Padres sin huella - Gisela Caudet Aguilar - E-Book

Padres sin huella E-Book

Gisela Caudet Aguilar

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Beschreibung

«Escribir y contemplar el pasado puede llegar a ser un refugio, pero también una lucha, un enfrentamiento. Pues entre todas las formas que creo y me crean, las espirales acercan y alejan al padre de mi hijo, el asesinato de mi hermana Marta, mi sobrino Manuel, mi embarazo. El viento corre sobre los inviernos que he vivido como nubes de tormenta, truenos, relámpagos; pero al mismo tiempo, muy cerca, están aquí todos los veranos, el sol, el calor, la sensación de la sal sobre los labios, el dorado acentuando la belleza conocida; también están las primeras flores de una frágil primavera, bajo el relente frío; todo gira y, al mismo tiempo, es otoño, con su mapa de ocres sobre las hojas y el tiempo húmedo que hace crecer los bosques. Todo es al mismo tiempo. Todo lo que fui es esto que escribo».
Esta es la autobiografía de una chica que, siendo aún muy joven, se ve obligada a tomar un camino que no imaginaba ni buscaba: ser la tutora legal de su hermano menor. Es así como empiezan durante varios años duras, difíciles, pero a la vez enriquecedoras vivencias llenas de emotividad, temple, satisfacciones. Donde las relaciones malsanas y las renuncias no faltan.
¿Cómo salir airosa de los prejuicios y realidades de una sociedad machista y permisiva? Gisela Caudet Aguilar nos muestra cómo lograrlo, sin perder de vista las cosas que realmente cuentan.
Un libro que se lee en un santiamén.

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Gisela Caudet Aguilar

 

 

 

Padres sin huella

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© 2023 Europa Ediciones | Madrid www.grupoeditorialeuropa.es ISBN 979-12-201-3703-4

I edición: Marzo de 2023

Depósito legal: M-7033-2023

Distribuidor para las librerías: CAL Málaga S.L.

Impreso para Italia por Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

Stampato in Italia presso Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

 

Curador: Diego Odín Fortunato

 

 

 

 

 

 

 

Padres sin huella

(Un libro sobre maltratos, manipulación y mucho optimismo)

Breve presentación

Soy Gisela, nací el 23 de septiembre del 1992. Soy la mayor de 4 hermanos. Mis padres se separaron cuando yo tenía siete años. Mi infancia, a pesar de haber tenido mucho movimiento y haber estado viajando continuamente, fue muy buena. Nunca vi pelear a mis padres hasta que en el 2013 la situación se complicó.

 

 

 

Quiero dedicarle este libro a mi hermana quien a pesar de ya no estar con nosotros, siempre la tenemos muy presente. Ella fue mi amiga, mi psicóloga, mi compañera de fiestas, la persona con la que hacíamos tonterías, locuras, viajes, excursiones y con la que hablaba cinco horas cada día. La persona con la que hablaba a las tres de la mañana porque ambas nos

asustábamos con los truenos.

 

 

 

 

 

Este libro a pesar de estar basado en mi vida, agradezco el apoyo recibido de toda mi familia. Tanto mi padre, como mis abuelos, mis tíos y primos más cercanos y hermanos, me han animado a continuar siempre. Se que pase lo que pase los voy a tener a mi lado, son los que me ayudan día a día, los que están ahí y sabes que no te van a fallar.

Agradezco el apoyo y la ayuda a Judit, es una gran amiga a la que puedes acudir aunque sean altas horas de la madrugada. Es una madre con coraje que por suerte o desgracia ha tenido una situación parecida a la mía y desde un principio estuvo a mi lado con el tema de mi expareja.

Agradezco la ayuda a mis jefes que me han facilitado algunos horarios laborales para poder conciliar el trabajo con los niños, y por los consejos dados.

Y sobre todo, le quiero agradecer este libro a mis niños, son los que me dan fuerzas cada día, los que me dan alegría, los que me impulsan a ser mejor persona y versión. Los que me hacen ver que siempre puedo un poquito más y los que me hacen comprender que tengo que seguir luchando.

 

 

Capítulo 1

Después de que murió mi madre tuve que hacerme cargo de mi hermano menor. Todo cambió para mí desde ese momento. La cotidianidad, las responsabilidades, todo se transformó rápidamente y me puso en el centro de nuestro pequeño universo familiar, alrededor de quien debía girar todo.

Yo acababa de cumplir diecinueve años y mi hermano Jimmy no llegaba a los nueve. La verdad es que nunca me gustaron los niños en general; pero también es cierto que con los niños de mi familia y mis hermanos era diferente. Ellos jamás me molestaron, a ellos sencillamente los amaba. Por eso la decisión de hacerme cargo de Jimmy nunca me molestó.

No pensaba ser madre por entonces. A los diecinueve años aquello no pasaba por mi mente. ¿Es que hoy en día alguna chica de diecinueve años está pensando en ser madre? Lo dudo. Pero lo cierto es que de una manera u otra el azar o el destino siempre me han dicho que debo ser madre. Y ese mismo azar o destino, una vez más, y sin ningún tipo de acritud, me dicen que debo ser una madre soltera, una diminuta costelación a la que llegan los pequeños.

Vivía en Barcelona cuando me enteré de la enfermedad de mi madre. Lo cierto es que nuestra relación por aquella época no era muy buena. Unos meses antes había decidido dejar Málaga para trasladarme con mi padre a Barcelona y ella no se lo había tomado del todo bien. Yo estaba estudiando el bachillerato de artes, pero al enterarme de la situación de mi madre viajé en el primer avión que encontré para estar con ella.

Era época de navidad y entre mi hermana Marta y yo tomamos turnos para estar con nuestra madre en el hospital. Al mismo tiempo organizábamos las navidades para nuestros hermanos, para tratar de disminuir en toda aquella situación el cariz dramático que iba tomando.

Nuestras jordanas aquellos días se alternaban perfectamente entre los asépticos y blancos pasillos del hospital y las largas filas de personas entre abigarradas vitrinas y luces y colores que ya se preparaban para las fiestas.

Fueron días largos y difíciles. No sabíamos muy bienqué hacer ni cómo hacerlo. Marta y yo no éramos más que unas niñas de dieciséis y diecinueve años. Y alternar aquellas visitas al hospital con la compra de regalos y preparativos nos sumergían en un estado de ánimo confuso y difícil de explicar. Recuerdo que compartíamos muchas horas con nuestros hermanos pequeños, Jimmy y Claudia, conversando y tratando de explicar algo que no comprendíamos cabalmente.

La noche de navidad mi madre nos pidió que nos quedáramos en casa todos los hermanos juntos y que no fuéramos al hospital. La noche fue larga y triste, pero tratábamos de mantenernos lo mejor posible por ellos. Cenamos. Jimmy y Claudia estaban francamente nerviosos. Antes de la medianoche decidimos pedirles que se acostaran. Según nuestra tradición familiar dejamos comida a Papa Noel por la noche. Los niños lo hicieron y se fueron a dormir. Marta y yo regresamos al comedor de la casa, rodeadas por el silencio, por la soledad, por la oscuridad; lo recuerdo perfectamente, aquella noche jugamos videojuegos sin hablar demasiado, como en espera de algo, no sabíamos muy bien qué.

Unas horas después, cuando estuvimos seguras de que los niños no se despertarían hasta el día siguiente decidimos colocar los regalos bajo el árbol de Navidad.

Fue un proceso mecánico y rápido, hecho solamente para nuestros hermanos menores, como para tratar de retener un poco de alegría en aquellas navidades. Lo cierto es que, dentro de toda la crueldad e incomprensión de aquellos días, cumplíamos con un rito para mantener viva la magia y la ilusión de los niños, como si con ello quisiéramos suavizar la realidad, la condición humana, la vida. Creo que, de una manera u otra, y sin saberlo, yo ya me comportaba como una madre.

Papa Noel había llegado. Un año más había cumplido. Jimmy y Claudia dormían. Y Marta y yo, tras acomodar los regalos bajo el árbol, convenimos en regresar a nuestro silencioso videojuego hasta que bien entrada la madrugada también decidimos irnos a dormir.

La mañana de navidad fue mucho mejor. Recuerdo vívidamente la alegría de nuestros hermanos al despertarse. La ilusión que sintieron al abrir los regalos. Aquel fue un pequeño momento de tregua durante las navidades. Francamente pienso que, durante aquellos días, y vistos con la distancia que el tiempo pone entre lo que somos y lo que fuimos, mi hermana Marta y yo éramos como dos actrices que interpretaban una función para ellos, por su tranquilidad, para su bienestar, para que no echaran de menos a nuestra madre. Nos comportábamos como debíamos, siempre con coherencia, a la altura de las circunstancias, sonriendo, tranquilizando a nuestros hermanos, comprendiendo. Al mismo tiempo, sin embargo, adentro de nosotras el mundo se antojaba caótico. Pero estábamos determinadas a representar aquellas líneas aprendidas de memoria para el bien de nuestros hermanos.

Esta fue una de las épocas más difíciles de mi vida. Tratábamos de estar lo más tranquilas posibles para

Jimmy y Claudia, para que no notaran nada de la situación, pero francamente no era sencillo. Además, repito, Marta y yo no éramos más que dos niñas.

Las fiestas de diciembre pasaron.

A principios de enero mi madre murió. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que mi hermano Jimmy estaba solo en el mundo. Casi no tuve tiempo para la tristeza. Rápidamente medi cuenta de que debíamos hacer algo, pues Jimmy era el único de mis hermanos a quien no lo había reconocido su padre. Claudia, de doce años, era hija de otra relación y tras la muerte de nuestra madre se convino que fuera a vivir con el padre. Por otra parte, Marta y yo éramos las únicas nacidas de la misma relación y, como dije antes, yo ya estaba instalada en Barcelona. Pero con Jimmy la situación era distinta, : era el único que se encontraba realmente solo y además es el más pequeño de los hermanos.

Yo no quería ser una tutora legal, pero la responsabilidad de toda aquella situación realmente no me agobió. Mi madre siempre me había dejado muy claro que si a ella le sucedía algo yo tendría que ocuparme de Jimmy. Y eso fue exactamente lo que hice sin pensármelo dos veces. Toda aquella situación fue determinada por la necesidad y la urgencia del momento, pero lo cierto es que las madres muchas veces no pueden elegir. Debemos aceptar las cosas como son e improvisar en el camino en medio a los imprevistos, haciendo todo lo posible por el bien de quienes están a nuestro cargo, sea por las circunstancias que sean.

Los días que siguieron al funeral fueron muy tristes. Mi padre viajó desde Barcelona para ayudarme con la situación legal, los trámites de últimas voluntades y toda la documentación que se debe hacer en estos casos. El padre de Claudia también viajó en aquel momento a Málaga.

Conversamos largas horas. Nos consolamos tratando de entender la situación. Al mismo tiempo, ante nosotros se abría un terreno desconocido con la incertidumbre de no saber muy bien qué hacer o cómo hacerlo.

Un día estábamos cenando en nuestra vieja casa y fue como si toda la realidad se disolviera en torno a nosotros. Mirábamos alrededor, a todo aquello que habíamos visto tantas veces, y parecía que cada cosa se revestía de una despedida: las paredes, las ventanas, los ruidos conocidos, las puertas, el paisaje, los silencios. Algo nos decía, mientras cenábamos, que nuestros caminos nos alejaban de Málaga,; de aquella casa de dos pisos en Ronda.

Creo que fue en ese preciso momento que nos dimos cuenta de que los hermanos tendríamos que separarnos. Claudia con su padre; Marta y yo con nuestro padre y Jimmy… Siempre habíamos vivido cerca, juntos, pues nuestro nexo común era mi madre. Ahora, impulsados por la necesidad, tendríamos que alejarnos.

Habíamos crecido en Ronda, Málaga, un pueblo pequeño junto al imponente desfiladero del Tajo, una brecha con cien metros de profundidad excavada por el pequeño río Guadalevín a través de los siglos y que en las alturas sortea el precioso Puente Nuevo. Nuestra casa era grande, de dos pisos, y en ella todos teníamos nuestro espacio. Y no solamente dentro de casa, sino también alrededor, en la naturaleza, en el espacio circundante encontrábamos una forma natural para actuar y desenvolvernos.

A lo largo de los años vivimos en diferentes casas en Ronda, pero siempre fueron grandes y espaciosas. Ronda, como dije, es un pueblo pequeño, y nuestros hermanos y yo la podíamos recorrer de arriba abajo sin perdernos. Es un lugar muy turístico, pero prácticamente todos los rondeños nos conocíamos; teníamos muchos amigos. Por estos motivos me preocupaba mucho el hecho de que mis hermanos menores tuvieran que dejar de golpe todo lo que conocían; los amigos; la cotidianidad.

En Barcelona las cosas eran diferentes. Ya no viviríamos en una casa grande, de dos o tres pisos, y en un pueblo pequeñoandaluz; el piso de Barcelona era de unos cien metros cuadrados y una terraza era lo único que nos acercaba, al menos remotamente, a toda aquella libertad que experimentábamos en Ronda. Además, pasar de un pueblo de unos treinta mil habitantes a una ciudad grande y hosca e impersonal como lo puede llegar a ser Barcelona es siempre un cambio grande. No obstante, sabíamos que trasladarnos era lo que debíamos hacer.

Después de varios meses de espera y papeleo finalmente me convertí en la tutora legal de mi hermano menor. Además, tuvimos otra buena noticia,: Claudia viviría cerca de nosotros, por lo que podríamos pasar los fines de semana juntos. Dentro de todas aquellas dificultades y todos los cambios, habíamos corrido con suerte pues los hermanos podíamos seguir manteniendo una relación cercana.

Ya instalados en Barcelona tuve que acostumbrarme otra vez a vivir con mis hermanos. En casa de mi madre, cuando vivíamos todos juntos, no existían reglas, cada uno hacía prácticamente lo que quería. En ocasiones la convivencia con Marta era difícil. Recuerdo, por ejemplo, que me quitaba mi ropa sin preguntar y nunca aceptaba un no como respuesta.

––Me gusta esta camisa. Me la voy a quedar ––decía.

––¡Es mía! Al menos pídemela antes.

––No seas así, Gisela. Sabes que me queda mucho mejor a mí.

En fin, estos no eran más que detalles menores dentro de la cotidianidad; pero después de vivir sola durante un tiempo sentía que mi espacio era cada vez menor.

Yo, desde que me había mudado a Barcelona, había decidido cambiar, estudiar en serio, graduarme de bachillerato, organizarme, mantener un poco de orden y tranquilidad en casa, pero ahora era francamente difícil lograrlo. Además, no tenía tiempo para nada.

Pero aquello era lo de menos. Lo que realmente cambió en mi vida fue la responsabilidad que adquirí con mi hermano Jimmy. Le dedicaba mucho tiempo, para todo lo que necesitara y más. Estudiaba con él, le ayudaba en los deberes de la escuela, le cocinaba, lo cuidaba, sin pausa, sin cansarme, como una verdadera madre debe hacer.

En casa, como dije, éramos tres: Jimmy, mi hermana Marta y yo. Los primeros meses fueron muy difíciles para todos. Pero sobre todo para Jimmy. De la noche a la mañana se había tenido que mudar, cambiar de colegio, hacer nuevas amistades, acostumbrarse a una cotidianidad y una ciudad distintas. Sí, aquello fue francamente difícil hasta que logramos organizarnos.

Tratábamos de hacer lo mejor posible. Pero al mismo tiempo todos nos movíamos en terreno desconocido. Cometíamos muchos errores básicos. En dos palabras: aprendíamos juntos.

Sin embargo, no nos quejábamos. En nuestra familia siempre hemos querido ver la parte positiva de todo y entre todos nos ayudábamos y esforzábamos por vivir lo mejor posible.

Yo no solamente estaba aprendiendo lo que significa tener un niño a mi cargo, sino que trabajaba por la mañana, debía asistir a unas prácticas por la tarde y estudiaba en la noche.