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Les invitamos a leer una novela que no solo pone en valor la lucha, la resistencia y la trasmisión de valores de nuestrxs ancestrxs africanxs, sino que además, con una atrapante lectura, nos transporta y muestra esos rostros y cuerpos africanos invisibilizados por la historiografía oficial. Aquellas mujeres afro que nos legaron un sin fin de estrategias de trasmisión, preservación y resiliencia de la cultura afro. Las ancestras luchadoras de la familia de Nélida Wisneke, sus historias y anécdotas, tienen tanto en común con muchas de las historias de las abuelas y familias de lxs afrodescendientes que lucharon contra la esclavización, luego contra los mecanismos de opresión y racismo del sistema colonialista y patriarcal, que esta novela se transformará en un reconocimiento al amor y la resistencia que ellas nos legaron. Sus vivencias siempre nos acompañarán y guiarán nuestros caminos por la emancipación de los pueblos afrodescendientes. Lic. Carlos Álvarez Nazareno Activista, Agrupación AFRO XANGÔ
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Veröffentlichungsjahr: 2021
Wisneke, NélidaNo te olvides de los que nos quedamos / Nélida Wisneke. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2005-0
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723Impreso en Argentina – Printed in Argentina
“De mi garganta salen voces largo tiempo calladas,voces de largas generaciones, de prisioneros y de esclavos (…)Voces veladas que yo desgarro,Voces indecentes que yo clarifico y transfiguro…”.
–Walt Whitman.
A mis ancestros y ancestras quienes a pesar de las adversidades de la vida lograron transmitirme admiración, respeto y orgullo por la historia silenciada de centenares de afrobrasileños esclavizados que buscaron refugio y libertad en el suelo misionero. A los/las que organizaron, en silencio, la huida, a los/las que asistieron y garantizaron la llegada con vida de los sobrevivientes de esa gran gesta. A mi bisabuela Ana, a mi abuela Josefa, que atravesó la selva y cruzó el río Uruguay con tan solo 13 años de edad, a mi mamá, a mi tía Rosa y a mi hermana María Hilda, quienes supieron atesorar, en sus memorias, y transmitir, a lo largo de sus vidas, las costumbres, valores y concepciones del grupo de sobrevivientes de un sistema esclavista que se asentó, allá por fines del 1800, en su condición de ilegales, en lo que hoy es el departamento de San Pedro, más precisamente en el territorio conocido como Colonia Macaco. En ese lugar permanecieron escondidos por muchos años, sin más contacto que con algunas aldeas de pueblos originarios. En principio, junto a los que ya se encontraban en el lugar, continuaron viviendo del cultivo comunitario y la caza. Con el pasar del tiempo, se casaron (matrimonio arreglado en la comunidad), allí nacieron las nuevas generaciones, entre ellos, mis tíos/as, mi progenitora y vivieron en el lugar hasta que se trasladaron a otros puntos de la provincia. A Lidia Dosantos y Fidelina Silvero, quienes supieron poner en palabras la experiencia de fuga que, a través de la selva del sur brasileño y el cruce en las aguas del mismo río, realizó, en otra expedición, la abuela Natividad Machado y su esposo Valdomero da Conceição quienes, luego de pisar la localidad de Oberá y mantenerse escondidos, por mucho tiempo, en los montes misioneros, se trasladaron al municipio de Bonpland para, después de varias décadas, radicarse definitivamente en la Capital Provincial donde, aún, viven algunos de sus hijos/as, nietos/as…
Uno de los mandatos más sublimes que aprendí a lo largo de mi vida es la importancia del agradecimiento. En relación con eso, no puedo dejar de mencionar a las siguientes personas:
A la Magíster Ivenne Carissine da Máia, docente de la Carrera de Portugués de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM) que leyó y corrigió los versos que forman parte del libro.
Al Licenciado en Sociología por la Universidad Nacional de San Martín: Carlos Álvarez Nazareno, activista de la Agrupación Afro Xangô y a la Comisión Organizadora del Día 8 de Noviembre, Día Nacional de los/las Afroargentinas/os y de la Cultura Afro por la colaboración y el acompañamiento.
Al Profesor en Letras por la Universidad Nacional de Salta (UNSA), Daniel Alejandro Silvestri, por la lectura, aportes y colaboración.
Al Licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Misiones (UNaM), Alejandro Rodrígues, quien leyó y corrigió el texto.
A la Licenciada en Trabajo Social, por la Universidad Nacional de Misiones, Amelia Báez por acompañarnos desde los albores de nuestra formación como organización de lucha por los derechos y visibilización de la población afro en Misiones.
A mis compañeros/as y hermanos/as del Colectivo de Afrodescendientes Misioneros/as por empoderarse cada vez más y sentirse orgullosos de sus raíces.
A la Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Misiones (UNaM), Mirian Fernández, por alentarme y, en su nombre, a todas las personas que de una u otra forma ayudaron a que este libro sea posible. Muchas gracias.
Con una clara simpleza de palabras que vehiculizan un sugerente y delicado delicado uso de la lengua literaria Nélida Wisneke, escritora afroargentina de la provincia de Misiones, sorprende con No te olvides de los que nos quedamos, su primera novela: una ficción histórica de buena factura artística.
No te olvides de los que nos quedamos viene a completar todo un universo de excelentes novelas históricas actuales develadoras de antiguos “paños” que ocultaron, negaron e invisibilizaron las historias de los afrodescendientes no sólo en lo que hoy es suelo argentino. Esta obra de Wisneke sigue la línea de Cielo de tambores, novela señera de Ana Gloria Moya (autora tucumana de nacimiento y salteña por adopción), que pone en el tapete la historia de María Remedios del Valle, la Capitana, llamada también la Madre de la Patria, figura que luchó junto a Manuel Belgrano por nuestra libertad. De manera similar No te olvides de los que nos quedamos trae al presente tres generaciones de mujeres afro que luchan por su libertad.
No te olvides de los que nos quedamos continúa el camino de otras novelas que valorizan la lucha del pueblo negro por su liberación. Por empezar dos trabajos de la escritora salteña Ana María Gallardo: Amor en penumbras y Del amor esclavo. Unas Narraciones, las tres, que retoman literariamente sucesos históricos de despojo, pero también de empoderamiento (Del amor esclavo focaliza la mirada, entre otras existencias, en las vidas de Julián Guerra y Felipa Iramain, ex esclavizados que dieron origen a la actual comunidad afrosantiagueña de San Félix). Y en este punto no podemos dejar de recordar La isla bajo el mar de la conocidísima Isabel Allende y Cuando florecía mi cacahuatal de la también salteña Beatriz Martínez, ambas sobre la independencia de Haití.
Esta novela de Wisneke, de una manera propia, más focalizada en las pequeñas historias, en los intersticios del poder que terminan permitiendo a los pequeños burlarlo, sigue los pasos literarios, también, de dos obras de temática afro de la reconocida escritora santafesina de nacimiento y mendocina por adopción Liliana Bodoc: El espejo africano y El rastro de la canela, novelas no sólo de períodos independentistas, sino también de migraciones y exilios, de conectar, al igual que No te olvides de los que nos quedamos, diferentes tierras debido al viaje en que la voluntad del yo se ve forzada por las circunstancias de vida que el destino tiene reservadas. En un sentido más preciso la segunda de las dos novelas mencionadas de Liliana Bodoc se relaciona con No te olvides de los que nos quedamos por unir dos tierras americanas receptoras de la diáspora de afrodescendientes esclavizados iniciada a partir del período colonial: la Argentina y Brasil.
Cabe acotar el original bilingüismo de ambas novelas mencionadas hacia el final del párrafo anterior, más contundente en No te olvides de los que nos quedamos que en El rastro de la canela, en que los fragmentos en lengua portuguesa o castellana no necesariamente se traducen a la otra, y así las “pistas” para entender son guías de comprensión sí, pero que exigen también lectores atentos. Tampoco, como sería en una producción literaria bilingüe tradicional, hay correspondencia genérica: los textos de una lengua están dedicados a un género literario; lo narrativo. Y los textos de la otra lengua dedicados a lo poético. y aquí, retomando el tema ya abordado en párrafos anteriores de las relaciones intertextuales o transtextuales de la presente obra de Nélida Wisneke con otras obras artísticas. No podemos obviar el rescate que hace la novela No te olvides de los que nos quedamos de la literatura de cordel: es decir, poesía popular tanto escrita como oral que nació en la península Ibérica y fue difundida desde España y Portugal, enraizando fuertemente en Brasil.
Hasta aquí con las “pistas” de lectura que hemos ofrecido, si es que cabe, quizá, para acercar la obra literaria al lector, a ese lector atento que reclaman las obras de arte, esperamos haber despertado interés por esta bella novela, tal vez el mismo interés que suscitó en nosotros, sin prisa, pero sin pausa, al momento de enfrentarnos a la primera lectura en que esta obra nos condujo con suavidad de arroyo hacia el final, haciendo crecer poco a poco verdaderas ansias de llegar a él. Sólo nos queda celebrar este nacimiento y el camino independiente de su autora que esta obra comienza ya.
Estaba a punto de dormirme en el regazo de mi abuela. Sus manos fuertes acariciaban suavemente mi cabeza y sus dedos se enredaban en mi abundante cabellera. Quería detener el tiempo. Quedarme eternamente así. Sintiendo la tibieza de su cuerpo y la seguridad de que, mientras estaba junto a ella, nada de lo que habían predestinado para mí, desde que estaba en el vientre de mí madre, ocurriría.
Abrí los ojos cuando vi llegar al abuelo con un atado de caña de azúcar cargado en la espalda. Lo dejó en la sombra. Escuché el ruido de las varas del dulce jugo cayendo al suelo y al darme vuelta alcancé a ver unos gestos con los que se comunicaban los mayores, cuando los niños andábamos cerca. No entendí nada. Sentí que mi abuela se estremeció y creo que escuché un sollozo. Quise levantar la cabeza, pero ella presionó mi espalda firmemente y no dejó de acariciarme, tampoco me permitió mirarla.
Mi abuelo se sentó en un banco bajito, recostó su cansada espalda en la pared del humilde rancho, levantó su mano hasta una especie de mesa sobre la que había un cedazo con las chalas del maíz que habíamos desgranado la noche anterior, sacó de un “bocó” 1 un trozo de tabaco negro y con su “canivete” 2 lo empezó a cortar finamente. Acarició con la yema de sus dedos la suave y transparente hoja sobre la que dejó caer las finas hebras. La envolvió. Rozó su lengua humedecida sobre uno de los bordes del casi cigarro, lo cerró y fue hasta el fuego. Tomó uno de los tizones encendidos, lo aproximó hasta cerca de su boca e hizo arder el precario envoltorio que mitigaría, en parte, su angustia. Volvió hasta el banquito y ya sentado hundió con fuerza sus talones en la tierra.
Había cerrado mis ojos y, cuando estaba a punto de dormirme, la escuché:
Não se esqueça de falar3Dos que ficamos aqui.Não negue de onde viemosPara assim não me ferir.
El profundo silencio cortaba la respiración de todos. Solo las miradas penetrantes, esas que buscan encontrarse en el otro, parecían hablar.
Los hombres comenzaron a llegar y el encuentro en el larguísimo corredor con piso de tierra, que nos fuera destinado para ahogar la fatiga cotidiana, hizo que sus blanquísimos pantalones resaltaran de sus cuerpos y de la oscura noche. La llegada, los apretones de mano y la mirada fija en los ojos del otro, los enmudecía. Ni una sola palabra. El silencio escindía cualquier sonido u otra forma de comunicación verbal y todo movimiento avizoraba el libre destino prometido desde el inicio de los tiempos.
Las mujeres en la cocina, alrededor de una vieja mesa de madera guardaban, silenciosamente, en una maleta blanca un poco de carne seca, la infaltable “farofa” 4, bananas que empezaban a pintar, rapadura5 e intentaban ponerle un pedazo de soga o cordón a unas vasijas de porongo6 que luego serían cargadas con agua y tapadas con trozos de marlo7.
La falda blanca de mi madre dejaba notar el ruedo de una enagua8 roja como avisando que detrás de ese cuerpo rudo también palpitaba el corazón estremecido de una mujer.
En sus manos fuertes, un cuchillo grande cortaba en pequeños trozos el jugo de la caña de azúcar que fuera endurecido por el fuego9 y los colocaba en una bolsa de tela, nívea, dentro de la maleta.
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No te olvides de los que nos quedamos
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Agradecimientos
Una lectura intertextual
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