Pablo VI, ese gran desconocido - Manuel Robles Freire - E-Book

Pablo VI, ese gran desconocido E-Book

Manuel Robles Freire

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Pablo VI ha sido un papa poco conocido, sobre todo en España, debido a las circunstancias históricas de nuestro país. Con el fin de darlo a conocer un poco mejor, Manuel Robles ha rebuscado en la biografía personal de Pablo VI, beatificado el 19 de octubre de 2014 por el papa Francisco. Mediante el relato de las anécdotas y detalles de su vida, el libro nos descubre cómo era la familia de Giovanni Battista Montini, cómo fue su niñez y juventud, cómo transcurrieron sus años de seminarista y de sacerdote en Brescia, sus años de estudio en Roma, su trabajo en la Secretaría de Estado, su destino en la nunciatura de Polonia, su regreso a Italia como consiliario del movimiento estudiantil católico, su trabajo al lado de Pío XII, su traslado como arzobispo de Milán, su elección como Papa, su pontifi cado, su testamento y el largo proceso hasta llegar a su beatificación.

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Manuel Robles

Pablo VI

ese gran desconocido

Anécdotas de un Papa

© SAN PABLO 2021 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

E-mail: [email protected] - www.sanpablo.es

© Manuel Robles

Distribución: SAN PABLO. División Comercial Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-2854-631-7

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).

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Prólogo

En estos tiempos nuestros, a toda persona importante, incluido el papa, le aplican el microscopio periodístico para conocer de qué madera está hecho el personaje. Hoy la gente quiere conocer las cualidades del papa, sus estudios, la familia de la que procede, sus amigos, e incluso sus debilidades. Como dice un amigo mío periodista: «El único amor del público por un personaje es conocer cada vez mejor su intimidad».

En la España de los 70, Pablo VI «olía a azufre», porque en aquellos tiempos iban muy unidos el catolicismo con la forma de gobierno que existía en nuestra nación, donde mandaba, sin ninguna discusión, el general Franco. Y no se entendía el estilo de un obispo, como Montini, que creía y defendía la democracia. Los españoles no conocemos bien al papa Montini, solo conocemos su caricatura, y en los periódicos y en la radio se le conocía como «el cardenal antiespañol», porque esta fue la propaganda del régimen de Franco sobre Montini.

Me he encontrado –leyendo papeles y libros sobre su vida– que cuando terminó sus estudios de bachiller en el Instituto Arnaldo de Brescia, con 18 años, sus compañeros «le recordarían como el que mejor hacía las cosas en el aula, pero, sobre todo, como el que demostraba su valía en ser buen amigo y en servir a los demás».

Tengo que decir que fue el papa de mis primeros años de sacerdote, pero al que conocí muy poco, y casi siempre bajo clichés deformantes. He rebuscado en su biografía personal del ahora nuevo beato Pablo VI –beatificado el 19 de octubre de 2014 por el papa Francisco– para dar a conocer un poco mejor su categoría humana y espiritual.

Si tuviera que resumir en una frase su vida, lo haría con una frase «montiniana» que aparece muchas veces en su vida: «No quiero condenar a nadie, solo encontrarme con la gente y dialogar con el mundo moderno y cambiante».

Amigo lector, te dejo con el papa Montini.

Manuel Robles

1. La familia de Pablo VI

«Al amor de mi padre y de mi madre, a su unión,

debo el amor a Dios y el amor a los hombres».

La ciudad de Brescia

La ciudad de Brescia, de origen tal vez ligur, entró pronto en la órbita de Roma. Y los romanos la llamaron Brixiar, un sonido delicado como el gemido de una golondrina al volar. Durante la Edad media fue propiedad de los Visconti, y luego pasó a Venecia, que la tuvo desde 1428 al año 1796. Brescia es una ciudad que se basta a sí misma, tiene vida propia. Por eso en la época del Risorgimento italiano fue un fermento de laicismo militante y de vivaz oposición a la Iglesia católica.

El municipio cuenta en la actualidad con 190.000 habitantes, capital de la provincia de Brescia (1.193.275 habitantes) en la región de Lombardía. Es la segunda ciudad de la región por número de habitantes. Se la conoce también como la Leonessa d’Italia, según el apelativo atribuido a Giosuè Carducci. La ciudad está situada en el fondo del valle denominado Val Trompia. Siempre ha sido una ciudad hacendosa y dinámica. Sus habitantes son famosos por su tenacidad y dedicación al trabajo.

La calle donde vivían los Montini

Los Montini vivieron primero en la calle Trieste, pero a partir de 1907 se trasladaron a la Via delle Grazie, 17, muy cerca del célebre santuario de Santa Maria delle Grazie. En este santuario mariano tienen todos los cristianos de Brescia una referencia, y también la familia Montini. Y en esta iglesia dedicada a la Virgen dirá su primera misa Juan Bautista Montini.

La calle había recibido el nombre del santuario recién construido en honor de la Madre de las gracias, Santa Maria delle Grazie. Según los informes coetáneos todo el complejo tenía «algo de conventual», aunque sobre todo los dos patios interiores estaban animados por la presencia de numerosos hijos, niños y adolescentes, 25 en total, de tres familias emparentadas entre sí.

Hay que decir que los padres del papa Montini se conocieron en Roma con motivo del 25 aniversario del episcopado de León XIII. En 1893 el papa León XIII celebró el 25 aniversario de su episcopado, y la diócesis de Brescia quiso rendir un homenaje al Vicario de Cristo con una numerosa peregrinación. Y entre los peregrinos estaban Giorgio Montini, director del Cittadino di Brescia, de 33 años, y Giuditta Alghisi, de 19 años. En una carta que escribió a su futuro marido le decía: «Oh, cómo recuerdo aquel momento de entusiasmo en que, sintiéndome del todo prendida por algo sobrenatural, me postré confiada a los pies del santo anciano, con la persuasión de que en aquel momento mi porvenir se resolvería de un modo feliz y seguro».

La madre de Pablo VI

Su madre se llamaba Giuditta Alghisi, y había nacido en Verolavecchia (Brescia), el 17 de julio de 1874, hija del notario del lugar y además alcalde, Juan Bautista Alghisi, y de la bresciana Orsola Rovetta. Su madre quedó huérfana muy pronto, y la crió una tía, Catina Rovetta, y un tutor llamado Giuseppe Bonardi, de tendencias anticlericales. Se educó con las monjas en Milán. Su madre era una gran lectora de novelas, pero también una mujer muy piadosa.

En una entrevista le contó Pablo VI a Jean Guitton: «A mi madre le debo el sentido del recogimiento, la vida interior, la meditación que es oración y la oración que es meditación. Toda su vida ha sido un don. Al amor de mi padre y de mi madre, a su unión, debo el amor a Dios y el amor a los hombres».

El padre de Pablo VI

Giorgio Montini nació en Brescia, el 30 de junio de 1860, hijo de Lodovico, médico, y de Francesca Buffali, abuela que influiría mucho en su nieto Battista, que un día sería papa, y que no se dedicó a la medicina como habían hecho su padre y su abuelo, sino a la jurisprudencia. Estudió Derecho en Padua, y pronto entró en contacto con el movimiento juvenil católico. Y sin tener la carrera terminada, asumió la dirección del diario católico de Brescia, Il Cittadino di Brescia. Y pronto lo hicieron diputado del Partido Popular Italiano (PPI). Giorgio Montini, al margen de su trabajo en el periódico, era un lector empedernido de libros, y un libro que leía y releía era La moderna disidencia entre la Iglesia e Italia, del jesuita disidente padre Curci, que había sido el fundador de la Civiltà Cattolica.

Un día el papa Montini le contará a Jean Guitton esta confidencia: «Debo a mi padre ejemplos de coraje, la obligación de no rendirse fácilmente al mal, la promesa de no preferir nunca la vida a lo que da sentido a la vida. Su enseñanza puede resumirse en una palabra: ser un testigo. Mi padre no tenía temores».

La piedad de los Montini

En su tiempo era frecuente entre las familias profundamente religiosas de Lombardía y también del Véneto elegir a suertes al comienzo de cada año un santo protector para cada uno de los miembros de la familia y de los criados. Así, por ejemplo, con el año nuevo de 1924 le tocó en suerte al joven Battista santa Isabel; cosa que su madre le comunicó con la indicación de que se alegraba muchísimo de que aquel año le acompañase la madre del precursor, Juan Bautista.

En la familia se practicaba aún ese sorteo de un patrón celestial cuando Battista fue elegido papa. Un día, durante la audiencia general su hermano mayor, Lodovico, le entregó con cierto disimulo una nota con el nombre del Santo protettore que le había caído en suerte para aquel año. Los periodistas lo advirtieron y se enteraron de lo que se trataba. Y alguno que otro pensó que sería bueno poder seguir contando con tales protectores.

Los rasgos físicos que Pablo VI heredó de sus padres

Los que conocieron al papa Montini de niño dicen que tenía los ojos de su madre, y esa mirada que penetraba en el interior de las personas. Y de su padre había heredado las grandes orejas, su nariz prominente y ese valor sereno ante los acontecimientos.

La abuela del papa Montini

La abuela del papa Montini se llamaba Francesca Buffali y muy joven se había quedado viuda. Había sido una buena esposa, y una madre llena de dignidad y prudencia. Y se fue a vivir con su hija soltera Maria, a casa de su hijo mayor Giorgio, siendo para su nuera Giuditta como una madre. Eran tiempos patriarcales, y Francesca, que tenía grandes cualidades, siempre tuvo un lugar importante en casa de su hijo Giorgio, lo mismo que la tía Maria, la hermana soltera, que era la que se ocupaba de las labores domésticas de la casa de los Montini. Se conserva una carta de Giuditta a su suegra, antes de casarse, donde le decía: «Voy a vivir con vosotros, orgullosa de mi puesto, persuadida de que vuestro afecto, después de la ayuda de Dios, será mi asidero para cumplir aquellos deberes que asumo de todo corazón, aunque temblando por mi poquedad».

Una abuela aristócrata

Esta mujer aristócrata estaba impregnada de una fe cristiana excepcional, que compartía con su marido Lodovico Montini, que en Brescia era la cabeza visible de la juventud católica organizada.

En su juventud había curado a los soldados heridos en la lucha bresciana para liberar la Lombardía del extranjero. Y fue cumplimentada por el general garibaldino Nino Bixio.

También ella, igual que su marido Lodovico, tras el violento saqueo de 1870 en Roma, parecía sufrir el «mal de Roma», que consistía en su amor al papa, y se lo contagió a sus hijos y nietos.

Se conserva una foto del papa Montini con su abuela Francisca

Todavía se conserva una de las fotografías del pequeño Battista en brazos de su abuela, flanqueado y casi sostenido por Lodovico, mientras el hermanito se empina sobre los brazos de la abuela. Está elegantemente vestido, lleva un faldón con un amplio babero. Su mirada curiosa y pensativa se dirige a lo lejos. La abuela sujeta fuertemente con la mano su manita derecha, aquella diestra del futuro papa que el artista Floriano Bodini esculpirá gigante e imperiosa, por la carga de bendición que contenía y que dispensaba a la humanidad.

La fe de la abuela del papa Montini

El 13 de junio de 1900, Francesca escribía desde Roma a su nuera Giuditta: «Esta mañana he estado tres horas en San Pedro y he rezado con el mayor fervor posible para que la fe en Jesucristo, sellada con la sangre de Pedro, no venga nunca a menos en mis hijos y nietos queridísimos; ni tampoco la adhesión inquebrantable al Vicario de Cristo». Y añadía un saludo para el «buen niño» Battista: «Queridísimo Battista, si eres siempre tan bueno como yo pido que seas, verás cosas mejores en el cielo». El pequeño Battista le correspondía con un cariño intenso. Siempre que estaba lejos de casa, escribía a la abuela Francisca.

Una carta del joven Battista Montini a su abuela

Un día de 1916, Battista escribirá a su abuela para hacerle esta declaración: «Tú eres la que nos da unidad. Y nos hace un bien inmenso tu palabra y tu ejemplo. ¡Qué fuerte me siento, abuela, cuando tú me das ánimos! Me parece que tú engendras en mí una cierta obligación de correr, correr con todas mis fuerzas, con toda la perfección posible en mi nueva vida. ¡Esa vida que el Señor quiso que comenzase en la familia: quizá lo estableció la Providencia para que yo apreciase mejor el nido en que me hizo crecer».

La tía Maria Montini

En la vida de Montini ocupó un lugar importante su tía Maria, hermana de su padre, don Giorgio. La tía Maria «administraba una presencia femenina distinta y más tranquilizadora». Vivió siempre en casa de sus padres, y acompañó a su sobrino en los grandes y pequeños sucesos de su vida.

Eran famosos entre sus nietos los platos que cocinaba tía Maria. Con catorce años, Juan Bautista devoraba todo lo que pillaba, y a veces le decía: «Tía, soy el más holgazán. Como de costumbre estoy hambriento; espero los buenos bocadillos que tú me prepararás cuando regrese».

La tía Bettina Montini

Era hermana de su padre y vivía en Milán. A los seis años fue con sus padres a visitarla a Milán y siempre recordaría que lo llevó a un pequeño zoológico que había en la parroquia del Carmen, para que viera el bello y multicolor pájaro del paraíso. Su tía enviudó en 1909, y se entregó a la atención de los niños pobres dentro de una congregación laical. Cuando su tía murió, su sobrino, ya papa, hizo de ella un encendido elogio: «Mujer de vivísimas dotes naturales, gran inteligencia, pero sobre todo gran corazón»...

Ludovico, el hermano del Papa

Ludovico nació en 1896, y le tocó combatir en la I Guerra mundial. De ella sacó sus experiencias y, al concluir sus estudios de jurisprudencia en Roma, empezó como pequeño funcionario en la Oficina Internacional del Trabajo, en Ginebra, durante los años 1921-1923. Décadas más tarde, el 10 de junio de 1969, su hermano el Papa visitará la institución, comprometiéndose ante aquel foro internacional con la línea de su predecesor en pro del derecho y del trabajo, en favor de una colaboración internacional para remediar el paro; en una palabra: en favor de las personas trabajadoras.

Ludovico se casó con Giuseppina Folonari, tuvo siete hijos y tras su regreso de Ginebra a Italia se comprometió con el movimiento obrero católico contra el fascismo, fue miembro de la asamblea constituyente a la caída de Mussolini, tres veces diputado y, finalmente, fue elegido para el senado italiano. Su labor como presidente de las obras de socorro italianas e internacionales sigue siendo inolvidable.

Francesco, el hermano pequeño del Papa

Su hermano pequeño, Francesco, nació en 1900, continuó la tradición paterna y estudió Medicina en Padua y Siena. Fue un hombre de preocupaciones científicas y muy reflexivo. Durante tres décadas y media dirigió el laboratorio-hospital de los Hermanos de la Misericordia de Brescia. Durante algún tiempo fue presidente del colegio médico de la ciudad y miembro de la presidencia del partido democristiano regional. Se casó con la condesa Camilla Cantoni Marca, con la que tuvo dos hijas. En 1973 tuvo un infarto de miocardio, pero se recuperó y siguió trabajando hasta el momento de su muerte. En el elogio necrológico su hermano, el papa Montini le recordaba como «un hombre sabio, piadoso, caritativo y ejemplar».

El niño Juan Bautista Montini

Juan Bautista Montini nació el 26 de septiembre de 1897, a las diez de la noche, en la finca que los Montini tenían en Concesio, a unos diez kilómetros de Brescia, aldea que hoy es una pequeña ciudad de 15.000 habitantes en los prealpes italianos. En la iglesia parroquial de Concesio fue bautizado cuatro días después con el nombre del abuelo materno: Juan Bautista Enrique Antonio María. Es una iglesia alta y barroca, aunque un poco fea, pero orgullosa de su pila bautismal, que tiene anotados, junto con Montini, tres obispos y un papa en su registro. Vino al mundo usando una expresión literaria del papa Montini, «en esta tierra dolorosa, dramática y magnífica». La familia Montini era un árbol vigoroso de sabiduría, de modales, de cultura, de fe. Cada uno de los miembros de la familia podría ser un personaje por sí mismo.

Los primos del papa Montini

Luigi Montini era hijo de su tío Giuseppe, médico y buen literato. Se hizo salesiano después del servicio militar en Bressanone, hacia 1930. Partió para China al año siguiente, y estudió Teología en Hong Kong y en Macao. Se ordenó sacerdote en 1940. Luego, durante la guerra del Pacífico, cayó prisionero de los japoneses. Una vez liberado, atendió con entrega heroica a los leprosos de una de las islas Hawái. Acabó sus días de misionero en río Negro, en el corazón de la Amazonia, y allí mismo fue sepultado.

Carlo Montini fue otro primo sacerdote (1903-1972), que era ingeniero. Pero en 1935 se ordenó sacerdote y fue capellán militar durante la II Guerra mundial. Y acabó siendo el rector del Seminario de Brescia, provicario general en 1960, y finalmente canónigo de la catedral de Brescia.

La nodriza del niño Montini

Siendo un bebé el aire de la ciudad no resultó saludable para Juan Bautista, y sus padres lo entregaron a una nodriza. Eligieron a Clorinda Zanotti de Peretti, madre de cuatro hijos y campesina de Nave, a ocho kilómetros de Brescia. El pequeño Battista reemplazó, mamando la leche de la mujer, a la pequeña Emma, que había volado al cielo.

El niño permaneció en la rústica casa de los Peretti, entre viñedos y castañares, durante 14 meses, recibiendo frecuentes visitas de mamá Giuditta y su padre Giorgio. Margherita, la hija crecida de Clorinda, que lo quería como a un hermanito, le enseñó a caminar. Entonces sus padres, desde el campo y la hospitalaria casa, lo volvieron a llevar a Brescia. Pero el niño se iba desmejorando a causa de su precoz sensibilidad, aquella escondida sensibilidad que será característica de Pablo VI hasta su último aliento. Echaba de menos a la cariñosa nodriza que le había estrechado en su pecho como una mamá. Para que se desligase poco a poco de aquella nostalgia, fue preciso tener a la mujer en casa durante algún tiempo.

Ya sea porque la madre no andaba sobrada de fuerzas, ya sea porque así se acostumbraba en las mejores familias, al lactante le dieron una nodriza, que se llamaba Clorinda Peretti, una campesina de 30 años. La nodriza recibía por sus servicios 25 liras de oro al mes. Montini se mantuvo siempre unido a su hermana de leche y en ocasiones la visitaba. Cuando, siendo ya arzobispo de Milán, supo que el hijo de Margherita había sufrido un accidente laboral, inmediatamente se puso en camino para visitarlo y consolar a su madre. «Siempre le repugnó expresar sus sentimientos –según decía su hermana de leche–; tenía un corazón de oro; se lo digo yo».

El nomignolo de Giovanni Battista era Migolino

Giovanni Battista era el niño mimado de su padre Giorgio y de su madre Giuditta. La abuela Francesca, que le vigilaba en sus juegos y en ausencia de sus padres, escribía: «El morito –así llamaba a Battista– está siempre contento y se porta bien. El pequeño morito en este momento juega alegremente con Tita y le ayuda a poner la mesa». Después el niño fue devuelto a la ciudad, pero sintió tanto la ausencia de la nodriza que fue necesario devolverlo por algún tiempo a la casa de campo, hasta que poco a poco se pudo destetar al flacucho rapazuelo.

La fe probada de los padres de Montini

En la penúltima carta que le dirigió le aseguraba que, desde la lejanía, «llamaba con los dedos» a la puerta de su habitación de enfermo «para proporcionarle unos minutos de compañía..., pensando en tu coraje, en tu serenidad, de la que siempre nos has dado ejemplo, en el bien que la providencia amorosa oculta incluso bajo sus dolores, en los dolores infinitos y mucho mayores del mundo actual».

Pasaron casi dos meses hasta que encontró tiempo para escribir la última carta a su progenitor asegurándole su «consonancia espiritual». A primeros de diciembre el padre, de 82 años, hubo de someterse a una operación de próstata, que discurrió bien; pero pronto se sumaron los trastornos circulatorios. La madre informó de todo ello al hijo, que el segundo día de las fiestas navideñas marchó a la casa de Brescia para una estancia de tres días. Giorgio Montini moría el 12 de enero de 1943 a las 19.30 horas. Y su hijo llegó esa misma noche a Brescia para el entierro.

Fue con tal motivo cuando vio a su madre por última vez. Ella continuó escribiéndole regularmente y comunicándole cómo de todas partes le llegaban muestras de respeto a la memoria del difunto, como un hombre de fe inconmovible y de carácter intachable, sacando de todo ello consuelo y estímulo indecibles para santos propósitos. Tenía la sensación de que era un «regalo el que papá esté ahora en el lugar de la verdadera vida». La buena mujer le recordaba al hijo triste y abatido la exhortación a la acción de gracias, tan empleada por el padre: «Agimus, sempre!», «¡Gracias sean dadas a Dios siempre!».

Al cabo de cuatro meses, la mamma seguía el paso de su marido el 17 de mayo de 1943; murió repentinamente, teniendo todavía en la mano unas rosas que acababa de cortar en el jardín.

Su padre, don Giorgio, nunca quiso escribir sus memorias

Juan Bautista invitó a su padre a escribir sus memorias. Podría haber sido una oportunidad para aportar algo a la historia de Italia y también a la historia de la Iglesia italiana, pero su padre se excusó diciendo que estaba viejo para escribir. Su hijo le dijo que él le trazaría un esquema para ayudarle a escribir, pero su padre no estaba animado a hacerlo, y se quedaron sin escribir. Cuando su padre le preguntó: «¿Por qué tienes tanto interés en que escriba mis memorias?», su respuesta fue: «Porque con tu experiencia puedes ayudar a otros».

2. Niñez y juventud

Se pelea con un amigo por defender a un gato

La familia repartía sus vacaciones de verano entre la casa solariega de Concesio, de donde procedía su padre, Giorgio, y la de Verolavecchia, a treinta kilómetros de Brescia, de donde procedía la familia de su madre. En uno y otro pueblo hizo sus correrías de niño tímido que fue Battista Montini. Un amigo de aquellos años contó que en una ocasión hubo de separar a su amigo Battista, que se peleó con un compañero, Luis Bolognini, que se divertía «martirizando» a un gato atándole una cacerola a la cola. Fue la única vez que le vimos enfadado.

Le encanta subirse a los árboles a coger fruta

Alessandro Bertolini contó que durante las vacaciones se escapaban por la finca, donde abundaban los árboles frutales: manzanos, higueras, perales, cerezos, nísperos. Como les encantaba coger la fruta de los árboles, Battista, que tenía un estómago un poco más débil que sus amigos, le preguntaba a su madre Giuditta cuántas piezas podía comer y de qué clase para no ponerse malo del... estómago. A veces, a la vuelta, confesaba a su madre: «Sabes, mamá, he comido un melocotón o una pera de menos, por miedo a equivocarme».

De niño siempre tuvo poca salud

En la edad del crecimiento Montini sufrió una serie de crisis en su salud. La asistencia a clase sufrió interrupciones. Durante meses no pudo frecuentar la institución docente Cesare Arici, que no quedaba lejos de la casa paterna, perdiendo repetidas veces los exámenes de dicho instituto. Por aquellos años su hermano Lodovico guardaba un vivo recuerdo del hecho de que quiso subir con su bicicleta una pendiente suave; pero hubo de desistir a medio camino, se sentó en la cuneta pálido como un cadáver y apretó con las manos sobre el corazón. El diagnóstico fue un grave trastorno compensatorio, al que una y otra vez se sumaban dolores del cuello y pesados trastornos digestivos. A lo largo de toda su vida fue un hombre enfermizo, a la vez que con capacidad de resistencia. En sus viajes, siendo ya papa, los periodistas que lo acompañaban se preguntaban a menudo, viendo los penosos esfuerzos a los que se sometía, cómo podía soportarlos. Su médico de cabecera, el profesor Fontana, nos manifestaba al regreso de Bombay: «Parece débil y quebradizo, pero tiene una naturaleza muy resistente».

La guardería de las Siervas de la Caridad de Brescia

El pequeño Juan Bautista iba a la guardería de las Siervas de la Caridad fundadas por la bresciana Paola di Rosa. «Era un diablejo», decía su maestra, sor Maria Zaira... «Es posible que alguno de estos niños llegue a ser un hombre importante», decía la directora para consolarla. Su primera maestra, sor Maria Zaira, vivía aún cuando «el diablejo» se convirtió en Pablo VI.

En la escuela elemental de Brescia

También se mantuvo siempre unido a su primer maestro de la escuela elemental de Brescia, Ezequiel Malizia. Cuando ya Montini había alcanzado los escalones más altos de la jerarquía eclesiástica, le enviaba regularmente sus saludos y poco antes de su elección como papa, visitó en la clínica al anciano maestro que había tenido que someterse a una operación: «Todavía me acuerdo muy bien de los temibles y maliciosos tirones de orejas», aseguraba en aquella ocasión el cardenal Montini, según refería más tarde con embarazo orgulloso el viejo Malizia.

El maestro Ezequiel Malizia no reconoció que le tiró de las orejas

En una ocasión, siendo cardenal de Milán, fue a ver a su antiguo maestro Malizia al hospital:

—Me acuerdo de los tirones de orejas...

Su viejo maestro, como había gente, se sintió un poco avergonzado y quiso disimular:

—Con usted, eminencia, nunca fue necesario, era muy bueno.

Pero le tiró de las orejas como era habitual en aquellos tiempos.

Su maestro Malizia contaba en una entrevista: «Sí, hace sesenta años me tocó el privilegio de enseñarle a leer y de poner la primera pluma en su mano para enseñarle a escribir. Era un niño algo pálido, delicado de salud, con unos ojos muy vivarachos. Aunque no debería decirlo, alguna vez tuve que tirarle de las orejas».

Las clases de don Arístides di Viarigi

Como no podía asistir a las clases con regularidad, por su delicada salud, los padres le pusieron un profesor para que le explicara las lecciones en casa. Y este profesor se llamaba Arístides di Viarigi. Tanto admiraba a su alumno, que guardó entre las cosas de familia cuadernos, redacciones, dibujos, convencido de que Juan Bautista sería, pasado el tiempo, «alguien» importante.

Colegial de los jesuitas de Brescia

A los seis años se matriculó en el colegio de los jesuitas «Cesare Arici» como alumno externo. El colegio Arici era una creación de Tovini, que fue el presidente de la Acción Católica de Brescia, y el que llevó a su padre, Giorgio Montini, a la dirección del periódico Il Cittadino di Brescia. A este colegio iban los hijos de las familias católicas de Brescia. «Nuestros hijos, si tienen la fe, nunca serán pobres; si les falta la fe nunca serán ricos».

En la actualidad ya no están los jesuitas, son los curas diocesanos los que dirigen el colegio. Uno de los profesores de J. B. Montini, el padre Pérsico, lo describe como: «Un chico delgado, con ojos hundidos, el mejor discípulo que tuve en el colegio. Pensé cultivar su vocación de periodista, porque escribía muy bien y hubiera continuado dignamente la tarea de su padre. Yo era profesor de Física y Filosofía, pero Montini me traía a corregir sus cuartillas para nuestro periódico escolar. Escribía hechos, cosas, ideas, sin retórica, secamente. Hasta que un día me confió que deseaba ser sacerdote, y le dije que esta era la más alta vocación...».

La formación escolar fue de tipo clásico y humanista, mientras que la instrucción religiosa impartida por los jesuitas era la tradicional y en el marco de una congregación mariana, en la que muy pronto Juan Bautista ocupó el cargo de prefecto de la misma.

En las aulas del Cesare Arici conoció a sus mejores amigos

En las aulas del Cesare Arici se forjaron las amistades duraderas de Battista Montini, que durarían toda su vida. En concreto tres de sus amigos: Giuseppe Cottinelli, Ottorino Marcolini y Carlino Manziana. Los tres se hicieron religiosos oratorianos de San Felipe Neri. Cottinelli se dedicó a la pastoral juvenil. Marcolini desarrolló una destacada labor pastoral entre los marginados, promocionando viviendas sociales para la gente más desfavorecida de Brescia. A este amigo sacerdote, que era ingeniero, le conocían como el «sacerdote de las casas» por la cantidad de barrios que construyó para la gente humilde. A Carlino Manziana, el más amigo de los tres por coincidir en tener muchas cosas en común y por la amistad entre sus familias, lo nombró, cuando fue papa, obispo de Cremona.

La Primera Comunión de Juan Bautista Montini

La hizo el 6 de junio de 1907 en la capilla de las hermanas de María Niña, en la vía Martinengo da Barco de Brescia. Tenía diez años. Le acompañaban sus padres y hermanos. La abuela le había prometido un regalo, pero a condición de que siguiera siendo buen chico. Su madre le había dicho en tono confidencial: «Hijo, es un gran día para todos nosotros; pero tú cuéntale a Jesús tus cosas». El 21 de junio, de manos del obispo, monseñor Giacinto Corna Pellegrini, Battista recibía la Confirmación, que en Italia se la llama Cresima.

Entonces quiso su madre doña Giuditta encomendar a los oratorianos el cuidado espiritual de su hijo. Y acertó. El oratorio pasaba en Brescia una época vigorosa, con algunos padres de renombre nacional, Bevilacqua y Caresana. Y la casa del oratorio era conocida por «La Paz». Afirmaban la vida religiosa de los chicos por medio de una dirección espiritual; los capacitaban para iniciativas sociales y apostólicas; y los divertían. A los dieciséis años Juan Bautista era uno más de «La Paz».

Su abuela les ponía el ejemplo, a sus nietos, del mártir san Pancracio

Su abuela Francesca, con ocasión de recibir los primeros sacramentos, animaba el corazón de sus nietos leyendo historias de los mártires. Una de las lecturas preferidas de la abuela era la novela del cardenal Wiseman (1802-1865), la popular Fabiola o la Iglesia en las catacumbas.

Al pequeño Juan Bautista le entusiasmaba el relato de Pancracio, el hijo del mártir que murió en el anfiteatro despedazado por una pantera.

«Abuela, me acuerdo de una carta que nos dirigiste el día de la Primera Comunión, tú nos recordaste la historia del niño mártir que sacó la fuerza de confesar su fe de la ampolla que, colgada del cuello, contenía algunas gotas de la sangre de su padre, también martirizado».

El oratorio Santa Maria della Pace

De importancia decisiva y duradera fueron en todo caso sus encuentros y conversaciones en el oratorio de Santa Maria della Pace, inspirado en el espíritu de san Felipe Neri y que estaba sostenido por una apertura religiosa sorprendente para aquel tiempo, y que hasta disponía de instalaciones deportivas «modernas». La influencia recibida por Battista estaba personificada en la acción de dos sacerdotes: Giulio Bevilacqua y Paolo Caresana.

Le gustaba contemplar el cuadro de la Natividad que está en el santuario de Nuestra Señora de las Gracias.