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No hay burlas con el amor es una comedia teatral de Pedro Calderón de la Barca, uno de los dramaturgos más destacados del Siglo de Oro español. La obra se estrenó en 1637. La trama gira en torno a las complicadas relaciones amorosas entre los personajes. Don Alonso de Luna y Don Juan de Mendoza son dos galanes enamorados de las hermanas Doña Beatriz y Doña Leonor, respectivamente. Por otro lado, el gracioso Moscatel añade un toque humorístico a la historia, interviniendo en los enredos amorosos. El conflicto principal surge cuando Don Pedro Enríquez, el padre de las dos damas, se opone a los pretendientes y quiere casar a sus hijas con otros hombres por razones de estatus social y conveniencia. Sin embargo, las hermanas están verdaderamente enamoradas de Don Alonso y Don Juan y están decididas a seguir sus corazones. En medio de la trama, aparecen otros personajes como Don Luis y Don Diego, que también tienen intereses amorosos y complican aún más la situación. A lo largo de la obra, se desarrollan diversos malentendidos, engaños y situaciones cómicas que hacen que los personajes se equivoquen en sus amores y se enreden en una red de intrigas. Finalmente, tras superar diversos obstáculos y confusiones, las parejas de enamorados logran deshacer los malentendidos y encontrar la felicidad, mientras que el padre comprende la sinceridad de los sentimientos de sus hijas y acepta las decisiones que ellas toman en el amor. No hay burlas con el amor es una comedia llena de humor, enredos y reflexiones sobre el amor verdadero, la libertad de elección y las convenciones sociales de la época. La habilidad de Calderón de la Barca para tejer estos elementos en una trama entretenida y significativa muestra su maestría como dramaturgo del Siglo de Oro español.
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Pedro Calderón de la Barca
No hay burlas con el amor
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: No hay burlas con el amor.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9816-390-2.
ISBN ebook: 978-84-9953-355-1.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 51
Jornada tercera 95
Libros a la carta 145
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, éste al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope. Nadie sabe qué pasó.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó Veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermano José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.
En No hay burlas con el amor (1637), Calderón muestra que un criado padece y sufre las mismas pasiones que un noble, y plantea el tema de la educación de la mujer. Calderón ridiculiza las pretensiones intelectuales de las mujeres y afirma que la educación de la mujer debe atenerse solo a lo relativo a las cuestiones domésticas.
Don Alonso de Luna, galán
Don Juan de Mendoza, galán
Moscatel, gracioso
Don Luis, galán
Don Diego, galán
Don Pedro Enríquez, viejo y padre de las dos damas
Doña Beatriz, dama
Doña Leonor, dama
Inés, criada
(Salen don Alonso de Luna y Moscatel muy triste.)
Alonso ¡Válgate el diablo! ¿Qué tienes,
que andas todos estos días
con mil necias fantasías?
Ni a tiempo a servirme vienes,
ni a propósito respondes;
y, por errarlo dos veces,
si no te llamo, pareces,
y si te llamo, te escondes.
¿Qué es esto? Dilo.
Moscatel ¡Ay de mí!
Suspiros que el alma debe.
Alonso Pues ¿un pícaro se atreve
a suspirar hoy así?
Moscatel Los pícaros ¿no tenemos
alma?
Alonso Sí, para sentir,
y con rudeza decir
de su pena los extremos;
mas no para suspirar;
que suspirar es acción
digna de noble pasión.
Moscatel Y ¿quién me puede quitar
la noble pasión a mí?
Alonso ¡Qué locuras!
Moscatel ¿Hay, señor,
más noble pasión que amor?
Alonso Pudiera decir que sí;
mas, para ahorrar la cuestión
que «no» digo.
Moscatel ¿Que no? Luego,
si yo a tener amor llego,
noble será mi pasión.
Alonso ¿Tú, amor?
Moscatel Yo amor.
Alonso Bien podía,
si aquí tu locura empieza,
reírme hoy de tu tristeza
más que ayer de tu alegría.
Moscatel Como tú nunca has sabido
qué es estar enamorado;
como siempre has estimado
la libertad que has tenido,
tanto, que en los dulces nombres
de amor fueron tus placeres
burlarte de las mujeres
y reírte de los hombres;
como jamás a ninguna
quisiste, y más te acomodas
a engañar, señor, a todas
que hacer elección de una;
como eres (en el abismo
de amor jugando a dos manos,
potente rey de romanos)
mal vencedor de ti mismo,
de mí te ríes, que estoy
de veras enamorado.
Alonso Pues yo no quiero criado
tan afectuoso. Hoy
de casa te has de ir.
Moscatel Advierte...
Alonso No hay para qué advertir.
Moscatel Mira...
Alonso ¿Qué querrás decir?
Moscatel Que se ha trocado la suerte
al paso, pues siempre dio
el teatro enamorado
el amo, libre el criado.
No tengo la culpa yo
de esta mudanza, y así
deja que hoy el mundo vea
esta novedad, y sea
yo el galán, tú el libre.
Alonso Aquí
hoy no has de quedar.
Moscatel ¿Tan presto,
que aun de buscar no me das
otro amo tiempo?
Alonso No hay más
de irte al instante.
(Sale don Juan.)
Juan ¿Que es esto?
Moscatel Es pagarme mi señor
el tiempo que le he servido
con haberme despedido.
Juan ¿Con Moscatel tal rigor?
Alonso Es un pícaro, y ha hecho
la mayor bellaquería,
bajeza y alevosía
que cupo en humano pecho,
la más enorme traición
que haber pudo imaginado.
Juan ¿Qué ha sido?
Alonso ¡Hase enamorado!
Mirad si tengo razón
de darle tan bajo nombre,
pues no hace alevosía,
traición ni bellaquería,
como enamorarse un hombre.
Juan Antes pienso que por eso
le debierais estimar,
que diz que es dicha alcanzar,
y yo por tal lo confieso.
¿Criados enamorados?
Un hombre que se servía
de dos mozos, y los veía
necios y desaliñados,
nada en su enmienda buscaba
como es decirlos a ratos:
«¡Enamoraos, mentecatos!»
que estándolo, imaginaba
que cuerdos fuesen después,
y aliñados; y, en efecto,
¿qué acción, qué pasión, qué afecto,
decid, si no es amor, es
el que al hombre da valor,
el que le hace liberal,
cuerdo y galán?
Alonso ¡Pesia tal!
De los milagros de amor
la comedia me habéis hecho,
que fue un engaño culpable,
pues nadie hizo miserable,
de avaro y cobarde pecho
al hombre, si no es amor.
Juan ¿Qué es lo que decís?
Alonso Oíd,
y este discurso advertid;
veréis cuál prueba mejor.
El hombre que enamorado
está, todo cuanto adquiere
para su dama lo quiere,
sin que a amigo ni a criado
acuda, por acudir
a su gusto; luego es
miserable amando, pues
no es, ni se puede decir
virtud, lo que no es igual,
y miserable no ha habido
mayor, que el que solo ha sido
con su gusto liberal.
Que hace osados es error,
pues nadie contra su fama
entra en casa de su dama
que no entre con temor.
¡Cuántos cobardes han sido
de miedo de no perdellas;
cuántos, mirando por ellas,
mil desaires han sufrido!
Luego, si gusto u honor
hacen sufrir y callar,
nadie me podrá negar
que hace cobardes amor.
Pues si privan los sentidos
los favores o desprecios,
bien claro está que hace necios,
puesto que hace divertidos;
pues que si se llega a ver
o desdeñado o celoso
el hombre más cuidadoso
de lucir y parecer,
desde aquel punto se deja
descaecer, sin acudir
al parecer y al lucir,
y solo aliña su queja.
Luego amor en sus cuidados
hace, con causas mudables,
cobardes y miserables,
necios y desaliñados.
Y en fin, sea así o no sea así,
no quiero mozo que ama
y que, por servir su dama,
deje de servirme a mí.
Juan A vuestra sofistería
nada quiero responder,
don Alonso, por no hacer
agravio a la pena mía
del amor; y si en su historia
discurro, temo quedar
vencido, y no quiero dar
yo contra mí la victoria.
A buscaros he venido
para consultar con vos
un pesar; mas viendo, ¡ay Dios!,
que de mi amor ha nacido,
le callaré, porque quien
da a un criado tal castigo,
mal escuchará a un amigo.
Alonso No escuchará sino bien;
que no es todo uno, don Juan,
ser vos el enamorado,
o el bergante de un criado;
que vos sois noble, galán,
rico discreto y, en fin,
vuestro es amar y querer;
mas ¿por qué ha de encarecer
el amor la gente ruín,
y a quién no da enojo y risa
que haya en el mundo (¡qué errores!)
quien diga con hambre amores,
y requiebre sin camisa?
Y porque sepáis de mí
que trato de un mismo modo
burlas y veras, a todo
me tenéis, don Juan, aquí.
Salte allá fuera.
Juan Dejad
que me escuche Moscatel,
porque a vos os busco y a él.
Alonso Pues, proseguid.
Juan Escuchad:
Ya, don Alonso, sabéis
cuán rendido prisionero
de la coyunda de amor,
el carro tiré de Venus,
tan fácil victoria suya
que no sé cuál fue primero,
querer vencer o vencerme,
que un tiempo sobró a otro tiempo.
Ya sabéis que la disculpa
de tan noble rendimiento
fue la beldad soberana,
fue el soberano sujeto
de doña Leonor Enríquez,
hija del noble don Pedro
Enríquez, de quien mi padre
amigo fue muy estrecho.
Este, pues, milagro hermoso,
este, pues, prodigio bello
es la dicha que conquisto,
es la gloria que deseo.
No os digo que venturoso
amante, ¡ay de mí!, merezco
favores suyos, que fuera
descortés atrevimiento
que los merezco decir;
que aunque es verdad que los tengo,
tenerlos es una cosa,
y otra cosa merecerlos.
Y así, que los tengo, digo;
que los merezco, no puedo;
que es conseguir lo imposible
dicha, y no merecimiento.
Con este engaño, llevado
en las alas del deseo,
lisonjeado de la noche,
aplaudido del silencio,
festejado de las sombras,
a quien más favores debo
que al Sol, que a luz, que al día,
vivo de saber que muero,
hasta que más declarado
pueda a rostro descubierto
pedirla a su noble padre,
de quien no dudo ni temo
que me la dé, porque iguales
haciendas y nacimientos,
no hay que esperar, donde amor
tiene hechos los conciertos.
La causa de no pedirla
y casarme desde luego
con ella, es (aquí entra agora
la pensión de este contento,
el subsidio de esta dicha,
y el azar de aqueste encuentro)
tener Leonor una hermana
mayor, y como no es cuerdo
discurso querer que case
a la segunda primero,
no me declaro con él,
porque si a pedirle llego
alguna de sus dos hijas
(que claro está que no tengo
de decir a la que adoro),
por ser la mayor, es cierto
que me ha de dar a Beatriz;
y si digo que no quiero
sino a Leonor, es hacer
sospechoso mi deseo,
despertando la malicia
que hoy yace en profundo sueño,
y quizá perder la entrada
que agora en su casa tengo,
si no es ya que está perdida
con el más triste suceso