PAN 2 - VV. AA. - E-Book

PAN 2 E-Book

aa.vv

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Beschreibung

Es la versión digital de P.A.N. la publicación para los panaderos profesionales, caseros y en general los amantes del "buen pan". En el número 2 encontrarás, entre mucho más, los siguientes contenidos: una entrevista de Ibán Yarza a la antropóloga francesa Mouette Barboff; un artículo del actor Juan Echanove sobre su pasión por hacer el pan en casa y la relación con el teatro. Una investigación apasionante de Jordi Mercadé sobre la verdadera historia de la ciabatta; valiosas informaciones sobre la mantequilla de la mano de Rúben Valbuena y en general otras contribuciones sobre las masas enriquecidas como las de Xavier Barriga y Miquel Saborit; una interesante conversación entre Lot Roca y Txema Pascual en la que la moderadora Nuria Gutiérrez profundiza en la relación harinera/panadero; Recetas originales y con historia de Roscón de Reyes por Iñaki Echegoyen y el Panettone de Miquel Saborit; secciones de pan sin gluten, pan y ciencia, cultura; la sección Talante Panarra para panaderos caseros con un artículo sobre greñado de Beatriz Echeverría; y mucho más…

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|P|A|N| es un proyecto de

Libros con Miga y La PEPA (Pequeños Panaderos Afines)

Coordinador editorial

Lorenzo Mariani

Consejo editorial

Juan García Calvo, Lucas García Calvo, Jesús Machí

Redacción Beatriz Echeverría, Eulalia W. Petit de Gabriel

Asesores de redacción

Xavier Barriga, Jordi Bosch, Chris Ealham, Iñaki Echegoyen, Eneko Elgezábal, Antonio Estévez, Manuel Flecha, Jérôme Foulquier, Cecilia Francesch Escalona, Alfredo Gil Martínez, Teba González Frutos, Nuria Gutiérrez, Pilar Lozano, Guillermo Moscoso, Leyre Urtasun, Ibán Yarza

Diseño y maquetación

Tomás Serrano Hidalgo

Maquetación libro electrónico

Rasgo Audaz, Sdad. Coop.

Diseño de portada

Ana LozanoLaninanus

© 2017 Artesa Ediciones, S.L., por la edición impresa.

© 2018 por la edición digital

© Artesa Ediciones, S.L.

Paseo Imperial 50

28005 Madrid (España)

Contacto

[email protected]

www.revistapan.com

www.librosconmiga.com

www.pequeñospanaderosafines.com

El editor de esta publicación no se hace responsable de las opiniones vertidas en ella por las personas que colaboran.

Fotografía: Miriam García

|SUMARIO|

|TRIBUNA ABIERTA|

El alma del pan, por Juan Echanove 

|OPINIÓN|

La ley del pan, porGus Oliet

Indicaciones geográficas protegidas, porAbel Sierra

|RETRATO EN PRIMERA PERSONA|

El pan y el cole, por Beesham Soogrim

|CONVERSACIONES PANADERAS|

Lot Roca / Txema Pascual, porNuria Gutiérrez

|RELATOS PANADEROS|

El horno de Carcedo de Burgos, porLucas García Calvo

|ENTREVISTA INTERNACIONAL|

Mouette Barboff. La gran dama del pan, porIbán Yarza

|PAN Y CULTURA|

Panaderas, hambre y excomuniones en Madrid, porJosé Antolín Nieto Sánchez

Partiendo el pan en Shakespeare. Pan para el cuerpo y pan para el alma, porAndrew J. Power / Timothy Ryan Day

El museo del pan de Mayorga, porEulalia W. Petit de Gabriel

Joan Llacer. Cerámica y panes, porNuria Gutiérrez

|MATERIAS PRIMAS|

Mantequilla, porRubén Valbuena

|PAN Y CIENCIA|

Coordinadora de la sección Eulalia W. Petit de Gabriel

The Bread Lab, por Eulalia W. Petit de GabrielEl proyecto Health Bread, por Eulalia W. Petit de GabrielRedBAL, por Dra. Patricia Ruas Madiedo

|TECNOLOGÍA PANADERA|

La importancia de la harina en las masas enriquecidas, porXavier Barriga

|PANES INTERNACIONALES|

Ciabattalogia, por Jordi Mercadé

|RECETAS|

Masas enriquecidas: una introducción, porMiquel Saborit

Panettone Milanés, porMiquel Saborit

Burguer negra vegana, porJordi Morera

Maravillas de té matcha y yuzu, porYohan Ferrant

Trampantojo navideño. Un roscón de aperitivo, porJosé Roldán

Esparteros y cruzaditos, porCarlos Mariel Albert

|RECETAS CON HISTORIA|

Roscón de Reyes con praliné de almendras, porIñaki Echegoyen

|SIN GLUTEN|Coordinadora de la sección Pilar Lozano

Masas enriquecidas sin gluten: una introducción, por Alfredo Gil Martínez

El Laboratorio. Variables relevantes en masas, por Jordi Bosch

|SIN GLUTEN RECETAS|

Bollos de hamburguesa sin gluten y sin lácteos, por Teba González Frutos 

Bollitos dulces aromatizados, por Cecilia Francesch Escalona

|BOCATAS DEL COPÓN|

Bocata de pollo en pepitoria, por Jesús Martín

|EVENTOS|

Salone del Gusto 2016, por Hughes Belin

|TALANTES PANARRAS |

Más allá del greñado, porBeatriz Echeverría

Fotografía: Miriam García

Editorial

Paso a paso… Es difícil dibujar el sendero y a la vez recorrerlo. Es la aventura en la que Libros con Miga y La Pepa se han fundido para la edición de esta publicación.

Afortunadamente el mundo del pan es generoso. Generosos son los autores que han dedicado horas infinitas a desarrollar sus trabajos, a afinarlos ante la insistencia de las redactoras. Generosos se han mostrado los colaboradores que han probado y fotografiado las recetas. Espléndidos una vez más han resultado quienes han creado una línea gráfica que, sin romper con la línea iniciada en el número uno, volviera a resultar fresca y sugerente en términos artísticos. Generosos siguen mostrándose los patrocinadores y suscriptores que nos permiten culminar el primer año del proyecto con expectativa de continuidad. Muy especialmente, agradecemos las páginas que nos dedica Juan Echanove: teatro, cultura y pan de su mano. Nunca imaginamos tanta prodigalidad.

En este número nos hemos centrado en la masas enriquecidas, aunque no de forma exclusiva ni tradicional. Ejemplo claro es el trabajo sobre la mantequilla, en el que queremos trasladar un conocimiento profundo sobre su elaboración y características como materia prima. Al mismo tiempo buscamos subrayar las especificidades de estas masas con trabajos más técnicos y con recetas que incorporan diferentes grasas y procesos. Son varias las novedades que encontrareis en estas páginas.

Una vez más queremos mirar más allá del obrador, adentrándonos en la cultura que compartimos. Podréis leer acerca de los conflictos a los que se enfrentaban las panaderas madrileñas en el siglo XVI, o de qué forma y dónde aparece el pan en las obras de Shakespeare. Hemos querido repetir secciones que ya tuvimos en nuestro primer número, tan relevantes como Ciencia o Sin gluten, y traeros alguna nueva como Talante panarra, para panaderos caseros. Encontraréis también en estas páginas las conversaciones entre una harinera y un panadero, y las palabras de una brillante antropóloga del pan. Finalmente, el periodismo de investigación vuelve a |P|A|N| con la historia de la ciabatta, un recorrido brutal y apasionado sobre un tema que ha estado siempre teñido de mito y leyenda.

Ha sido un placer trabajar en este número. Esperamos que lo disfrutéis tanto como nosotros. Y os deseamos que iniciéis 2017 con ganas de mucho más |P|A|N|.

|TRIBUNABIERTA|

El alma del pan

Juan Echanove

Actor

Juan Echanove nos recomienda acompañar la lectura con la canción «Juan panadero» del Duo salteño

Casi todos los términos de nuestra lengua que sugieren amabilidad encierran o comprenden derivaciones o tan solo un origen común en aquello que hoy nos ocupa: el pan.

Así pues, palabras como amigable y amigo, o expresiones como «hacer buenas migas», nos remiten de inmediato a la conexión existente entre el confort de la amistad o de las relaciones en general con la excelencia y la esponjosidad, e incluso con el maravilloso aroma de una miga de pan recién horneado.

Recuerdo cierto día en que asistí a una representación de una obra de teatro dirigida por Lluis Pasqual y construida sobre textos de Federico García Lorca. Se titulaba Haciendo Lorca. En la representación compartían escenario los grandes maestros Núria Espert y Alfredo Alcón. En un momento preciso de la función, Núria amasaba pan en una artesa de madera. No recreaba la acción, sino que la ejercía de forma contundente con sus propias manos y la entremezclaba con los armónicos movimientos que sus manos dibujaban en el espacio escénico, embadurnadas de harina y agua. Esos dos elementos daban vida al pan, del mismo modo que la Palabra y el Gesto, debidamente amasados por el arte de los dos maestros, daban vida al poeta Federico más allá incluso de lo teatral.

Ese día percibí el olor de algo que no acertaba a definir, pero que se escapaba a todo lo que por aquel entonces yo podía identificar con el Teatro. Percibí el olor de la fermentación. Percibí, de manera inconsciente, el maravilloso acto de amor que se produjo entre las bacterias escénicas y los elementos primarios en una comunión de fermentación y crecimiento.

El aroma de la artesa y la solidez del Arte rindieron mi corazón para siempre con el Pan y con el Teatro.

Tal fue (y es) la identificación que obra en mi memoria. Siempre que amaso pan en mi casa, recuerdo de forma más que vívida las manos de Núria y la elegancia del maestro Alcón. Nunca desaparece el recuerdo, y es una sensación tan grata y real que una de las razones, de las poderosas razones, que me mueven a hacer mi propio pan y renunciar a la comodidad del «lineal de los panes» es, sin lugar a dudas, esa necesidad de conectar con dos de las personas que más admiro en el arte que se genera en las artesas escénicas, que más han influido en mi manera de hacer y que más sentido le han regalado a mi alma de actor.

Cocinar siempre ha significado para mí un acto transcendente. Más allá de la alimentación, el arte de cocinar me ha enseñado a comprender de forma más precisa cómo es este mundo en el que vivo. Comencé a cocinar de forma casual a los dieciséis años, y desde entonces hasta el momento en el que escribo estas líneas, todo ha sido para mí un continuo aprender, mejorar, perfeccionar y aportar para mi propio gozo y, por supuesto, para el de los demás.

Cierto día, me encontraba de vacaciones en una pequeña casa que poseía en un pueblo de Segovia junto a mi hermano mayor Javier, con quien compartía entre otras muchísimas cosas el gusto por la cocina y por los sabores que el pan encierra en particular. Entre las bambalinas de mi biblioteca, apareció por casualidad un libro titulado La tradición del pan. Ese mismo día, durante la sobremesa, y aupados por ese vigor que confiere el pacharán, decidimos acometer con arrojo e ignorancia la delicada tarea de fabricar nuestro propio pan, nuestra propia bollería, nuestras propias empanadas, magdalenas, roscones de Reyes, colines... e incluso nuestra propia mezcla de panes rallados. El resultado de aquel mes de agosto no fue todo lo satisfactorio que cabría esperar. Nuestros amigos tuvieron que catar a lo largo del mes panes crudos, duros, sosos, no levados o aburridos, y solo en un par de ocasiones conseguimos algo parecido a un pan y algo parecido a unas magdalenas.

Después de aquel verano se sucedieron otros en los que, de forma sistemática, la curiosidad y el orgullo nos inclinaba a desempolvar nuestros útiles de panadería y repostería para poner en práctica todo aquello que a lo largo del invierno habíamos descubierto y, no sin esfuerzo, habíamos ordenado en nuestras memorias panaderas.

Y esa es una de las vertientes más apasionantes que tiene la escalada hacia el pan de los panes. Que todo lo que lees y todo lo que aprendes se materializa en forma de excelencia, de sencillez y de naturalidad. De hecho, cada vez estoy más convencido de que cuanto mejor hago mi pan, mejores son también mis trabajos en la escena. Cuando estoy en pleno proceso de creación de mis personajes me lanzo a cocinar casi con desesperación, y el mejor termómetro para comprobar si estoy trabajando bien o mal es el resultado de mis platos y, más en concreto, por supuesto, de mis panes.

Si interpreto lo romántico, me llama la repostería. Si dramático, la masa madre. Si poético, el hojaldre. Si trabajo en televisión, mi vida se convierte en un cubicado pan de molde. Y cada trabajo, cada uno de mis personajes añaden a su nombre un apellido «pánico», o panarra, si ustedes lo prefieren. Fiódor Karamázov de Centeno..., Miguel Alcántara de Leche..., Jaime Uribe de Maíz... Y así, uno tras otro, rubrican una relación que sé que no se ha de acabar nunca.

Siempre he procurado aprender de todos los maestros que han puesto a mi alcance su sapiencia y experiencia. Los libros de Jim Lahey, Dan Lepard, Xavier Barriga, Oriol Balaguer o Antonio Escribá. Las charlas con Ibán Yarza o con Jorge de Masa Madre. Las publicaciones de la familia Antoja de la Rosa. La simpatía de Fidel Pernía, y la impagable amistad con John Torres, mi gurú y mi maestro, han dejado atrás aquellos fiascos veraniegos, han convertido mi casa y mi cocina en un parque temático de las bacterias panófilas, y me han hecho creer por momentos que mis manos están dotadas para el noble arte de la panadería.

Me gusta la locura interpretativa del mismo modo que adoro las greñas que forma un buen pan horneado. Me gusta el crujir de las cortezas como el crujir que se produce con el desgarro de un final de un verso de dolor. Me gusta el confort que me da una buena miga alveolada del mismo modo en que me muero por esa sensación similar que producen en mi alma los sonetos de Quevedo. Y entre banetones, linos, rasquetas, humidificadores, cocottes, hornos, cubetas herméticas o lames, buscan cobijo todos mis recuerdos que componen la sazón de mi pan.

Su fabricación no es amiga de las prisas ni del atropello. Se mueve mejor en ambientes de calma y de paciencia. La elaboración de una buena masa madre requiere al menos cinco días. No se pueden anticipar los procesos. Si lo que queremos obtener es el matiz de acidez, esponjosidad y consistencia al mismo tiempo, tendremos que esperar esos cinco días que, mientras tanto, servirán para darle la misma solidez a nuestra relación pasional con ese ser vivo que engendrará en la madre harina el milagro de la vida. Y del mismo modo, si queremos que nuestro personaje encierre todos los matices en tono, tempo, forma y contenido, tendremos que esperar a que el proceso de ensayos obre su tarea y nos regale el arte procedente de la madre palabra en contacto con la escucha y con el tiempo.

Gracias a mi trabajo, he podido y, por suerte, puedo viajar por países que hacen del pan un rasgo identitario tan definido como el idioma o la religión. Este rasgo cultural no es otra cosa que una suerte de piedra filosofal que, dentro del amasado, almacena burbujas y texturas de gozo y de dolor, de Eros y Tanatos, de yin y yang...; de arriba y abajo, en definitiva.

Desde que una semilla de trigo cae al suelo y la lluvia, la tierra y el sol la hacen germinar, estamos en condiciones de afirmar que la naturaleza es benévola con nosotros; que, pese a todas las atrocidades que cometemos con ella, persiste en concedernos la base necesaria no solo para la alimentación sino también para la vida.

Latinoamérica cree en el Dios Maíz, mientras que Asia lo hace en el Dios Arroz. Castilla se empolva de harina blanca, y Centroeuropa se faja con la elasticidad del centeno. África amasa lo que le permite la injusticia, y París... ¡ay, París!, siempre París... amasa besos de cancán en forma de baguette. Cantabria domina el hojaldre como los coreanos dominan el ping-pong, y los andaluces envuelven el pescado, envuelven sus matices marinos, con finas capas de harina de Alcalá de los Panaderos.

En Argentina, el Duo Salteño canta como los ángeles las coplas de don Juan Riera, un panadero andino que amasaba con agua y con sus propias lágrimas. Los villancicos españoles reflejan la generosidad de los más pobres con el Misterio en letras como «el queso, leche y pan / no tienen otra cosa, más no le pueden dar».

Un día lejano ya y casi perdido en el tiempo, los cazadores se hicieron sedentarios y, entre muchas otras cosas, descubrieron los cereales, su molido, su amasado y su cocción por exposición a la temperatura ambiente. Y cuando la noche caía sobre esos grupos humanos, alguno de sus componentes, hombres o mujeres, ¡qué más da!, a cambio del sustento en forma de pan y en torno a un fuego purificador, desgranaban historias de amor y de odio, de lujuria y de piedad, de pasión y de alegría, y algunas de esas historias, incluso, dicen que calmaban el miedo de los niños como el pan calmaba el hambre de los fabulatori en el desierto, o de los gauchos en la Pampa, o de los cuentacuentos en Manhattan, o la de esos soldados atrincherados, aferrados al chusco como último contacto con la vida, con esa vida a punto de serles arrebatada.

Madre Agua y Padre Grano..., danos la gracia del pan de cada día. Y haz que no falte nunca. Haz que no se vea como algo prescindible, como algo que puede quedar condenado a la oscuridad y al presidio de esas definiciones que lo relegan al mundo del «lo he dejado» o el «me he quitado».

Soy del Pan y, mientras esto escribo, en el largo trayecto que me ha de llevar desde Ciudad de México a Buenos Aires, me vuelve a asaltar el pacífico recuerdo de Alfredo y Núria. Argentina me espera con una alfombra blanca de masa de pizza porteña. México me ha despedido con tortillas de maíz. Y yo espero regresar a casa para volver a iniciar el proceso de los cinco días de fermentación.

Porque cada viaje nos hace diferentes y mejores, y porque esa mejoría ha de quedar plasmada en forma de pan. Un pan que en mi caso será más latinoamericano que nunca, aunque sean el agua de Madrid y la harina de la Mancha sus directos progenitores. Procuraré hacerme con un puñado de sal del norte de los Andes que, junto a la sabiduría del mole y el picante de los chiles, aportarán a mi próxima Navidad el producto más gustoso e importante de mi mesa. Mi casa se inundará de esos aromas que llaman a la sonrisa y al encuentro, el frío exterior será vencido por la temperatura del horno, y las copas de vino y las migas..., esas amigas migas que nos ayudan a reconocer el camino de vuelta tanto como el de ida, esparcidas sobre el mantel, juguetearán entre las yemas de los dedos de los más pequeños, entre las uñas pintadas de las mujeres más voluptuosas, entre las arrugas de los cansados dedos de los abuelos, entre los impacientes nudillos del que no puede esperar más y repiquetea en el mantel haciéndolas bailar, y entre los orgullosos dedos de aquel que las horneó, que madrugó para tenerlo todo listo, que tuvo la serenidad de esperar a que todos los procesos, tanto de fermentación como de vida, se llevaran a cabo en su justa medida.

El amigo proviene de la miga y el compañero del pan. Una vida sin amistad, sin solidaridad y sin amor sería mas larga y más triste que un día sin pan. Un pan sin alma, sin la intervención de las manos, sin el alimento de las lágrimas y el sudor nos marcaría sin remisión el camino hacia ese mundo oscuro y lóbrego de lo inútil y lo prescindible.

Ilustracion: Ana Bustelo

|OPINIÓN|

La ley del pan

Gus Oliet

Madrid Tiene Miga

Ni el runrún creado por los nuevos (y no tan nuevos) artesanos panaderos ni el hype generado durante los últimos años por el panarrismo casero parecen haber tenido eco en el conjunto del sector panadero nacional. Y la normativa sobre pan no ayuda. En su indefinición de modelos productivos, en su manera de tratar a todos con el mismo rasero, se esconde una trampa para el pequeño productor. Este, indefenso, observa cómo el marketing del sector industrial recicla y reutiliza sus argumentos de producción, de existencia casi.

Las grandes productoras de pan precocido dominan nuestro mercado panadero, estrechamente unidas a unos sistemas de comercialización en punto de venta ajeno al sector, a cadenas comerciales o en franquicias. Frente a estos gigantes abrumadores se sitúan los pequeños obradores, los nuevos y los no tan nuevos, aquellos de producción integral en negocios más o menos únicos. Todos ellos parecen estar tomando fuerza, después de unos años en los que las jubilaciones de los artesanos de madrugón y trabajo físico parecía no tener recambio generacional. Y, viendo cómo arden las barbas del vecino, se produce un curioso efecto de cartón piedra. Ahora pretenden vender (y lo consiguen) su precocido de química y aire con la imagen más tradicional posible. Para ello se valen tanto de cuidados escenarios franquiciados como de enormes carteles o etiquetas chulas que proclaman lo supernatural y supertradicional de su proceso productivo.

En este contexto, el conocimiento de la legislación del sector y su desarrollo histórico tiene mucho interés. Ni la normativa estrictamente sanitaria ni la comercial han querido nunca darle una protección real al pequeño productor; al menos, no frente a la potencia de los grandes.

Ilustracion: Alfredo Copeiro

En un principio fue el Código Alimentario Español. Pero cuidado, que estamos hablando del año 1967 y de una norma del final de la época franquista. Al ser legislación básica, preveía su desarrollo a través de reglamentaciones técnico-sanitarias, que profundizarían en la definición de los procesos de fabricación de los productos. Transcurrieron diecisiete años hasta que, por Real Decreto 1137/1984, de 28 de marzo, se aprobó la Reglamentación Técnico-Sanitaria para la fabricación, circulación y comercio del pan y panes especiales. Esta disposición resume y protege el desarrollo de las grandes panificadoras, y les otorga las mismas reglas del juego que a los pequeños obradores, a los que no individualiza ni visualiza de forma alguna. Pese al desarrollo de la normativa alimentaria europea y de los más de treinta años transcurridos desde que se promulgó, esta reglamentación mantiene vigente parte de su articulado; por ejemplo, la definición de los productos semielaborados (precocidos, masas congeladas) y parte de la lista de aditivos y coadyuvantes permitidos en la fabricación del pan. Como curiosidad, también mantiene en vigor la prohibición de venta del pan común cocido el día anterior, salvo que esta circunstancia se indique claramente y se advierta de ella al consumidor. El pan de ayer es el demonio...

Esto es todo lo que da de sí la normativa nacional. En cuanto a la comunitaria, el espíritu de la acción legislativa de la Unión Europea ha puesto el foco en la parte sanitaria de la producción de alimentos, la protección del consumidor con base en el principio de precaución, y la trazabilidad de las producciones «desde la granja a la mesa». Estos conceptos tal vez sean necesarios, y se hayan visto condicionados por la necesidad de contar con instrumentos eficaces para luchar contra crisis alimentarias como las dioxinas o el mal de las vacas locas, pero se plasman en normas claramente influidas por el lobby imperante en Bruselas. Desde 2004 convivimos con el denominado «paquete de higiene» que contiene distintos reglamentos, normas de obligado cumplimiento directo en todos los Estados miembros de la Unión y en los que, una vez más, el productor artesano es un actor menos que secundario en esta película. De hecho, se limita a flexibilizar las condiciones de aplicación de sistemas de autocontrol en industrias de pequeño tamaño.

Si queremos buenas noticias, debemos bucear en las distintas normas autonómicas de protección de los artesanos de la alimentación. En este aspecto encontramos iniciativas variopintas, aunque casi todas coinciden en la utilización final de una etiqueta de calidad que garantiza que los alimentos son fabricados por pequeños productores. Es cierto que estas etiquetas proporcionan algo de valor añadido al artesano, pero no suelen tener en cuenta su sistema de producción, tan solo el tamaño de la industria.

Con estos mimbres, ¿qué se puede hacer? ¿Se pueden reservar determinadas denominaciones características del pan fabricado por pequeños artesanos a aquellos productores que elaboren solo ese tipo de productos, con toda la variedad de métodos que cada maestro y cada vida profesional les ha enseñado? ¿Qué iniciativas podrían acometerse y quién debería hacerlo?

Debatamos desde el optimismo: a pesar del panorama gris que hemos dibujado, se podrían intentar muchas cosas. De la misma forma que los hábitos de consumo en España cambiaron a la par que lo hizo la sociedad durante las últimas décadas del siglo xx, en estos primeros años del nuevo siglo se adivina una nueva revolución alimentaria: la del consumidor entendido y exigente, que demanda un producto lo más natural posible, en cuya masa se evite el uso de aditivos siempre que la materia prima lo permita, elaborados con materias primas de proximidad y por productores pequeños. Estos pueden ser un estupendo instrumento para asimilar y diseminar las ventajas del pan de fermentación lenta frente al de las grandes cadenas.

Ni que decir tiene que sería de gran ayuda que nuestras leyes reflejasen la diferencia entre productores. Sirva como ejemplo el Código del Consumidor de Francia, que en 1998 introdujo en su articulado unos preceptos dirigidos a la protección del pequeño artesano. Es interesante leer el literal del artículo L121-80:

«No se puede usar ni el nombre «panadero», ni la denominación comercial de «panadería», ni cualquier otro nombre que pudiera causar confusión, para referirse al lugar de venta de pan para el consumidor final si no se asegura documentalmente, y a través de la presencia de profesionales que, a partir de materias primas seleccionadas, realizan el amasado, la fermentación y el formado, así como la cocción del pan en el punto de venta al consumidor final». Los productos no pueden ser congelados o ultracongelados en ninguna etapa de la producción o venta.

Aun cuando a cualquier panadero artesano español le suene a gloria, una segunda lectura descubre por dónde nos quedaríamos cortos, ya que podríamos ajustarnos a estos requisitos, pero a costa de hacer un pan infame. Así pues, debemos ser más ambiciosos y buscar el reconocimiento del artesano con base en fermentaciones lentas, y cuya producción adquiera valor añadido gracias al uso de harinas ecológicas molidas en piedra. Además, tenemos que recuperar variedades locales de cereal que utilice la masa madre natural como único agente leudante, o la combine con pequeñas cantidades de levadura, y que cuide siempre de conseguir el sabor de su producto final a través del mimo y la paciencia. Todo esto deberían acreditarlo aquellos profesionales que ajusten su trabajo a este modus operandi, con categorías o niveles de detalle que no confundan al consumidor. Hay que pelearse en las Administraciones para conseguir que estas formas de hacer tengan su reflejo normativo, que se vigile el cumplimiento del compromiso y que se promocionen las virtudes de este tipo de pan. El cauce exige de un asociacionismo especial por parte de estos profesionales.

Si no hay respuesta administrativa queda la iniciativa particular, la autorregulación de las producciones y la promoción de estos modos por el propio sector. Quizás el final de este camino pase por una etiqueta de calidad específica del pan artesano, aunque es algo conocido desde las normativas autonómicas. ¿Por qué no buscar acciones diferentes? Las redes sociales pueden ser un cauce magnífico a través del cual hacer llegar la información a ese nuevo consumidor en ciernes. Hay muchos ejemplos al respecto. The Real Bread Campaign fue, tal vez, la iniciativa pionera de los intentos de mejora del pan británico. En los países nórdicos se han llevado a cabo otras acciones, como el Brödmanifest del que se hablaba en la estupenda entrevista de Ibán Yarza a Sébastien Boudet en el número 1 de esta misma publicación, y que busca la complicidad de los internautas con esa forma natural de entender la panadería. Los panaderos podrían adherirse al manifiesto y proclamarlo desde la red y desde sus escaparates. Incluso podría construirse un mapa, al estilo del que podemos encontrar en www.surdegskartan.se, en el que se retraten y localicen todas las panaderías que se adhieran a ese manifiesto de nuestro buen pan.

Se pueden recorrer estos caminos, y se pueden inventar otros diferentes. Pero es razonable pensar que los nuevos y viejos panaderos de hogaza y paciencia deben hacer algo para ser reconocidos y diferenciados de los grandes productores industriales. Desde estas líneas se pretende abrir ese debate sobre las formas, entendiendo que en el fondo lo tenemos todos claro.