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Fue precisamente en el instante de la confesión cuando ambos supieron que se enfrentaban a un destino que no podían cambiar, y de manera inconsciente se dieron cuenta que estaban llamados a dar lo mejor de sí mismos en aquello que iniciaran por separados a partir de ese momento; debían elevarse por encima de las circunstancias y crecer más allá de sí mismos. No fue en lo inmediato que lo supieron, pero conforme se sucedían los hechos en la vida de cada uno, se fueron dando cuenta que podían convertir el sufrimiento en un logro. Aquella noche no solo gestaron a su hijo, sino que lograron también transformar la culpa de cada quién en una oportunidad para poner término a la adversidad e iniciar un camino de superación personal. Aquello fue un auténtico acto de sublimidad y de amor, que les estimuló a emprender una acción responsable, como luego fue el hecho de criar y educar a ese hijo en condiciones fuera de lo común. ¿Será que el autentico amor se fortalece ante la adversidad? Yo lo veo de esta manera: una lluvia puede apagar un pequeño incendio, pero si el fuego es intenso, la misma lluvia lo propagará; de igual manera, una fe débil se debilita ante la llegada de una desgracia, sin embargo, si la misma fe es fuerte, a pesar de la adversidad se fortalecerá. Ellos pudieron vivir con serenidad porque a partir del sufrimiento mutuo, él inconscientemente le hizo responsable de un ser, y a través de él, su hijo, ella pudo encontrarle el sentido a tan profundo dolor, y descubrir que la vida podía continuar a pesar de todo. ¿Será que el sufrimiento es necesario para encontrarle sentido a la vida? No necesariamente ¡Ojalá todos pudiéramos evitarlo! Buscar un padecimiento para redimirnos sería más masoquista que heroico. Lo que en realidad quiero significar es que existe una alta probabilidad de transformar el sufrimiento en una experiencia fortificante. Patricia Tobaldo, Octubre 2015
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Seitenzahl: 214
Veröffentlichungsjahr: 2016
Patricia Tobaldo
OBI“Corazón”
Tobaldo, Patricia
Obi corazón / Patricia Tobaldo. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2015.
204 p. ; 23 x 19 cm.
ISBN 978-987-711-441-6
1. Discriminación Sexual. 2. Homosexualidad. 3. Novela. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail:[email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Natalia Charquero Silva
Indice
Primera Parte
1-Argentina
2-Universidad Brown
3-Lía Berni
4-La Cita en la calle Thayer
5-Ekwefi Okwuofu
6-Lía y Akinyemi “destinado a ser guerrero” en la calle Thayer
7-La Calle Thayer
8-La Gran Desición
Segunda Parte
9-Puerto de Tilbury, Londres, Puerto Funchal, Isla Madeira, Cotonu, Benín, Gran Atlántico Norte
10-Navegando el Gran Atlántico Norte
Puerto Funchal, Isla Madeira – Puerto Cotonu, Benín
Puerto Apapa, Lagos - Nigeria
11-Ikoyi - Lagos -Nigeria
12-Visitando a Abraham Osinyi en Ogidi
13-Regreso a Ikoyi
Tercera Parte
14-Obi “Corazón”
15 - Con Emiola “persona de la riqueza” Musa
16 - Estado de “buena esperanza”
17 - Maduka
18 - Ekene “Alabanza” Osinyi
19 - El Regreso
Dedicatoria
Esta novela pretende testimoniar el infierno de ser homosexual en África, una realidad que el mundo occidental poco conoce. Y uno de los epicentros de esta homofobia es Nigeria, el país más poblado del continente africano, y donde el padecimiento para este sector social es inimaginable; se envían a prisión personas en base a suposiciones, apariencias o rumores… con juicios completamente injustos. Son los jueces que determinan cual es la sexualidad de alguien y en las cárceles se sigue torturando con los llamados “exámenes anales.”
Entre otros países africanos, Nigeria ultima legislaciones que castigan con penas de cárcel. Según las cifras de Amnistía Internacional, 38 de los 54 países del continente africano, es decir un 70%, criminalizan la homosexualidad. En algunos, como Mauritania, Somalia o Sudán, ese delito puede llevar a una sentencia de muerte.
¿A qué se debe tan vasto rechazo a la homosexualidad en África? Motivos sociopolíticos y culturales, algunos de los argumentos más comunes que suelen utilizar los grupos homófobos “la homosexualidad no es parte de nuestra cultura.” Otros, es el poder, el dinero, lo que el autor keniano Binyavanga Wainaina _quién “salió del armario” en 2014 declarándose abiertamente homosexual_ llama “elementos conservadores y reaccionarios”, en otras palabras, las diferentes creencias religiosas que vertebran la tradición africana.
Pero no siempre la corriente homofóbica que hoy recorre el continente africano fue tan intolerante. En los años sesenta y setenta, la tolerancia hacia la homosexualidad era mayor en África. Llegó la descolonización y nuevas iglesias, como el pentecostalismo o el evangelismo, que se hicieron fuertes ante la incapacidad del cristianismo, llevado al continente por el hombre blanco, para afrontar los nuevos retos, para servir al ciudadano de esa experiencia espiritual que entonces necesitaba.
Hoy en Nigeria, se arrestan a docenas de gay debido a la nueva “Ley contra los Homosexuales” aprobada y firmada por el presidente el 7 de enero de 2014. En este respecto, la Ley de Prohibición de Matrimonios entre Personas del Mismo Sexo considera delito las relaciones homosexuales, el matrimonio entre estos, las organizaciones homosexuales y también los eventos, clubs y sociedades de este tipo. La pena máxima puede llegar a los 14 años de prisión, y el norte de Nigeria pueden ser castigados con pena de muerte o cadena perpetua.
Patricia Tobaldo, octubre 2015
Primera Parte
1
Argentina
En aquella época luchaba tenazmente para convertirme en escritora profesional, mi determinación era tan firme que para mí no existía otro horizonte más que ser novelista.
Fui una lectora precoz y lo que más me gustaba era la literatura inglesa y americana. En la primaria empecé leyendo“La Aventuras de Gulliver”,de Jonathan Swift,“David Copperfield”,de Charles Dickens y“La Isla del Tesoro”,de Julio Verne. Por lo general me atraían las historias donde se enfrentaban blancos contra negros. Para mi los blancos eran la imagen de la inteligencia, la astucia y la belleza, y los negros todo lo contrario. Las novelas que leía con gran avidez me fueron abriendo nuevos mundos.
Hasta terminar la escuela secundaria viví en ambientes convencionales, en el seno de una familia de clase media.
Fue en una de mis clases de literatura en la universidad que reapareció aquella fantasía infantil que me suscitaban las historias de blancos contra negros; que volvería a examinar de forma minuciosa en un ensayo que presenté una vez leída la novela“El Corazón de la Tinieblas”de Joseph Conrad. Durante la redacción del mismo, me fui dando cuenta que los negros no eran ni tan ignorantes ni tan salvajes como pretendía creer. Quizá la clave la encontré en la frase que el autor pone en boca de su protagonista, Marlow, cuando se refiere a su tripulación integrada por hombres negros“No, no se podía decir inhumanos. Era algo peor, sabéis, esa sospecha de que no fueran humanos. La idea surgía lentamente en uno. Aullaban, saltaban, se colgaban de las lianas, hacían muecas horribles, pero lo que en verdad producía estremecimiento era la idea de su humanidad, igual que la de uno, la idea de aquel remoto parentesco con aquellos seres salvajes, apasionados y tumultuosos”. Para mi esta y otras evidencias textuales que fui descubriendo a lo largo de la lectura, significó un antes y un después en mi vida. Evidentemente mi postura conmovió al profesor tras fundamentar que“El Corazón de las Tinieblas”exponía sin escrúpulos las atrocidades a las que el colonialismo había sometido a una parte de la humanidad, justamente porque se ponía en duda la naturaleza de los negros. Mi ensayo trascendió los muros de la universidad pública donde estudiaba, presentándolo, por sugerencia de mi profesor, a un concurso convocado por la UNESCO para estudiantes universitarios extranjeros, cuyo leitmotiv era“La visión de África en el imaginario colectivo occidental”.El premio era una beca de un año para especializarme en literatura africana contemporánea, en el Departamento de Estudios Africanos de la Universidad Brown, en los Estados Unidos.
2
Universidad Brown
Providencia – Estados Unidos
Tenía veintitrés años cuando llegué a la Universidad Brown. No conocía los Estados Unidos y era la primera vez que viajaba sola tanta distancia. La beca me cubría la residencia y los estudios.
Cuando el taxi que me llevó desde el aeropuerto me depositó frente a un enorme portón de hierro forjado, a través del cual, allá a lo lejos se levantaba majestuosa la fachada de estilo victoriano del hall central de la universidad, me sentí realmente pequeña, muy pequeña, diría insignificante. Y mientras avanzaba hacia la recepción por las aceras de cemento que circundaban una vasta y cuidada superficie de césped, supe inmediatamente que aquel era justamente el lugar con el que había fantaseado, como punto de partida de la aventura que me tenía reservada la vida.
La prestigiosa institución académica, de más de dos siglos de existencia, se encontraba en la ciudad misma de Providencia, capital de Rhode Island; la segunda ciudad más importante de Nueva Inglaterra. Se erigía sobre la pintoresca“College Hill”,rodeada de docenas de casas y mansiones históricas, y cercada por una alta valla de columnas victorianas de ladrillo rojo a la vista y rejas de hierro forjado. Estaba muy próxima al centro de la ciudad.
Sobre una vasta superficie siempre verde se alineaban los edificios de residencia de los estudiantes que vivían dentro del campus, denominado“dormitorio”;salpicados de una gran cantidad de ventanas blancas, que se destacaban sobre la fachada de ladrillos rojos. A través de las ventanas, la mayoría abiertas de par en par, se veían espesas cortinas, todas de tono crema,“el color que va con todo”,pensé, mientras seguía de cerca al celador que me estaba acompañando hasta mi cuarto. Dada mi condición temporal, gozaría de una estadía de un año, me habían asignado un departamento compartido, en la llamada“Residencia de Lengua y Cultura”.
—Una de las características de esta universidad es ofrecer a sus estudiantes la posibilidad de compartir el espacio con personas con el mismo interés académico y cultural — me comentó al paso mi acompañante — Y esta parte del campus es mixto — agregó.
El camino hacia mi edificio daba un largo rodeo entre centenarios peumos, boldos y quillayes.
Una vez cumplimentados los trámites administrativos, de admisión y designación del dormitorio, me entregaron un colorido folleto informativo para nuevos residentes, así como el reglamento a observar dentro del campus.
El edificio poseía cuatro plantas, mi habitación se encontraba en la segunda. El cuarto tenía una superficie de unos nueve metros cuadrados, era rectangular y en la pared del fondo había una amplia ventana vestida con espesas cortinas de tono crema, que daba a un pequeño patio arbolados y verde. Frente al ventanal, había dos mesas y dos sillas, espalda contra espalda para dar mayor intimidad al momento del estudio. Entrando, a la derecha, las dos camas cubiertas de un cubrecama azul con el escudo de la universidad bordado; el suelo también estaba tapizado de una moqueta azul. Había un armario de dos cuerpos empotrado en la pared y frente a las camas una gran cómoda de seis cajones, sobre la cual había una cafetera, un hervidor eléctrico y un microondas. Sobre la cómoda una gran estantería de pared a pared, parte de ella ya había sido ocupada por una buena cantidad de libros; “seguramente son de mí compañera de cuarto” pensé. El baño era bastante amplio, tenía una gran repisa para los enseres, un pequeño armario para guardar las toallas y un secador de pelo adosado a la pared. Si bien el lugar tenía un aspecto sobrio, no distaba mucho en austeridad de aquel que mostraba mi mono-ambiente de Buenos Aires “Mientras tenga lugar para mis libros y un pequeño rincón donde colocar mi caballete portátil, todo el resto está bien”pensé.
Antes de entregarme la llave del cuarto, el celador me explicó brevemente el funcionamiento de todo lo que allí había y me dio otro colorido folleto con las instrucciones para el mantenimiento del cuarto, los horarios de apertura y cierre de la lavandería, que funcionaba con unas fichas que entregaban en la recepción.
Una vez que tomé posesión de mi lugar, comencé a desempacar. Mis clases comenzaban al día siguiente a las nueve de la mañana, en uno de los edificios más antiguos de la universidad, el llamado“Casa Churchill”donde funcionaba el departamento de Estudios Africanos. Según el plano del folleto, la mencionada dependencia distaba unos trescientos metro de mi lugar de residencia.
Ekwefi entró al cuarto cuando yo ya casi había terminado de organizar mis cosas. He de decir que me sorprendió sobremanera a primera vista. Fue un verdadero impacto cuando la tuve frente a mí, extendiendo su mano en un saludo excesivamente formal a mi juicio, entre dos jóvenes de nuestra edad.
—Soy Ekwefi Okwuofu, para servirle — se presentó la africana ceremoniosamente.
—Lía Berni — le respondí de la misma guisa.
— ¿Qué estudias? — fue lo primero que preguntó, en un perfecto inglés. Realmente me impactó la fluidez con que manejaba ese idioma, luego supe que era la lengua oficial de Nigeria.
—Literatura — respondí.
— ¿Y tú? — le pregunté a su vez.
—Literatura, también — respondió
Pronto supe que Ekwefi Okwuofu era nigeriana y que se encontraba en la Universidad Brown por las mismas razones que yo. Ella también había ganado una beca de la UNESCO. Ambas estábamos en la misma clase para cursar el programa“La visión de África en el imaginario colectivo occidental”,el cual abarcaba la literatura, la expresión artística y el aspecto sociocultural del África desde la mirada occidental post-colonial.
Si bien nuestras clases comenzaban a las nueve de la mañana, Ekwefi ponía el despertador a las seis. El primer día me despertó un verdadero concierto de pájaros nada desagradable, pero que me produjo tal sobresalto que me hizo saltar de la cama. Mi compañera con modos muy suaves procuró inmediatamente tranquilizarme, explicándome que aquella era la alarma de su teléfono celular, que el sonido era una grabación de los pájaros de su jardín en Nigeria que había mandado a hacer con un experto para traerlos consigo y así no extrañar tanto su casa. Poco a poco me fui acostumbrando a aquellos sonidos que me recordaban las películas de Tarzan que veía de pequeña; podría decir que hasta llegaron a gustarme.
Era increíblemente metódica en sus costumbres. Una vez que se levantaba, iba al baño directamente y allí permanecía más de una hora. La primera mañana de nuestra convivencia, luego de haberme recuperado del susto, me sobrevino una gran preocupación al comprobar que había pasado demasiado tiempo y ella no salía del baño, solo cuando le golpee la puerta y me respondió volví a la cama tranquila. Cuando salía ya estaba impecablemente vestida, peinada y maquillada. Vestía siempre a la usanza de su país: conjuntos estampados muy coloridos a los que ella llamaba“Aso Ilu”,una combinación de blusa, falda envolvente y un chal, a veces se ponía un turbante, otras se peinaba con una multitud de finas trenzas terminadas en cuentas de colores.
Luego alisaba prolijamente su toalla de baño y la colocaba sobre el respaldo de la cama para que se secara. Guardaba su neceser en la parte del armario que le correspondía y luego se colocaba los auriculares y abandonaba silenciosamente la habitación. Me preguntaba a menudo donde iba tan temprano ya que el comedor aún no estaba abierto para desayunar, hasta que un día me dijo que había descubierto una pequeña capilla fuera del campus y allí asistía cada mañana a la primera misa del día.
— ¡Ah! Pero tú eres católica — le dije asombrada cuando me lo contó, pues pensaba que practicaba algún otro culto propio de su país
—Es una larga historia que un día te contaré — me respondió sin más.
Yo, sin embargo, como solía quedarme hasta tan tarde leyendo o estudiando, aprovechaba la mañana para dormir hasta la hora límite; a veces ni siquiera tenía tiempo para desayunar.
A decir verdad teníamos maneras de vivir muy distintas, sin embargo nos fuimos adaptando una a la otra sin mayores inconvenientes. Aquella era la primera vez que convivía con alguien, así que tuve que poner en funcionamiento una virtud que hasta aquel momento no había desarrollado: la tolerancia.
En otra oportunidad me sorprendió gratamente el tipo de música que estaba escuchando. Una tarde, cuando regresé al dormitorio luego de la clase, la encontré escuchando en su computadora música pop latinoamericana; creo que la que sonaba era Shakira
— ¿Te sorprende que no esté escuchando músicayoruba1? — dijo riéndose, ante mi gesto, presumo, de desconcierto.
Luego de leer tanto materialad-hoccomo me fue posible antes del viaje académico, había logrado construir mi propio arquetipo del africano, dispensándole un profundo sentimiento de compasión. Sin embargo, jamás hubiera previsto la oportunidad de convivir con alguien perteneciente a ese modelo tan personal que había creado a partir de mi particular interpretación de los textos y que con el correr de la experiencia que el futuro me tenía reservado, no solo iba a transformar la mirada sobre mi misma, sino también sobre el concepto previamente conformado. En tal sentido, la convivencia con Ekwefi no solo iría a influenciarme de manera determinante, sino también me motivaría a realizar una reinterpretación de los textos de los autores clásicos que habían pasado por mis manos, sobre todo en lo que se decía sobre la vulnerabilidad histórica del África y del africano, ocasionada por las catástrofes y penurias padecidas sin cesar y a las diferencias existentes entre el continente negro y occidente. En mi versión previa no admitía que pudieran existir habitantes de esa tierra que se aproximaran excepcionalmente al modelo occidental: porque como decía Conrad eran una extraña mezcla “entre lo salvaje y lo humano.” Sin embargo, conocerla a Ekwefi me demostraba vívidamente que la brecha que separaba ambos mundos era casi imperceptible y que a partir de nuestra similitud compartíamos mucho más de lo que hubiera pensado.
En la clase éramos un grupo muy reducido de alumnos, la mayoría eran norteamericanos ya graduados que estaban haciendo una maestría. Y el resto éramos estudiantes extranjeros: latinoamericanos y africanos, reunidos bajo el auspicio de la UNESCO. Si bien había un representante por cada país, la excepción era Nigeria con dos estudiantes: Ekwefi Okwuofu y Obi Osinyi. Fue bien avanzado el curso cuando supimos la razón de la presencia de los dos becados.
A poco de haber comenzado el curso, un día, durante el receso del mediodía y de camino hacia el comedor, me alcanzó Obi Osinyi y ambos continuamos caminando en la misma dirección.
— ¿Qué tal la convivencia con Ekwefi? — fue lo primero que me preguntó.
—Por el momento muy bien. Solo llevamos un mes — le respondí — Hasta ahora el único inconveniente es que se levanta muy temprano y me despierta, pero voy habituándome poco a poco.
Obi se detuvo un momento para anudarse los cordones de sus zapatillas.
—Yo no podría vivir con una persona extraña —comentó
—Claro — dije.
Luego se incorporó y se paró frente a mí. Debía medir cerca de los dos metros. Era muy, muy delgado y suagbada2azul realzaba aún más su elegancia; como Ekwefi, siempre se vestía a la usanza étnica, aunque los colores que portaba eran más austeros que los de mi compañera de cuarto; en general usaba el azul, el gris o el negro. Quizá lo único que rompía la vestimenta tan formal era su gran colección de zapatillas de deportes, todas de primeras marcas norteamericanas. Una vez que se incorporó, me clavó una mirada profunda y cristalina, durante unos segundos, que me parecieron siglos. En aquel momento no supe que hacer, pues sentía como un ligero rubor subía a mis blancas mejillas, entonces bajé la mirada y traté de controlar mis pulsaciones, que parecían haberse disparado tal que un caballo desbocado.
— ¿Y tú donde vives? — se me ocurrió preguntarle para salir del paso.
— Vivo fuera del campus. Alquilé una pequeño apartamento a pocos minutos de la universidad — dijo apartando por fin la mirada, al tiempo que suspiró hondo. Luego se despidió y yo seguí mi camino hacia la cantina. Mientras se perdía entre los vericuetos de los edificios del campus en dirección a la salida, no pude evitar seguirlo con la mirada.“No seas necia, Lía”decía mi voz interior.
— ¿Damos una vuelta? — me propuso días más tarde.
Salimos caminando, codo con codo, por la avenida principal del campus en dirección a una de las cafeterías de la universidad. Era una bonita tarde otoñal; la variedad de tonalidades ocres y naranjas de las hojas de los árboles que salpicaban la gran extensión de césped siempre verde, indicaban un temprano otoño. Soplaba una brisa suave que obligaba a sujetarme con ambas manos mi amplia falda azul marino.
Pedimos ambos un café, a lo que el nigeriano agregó un trozo de tarta tibia de manzana con helado de vainilla. Mientras yo bebía a pequeños sorbos mi deslavado café americano, observaba a Obi como saboreaba con deleite el pastel.
Cuando su plato quedó literalmente limpio recién levantó la cabeza y me miró.
— Cuando no acababa lo que tenía en el plato, mi madre decía ¡come! ¿No sabes acaso que en este país hay muchos niños que no tienen nada? — comentó contemplando su plato vacío.
Al principio mantuvimos una charla anodina. Yo deseaba saber cosas de la vida de él, sobre su familia, las circunstancias que lo habían llevado a los Estados Unidos, sobre su vida cotidiana en África. Escuchaba absorta todo lo que él me contaba, a su vez el africano también tenía interés en saber cosas sobre mí.
—No tengo demasiadas cosas que merezcan la pena ser contadas – dije modestamente — Prefiero escucharte.
— Crecí en un barrio residencial de Lagos. Mi madre asegura que comencé a leer a los cuatro años. Cuando inicié el ciclo secundario me sentí atraído por la literatura inglesa, devoraba todo lo que caía en mis manos — comenzó diciendo Obi.
Yo podría haberle dicho que también había debutado en el mundo de la literatura con autores ingleses, pero preferí escucharlo.
—También fui escritor precoz — agregó Obi — Cuando comencé a escribir, a los seis años, lo hacía por medio de dibujos a crayón o lápiz. Curiosamente todos mis personajes eran blancos, esperaban a Papá Noel en Navidad y hacían muñecos de nieve; me servían de inspiración las novelas inglesas que mi madre me leía al principio y que luego adopté.
—Yo, sin embargo — intervine — adoraba las historias donde se enfrentaban los blancos contra los negros; y lo peor de todo es que disfrutaba cuando ganaban los blancos. Sin ánimo de ofenderte, Obi, por aquel entonces, los negros me parecían personas ignorantes — dije esto sintiéndome un poco imprudente.
—No Lía, no temas, no me ofendes, es más, casi pensaba de la misma manera que tu. Lo que demuestra cuan influenciables y sensibles podemos ser ante una historia, sobretodo si la leemos amparados por el candor infantil. En el tiempo de mi preadolescencia solo leía autores extranjeros, que ciertamente narraban cosas con las que yo no me sentía identificado. Pensaba que los libros solo se escribían en otros países. Pero todo cambió cuando descubrí que también existían autores africanos y al leerlos por primera vez comencé a reconocerme.
—En cambio en mi país siempre hubo una importante cultura literaria, hemos tenido grandes escritores locales que he ido conociendo porque los leíamos en la escuela, pero prefería los extranjeros porque a través de ellos descubría otros mundos más atractivos que el mío. Pero nunca hubiera podido imaginar, luego de leer aquellas historias donde describían a los africanos como seres salvajes, que también podía haber personas tan cultas como tú — dije mirando los vivaces ojos de Obi y la perpetua sonrisa que dejaba al descubierto una doble fila de dientes blanquísimos y enormes que iluminaba aún más su rostro viril.
Con el segundo café hubiera dado mi vida por fumar un cigarrillo, pero desde que había llegado a los Estados Unidos aquello era una tarea harto imposible; no estaba permitido fumar en ningún lugar, ni siquiera en el exterior de los edificios, ni en los espacios verdes, so pena de multas elevadísimas, por lo que poco a poco me fui proponiendo abandonar el vicio. Así que mientras disfrutada del giro que había comenzado a tomar la charla, me conformaba con satisfacer la ansiedad con pequeños sorbos de agua helada, de esos vasos gigantes colmados de hielo que acompañan cualquier cosa que uno pida en todas las cafeterías de los Estados Unidos.
En un momento dado Obi percibió en mí un cierto nerviosismo.
— ¿Te pasa algo? — me preguntó, interrumpiendo su relato.
—No paro de pensar en el cigarrillo.
—Eso sucede a todo el mundo cuando intenta dejar de fumar. No te preocupes, es algo temporal.
—Es muy fácil hablar cuando se trata de los demás —repliqué con un tono excesivamente impertinente para el caso — Estoy segura que tu no has fumado en tu vida.
—Qué triste sería la vida si no pudiéramos hablar de lo que le sucede a los demás ¡Que solos nos sentiríamos con nuestros propios problemas! — Comentó Obi condescendiente.
Como su comentario había dado certeramente en el blanco de mi arrogancia, no supe que contestar, entonces me llamé al silencio y aguardé pacientemente a que continuara.
—Si te he de ser sincero, al principio me impactó tu actitud condescendiente en mi presencia, como si estuvieras frente a alguien de condición inferior, pero comprendo tu reacción porque antes de venir a los Estados Unidos, yo mismo asumía esa postura frente a cualquier coterráneo que estuviera fuera de mi círculo social, por no sentirme genuinamente africano.
—¿Y qué te hizo cambiar de idea?
—Todo cambió en mí a raíz del impacto que me causaban las preguntas que me hacían al principio mis colegas americanos cuando me preguntaban sobre países africanos que yo no conocía, entonces me di cuenta que ellos no concebían al África como un continente sino como un país, por lo que procuraba explicarles que ningún africano era capaz de conocerlo en su totalidad dada su extensión. La ignorancia cultural que demostraban fue ciertamente el detonante que me estimulo a rever esta cuestión de mi propia identidad y fue quizá en esa reflexión que comencé a reconocerme en mi auténtica naturaleza africana. Descubrí que mi propia filiación estaba en juego y eso me hizo sentir vulnerable. Así que te entiendo, Lía. Si yo no hubiera nacido en Nigeria y si mi impresión del África procediera de la lectura de autores extranjeros, también creería que ese continente es un lugar de bellos paisajes, animales exóticos y gente salvaje que libran guerras tribales inexplicables. Un lugar donde la gente muere de hambre y de Sida. Donde nadie es capaz de valerse por sí mismo y que prefiere, aún a costa de sufrir algún tipo de esclavitud, ser asistido por blancos extranjeros a quienes solo les interesa nuestras riqueza.
— También es cierto que la literatura occidental se encargó de difundir ideas preconcebidas respecto al África — dilucidé — Dicen que cuando los primeros europeos llegaron a las costas occidentales africanas la llamaron“Etiopía”,que quiere decir“Tierra caliente”,arguyendo que era imposible de ser habitada por los blancos, y a los pobladores los nombraron“etíopes”o los“horribles hombres de cara quemada”.
—Ya lo había escuchado — admitió Obi — y también asociaban el color negro con el mal. Cuando era pequeño, recuerdo haber leído la parábola de Noé, quien ante la prepotencia de su hijo hacia la autoridad paterna, condenó a su descendencia a vivir en“las tierras iluminadas por un sol abrasador que los volvía negros.”
— ¿Y a ti no te molestan esos convencionalismos? — le pregunté un tanto asombrada por el desapego con que trataba los temas tan propios de su cultura.
—No, no me molestan— respondió con total naturalidad — debo decir que en cierta forma también fui cómplice de esas ideas preconcebidas porque me eduqué pensando que era blanco en un ambiente de intelectuales, mis padres, ambos profesores universitarios, en un barrio residencial donde la mayoría de nuestros vecinos eran blancos, a quienes frecuentábamos a menudo. Asistí a una escuela privada donde la mitad de los alumnos eran blancos. No fue hasta que comencé a leer autores africanos que me di cuenta que mi pelo rizado y mis facciones no respondían al estereotipo de un niño blanco; lo que no me causó ningún choque emocional, pues ya era lo suficientemente maduro como para comprenderlo objetivamente.