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El presente volumen forma parte de la colección VEGAP CONTEXTOS que, resultado del ciclo CÍRCULO VISUAL organizado por VEGAP y el Círculo de Bellas Artes de Madrid, tiene como finalidad desarrollar una amplia reflexión sociológica y de antropología cultural sobre el arte de nuestro tiempo y los diferentes aspectos de la fenomenología socioeconómica que se ciernen en su entorno en el presente capitalismo informacional. Así, y teniendo como eje vertebrador la inteligencia artificial (IA) y su interacción con la creación artística, Antón Patiño, escritor y artista, además de presidente de VEGAP, analiza la ambivalencia e incertidumbres que nos provocan estos importantes cambios. A continuación Valerio Rocco, filósofo y director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, se centra en cuestionar el carácter innovador de la inteligencia artificial. Por su parte, Daniel Innerarity, filósofo, se instala en una posición ecléctica al valorar, sin efectismos ni mágicos ni apocalípticos, el fenómeno de transformación tecnológica que supone la inteligencia artificial. Daniel Canogar, creador visual, nos transmite sus reflexiones no solo teóricas, también empíricas, como artista que utiliza la IA como herramienta tecnológica para su trabajo creativo. Finalmente, Javier Gutiérrez Vicén, director general de VEGAP, recoge en su contribución distintos postulados e informaciones de carácter jurídico del fenómeno de la inteligencia artificial, su regulación en Europa, y los dilemas que plantea para los autores de obras de creación visual.
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Seitenzahl: 187
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Ojo al dato
Inteligencia artificial y artes visuales
Valerio Rocco
Daniel Innerarity
Daniel Canogar
Antón Patiño
Javier Gutiérrez Vicén
VEGAP CONTEXTOS
© De los textos: sus autores, 2024
© De esta edición: VEGAP, 2024
Madrid:
C/ Nuñez de Balboa, 25
Teléfono: 91 532 66 32
Fax: 91 531 53 98
Barcelona:
Gran Vía Carlos III 98, P.10
Teléfono: 932 010 331
Fax: 932 098 721
www.vegap.es
Edición:
Trama editorial
Diseño de colección:
Miguel San José Romano
ISBN: 978-84-128834-1-1
Ambivalencias e incertidumbres de la inteligencia artificial
Antón Patiño
Inteligencia artificial: ¿innovación o transformación?
Valerio Rocco Lozano
El sueño de la máquina creativa
Daniel Innerarity
La automatización del conocimiento. Inteligencia artificial, creatividad y resistencia
Daniel Canogar
Coloquio
Daniel Canogar, Daniel Innerarity
Epílogo. Los árboles no dejan ver el bosque
Javier Gutiérrez Vicén
Recapitulación
Abstract
Cubierta
Portada
Créditos
Comenzar a leer
Notas
Antón Patiño
La incesante propaganda y el fetichismo tecnológico dota en la actualidad a todo lo relacionado con la inteligencia artificial (IA) de una aureola prodigiosa, como si representara el triunfo de la inmediatez en el conocimiento, la capacidad de generar textos e imágenes instantáneas.
En un texto escrito hace ya mucho tiempo titulado «Principio de instantaneidad» (Revista Telos, 1994), esbozaba algunas ideas con relación al presente incesante y al paradigma de la inmediatez que ya aparecía entonces como uno de los vectores decisivos en el mundo de las prisas.
Vivimos una aceleración inédita que a través de estos recursos tecnológicos permite ofrecer un producto «acabado» al instante. Las imágenes son, en general, superficiales y los textos, a pesar de su aparente asepsia y pulcritud, resultan poco sugerentes. Se nutre todo de un saqueo previo, con material preexistente, a modo de gran bazar enciclopédico instantáneo.1
Truculento juego de animación en obras clásicas que tienen que someterse a un inevitable imperativo dinámico. Textos e imágenes enlatadas que pasan a tener nueva vida en base al pastiche indiscriminado y a una heteróclita promiscuidad que simula crear estilos diferentes.
¿Puede tener un uso burocrático eficaz esta acumulación de datos estadísticos y archivos infinitos? Tal vez en el mundo administrado tenga su aplicación a la carta, según las necesidades, pero con relación a los procesos artísticos la cuestión es más discutible.
Además de la obligación de cumplir con los derechos de autor y las leyes de protección intelectual que son las que garantizan el ecosistema de la cultura. Los derechos de autor son parte decisiva de los derechos humanos.2
Habrá muchos artistas que trabajen a partir de las premisas del arte generativo o de la utilización de recursos vinculados a las posibilidades de nuevos programas tecnológicos. Creadores que ofrezcan nuevas propuestas artísticas a través de un diálogo o interacción con dispositivos electrónicos que actúan a modo de estímulos.
Lo que caracteriza a la evolución artística es un posicionamiento crítico y conceptual rico en sugerencias. Más allá del costumbrismo estético, muchas propuestas suelen postular posicionamientos paródicos: las «Máquinas deseantes» de los legendarios pensadores Deleuze y Guattari que parecían surgir desde la estética dadaísta.
Como respuesta, en su momento a la revolución industrial surgieron inquietudes y sensibilidades artístico-culturales «compensatorias». La revuelta del romanticismo generó en su momento una alternativa radicalmente contrapuesta al universo industrial.
En el contexto de los años 60 el arte povera fue una respuesta en la línea de Marcuse, y las revueltas ecológicas a la segunda fase de la industrialización del mundo y sus secuelas.
Cabe pensar que habrán de surgir propuestas que configuren un fenómeno compensatorio parecido, a modo de contra-relato, con relación a la revolución digital, a la búsqueda de un tiempo propiamente humano que permita sortear un devenir zombi para la poshumanidad. Percepción sensible, reivindicación de la memoria, experiencia sensorial, imaginación y razón.
Ya Marx hablaba de que todo iba a ser profanado y las relaciones humanas alteradas. Zygmunt Bauman teoriza sobre la condición líquida de nuestro entorno, y Ulrich Beck nos alerta frente a una Sociedad del riesgo global, en la economía psíquica de la incertidumbre.
Sabemos que en arte, sin trabajo arduo y lenta elaboración, no hay resultados significativos. «El genio es laboriosidad», decía Victor Hugo. Hasta un artista tan intuitivo como Picasso aseguraba creer en la inspiración, pero siempre y cuando le pillara trabajando.
Habla con sarcástica lucidez Jean Baudrillard de una escritura automática del mundo, desdoblado en incesantes simulacros. Con su penetrante sagacidad sociológica ha generado uno de los diagnósticos más certeros de las incesantes metamorfosis de la tardomodernidad: «La especie humana podría estar dedicándose a una suerte de escritura automática del mundo, a una realidad virtual automatizada…»3
Señala Michel Serres en Atlas: «Y las redes de comunicación ahora reclutan, para su conexión pública, a la humanidad casi entera, que se convierte así en el sujeto de la obra al mismo tiempo que en su objeto. […]Este trabajo, esta obra, ¿tienen como fin la solidaridad utópica de la humanidad entera? ¿Estamos viendo acabar la lucha de los hombres y de las clases o abrirse una guerra total?»4
La clave está en los factores de desigualdad; el tecnofeudalismo define una vuelta de tuerca por parte de las grandes corporaciones. Son muchos los autores que nos advierten desde hace muchas décadas de la autoalienación colectiva de la humanidad, que puede adquirir una dimensión de sumisión sin precedentes con la llamada IA.5
El precariado cultural o precariado cognitivo está en la base de la pirámide de este esquema de dominación. Una cartografía repleta de nuevos desarrollos e ingentes equipamientos de renovadas prótesis neuronales.
El pensador italiano Franco Berardi Bifo, en su libro Futurabilidad, rescata el concepto general intellect, que aparecía en algunos textos de Marx.6 Indaga en la denominada psicosfera contemporánea, en los recovecos del paisaje psíquico de la hipermodernidad: «La conciencia de que vivimos en una situación de dominación abstracta, la conciencia de control cada vez mayor que los automatismos técnicos ejercen sobre la vida social y cultural de las poblaciones.»
«La cooperación intelectual está cada vez más mediada por la técnica: el general intellect se recombina funcionalmente en la máquina de la información en red», indica Bifo. «En este momento histórico, estamos atravesando un proceso de automatización cognitiva. Distintas articulaciones de la máquina global (interfaces, aplicaciones…) proliferan y se insertan en la mente social. El cuerpo conjuntivo y la mente conjuntiva se ven penetrados por la arquitectura de una conectividad generalizada. Un código se inscribe en la conexión infoneuronal; a medida que este proceso de interconexión cognitiva avanza, se nos induce a pensar que no existe ninguna alternativa a esta forma de neurototalitarismo en curso», escribe Bifo.7
El diagnostico sarcástico de Jean Baudrillard frente al Futuro Perfecto diseñado con asepsia por la razón calculadora. El poder disciplinario del nuevo orden comunicativo. «Medios de masas como simulacro». Individuo como terminal de información en el espacio hiperreal de la simulación fractal, el mundo esterilizado de la tecnocultura avanza. Un agujero negro que, según Baudrillard, engulle lo social y desintegra las coordenadas de la identidad social.
Surge una sociedad de control a través de dispositivos panópticos. La premisa de aceleración y el principio de instantaneidad como ejes. El Big Data registrando cada minúsculo detalle de una exhaustiva información y rentable acumulación de datos. La implosión del pastiche, la hegemonía del Kitsch expandido y la alienante cultura instrumental destinada a las masas (si seguimos a la Teoría Crítica).
Algunas hipótesis de Adorno y Horkheimer tal vez se vean confirmadas con sus recelos frente a lo que denominaban industria cultural, y que tantos puntos de contacto habría de tener con las tesis posteriores de la Sociedad del espectáculo emitidas por Guy Debord.
Marcuse señala que «para la explotación y la opresión en la sociedad del capitalismo tardío, la manipulación de la estructura pulsional es una de las palancas más importantes»8.
Planteamientos que contrastan frente al exuberante optimismo tecnológico de autores en la órbita de McLuhan y otros divulgadores de las posibilidades de extensión de los medios.
Frente al tecnodeterminismo y sus variables combinatorias existen otros universos posibles donde la imaginación radical es el eje. «Reexistencia» creativa, procesos de sinestesia y solidaridad sensorial propiciando un continuum entre la cultura y la vida, en el redescubrimiento de la plenitud vital cuando casi todo está amenazado por la instrumentalización tecnoeconómica.
Impulsos paródicos y acción poética, subjetividad rebelde donde el juego imaginativo convoca inéditos espacios de singularidad en un ecosistema que propicia exploraciones experimentales en libertad.
«Un mundo desprovisto de alternativas por falta de imaginación es el mundo de los sujetos manipulados de Aldous Huxley y George Orwell», escribe el arquitecto y teórico Juhani Pallasmaa en Diseminaciones.9
La imaginación radical: surgen arborescencias imaginarias, exploraciones sensoriales a través de la imaginación corporal.
Walter Benjamin y la brisa del mañana donde la creación renueva un pacto originario. El despertar de lo nuevo como alegoría táctil.
El pensamiento-cuerpo se expresa en arte. «La alerta ante la nada se oye siempre en la gran obra», nos dice Jean-François Lyotard en Moralidades posmodernas.
La alianza entre el Círculo de Bellas Artes y VEGAP para desarrollar ciclos teóricos relacionados con cuestiones de gran interés sociocultural llega a su tercera convocatoria.10 El presente libro, publicado en la colección VEGAP Contextos, representa una aportación singular en un tema realmente acuciante que fusiona muchos aspectos centrales a nuestra época. ¿Cómo puede seguir avanzando el conocimiento humano y el arte en un presente incierto? ¿Cómo podemos responder a las ambivalencias que se suscitan?
Este encuentro, que tuvo lugar en el CBA de Madrid el 12 de marzo de 2024, titulado Ojo al dato, está registrado en su integridad en el presente libro. Con las aportaciones del director del Círculo de Bellas Artes, Valerio Rocco, que hizo la presentación del acto con una lúcida genealogía del tema que nos convoca y coordinó el debate posterior, con sendas intervenciones del artista Daniel Canogar y del pensador Daniel Innerarity, y un debate final con el público asistente.
El filósofo Daniel Innerarity plantea distintas perspectivas para entender la interacción de los nuevos medios técnicos con relación a la sociedad en el contexto de las denominadas democracias complejas, las implicaciones éticas y también las disfunciones y riesgos que se suscitan.
Daniel Canogar, en su intervención, se adentra con agilidad en el uso de los dispositivos tecnológicos para analizar las múltiples implicaciones de todo un laberíntico proceso de penetración psicológica que ya lleva muchos años entre nosotros, con las repercusiones sociológicas y estéticas que conlleva. «Cartografiar la era digital significa explorar la nueva topografía electrónica y entender las transmutaciones materiales tecnológicas que han ocurrido en los últimos años», indica Daniel Canogar en una reflexión anterior. «El entrenamiento ocurre en doble dirección, hemos colaborado con la mejora de los programas de IA con nuestras interacciones digitales diarias, al tiempo que la IA nos ha entrenado a ser dóciles ciudadanos digitales». Daniel Canogar señala los riesgos de la adicción digital y las disfunciones que puede producir, al tiempo que invita a los creadores a una participación activa y a asumir el reto que se plantea, subvirtiendo la sintaxis, introduciendo la metáfora, la ironía y el sentido del humor. Incluso lo absurdo, como forma de resistencia.
El presente libro se cierra con un valioso documento elaborado por el director general de VEGAP, Javier Gutiérrez Vicén, con un completo apéndice jurídico sobre la IA, su regulación europea y los retos que plantea en relación al ámbito de los Derechos de autor.
Valerio Rocco Lozano
¿Es innovadora la inteligencia artificial? Si se le formula esta pregunta a ChatGPT, la respuesta es la siguiente: «Sí, la inteligencia artificial (IA) se considera altamente innovadora. La IA engloba una amplia gama de tecnologías y enfoques destinados a simular la inteligencia humana en las máquinas. En las últimas décadas, la IA ha hecho avances significativos en diversos campos como el procesamiento del lenguaje natural, la visión por ordenador, la robótica y el aprendizaje automático, entre otros». Sin embargo, desde una inteligencia no artificial, la nuestra, hay serias razones para dudar de esta contestación. En efecto, la respuesta sobre si la IA es innovadora depende de lo que entendamos por «innovación».
En primer lugar, desde el punto de vista histórico, la IA no es tan innovadora, o al menos novedosa, como se piensa. Su conceptualización tiene una larga tradición en la historia de la filosofía moderna. En 1666 el pensador y matemático Gottfried Leibniz publicó su famosa Disertación sobre el arte combinatorio, inspirado por los escritos del Ars Magna de Raimundo Lulio. Leibniz y Lulio creían que, si fuera posible comprender perfectamente el pensamiento humano y expresarlo matemáticamente, entonces una máquina poderosísima podría comportarse de manera inteligente, hasta el punto de sustituir a los seres humanos en muchas de sus actividades. Por ejemplo, el mismo Leibniz había demostrado en su tesis doctoral (titulada Sobre casos perplejos en derecho), que estas máquinas podrían perfectamente reemplazar a un juez y, recopilando los hechos probados, la legislación, la jurisprudencia y otros elementos, emitir una sentencia justa.
En este sentido, si Leibniz pudiera contemplar hoy en día el rápido desarrollo de la inteligencia artificial generativa en todos los campos de nuestra vida, seguramente no se asombraría mucho; más bien, quizás lo que le sorprendería es que se haya tardado más de tres siglos en realizar lo que él ya había teorizado en sus escritos. En este sentido, el actual triunfo del algoritmo y la puesta a disposición del gran público de herramientas como Dall-E o ChatGPT no es sino la victoria final de una corriente de pensamiento racionalista que empezó a gestarse en los albores de la Edad Moderna.
Por tanto, en este sentido puramente histórico, la actual pujanza de la inteligencia artificial no es en absoluto una innovación. Pero, a pesar de lo que pueda parecer, tampoco lo es en términos funcionales. Más precisamente, intentaremos demostrar que solo es una innovación si permanecemos atrapados en el marco que comprende este término a través de categorías relacionadas con la digitalización y la tecnología. Si somos capaces de criticar y trascender este marco, se puede argumentar que la inteligencia artificial no resulta genuinamente innovadora, es decir, no es transformadora.
Esta tarea crítica es de crucial importancia si tenemos en cuenta que el concepto de innovación resulta central en todos los discursos hegemónicos en el ámbito político, comunicativo o cultural, sin ningún tipo de problematización o resistencia. Sin embargo, en mi opinión, este concepto está profundamente viciado en virtud de tres defectos diferentes, que como veremos se muestran de manera paradigmática en la inteligencia artificial como «lo innovador» por antonomasia. El primer defecto en la actual comprensión de la innovación estriba en su comprensión como mera digitalización o aplicación tecnológica, excluyendo toda aportación artística o humanística. En segundo lugar, es criticable su oposición diametral a la tradición, adoleciendo así de un adanismo ingenuo que considera inútiles los saberes que se ocupan del pasado, como las humanidades. El tercer problema consistiría en que la innovación así entendida carece absolutamente de complejidad y de contenido dialéctico: su única lógica es la de la utilidad (o más propiamente, la fungibilidad), fácilmente explicable y mostrable por gobernantes y periodistas, frente a los resultados muchas veces intangibles y no inmediatamente aplicables de muchas disciplinas artísticas y humanísticas.
Como puede intuirse por estos tres rasgos (digitalización, adanismo y fungibilidad), la innovación tiene como aliadas naturales, en la academia y en la sociedad, a las ciencias experimentales, que siempre han entendido la innovación como transferencia del conocimiento al mercado. Se trata de lo que podemos denominar filosóficamente Anwendung, es decir, a la aplicación vertical y abstracta de la ciencia que Hegel criticaba en Kant. La patente es, en este sentido, el modelo arquetípico de la innovación en ciencias experimentales y tecnologías. Las patentes consisten en un proceso muy simple y comprensible: un conocimiento teórico pasa por un trámite burocrático que lo privatiza para su explotación tecnológica y comercial, con una utilidad inmediata para los consumidores y una rentabilidad innegable para las empresas transferidoras.
Ahora bien, frente a este modelo de innovación digital, siempre renovado y rentable, ¿qué pueden oponer las disciplinas humanísticas y artísticas? ¿Cómo acontece la transferencia de las investigaciones filosóficas, antropológicas, históricas, filológicas, artísticas a la sociedad? ¿Qué significa innovar en estos campos? Para ser completamente francos, no existe un modelo tan claro, comprensible y defendible como ocurre con la innovación en las ciencias. Es por este motivo que puede ser útil plantear otro concepto que, para explicar cómo funciona el diálogo de las artes y las humanidades con la sociedad, pueda plantearse como complemento o incluso como alternativa al de innovación.
En este sentido, me gustaría proponer un nuevo término, llamado «(trans)form-acción», o, menos cacofónicamente, «(trans)formación». Si la innovación estaba marcada por los tres rasgos de la digitalización, el adanismo y la fungibilidad, la «(trans)formación», basada en el concepto hegeliano de Bildung (a menudo traducido como «formación cultural»), se caracteriza por sus opuestos: la resistencia, la traición y la bidireccionalidad dialéctica.
En primer lugar, frente a la digitalización, la formación cultural opera una resistencia, esto es, propone modelos transformadores que no necesariamente deben tener un componente tecnológico y que, a pesar de ello, tienen un gran impacto en los sujetos. ¿Qué hay de más transformador, en la vida de una persona, que una película, un libro, una canción, una exposición o una conferencia? ¿No impactan acaso en mayor medida estos elementos en la formación de nuestra conciencia que una gran innovación tecnológica? La traducción pedagógica de esta apuesta por una formación como resistencia es que las aptitudes y capacidades se deben entrenar «a contracorriente» con respecto a los marcos de comprensión hegemónicos. Por ejemplo, ante el triunfo de la economía de la atención (que justamente critica en su texto Daniel Canogar), que imposibilita y aborrece el aburrimiento (valga la redundancia), hay que enseñar los efectos positivos del tedio, que han sido predicados por una larga tradición filosófica, desde Pascal hasta Heidegger. O, por poner otro ejemplo, en el tiempo de la inmediatez fáustica del acceso a los contenidos, hay que educar en la demora, en la reflexividad pausada. O más aún: en un contexto, como el nuestro, que privilegia el entorno digital, hay que enseñar también recurriendo a lo analógico y tradicional. O, por cambiar ligeramente de tema, en relación con un elemento que estamos estudiando mucho actualmente en el Círculo de Bellas Artes: en una época que oculta e invisibiliza el fracaso, hay que enseñar no solo a fracasar, sino a fracasar mejor, como diría Beckett. Esto es lo que entiendo como resistencia de la «(trans)formación» frente a la digitalización de la innovación.
En segundo lugar, frente al adanismo del «afán de novedades» de la innovación, la «(trans)formación» supone una relación compleja con la tradición: para la tradición dialéctica, empezando por Hegel, es indispensable el re-cuerdo, la Er-innerung, para la asimilación y transformación del presente. Si Daniel Innerarity sostiene en su texto que «toda gran obra de un gran artista está hecha de rupturas y discontinuidades», lo mismo puede decirse del arte en general. Como se recuerda a menudo, la tradición está estrechamente emparentada con la traición (pues ambos términos derivan del verbo latino «trado»). Si nos fijamos en la historia del arte, de la filosofía o de la literatura, se puede afirmar que toda gran tradición es una sucesión de auto-traiciones, de negaciones internas. Así pues, se sería fiel a la tradición justamente cuando se la traiciona, si se la abre a lo ajeno para contaminarla, enriquecerla. En cambio, se estaría traicionando el espíritu de la tradición cuando se la preserva en un estéril tradicionalismo. Ahora bien: traicionar algo es muy difícil, pues solo se puede traicionar lo que se ha amado, y para amar algo es preciso conocerlo muy bien. La «(trans)formación», por tanto, propone la hibridación y la mezcla de las tradiciones culturales, frente a una innovación absolutamente ciega ante el pasado, que lo ignora o que, en el mejor de los casos, lo trata como un repositorio mecánico de información, un almacén sincrónico de Big Data sin ningún espesor histórico.
En tercer lugar, si la innovación tiene la forma lógica de la Anwendung kantiana, esto es, la relación abstracta, unilateral y vertical entre el conocimiento y su aplicación fungible, la «(trans)formación» sigue una lógica dialéctica: cada nueva superación guarda una dosis de negatividad, un resto inasimilable de lo superado, que es un acicate para proseguir el conocimiento. Por otra parte, cada avance es en realidad un regreso al fundamento, por lo que la transferencia cultural de las investigaciones humanísticas y los procesos artísticos transforma tanto el mundo como la disciplina humanística o artística en cuestión. No se trata de una aplicación mecánica, sino de una bidireccionalidad viva. Para ser más concretos y poner un ejemplo: una exposición o una novela que partan de una determinada teoría filosófica transforman el mundo y las conciencias, por una parte, pero también la propia teoría filosófica. ¿O acaso es el psicoanálisis el mismo después de los grandes pintores surrealistas?
La «(trans)formación», identificada conceptualmente con estos tres rasgos de ser resistente, traidora y bidireccional, para ofrecer realmente una alternativa al marco de la innovación, debe desplegarse en la práctica en tres direcciones, que pueden nombrarse a través de tres nociones que están de algún modo contenidas en su propio lexema, en la «(trans)form-acción»: «transferencia», «formación» y «acción».
En la esfera propiamente educativa, la «(trans)formación» debe operar como formación, esto es, como actitud crítica sobre los contenidos culturales de la tradición y de nuestro tiempo. Esto implica reivindicar la importancia de la filosofía y de las artes en la educación obligatoria, es decir, resistir contra la tentación política dominante de suprimirlas o reducirlas.
En segundo lugar, en la esfera investigadora, la «(trans)formación» debe comprenderse como transferencia, esto es, tener en su corazón el diálogo entre el objeto de investigación y los retos de nuestro tiempo. En este sentido, a pesar de otros elementos criticables, es loable la articulación del programa de investigación de la Unión Europea, «Horizonte Europa», en base a retos sociales a los que todas las disciplinas, tanto las científicas como las humanísticas, deben responder. Para ser genuina transferencia, la investigación debe tener en cuenta en todos sus estadios la posible traducción cultural y social de sus pesquisas.
En tercer lugar, esta «(trans)formación» debe concebirse a sí misma como acción, es decir, no perder nunca de vista el impacto práctico y político de su quehacer, su posibilidad de cambiar el mundo. Ninguna institución académica y cultural, ninguna acción artística es políticamente neutra, pero sobre todo, ninguna debería aspirar a serlo. En palabras de Bertolt Brecht: «El arte no es un espejo para reflejar el mundo, sino un martillo para transformarlo».