Obras escogidas de Tertuliano - Alfonso Ropero - E-Book

Obras escogidas de Tertuliano E-Book

Alfonso Ropero

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Beschreibung

Tertuliano [160-220] nació en la ciudad romana de Cartago, y es considerado como el primer escritor latino del cristianismo. Es uno de los apologistas más brillantes de la fe cristiana y de los hombres más elocuentes que ha conocido la historia: apodado un "Gladiador" de la Palabra. Su capacidad para argumentar y debatir un tema fue de tal magnitud, que de su nombre: "Tertuliano" se supone deriva la palabra "tertulia", que se aplica cuando un grupo de personas se juntan para argumentar y debatir un tema. Acérrimo defensor de los dones o carismas del Espíritu Santo; convencido de la existencia real de los demonios y de la guerra espiritual, sus escritos sorprenden a muchos cristianos conservadores de nuestra época –que juzgan la costumbre de levantar las manos en la Iglesia como una "moda" reciente–, cuando descubren que en el siglo II, Tertuliano se refería ya a las formas de alabanza en la Iglesia diciendo: "En nuestro caso, no sólo alzamos las manos, sino que las extendemos, imitando el modelo de la pasión del Señor..." De sus numerosas obras disponibles, el presente volumen de la colección PATRÍSTICA presenta las cuatro consideradas como básicas en su producción literaria: I Apología contra los gentiles, en la que defiende la fe cristiana contra las calumnias de los paganos que acusaban a los creyentes de la Iglesia Primitiva de ser "adoradores de un asno". II Exhortación a los mártires, un mensaje de consuelo a los presos destinados a morir en el circo romano y que contiene una de sus frases más famosas: "La sangre de los mártires es semilla de la Iglesia". III La virtud de la paciencia, una serie de interesantes reflexiones mostrando la paciencia infinita de Dios con los pecadores y nuestra obligación como cristianos de actuar de la misma manera con nuestros semejantes. IV La oración cristiana, uno de los más completos y eruditos estudios sobre la oración que se hayan escrito a lo largo de toda la historia de la Iglesia.

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Veröffentlichungsjahr: 2018

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OBRAS escogidas

TERTULIANO

∙ Apología contra los gentiles ∙

∙ Exhortación a los mártires ∙

∙ La virtud de la paciencia ∙

∙ La oración ∙

∙ La respuesta a los Judíos ∙

COMPILADO POR:

ALFONSO ROPERO

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

http://www.clie.es

Editado por: Alfonso Ropero Berzosa

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917 021 970 / 932 720 447)».

© 2018 por Editorial CLIE

OBRAS ESCOGIDAS DE TERTULIANO

ISBN: 978-84-944527-2-7

eISBN: 9788416845149

Clasifíquese:

Teología cristiana - Historia

ÍNDICE GENERAL

Prólogo a la Colección GRANDES AUTORES DE LA FE

INTRODUCCIÓN: TERTULIANO, EL TRIUNFO DE LA FE

El cristianismo en África romana

Vida y obra

Obras y contenido

a) La persecución y el martirio

b) La paciencia, virtud sin igual

c) Las herejías y la regla de fe

d) La importancia del bautismo

e) La vida cristiana

f) La unidad de Dios trino en el Antiguo y el Nuevo Testamento

g) El alma, el juicio y la resurrección de la carne

Tertuliano y el montanismo

a) Tres clases de pecados

b) El canon de la Biblia

Montano y los “espirituales”

a) El carácter de la nueva profecía

b) reacción al “secularismo”

c) Escatalogía y rigidez

Nota bibliográfica

Libro I APOLOGÍA CONTRA LOS GENTILES EN DEFENSA DE LOS CRISTIANOS

1 No pedimos favores, sólo ser conocidos

La injusticia de la ignorancia

2 Obligados a guardar silencio

El ejemplo de Plinio

La perversidad del sistema judicial

Guerra de nombre

3 Ceguera para lo bueno

Odio a hombres inofensivos por un nombre inofensivo

4 Los cristianos no son peores, sino iguales a los mejores

Reformabilidad de la ley

La legislación contra los cristianos es injusta y absurda

5 Los peores gobernadores, los mayores perseguidores

6 Cambios en los decretos y costumbres

7 Imputación de crímenes sin prueba

El nefasto poder del rumor

8 Acusaciones inverosímiles

9 Los acusadores acusados de aquello mismo que acusan

10 Los dioses son hombres divinizados

11 Inutilidad de los dioses

12 La fabricación de dioses

13 Falta de respeto a los dioses

14 Los poetas, los filósofos y los dioses

15 Burla de los dioses

16 “Adoradores de un asno”

17 El alma naturalmente cristiana

18 La revelación de Dios en las Escrituras

19 Antigüedad de las Escrituras

20 Cumplimiento de las profecías

21 Cristo, hombre y Dios

La doble venida de Cristo

Muerte y testimonio de la resurrección de Cristo

22 Los demonios y sus tretas

23 Los dioses son demonios

El poder cristiano sobre los demonios

24 Libertad religiosa

25 Irreligiosidad del pueblo romano

26 Dios, no los dioses, es quien otorga el poder a los hombres

27 Preferible morir a renegar de la conciencia

28 La religión es una opción libre, no forzada

29 Los dioses no protegen a César, sino éste a aquéllos

30 Los cristianos oran por el emperador al Dios verdadero

31 La oración por los enemigos y los gobernantes según las Escrituras

32 El imperio romano y el fin del mundo

33 El César no es dios, sino por Dios instituido

34 Es adulación peligrosa llamar Señor a César

35 Rechazo de las fiestas escandalosas

No es sincera la honra al César

36 Los cristianos no hacen acepción de personas

37 La rápida multiplicación de los cristianos

38 Los cristianos no son una secta peligrosa

39 Lo que son los cristianos

El ágape cristiano

40 Los cristianos no pueden ser la causa de las calamidades públicas

41 Los cristianos son invulnerables, los paganos culpables

42 El cristiano es uno más en sociedad

De lo que se abstienen los cristianos

43 Los cristianos contra el engaño y el crimen

44 El cristiano no es criminal

45 La superior eficacia de las leyes cristianas

46 Cristianos y filósofos

47 Toda verdad procede de la revelación en las Sagradas Escrituras

48 Transmigración y resurrección

El testimonio de la creación

Recompensa y castigo eternos

49 Ser cristiano es una opción personal y libre

50 Vencidos, pero triunfadores

No desesperados, sino gloriosos

La sangre los mártires es semilla de los cristianos

Libro II EXHORTACIÓN A LOS MÁRTIRES

1 Vencer a Satanás en su misma cárcel

2 La cárcel del mundo y la libertad del espíritu

3 La cárcel como campo de entrenamiento moral

4 Someter la carne al espíritu, algunos ejemplos

5 Padecimientos por causa de la justicia

6 La vida está sometida a padecimientos

Libro III LA VIRTUD DE LA PACIENCIA

1 Importancia de la paciencia

2 La paciencia de Dios con los pecadores

3 La paciencia de Cristo

4 La paciencia obra obediencia

5 La impaciencia procede del maligno

La impaciencia originó el primer pecado y es la madre de todos ellos

Todo mal es impaciencia contra el bien

6 La paciencia es resultado de la gracia

La antigua y la nueva dispensación

7 Generosos en dar, pacientes en perder

8 Tolerar con paciencia las afrentas

9 La paciencia y la esperanza de la resurrección ante el dolor de muerte

10 La paciencia no se venga por sí misma

11 Dios castiga y reprende a los que ama

Sólo el humilde es paciente

12 Es imposible vivir sin paciencia

La paciencia da lugar al arrepentimiento

El amor se ejercita en la paciencia

13 La paciencia ejercita el cuerpo para el día de la prueba

14 Ejemplos bíblicos de paciencia

15 La paciencia perfecciona todas las virtudes

Donde está Dios, allí se halla su hija la paciencia

16 La falsa paciencia de los paganos

LIBRO IV LA ORACIÓN

1 El vino nuevo de la oración

La oración de Juan y la de Jesús

La oración del Señor contiene el Evangelio completo

2 La importancia del nombre “Padre”

3 Santificado sea su Nombre

4 La voluntad de Dios

5 La venida del Reino

6 Pan del alma, pan del cuerpo

7 Perdonar y ser perdonados

8 Satán el tentador

9 Sólo Dios podía enseñar esta oración

10 Podemos añadir nuestras propias oraciones a la Oración del Señor

11 En la oración no cabe el rencor

12 Libres de toda perturbación

13 Espíritu limpio, manos limpias

14 Cuando oramos confesamos a Cristo

15 Hay que evitar la superstición de los ritos

16 De pie en presencia del Altísimo

17 Manos sin altivez, voz sin gritos

18 El beso de paz

19 Las Estaciones

20 La modestia en la mujer

21 El velo de las vírgenes

22 Esposas y vírgenes

23 La importancia de arrodillarse o estar de pie

24 El lugar de la oración

25 Tiempo para orar

26 Prioridad de la oración en las relaciones fraternales

27 Aleluyas y salmos

28 La oración es nuestro sacrificio espiritual

29 El poder de la oración

LIBRO V RESPUESTA A LOS JUDÍOS

1 El pueblo judío y el pueblo gentil en la historia divina

2 La universalidad de la ley

La ley antes de Moisés

3 La circuncisión y el cese de la vieja Ley

4 La observancia del sábado

5 Los sacrificios

6 La abolición y el abolicionista de la vieja Ley

7 La cuestión del reinado universal de Cristo

8 El tiempo del nacimiento y pasión de Cristo y la destrucción de Jerusalén

9 Las profecías del nacimiento y los hechos de Cristo

Guerrero de paz y justicia

El Nombre de Jesús

Hijo de David

10 La Pasión de Cristo en las predicciones del Antiguo Testamento

El misterio increíble de la pasión del Hijo de Dios

Árbol de salvación

11 La profecía de Ezequiel. Sumario del argumento profético

12 El llamamiento de los gentiles

13 La destrucción de Jerusalén y la desolación de Judea

Belén, cuna del Mesías, hijo de David

El rechazo del pueblo rebelde

El destino de los judíos y el rechazo de Cristo

14 Las dos venidas de Cristo

Índice de Conceptos Teológicos

Títulos de la colección Patrística

Prólogo

a la Colección

GRANDES AUTORES DE LA FEM

A la Iglesia del siglo XXI se le plantea un reto complejo y difícil: compaginar la inmutabilidad de su mensaje, sus raíces históricas y su proyección de futuro con las tendencias contemporáneas, las nuevas tecnologías y el relativismo del pensamiento actual. El hombre postmoderno presenta unas carencias morales y espirituales concretas que a la Iglesia corresponde llenar. No es casualidad que, en los inicios del tercer milenio, uno de los mayores best-sellers a nivel mundial, escrito por el filósofo neoyorquino Lou Marinoff, tenga un título tan significativo como Más Platón y menos Prozac; esto debería decirnos algo...

Si queremos que nuestro mensaje cristiano impacte en el entorno social del siglo XXI, necesitamos construir un puente entre los dos milenios que la turbulenta historia del pensamiento cristiano abarca. Urge recuperar las raíces históricas de nuestra fe y exponerlas en el entorno actual como garantía de un futuro esperanzador.

“La Iglesia cristiana –afirma el teólogo José Grau en su prólogo al libro Historia, fe y Dios– siempre ha fomentado y protegido su herencia histórica; porque ha encontrado en ella su más importante aliado, el apoyo científico a la autenticidad de su mensaje”. Un solo documento del siglo II que haga referencia a los orígenes del cristianismo tiene más valor que cien mil páginas de apologética escritas en el siglo XXI. Un fragmento del Evangelio de Mateo garabateado sobre un pedacito de papiro da más credibilidad a la Escritura que todos los comentarios publicados a lo largo de los últimos cien años. Nuestra herencia histórica es fundamental a la hora de apoyar la credibilidad de la fe que predicamos y demostrar su impacto positivo en la sociedad.

Sucede, sin embargo –y es muy de lamentar– que en algunos círculos evangélicos parece como si el valioso patrimonio que la Iglesia cristiana tiene en su historia haya quedado en el olvido o incluso sea visto con cierto rechazo. Y con este falso concepto en mente, algunos tienden a prescindir de la herencia histórica común y, dando un «salto acrobático», se obstinan en querer demostrar un vínculo directo entre su grupo, iglesia o denominación y la Iglesia de los apóstoles...

¡Como si la actividad de Dios en este mundo, la obra del Espíritu Santo, se hubiera paralizado tras la muerte del último apóstol, hubiera permanecido inactiva durante casi dos mil años y regresara ahora con su grupo! Al contrario, el Espíritu de Dios, que obró poderosamente en el nacimiento de la Iglesia, ha continuado haciéndolo desde entonces, ininterrumpidamente, a través de grandes hombres de fe que mantuvieron siempre en alto, encendida y activa, la antorcha de la Luz verdadera.

Quienes deliberadamente hacen caso omiso a todo lo acaecido en la comunidad cristiana a lo largo de casi veinte siglos pasan por alto un hecho lógico y de sentido común: que si la Iglesia parte de Jesucristo como personaje histórico, ha de ser forzosamente, en sí misma, un organismo histórico. Iglesia e Historia van, pues, juntas y son inseparables por su propio carácter.

En definitiva, cualquier grupo religioso que se aferra a la idea de que entronca directamente con la Iglesia apostólica y no forma parte de la historia de la Iglesia, en vez de favorecer la imagen de su iglesia en particular ante la sociedad secular, y la imagen de la verdadera Iglesia en general, lo que hace es perjudicarla, pues toda colectividad que pierde sus raíces está en trance de perder su identidad y de ser considerada como una secta.

Nuestro deber como cristianos es, por tanto, asumir nuestra identidad histórica consciente y responsablemente. Sólo en la medida en que seamos capaces de asumir y establecer nuestra identidad histórica común, seremos capaces de progresar en el camino de una mayor unidad y cooperación entre las distintas iglesias, denominaciones y grupos de creyentes. Es preciso evitar la mutua descalificación de unos para con otros que tanto perjudica a la cohesión del Cuerpo de Cristo y el testimonio del Evangelio ante el mundo. Para ello, necesitamos conocer y valorar lo que fueron, hicieron y escribieron nuestros antepasados en la fe; descubrir la riqueza de nuestras fuentes comunes y beber en ellas, tanto en lo que respecta a doctrina cristiana como en el seguimiento práctico de Cristo.

La colección GRANDES AUTORES DE LA FE nace como un intento para suplir esta necesidad. Pone al alcance de los cristianos del siglo XXI, en poco más de 170 volúmenes –uno para cada autor–, lo mejor de la herencia histórica escrita del pensamiento cristiano desde mediados del siglo I hasta mediados del siglo XX.

La tarea no ha sido sencilla. Una de las dificultades que hemos enfrentado al poner en marcha el proyecto es que la mayor parte de las obras escritas por los grandes autores cristianos son obras extensas y densas, poco digeribles en el entorno actual del hombre postmoderno, corto de tiempo, poco dado a la reflexión filosófica y acostumbrado a la asimilación de conocimientos con un mínimo esfuerzo. Conscientes de esta realidad, hemos dispuesto los textos de manera innovadora para que, además de resultar asequibles, cumplan tres funciones prácticas:

1. Lectura rápida. Dos columnas paralelas al texto completo hacen posible que todos aquellos que no disponen de tiempo suficiente puedan, cuanto menos, conocer al autor, hacerse una idea clara de su línea de pensamiento y leer un resumen de sus mejores frases en pocos minutos.

2. Textos completos. El cuerpo central del libro incluye una versión del texto completo de cada autor, en un lenguaje actualizado, pero con absoluta fidelidad al original. Ello da acceso a la lectura seria y a la investigación profunda.

3. Índice de conceptos teológicos. Un completo índice temático de conceptos teológicos permite consultar con facilidad lo que cada autor opinaba sobre las principales cuestiones de la fe.

Nuestra oración es que el arduo esfuerzo realizado en la recopilación y publicación de estos tesoros de nuestra herencia histórica, teológica y espiritual se transforme, por la acción del Espíritu Santo, en un alimento sólido que contribuya a la madurez del discípulo de Cristo; que la colección GRANDES AUTORES DE LA FE constituya un instrumento útil para la formación teológica, la pastoral y el crecimiento de la Iglesia.

Editorial CLIE

Eliseo Vila

Presidente

Cartago en la actual Túnez, antigua África proconsular

INTRODUCCIÓN

TERTULIANO, EL TRIUNFO DE LA FE

Tertuliano es el primer escritor latino del cristianismo. Su formación fue jurídica, pero estaba al tanto de la filosofía, la historia y la ciencia de su tiempo, propio del nuevo tipo de sabio cristiano que, desde el centro de la cruz se abre a las inquietudes humanas con afán transfigurador, “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2a Co. 10:5). Buen conocedor del griego y del latín, propio de personas cultas, Tertuliano toma de la ley romana los argumentos del derecho que, unido a su cultura filosófica y literaria, le convierten en un contrincante implacable y revolucionario, cuyo principal punto de apoyo y final consiste en la superior excelencia moral del carácter cristiano sometido a difamación y persecución ilegal de sus enemigos, por más que los edictos persecutorios partan de la autoridad legalmente establecida.

Gladiador de la palabra, Tertuliano arremete contra sus jueces convenciéndolos por todos los medios y maneras de que ellos eran más culpables que aquellos a quienes juzgan. Ni una sola vez trata de ganarse su favor, sino de poner al descubierto su duplicidad, su falta de consecuencia lógica, su vanagloria; no sabemos si convenció a alguno, pero ciertamente irritó a muchos. Tertuliano no pide perdón ni ofrece excusas por ser cristiano, sino que defiende el cristianismo exponiendo los absurdos e injusticias de sus acusadores, precisamente aquellos que falsamente atribuyen a los cristianos; como buen abogado sabe que la mejor defensa es el ataque. Observa el movimiento del enemigo para devolverle el golpe y convierte cada acusación en un arma afilada que se vuelve contra sus autores. Si alguna vez parece que se pone en el lugar de los jueces y se muestra comprensivo con ellos, forzados por el pueblo a dar espectáculos a costa de los cristianos, en seguida arremete contra ellos y les acusa de querer congraciarse con el pueblo mediante sentencias de condenación a tortura y muerte.

Comparte con sus contemporáneos una indubitable creencia en los demonios a los que, como cristiano, atribuye la persecución de la que es objeto la verdad cristiana, pues el Diablo es mentiroso y padre de mentira (Jn. 8:44). La muerte por el testimonio de Jesús, el martirio, es considerado por los creyentes como un combate contra Satanás. Tienen conciencia de que lo que está en juego es superior a ellos. De ahí el furor rabioso de los ataques injustificados. Es Cristo quien, por ellos y en ellos, se enfrenta al mal. No son ellos los que únicamente sufren, Cristo sufre en ellos. Pero es el sufrimiento de la victoria, del justo por los injustos. “Somos vencedores muriendo y escapamos cuando sucumbimos” (Apología L, 3).

Se le ha considerado extremista, riguroso, mordaz, inflexible. Y lo es en relación directa a su idealismo y su amor a la verdad y la justicia que siente pisoteada, silenciada y triturada sin lugar a la defensa. Tertuliano, buen soldado de la fe, no rehúye la confrontación y la muerte consiguiente, pero le duele ser silenciado sin que se le ofrezca la oportunidad de defenderse al menos. A Tertuliano le duele la ignorancia de los jueces del cristianismo. Entiende la furia del populacho, pero no puede aceptar la deserción de los administradores de justicia de los principios básicos del procedimiento jurídico.

Como adivinando que, por la naturaleza de las cosas y del ser humano, sus peticiones de justicia iban a ser ignoradas por sus jueces y críticos, Tertuliano presenta algo más que una defensa de la fe cristiana. No pide medrosamente un derecho a la vida y al respeto, hace ver que el mismo hecho de negárselos constituye la mayor prueba de injusticia y error que se pueda dar en la sociedad que persigue a los cristianos, ya que, sin lugar a dudas, los cristianos son más útiles al gobierno, más sensatos, más éticos que la mayoría de sus conciudadanos. Los dioses gentiles son héroes divinizados, la Divinidad cristiana convierte en héroes a los creyentes. Tertuliano fustiga implacablemente a sus probables lectores gentiles, se burla de sus dioses, de sus tradiciones, expone sus vicios, sus faltas. Tertuliano no pide perdón por nada, sino que parece reclamar una petición de perdón de quienes con tanta saña como injusticia persiguen a hombres y mujeres tan inocentes, valerosos, honrados y veraces como los cristianos. Si en una ocasión dice, respecto a la filosofía, ¿qué tiene que ver Jerusalén con Atenas?, en esta pregunta, ¿qué tienen que ver los cristianos con los gentiles?

Sólo un idealista podía escribir como él acerca de las virtudes del nuevo hombre cristiano. Elogió de corazón la vida de sus hermanos, hombres y mujeres, que aman y cuidan sinceramente unos de otros. Para él los cristianos representan el nuevo tipo de hombre que la humanidad estaba reclamando. Superiores sin soberbia, porque la suya es la superioridad del espíritu, de la santidad, de la inocencia, en el sentido propio y etimológico de la palabra: no ser nocivo, no dañar a nadie. Al final este tipo de hombre acabaría por imponerse a la fuerza del imperio, no por ardides políticos, sino por el mismo valor de su espíritu, de sus ideales, de su limpieza de miras.

Más que un rigorista, y quizás por ello, Tertuliano es un triunfalista. Él no podía prever los años que aún restaban a los cristianos de sufrir una persecución tras otra, hasta el triunfo definitivo de la Iglesia perseguida sobre el Imperio perseguidor; sin embargo, Tertuliano escribe como quien está seguro de la victoria, por eso no se lamenta, ni suplica, está firmemente convencido de la justicia y la verdad de su caso, y por lo tanto en la victoria inminente, en el triunfo de la fe. Por ella hay que purificarse y mantenerse firme.

El escrito dirigido al procónsul Escapula, entre los años 202-212, con motivo de una fiera y cruel persecución, representa el último grito de triunfo del viejo gladiador de la palabra: “Cuanto más nos abatís, más nos levantamos. No devolvemos mal por mal, pero os lo advierto: ¡No luchéis contra Dios!” A los oídos de sus enemigos todo esto sonaba a insolencia, a amenaza incluso, como cuando Tertuliano, tanto en su primera como en su última apología, insinúa que por su número los cristianos serían capaces de levantarse contra el imperio y echarlo a perder si no fuera porque les estaba prohibido en sus Escrituras. Con sólo negarse a trabajar, los cristianos pondrían en peligro todo el sistema imperial de comercio y dominio.

Coliseo romano de El Djem, en el África proconsular, actual Túnez

El cristianismo en África romana

No sabemos cómo llegó el Evangelio al norte de África, esa franja del Mediterráneo que va de la actual Libia hasta Marruecos, con su centro de gravedad en Cartago (en la actual Túnez); sólo podemos decir que para el siglo II, los cristianos se contaban por miles. El Evangelio prosperó de tal modo que se expandió hacia las tierras vecinas de la Península Ibérica. Pues, dejando a un lado la fabulosa leyenda de la evangelización de España por parte de Santiago y la más que probable visita de Pablo a las colonias mediterráneas, el cristianismo entró en España desde África, quizá por un medio tan relativamente sorprendente como el ejército romano, que en más de una ocasión y lugar constituyó un decisivo vehículo de cristianización. Se explica, por el contacto a que obliga la vida castrense y por los frecuentes traslados de unidades, que transportan consigo nuevas ideas y costumbres, o el veterano licenciado que trae de regreso al hogar el conocimientos de otras gentes y otras creencias.

Parece que la Legio Vll Gemina estacionada al norte de África fue diseminada por el norte de la Península Ibérica, por la zona de Astorga-León, Mérida y Zaragoza, donde para el año 254 se documentan comunidades cristianas. Marcelo, centurión de la Legio VII Gemina, posiblemente de origen hispánico, fue martirizado en Tánger por su fe cristiana. Soldados mártires de la mencionada legión fueron Prudencio, Celedonio y Emeterio.

Al lado del ejército tenemos también el comercio y los comerciantes como factores estratégicos de expansión de las doctrinas cristianas. Mercaderes de antiguo, los norteafricanos mantenían una estrecha relación comercial con los peninsulares de Iberia. Dos de ellos, Cucufate y Félix, fueron martirizados en Barcelona y Gerona, respectivamente. Félix era en realidad un misionero africano disfrazado de mercader, que predicó en Barcelona, Ampurias y Gerona. Cucufate, o Cugat, nació en Scillis, de padres nobles y cristianos, y fue de África a Barcelona. Por las ciudades de donde proceden los mártires de la persecución de Diocleciano: Barcelona, Gerona, Zaragoza, Valencia, Calahorra, León, Mérida, Sevilla, Alcalá de Henares, Córdoba y Toledo, se deduce que el cristianismo había hecho progresos en ciudades de la costa o situadas en las grandes vías de comunicación mercantil (cf. Luis García Iglesias, en Historia de España Antigua, t. II, Hispania Romana, cap. XX. Ed. Cátedra, Madrid 1978; A. Tovar, A. y J. M. Blázquez, Historia de la Hispania romana. Alianza, Madrid 1980, 2a ed.).

El abandono del pueblo beréber, ganado posteriormente por el Islam, motivó la desaparición del cristianismo en esa área

Volviendo a Cartago, lugar de nacimiento de Tertuliano, sabemos que por aquellas fechas tenía una población numerosa y contaba con riquezas iguales a Roma. La población de Cartago, fundada de antiguo por colonizadores fenicios, consistía básicamente en tres grupos: los romanos, que formaban la clase alta con el monopolio de la propiedad y de las grandes empresas comerciales, los fenicios o púnicos, que formaban la clase media, y los beréberes indígenas, en su mayoría agricultores y obreros. Se hablaban tres idiomas, berberisco, púnico y latín. Los cristianos pertenecían en su mayoría a la clase romana, seguidos de los púnicos. Los beréberes, de etnia africana, empujados hacia el norte por la desertización del Sahara, apenas si conocían la fe cristiana. Nada en absoluto en las ciudades del interior. El cristianismo era predominantemente urbano y latino. Los beréberes hablaban distintos dialectos, que los hacía menos receptivos e interesados por el cristianismo de corte y lengua romana. Por lo general apoyaron casi todas las doctrinas y movimientos que se opusieron a Roma, donatistas y montanistas, herejías de corte puritano que pervivieron en África durante siglos, constituyéndose en una verdadera amenaza para la Iglesia. Por el lado social, los beréberes pasaron a formar parte de los circumceliones, bandas de campesinos sin tierra que vivían de la práctica del bandolerismo y que tuvieron en jaque a las legiones romanas, siendo el terror de los grandes propietarios. Como hicimos notar en nuestra introducción a la obra de Agustín de Hipona (cf. La utilidad de creer), el abandono del pueblo beréber constituyó el mayor error de la Iglesia, siendo la causa de la desaparición del cristianismo en el norte de África con la aparición del Islam y la conversión en masa de los beréberes al mismo.

La población cristiana de África del Norte fue mayor que la de ninguna otra parte del Imperio, con la excepción de Asia Menor, cuna del montanismo. Cuando los césares iniciaron la persecución del cristianismo, África se convirtió en una especie de refugio para los huidos de Roma, debido a la paz relativa que disfrutaba. Las conversiones se multiplicaban, llamando la atención de las autoridades y del pueblo, que no veían con buenos ojos una creencia tan radicalmente contraria a las costumbres y las divinidades populares. A finales del siglo II la persecución estalló violenta, atroz y letal. El procónsul Vigelio Saturnino fue “quien primero usó aquí la espada contra nosotros” (Tertuliano, A Scapulam, III). El primer relato que nos ha llegado de un martirio se refiere a siete hombres y cinco mujeres de la ciudad de Escilia en Numidia, todos con nombres latinos, que fueron ejecutados en Cartago.

La persecución solía surgir por un motivo ajeno a la fe, la celebración de una victoria, por ejemplo, en honor del César y los dioses del Imperio. Se difundió el rumor de que los cristianos se apartaban de las fiestas en honor del emperador por ser parte de una conjuración contra el mismo. ¿Acaso no despreciaban los cristianos la sociedad presente en nombre de otra futura mejor? No había más que decir. El pueblo, como suele ocurrir en estas ocasiones, pidió la cabeza de los cristianos y, por si no se le daba, decidió cortarlas él mismo. Las autoridades, siguiendo una política de no resistir al pueblo, se plegaba a los deseos del mismo y solían concederles lo que querían bajo viso de legalidad. El Senado dictaminó el modo de llevar a cabo la represión de los cristianos. No pudo ser más malévolo. Los senadores dictaminaron que no se oyese a los cristianos en su defensa, siendo reos de muerte por el solo nombre de “cristianos”. El pueblo salía desbocado por las calles, entregado a una orgía de sangre y muerte. Se degollaba, abrasaba y despedazaba a los cristianos. Todo era horror, llanto, gemidos de inocentes, sangre pura miserablemente derramada. Bien se ha dicho que Tertuliano escribe con letras empapadas en la sangre de sus hermanos de fe.

Pero si la actuación del pueblo era condenable, más lo era la de las autoridades que la permitían o hacían bien poco para impedirla, violando así la ley de justicia criminal, como Tertuliano les echa en cara una y otra vez. Como vemos en el caso de los plateros de Éfeso que vivían del culto local a Diana, los primeros en sentirse amenazados con el crecimiento del cristianismo eran los artesanos y negociantes que vivían del culto pagano a los dioses, astrólogos, videntes y nigromantes. Sin embargo, como escribe Ludwig Hertling, lo que más debió influir sobre la opinión pública fue la actitud del gobierno. “Por lo común, el hombre corriente no está en situación de mantener por mucho tiempo una opinión distinta de la de sus autoridades. Muchos pensarían: no sé lo que serán los cristianos, pero sus razones tendrá el gobierno para proceder una y otra vez con tanto rigor contra ellos” (Historia de la Iglesia, p. 71. Herder, Barcelona 1979, 6a ed.).

Ningún delito podía imputarse a los cristianos, excepto llamarse tales. Una incomprensible y banal “guerra por causa del nombre” (Tertuliano, Apología II, 18) llevada con más o menos eficacia por los funcionarios del Imperio sin remordimientos de conciencia, tranquilizados por la reacción del pueblo siempre deseoso de carne fresca para el circo y las fieras. Muchos historiadores de la Iglesia se han esforzado en encontrar las causas legales de las persecuciones, dado el sentido jurídico que los romanos dieron a todas sus actuaciones, pero no hubo ninguna otra que el odio al nombre “cristiano” mantenido por la inercia de los funcionarios. “Los cristianos fueron reprimidos por la autoridad imperial por el simple hecho de declararse seguidores de un cabecilla subversivo juzgado, condenado y justiciado. Es decir, en la terminología de la época, por el simple nombre de cristianos” (José Montserrat Torrents, El desafío cristiano, las razones del perseguidor, p. 44. Anaya & Mario Muchnik, Madrid 1992).

Ningún lector moderno puede leer las actas de los mártires, o la misma Apología de Tertuliano sin percibir el horror que suponía ser juzgado por cristiano, sin posibilidad de defensa, entregado al verdugo sin causa. Tanta ceguera y tanta crueldad, aun admitiendo las razones del Estado perseguidor, desacreditan al Imperio romano y nos llevan a cuestionar una y otra vez la racionalidad del ser humano.

Vida y obra

Quinto Septimio Florencio Tertuliano nació aproximadamente unos años antes del 160 d.C., en Cartago. Hijo de un centurión en el servicio proconsular tuvo la oportunidad de acceder a los estudios superiores que la sociedad tenía reservada entonces a los afortunados. Leyó los poemas de Homero y estudió los sistemas filosóficos, por cuyos autores sentía poca simpatía en cuanto personas sometidas a muchas debilidades de carácter moral. Al parecer, Tertuliano desarrolló en su infancia un fuerte sentido del deber y el ideal. Acabados sus estudios fue a pasar un tiempo en Roma, donde ejercitar su profesión, “famoso y distinguido experto en ley romana” (Eusebio, Hist. Ecl. II, 2).

Conocía tanto el latín como el griego, aunque hasta nosotros no ha llegado ningún trabajo de los que escribió en esta lengua. Pagano por educación y nacimiento, compartía con el resto de sus conciudadanos los prejuicios comunes contra el cristianismo hasta bien entrado en la mitad de su vida. Hacia 195-197 se convirtió al cristianismo, y desplegó una incansable e impetuosa actividad literaria en defensa y explicación de su fe recién hallada.

No conocemos los motivos exactos que le llevaron a dar un paso tan importante como la conversión a un grupo de gentes que se consideraba la hez de la tierra. Al parecer fue atraído por la constancia y fortaleza de los cristianos en el martirio, como podría deducirse de su escrito a Escapula: “No tenemos ningún señor, sino Dios. Él está ante usted, no puede ocultarse de usted y, sin embargo, usted no le puede hacer ningún daño. Pero esos a quienes considera como señores son sólo hombres, y un día ellos mismos deben morir. Por contra, esta comunidad será eterna, puede estar seguro; justamente en el tiempo de su abatimiento se levantará con más poder. Todos los que han presenciado la noble paciencia de sus mártires, como golpeados con dudas, han sido inflamados con el deseo de examinar la materia en cuestión; y tan pronto como conocen la verdad, se enrolan directamente como sus discípulos” (A Scapulam, V). ¿Acaso no fue Tertuliano quien acuñó la célebre frase “semilla es la sangre de cristianos”?

La conversión de Tertuliano debió tener lugar en la ciudad de Cartago y no en Roma, donde tenía su residencia habitual. Es demasiado tentador imaginar sus circunstancias. Debió ocurrir algo inusitado para que un hombre de su educación y temperamento abandonara su carrera jurídica, próspera y distinguida, para ponerse al servicio de un culto religioso popularmente despreciado. “Había recibido el mejor tipo de educación literaria romana que lo constituía en un maestro de la lengua latina y hasta competente en la lengua griega. Se había ido de Cartago a Roma para completar su preparación y practicar su profesión. Había sido lo que los romanos llamaban un causidicus, un procurador de los tribunales, y al parecer, de los que tenían mucho éxito. ¿Habría sido en alguna ocasión en que algún cristiano haya sido arrastrado ante el tribunal romano y condenado sumariamente a ser ejecutado, que la atención de Tertuliano se fijó por primera vez en el cristianismo? El procedimiento tan severo, ¿habrá despertado un innato sentido de justicia y su admiración por la noble fortaleza de los religiosos perseguidos?“ (S. Jackson Case, Los forjadores del cristianismo, p. 92. CLIE, Terrassa 1987).

Nombrado presbítero de la iglesia de Cartago alrededor del año 200. Llevado por sus posturas rigoristas se une a la secta montanista en el año 206, aproximadamente, sin romper en todo con la iglesia. Situación que se mantiene hasta el 211-212 cuando se separa definitivamente de la Iilesia. Inquieto hasta el final, en ese afán de idealidad no siempre atemperado por las realidades terrestres, dada su independiente posición económica, también se separó de los montanistas y se hizo de un número de seguidores conocidos como “tertulianistas”, que perduraron hasta los días de Agustín, que logró reconciliarlos con la iglesia. No se conoce la fecha del fallecimiento de Tertuliano, pero según Jerónimo vivió hasta alcanzar la vejez extrema. La fecha de su muerte se calcula entre el año 220 y 240.

Obras y contenido

1) Período católico. Escritos apologéticos (c. 197-198): Ad martyres; Apologeticum; De Testimonio animae; Ad nations; Adversus judaeos.

2) Escritos de doctrina y controversia en el mismo período:

De oratione; De baptismo; De poenitentia; de spectaculis; De cultu feminarum; De idolatría; De patientia; Ad uxorem; De praescriptione haereticorum; Adv. marcionem.

3) Período montanista.

a) Escritos en defensa de la Iglesia y sus enseñanzas (c. 202-203):

De Corona; De fuga in persecutione; De exhortatione castitatis;

b) Escritos varios:

De virginibus velandi (203-204); Adv. Marcion (206); Adv. Hermogenem; Adv. Valentinianos; de carne Christi; De resurretione carnis; De pallio; De anima (208-209); Scorpiace (212); Ad Scapulam (212); De monogamia; De jejunio; De pudicitia; Adv. Praexeas (223).

a) La persecución y el martirio

La Exhortación a los mártires más que un tratado es un discurso dirigido por Tertuliano a los cristianos encarcelados por la fe en la ciudad de Cartago, por los meses de enero y febrero del año 197 para animarlos a perseverar en su confesión y merecer la gracia del martirio. Es la más antigua de las obras, de las que han llegado hasta nosotros, de este fecundo autor. Precede en algunos meses a su Apología o Apologeticum que tanta celebridad le alcanzó no sólo entre sus contemporáneos, sino también ante la posteridad. “Antes de dirigir su alegato a los jueces imperiales y antes de redactar aquel otro documento a todos los pueblos –Ad nations–, en defensa de miles de inocentes, parece que hubiera sentido la necesidad de volverse hacia los que quería defender para consagrarles todo su ingenio, su elocuencia y su afecto” (A. Seage). Comienza su escrito disculpándose por la humildad de su persona, recién llegada a la fe, e indicando el carácter de su ofrenda. Les pide que mantengan entre ellos la paz y la concordia para poder gozar de la fortaleza del Espíritu Santo y proporcionar con su conducta esos mismos bienes a la comunidad creyente. Como soldados de Cristo deben considerar la cárcel, en la que se encuentran, como la palestra o campo de entrenamiento donde han de prepararse para la batalla final y la victoria definitiva. Ahí debe fortalecerse su fe considerando que el mundo es una prisión más dañina para el alma, de lo que pueda ser la cárcel material para el cuerpo. Ahí debe acrecentarse el espíritu de oración como Daniel en el terrible foso de los leones.

Ad nations va dirigida a un público culto, mientras que Apologeticum se dirige directamente a los jueces y magistrados, donde perfecciona los argumentos del anterior y le dobla en contenido. El estilo de Tertuliano es bastante difícil por lo conciso, como si no quisiera perder el tiempo en otras consideraciones retóricas secundarias. Va directamente al tema, con golpes certeros que impiden reaccionar, provocativos. Sigue el estilo comprimido de Tácito, y se convierte en creador genial de frases categóricas que serán conocidas y citadas una y otra vez: “el alma naturalmente cristiana”, por ejemplo, o “semilla es la sangre de cristianos”; “un cristiano da gracias aun cuando le condenan”; “no es arrogante ni con el pobre”; “cuando vosotros nos condenáis, Dios nos absuelve”.

En estas primeras obras Tertuliano destaca la injusticia e irracionalidad del odio al cristianismo, que es una “guerra por el nombre”. No hay delitos que condenar tras la acusación de profesar la fe cristiana, se trata sólo de una ilógica y perversa persecución al mero nombre de “cristiano”, al que la ignorancia y malicia populares han ido acumulando todo tipo de crímenes calumniosos y falsas abominaciones. Los jueces, en lugar de actuar como es su deber, se limitan a dar por buena la opinión popular, ignorando la verdadera naturaleza del caso y de las incriminaciones. No hacen nada para investigar, aunque a veces quisieran salvar a los inculpados; luego ellos son los verdaderos culpables de infringir la ley.

El pueblo y los magistrados persiguen a los cristianos por “ateos”, cuando tanto el pueblo como los jueces son precisamente los primeros en despreciar a sus propios dioses: los destierran, prohíben su adoración, se burlan de ellos en las obras teatrales. Dando fe de lo antiguo de la acusación, que representa a los cristianos adorando la cabeza de un asno, Tertuliano replica que ellos sí que adoran todas las clases de animales y dioses zoomorfos. Sobre la acusación de infanticidas responde que es el pueblo quien expone en el mercado a sus propios hijos no deseados y mata al nonato, mientras que los cristianos se cuidan de los nacidos y los no nacidos por igual.

El cristiano no desprecia la muerte por obstinación, sino por convicción y obediencia. Él prefería no morir ni ser perseguido, por eso apela a los jueces y magistrados, pero si tiene que salvar la vida a costa de negar a su Señor prefiere la muerte. Si los magistrados hicieran justicia a los cristianos, éstos se aplicarían, como es de ordinario, a sus negocios y el bien de la sociedad.

“Somos sólo de ayer, pero llenamos el mundo”, dice Tertuliano triunfal. El argumento de las multitudes que se convierten al cristianismo, incluso en medio de grandes dificultades e impedimentos, es patente en Tertuliano y casi todos los escritores de su época. El propio Agustín se sintió atraído al catolicismo de su día por el gran número de creyentes que contaba en todo el mundo conocido. No es de extrañar que un escritor muy posterior dijera que lo mejor que tiene la Iglesia es su pueblo, ese pueblo anónimo y masivo que la ha salvado en las circunstancias más angustiosas.

b) La paciencia, virtud sin igual

La paciencia pertenece al grupo de obras ascéticas producidas durante sus primeros años de presbítero. Entre ellas cabe destacar sus tratados sobre La oración, La penitencia y El bautismo, con los cuales se había propuesto resumir y completar la instrucción oral dada a los catecúmenos, describiendo y profundizando el hondo y misterioso sentido moral y litúrgico que encerraban algunos ritos eclesiásticos de la iniciación cristiana.

El estilo del tratado sobre La paciencia es bastante peculiar, no parece que haya sido compuesto tanto para los demás como para sí mismo, en cuya primera línea confiesa su carácter impaciente, de natural combativo (“¡Desgraciado de mí! ¡Me abraso constantemente en el fuego de la impaciencia!¨), y, por lo tanto, necesario de recordarse a sí mismo la necesidad de la paciencia a modo de remedio y medicina. Medita sobre las virtudes de la misma y, a partir de ella, desarrolla un punto de vista interesante sobre la psicología del primer pecado, que es la madre de todos los pecados. “¡Cuántos desastres causa la impaciencia!”, dice.

No se escribe mucho sobre el tema en la actualidad, tan común a las filosofías éticas de entonces, y presente en los escritos posteriores de los grandes Padres de la Iglesia como Cipriano y Agustín; lo que hace de este breve escrito una joya primordial de la literatura moral cristiana.

Para Tertuliano la paciencia es una virtud superior e imprescindible, cuyo origen se encuentra en el mismo Dios en su trato con los hombres. Forma parte de la revelación de Cristo y se distingue de la resignación pusilánime y de la indiferencia calculada que pregonaban algunos filósofos. La paciencia según Cristo es el fundamento y corona de la vida recta, que acompaña y protege a la fe en todas las circunstancias.

El Testimonio del alma es, según Neander, uno de sus escritos más agudos y originales. Puesto que los paganos no atenderán a los escritos y argumentos cristianos, Tertuliano busca que presten atención a ellos mismos, según el dicho del apóstol: “No estás lejos de ser cristiano”. El testimonio que el alma ofrece de Dios se encuentra en los dichos populares, indicativos del temor divino.

c) Las herejías y la regla de fe

Hacia el año 200 escribió uno de sus tratados más brillantes contra la herejía, el Liber de praescriptione haereticorum. En él se ocupa del gran número de herejías surgidas desde el principio. No debe sorprendernos, dice, estaba profetizado. Los herejes recurren al texto para probar sus ideas, pero no es el parecer del individuo –sujeto a tantos caprichos–, sino la regla de fe de la Iglesia, la que tiene que ser aceptada sin dudas. “Deje la curiosidad paso a la fe y la vanagloria al camino de la salvación.” Los herejes discuten sobre la Escritura; pero ésta prohíbe la discusión con ellos. Lo realmente verdadero es preguntarse: “¿A quién pertenece la fe? ¿De quién son las Escrituras? ¿Por quién y a quién ha sido transmitida la disciplina por la que somos cristiano?” La respuesta es simple: Cristo envió sus apóstoles, quienes “fundaron iglesias en cada ciudad, y de éstas las demás iglesias tomaron luego el retoño de la fe y la semilla de la doctrina, como lo siguen haciendo todos los días para ser constituidas como iglesias. Por esta razón éstas se tenían también por iglesias apostólicas, puesto que eran como retoños de las iglesias apostólicas” (De praescriptione 7). Los que sobre este fundamento edifican forman la única Iglesia fundada por los apóstoles de Cristo. Por lo tanto, el testimonio a la verdad es: “Nos comunicamos con las iglesias apostólicas”. Los herejes contestarán que los apóstoles no supieron toda la verdad. ¿Algo podría ser desconocido a Pedro, el que llamaron la roca sobre la que la Iglesia debía ser construida? ¿O a Juan, quien se pone sobre el pecho del Señor? Pero ellos dirán, las iglesias han errado. Unas de verdad se equivocaron, y han sido corregidas por el apóstol; aunque para otras no tuviera nada más que alabanzas. “Pero concedamos que todas han errado: ¿Es creíble que todas estas grandes iglesias debieron haberse apartado en la misma fe?” Admitiendo esta absurdidad –que contradice la promesa del Espíritu que guía a toda verdad–, entonces todos los bautismos, dones espirituales, milagros, los martirios, han sido en vano hasta que Marción y Valentino aparecieron por fin. Más adelante, cuando él mismo se convierta en defensor de la secta montanista, repudiará la regla de fe y de vida de la Iglesia, para buscar la verdad únicamente en la inspiración carismática de los que se sienten arrebatados por una extraña nueva efusión del Espíritu.

Una serie de trabajos cortos se dirige a catecúmenos y pertenecen también a sus días católicos, entre 200 y 206. De spectaculis explica y probablemente exagera la imposibilidad para el cristiano de asistir a cualquier tipo de espectáculos, incluidos las carreras y las funciones teatrales, en cuanto se encuentran manchadas de idolatría, por la dedicación de los mismos o por su contenido. En otro escrito de carácter semejante, De idolatría, explica el porqué de la prohibición cristiana de fabricar ídolos, al tiempo que arremete contra la astrología, la venta de incienso, etc. El cristiano tiene que eludir toda contaminación demoníaca, que en última instancia está detrás de la idolatría. Entonces, se preguntan sus lectores perplejos, “¿cómo debo vivir?”, a lo que Tertuliano responde con rigor que la fe no teme el hambre; por la fe debemos afrontar la muerte; ¿cuánto más dar nuestra vida?

d) La importancia del bautismo

De baptismo es una instrucción sobre la necesidad de bautismo y sobre sus efectos, en una línea que preludia la teología sacramental. Establece las bases teológicas de los sacramentos como signos de la gracia y nos confirma lo que ya sabíamos por otras fuentes, y que será costumbre durante siglos: que el bautismo se administraba con regularidad por el obispo, aunque con su consentimiento podría ser administrado por presbíteros, diáconos y hasta profanos. Las ocasiones apropiadas eran las fiestas de Pascua y Pentecostés. Los catecúmenos se preparaban mediante el ayuno, la vigilia y la oración (cf. Cirilo de Jerusalén, El sello del Espíritu. Catequesis, de esta misma colección).

Para Tertuliano el bautismo es un sacramento tan serio y necesario para el cristiano que advierte a los que tienen el oficio de oficiar el bautismo que no lo confieran con ligereza. “Todo el que pide el bautismo puede engañar o puede engañarse, y así puede ser más conveniente demorar el bautismo según la condición y disposición de las personas, y también según la edad.” En consecuencia es mejor dejar que los niños se “hagan cristianos cuando sean capaces de aprender y conocer a Cristo. ¿Para qué se apresura la edad inocente hacia la remisión de los pecados? En las cosas temporales se procede con mayor cautela: ¿Por qué confiar las cosas divinas a aquellos a quienes no se confían los bienes de la tierra? Que aprendan a pedir la salvación, para que claramente la des a los que la han pedido” (De baptismo, XVIII).