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Nacido en Alejandría (Egipto), Orígenes [185-254] es uno de los teólogos más eminentes y originales de la antigüedad cristiana, cuya fama saltó las barreras geográficas y temporales de su día, y cuyos padecimientos finales como mártir le acreditaron un merecido reconocimiento en autoridad moral y teológica. Defensor por acérrimo de la libre voluntad o libertad de elección de todas las criaturas, fue objeto en su época de duras críticas por parte de quienes en una comunicad cristiana aún no definida dogmáticamente no estaban de acuerdo con sus conclusiones ni sus métodos de interpretación bíblica. Hoy en día, con una visión histórica más amplia, entendemos que a pesar de algunas particularidades en su manera de entender ciertos puntos teológicos, lo único que Orígenes perseguía era contribuir a un mayor entendimiento de la Sagrada Escritura, a cuyo juicio se somete en todo momento. Y que por encima de su fama de "teólogo especulativo", Orígenes era ante todo un creyente fiel a la Escritura. De su inmensa producción literaria –más de seis mil títulos– se ha conservado sólo una exigua parte, y de la misma destaca con luz propia su grandioso Tratado de los Principios; es decir, una recopilación y debate de las doctrinas fundamentales del cristianismo; probablemente el primer esbozo conocido de una teología sistemática. Es donde mejor se manifiesta la profundidad y la audacia de la escuela alegórica y especulativa de Alejandría, y el que presentamos completo y en versión actualizada en este volumen de la colección PATRÍSTICA.
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Veröffentlichungsjahr: 2018
OBRAS escogidas
ORÍGENES
∙ Tratado de los principios ∙
COMPILADO POR:
ALFONSO ROPERO
Editorial CLIE
C/ Ferrocarril, 8
08232 VILADECAVALLS(Barcelona) ESPAÑA
E-mail: [email protected]
http://www.clie.es
Editado por: Alfonso Ropero Berzosa
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917 021 970 / 932 720 447)».
© 2018 por Editorial CLIE
OBRAS ESCOGIDAS DE ORÍGENES
ISBN: 978-84-945561-9-7
eISBN: 9788416845132
Clasifíquese:
Teología cristiana - Historia
Prólogo a la colección GRANDES AUTORES DE LA FE
INTRODUCCIÓN. MAESTRO DE LA PALABRA
Alejandría, el triunfo de la fe
Filón de Alejandría y la alegoresis
Alegoría, gramática y teodicea
Las Héxaplas
Libertad y determinismo
Preexistencia de las almas y Apocatástasis
Formación y ministerio
El teólogo y su obra
Discípulos y críticos
Tratado de los principios
PREFACIO
Planteamiento de los temas a tratar
La regla de fe y la doctrina de la Iglesia
Lo que es necesario creer y lo que es preciso buscar
Los puntos esenciales de la fe sobre Dios Padre, Cristo y el Espíritu Santo
El alma y su libertad
El diablo y sus ángeles
La creación de la nada en el tiempo
Las Escrituras inspiradas divinamente
El tema de la incorporeidad de Dios
Los ángeles, ministros de Dios para la salvación humana
LIBRO I
1 DIOS
Dios no tiene cuerpo en ningún sentido
Dios es fuego consumidor en sentido moral-espiritual
El Espíritu Santo no es un cuerpo
Dios es espíritu
Dios es incomprensible e inconmensurable
Dios es homogéneo e indivisible
La mente como imagen intelectual de Dios
Diferencia entre ver y conocer a Dios
A Dios se ve y se conoce por la mente
2 CRISTO
Examen de la naturaleza de Cristo, Hijo unigénito de Dios
Cristo no fue engendrado en el tiempo, sino en la eternidad
Cristo, Verbo revelatorio de Dios
Cristo es la razón de todo cuanto existe
La distinta generación de las criaturas y del Hijo
Confirmación de la Escritura
Cristo, imagen del Dios invisible
Dios de luz y dador de luz
Imagen de la misma persona o sustancia de Dios
El poder del poder
El Padre y el Hijo son un mismo Dios
La gloria y el señorío de Cristo
Luz de Luz
Cristo, espejo del Padre
Bondad de la Bondad
3 EL ESPÍRITU SANTO
La autoridad única y superior de las Escrituras
El Espíritu sólo es conocido por la Escritura
El Espíritu Santo es increado
El Espíritu escudriña lo profundo de Dios
Las operaciones del Espíritu
Participantes de la naturaleza divina
Participación en el Espíritu
Gracia especial y gracia general de la Trinidad
Recapitulación y exhortación
4 LA DEFECCIÓN O APARTAMIENTO
5 LAS NATURALEZAS RACIONALES
Poderes y dominios
El diablo y sus ángeles y la lucha espiritual
Creación, determinismo y libertad
El testimonio de la autoridad de las Escrituras
Las profecías de Ezequiel y la naturaleza de los poderes celestiales
La profecía de Isaías sobre Lucifer
6 EL FINAL O CONSUMACIÓN
Prejuicio, dogma y discusión
El sometimiento final a Cristo
Conocer el principio por el final
La unidad final
Especulación sobre la condenación y la salvación final
La renovación y la conservación de la materia
7 LOS SERES INCORPÓREOS Y CORPÓREOS
La naturaleza astral es mutable
Las estrellas, criaturas vivas
¿Cuándo es creada el alma?
La sujeción de las criaturas
8 LOS ÁNGELES
La asignación de cada ángel
Fábulas sobre distintos creadores y personalidades
Toda naturaleza es capaz del bien y del mal
La imparcialidad y la justicia de Dios
LIBRO II
1 EL MUNDO Y SU CREACIÓN
La ordenación del mundo para la libertad
Un cuerpo y muchos miembros
La materia no es increada, sino creada
La creación de la nada
2 LA NATURALEZA CORPORAL E INCORPÓREA
Cuestiones sobre la corporeidad
Sólo la divinidad es incorpórea
3 LA CREACIÓN Y SU RENOVACIÓN
Del principio del mundo y sus causas
El cuerpo corruptible y la incorruptibilidad
La materia corporal restablecida y renovada
No hay tiempo cíclico ni eterno retorno
Cristo, consumador de los siglos pasados y futuros
Los distintos significados de la palabra mundo
Cielos nuevos y tierra nueva
4 LA UNIDAD DE DIOS
Identidad de Dios en ambos Testamentos
Un solo Dios en ambas dispensaciones
Dios, invisible e inmaterial
Antropomorfismos e impasibilidad divina
5 LA JUSTICIA Y LA BONDAD DE DIOS
La división herética entre el Dios bueno y el Dios justo
La letra y el significado interno
La bondad y la justicia en Dios
Esperanza en el castigo
Identidad de la justicia y la bondad
No hay separación entre la bondad y la justicia en Dios
6 LA ENCARNACIÓN DE CRISTO
Preguntas sobre el cómo y el porqué del Mediador
El asombro de la encarnación de Dios en la fragilidad humana
El misterio de dos naturalezas en un mismo ser
El alma de Cristo
Un alma pura y sin pecado
Cristo no pudo pecar
La unión del alma humana de Cristo con la divinidad
Profecías sobre Cristo y su “sombra”
7 EL ESPÍRITU SANTO
La unidad de Espíritu en ambos Testamentos
El poder del Espíritu alcanza a todos en el Evangelio
Errores sobre la naturaleza del Espíritu Santo
Espíritu de consolación
8 EL ALMA
Alma sensible y móvil
El alma y la sangre de todos los seres vivientes
Alma humana, angélica y divina
El alma es una sustancia racional
¿Dejará el alma de ser?
La condición caliente y fría del alma
La conversión del entendimiento en alma
Cristo, ¿el alma de Dios?
9 EL MUNDO Y LOS MOVIMIENTOS DE LAS CRIATURAS RACIONALES
El número de las criaturas creadas
La libertad de las criaturas, primera condición
La diversidad de las criaturas
La sabiduría y la justicia y la diversidad de suertes entre la humanidad
El problema teológico de las diferencias humanas
El libre albedrío es la causa de la diversidad
No hay injusticia en el Creador, sino en la criatura
El juicio y las obras
10 LA RESURRECCIÓN, EL JUICIO Y LOS CASTIGOS
El cuerpo de la resurrección
Diferencias entre los cuerpos
La transformación del cuerpo corruptible en incorruptible
La naturaleza del fuego eterno y el recuerdo del propio pecado
El sufrimiento del desgarro del alma
La medicina y purificación divina
La parte que será quitada
Las tinieblas de afuera y el cuerpo de perdición
11 LAS PROMESAS
Las ocupaciones del hombre
Interpretación literalista de las promesas divinas
Interpretación cristiana de las promesas eternas
El deseo de saber implantado por Dios
El bosquejo presente de la imagen perfecta
Lo que falta por saber
Las moradas celestiales
Crecimiento constante en la visión de Dios
LIBRO III
1 EL LIBRE ALBEDRÍO
El problema de la libertad de la voluntad
La fantasía o instinto de los animales
Las incitaciones de la naturaleza
El poder de dominio de la razón
Causas externas y libertad de decisión
Prueba bíblica de la libre voluntad
Textos bíblicos contrarios a la libre voluntad
Resolución del problema
Dios no puede ser inculpado de injusticia
La lluvia de Dios
Las advertencias de Dios al faraón
El valor educativo del castigo
El tratamiento curativo del alma
El gran Labrador de la humanidad
Dios quita el corazón duro, el hombre lo pide
El propósito de las parábolas para los “de fuera”
Los tiempos de Dios para la salvación
“No depende del que quiere ni del que corre”
“Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican”
“Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer”
“Vasos de honra y vasos de deshonra”
Causas antecedentes del destino de las almas
Reconciliación de la voluntad divina y la humana
2 LAS POTENCIAS ADVERSAS
El diablo en el Antiguo Testamento
El diablo en el Nuevo Testamento
La parte de la naturaleza y la parte de Satanás
Las semillas del pecado y la ocasión de los demonios
Tentaciones y Providencia divina
Tentación y victoria
El conflicto de las sugerencias satánicas
El poder de Cristo para vencer
La permisión divina de las pruebas
Nada es operado directamente por Dios, y nada sin Él
3 LA TRIPLE SABIDURÍA
La superior sabiduría de Dios
La sabiduría del mundo
Príncipes y potencias espirituales de este mundo
Energías, sugerencias y libre voluntad
Causas antecedentes al nacimiento del alma en el cuerpo
4 LAS TENTACIONES
Teorías sobre la naturaleza del alma
La teoría de dos almas, una celestial y otra terrenal
El peligro de la tibieza
Los “deseos” de la carne y su significado
¿Ha creado Dios lo que es hostil a sí mismo?
5 EL MUNDO Y SU PRINCIPIO EN EL TIEMPO
Creación y consumación del mundo
Dios abarca todas las cosas en base a su principio
La creación de múltiples mundos
La creación de este mundo como “descenso”
Presciencia divina y destino humano
Cristo, restaurador de la ley del gobierno del mundo
La sujeción del Hijo al Padre
Los que se dejan enseñar y salvar
6 EL FIN DEL MUNDO
De la imagen a la semejanza de Dios
Todas las cosas no estarán en Dios al final
Dios, “todas las cosas en todos”
El cuerpo espiritual y la unidad de todas las cosas
La resurrección de la carne
La identidad del cuerpo para la eternidad
Dios hace y rehace todo de nuevo
Los tiempos de la salvación
La consumación final
LIBRO IV
1 LAS SAGRADAS ESCRITURAS
La superioridad de Moisés y Cristo
Extensión y aceptación universal del mensaje cristiano
Las profecías sobre el rey futuro
La elección de los gentiles
La extensión universal del Evangelio: obra divina
La venida de Cristo certifica la inspiración de las Escrituras
La Providencia divina
Lectura incorrecta de la Biblia
Dificultades de algunos textos bíblicos
El sentido literal y el sentido espiritual
El sentido profundo de la Escritura
El cuerpo, alma y espíritu de la Escritura
El sentido corporal
El sentido espiritual
El Espíritu Santo y la interpretación bíblica
El misterio oculto en las narraciones históricas y legislativas
La inspiración del Nuevo Testamento
Las dificultades del sentido literal
Incongruencias e imposibilidades de la ley
Lo absurdo del sentido literal
La realidad de la historia sagrada
Principios de interpretación
El Israel espiritual y el carnal
El tesoro oculto y escondido de la Escritura
El sentido místico del pueblo de Israel en el desierto
Las dos venidas de Cristo en Deuteronomio
Las inescrutables riquezas de Dios
El carácter progresivo del conocimiento y del misterio
La cuestión de las “sustancias” y la Trinidad
2 RECAPITULACIÓN
Del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, y de lo demás que se ha dicho antes
La eternidad del Hijo
Cristo formado en los creyentes
La obra y encarnación del Hijo
No hay partes en Cristo
Cristo asumió un cuerpo humano y un alma humana
Participantes en la Trinidad
La naturaleza de la materia
La materia y sus cualidades
Argumentación bíblica
La inmortalidad de las criaturas racionales
La imagen de Dios en el hombre
Índice de Conceptos Teológicos
Títulos de la colección Patrística
A la Iglesia del siglo XXI se le plantea un reto complejo y difícil: compaginar la inmutabilidad de su mensaje, sus raíces históricas y su proyección de futuro con las tendencias contemporáneas, las nuevas tecnologías y el relativismo del pensamiento actual. El hombre postmoderno presenta unas carencias morales y espirituales concretas que a la Iglesia corresponde llenar. No es casualidad que, en los inicios del tercer milenio, uno de los mayores best-sellers a nivel mundial, escrito por el filósofo neoyorquino Lou Marinoff, tenga un título tan significativo como Más Platón y menos Prozac; esto debería decirnos algo...
Si queremos que nuestro mensaje cristiano impacte en el entorno social del siglo XXI, necesitamos construir un puente entre los dos milenios que la turbulenta historia del pensamiento cristiano abarca. Urge recuperar las raíces históricas de nuestra fe y exponerlas en el entorno actual como garantía de un futuro esperanzador.
“La Iglesia cristiana –afirma el teólogo José Grau en su prólogo al libro Historia, fe y Dios– siempre ha fomentado y protegido su herencia histórica; porque ha encontrado en ella su más importante aliado, el apoyo científico a la autenticidad de su mensaje”. Un solo documento del siglo II que haga referencia a los orígenes del cristianismo tiene más valor que cien mil páginas de apologética escritas en el siglo XXI. Un fragmento del Evangelio de Mateo garabateado sobre un pedacito de papiro da más credibilidad a la Escritura que todos los comentarios publicados a lo largo de los últimos cien años. Nuestra herencia histórica es fundamental a la hora de apoyar la credibilidad de la fe que predicamos y demostrar su impacto positivo en la sociedad.
Sucede, sin embargo –y es muy de lamentar– que en algunos círculos evangélicos parece como si el valioso patrimonio que la Iglesia cristiana tiene en su historia haya quedado en el olvido o incluso sea visto con cierto rechazo. Y con este falso concepto en mente, algunos tienden a prescindir de la herencia histórica común y, dando un “salto acrobático”, se obstinan en querer demostrar un vínculo directo entre su grupo, iglesia o denominación y la Iglesia de los apóstoles…
¡Como si la actividad de Dios en este mundo, la obra del Espíritu Santo, se hubiera paralizado tras la muerte del último apóstol, hubiera permanecido inactiva durante casi dos mil años y regresara ahora con su grupo! Al contrario, el Espíritu de Dios, que obró poderosamente en el nacimiento de la Iglesia, ha continuado haciéndolo desde entonces, ininterrumpidamente, a través de grandes hombres de fe que mantuvieron siempre en alto, encendida y activa, la antorcha de la Luz verdadera.
Quienes deliberadamente hacen caso omiso a todo lo acaecido en la comunidad cristiana a lo largo de casi veinte siglos pasan por alto un hecho lógico y de sentido común: que si la Iglesia parte de Jesucristo como personaje histórico, ha de ser forzosamente, en sí misma, un organismo histórico. Iglesia e Historia van, pues, juntas y son inseparables por su propio carácter.
En definitiva, cualquier grupo religioso que se aferra a la idea de que entronca directamente con la Iglesia apostólica y no forma parte de la historia de la Iglesia, en vez de favorecer la imagen de su iglesia en particular ante la sociedad secular, y la imagen de la verdadera Iglesia en general, lo que hace es perjudicarla, pues toda colectividad que pierde sus raíces está en trance de perder su identidad y de ser considerada como una secta.
Nuestro deber como cristianos es, por tanto, asumir nuestra identidad histórica consciente y responsablemente. Sólo en la medida en que seamos capaces de asumir y establecer nuestra identidad histórica común, seremos capaces de progresar en el camino de una mayor unidad y cooperación entre las distintas iglesias, denominaciones y grupos de creyentes. Es preciso evitar la mutua descalificación de unos para con otros que tanto perjudica a la cohesión del Cuerpo de Cristo y el testimonio del Evangelio ante el mundo. Para ello, necesitamos conocer y valorar lo que fueron, hicieron y escribieron nuestros antepasados en la fe; descubrir la riqueza de nuestras fuentes comunes y beber en ellas, tanto en lo que respecta a doctrina cristiana como en el seguimiento práctico de Cristo.
La colección GRANDES AUTORES DE LA FE nace como un intento para suplir esta necesidad. Pone al alcance de los cristianos del siglo XXI, en poco más de 170 volúmenes –uno para cada autor–, lo mejor de la herencia histórica escrita del pensamiento cristiano desde mediados del siglo I hasta mediados del siglo XX.
La tarea no ha sido sencilla. Una de las dificultades que hemos enfrentado al poner en marcha el proyecto es que la mayor parte de las obras escritas por los grandes autores cristianos son obras extensas y densas, poco digeribles en el entorno actual del hombre postmoderno, corto de tiempo, poco dado a la reflexión filosófica y acostumbrado a la asimilación de conocimientos con un mínimo esfuerzo. Conscientes de esta realidad, hemos dispuesto los textos de manera innovadora para que, además de resultar asequibles, cumplan tres funciones prácticas:
1. Lectura rápida. Dos columnas paralelas al texto completo hacen posible que todos aquellos que no disponen de tiempo suficiente puedan, cuanto menos, conocer al autor, hacerse una idea clara de su línea de pensamiento y leer un resumen de sus mejores frases en pocos minutos.
2. Textos completos. El cuerpo central del libro incluye una versión del texto completo de cada autor, en un lenguaje actualizado, pero con absoluta fidelidad al original. Ello da acceso a la lectura seria y a la investigación profunda.
3. Índice de conceptos teológicos. Un completo índice temático de conceptos teológicos permite consultar con facilidad lo que cada autor opinaba sobre las principales cuestiones de la fe.
Nuestra oración es que el arduo esfuerzo realizado en la recopilación y publicación de estos tesoros de nuestra herencia histórica, teológica y espiritual se transforme, por la acción del Espíritu Santo, en un alimento sólido que contribuya a la madurez del discípulo de Cristo; que la colección GRANDES AUTORES DE LA FE constituya un instrumento útil para la formación teológica, la pastoral y el crecimiento de la Iglesia.
Editorial CLIE
Eliseo Vila
Presidente
Aunque no figura en el número de los llamados Santos Padres, Orígenes pasa por ser uno de los “santos” irreprochables y teólogos más eminentes y originales de la antigüedad cristiana, cuya fama saltó las barreras geográficas y temporales de su escuela y de su tiempo, cuyos padecimientos finales como mártir le acreditaron la veneración dada a los santos. Miles de peregrinos acudían a la ciudad de Tiro, donde descansaban sus restos mortales, en señal de reconocimiento de su autoridad moral y teológica. Por lo mismo, fue objeto de críticas por parte de quienes no estaban de acuerdo con sus métodos de interpretación bíblica, ni con sus conclusiones, que rayaban en la herejía o, cuando menos, en la heterodoxia.
Esta sospecha de heterodoxia explica suficientemente su ausencia de la lista oficial de los “santos”, pese a lo intachable de su conducta y de su carácter, lo que no se puede decir de san Jerónimo, hombre de mal genio donde los haya. Téngase en cuenta que la calificación de “santos” es de carácter caprichoso y arbitrario al no estar basada en razones de santidad práctica, sino de fidelidad teológica.
De la inmensa producción literaria de Orígenes, más de seis mil títulos, según Epifanio de Salamina, se ha conservado sólo una exigua parte. Escribió obras de carácter apologético, dogmático y ascético, pero la mayor parte gira en torno a la Sagrada Escritura. Estudió todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento. La teología de Orígenes, como la de todos los escritores de épocas precedentes, está basada en la Sagrada Escritura, a la que reconoce una autoridad absoluta y determinante. Es el gran rasgo de la teología de los primeros siglos. Las citas bíblicas abundan en tal cantidad que casi se podría reconstruir la Biblia a partir de ellas. La mayor parte de las obras de Orígenes se compone de exégesis bíblicas. Desde sus primeros días de maestro de catequesis comprendió que la tarea de su vida era dedicarse exclusivamente a la enseñanza de las Escrituras con todos los medios que disponía a su alcance.
Joven egipcio de los tiempos de Cristo (Retrato de Artemidoro, Museo Británico)
De su incansable actividad como predicador son testimonio el medio millar de homilías que hoy se le atribuyen. Para Orígenes, la Escritura es un océano profundo, repleto de verdades místicas que es necesario descubrir y comprender, juntamente con su sentido histórico. Por esto, no considera suficiente la interpretación literal del texto sagrado, que nunca descuida, sino que se esfuerza por encontrar el sentido espiritual de la Palabra de Dios, tan necesario para alimentar al pueblo de Dios, visión pastoral ésta que alienta en su trabajo científico. Por eso mismo, Orígenes es un precursor en materia de espiritualidad, como han hecho notar sus estudiosos. Pese a lo enorme de su edificio teológico, Orígenes no es un teólogo sistemático, a la manera de Tomás de Aquino o Calvino, por ejemplo. No trata tanto de poner en orden lógico las verdades de la fe, como de hacerlas saborear mediante una especie de degustación espiritual. Orígenes, fiel a Pablo, vive de la convicción de que la justificación del pecador es puro don que Dios hace al que se entrega a Dios por la fe, y no mérito del hombre. Pero al mismo tiempo sabe que las obras son fruto y manifestación de la fe, y que Dios da con la fe el poder y el querer obrar el bien. Muchos temas de teología espiritual, como el de los sentidos espirituales y el de los grados de perfección espiritual, correspondientes a los grados de purificación y de unión con Dios, hasta la suma unión mística, fugaz e inefable, adquieren en Orígenes formulaciones definitivas que habían de ser patrimonio básico del monaquismo posterior (J. Vives, Los Padres de la Iglesia, p. 250. Herder, Barcelona 1988, 3ª ed.).
En todo momento Orígenes quiere ser un teólogo de la Palabra y de la Iglesia. En medio de una situación todavía no definida dogmáticamente, Orígenes propone, sugiere, aporta, inquiere en todo lo que puede contribuir a un mayor entendimeinto de la Sagrada Escritura, a cuyo juicio se somete en todo momento. “Para que no parezca que construimos nuestras aserciones sobre temas de tal importancia y dificultad sobre el fundamento de la sola inferencia, o que requerimos el asentimiento de nuestros lectores a lo que es sólo conjetural, veamos si podemos obtener algunas declaraciones de la santa Escritura, por autoridad de la cual pueden mantenerse estas posiciones de una manera creíble” (Principios I, 6,4).
Para él el estudio y la meditación de la Biblia es la mejor manera de ejercitarse en la piedad, pues, pese a su fama de teólogo especulativo, Orígenes es ante todo un cristiano que lee la Escritura en función de su utilidad práctica para la piedad y no meramente intelectual. “Quien no combate en la lucha y no es moderado con respecto a todas las cosas, y no quiere ejercitarse en la Palabra de Dios y meditar día y noche en la Ley del Señor, aunque se le pueda llamar hombre, no puede, sin embargo, decirse de él que es un hombre virtuoso” (Hom. en Números, XXV, 5).
A la vista del carácter práctico de la Escritura y en función del crecimiento espiritual, Orígenes busca ante todo ser obediente a la Palabra de Dios. En esa escucha obediente de la Palabra reside la primera condición del buen exegeta. La segunda es el tiempo dedicado a la misma. “Para quien se dispone a leer la Escritura, está claro que muchas cosas pueden tener un sentido más profundo de lo que parece a primera vista, y este sentido se manifiesta a aquellos que se aplican al examen de la Palabra en proporción al tiempo que se dedica a ella y en proporción a la entrega en su estudio” (Contra Celso, VII, 60).
Además de todo ello, Orígenes es un hombre moderno, como hizo notar a finales del siglo XIX el profesor G. P. Fisher. No hay en él fanatismo, ni prejuicios, ni espíritu de polémica. Por el contrario, aprecia el valor del conocimiento verdadero, venga de donde venga. Es un investigador nato, que cree y busca comprender. Para él el Evangelio está en relación con la verdad y la ciencia. En las cuestiones que no están cerradas, ni son claras al entendimiento humano, Orígenes expone con libertad sus ideas y deja a los demás que discrepen libremente, no en vano, como veremos después, es un defensor apasionado de la libertad en todos los aspectos.
Vista general de la Acrópolis de Atenas Alejandría sucedió a Atenas como capital cultural del mundo grecorromano
En nuestra anterior introducción a la obra de Clemente, El Pedagogo, nos referimos en detalle a la creación y predominio de la Didaskaleion o gran escuela de Alejandría que, con Orígenes, alcanzó su punto más elevado. Durante años Alejandría fue madre y maestra de muchas iglesias.
Conviene repasar que Alejandría era la segunda ciudad del Imperio romano que, desde la época helenística había desplazado la capitalidad cultural de Atenas y ocupado su lugar. En medio de una encrucijada política, administrativa y comercial, Alejandría tenía una población de orígenes muy diversos que favorecía la comunicación de ideas y creencias, en competencia entre sí, obligándolas a esforzarse en superarse unas a otras.
Las ciencias, las artes, las letras tenían un puesto privilegiado en el museo y la biblioteca, la mayor del mundo entonces conocido, con 50.000 títulos, con sabios y escritores trabajando mantenidos por el Estado.
El cristianismo logró bien pronto su victoria sobre la cultura y la vida de los alejandrinos. Cuando el emperador romano Decio comenzó su persecución contra los cristianos en el año 249 d.C., se produjo un hecho significativo en orden al número de seguidores de la fe de Cristo. Detenido el obispo Dionisio cuando intentaba salir de la ciudad, los soldados lo condujeron a Taposiris. Entonces, unos campesinos que se habían reunido para celebrar una boda se precipitaron en el lugar donde estaba preso el obispo, hicieron huir a los guardianes y le liberaron. De aquí se deduce que el campo de los alrededores de Alejandría estaba ya cristianizado en gran parte en aquella época. Precisamente el dominio cada vez más extenso de la fe cristiana sobre pueblos y naciones donde ni siquiera podían llegar las legiones del Imperio, se convirtió en uno de los argumentos principales del carácter divino del mensaje evangélico y la prueba más palmaria del cumplimiento de las profecías veterotestamentarias que anunciaban un conocimiento universal de Dios.
“Lo que no habían podido ciento treinta años de dominación persa y seiscientos años de ocupación griega y romana iba a realizarlo el cristianismo en un siglo o dos. Transformó los espíritus desde dentro. Por supuesto, las grandes construcciones paganas cesan a fines del siglo III a raíz de la crisis económica, la cual se traduce por la constante degradación de la moneda desde el final de los Antoninos. Pero, además, una parte de la población había abandonado a los antiguos dioses. La religión antigua se había ido complicando cada vez más. Uno de los métodos más curiosos del pensamiento egipcio consistía en no desechar jamás una concepción para sustituirla por otra que pareciera mejor. Conservaban ambas como dos traducciones igualmente valederas de una misma realidad. Pero, si bien desde el punto de vista metafísico el procedimiento tiene algo bueno, prácticamente había transformado el culto y la teología en una especie de amalgama abstrusa y heteróclita que solamente podían penetrar los doctos. La sencillez de la nueva religión y la esperanza que daba a los infelices fueron conquistando poco a poco las almas” (François Daumas, La civilización del Egipto faraónico, p. 99. Ed. Óptima, Barcelona 2000).
Desde su misma fundación, Alejandría contaba con una importante comunidad judía, germen de la que seguramente surgió la primera comunidad cristiana en la ciudad. Los judíos eran mayoría en dos de los cinco barrios de la ciudad. Tenían una jurisdicción propia, sus finanzas, su consejo de ancianos presidido por un etnarca. El judío más famoso de todos los tiempos fue Filón, autor de una extensa obra teológica y filosófica de gran importancia. Partiendo de la filosofía griega expuso la religión de Moisés como la madre de toda sabiduría, de quien los filósofos habían bebido sus máximas principales. Los primeros cristianos, por medio de los alejandrinos, adoptaron muchas de las ideas de Filón, especialmente las que conciernen a su uso e interpretación alegórica de la Escritura. Quizá por ello, Filón fue rechazado e ignorado por sus propios congéneres una vez muerto, por lo que nos han llegado tan pocos datos de su vida personal.
Para los cristianos, sin embargo, Filón fue considerado uno de los suyos, un autor cristiano, a pesar de su judaísmo. Entre los primeros estudiosos figuran Justino Mártir y Teófilo Antioqueno en el siglo II. En el siglo IV Eusebio de Cesarea y Ambrosio compilaron los escritos filonianos sobre el Pentateuco. En los siglos VI y VII se hicieron unos Excerpta y una compilación de los libros de los Padres, entre los que figura Filón, que también aparece en la catena locupletissima ad Octateuchum de Procopio de Gaza, el cual tomó muchas citas de las Preguntas y respuestas sobre Génesis y Éxodo. Igualmente se encuentran amplios extractos de los Sacra Parallela de Juan Damasceno.
Filón, como la Iglesia primitiva, utilizó la versión griega de los LXX, traducida precisamente en Alejandría, que muchos creían, cristianos incluidos, que se había llevado a cabo por inspiración divina. Este es otro elemento más del rechazo de Filón por parte de sus compatriotas, cada vez más cerrados al helenismo y enemistados con sus competidores cristianos. Para marcar diferencias y poner distancia entre ambas religiones que apelaban por igual al Antiguo Testamento, los escribas reunidos en Janmia, bajo la dirección de Akiba, fundador del judaísmo rabínico, decidieron rechazar la Septuaginta y fijaron un texto hebreo diferente al utilizado por los traductores de la LXX, como texto autorizado.
Lo interesante de Filón es su interpretación alegórica de las Escrituras, que no es una producción original suya, sino que obedece a motivos apologéticos de la época, tanto judíos como griegos, que, desde un concepto más elevado de la ética, se enfrentan a pasajes moralmente comprometedores en sus libros sagrados (cf. Alfonso Ropero, Introducción a la filosofía, cap. II. CLIE, Terrassa 1999).
El objetivo de la interpretación alegórica no es eliminar la literalidad e historicidad del texto, sino ofrecer una explicación plausible a lugares y expresiones inspiradas que sugieran o admitan algo bajo e indigno de Dios. Ante los escollos morales y lógicos, a los que Orígenes atribuye una causa divina, el lector del texto sagrado tiene que entrar “en un camino estrecho –como indigno de Dios según la letra–, y pasar a un camino más alto y más sublime, para abrir así la inmensa anchura de la sabiduría divina” (Principios, V,15). El método alegórico es, ante todo, una exégesis digna de Dios y pastoralmente orientada.
Cuando los textos bíblicos, tomados en su sentido literal, conducen a un significado descabellado o inmoral, Orígenes piensa que no hay más remedio que acudir al método alegórico, de otro modo el cristiano no podría defenderse de la acusación de seguir mitos bárbaros, comparados con los cuales “las leyes de los romanos o los atenienses, parecen mucho más elevadas y razonables” (Com. in Levítico V, 1).
Para el intérprete moderno, más compenetrado con el sentido histórico de la revelación y del conocimiento, esos pasajes se pueden explicar en función de su tiempo, pero Orígenes, junto a sus contemporáneos, para los que la Biblia es un dictado del Espíritu ahistórico de carácter moral y salvífico, no tenía otra manera de defender el Antiguo Testamento contra los paganos y, especialmente, contra la crítica de los herejes, gnósticos y marcionitas, que mediante la alegoresis. “Además, la exégesis alegórica, aunque extravagante como método, no falsea siempre la intención real de la Biblia” (H. von Campenhausen, Los padres de la Iglesia, vol. I, p. 67. Cristiandad, Madrid 1974).
De hecho, la interpretación alegórica de la Escritura no niega la historicidad de ésta, simplemente añade otra dimensión al texto allí donde parece ser requerido. Lo que niega es la reducción de la Biblia a la categoría de un texto profano del que extraer observaciones históricas, religiosas y filosóficas sin relación a su naturaleza inspirada. La Biblia no es para él, ni para el resto de los creyentes, una colección de libros inconexos, sino el Libro de Dios, en el que cada detalle contribuye a explicar el conjunto y el todo ilustra el detalle. Para Orígenes, la Biblia es real y verdaderamente la inspirada Palabra de Dios, que a semejanza del Verbo encarnado, oculta su divinidad bajo la letra del texto, como Cristo la oculta bajo su cuerpo humano; y sería impío pretender encerrar la infinita fecundidad de la Palabra de Dios en una determinada interpretación imaginada por la débil mente humana. “En realidad, para Orígenes la Sagrada Escritura encierra infinitos significados, infinitos tesoros ocultos bajo la envoltura terrena de la letra, y esos significados se despliegan gradualmente ante el exegeta que progresa continuamente en el estudio y en la santidad, sin poder agotarlos nunca. En otros términos, la relación entre el texto sagrado y la persona que lo aborda no se configura de modo estático, como adquisición de un significado determinado y concluido, sino de forma eminentemente dinámica y existencial, para penetrar cada vez más a fondo en la fecundidad de la palabra divina. Infinitos son los niveles a los que puede acceder quien se acerca a ella, a medida que profundiza en su estudio y paralelamente aumenta la propia vida espiritual” (Manlio Simonetti).
Siguiendo la división tricotómica del ser humano de san Pablo, Orígenes afirma que la Escritura está en analogía al hombre, consta de cuerpo (soma); alma (psique) y espíritu (pneuma), a los que corresponde el sentido literal, moral y espiritual o alegórico (Principios IV, 11). Según Orígenes el triple sentido de la Escritura se funda en un texto de la misma, entendido a su manera, Proverbios 22:20: “¿No te he escrito tres veces en consejos y en ciencia?” De aquí deduce lo siguiente: “Cada uno debería describir en su propia mente, en una manera triple, el entendimiento de las letras divinas, es decir, para que todos los individuos más simples puedan ser edificados, por así decirlo, por el cuerpo mismo de la Escritura; porque así llamamos el sentido común e histórico; mientras que si algunos han comenzado a hacer progresos considerables y son capaces de ver algo más, pueden ser edificados por el alma misma de la Escritura. Aquellos, por otra parte, que son perfectos, y que se parecen a los que al apóstol se refiere: “Hablamos sabiduría de Dios entre perfectos; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que se deshacen: Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria” (1ª Co. 2:6-7); los tales pueden ser edificados por la ley espiritual misma, que es una sombra de las buenas cosas por venir, como si fuera por el Espíritu” (Principios IV, 11).
El problema del método alegórico es su subjetividad y falta de dominio por un criterio externo, igualmente accesible a todos. La interpretación alegórica conduce fácilmente a utilizar el texto bíblico como un pretexto para legitimar el pensamiento del exegeta. Pero no extrememos las desviaciones y recordemos en todo momento el carácter apologético del alegorismo o alegoresis. En el caso de los autores cristianos siempre se encuentran presentes otros factores reguladores como son la fe de la Iglesia y el sentido general y contextual del texto bíblico mismo. Una y otra vez, Orígenes somete al juicio de sus lectores lo acertado o erróneo de sus interpretaciones alegóricas, para lo que los remite al texto de la Escritura leído por ellos independientemente.
Orígenes nunca olvida el sentido literal de la Escritura, que él llama histórico o corporal. Es más, está bien equipado para la tarea gracias a la formación filológica recibida en su ciudad natal, cuyo máximo logro será las Héxaplas, obra de erudición filológica monumental, de la que hablaremos más tarde, pero que indica el especial cuidado que puso en el componente filológico de su trabajo de exégesis. De modo que, paradójicamente, Orígenes, el exegeta alegórico por antonomasia, ha sido en el mundo cristiano el primero en cuidar los límites del texto original y su correcta interpretación gramatical. “En efecto, sólo la exacta verificación de la letra del texto sagrado permite el planteamiento de la interpretación espiritual de modo no arbitrario y por ello correcto; solamente partiendo de las realidades terrenas (= letra de la Sagrada Escritura), las únicas con las que nosotros podemos entrar en contacto inmediatamente, podremos gradualmente alcanzar las realidades celestes (= espíritu de la Sagrada Escritura)” (M. Simonetti).
Además, en la interpretación del texto sagrado, Orígenes hace intervenir sus conocimientos de geografía, historia, geometría, astronomía, filosofía, medicina y todo lo que la ciencia de su época le ofrece. Tampoco duda en recurrir a sus amigos rabinos a quienes consulta sobre las interpretaciones, las costumbres o las tradiciones judías. Luego, en ningún modo, es Orígenes esa especie de fabulador bíblico que algunos imaginan. Es un intérprete serio, responsable, y precisamente por ello, cuando encuentra textos en la Escritura que, a primera vista, parecen contradecir la ética general del cristianismo, o comprometer el carácter santo de Dios, Orígenes piensa que es una indicación del Espíritu divino para señalar un sentido más profundo o espiritual. A esto le lleva también su preocupación pastoral. Orígenes entiende que la Biblia es, ante todo, un libro que enseña a los creyentes a vivir mejor. Esta finalidad le lleva a buscar aplicaciones pastorales en muchos pasajes históricos, aparentemente irrelevantes para la vida del cristiano. Más o menos lo que hacen muchos predicadores modernos al aplicar la Biblia a la vida de sus oyentes. Como bien se pregunta Henri Crouzel: “¿Debemos considerar hoy esta clase de exégesis tan sólo como un hecho cultural del pasado, que tuvo ciertamente su grandeza, o en cierta medida sigue siendo valedera todavía hoy para nosotros, cuando la exégesis contemporánea parece totalmente diferente?”, para responder a continuación: “Se puede señalar que después de tres siglos de una incomprensión casi total, se ha redescubierto no hace tanto tiempo el sentido y el valor de esta manera de interpretación. Por lo demás, la Biblia desempeña un rol muchísimo mayor en la piedad común de los cristianos que en tiempos anteriores, y nos podemos preguntar si a veces no hacemos exégesis espiritual sin saberlo… No se medita el Antiguo Testamento al modo cristiano si no se ve en él la prefiguración de Cristo. Por valederas que sean las lecciones que se pueden sacar de muchos de sus pasajes, se es todavía en ese caso un hombre de la antigua alianza que no ha llegado a ser cristiano, se es incapaz de descubrir cómo Jesús da sentido a toda la historia que lo precede… A veces se ha opuesto la exégesis científica de nuestros contemporáneos a la exégesis espiritual como si fuesen incompatibles. Esta oposición no puede ser tan categórica. Tanto Orígenes como Jerónimo pusieron ambas en práctica sin ningún problema. Según su definición moderna, la exégesis literal apunta a descubrir lo que quiso decir el autor sagrado. Una vez que se ha establecido esto, la exégesis espiritual lo sitúa en el misterio de Cristo. Explicar la Biblia como se explica un libro profano es tan sólo una primera etapa. La segunda es la que procura al cristiano un alimento espiritual. No se debe oponer lo que es complementario” (H. Crouzel, Orígenes, pp. 121, 122. BAC, Madrid 1998).
Si no hay provecho espiritual en la lectura del Antiguo Testamento, sino que por el contrario uno se enreda en observancias que han sido abolidas por la venida de Cristo, como ocurría en los días de Orígenes, y en realidad en todos los tiempos a partir de los judaizantes, el pasado histórico de Israel se convierte, entonces, en fábula judaica, historias que nada tienen que decir al lector cristiano moderno. Con el agravante de que la interpretación rigurosamente literal del Antiguo Testamento no puede dar razón suficiente del cumplimiento de las profecías en Cristo, por el contrario, la lectura cristiana del Antiguo Testamento requiere, por necesidad, la interpretación alegórica y espiritual. No hacerlo es dar razón al rabinismo y los impugnadores judíos del cristianismo.
Orígenes encuentra su método alegórico fundado en el mismo apóstol Pablo, maestro de los intérpretes cristianos del Antiguo Testamento (cf. 1ª Co. 10:1-11; Gá. 4:21-31), de quien deduce uno de sus principios exegéticos fundamentales: El Antiguo Testamento fue escrito para nosotros, cristianos, ya que lo ocurrido a Israel fue una figura (typikós) para los que han llegado al fin de los siglos. Esta afirmación supone necesariamente una exégesis espiritual, pues buena parte de sus preceptos, los relativos a las ceremonias y a la ley, ya no nos obligan en su literalidad, pero por cuanto han sido escritos para nosotros deben tener algún sentido para nosotros. Los relatos, en sí mismos, sólo tienen un sentido histórico, pero encierran un alto significado espiritual.
Y lo más importante, el método alegórico sirve para poner de relieve el cristocentrismo básico de la Escritura. El Antiguo Testamento en su totalidad, según Cristo, es un testimonio de Él (Lc. 24:27). Para que la Escritura no se convierta en un mero libro de historia sagrada, sino que sea un canal de revelación divina, tiene que mostrar su relación a Cristo. El Padre habla por el Hijo, y la Escritura es, de algún modo, el Verbo encarnado en letra. El sentido alegórico es la afirmación de Cristo como clave del Antiguo Testamento y centro de la historia de la salvación. Como más tarde hará Agustín –y Lutero en su día–, Orígenes busca en todas partes de la Escritura a Cristo. “Está como obsesionado por su presencia. La exégesis del Antiguo Testamento no es para él, sino una ocasión constante de volver al Evangelio. En todo momento compara los textos de una manera inimitable que hace honor tanto al teólogo como al exegeta” (H. Rondet, Historia del dogma, p. 62. Herder, Barcelona 1972).
Por otra parte, y en relación al intérprete, Orígenes sienta un principio exegético de primer orden: para interpretar convenientemente la Escritura inspirada, el intérprete debe estar igualmente inspirado que sus autores originales. A la inspiración de los textos sagrados, corresponde una misma inspiración en los lectores de esos textos, accesible mediante la fe y el Espíritu Santo. El carisma del intérprete es el mismo que el del autor inspirado. Para comprender a Isaías o a Daniel hay que tener en sí el mismo Espíritu Santo, y no se interpreta el Evangelio a menos que se tenga en sí el noûs, la mentalidad de Cristo, dada por el Espíritu, afirmación frecuente que repite también Gregorio el Taumaturgo (cf. H. Crouzel, op. cit., p. 107).
Códice Alejandrino (Lc. 12:54-13:4), siglo V (Museo Británico)
Al estudiar la Biblia, Orígenes busca una base amplia y firme, todo lo contrario de los que creen que se dejaba llevar por fantasías alegoristas. Por esta razón preparó para su uso personal la importante edición del texto del Antiguo Testamento, las Héxaplas, o seis columnas, obra de gigantesca ingeniería intelectual para su época. Junto al texto hebreo sin vocales se encontraba una transcripción fonética en caracteres griegos para fijar la pronunciación; luego, en otras columnas, estaban las diferentes traducciones griegas, la de Aquila, Símaco, Teodoción, y también la de los Setenta. Había, pues, cuatro traducciones que, con el tex-to hebreo y la transcripción, daban un total de seis estrechas columnas, las cuales permitían ser abarcadas de una sola mirada y establecer comparaciones. Pero a veces Orígenes añade una quinta y hasta una sexta o séptima traducción.
Para un círculo de lectores más amplio publicó un extracto de las Héxaplas, llamado Tétraplas, edición que sólo comprendía las cuatro traducciones griegas, sin presentar el texto hebreo. Por consiguiente, en sus trabajos de exégesis, Orígenes podía ya referirse a una base textual sólida. Sus interpretaciones, especialmente en los grandes comentarios, aspiran siempre a la objetividad rigurosa de una labor altamente científica.
Alejandría figura entre las comunidades cristianas más antiguas mencionadas en documentos del siglo I
En cierto sentido, Orígenes es el defensor por antonomasia de la libre voluntad o libertad de elección de todas las criaturas, debido a la cual cada una tiene lo que han merecido sus actos libres. No hay efecto sin causa precedente. Este axioma lógico le conduce a terrenos difíciles sobre el estado actual de los individuos como resultado de un mérito o demérito anterior, sin continuidad en la teología eclesial. Para entender su vigorosa defensa de la libertad humana hay que tener el contexto humano en que se desenvuelve y al que trata de responder y contrarrestar con su enseñanza.
El fatalismo y el determinismo estaban trágicamente presentes en la vida antigua mediante la astrología y las filosofías de corte estoico. Durante el gobierno de Augusto, la astrología llegó a ser una práctica corriente en todas las capas sociales del imperio. La caída de las ciudades antiguas, las luchas interiores y las conquistas pusieron término a la concepción de una sociedad simple y pequeña donde cada uno puede asumir su parte de responsabilidad. Al crecer el poder y la maquinaria imperiales, crece en los individuos el sentimiento de estar abandonados a un destino insondable y omnipotente. Los hombres se consideran juguetes de ese destino, y por eso los estoicos recomiendan que más vale someterse que oponerse a él.
La astrología se convirtió en una especie de religión astral. El mundo de los astros reina sobre el mundo terrestre y son venerados como divinidades que mantienen entre sí relaciones jerárquicas y que ejercen cada uno una acción particular. Marte, por ejemplo, es una fuente de desdicha, mientras Venus tiene una acción favorable. El Sol y la Luna son los amos del mundo astral.
Los cristianos, anclados firmemente en su fe monoteísta y en Cristo como el poder victorioso de las potencias terrestres y celestiales, rechazaron desde el principio la astrología como religión de los astros. No sólo Orígenes, sino Ignacio de Antioquía, Justino Mártir, Arístides, Taciano y Tertuliano reaccionaron contra la astrología, asociada a prácticas adivinatorias e idolátricas.
Como todas las creencias que tienen un amplio arraigo social, son difíciles de erradicar por completo. Recordemos cómo Agustín nos cuenta en sus Confesiones, lo atrapado que estuvo por la superstición astrológica de los maniqueos, hasta su conversión a la fe. A juzgar por la importancia de los ataques de Orígenes contra la astrología en sus homilías, es de suponer que gran número de cristianos prestaban atención a los astrólogos. A Orígenes le preocupaba seriamente el fatalismo astrológico en especial, y cualquier otro tipo de determinismo moral. El hombre ha sido creado libre por Dios, y nada de lo que le ocurre ha sido determinado por los dioses-astros. Los astros son signos, señales (gr. semainein), no causas-agentes de los acontecimientos humanos (gr. poiein). En esta distinción se advierte la influencia de su conciudadano Filón, quien en su comentario a Génesis 1:14, escribe: “Las estrellas fueron creadas, como el mismo Moisés dijo, no sólo para enviar luz sobre la tierra, sino para develar los signos del porvenir. Por su salida y su puesta, sus eclipses e incluso sus ocultamientos o por cualquier otra diferenciación de sus movimientos, el hombre conjetura lo que va a suceder: abundancia o escasez, aumento o muerte del ganado… Y además, por hipótesis sacadas de los movimientos de los astros en el cielo, algunos han predicho también los temblores de tierra, los terremotos y otros mil fenómenos entre los más insólitos, si bien está escrito con toda verdad: ‘los astros fueron creados para servir como señales’ (Gn. 1:14)”.
La creencia en un destino fijado de antemano por los dioses y escrito en las estrellas se remonta a la religión caldea y los renombrados magos-astrólogos de Babilonia. Todo está escrito y sellado en los cielos. A esto se conoce por fatalismo astrológico y Orígenes se erige en su mayor enemigo, en nombre de la libertad humana enseñada por la Escritura. Eusebio de Cesarea reprodujo el comentario de Orígenes sobre Génesis 1:14 en este mismo combate antiastrológico. A refutar el fatalismo dedicó Gregorio de Nicea su Tratado sobre el destino, Nemesio de Emeso, Diodoro de Tarso, Juan Crisóstomo, Agustín y Juan Filopón hicieron otro tanto.
Pero, ¿no enseña la Escritura un determinismo teológico cuando dice que Dios ama y aborrece a quien le place, adjudicando a cada uno su lugar en la economía de la salvación? A estos pasajes también aplicará Orígenes su talento. Los gnósticos enseñaban, basados en las afirmaciones del apóstol Pablo, que algunos hombres eran elegidos y salvados por Dios, por haber sido provistos de una naturaleza buena, mientras que otros eran separados desde su nacimiento y recibían una naturaleza mala.
Orígenes responde afirmando que la predestinación está basada en la presciencia divina, por la que Dios conoce anticipadamente todos los acontecimientos futuros, incluso los posibles no acontecidos que pudieran haber acontecido. “Dios ha recorrido con su inteligencia cada uno de los futuros. Posee el conocimiento perfecto de cada una de las realidades, de tal modo que nada, incluso lo que se considera banal y de poca importancia, escapa a su divinidad. Pero la presciencia no sólo sabe cómo se producirán los acontecimientos futuros, sino que percibe también las intenciones de aquellos que serán sus protagonistas. Dios ha percibido la inclinación de la libertad de ciertos hombres hacia la piedad, así como su impulso hacia la piedad, consecuencia de la inclinación” (Filocalia, cap. 25).
Así, pues, Dios conoce de antemano los actos libres de cada hombre, sin que sea la causa de ellos, pues el hombre es libre. La presciencia no es la causa de los acontecimientos futuros, y la libre elección del hombre está preservada en todas las circunstancias. La presciencia, en sí misma, pertenece únicamente al orden del conocimiento. No crea el porvenir, sólo lo conoce. Aquí coinciden todos los escritores de la época: Hermas, Justino, Ireneo y Clemente.
En buena lógica, los elegidos son aquellos cuyos méritos Dios conoció de antemano. No son, como pretendían los gnósticos, hombres de naturaleza excepcional, escogidos precisamente por ello. La condición de cada criatura deriva de sus méritos. Dios da a cada uno lo que merece, atestiguando así su justicia y su bondad. En este mundo de pecado y desarmonía, Dios encuentra la forma de conseguir que los pecados de los malos, de los cuales no es responsable, sirvan al todo (Contra Celso, IV, 54). El propósito de los primeros teólogos cristianos fue asegurarse contra todos sus enemigos de la libertad humana, de modo que Dios no sea tenido por culpable del pecado ni de la miseria humana.
Precisamente su apasionada defensa de la libertad humana, sin demasiada reflexión sobre el misterio de la soberanía y providencia divinas, le llevó a meterse en problemas de orden escatológico. Como Dios es bueno y el hombre es libre, Orígenes se niega a admitir que haya un límite a la bondad divina –representada por la condenación eterna–, que la libertad humana no sea capaz de rebasar. Para él no existe el “mal absoluto”. Nadie puede perder su libertad, ni en consecuencia, la posibilidad de convertirse. Dios es un pedagogo paciente que esperará el tiempo que sea necesario para que las almas se unan libremente a Él. “La obra de Orígenes está animada por la fe en que todos los hombres, sin excepción, elegirán en definitiva ser conocidos y amados por Dios.” Esto nos lleva a la doctrina más polémica de Orígenes, la restauración final de todas las criaturas o apocatástasis.
Aunque Orígenes manifiesta una y otra vez mantenerse dentro de los límites de la enseñanza o tradición de la Iglesia, extraña que en este punto no cayera en la cuenta de la herejía de sus proposiciones. Desde luego era consciente de que sobrepasaba los límites de la revelación cristiana, “sabe bien que en todas las especulaciones hay sin duda algo de irreal, de imaginario de poético. Pero él tiene fe en su visión; espera que ella lo llevará más cerca de la verdad contenida en la Biblia que si solamente se hubiera detenido en los antropomorfismos del texto literal y ‘revelado’, con el que la masa de los creyentes no filósofos se contenta de ordinario” (H. von Campenhausen, op. cit., p. 61).
Orígenes parte de un axioma no sostenido por ningún teólogo cristiano, dictado por las necesidades apologéticas antignósticas. Se trata de la preexistencia de las almas. Esta doctrina se explica en virtud de su búsqueda racional de una explicación de las desigualdades e injusticias de las criaturas en este mundo. Inquietud presente en todas las culturas y religiones, que dio a los indios la doctrina del karma; y a la que, a su manera, arriba Orígenes.
Para él, un número definido de seres espirituales incorpóreos, o naturalezas racionales libres, fue creado al principio, todos iguales y sin distinción entre ellos, ya que en Dios, bondad simplicísima, no podía haber causa de diversidad, que implica imperfección. La diversidad en la creación surgió como consecuencia de las opciones de las naturalezas racionales originariamente iguales. Fueron hechas para que libremente pudieran conocer y adherirse a Dios, su único bien. Poseían libre albedrío, que es inseparable de su existencia. Pero sus decisiones morales no fueron uniformes, en virtud de las cuales merecieron recibir unos cuerpos u otros. Sólo el uso de su libertad por cada uno ha introducido desigualdades entre ellos. Esta afirmación, dirigida contra los gnósticos, es absolutamente fundamental. La diferencia entre los ángeles y los hombres no es de origen, sino consecuencia y fruto del pecado.