida de las personas.
¡Uf! Otro momento WOW.
Hoy, mi trabajo está guiado por este propósito: avanzar, dejar huella en cada lugar que diseño y aprender de cada experiencia. Pero, además, comprendí que este camino no podía quedarme solo a mí. Decidí que debía compartirlo, difundirlo y enseñarlo, porque lo que para mí fue un giro transformador en mi carrera merece ser conocido por otros.
La neuroarquitectura me permitió unir dos mundos que parecían estar separados: mi vida personal y mi vida profesional. Ahora comprendo que ambos comparten el mismo propósito: mejorar la calidad de vida de las personas, ya sea en los espacios que diseño o en las conversaciones y aprendizajes que comparto. Esta fusión entre lo que amo hacer y mi propia historia me inspira cada día. Creo de verdad que cuando trabajamos con un propósito claro y genuino, no solo transformamos los espacios, sino también la forma en que las personas los viven y sienten.
Así, aquí estoy, lista para abrir este diálogo y compartirles lo que he aprendido en este viaje. Mi deseo es que este libro inspire a repensar la forma en que diseñamos y a descubrir que, como profesionales, tenemos la capacidad de influir positivamente en el mundo que habitamos. Porque, al fin y al cabo, diseñar no es solo crear espacios; es también imaginar las vidas que sucederán en ellos y cómo podemos hacerlas mejores.
Confieso que luego de terminar mi carrera, seguí haciendo algo que conocía y se me daba muy bien: seguir estudiando, pero fue realmente al encontrarme de cara a la profesión lo que complementó y comenzó a darme aprendizajes tangibles. Como te comentaba, mi papá es ingeniero civil, de esos que dibujan en escritorio y tablero de madera, usan el escalímetro y tiene una colección de escuadras, que, aunque ya haya abandonado la tinta Rotring, su letra impecable y sus detalles gráficos siguen intactos.
En la obra aprendí lecciones que jamás encontré en el ámbito académico pero que complementaban lo aprendido, esos pequeños grandes detalles que solo la experiencia y el día a día te van dejando. Y ahí mi papá fue mi gran mentor.
Descubrí, por ejemplo, que un simple papel de diario dentro de las botas podía aislar y marcar la diferencia en los días de frío extremo y durante largas horas de trabajo en obra. Que, paradójicamente, usar más ropa en los días de calor en la obra ayudaba a regular mejor la temperatura del cuerpo. Aprendí a reconocer a un buen revocador solo por el sutil movimiento de su muñeca y tan solo con acariciar una pared darme cuenta si ese revoque estaba bien acabado.
Aprendí que, en la obra, las palabras se las lleva el viento, y que por eso es fundamental dejar cada indicación por escrito, muchas veces directamente con gráficos en la pared, como lo hace hasta el día de hoy mi padre. Aprendí a no dar por sentadas las cosas, a repetir las indicaciones tantas veces como hiciera falta. A poner reglas claras desde el inicio para evitar problemas después. Que siempre, siempre se saluda y “se rompe el hielo” antes de hablar de trabajo, que primero se felicita por lo que está bien hecho y, al final, se señalan las modificaciones o errores. A que, sin importar qué tan ocupada estuviera, siempre debía hacer tiempo para aceptar un café, compartir un asado de obra y sobre todo escuchar. Que las conversaciones con la gente valen tanto como los planos, porque ahí está el verdadero conocimiento del oficio.
Al principio, muchas de estas cosas, como tantas otras, no las comprendía. Con el tiempo, confirmé que no se trataba solo de construir, sino de aprender a leer el ritmo de la obra, entender el lenguaje del equipo y encontrar mi propio lugar en un mundo donde la técnica es importante, pero la experiencia y la relación con las personas lo son aún más.
Aprendí que, ante un problema, la mejor respuesta no siempre es la más rápida, sino la que surge de escuchar primero. Que antes de tomar una decisión, es mejor preguntar: “¿Y tú cómo lo harías?” en lugar de apresurarme a resolverlo sola.
Mi papá me lo repetía una y otra vez: “Perder tiempo antes para no perder tiempo después.” En mis primeros años como profesional con la impaciencia propia de la juventud y el deseo de querer solucionar todo al instante, me costaba entenderlo. Pero con el correr de los años, esa frase quedó tatuada en mi memoria y hoy la aplico en cada aspecto de mi vida. Porque, al final, la vida, al igual que cada obra, también se construye.
“Enseñar sin saber cómo funciona el cerebro es como querer diseñar un guante sin conocer una mano”.1
Esa frase la escuché por primera vez de mi mamá, en una de sus tantas charlas para docentes. Ella es profesora de inglés y siempre estuvo preocupada por una pregunta simple pero crucial: ¿cómo hacer para que sus alumnos no se aburran en clase? ¿Cómo lograr que aprendan sin que la experiencia sea tediosa o monótona?
Esa idea quedó resonando en mí, pero sentía que iba más allá de la enseñanza. Así que, casi sin darme cuenta, la reformulé en mi cabeza y me la apropié: “Proyectar sin saber cómo funciona el cerebro es como querer diseñar un guante sin conocer una mano.”Porque si en la educación era esencial entender cómo aprende el cerebro, en la arquitectura debía ser igual. No podemos diseñar espacios sin comprender cómo afectan a quienes los habitan. No podemos crear entornos sin pensar en cómo influyen en la mente, en las emociones, en la salud.
Y acá te cuento la versión larga de ese momento cuando todo empezó a conectar. La inquietud de mi madre por mejorar la experiencia de aprendizaje se transformó en mi propia búsqueda: ¿De qué manera podía yo contribuir, desde mi conocimiento, para que el aula trascendiera su función y realmente potenciara el aprendizaje? ¿Cómo evitar que los entornos sean meros contenedores de actividades y, en cambio, se conviertan en facilitadores del bienestar?
Así fue como, en paralelo en que iba recibiendo las lecciones de obra de mi papá, empecé a mirar la arquitectura con otros ojos. No solo como la creación de espacios, sino como una herramienta capaz de transformar la vida de las personas. Porque si el entorno tiene el poder de influir en lo que sentimos, en lo que pensamos y en cómo nos comportamos, entonces diseñar con consciencia no es solo una opción, es una responsabilidad.
… el espacio no se sentía como un aula tradicional. No había filas de sillas, no había un frente rígido donde una persona hablaba y los demás solo escuchaban. Había movimiento, color, sonidos y, sobre todo, una intención clara detrás de cada detalle.
Soy consciente de que en mi casa de la infancia siempre hubo libros sobre la mente y el cerebro, porque mi madre necesitaba entender cómo funcionamos para lograr que sus alumnos aprendieran mejor. Pero no solo estudiaba teoría, ella intuitivamente transformaba sus aulas. Necesitaba que el espacio jugara a su favor, que facilitara el aprendizaje en lugar de obstaculizarlo. Probó mover los muebles, crear rincones de exploración, generar momentos de sorpresa y dividir la clase en tiempos cortos para evitar la monotonía. Y lo entendí: nada de eso podía suceder en un aula de bancos alineados donde los alumnos miran la nuca de quien tienen adelante.
Aquí es donde quiero contarte sobre mi momento WOW (uno de tantos, porque soy de las que se sorprenden con facilidad), ese que mencioné al inicio. Pero no ocurrió en aquel entonces, sino años después. Y confieso que no fue por elección propia, sino por pura casualidad… o, mejor dicho, por amor y por apoyar a mi mamá.
Hace más de 20 años, cuando ella decidió crear su método de enseñanza y lanzar su programa de inglés para bebés, me pidió que llevara a mi primer hijo, su nieto, a sus clases. Y la verdad, accedí solo porque era su proyecto. No lo entendía del todo, pero quise acompañarla. Hoy quizás suene más natural, pero en aquel momento la idea de enseñar inglés a bebés parecía un experimento extraño. Así que ahí fui, con mi primogénito como conejillo de indias, a vivir en primera persona su propuesta.
Entramos a la sala y de inmediato noté que no era un aula como las demás. Nada de sillas en fila ni de niños sentados inmóviles. En el centro había una gran alfombra de colores rodeada de almohadones, y cada bebé debía estar acompañado por un familiar: padres, abuelos, tíos. Apenas ingresamos, sonaba una música alegre, y todo en el ambiente parecía pensado para hacer que la experiencia fuera natural, fluida, estimulante.
Lo que más me impactó fue darme cuenta de que el espacio estaba siendo un facilitador del aprendizaje. Cada detalle tenía un propósito: la disposición en círculo favorecía la interacción, la música preparaba el ambiente, la libertad de movimiento permitía que cada niño explorara a su ritmo. Fue ahí cuando entendí, con total claridad, algo que hasta entonces solo intuía: el entorno moldea la experiencia.
Recuerdo que llegué a esa primera clase con escepticismo. No podía imaginar cómo un bebé podía aprender otro idioma de manera tan natural. Pero a medida que avanzaba la sesión, empecé a notar algo que cambió por completo mi percepción: los bebés no “aprendían” en el sentido tradicional, sino que absorbían el idioma, lo vivían a través del juego, de la música, del movimiento, de la interacción con los adultos que los acompañaban. No había listas de palabras ni reglas gramaticales. Había estímulos diseñados para que el aprendizaje ocurriera casi sin esfuerzo, de manera orgánica.
Y ahí lo vi claro: el ambiente estaba pensado para que el aprendizaje fluyera. No era solo lo que se enseñaba, sino cómo se enseñaba y dónde se enseñaba. El espacio era un participante activo en el proceso.
Esa experiencia, que en un principio había aceptado sólo por apoyar a mi mamá, terminó marcando un antes y un después en mi forma de pensar la arquitectura. Lo que al inicio me hizo sentir tan descreída fue, en realidad, el primer paso para comprender que esa no era solo una idea más, sino una forma real y poderosa de aprender. No sé si era la única manera, pero sí entendí que era una manera que funcionaba.
Ese fue mi camino en este descubrimiento desde el hacer. Poco después de recibirme, había continuado con mi posgrado y formaciones, profundizando en conocimientos académicos y todo lo que había aprendido me parecía sólido, irrefutable. Pero ahí estaba yo, en una clase para bebés, sintiendo cómo esos conceptos que había estudiado con tanto esfuerzo en parte se desvanecían ante una necesidad humana mucho más esencial: aprender y enseñar de una manera diferente.
Fue entonces cuando me hice una pregunta que me acompañaría por mucho tiempo: ¿habría sido distinto mi aprendizaje si siempre hubiera tenido acceso a este tipo de experiencias? Durante años, había repetido la misma rutina: estudiar hasta el cansancio, memorizar, pasar noches sin dormir acompañadas de innumerables tazas de café, seguir métodos tradicionales bajo la famosa expresión de quemarme las pestañas. Pero ahora, viendo cómo estos bebés absorbían el conocimiento de manera tan natural, sin esfuerzo aparente, me pregunté si acaso el problema no había sido la información, sino la forma en que la había adquirido.
Vivimos en un mundo donde cada día surgen más preguntas que respuestas. Y en ese momento, las mías se acumulaban. Lo que hasta entonces me parecía un camino claro y estructurado comenzó a tambalearse, como una fila de fichas de dominó cayendo una tras otra. Sentí que muchas de mis certezas se desmoronaban. Pero en esa crisis también encontré otro aprendizaje.
No podía ser indiferente a lo que había vivido en esa clase. Lo que vi, lo que experimenté, lo que comprendí sin que nadie me lo explicara con palabras, fue demasiado evidente como para ignorarlo. Y con los años, lo confirmé en mis propios hijos. Su estimulación temprana, su forma de aprender jugando, la libertad con la que exploraron el conocimiento desde bebés… todo eso dejó una huella en su manera de aprender, en su capacidad para absorber nuevos conocimientos, incluso en su conexión con la música, que hoy les apasiona y es parte de sus vidas.
Mirando en retrospectiva, ese momento no fue solo una anécdota. Fue una revelación. Me mostró que el entorno no es un simple detalle, sino un factor determinante en la forma en que aprendemos, crecemos y nos desarrollamos.
Mis aprendizajes en la obra me enseñaron que, en esencia, somos personas conectando con personas y diseñando para personas. Que la técnica es fundamental, claro, pero por sí sola no basta. La experiencia vivida en la clase de bebés marcó el inicio de una nueva forma de mirar. Y la Neuroarquitectura fue el punto donde todo lo que había intuido hasta ese momento se fusionó y cobró sentido y podía comenzar a medir y validar todo lo anterior.
Todo esto, querido lector, me hizo comprender que el diseño de los espacios y la forma en que los concebimos tienen un impacto mucho más profundo de lo que solemos imaginar. Y, sobre todo, me dejó claro que la arquitectura no puede desvincularse de la experiencia humana.
Ese fue el inicio de mi búsqueda. Una búsqueda que sigue hasta hoy.
1“Enseñar sin saber cómo funciona el cerebro es como querer diseñar un guante sin conocer una mano”. - Leslie A. Hart, pionero en la aplicación de la neurociencia a la educación, enfatizó en su obra Human Brain and Human Learning (1983) la importancia de comprender el funcionamiento del cerebro para mejorar la enseñanza
“Diseñamos los espacios, pero son ellos quienesnos habitan y transforman.”
Al abrir los ojos cada mañana, nuestro cuerpo entra en diálogo con el entorno. La temperatura del suelo al apoyar los pies, la textura de las sábanas entre los dedos, el murmullo de la ciudad filtrándose por la ventana o el primer rayo de sol iluminando la habitación activan nuestros sentidos.
Sin darnos cuenta, cada uno de estos estímulos influye en nuestro estado de ánimo, nuestras decisiones y nuestro bienestar. En este intercambio continuo entre cuerpo y espacio, la arquitectura se convierte en un escenario silencioso pero poderoso, modelando nuestra experiencia diaria.
Todo lo que nos rodea actúa como un lenguaje visual y sensorial que se comunica continuamente con nuestro cerebro. Los colores, las texturas, la disposición del mobiliario, la luz y hasta los sonidos influyen en cómo pensamos, sentimos y actuamos. Una cafetería con tonos cálidos, luz suave y muebles envolventes nos invita a quedarnos, a relajarnos y a conversar sin prisa. En cambio, un entorno con iluminación fría, superficies reflectantes y líneas rectas nos impulsa a la acción, transmitiendo dinamismo, eficiencia o incluso urgencia. ¿Lo has notado alguna vez en los grandes supermercados? Esa luz blanca intensa, la música sutil pero rítmica y la disposición estratégica de los productos no están ahí por casualidad: todo está diseñado para guiarte, mantenerte en movimiento y fomentar la compra.
Como arquitectos y diseñadores, tenemos el poder de dar forma a los espacios de manera que impulsen hábitos y comportamientos positivos. Un pequeño ajuste en el diseño puede marcar la diferencia: una escalera visible y bien iluminada invita al movimiento, mientras que un ascensor en el centro lo vuelve menos probable. Lo mismo ocurre en otros entornos: un gimnasio con vistas abiertas puede aumentar la motivación, y una plaza pública con bancos estratégicamente ubicados facilita la interacción social. Cada decisión de diseño es una oportunidad para influir en cómo vivimos y nos relacionamos.
Más allá de influir en nuestros hábitos, los espacios también despiertan emociones profundas. Un techo alto puede inspirar creatividad y pensamiento expansivo, mientras que uno más bajo genera una sensación de intimidad y favorece la concentración. Estas respuestas no son aleatorias; reflejan la forma en que nuestro cerebro interpreta y reacciona al entorno.
Un estudio de Waber et al. (2014), publicado en Harvard Business Review, muestra que las oficinas abiertas pueden fomentar la interacción y la colaboración. Pero el equilibrio es clave: si el espacio es demasiado ruidoso o carece de áreas de privacidad, la productividad puede verse afectada. Diseñar con conciencia significa optimizar la función del espacio sin comprometer el bienestar de quienes lo habitan.
En definitiva, no solo habitamos los espacios, sino que ellos también nos habitan a nosotros, influyendo en cómo pensamos, sentimos y nos relacionamos con el mundo.
