Noches inolvidables - Kimberly Lang - E-Book
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Noches inolvidables E-Book

Kimberly Lang

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Beschreibung

La famosa Lorelei LaBlanc no podía creer que se hubiera despertado en la cama con aquel hombre. A partir de aquel momento: A) No más encuentros secretos con Donovan St. James. Era el último hombre del mundo con el que querría compartir habitación y, mucho menos, cama de matrimonio. B) Mantener una actitud profesional en todo momento. Al fin y al cabo, Donovan era un periodista avezado que siempre estaba a la caza de la última noticia, y ella era carne de cañón de la prensa sensacionalista. C) Permanecer cerca de sus amigos, y más todavía de sus enemigos. Aunque Donovan tuviera aspecto de chico de póster, sus intenciones no eran aptas para menores.

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Seitenzahl: 229

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Kimberly Kerr. Todos los derechos reservados.

NOCHES INOLVIDABLES, Nº 2007 - diciembre 2013

Título original: The Taming of a Wild Child

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3913-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Si había algo peor que despertarse desnuda en una cama extraña, era darse cuenta de que había alguien más durmiendo allí.

Un hombre.

La brillante luz que había al otro lado de sus párpados le provocó dolor de cabeza a Lorelei LaBlanc mientras trataba de entender qué estaba pasando exactamente... y con quién había pasado la noche.

Hizo un esfuerzo por quedarse quieta; si se levantaba de golpe podría despertar a su compañero y no quería tener una confrontación antes de saber qué ocurría.

«Piensa, Lorelei, piensa».

Tenía una resaca de campeonato y le costaba trabajo pensar. ¿Cuánto champán había tomado al final?

La boda de Connor y de Vivi había transcurrido sin sobresaltos; los cuatrocientos invitados lo habían pasado de maravilla. La iglesia nunca había estado tan bonita, y el hotel había tirado la casa por la ventana en cuanto a decoración y comida. Lorelei estuvo en la mesa principal durante la cena, pero cuando empezó el baile y comenzó a correr el champán... bueno, ahí fue cuando las cosas comenzaron a salirse un poco de madre. Recordó haber tenido un pequeño desencuentro bienintencionado con Donovan St. James respecto a...

Lorelei abrió los ojos de golpe.

Oh, Dios mío.

Fragmentos de la noche anterior aparecieron de golpe en su mente con angustiosa claridad. Se giró con cuidado hacia un lado para no agravar la resaca. Como era de esperar, Donovan estaba tumbado boca arriba, con el pecho desnudo, cubierto únicamente por una sábana que le tapaba las caderas y una pierna. Tenía las manos detrás de la cabeza y miraba fijamente al techo.

Lorelei maldijo entre dientes.

—Estoy de acuerdo contigo, princesa.

El suspiro burlón de Donovan le puso los nervios de punta.

—¿Qué diablos pasó anoche?

Donovan tuvo el valor de mirar las sábanas enredadas, con las que ella estaba tratando de cubrirse en un tardío intento de modestia.

Ella se aclaró la garganta.

—Quiero decir... ¿cómo? ¿Por qué?

—¿Cómo? Litros de champán. Y también hubo chupitos de tequila. Y en cuanto a por qué... —Donovan se encogió de hombros—. Eso ya se me escapa.

El tequila explicaba muchas cosas. Lorelei había cometido muchas estupideces en su vida. Pero ¿esto? ¿Con Donovan St. James? ¿Y en aquel momento? Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Si había hecho algo en público... Oh, su familia la mataría esta vez. Su hermana la primera.

—Por favor, solo dime que no montamos un numerito en la celebración —susurró.

—No creo. Lo tengo todo un poco borroso, pero creo que la fiesta ya había acabado mucho antes.

Aquello aliviaba un poco su preocupación. Actuar como una estúpida no era tan grave si no había público. Sin embargo, ahora tenía que enfrentarse al hecho de haber tenido relaciones sexuales con Donovan St. James.

Ninguna mujer con sangre en las venas cuestionaría su buen gusto. Donovan tenía aspecto de chico de póster: profundos ojos verdes, pelo negro como la tinta un poco ondulado y un poco largo, piel del color del café con leche que ella necesitaba desesperadamente para combatir aquella espantosa resaca. Los altos pómulos y la fuerte mandíbula con sombra de barba indicaban unos orígenes tan mezclados como la propia Nueva Orleans... si se pudieran escoger los mejores fragmentos y descartar el resto.

Donovan ocupaba sin duda un lugar prominente en la escala humana. Pero en opinión de Lorelei, ser guapo era lo único que tenía. ¿Por qué le habían invitado a la boda? Debió de ser por cortesía profesional o social. Al menos cien invitados entraban en aquella categoría. Pero la familia St. James eran unos nuevos ricos de la peor categoría. Utilizaban el dinero para comprar influencia y respetabilidad. Y, si Donovan tuviera alguna clase, habría declinado amablemente lo que no era más que un gesto educado.

Pero el dinero no podía comprar la clase, eso estaba claro.

Y se había acostado con él. Seguramente habría alcanzado un asombroso nuevo nivel de embriaguez para perder de aquel modo el respeto hacia sí misma. No volvería a beber nunca.

—Vamos, no me mires así, Lorelei. Yo tampoco estoy encantado con esta nueva situación.

Donovan se incorporó lentamente, lo que le dio a entender a Lorelei que su resaca era igual de terrible que la suya, y buscó su ropa. Ella apartó la mirada, pero no antes de echarle un buen vistazo a los anchos hombros, la estrecha cintura y el firme trasero. Donovan subió un punto más en la escala antes de ver los arañazos rojos que le cruzaban la espalda.

Al parecer se había divertido. Lástima que no recordara qué la había llevado a hacerle aquellas marcas. Aunque se sentía fatal, bajo la resaca experimentaba un agradable cansancio muscular que indicaba que se lo había pasado bien.

El silencio se hizo incómodo. A pesar de su reputación, Lorelei no era una experta en el protocolo de la mañana después. Pero se las arreglaría para superar esto. Agarrándose la sábana al pecho, fue con ella colgando hasta que agarró el vestido del suelo y se dirigió al cuarto de baño. Le pareció escuchar un suspiro al cerrar la puerta tras de sí.

La imagen del espejo no era agradable. Lorelei se echó agua en la cara y trató de quitarse las manchas de rímel que le rodeaban los ojos. Luego se pasó la mano por el pelo hasta que ya no pareció tan salvaje. A continuación utilizó la pasta de dientes del hotel. Sintiéndose ligeramente humana, se puso el vestido.

Confiaba en que nadie la viera dirigiéndose a su dormitorio, porque nada era tan significativo como llevar un vestido de fiesta antes del desayuno. Seis meses de duro trabajo podrían acabar en la basura.

Pero tenía un problema más urgente y más perturbador justo al otro lado de la puerta con el que tenía que lidiar primero.

—De acuerdo —le dijo a su reflejo—. Necesitas una salida digna —aspiró con fuerza el aire y abrió la puerta.

Donovan estaba mirando por la ventana, hacia Canal Street, pero se giró cuando escuchó cómo se abría la puerta. Se había puesto unos vaqueros, pero no había buscado una camisa. Lorelei tuvo que hacer un esfuerzo para no recorrerle con la mirada mientras él le pasaba una botella de agua. Lorelei asintió para darle las gracias.

—También tengo aspirinas —dijo él entrando en el baño antes de salir con un frasco—. ¿Quieres un par de ellas?

Agitó el bote, lo que le provocó una punzada de dolor en la cabeza. Lorelei se alegró al ver que él también se estremecía con el ruido.

Se sentía como si estuviera en una película mala.

—Mira, creo que los dos estamos de acuerdo en que lo de anoche no tendría que haber pasado.

—Eso está claro.

Lorelei contuvo el comentario que quería hacer ante aquel insulto. Dignidad.

—Así que fingiremos que no ha sucedido. Yo no se lo mencionaré a nadie y tú no escribirás sobre ello, ¿de acuerdo?

A juzgar por la expresión de Donovan, no le había gustado la insinuación. A Lorelei le preocupó haber cometido un error táctico. Donovan había convertido su afición juvenil a despellejar viva a la gente por diversión en una productiva ocupación. Destruía carreras, vidas y familias. Según los rumores, estaba buscando una nueva historia. La gente trataba de no cruzarse bajo su radar, nadie con un poco de sentido común le mordería intencionadamente.

—Me limito a asuntos de interés público, y aunque esto encajara en esa definición, que no encaja, no es algo de lo que yo presumiría.

Al diablo con la dignidad. No iba a pasar aquello por alto.

—No recuerdo nada. No ha debido de ser una experiencia memorable.

—Entonces para ti no supondrá un problema olvidar que ha sucedido.

—Ninguno —aquello era mentira, pero Donovan no tenía modo de saberlo, así que estaba a salvo. Y a ella le permitía mantener la cabeza alta mientras recogía el resto de sus cosas.

El bolso estaba tirado al lado de la puerta. El teléfono, el lápiz de labios y la llave de la habitación habían caído al suelo. No muy lejos de allí estaba uno de sus zapatos, la corbata de Donovan y los zapatos de él, y luego su otro zapato. Era un camino de vergüenza cuyo rastro llevaba directamente a la cama de matrimonio.

Dios, ¿había algo menos digno que buscar la propia ropa interior? Agarró la chaqueta de Donovan y la sacudió. Nada. Se puso de rodillas y miró debajo de la cama. Encontró un envoltorio de preservativo, lo que alivió uno de sus miedos. Pero al encontrar dos más se estremeció.

No había ni rastro de su ropa interior.

—Tal vez estés buscando esto —se burló Donovan.

Lorelei alzó la vista y le vio balancear sus braguitas con un dedo. Se mordió la lengua y se conformó con dirigirle una mirada cargada de odio mientras se las quitaba de la mano y las guardaba en el bolso. El añadido de la prenda interior, por muy pequeña que fuera, fue demasiado para la estrechez del bolso de fiesta, que se negó a cerrarse. Sonrojándose, Lorelei no tuvo más remedio que invertir tiempo en ponerse las braguitas.

Por muy extraño que pareciera, se sintió menos avergonzada con ellas puestas. Al parecer, la ropa interior era una especie de armadura.

Estiró los hombros y se dirigió hacia la puerta para observar el gráfico de seguridad que estaba allí pegado. Según la marca roja, estaba ahora mismo en la habitación setecientos doce. Podía bajar fácilmente por la escalera de incendio, bajar una planta y saldría unas puertas más allá de su propia habitación. Excelente. Las posibilidades de toparse con alguien conocido habían descendido de forma drástica. Tal vez algo le saliera bien aquella mañana.

—¿Estás planeando una ruta de escape?

Lorelei se giró y vio a Donovan recolocando las almohadas en la cama para apoyarse cómodamente. Luego se apoyó en ellas con el mando a distancia en la mano. Ni siquiera la miraba. Parecía algo aburrido. Estaba claro que aquella no era una mañana fuera de lo común para él. ¿Por qué no le sorprendía?

—Exacto. Adiós, Donovan. Espero no volver a verte en mucho tiempo.

No esperó su respuesta. Abrió la puerta, se asomó al pasillo y vio que estaba vacío. Al menos cien invitados a la boda de Connor y Vivi se habían alojado allí, así que necesitaba que la suerte la acompañara durante unos minutos.

El rápido camino hasta la escalera no supuso ningún problema. Los altos tacones de sus zapatos resonaron en los escalones mientras se movía todo lo rápido que podía con la estrecha falda. En la puerta de la sexta planta se detuvo, sacó la llave de la habitación y contuvo el aliento. Cuando miró de reojo vio a dos personas en el pasillo, pero no le sonaban. Sin embargo, esperó para asegurarse a que estuvieran en el ascensor antes de recorrer el último tramo hasta su puerta.

Y entonces descubrió que esa estúpida llave no funcionaba.

Para Donovan fue un alivio que Lorelei hubiera salido corriendo. Él llevaba despierto unos quince minutos más que ella y había utilizado aquel tiempo para anticipar el mismo número de posibles y espantosos escenarios.

Pero Lorelei había ido directa a la indignación y la huida. Lo que en este caso era más de lo que había esperado.

De todas las mujeres que habían asistido a la boda de la década, según la llamaban, se las había arreglado para liarse con Lorelei LaBlanc. Conocía a Connor y a Vivi, aunque no mucho, desde el colegio. No eran íntimos amigos ni nada parecido, pero sí socios, y ahora se movían en los mismos círculos sociales. Seguramente en esos círculos sociales a él le considerarían un arribista ya que no tenía la sangre tan azul como ellos, pero nadie tenía el valor de decírselo a la cara. Y, aunque él no tuviera varias generaciones de modales sureños arraigadas, sí sabía que era de mala educación acostarse con la hermana de la novia tras el banquete.

Sí, fingir que nunca había sucedido era una excelente idea.

Otra idea excelente era tomar ingentes cantidades de aspirina y café hasta que volviera a sentirse humano otra vez. Eso podría llevarle días.

La pequeña cafetera para dos personas que había en el escritorio no contaba con un café de gran calidad, pero por el momento le serviría. La encendió y el aroma del café inundó pronto la habitación.

Se había ganado a pulso los martillazos que sentía detrás de los ojos. Había perdido la cuenta de los chupitos de tequila, pero le sonaba que había habido una apuesta sobre quién era capaz de beber más. Lorelei y él nunca habían sido amigos, nunca habían salido juntos, así que seguía siendo un misterio cómo habían terminado así la noche anterior.

Lorelei iba un par de cursos por debajo de él en el colegio y, desde luego, no frecuentaban los mismos círculos por aquel entonces. St. Katherine era el colegio de secundaria escogido por las mejores familias de Nueva Orleans. Un refugio seguro para sus preciados cachorros, en el que solo había un par de escolares con beca como concesión a la «diversidad».

La Lorelei que él recordaba era una niña mimada y narcisista. Ni siquiera cuando Donovan pasó de ser uno de aquellos estudiantes con beca para convertirse en el último año en el hijo de uno de los principales patrocinadores, se dignó Lorelei a darle siquiera la hora.

Extrañamente, Donovan la respetaba por ello. Tal vez fuera superficial, pero había demostrado tener algo más de profundidad que la mayoría de sus amigos cuando el repentino flujo de dinero de la cuenta bancaria de su familia no cambió su actitud hacia él.

Y, sin embargo, el tequila sí lo había conseguido.

Tenía unas cuantas horas por delante antes de tener que dejar el hotel, y la necesidad de echarse una siesta le resultaba casi abrumadora, pero si se iba a su casa podría echarse una siesta en su propia cama. Una cama que no conservara el aroma del perfume de Lorelei. Tal vez no recordara exactamente todo lo que había sucedido la noche anterior, pero recordaba lo suficiente como para que aquella sutil fragancia le provocara una punzada de deseo y le provocara ardor en los arañazos de la espalda. Desde luego, Lorelei tenía energía.

Encendió la televisión para tener ruido de fondo y escogió un canal de noticia para escucharlas mientras esperaba a que estuviera el café. Todavía tenía que pensar el tema de la columna del lunes, y...

Sonó el teléfono No el suyo, sino el del hotel. ¿Quién podría llamarle allí?

—¿Hola?

—Abre la puerta y déjame entrar —la voz era un susurro.

—¿Quién llama?

—Oh, por el amor de Dios... ¿cuántas mujeres más tenían que volver esta mañana a tu habitación?

—¿Por qué no estás en la tuya?

—Porque no me funciona la llave —parecía que Lorelei estuviera hablando con los dientes apretados—. Estoy atrapada en la escalera, así que, por favor, ¿te importa abrir la puerta y dejarme entrar?

La imagen de Lorelei escondida en una escalera le hizo reír... y eso provocó que le doliera más la cabeza. La escuchó aspirar el aire con fuerza seguido de un murmullo que probablemente no sería muy halagador para él. Sintió la tentación de dejarla allí para divertirse y por su propio ego. Pero a Connor y a Vivi no les gustaría.

—Ven —cedió.

Donovan colgó el teléfono y cruzó la habitación. Abrió la puerta y asomó la cabeza. Unas puertas más abajo, vio cómo la oscura cabeza de Lorelei hacía lo mismo. Tras ver que el pasillo estaba vacío, ella corrió hacia su puerta y estuvo a punto de arrollarle en su precipitación por entrar.

—Podrías haberte limitado a llamar, ¿sabes?

Lorelei le dirigió la mirada más furiosa que él había visto en su vida.

—Esto es una pesadilla.

—Solo tienes que ir al mostrador de recepción y pedir que te den otra llave.

Al parecer, Lorelei tenía otra mirada todavía más furiosa, y se la dirigió.

—Estoy tratando de evitar ver a nadie —se señaló el vestido—. Es bastante obvio que no he pasado la noche en mi habitación, y no quiero que la gente se pregunte dónde he estado. O con quién.

—¿Desde cuando te importa eso? —Lorelei era una LaBlanc. Uno de los beneficios de ser una LaBlanc era conocer con certeza tu lugar en la cadena. Lorelei podía hacer lo que le diera la gana con casi completa impunidad. Y así lo hacía.

—Me importa. Vamos a dejarlo así. Llama a la doncella y pídele toallas o algo así. Quien venga debe tener una llave maestra y puede abrirme la puerta de mi habitación.

—Eso es dar muchas cosas por hecho.

—¿Qué?

—Dudo sinceramente que un empleado de hotel que quiera mantener su puesto de trabajo te abra una puerta sin verificar antes que eres un huésped registrado. Y no hay forma de demostrarlo sin pasar por el mostrador de recepción.

Parecía que Lorelei quería discutir aquel punto. ¿De verdad que aquella mujer no entendía lo que estaba pidiendo?

Lorelei soltó una palabrota impropia de una dama y se dejó caer en la cama con gesto dramático. Luego volvió a incorporarse como si la cama estuviera en llamas. Le ardían las mejillas.

Tenía que admitir que el sonrojo le quedaba bien. El tono rosado casaba con su piel blanca y su cabello oscuro y centraba la atención en sus altos pómulos. Por supuesto, habría pocas cosas que le sentaran mal a Lorelei. A pesar de la resaca que sin duda estaba pasando, todavía sería capaz de parar el tráfico. Había ojeras bajo aquellos grandes ojos azules, ojos que en aquel momento le estaban lanzando dagas, pero enfatizaban su estructura etérea, casi frágil.

Aquella misma estructura ósea era la que le proporcionaba un aspecto cimbreado, alto y esbelto, que la hacía parecer más alta de lo que en realidad era. Y el vestido de fiesta algo arrugado que llevaba la noche anterior en la celebración de la boda le hacía las piernas todavía más largas. El recuerdo de aquellas piernas enredadas en su cuerpo...

Lorelei era más fuerte de lo que parecía. Su aspecto de frágil elegancia llevaba a equívoco. No había nada de frágil en la personalidad que se escondía tras su aspecto. Ahora caminaba arriba y abajo rezumando rabia y frustración.

—¿Qué diablos voy a hacer?

Donovan suspiró y sacó el móvil.

—Déjame llamar a Dave.

—¿Y cómo puede ayudar ese Dave?

—Es el jefe de seguridad del hotel. Encontrará una solución. Discreta, por supuesto.

Aquello hizo que Lorelei dejara de andar.

—¿Conoces al jefe de seguridad de este hotel?

—Sí —Donovan dejó de buscar el número de Dave en la agenda y alzó la vista. Ella le miraba con recelo—. ¿Supone algún problema?

—Solo me parece conveniente —Lorelei se encogió de hombros—. Teniendo en cuenta...

—¿Teniendo en cuenta qué?

—Tu trabajo. Tener mano con la seguridad de este sitio me parece... bueno, conveniente.

El insulto, aunque cabía esperarlo dada la fuente, no era desde luego el peor que había oído, pero le molestó. Sus columnas y sus comentarios se publicaban en los periódicos de todo el país, y se había ganado su público a la antigua usanza. Tal vez a Lorelei no le gustara su estilo, pero se había ganado su lugar en los medios de comunicación. No necesitaba «tener mano» en ningún sitio para conseguir sus objetivos. Qué diablos, últimamente la gente se le echaba encima para darle toda la información que necesitaba y un poco más.

Donovan lanzó el teléfono sobre la cama.

—¿Sabes qué? No tengo por qué hacerte ningún favor, y además se me están quitando las ganas de hacértelo.

Lorelei apretó los labios con fuerza. Donovan se dio cuenta de que estaba conteniéndose para no soltar un comentario mordaz, pero finalmente asintió.

—Tienes razón. Te pido disculpas. Por favor, llama a tu amigo.

Era una disculpa tensa y no completamente sincera, pero decidió aceptarla. Llamó a Dave. Describió la situación lo más brevemente que pudo y trató de no mencionar el nombre de Lorelei, qué hacía en su habitación y por qué no podía ir al mostrador de recepción como haría cualquier persona normal en su situación. Tras algunas risas y especulaciones por parte de Dave que Donovan no le transmitió a Lorelei, colgó.

—Enseguida vendrá alguien de seguridad con una copia de tu llave. Solo tienes que esperar aquí un poco más.

—No tengo otro sitio más donde ir —Lorelei se acercó a la cafetera—. ¿Te importa? Me siento casi muerta.

—Sírvete tú misma.

Eso hizo ella, y luego se sentó en la butaca de cuero. Cruzó las piernas por los tobillos, alzó la taza con las dos manos y bebió agradecida. Era una imagen incongruente: una Lorelei desaliñada, con el pelo por la cara y los hombros, el vestido arrugado y los tacones, sentada modosamente en su habitación del hotel como si estuvieran tomando el té en el gabinete.

Y Donovan sabía perfectamente cómo era la ropa interior que llevaba.

En cierto modo, aquello era más incómodo que la parte de despertarse desnudos y vestirse. ¿Se suponía que debían hablar de algo? ¿Cuál sería el tema apropiado? Encontraba cierto consuelo en el hecho de que Lorelei parecía igual de perdida. Apostaba a que una situación así no se explicaba en las clases de protocolo. Observaba los cuadros de la pared como si fueran obras maestras, ponderaba su café como si encerrara el secreto de la vida, y finalmente centró la atención en las uñas. Miraba de reojo la televisión y fingía interés en los presentadores de las noticias de la mañana. Donovan había hecho del arte de la palabra su modo de vida, pero esta vez la lengua le fallaba.

Lorelei se aclaró la garganta.

—Y, dime, ¿vas a escribir sobre la boda?

Dios, no tenía ni idea de cómo se ganaba la vida.

—No me dedico a las noticias de sociedad, Lorelei. He venido a la boda como invitado, nada más.

—No sabía que fueras tan buen amigo de Connor y Vivi.

—Estoy en dos juntas directivas con Vivi. Compartimos un mismo interés por el arte. Connor y yo tenemos varios amigos en común. No diría que somos amigos íntimos, pero les conozco tan bien como al menos la tercera parte de la lista de invitados.

—Son una pareja popular.

—Desde luego que sí.

—Y ha sido una boda increíble de principio a fin.

Había sido un evento impresionante gracias a la fama de Connor. Toda la élite de Nueva Orleans estaba allí.

—No esperaba menos.

Lorelei asintió y Donovan se dio cuenta de que ya habían matado un par de minutos con aquella conversación ¿Cuánto tiempo tardaría seguridad en llevarle una llave a Lorelei?

Ella parecía estar preguntándose lo mismo.

—Ojalá se dieran prisa.

—Lo mismo digo. Tengo cosas que hacer.

—Bueno, no dejes que te entretenga.

Sus tres opciones eran darse una ducha, echarse una siesta o irse a casa... y no podía hacer ninguna de ellas con Lorelei en la habitación.

—Seguro que están aquí enseguida.

En cuanto hubo pronunciado aquellas palabras llamaron a la puerta y Lorelei dio un respingo cuando Donovan fue a abrir. Su suspiro de alivio cuando el hombre se identificó como el ayudante del jefe de seguridad se escuchó desde el otro lado de la habitación. El guardia pidió ver su carné de identidad para comprobar que era la ocupante de la habitación y luego le dio una llave.

—¿Quiere que la acompañe a su habitación, señorita?

—¡No! —exclamó ella—. No es necesario, gracias —añadió en tono más bajo.

El hombre asintió y se marchó sin preguntar nada más. Donovan se preguntó qué le habría contado Dave exactamente respecto a aquel encargo. Por supuesto, seguramente no sería lo más extraño que había hecho la seguridad de aquel hotel. En aquel lugar se alojaban los miembros de la élite, y esa élite probablemente había hecho peticiones mucho más cuestionables en el pasado. Seguro que se podrían contar grandes historias.

Lorelei se aclaró la garganta, devolviéndole a su pequeño drama.

—Adiós. Otra vez. Gracias por tu ayuda y... eh... que tengas una buena vida.

Su nueva salida careció de la velocidad de la primera, pero Lorelei volvió a asomar primero la cabeza antes de salir como una espía en una mala película.

Al menos sabía que esta vez no volvería. Extrañamente, aquello le provocó una cierta decepción. Estaba claro que Lorelei resultaba muy entretenida.

Aunque estaba pensando más en los sucesos de la mañana, no en los de la noche anterior, otra imagen particularmente entretenida se le pasó por la cabeza.

Y aquello respondía a la pregunta de qué hacer en aquel momento: una ducha fría le estaba llamando.

Capítulo 2

La carga de conciencia era algo terrible. Lorelei no estaba acostumbrada a ello porque solía mantenerse alejada de las situaciones que podrían llevar a algo así. Se lamentaba de cosas, por supuesto, pero, hasta hacía poco, siempre había pensado que era mejor lamentarse de lo que había hecho que de lo que no había hecho. Entonces, ¿por qué parecía que el asunto de Donovan la perseguía?

Ni siquiera se trataba de preocupación por lo que la gente pudiera pensar. Hasta donde ella sabía, nadie estaba al tanto. Vivi y Connor se habían marchado de luna de miel, y Vivi no le había dicho ni una palabra. Había esperado angustiada a que corriera la noticia, pero al parecer iba a conseguir irse de rositas. Por suerte, al final no lo había estropeado todo en el último momento.

Así que la preocupación tenía que deberse al propio Donovan.

Durante los últimos tres días había recuperado algo más de memoria. Pero no las partes que le hubieran gustado. Si tenía que vivir sabiendo que había tenido relaciones sexuales con Donovan St. James, le gustaría conservar también los recuerdos de la parte buena. Sabía que se había divertido, pero le faltaba el recuerdo de la prueba. Y eso era una lástima.

Se giró y moldeó la almohada con los puños. Dormía poco y mal, y se levantaba cansada por las mañanas y de mal humor. Y lo que era peor todavía, con una vaga sensación de frustración.

Tal vez por eso no podía liberarse de la situación: quería aquel recuerdo y su cerebro estaba decidido a escurrir todo el tequila y encontrarlo. Tal vez no se sintiera culpable, tal vez estuviera confundiendo una sensación con otra.