No - Ricardo Chávez Castañeda - E-Book

Beschreibung

Toda práctica humana posee una fecha de nacimiento, incluso las prácticas salvajes. Este libro condena los actos malvados cubiertos "con la piel tersa y pulcra del arte, de la literatura, de la literatura confesional y biográfica" para poner en palabras enloquecidas y aterrorizadas el origen de los feminicidios en nuestro país. No es una historia. Es la maldición de la primera.

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COLECCIÓN POPULAR

782
NO

RICARDO CHÁVEZ CASTAÑEDA

NO

Primera edición, 2020 [Primera edición en libro electrónico, 2020]

Diseño de portada: Neri Sarai Ugalde

© 2020, Ricardo Chávez Castañeda

D. R. © 2020, Fondo de Cultura EconómicaCarretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios: [email protected] Tel. 55-5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-6781-6 (ePub)ISBN 978-607-16-6741-0 (rústico)

Hecho en México • Made in Mexico

ÍNDICE

1º de enero

2 de enero

3 de enero

4 de enero

5 de enero

6 de enero

7 de enero

8 de enero

9 de enero

10 de enero

11 de enero

12 de enero

13 de enero

14 de enero

PRIMERA PARTE

SEGUNDA PARTE

16 de marzo

17 de marzo

18 de marzo

19 de marzo

20 de marzo

21 de marzo

22 de marzo

23 de marzo

24 de marzo

25 de marzo

26 de marzo

27 de marzo

TERCERA PARTE

30 de abril

1º de mayo

2 de mayo

3 de mayo

4 de mayo

5 de mayo

6 de mayo

7 de mayo

8 de mayo

9 de mayo

10 de mayo

11 de mayo

12 de mayo

13 de mayo

14 de mayo

15 de mayo

Para quienes sobreviven a su pesar y para quienes no consiguen sino perseverar en su muerte

1º DE ENERO

24 de agosto

Nacho ha muerto.

¿Lo escribo para que muera? ¿O lo escribo para podérmelo creer?

Creer en tu muerte, amigo.

El principio y el final nunca han sido el verbo sino la creencia.

Y yo me niego a la creencia, al credo, a la credulidad, a ser creyente de la muerte.

¡No!

Éste es mi nuevo rezo.

¡No!

La primera palabra de mi lenguaje.

¡No!

2 DE ENERO

25 de agosto

Escribo en una bellísima agenda. Tan bella que fui incapaz en su momento —el año 2012— de usarla.

Es una agenda del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes con Frida Kahlo en la portada, los ojos de María Félix en la contraportada y Octavio Paz mirándome fijamente en la primera página.

México en los rostros de la creación.

Aquí he venido a romper el silencio de la muerte para escribirla: murió.

José Juan Tablada, Salvador Díaz Mirón. Todos muertos y ahora Nacho, Ignacio Padilla, entre ellos, estar con ellos, ser ellos.

3 DE ENERO

26 de agosto

Para mí Ignacio no murió en la carretera sino al interior de una pregunta.

¿Supiste que murió Nacho Padilla?

A mi amigo Celso le tocó ser el infausto mensajero. Cinco palabras que me alcanzaron en Sudamérica, en Buenos Aires, y me impusieron el silencio.

Hoy lo anoto en la primera semana de la agenda, en los renglones vacíos del martes 3 de enero.

El final de Nacho.

Lo escribo y lo murmuro como he venido repitiéndomelo desde el 21 de agosto en que recibí la interrogante donde él murió. ¿Supiste que se murió?

Pero soy incapaz de creerlo.

Hoy es el 26 de agosto del año 2016 pero también es el 3 de enero de 2012, así que Nacho muerto vive.

4 DE ENERO

27 de agosto

La verdad es que Nacho me llamaría de cualquier manera menos “amigo”. Nunca realmente lo fuimos, aunque prevaleció entre nosotros una relación cordial hasta antes de La generación de los enterradores II. Aceptó que Celso y yo lo entrevistáramos, nos hospedó en su casa, y confió. Un año después, cuando el libro salió publicado, supo que se había equivocado en confiar.

En una palabra, yo lo había llamado impostor en el capítulo para él destinado.

En una palabra, él me llamó traidor durante el resto de su vida.

¿Qué me autoriza a mí la conmoción entonces?

—No lo sé, Nacho, sinceramente no lo sé.

5 DE ENERO

28 de agosto

Vuelo de Sudamérica a Norteamérica, pero no me detengo en México. No aún.

Imagino que en el velorio y en el entierro estuvieron Jorge, Pedro y Eloy.

¿Hubiera incomodado yo, con mi pura presencia, el rito de despedida? ¿O no? ¿Acaso indiferencia?

No habría sido bienvenido, eso es seguro. Y nada que no sea el bien debería estar en tu último momento, Nacho, así que vuelo por encima de ti y sigo de largo, te sobrevuelo.

6 DE ENERO

29 de agosto

Mi mujer me recibe en el aeropuerto luego de cuatro vuelos y casi veinte horas en el limbo.

No he abierto la boca sino para decir dos o tres frases en Migración, así que soy el silencio.

Ella me abraza.

No consigo llorar.

—Congoja —me dice ella cuando yo, ¡¿no soy un maldito escritor?!, habría tenido que ser quien nombrara mi mal.

No hablamos durante el regreso. Su mano permanece en mi muslo durante una hora y yo no sé cómo se llama eso.

—Jana —murmuro, pero no logro seguir adelante.

Estoy empezando a conocer las palabras con las entrañas y, aunque cada una es increíblemente singular, suenan igual. Silencio, silencio, silencio.

7 DE ENERO

30 de agosto

Un día después de su muerte, la noticia comenzó a dispersarse por el mundo. Su bing mortal alcanzando a la gente a fuerza de rumores, noticias, fotografías y preguntas.

Hace unos cuantos días apenas y ya me cuestiono si el bing de su vida, el movimiento centrípeto de la admiración y de la lectura de su obra, ha comenzado a colisionar con el movimiento centrífugo de la tragedia, expandiéndose su fallecimiento pero recogiéndose Nacho y todo lo que fue Nacho en vida dentro de un bang que en realidad nos pertenece y coloquialmente denominamos “la vida continúa”, “el vivo al gozo…”, “olvidar y seguir adelante” y demás sandeces para quienes no piensan en sus padres, hermanos, mujeres, hijos.

En literatura tenemos también máximas idiotas que en su afán por brindar consuelo lo único que consiguen es empujar al llanto.

“Los buenos libros comienzan cuando acaban.”

8 DE ENERO

31 de agosto

Para Ignacio Padilla todo ha terminado, pero piensa en ellos… Su gente, sus vivos… Imagina su pena.

En pocas palabras lo que Jana me pide es que me ponga en otro lugar. En el lugar de la madre, en el lugar del padre, etcétera.

Yo no quiero.

¿Y todos los libros que no escribió?

¡Libros muertos también!

Sé que para Nacho lo mejor de él estaba en sus libros y sé entonces que aquello que se perdió también con su muerte fue la oportunidad de darse más.

Escribir libros. Dar libros.

Propiamente no estoy escribiendo ahora pero sí estoy dando.

Transcribo el libro de cuentos recién terminado cuya temática es el fin del amor. Hace dos años Jana y yo nos separamos; la ruptura me llevó a tal crisis que terminé en el diván durante seis meses, dos sesiones semanales y, cuando al fin iba a quebrarme después de un larguísimo monólogo hecho de cordura, contención, conciencia, y que iba a conducirme al llanto, puse fin al análisis.

—No voy a llorar… Yo no lloro así para salvarme solo… Lo mío son los libros… Lloro libros… Es lo que sé y lo que voy a hacer… Escribir y no sólo por mí… Una, dos, tres por mí y por todos mis compañeros. Y lloré todo un libro de cuentos sobre el desamor. Dar. Y pienso en el sacrificio. En el sacrificio de darnos.

“Autoficción”, así le llaman ahora al viejo género confesional. “Confesiones”, cuando en realidad no es sino la práctica de autoafligirse con alguien al lado, como decir, llorar juntos.

¿Qué confieso aquí? ¿De qué hago sacrificio? ¿Llorar juntos, Nacho? ¿Llorarte juntos?

9 DE ENERO

1º de septiembre

Regreso a México.

10 DE ENERO

2 de septiembre

Lo que transcribía de mi libro de cuentos sobre el desamor durante esa misma fecha funesta en que Nacho murió también era la muerte. Un personaje hace el recuento de los decesos acaecidos en su vida. En realidad, es algo más que los meros fallecimientos. Son “sus” muertos. El personaje de mi cuento soy yo, y todos los muertos que llamo “mis muertos” a través de mi personaje perecieron por causas violentas. Me pregunto falsamente por qué no están ni mi prima Camila ni mi abuelo Hermilo en ese recuento. Ambos perecidos en sendos accidentes automovilísticos. Me lo pregunto falsamente, pues sé la respuesta. El cuento “Terror y pánico” es sobre las muertes ligadas al amor. Por tanto, las historias de mis parientes, el final de sus historias humanas, lo siento mucho, no me eran pertinentes.

He aquí la literatura en toda su brutalidad… Un asunto de pertinencias. Dejar fuera tantas vidas y tantas muertes como sea necesario para poder hacer una historia literaria. Adiós, abuelo Hermilo, adiós, prima Camila. Todo sea por la literatura.

—¡Esto no es literatura!

Y entonces llego a una súbita revelación que me pasma. ¿Por qué no metí la historia de mi primo Omar en aquel cuento?

11 DE ENERO

3 de septiembre

Pienso que Nacho ya no podrá leer mi libro de cuentos mientras espero mi turno para subir al podio y hablar de la tristísima literatura ante un centenar de personas indiferentes a la tristeza.

¿Cómo se me ocurre tamaña sandez?

No me refiero a la sandez de ligar literatura con tristeza ni a la indiferencia de los presentes.

¿De verdad pensé que haría un libro sobre Ignacio Padilla? ¿Yo? ¿Convertirlo en uno de mis muertos?

Quiero salvarlo porque ayer mismo entendí la razón por la cual mi primo Omar y su novia no aparecen en mi cuento.

“Dejar fuera tantas vidas y tantas muertes como sea necesario para poder hacer una historia literaria.”

Si le hubiera dado pertinencia a esa historia, no de la literatura sino de la vida, no habría terminado nunca el cuento.

Es lo que está sucediéndole ahora mismo a esta escritura.

Mi primo Omar y su tragedia están poseyéndome y poseyendo estas páginas que no les estaban destinadas.

—Ricardo Chávez Castañeda —escucho que me llaman por el micrófono, pero no atino a moverme.

—Ricardo Chávez Castañeda.

Reacciono, subo al escenario y empiezo:

—Una de las primeras malas enseñanzas que se nos inculca en el oficio literario, acaso la peor, es que la felicidad no puede escribirse…

12 DE ENERO

4 de septiembre

Es de madrugada. He abierto los ojos en este hotel en Toluca y ya no puedo volver a dormir. Eso hace la posesión. Te saca de todo aquello en lo que estabas. Te descarrila de cualquiera de las rutas por donde ibas hacia algo que te parecía necesario, importante.

13 DE ENERO

5 de septiembre de la muerte de Nacho

Nacho no es mi muerto. Tampoco lo es la novia de mi primo Omar y, sin embargo, con ella, para ella, llevo años siendo una de sus tumbas.

De las historias a escribir en mi lista de libros potencialmente “moribles” es la más vieja. Me acompaña desde antes de cumplir yo los veinte años. En aquellos entonces no pensé que alguna vez intentaría ponerla en palabras y contarla (¿realmente qué hacemos con este acto? ¿Hacerle justicia? ¿Ofrecerle algún sentido? ¿Rescatarla del olvido para sencillamente llorarla?), pues en esa época aún soñaba con ser futbolista.

Ahora entiendo que, mientras entrenaba en la selección amateur mexicana con Gonzalo Farfán, Luis Flores y Adrián Chávez, ya estaba fermentándose aunque hoy mismo, 5 de septiembre de 2016, treinta y cinco años después, no tengo ni la más mínima idea de la manera en que saldrá “eso” de mis manos, peor aún, ni siquiera sé de dónde va a salir. Y me pongo la mano libre en la frente, en la nuca, en el pecho, en las entrañas, en el sexo. Y, peor de lo peor, ignoro por completo lo que habrá de ser.

Me pregunto, de pronto preocupado, ¿qué estoy por resucitar?, ¿a quién resucitaré?

El dilema ético, la responsabilidad y el compromiso parecen secundarios si se piensan en abstracto, desligados de una historia, pero, al poner tales asuntos en historias, deberíamos petrificarnos.

Paradójicamente me petrifico cuando la historia bajo mi piel comienza a cobrar vida. Hoy día de mi cumpleaños cincuenta y cinco.

14 DE ENERO

6 de septiembre

Despierto por tercera vez consecutiva antes del amanecer. Propiamente no he llorado ni me ha despertado el llanto, pero es lo que me ha roto los sueños. Lágrimas por venir.

Lloro libros. Un libro por venir me ha sacado de la cama. Me visto y salgo del departamento. Camino por estas callejuelas empedradas de Coyoacán.

Todavía no son las tres y cuarenta y cinco de la mañana cuando propiamente concluye mi cumpleaños con un primer día más de vida, así que aprovecho mi renacimiento para refrendar no sólo la existencia mía sino la existencia tuya, Nacho —la gracia de la literatura, la gracia de la ficción—, y de pronto estamos caminando juntos por esta serena madrugada y te pregunto si aceptas llorar a coro por ti, por Omar y por esta jovencita que se nos suma desde una de las callejuelas laterales a Francisco Sosa.

Me miras con esa sonrisa tuya, además de sabia, ahora en paz, y entonces yo sonrío.

¿Por qué no? Sonreír mientras se pueda.

PRIMERA PARTE

I

OCURRIÓ al despuntar la década de los ochenta. Siglo pasado, milenio pasado. Fue una historia. Nada más que una historia nacida de la leyenda, de la ficción y de lo imposible. Y, sin embargo, en esta historia se hizo realidad el miedo.

Veníamos de otro México. Esto no debe ser olvidado. Un país sin horror.

Lo que voy a decir a continuación es un disparate. La actualidad de nuestro México sembrada de cadáveres proviene de una sola historia, la historia que dio comienzo como rumor y luego dio alcance a mi primo Omar.

¿Se imaginan si fuera cierto mi disparate? Todo un mundo de horror nacido de una historia entonces maldita.

Yo lo creo. Fue el inicio. Recuérdenlo, en el principio no está el verbo sino la creencia.

Antes de la creencia los niños podían salir solos a la calle. Para entonces el Estado de México era provincia y nosotros nos habíamos mudado del mundo, que era San Cosme, al fin del mundo, un fraccionamiento en la periferia allende el bosque de Los Remedios.

Para entonces yo tenía diecinueve años.

¿Cómo iba a imaginarme que justamente estaba instalándose en nuestro país la ley de “a quien le toca le toca”? Lo que ni yo ni los mexicanos de entonces entendíamos es que no importaba quién fueras, ni lo que hubieras hecho o dejado de hacer, ni cuánto poseyeras, acabábamos de convertirnos todos, de golpe, en víctimas.

—Adiós.

Así salía la gente cada mañana murmurando una despedida para sí misma, por si las dudas, por si me llega la hora y me llega el lugar.

II

No sé cuándo empezó a extenderse la creencia. Se rumoraba que una combi blanca aparecía de pronto, se detenía junto a cualquier persona, y esa persona jamás volvía a ser vista.

Mientras que para la mayoría de los habitantes de la zona aquello no fueron sino palabras, para nosotros —mi familia— la creencia se volvió realidad.

III

Es casi seguro que la causa principal para haber pospuesto durante tantos años la escritura de esta historia —adrede no la llamo relato, novela, crónica, memoria— fue por nosotros. Por culpa del parentesco de mi familia con la tragedia.

“Poner el dedo en la llaga” es una manera sencilla de decirlo.

Se trata de algo muchísimo más grave. Adentrarse por entero en la inhumanidad que nos tocó.

Esta historia de la que provengo, y que lleva tanto tiempo enterrada en mí sin morirse, es el padrenuestro de nuestro exterminio actual. Hombres, sí. Hombres hoy. Hombres en la década de los ochenta cuando surgió la violencia, gratuita pero no indiscriminada, de la cacería de mujeres.

No escribí antes la historia por cuidar a mis tíos, por cuidar a mis primos, por cuidar al mismo Omar de su propia historia. A pesar de mis cuidados, mi prima ha muerto, mi tía ha muerto. ¿Qué más puede hacer un ser humano?

Podría yo seguir demorando la escritura un lustro, una década, varias. Morirá mi tío, pero difícilmente alguien más. Omar y mi prima Dania son menores que yo y es probable que me sobrevivan. Ahora Omar, además de hermano e hijo, es padre. Tiene una hija y un hijo, tiene sobrinos; en unos pocos años será además abuelo.

¿Cuánto más debo esperar para no hacer daño con la escritura? ¿Va a existir alguna vez una vida que no sea dañable con esta historia?

Supongo que ha llegado el momento de aceptarlo. Es imposible el cuidado. Una vez que mis palabras se hagan públicas renacerán la tragedia y el dolor.

¿Qué me legitima para heredarle a mi familia esta maldición, esta mala dicción?

Mi padre intentó muchas veces hablar con Omarín (así le decíamos para diferenciarlo de su papá… Omar y Omarín), pero ni el Omarín de sus veinte ni el de sus treinta ni el de sus cuarenta quiso revivir aquella noche en que la humanidad los dejó solos a él y a su novia con la otra humanidad.

¿Por qué me atrevo a robarle entonces sus silencios? ¿Quién soy para arrogarme el derecho? ¿Y cuál es mi pretexto?… ¿Escribo contra el olvido? ¿Por una verdad? ¿Pretendo justicia?… ¡¿Qué?!… ¿Y si sucediera que sin saberlo me motiva justo lo contrario? ¿Rehacer la tristeza, la enfermedad, la locura y la muerte? O peor aún… ¿una alianza con el mal? ¿Malearme en la escritura para malear a quien me lea? ¿Un acto malvado cubierto con la piel tersa y pulcra del arte, de la literatura, de la narrativa confesional y biográfica que hoy llamamos “autoficción” para acercarme así a ustedes sin provocar su desconfiado temor, para que bajen la guardia en su única verdadera obligación que es ponerse bajo su propio cuidado?

IV

Con la mano en el corazón confieso que no lo sé.

Tengo intuiciones vagas de estar haciendo lo correcto y un único norte que es poner en común esta historia, es decir, intentarlo. Crear comunidad y así conseguir la común unión contra este maldito lugar y contra este maldito tiempo en que no sólo nos tocó vivir sino nos tocó crear. Lo hemos creado entre todos. He aquí nuestra inconfesable complicidad en la fundación de lo común.

Entre mis intuiciones y mi único norte sólo poseo una certeza y una creencia. No soy yo quien le confiere vida a la historia. Persevera en su existencia a mi pesar. Es decir, mi certeza es que la historia respira y late bajo mi respiración y mi latido.

Mi certeza es que esta historia vive, pero no tengo modo de anticipar si, una vez extirpada de mí, recibiré su don o su venganza.

Esto es escribir. Se nos ha olvidado. Saber que el abismo entrevisto te devolverá no sólo la mirada. ¿Por qué me atrevo entonces a meter las manos en el fuego?

Por mi creencia.

Dar con la historia que me ponga fin.

La historia necesaria y suficiente después de la cual no reste sino callar. Una historia hecha de todas mis historias donde ninguna corra el riesgo de desaparecer conmigo sin ser escrita. Sí, la creencia de que se puede morir sin matar.

V

En este momento veo surgir, junto a la certeza y la creencia, una esperanza.

Hasta ayer pude decir honestamente que la historia me carcome y que quisiera, lo dijo Cortázar, arrancármela cual si de una alimaña se tratara.

Hoy, con la esperanza de mi lado, es verdad que me sigue haciendo daño. Me duele su existencia, pero mayor mal me hace la posibilidad de que se extinga conmigo.

Me voy a morir, pero ella no se puede morir conmigo.

No estoy hablando de la historia sino de la mujer.

No perecer otra vez, novia de mi primo, no aquí, no de mi mano.

VI

¿Cómo se construye una historia sin tocar a sus sobrevivientes?

Debería volar a Vancouver para hacerle las preguntas tantas veces pospuestas a mi primo, al menos una, la importante, ¿cómo has podido sobrevivir?

He allí el verdadero camino.

Y me encontraría en Canadá también con mi tío, a un año de la muerte de la mujer de su entera vida, la madre de Omar, la hermana de mi madre, mi tía Edith, ¿y qué razón le daría a él de mi súbita aparición en sus vidas?

El primo extraviado, tan lejano a la familia, a la sangre, al apellido, quien de pronto se apersona allí, sin avisar, y se atraviesa en cuatro existencias juntas, también las de mis sobrinos.

—¿Por eso te volviste policía, sobrina?

—¿Te has bañado con tu padre, sobrino? ¿Has visto sus cicatrices?… ¿Las has tocado?

Reconstruir una historia sin tocar a sus sobrevivientes. Lo he dicho mal. ¿Cómo mantener el pasado en la lejanía, a la distancia de la familia, de la sangre, del apellido, de cualquiera existencia que hayan podido tramar después?

De verdad no puedo empezar a buscar la verdad así. No debo hacerles eso, hacerles la verdad.

Estoy decidiéndome a ir por el camino largo y engañoso.

Quizá, me digo, basten las notas periodísticas. Quizá no tenga que, pretendo convencerme, ser cruel.

Y se me ocurre que mi sobrina Camila se logrará quitar de encima el peso de la muerte. Y veo entonces surgir en el horizonte de esta página otra posibilidad para el milagro. Una ficción hecha y derecha donde ella, la novia de mi primo —quien entonces seguiría desnombrada—, pudiese también descargarse del enorme peso de su biografía para levantarse y resucitar virgen de muerte en mi novela.

Lo que nunca se me ocurre —eso sí— en este desesperado intento de salvación es simplemente soltar la pluma y cerrar el libro para devolverle de este modo su vulgar condición de agenda y entonces —adiós México rostros de su creación— lanzarlo al fuego.

VII

La primera búsqueda es virtual. He tecleado en la computadora “presa Madín”, después “asesinato en presa Madín”, finalmente “asesinatos en presa Madín en la década de los setenta”. Mi primer hallazgo es una confirmación.

Cuatro muertos.El cadáver de una chica flotando en el agua.

En la pantalla se suceden accidentes por el canotaje; se multiplican los decesos por lo cerrado de las curvas en torno a la presa; se repiten las búsquedas de ahogados. Yo no hablo, sin embargo, de ese mal sino del que surgió con la leyenda de la combi blanca.

He tecleado “combi blanca” antes que nada.

La precedí de palabras como “leyenda”, “rumor”, “historia”. La precedí después con las ya referidas “asesinato”, “presa Madín”, “década de los setenta”. En ninguna de las combinaciones surgió resultado alguno.

En este silencio de pantalla vacía donde el cursor palpita empezó lo que hoy llamamos el terror. ¿No dejó huella o ésta es su huella? La nada.

Tecleo al fin Omar Adión Castañeda en todas sus variantes y en todas sus combinaciones también. Nada.

¿Censura? ¿Desatención? ¿Indiferencia?

La causa no puede ser la familiaridad que nos amenaza hoy en día. Yo recuerdo a los niños y a los padres a la hora de ir y volver de la casa a la escuela, de la escuela a la casa. Allí aprendimos a convivir con el miedo y con la tragedia carentes de causalidad y con una existencia cada vez más reducida a cuatro paredes.

Con anterioridad a la década de los setenta los buscadores en la red ofrecen ese mismo desierto extendiéndose hacia nuestros padres y nuestros abuelos.

¿Nuestro presente abominable se ha devorado su origen?

¿Cómo vamos a entender lo que nos sucede si hemos olvidado el principio?

¿De verdad lo sucedido nos dejó sin palabras? Según la historia, que es escritura, mi primo Omar no existe.

VIII

Lo lógico habría sido continuar en la hemeroteca.

Voy hacia lo ilógico decepcionado de la historia, del documento, de la escritura.

¿Quién nos ha enseñado que la existencia pasa por el abecedario y que las huellas de un acontecimiento son de papel?

Le llaman “estudio de campo” a este delirio, así que dejo en los sureños lares de la Ciudad de México mi cordura, mi sentido común, y comienzo el desplazamiento hacia el lejano norte, hacia la prehistoria, hacia la inexistencia.

Es domingo, de la estación del metro Miguel Ángel de Quevedo a la terminal Cuatro Caminos, donde un microbús Calacoaya me lleva a la casa de mi madre, hago dos horas.

La casa de mi niñez está abandonada. Mi madre se ha mudado a su pesar por causa del accidente. Se cayó de las escaleras de San Miguel de Allende y se abrió la cabeza, se rompió el codo, se hirió la pierna. Ahora mi hermano Beto y yo nos hacemos cargo de la casa solitaria con nuestras esporádicas visitas.

Sólo necesito las llaves del automóvil. Entro y, sin embargo, me topo con el recuerdo en el patio; de niño, Omar estuvo varias veces aquí. Antes de llegar a la cocina donde cuelgan las llaves veo las pilas y pilas de álbumes fotográficos, de sobres papel manila con retratos, de diapositivas incluso.

Ya me lo advirtió Beto.

—Ten cuidado con el túnel del tiempo… Antes que te des cuenta, habrán transcurrido horas, y no habrás visto ni la mitad de las fotos.