Párrocos, obispos y Opus Dei - Santiago Martínez Sánchez - E-Book

Párrocos, obispos y Opus Dei E-Book

Santiago Martínez Sánchez

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Desde 1952, con la aprobación de la Santa Sede, los sacerdotes diocesanos pueden vincularse con el Opus Dei. Desde entonces, varios miles de ellos han pertenecido a esta institución o se han benefciado de su carisma a través de la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz. Este libro analiza el interés de papas, obispos y sacerdotes por la santidad y el asociacionismo del clero en el siglo XX, hasta el concilio Vaticano II. También el Opus Dei les brindó ayuda y compañía. Aquí se narra por vez primera qué movió a Escrivá de Balaguer a interesarse por el clero diocesano, quiénes fueron sus colaboradores en esa tarea, y a qué obedeció la acogida y el rechazo que la Sociedad sacerdotal tuvo entre curas y obispos españoles.

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Seitenzahl: 1430

Veröffentlichungsjahr: 2025

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SANTIAGO MARTÍNEZ SÁNCHEZ

PÁRROCOS, OBISPOS Y OPUS DEI

Historia y entorno de la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz en España, 1928-1965

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2025 bySantiago Martínez Sánchez

© 2025 by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid

(www.rialp.com)

© Agencia EFE, fotografías 1, 4, 5, 6, 7, 8 y 9

© Archivo de la Prelatura del Opus Dei, fotografías 10, 13, 15, 17, 18, 19 y 20

© Archivo de la Universidad de Navarra, fotografía 11

© Arxiu Episcopal de Vic, fotografía 14

Colección de monografías

Istituto Storico San Josemaría Escrivá

Via dei Farnesi 83

00186 Roma

www.isje.org/es

Comité editorial de la colección: Inmaculada Alva, Onésimo Díaz Hernández, Carlo Pioppi, Federico M. Requena

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6949-6

ISBN (edición digital): 978-84-321-6950-2

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6951-9

ISNI: 0000 0001 0725 313X

A las madres, hermanas y familiares que cuidaron a estos sacerdotes

a Juan Vera Campos, in memoriam

ÍNDICE

Agradecimientos

Introducción

1. El sacerdocio y su identidad, 1900-1965. Actores, pensamiento y Magisterio

1. Los valedores del «humillado clero secular»

A. El despertar europeo del clero, siglos

xvi

a

xix

B. Santidad y espiritualidad sacerdotal: medio siglo

xx

de debate

2. Los tres Píos y el Código del 17

3. Los institutos seculares clericales (1947-1958)

A. Institutos seculares diocesanos

B. Institutos seculares pontificios

C. La mente de la Congregación de religiosos

4. Juan XXIII y el Concilio Vaticano II

5. El Concilio, los obispos españoles y las asociaciones clericales

6. Conclusiones

2. El clero rural en España, de la posguerra civil a

Presbyterorum ordinis

(I)

1. El marco político-religioso

2. Heridas y cicatrices de guerra

A. Los seminaristas, «entre el azadón y el hisopo»

B. «En medio de viejos odios»

3. Los nuevos sacerdotes: «su número basta»

4. La España rural: «La Trini nunca ha ido a Segovia»

A. Soledad y prestigio

B. Caminos, motos y nieve

C. «De Balconete sale la gente a borbotones»

D. Las faenas agrícolas

5. El ciclo de los encargos pastorales y la atención doméstica

A. La pastoral de cada día

3. El clero rural en España, de la posguerra civil a

Presbyterorum ordinis

(II)

1. Libros (y más) sobre el clero: «Los curas estamos de moda»1

2. Revistas de y para sacerdotes

3. Las Instituciones, el Movimiento y la Corriente

A. Entidades diocesanas

B. La Unión Apostólica del Clero

C. El Prado y el Sacré Cœur

D. El Movimiento sacerdotal de Vitoria

E. La corriente: el avilismo

4. Las iniciativas amicales y los equipos sacerdotales

4. Josemaría Escrivá de Balaguer, promotor del sacerdocio

1. Seminarista y joven sacerdote en Logroño y Zaragoza, 1918-1927

2. Las “Conferencias de los lunes” en Madrid, 1927-1936

3. Predicador de retiros y amigo de otros pioneros, 1938-1948

A. Ejercicios espirituales al clero diocesano

B. Rufino Aldabalde y el Movimiento sacerdotal de Vitoria

C. Ávila, Baldomero Jiménez Duque

D. Valencia, Antonio Rodilla

E. Lérida, Ángel Morta y Laureano Castán

F. Madrid, Casimiro Morcillo y José María García Lahiguera

G. Pamplona, Santos Beguiristain y Cornelio Urtasun

4. Abandonar el Opus Dei, 1948-1950

5. La aprobación de la Sociedad sacerdotal, junio de 1950

5. El protagonismo de los sacerdotes numerarios

1. Selección y formación

A. Los candidatos al sacerdocio

B. La formación ascética y espiritual

C. Doctorados eclesiásticos

D. La formación pospresbiteral: collationes, convivencias y exámenes de licencias

2. «Me hacen falta muchos curas»

3. Una demografía de los sacerdotes numerarios, 1950-1965

6. Las percepciones episcopales en torno a la Sociedad sacerdotal

1.:

Nihil sine episcopo

2. Algunos datos generales

3. Respaldo, reserva y rechazo: Gerona, Cádiz y Salamanca

A. Gerona, del apoyo sin fisuras a las dudas

B. Cádiz, «que lo demostráramos con hechos»

C. Salamanca, el enfado

4. Los obispos con candidatos en Salamanca

A. Astorga, León, Orense, Calahorra, Vic y Coria

B. Pamplona y Oviedo

C. Los arzobispos de Tarragona, Burgos y Valencia

5. Otras percepciones episcopales, por provincias eclesiásticas

A. Valencia

B. Burgos

C. Tarragona

D. Toledo

E. Sevilla

F. Valladolid

G. Oviedo

H. Granada

I. Pamplona

J. Santiago de Compostela

K. Zaragoza

7. El porqué de una desigual expansión por España

1. El mapa y las causas de una distribución desigual

2. La

diocesaneidad:

«no me acabo de considerar uno de vosotros»

A. El affaire Sigüenza de 1962 y sus secuelas

3. Una opinión clerical hostil

A. Una polémica en Incunable

4. Los condicionantes del mundo rural y la edad

5. El peso de las figuras: «Es tot foc i esperit»

6. El peso de los religiosos

7. La Sociedad sacerdotal y los seminarios españoles

8. Recepción, transmisión y vivencia del carisma del Opus Dei

1. Recepción

A. Amistad sacerdotal y llamada divina

B. El perfil de los candidatos

C. La acogida, el camino y el hogar

2. Transmisión

A. El acompañamiento espiritual: tender postes en el monte

B. Círculos de estudio y reuniones periódicas

C. Convivencias y ejercicios espirituales: «un clima de hermandad que reconforta»

3. Vivencia: la obediencia y la pobreza

4. El fundador como padre

5. Encargos en los apostolados del Opus Dei

A. Las iniciativas espontáneas y los encargos informales

B. El permiso episcopal: una prelatura nullius, un Instituto de derecho canónico y una basílica

6. Asistentes eclesiásticos, cooperadores, celadores y consejos locales

9. Historias diocesanas de la Sociedad sacerdotal

1. La difusión geográfica de la Sociedad sacerdotal

2. Andalucía y Extremadura

3. La Mancha y Murcia

4. Madrid y Guadalajara

5. Castilla: Segovia y Palencia

6. Galicia: Santiago y Tuy

7. Asturias y Navarra

8. Aragón: Zaragoza y Teruel

9. Cataluña: Gerona y Vic

10. Diócesis, Opus Dei y clero diocesano

1. Miradas y autopercepciones

2. Un trabajo que santificar

A. Cuidado de los templos

B. Cuidado del Pueblo de Dios

C. Cuidado de la Iglesia particular y de su familia espiritual

3. La dimensión vocacional

4. Hogar y dique

5. La amistad y la fraternidad sacerdotal

Siglas y abreviaturas

Relación de entrevistas

Relación de cuadros

Fuentes y bibliografía

Fotografías

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Agradecimientos

Comenzar a leer

Fuentes y bibliografía

Agradecimientos

No miento si digo que este libro es polifónico, pues ha sido posible por la desinteresada y amable colaboración de muchos amigos, colegas e interlocutores.

En primer lugar, debo gratitud a la Universidad de Navarra por financiar esta investigación, que se enmarca en el proyecto titulado: “Género, percepciones y expansión del Opus Dei en la España franquista (1939-1962)”. Asimismo, es impagable mi deuda con los integrantes del Centro de Estudios Josemaría Escrivá, de esa universidad, y con los miembros del Istituto Storico San Josemaría Escrivá (Roma), por el intercambio de ideas y el contraste de pareceres sobre la historia del Opus Dei y de sus gentes. Lo mismo debo decir de las conversaciones con colegas en los eventos organizados por la Asociación Española de Historia Religiosa Contemporánea (AEHRC), inspirada y alentada por el catedrático Feliciano Montero.

También estoy muy agradecido a quienes me brindaron su ayuda y consejo. Unos colegas leyeron el manuscrito, como Alfredo Méndiz, Ángel Marzoa, Antón Pazos, Antonio Ariza, Constantino Ánchel, Francisca Colomer, Joseba Louzao, José Luis González Gullón, Marcelo Merino, Marcos Ruiz Atance y Rafael Díaz Riera. Otros vieron algunos capítulos, como Àngel Caldas, César Izquierdo, Eloy Tejero, Federico Requena, Gonzalo Barbed Martín, Josep-Ignasi Saranyana, Lluís Clavell, Manuel Cámara, Nicolás Álvarez de las Asturias y Santiago Casas. Las valiosas sugerencias de todos me ayudaron a simplificar el texto, enriquecer sus contenidos y precisar sus ambigüedades. Claro está, soy responsable de los errores u omisiones que aún contenga.

Quienes compartieron conmigo recuerdos y experiencias de vida me han permitido zarpar, sortear los peligros de la travesía y llegar a puerto. Sin ellos este libro sería muy diferente: y peor, sin duda. Así, tengo una deuda impagable con los dos centenares largos de sacerdotes y varios obispos españoles a los que entrevisté, cuyos nombres van en una relación final. Y, por supuesto, con las muchas personas que me facilitaron realizar esas entrevistas y que no puedo aquí nombrar: sí mencionaré a Javier Yániz, Gerard Jiménez, Lorenzo de los Santos y Nicolás de Luján. Algunos de los entrevistados y otros colegas me facilitaron amablemente otras noticias, como Ángel Martínez Obregón, Ángel Marzoa, Antonio Benito Melero, Antonio Aranda Calvo, Domingo Navarro Lorenzo, Felipe Corella Martínez, Francisco Escámez, Joan y Pere Saumell Lladó, Luis Colás Usón, Mateo Blanco Cotano, Marcos Ruiz Atance, Vicente Sáez Gozálbez y Victorio Lorente Sánchez. Igualmente, Lucio Arnaiz me facilitó valiosa información sobre la asociación de sacerdotes El Prado.

Agradezco de veras a quienes me dieron datos precisos sobre las ordenaciones sacerdotales entre 1939 y 1965. En particular al obispo de Cuenca, monseñor José María Yanguas, y al personal de algunas cancillerías y archivos diocesanos por su paciencia para buscar esos datos en los “Libros de órdenes”. Así, los secretarios-cancilleres Antonio Abellán Navarro (diócesis de Albacete), padre Cristóbal Flor Domínguez (Cádiz-Ceuta), Eloy A. Santiago Santiago (Canarias), Prudencio Manchado Vicente (Ciudad Rodrigo), Declan Huerta Murphy (Cuenca), Manuel Millán (Guadix), Felipe García Dueñas (Jaca), Francisco García Villalobos (Málaga), Xesca Ferrer Bover (Mallorca), María Victoria Aymerich (Menorca), Manuel Emilio Rodríguez Álvarez (Orense), Víctor Otín Gonzalo (Osma), María Teresa Marcos Martín (Plasencia), Jesús Terradillos (Salamanca), Elisardo Temperán Villaverde (Santiago de Compostela), Luzia Alberro Goikoetxea (San Sebastián), Esteban Peña (Santander), Ángel Eusebio Cumbicos y Guillermo Clausell (secretario de la cancillería de Segorbe-Castellón), Isacio Siguero (Sevilla), Miguel Almansa San Andrés (Sigüenza-Guadalajara), Júlia Ayala (Solsona), Juan Carlos Jorge González (Tenerife), Pedro Hernández (Teruel), Manuel Lage (Tuy-Vigo), David Codina Pérez y Pilar Martell i Martell (auxiliar de cancillería de Urgell), José Francisco Castelló Colomer (Valencia), Francisco Javier Mínguez Núñez (Valladolid), Francisco Ortega Vicente (Zamora). Asimismo, a José Luis Garduño y Valentina Gobbo Coín (respectivamente, vicecancilleres de Badajoz y Granada), a Ángel David Martín Rubio (deán-presidente de la catedral de Coria) y a los directores de los archivos de Coria-Cáceres (M.ª del Carmen Fuentes Nogales), Gerona (Joan Naspleda i Arxer), Huesca (Juan Carlos Barón Aspiroz), Teruel (Pedro Hernández) y Vic (Rafel Molins Ginebra) y al delegado diocesano para el patrimonio cultural de Huelva (Manuel Jesús Carrasco Terriza).

En el Archivo General de la Prelatura del Opus Dei (Roma), Francesc Castells, María Eugenia Ossandón, José M.ª Cerveró y Emilio Aterido orientaron con pericia mis consultas y estancias. Constantino Ánchel me dio sagaces consejos sobre piezas documentales cuya existencia nunca habría imaginado. No olvido la atención del eficaz personal del Archivo Apostólico Vaticano y de la Biblioteca Nacional de Madrid, de Teresa Alzugaray, una de los responsables del archivo diocesano de Pamplona, y de Inés Irurita y José María Morell, del Archivo General de la Universidad de Navarra. Igualmente quedo reconocido a Agustín Bugeda, vicario general de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara, y al notario de esta diócesis (Miguel Almansa San Andrés), quienes me facilitaron varios expedientes de sacerdotes. También a Juan María San Millán, del archivo fotográfico de la prelatura del Opus Dei, y a Manuel Castells, del archivo fotográfico de la Universidad de Navarra, por proporcionarme algunas de las fotografías que ilustran este libro Por último, Santiago Tejero me echó más que un cable para la revisión del índice onomástico de esta monografía.

Y acabo con un recuerdo especial para las bibliotecarias de la Universidad de Navarra: en particular, María González, Jacinta Luna y Rocío Serrano, por su atenta y amable profesionalidad conmigo y con todos los usuarios de esa extraordinaria Biblioteca Central. La eficacia y buen hacer de María Sandúa me solventaron mil pequeñas (y no tan pequeñas) cuestiones logísticas, ahorrándome mucho tiempo y esfuerzo.

Ojalá que este libro —modestamente— pueda realizar el anhelo del autor del Lazarillo de Tormes, al iniciar su relato: «Yo por bien tengo que cosas tan señaladas y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido».

Introducción

Cuando a finales de 2019 este libro daba sus primeros pasos, ni remotamente imaginé que sería tan apasionante su proceso de documentación y redacción. La Iglesia católica en España me era familiar por trabajos anteriores. Pero —con alguna excepción— sus párrocos apenas habían ocupado espacio en mi cabeza y mis textos. Más bien me había fijado en la faceta política del catolicismo y sus representantes, en sus relaciones con el poder, en algunas importantes figuras episcopales.

Si puedo hablar así, esta monografía salda una deuda con los curas españoles de a pie, pues ahora he escrito una suerte de biografía colectiva de varios cientos de ellos. Fundamentalmente, de quienes entre 1928 y 1965 se relacionaron con Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei a través de su fraternidad sacerdotal, llamada Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz. Este libro es una historia de esta fraternidad clerical y de su contexto eclesial. Me referiré a ella como la “Sociedad sacerdotal” y, a veces, como la “Sociedad”, o como “sss+” en algunos cuadros del libro y cuando se cita así en las fuentes.

Mi interés por estos sacerdotes ha sido doble: analizo la sociabilidad del clero diocesano y estudio sus aspiraciones en torno al ideal de la santidad, uno de los principales factores que han desencadenado el asociacionismo sacerdotal. Según el Diccionario de la lengua española, santidad es la «cualidad de santo» y este adjetivo, en su tercera acepción y dicho de una persona, significa «de especial virtud y ejemplo». A lo largo del libro se precisará más esta sintética definición, que basta por ahora. La escasa atención que la sociabilidad sacerdotal y el ideal de santidad entre el clero español habían recibido en la historiografía me embarcó en este trabajo, que ha encontrado tres retos principales.

De una parte, debía distanciarme de lo que narro para comprender primero y explicar después las percepciones eclesiásticas (positivas y negativas) sobre el Opus Dei, tan capitales en la relación entre los sacerdotes diocesanos y esa institución. También, debía caracterizar a estos sacerdotes con unos ingredientes distintos de los elementos políticos dominantes en el relato sobre el clero español: pues en esta historia la política es irrelevante, no por una decisión propia —que habría sido tan legítima como arbitraria—, sino porque las fuentes apenas me han conducido hasta ella. El último reto conecta con los poderosos cambios de toda clase acontecidos en España y Occidente entre 1939 y 1965 (y después, por supuesto), que tanto afectaron a la identidad y la misión del presbítero. Identidad y misión que se redefinieron durante la posguerra mundial, dentro y fuera de los márgenes teológicos, originando profundas mutaciones de mentalidad y actividad en los curas católicos, los españoles incluidos. Es decir, el clero español de 1939 nada (poco, más bien) tiene que ver con el de 1965.

Protagonizan este libro quienes recibieron el orden sacerdotal en España a lo largo de las décadas centrales del siglo xx. En concreto, el relato lo limitan dos años que pusieron fin a destacados acontecimientos de España y de la Iglesia católica: el de la guerra civil en 1939 y el del concilio Vaticano ii en 1965.

Es un cuarto de siglo riquísimo en eventos, sensibilidades y mutaciones eclesiales y sociales, con rupturas y continuidades en la Iglesia católica y la sociedad española. Por lo que se refiere a la Iglesia, acabado el Concilio se agudizaron los factores de ruptura y corte con el pasado. Entonces, una cultura del disenso reclamó no cuanto los documentos del concilio decían, sino las intenciones que escondían sus palabras y las expectativas que había creado1. Algo que Casiano Floristán llamó “recepción creativa”2 y que Henri de Lubac criticó, porque no podía comprenderse un espíritu sin conocer sus textos3. Tal creatividad autónoma negaba el enorme esfuerzo conciliador —integrador— de los textos aprobados en la Asamblea o apuntaba justamente a tal esfuerzo como causante del colapso de la verdadera renovación eclesial, que había sido vaciada para contentar a una minoría conservadora de obispos4. Esa creatividad sustituía los documentos del Vaticano ii por la invocación a un espíritu, compuesto por aportaciones doctrinales y pastorales autoproclamadas como un magisterio más auténtico y sagaz que el del Concilio. Eran los creativos quienes habían sabido captar el espíritu de renovación, de aggiornamento, proclamado por Juan xxiii al convocarlo.

En concreto, de los sacerdotes esa creatividad reclamó que fueran constructores preferentes o exclusivos de la ciudad terrena. Debían romper el equilibrio al que les invitaba el documento específico del Vaticano ii sobre ellos, Presbyterorum ordinis. Ahí se afirmó que «no podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de otra vida más que de la terrena, pero tampoco podrían servir a los hombres si permanecieran extraños a su vida y a sus condiciones» (PO, n. 3). Aquí apenas trataremos de esa contestación católica global (y no solo española) para cambiar «radicalmente, y al mismo tiempo, la comunidad cristiana y la sociedad»5, pues traspasa nuestra frontera cronológica.

Me centro en la geografía eclesiástica española no por ser la que mejor conozco, sino porque en este país tal Sociedad sacerdotal del Opus Dei se desarrolló antes y con más fuerza. Presbíteros de Italia, Portugal o Estados Unidos también se unieron a ella relativamente pronto, en estos mismos años, y presumo que por unos motivos similares a los de los españoles. Pero la historia de esos escenarios merece contarse con más detalle del que hubiera podido yo ofrecer aquí y ahora.

No van a desfilar todos los presbíteros españoles ordenados en este marco cronológico, pues he excluido a los miembros de órdenes religiosas. Desde luego, no les considero actores irrelevantes o personajes secundarios. Pero analizo al clero secular, el que pudo abrazar la Sociedad sacerdotal del Opus Dei a partir de 1950: la Santa Sede aprobó ese año la incorporación de sacerdotes seculares al instituto secular que era entonces la Obra, ya formado por seglares y clérigos. Así, Pío xii reconocía que el mensaje de santidad que su fundador predicaba era apto para ser aplicado asociativamente al clero secular.

Párrocos, obispos y Opus Dei indaga sobre la relación entre esta institución y casi seiscientos veinte sacerdotes diocesanos españoles que pidieron la admisión en la Obra desde la aprobación pontificia del 50. Esa conexión tuvo como centro la ayuda que el Opus Dei brindaba al clero para alcanzar el ideal de santidad al que estos sacerdotes aspiraban. Veremos que —sobre esa oferta— mucho dijeron los obispos españoles. Ellos también protagonizan el relato por derecho propio.

Estos sacerdotes fueron, en su inmensa mayoría, curas jóvenes y rurales de una España que hoy es muy difícil de imaginar, tal ha sido el cambio del país. Por eso, se hablará poco de urbes como Barcelona, Madrid, Valencia, Bilbao, Zaragoza… y mucho de pueblos y aldeas: Milmarcos, Mochales o La Nava de Jadraque en Guadalajara; Mosqueruela, Ojos Negros o Griegos en Teruel; Basardilla, Honrubia de la Cuesta o Zamarramala en Segovia; La Puebla de Valdavia o Torremormojón en Palencia; Aguarón en Zaragoza; Rebordechán en Pontevedra; Castrejón de Trabancos en Valladolid; Porcuna o Martos en Jaén… Como se irá viendo, he tratado de hallar patrones que aúnen las trayectorias singulares de estos curas rurales.

El libro tiene diez capítulos. Arranca con el contexto eclesial, amplio espacial y cronológicamente, que fue la atmósfera que envolvió la amistad entre la Obra y el clero diocesano. Y termina con las mutuas aportaciones entre el clero secular, el Opus Dei y las diócesis. He optado por una aproximación temática y no cronológica, que en conjunto tiene más ventajas y el único inconveniente de un posible solapamiento. Por eso, cada capítulo trata alguna idea central, independiente y a la vez afín con las restantes. Todos están interconectados, aunque cabe una lectura tanto lineal, de principio a fin, como selectiva.

El hilo argumental de esta monografía tiene esta secuencia: Iglesia universal y sacerdocio – la Iglesia en España y el bajo clero – Josemaría Escrivá de Balaguer y el carisma del Opus Dei para el clero diocesano – los sacerdotes numerarios – los obispos y la Sociedad sacerdotal – los motivos de su aceptación y de su rechazo – la expansión por España de esta Sociedad – las sinergias entre sacerdotes seculares, diócesis y obispos, y Opus Dei.

Estos ejes permiten calibrar la importancia que la Sociedad sacerdotal ha tenido para la Iglesia y el Opus Dei. A mi juicio, no ha sido poca, porque no se especializó en un área concreta del clero (la liturgia, la acción pastoral, el sentido social, el dinamismo misionero…) sino en el sustrato que permitía a cada cual cuidar o mejorar esas u otras áreas de su ministerio. En fin, al no ser un movimiento especializado, su mensaje y atracción ha pervivido, pues el ideal de santidad al que aspira —y que en buena parte transmite mediante el acompañamiento espiritual— sigue siendo un mensaje actual.

El primer capítulo presenta las ideas y los actores eclesiales que acompañan la historia de la actividad del Opus Dei con sacerdotes diocesanos, a lo largo de la primera larga mitad del siglo xx, entre 1900 y 1965. Todo un enjambre de pensadores y pastores se pronunciaron en ese tiempo acerca de la santidad del clero y sus vínculos asociativos. Fue un contexto capital para comprender la génesis, fisonomía y desarrollo de la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz. Por eso, se exponen las principales iniciativas para el clero secular nacidas durante el siglo xx y sus precedentes; el pensamiento teológico en torno a la identidad sacerdotal; el magisterio sobre el sacerdocio de los pontífices de esos años; la novedosa figura de los institutos seculares otorgada al Opus Dei por Pío xii; y la doctrina conciliar del Vaticano ii sobre la naturaleza y misión del presbítero.

Los dos capítulos siguientes tocan varias facetas vitales, sociales, pastorales y asociativas del clero español, esenciales para comprender la atmósfera de los clérigos que se vincularon con el Opus Dei. Su vida y actividad pastoral transcurrió en una España eminentemente rural, mal comunicada y aislada, con cicatrices y llagas materiales y morales producto de la guerra, mal suturadas. El conflicto dejó entre el clero superviviente un fuerte deseo de renovación. Ese ideal produjo un bum de revistas para ellos, y surgieron o arraigaron instituciones o iniciativas para ayudarles ascética y pastoralmente. Algunas nacieron en España, como el Movimiento sacerdotal de Vitoria y el avilismo. Otras llegaron desde Francia antes de 1936 (la Unión Apostólica), o después, como el Prado y el Sacré Cœur.

El cuarto capítulo asocia al fundador de la Obra con este panorama eclesial, pues se sintió interpelado ante los desafíos del clero secular. Para comprender su sensibilidad, nos interesan cuatro etapas de su vida hasta la aprobación pontificia de 1950. La primera, como seminarista en Logroño y Zaragoza, donde se ordena y tiene sus primeros encargos en parroquias rurales. La segunda transcurre en Madrid, donde nace en 1928 el Opus Dei y donde intenta injertar en otros sacerdotes diocesanos el mensaje de la Obra. La tercera relata cómo se convierte, ya desde la guerra civil, en uno de los pioneros de la renovación sacerdotal en España y cómo en 1943-1944 la Santa Sede aprueba y la diócesis de Madrid erige la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz, que permitió la incardinación en el Opus Dei de sacerdotes numerarios. La última afronta las circunstancias y los motivos de querer abandonar el Opus Dei, entre los años 1948 y 1950, al no encontrar cómo vincular al clero diocesano con su fundación.

El quinto se centra en el decisivo papel de los sacerdotes numerarios para desplegar esta fraternidad clerical, y se explica la selección de los numerarios al sacerdocio y la formación espiritual, intelectual y pastoral que recibieron.

El sexto capítulo aborda si, para los obispos españoles, las asociaciones clericales en general —y la Sociedad sacerdotal en particular— garantizaban la unidad y obediencia a ellos de los curas que las abrazaban. Sus opiniones eran importantes pues su respuesta facilitó en unos casos y en otros impidió la presencia en sus diócesis de esta fraternidad. Casi tantos concedieron como denegaron el permiso a sus sacerdotes para vincularse con el Opus Dei. El respaldo recibido en algunas hasta 1965 le permitió afianzarse en lugares como Badajoz, Cartagena, Ciudad Real, Gerona, Jaén, Palencia, Santiago de Compostela, Segovia, Sigüenza-Guadalajara, Teruel, Tuy, Vic y Zaragoza.

En el séptimo se indagan qué otras razones, además de la opinión de los obispos, allanaron o estorbaron el desarrollo del Opus Dei entre sacerdotes. La más determinante fue la convicción entre una parte del clero de que la Obra era incompatible con su carácter diocesano: tal percepción se manifestó por doquier, y especialmente en la diócesis de Sigüenza, entre 1960 y 1962. Se verá el papel relevante en la opinión pública eclesiástica de algunas revistas clericales, a través de un episodio protagonizado por el Opus Dei en una de ellas, Incunable, entre 1963 y 1964. También, qué papel desempeñaron en el aplauso o rechazo de la Sociedad el entorno rural, la edad de los sacerdotes, el protagonismo de algunos sacerdotes numerarios y agregados, la mentalidad religiosa y la formación recibida en los seminarios.

El octavo capítulo analiza cómo los presbíteros diocesanos que solicitaron su admisión en el Opus Dei recibieron, vivieron y transmitieron el carisma del Opus Dei. Para ello, se enfatiza la amistad sacerdotal como puerta de acceso a la Obra y el sentido vocacional de quienes la franquearon; se describen los canales de transmisión del mensaje de la Obra; cómo entendieron y vivieron las virtudes de la obediencia y la pobreza; qué comprensión tuvieron del Opus Dei como familia y del fundador como paterfamilias; cómo contribuyeron al crecimiento del Opus Dei mediante su apostolado parroquial y cuál fue su implicación con varias iniciativas: la prelatura territorial de Yauyos (Perú), el Instituto de derecho canónico iniciado en el Estudio General de Navarra y la basílica de San Miguel en Madrid; y qué fueron los asistentes eclesiásticos, los sacerdotes cooperadores y los celadores.

El noveno capítulo se centra en la recepción espacio-temporal en diecinueve diócesis españolas, aquellas con al menos diez peticiones de admisión entre 1952 y 1965. Estas historias diocesanas pretenden individuar sus principales hitos, por bloques regionales. Los relatos comienzan por la mitad sur peninsular: Andalucía y Extremadura (Cádiz, Granada, Jaén, Sevilla y Badajoz), Murcia y Ciudad Real. Y prosiguen por la mitad norte de España: Madrid y Guadalajara, Castilla y León (Segovia y Palencia), Galicia (Santiago de Compostela y Vigo-Tuy), La Rioja y Navarra, Aragón (Zaragoza y Teruel) y Cataluña (Gerona y Vic).

El último sintetiza los ejes que considero esenciales sobre el clero diocesano, los obispos y el Opus Dei: cuál fue y cómo se articuló el mensaje de la Obra a los sacerdotes seculares, qué recibieron la Obra y sus diócesis de ellos, qué consecuencias tuvo el carisma del Opus Dei para sus trayectorias sacerdotales; y, por último, la dimensión familiar y el protagonismo de la amistad y fraternidad sacerdotales.

Para todo esto ha sido imprescindible una base documental firme. La parte del león se la lleva el Archivo General de la Prelatura del Opus Dei, en Roma, donde he consultado bastantes miles de documentos. Sus fondos aún se están catalogando, por lo que podrían aparecer en el futuro nuevos papeles. Con diferencia sobre otros materiales, la columna vertebral del relato son los epistolarios de estos sacerdotes rurales: sus cartas al fundador de la Obra, a los sacerdotes numerarios que les atendían y, en menor medida, entre ellos. En el caso del fundador no se trató de cartas de ida y vuelta, pues no esperaban respuesta a sus noticias sobre su vida y ministerio. Tienen una riqueza extraordinaria para comprender sus ilusiones, expectativas, problemas, decepciones, entusiasmos y desánimos pastorales. Reflejan también su vida cotidiana, en la doble dimensión de hijos de un tiempo y un espacio rurales, e hijos de la Iglesia alumbrados en una diócesis y abrazados al Opus Dei. Junto a estos epistolarios, la lectura de expedientes de gobierno y de diarios de algunos centros de esta Sociedad ha permitido también trazar su génesis, expansión territorial, etc. Por respeto a la intimidad, omito los nombres de sacerdotes sobre quienes se cuenta algo negativo.

El Archivo Apostólico Vaticano aporta también bastante información sobre el perímetro eclesial de la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz. Como es sabido, los fondos para el pontificado de Pío xii (1939 a 1958) se abrieron en el año 2020. Felizmente, los disponibles para España llegan hasta 1962. Hemos consultado papeles de las nunciaturas de Gaetano Cicognani (1938-1953) e Ildebrando Antoniutti (1953-1962) y fondos sobre visitas ad limina de obispos. Algunos archivos diocesanos han sido también útiles para documentar aspectos puntuales de este relato.

También han sido muy valiosos los recuerdos que emergían en las entrevistas que realicé a más de doscientos sacerdotes de toda España, dos tercios de ellos ordenados entre 1951 y 1965. Esas “fuentes vivas” —como las denomina Paul Thompson en un trabajo clásico6—, hacían presente la atmósfera de ese tiempo con una viveza inalcanzable para un documento. De ellos deseaba conocer la etapa inicial de su formación en los seminarios; lo más sobresaliente de su ejercicio pastoral; cómo descubrieron el Opus Dei; y el contexto eclesial que rodeó su ministerio y vida sacerdotal7.

Mis percepciones sobre quiénes entrevistar cambiaron con el tiempo. De limitarme al principio a los que pidieron su admisión desde 1952 a 1965, pasé a charlar con otros más jóvenes, ordenados en el posconcilio. Asimismo, vi a algunos sacerdotes numerarios con décadas de trabajo pastoral con sacerdotes diocesanos. Para evitar una sobredosis de percepciones endogámicas y, sobre todo, para comprender mejor las visiones eclesiales acerca de la Obra, decidí entrevistar a condiscípulos de estos diocesanos, que no llegaron a pertenecer al Opus Dei o que lo fueron un tiempo. Finalmente, para agrandar la visión y la perspectiva sobre la Iglesia, entrevisté a siete obispos españoles, algunos de ellos eméritos. Los nombres de todos se encuentran al final del libro.

He echado mano de la abundante literatura científica. He consultado boletines eclesiásticos de bastantes diócesis y, sobre todo, algunas revistas dirigidas por clérigos diocesanos que surgieron en la posguerra y corrieron diversa suerte, pero que en conjunto fueron muy influyentes hasta 1965: las principales son Incunable, Resurrexit, Apostolado sacerdotal y Surge. Son un arsenal riquísimo de información y de opinión.

Todo este caudal me ha permitido responder a cuatro preguntas, que recorren estas páginas: ¿qué doctrina y debates hubo en la Iglesia católica sobre las asociaciones clericales, en un periodo amplio y en el inmediato al surgimiento de la Sociedad sacerdotal? Entre los sacerdotes, ¿a quiénes y por qué les atrajo el carisma del Opus Dei? ¿Cómo vieron sus obispos y compañeros esa vinculación? Y, por último, ¿en qué benefició —si algo— el Opus Dei a estos curas y qué aportaron ellos —si algo— a esta institución y a sus diócesis? Sobre todo ello espero que los lectores encuentren respuesta cumplida…

* * *

Antes de comenzar al relato, quisiera abordar tres relevantes escenarios de diversa magnitud que han influido en el proceso de elaboración de este libro y pueden afectar a su recepción. Uno tiene que ver con la historiografía española y su idea hegemónica sobre la Iglesia y el hecho religioso. El segundo conecta con la mirada y el juicio en estas últimas décadas ante las deficiencias de los sacerdotes católicos. El tercero afecta directamente a la comprensión eclesiológica del Opus Dei.

Política y metapolítica del clero español

La Iglesia católica es una bimilenaria comunión —una fraternidad— de creyentes en la divinidad de Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, que recitan el mismo padrenuestro. Sus integrantes son iguales por el bautismo (hay un sacerdocio común de los fieles) y, a la vez, poseen una diversidad de funciones derivada del sacerdocio ministerial recibido en la consagración presbiteral y episcopal8. Es una sociedad compleja: se autocomprende dotada de una doble dimensión divina y humana (Lumen gentium, n. 8) y de un carácter de misterio, comunión y misión (Pastores dabo vobis, n. 59). En su seno se da un diálogo entre elementos inmutables o estructurales y otros cambiantes, «entre elemento visible e invisible, entre derecho y gracia, entre orden y vida»9. Además, su cabeza —el obispo de Roma— es a la vez el jefe de un Estado independiente dotado de poder político y diplomático, cuya influencia y alcance han variado con las épocas. Esto, sin olvidar el papel de referente moral que el pontífice y otras figuras jerárquicas católicas desempeñan o pueden cultivar nacional o globalmente ante la sociedad y otros actores o poderes públicos.

En esta corporación jerárquica múltiples actores interactúan entre sí: laicos y sacerdotes, órdenes y congregaciones religiosas y movimientos laicales, las diócesis y sus obispos con Roma y el Papa. A la vez, hay muchas interconexiones con otros protagonistas —ajenos o cercanos a ella— como los Estados y organismos internacionales, la sociedad civil, etc. La Iglesia ejerce una poderosa influencia cultural, ideológica, social, política… importantes facetas que acompañan a la principal, la religiosa. Todo ello la convierte en un actor global de una descomunal trascendencia nacional e internacional.

En la historiografía española ha dominado una aproximación política hacia esta comunidad de creyentes, sus voces diversas y sensibilidades plurales. Tal acercamiento parte de considerar a la Iglesia católica como un ente esencial o principalmente político. En consecuencia, tal óptica ha reducido (o, más bien, da primacía) a las relaciones eclesiásticas con el poder. Así, la Iglesia se opuso a la República, apoyó a Franco, se desenganchó poco a poco de la dictadura y en el tardofranquismo y la transición fue un actor clave. Esta visión restringe la Iglesia a los eclesiásticos: mejor dicho, a una élite formada por los obispos y los católicos más relevantes, que se inclinan por una u otra alternativa de poder. Es decir, a quienes junto a una vivencia de la fe tienen una explícita o implícita simpatía o militancia política. Este análisis hegemónico se explica por el protagonismo católico en esas décadas y porque la Iglesia fue un agente de legitimidad moral del franquismo: se ha afirmado que, por ello, fue «cómplice moral de las mentiras, medias verdades y ocultaciones del régimen»10, solo atenta a la defensa de sus propios privilegios.

Durante el franquismo en que transcurre nuestro relato, este marco político-religioso amigable ha sido el termómetro usual para medir la cordial temperatura entre las dos esferas. De ahí que se haya subrayado la religiosidad del franquismo y el rol político de la Iglesia católica y sus representantes11, siendo los actores historiográficos grandes protagonistas, altos interlocutores y dignatarios: Franco, sus ministros, embajadores y relaciones diplomáticas de un lado12; de otro, el Papa, sus consejeros romanos y destacados prelados españoles, cardenales a ser posible, como Francesc Vidal y Barraquer (Tarragona), Isidro Gomá, Enrique Pla y Deniel (Toledo), Pedro Segura o José María Bueno Monreal (Sevilla)13.

Atento a estas élites, el retrato que dibuja el romance franquista-católico es endeble no por falso, sino por insuficiente. Pues su foco casi exclusivo es el diálogo (y desenganche) político entre Estado e Iglesia. Y a esta se la enjuicia como una entidad homogénea y monolítica o, a lo sumo, con tácticas diferentes y perfiles personales distintos que no alteran la agenda de la institución. Este enfoque político prevalente ha arrinconado el análisis de la profunda transformación espiritual, doctrinal o pastoral en la Iglesia y en el clero y laicado españoles14.

En un nivel inferior aparecen los gobernadores civiles, obispos, clero y seglares, protagonistas de una concordia inicial y de posteriores turbulencias político-religiosas locales. Ahí el clero tiene un doble papel, eclesial y cívico-político, pues es la correa de transmisión o de oposición a esas consignas político-religiosas. Cabe, por tanto, analizar a esos clérigos desde una doble perspectiva de las divisiones eclesiales y políticas que protagonizan desde finales de los años cincuenta15.

En fin, esta visión atribuye al clero diocesano una bifronte y antagónica categoría de complaciente o reivindicativo. El factor sociopolítico permite acceder y comprender el laberinto político-eclesial español, del que el clero es otro actor político. Desnudo de cualquier otro papel, la acción pastoral y tensión espiritual de los curas españoles se convierte en un extraño criterio carente de interés o, a lo sumo, solo relevante si lo pastoral o lo espiritual guían hasta el foro político16. Y así, los curas que se vincularon con la Sociedad sacerdotal son seguidores de «las corrientes políticas más conservadoras: el Opus Dei […]»17. Bajo esa óptica, interesarían únicamente las órdenes y consignas (que se dan por supuestas) que esta formación católica dictó a un puñado de sus miembros políticos y académicos (Laureano López Rodó, Rafael Calvo Serer, Florentino Pérez-Embid, Mariano Navarro-Rubio, Alberto Ullastres o José María Albareda, entre otros) para legitimar el franquismo, impulsar políticas desarrollistas, restaurar la monarquía, etc.18.

Además de este enfoque político dominante sobre la Iglesia católica española, las herramientas analíticas son insuficientes. Han sido marginadas o se consideran intrascendentes heurísticamente las aproximaciones eclesiológicas, doctrinales y pastorales sobre el clero y su actividad en la Iglesia y la sociedad española19. Todas ellas son dimensiones metapolíticas, muy útiles para (entre otras cosas) comprender mejor el arraigo (y desapego) católico entre los españoles, o la división intraeclesial —común a otros ambientes europeos— que se abre en España durante los años cincuenta y se desata en los sesenta. Son elementos orillados o poco trabajados porque carecen de una nítida vertiente política y, por tanto, son ajenos a cuanto la historiografía ha considerado principal, que ha sido analizar exhaustivamente la primera legitimación católica del régimen y el posterior desenganche eclesial del franquismo.

Las voces sacerdotales nos adentran en problemáticas intraeclesiales importantes para el propio catolicismo y, por tanto, en temas más universales y prolongados que el binomio “amistad-tranquilidad” y “hostilidad-conflicto” de época franquista. Los dilemas, perplejidades y respuestas pastorales o espirituales del clero español enlazan con cuestiones idénticas, presentes en otros escenarios católicos occidentales. A mi juicio, esta neta perspectiva eclesial, metapolítica, es clave para comprender la pluralidad del catolicismo español, en el que se inserta el relato de la vinculación de presbíteros diocesanos a la Obra.

El lado oscuro del clero

En el año 2002 la opinión pública norteamericana y mundial se asomó con horror o escepticismo a los abusos sexuales que clérigos de ese país cometieron en la segunda mitad del siglo xx principalmente, aunque no solo, contra menores de edad. Desde entonces, episodios similares extendieron la vergüenza a todas y cada una de las comunidades católicas occidentales. Ninguna ha quedado libre de esa peste20. A las noticias de prensa iniciales siguieron estudios rigurosos, encargados por parlamentos y fundaciones, conferencias episcopales, órdenes religiosas, diócesis, o universidades21. En conjunto, se trataba de precisar mejor el alcance de esos abusos, sus causas y los posibles remedios.

España no ha quedado al margen ni de la plaga de abusadores ni del esfuerzo por describir su extensión y diagnosticar sus soluciones. El diario El País inició en 2018 una línea de investigación y análisis del fenómeno. La Conferencia episcopal española publicó en mayo de 2023 su “Para dar Luz. Informe sobre los abusos sexuales cometidos en el ámbito de la Iglesia católica (1945-2022)”. En septiembre de 2023 el Defensor del Pueblo editó su “Informe sobre los abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia católica y el papel de los poderes públicos. Una respuesta necesaria”. El despacho Cremades & Calvo-Sotelo entregó a la Conferencia episcopal española en noviembre de 2023 una auditoría, que carece de cifras desglosadas sobre la cronología de los abusos y las víctimas y victimarios22.

Entre 1945 y 2021, la Iglesia católica española ha tenido 205.000 sacerdotes, religiosos no ordenados y religiosas23: del total, 83.000 eran los sacerdotes diocesanos y religiosos. Las cifras de ambos documentos difieren ligeramente en el número y la cronología de los abusadores24:

Cuadro 1. Tipologías de victimarios en España, 1930-2022

Tipología de victimario

Conferencia episcopal

Defensor del Pueblo

1945-2022

Porcentaje

1930-2020

Porcentaje

Sacerdotes seculares

170

23,36

69

19,88

Sacerdotes regulares

208

28,58

126

36,31

Diáconos

1

0.13

2

0,57

Religiosos no ordenados sacerdotes

234

32,14

116

33,42

Laicos

92

12,63

27

7,78

Otro

-

-

3

0,86

No identificados

23

3,16

4

1,15

Total

728

100

347

100

Como se aprecia, es un fenómeno predominantemente masculino. Específicamente, algo más de la mitad de los perpetradores son sacerdotes. Aunque no coinciden del todo ambos periodos, ni el porcentaje de curas seculares abusadores: uno de cada cinco para el informe del Defensor del Pueblo (19,88 %) y casi uno de cada cuatro en el de la Conferencia episcopal (23,36 %). No es posible saber por estas dos fuentes la cifra real de perpetradores, pues ninguno de los dos informes da sus nombres propios. Si fueran distintos los procedentes de ambas fuentes, el total ascendería a 1075, incluidas todas las tipologías. En cuanto al momento de los abusos, por décadas, el número total de denuncias sería como sigue25:

Cuadro 2. Cronología de victimarios en España, 1930-2022

Conferencia episcopal

Defensor del Pueblo

Décadas

1945-2022

Porcentaje

1930-2020

Porcentaje

1930

-

1

0,19

1940

2

0,27

5

0,95

1950

40

5,49

33

6,32

1960

137

18,81

122

23,37

1970

172

23,62

151

28,92

1980

127

17,44

103

19,73

1990

45

6,18

60

11,49

2000

20

2,74

19

3,63

2010

60

8,24

8

1,53

2020

34

4,67

-

-

Sin fecha

91

12,5

20

3,83

Total

728

100

522

100

Las décadas de los cincuenta y sesenta concentran una cuarta parte del total de los perpetradores y en ellas esta plaga se hace presente o, más bien, ha quedado de ella prueba documental o testimonial. Esos años coinciden con la llegada a la Sociedad sacerdotal de presbíteros diocesanos españoles.

¿Por qué traigo aquí esta cuestión? Como dije, pretendo analizar la sociabilidad sacerdotal y, específicamente, los ideales de santidad de una parte del clero diocesano, para quienes el Opus Dei fue un aliado en la búsqueda de ese horizonte vital. Ciertamente, el Magisterio católico había dejado clara en esta época la incompatibilidad para un buen sacerdote entre la santidad y el desorden sexual. Pero no todo el clero escuchó el mensaje lanzado por Papas, obispos y sacerdotes a lo largo del siglo xx, como prueban estos lamentables abusos26. A mi juicio, y en prenda ofrezco esta investigación, iniciativas como esta Sociedad sacerdotal impidieron que la plaga de abusos infectara a más sacerdotes en España, a lo largo de este tiempo y después. Lo prueba que varios cientos de ellos se integraron en ella, así como la irradiación entre sus amigos y compañeros sacerdotes de unos ideales de santidad que —en principio— les blindaron contra esa depravación.

Laicos y sacerdotes

Como fenómeno teológico, el Opus Dei profundiza en el misterio de la Encarnación, descubriendo la trascendencia salvífica de la Creación y su unidad con la Redención. Como realidad pastoral, la Obra proclama la llamada universal a la santidad y el papel de corresponsabilidad de los laicos en la misión de la Iglesia. Como camino ascético, promueve el ejercicio de las virtudes cristianas en medio del mundo y así, imitando la vida oculta de Jesucristo, sus miembros tratan de santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a otros con ese trabajo27.

Desde su mismo origen, sacerdotes y seglares componen el Opus Dei. Sacerdote fue el fundador y con sacerdotes diocesanos se juntó ya durante los años de la II República para que colaborasen con la Obra recién nacida. Esta echó a andar al principio gracias a su apostolado con jóvenes universitarios, que nutrieron la primera ordenación de numerarios en 1944, y las siguientes. La institución, que difunde el mensaje de la santidad para cristianos corrientes, tuvo y tiene esa doble faz constitutiva y sociológica. Las sucesivas aprobaciones jurídicas han reconocido y sancionado esta realidad carismática.

Este libro se centra en explicar la historia de la parte sacerdotal del Opus Dei, la que forman los numerarios que son su clero propio, junto a los agregados (llamados oblatos, en esta cronología28) y los supernumerarios. En estas páginas se explicará la unidad de mensaje, vocación, contenidos formativos y herramientas ascéticas para laicos y sacerdotes, también los diocesanos, en este tiempo histórico.

No puede olvidarse este rasgo, esa cooperación laical y clerical, que ha hecho al Opus Dei ser lo que es en la Iglesia. Lo subrayo ahora, pues apenas hablaré del componente seglar de la Obra, sin el que —por otra parte— la misma Sociedad sacerdotal no habría existido. Pues los sacerdotes numerarios eran antes seglares de la Obra que vivían ese carisma y que lo transmitieron ya como presbíteros a los diocesanos que abrazaron el Opus Dei.

1. El sacerdocio y su identidad, 1900-1965. Actores, pensamiento y Magisterio

«La referencia a Cristo es, pues,

la clave absolutamente necesaria

para la comprensión de las realidades sacerdotales»

(Juan Pablo ii, Pastores dabo vobis, n. 12)

Este capítulo presenta los actores y las ideas que acompañan la actividad del Opus Dei con sacerdotes diocesanos, que arrancó en 1950. Cuanto ocurre en la Iglesia en torno a la santidad del clero y sus vínculos asociativos envuelve a la génesis, fisonomía y desarrollo de la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz. Las seis primeras décadas del siglo xx añaden una colosal riqueza al notable patrimonio de iniciativas eclesiales de o para presbíteros diocesanos, al pensamiento sobre la espiritualidad del clero secular y a los medios para remediar sus deficiencias. La doctrina sobre los presbíteros bebe de los caudales de la reflexión teológica, del acompañamiento pastoral y del ordenamiento canónico. Son tres afluentes eclesiales interconectados que expondremos de forma separada, pero que crecieron en paralelo.

Abordaremos seis temas. Primero, las principales iniciativas (y sus precedentes más destacados) que surgen en el siglo xx para el clero secular. A continuación, el pensamiento teológico en torno a la identidad sacerdotal desde fines del xix hasta 1965: especialmente el elaborado en Francia y Bélgica y, en menor medida, en Alemania, Reino Unido e Italia. Después, el magisterio pontificio sobre el sacerdocio entre 1904 y 1963: Pío x y su exhortación Haerent animo, Pío xi y la encíclica Ad catholici sacerdotii, Pío xii y la exhortación Menti nostrae, y Juan xxiii y su encíclica Sacerdotii nostri primordia1. Luego atenderemos la novedosa figura de los institutos seculares, otorgada al Opus Dei por Pío xii. Repasaremos la doctrina del Vaticano ii sobre la naturaleza y misión del presbítero. Y, por último, veremos la opinión de los obispos españoles sobre las asociaciones sacerdotales durante los debates conciliares de Presbyterorum ordinis. Unas conclusiones cierran el capítulo.

1. Los valedores del «humillado clero secular»

Personalidades diversas, instituciones e ideas reafirmaron a lo largo del siglo xx la vocación sacerdotal y, después, la laical. Todos propiciaron una amplia reflexión sobre la Iglesia como comunidad y como comunicadora al mundo de su vida y misión, a través de sacerdotes y laicos. Surgió así una teología del laicado y otra del sacerdocio. Esta última, sobre la base del cardenal Bérulle y de la escuela francesa de espiritualidad del siglo xvii, de algunas destacadas figuras sacerdotales seculares como el cura de Ars, del desarrollo progresivo de los seminarios y de la vida diocesana, y de una pléyade de pensadores y pastores2. El corpus teórico y práctico de esta teología del sacerdocio lo forman documentos pontificios, publicaciones teológicas, iniciativas asociativas variadas y tipologías jurídicas nuevas.

Las iniciativas para alentar la santidad o el ministerio pastoral del clero emergen mucho antes del siglo xx. Desde la Reforma católica, múltiples proyectos o figuras buscaron dignificar al «humillado clero secular»3. Unos fomentaron una corriente de renovación en pro del clero, sin crear corporación clerical alguna. Otros se convirtieron en modelos para imitar por la grandeza de sus virtudes, de su actividad pastoral, de sus dotes de gobierno, por su santidad. Además, surgieron diversas formas asociativas, no pocas como congregaciones religiosas, que no trataremos. Aquí solo detallaremos la misión y objetivos de las agrupaciones surgidas entre los siglos xviii y xx que acabaron siendo institutos seculares. Los españoles o el arraigo en España de iniciativas extranjeras los reservamos para el siguiente capítulo. En 1960, los destinatarios de este caudal doctrinal y asociativo eran estos4:

Cuadro 3. Clero y población católica en 1960

Clero secular

Clero regular

Total clero

Población

Católicos

Católicos x sacerdote

Europa

180.678

61.218

241.896

354.057.313

200.304.868

828

Asia

11.210

8.592

19.802

845.509.264

32.503.414

1.643

África

3.530

10.706

14.236

226.324.783

22.665.749

1.593

América N.

47.767

26.317

74.084

218.375.313

74.692.035

1.008

América C.

1.476

2.483

3.959

29.312.295

23.912.997

6.040

América S.

12.047

15.406

27.453

135.860.621

125.516.720

4.572

Oceanía

2.663

2.246

4.909

17.047.815

3.093.326

630

Total

259.271

126.968

386.339

1.826.487.404

482.789.109

1.250

A. El despertar europeo del clero, siglos xvi a xix5

Tampoco el siglo xvi es el kilómetro cero de la teología sobre el sacerdocio. Esta se retrotrae a la carta a los Hebreos, a la abundantísima producción de los Padres de la Iglesia y a la teología medieval sobre el sacerdocio. A partir del siglo xii se sistematizaron teológicamente algunos temas referidos al sacerdocio (en particular el carácter que imprime el orden sacerdotal) y nacieron diversas escuelas de espiritualidad, como las monacales benedictino-cisterciense y la de San Víctor, la dominicana con el acento en la predicación, o la franciscana y la necesidad de la pobreza total.

Trento quiso reformar la vida y costumbres del clero mediante su capacitación espiritual y doctrinal en los seminarios y el arraigo territorial, los curas en las parroquias y los obispos en las diócesis. A su estela aparecieron hermandades sacerdotales6, corrientes espirituales y escritos sobre la renovación sacerdotal, brotando en España, Francia, Italia y Centroeuropa nuevos cauces de espiritualidad, que se influían entre sí.

España fue la cuna de la espiritualidad carmelitana y la ignaciana. Aquí surgió Juan de Ávila (1499-1569), el más destacado reformador del clero. Le acompañaron otros como el arzobispo de Valencia Juan de Ribera; escritores como fray Luis de Granada o el cartujo Antonio Molina7 y toda una pléyade de autores preocupados ese siglo y el siguiente por el ideal del sacerdocio8; y fundadores como Jerónimo de Quintana, que creó en Madrid en 1619 la Congregación de San Pedro Apóstol de presbíteros seculares, para el socorro material de curas pobres9. En Portugal el arzobispo de Braga (el dominico Bartolomeu dos Mártires, 1514-1590) y, en Italia, Carlos Borromeo (1538-1584) fueron incansables actores de la reforma del clero10. Son los principales nombres de su renovación, operada en torno a Trento.

En 1578, la preocupación de Carlos Borromeo por su clero le llevó a fundar los Oblatos de San Ambrosio11. Más conocidos desde la canonización del Borromeo como oblatos de san Ambrosio y san Carlos Borromeo, dirigían los seminarios de Milán y predicaban misiones populares12. Esos sacerdotes se vinculaban con su prelado por un voto de obediencia y otro de estabilidad o de fidelidad, pero no de pobreza. Sin nuevas aprobaciones jurídicas diocesanas, crecieron y se expandieron fuera de la archidiócesis de Milán, diversificándose con el tiempo y las necesidades pastorales13. Así, nacieron los oblatos misioneros, sacerdotes seculares que vivían juntos y predicaban misiones y ejercicios en la archidiócesis; los oblatos vicarios, que cubrían parroquias vacantes o papeletas difíciles; los oblatos diocesanos, que hacían una promesa de especial obediencia al obispo para el desempeño de su oficio parroquial: los fundó en Milán el cardenal Alfredo Schuster, en 1932, para la instrucción en los seminarios y colegios diocesanos; y los oblatos laicos u “oblatini”, también creados por monseñor Schuster para tareas auxiliares o administrativas en sus seminarios. El voto que todos realizaban incluía la renuncia a otro oficio o cargo diocesano, salvo mandato expreso del arzobispo de Milán14.

En Europa central encontramos a los Hermanos Unidos del venerable Bartholomäus Holzhauser (1613-1648) y su experiencia de vida comunitaria del clero secular. Incardinado en la diócesis de Salzburgo, Holzhauser fundó en 1640 un instituto de sacerdotes seculares para vivir en comunidad «y conseguir así un clero apostólico capaz de reformar la vida del pueblo»15. Los bartolomitas, como se llamaron, no hacían votos sino un compromiso de especial obediencia al obispo. Compartían sus bienes y se obligaban bajo juramento a permanecer en la congregación, en la que tenían superiores propios. Se expandió por los países vecinos de ámbito germánico. Suprimidos en 1804 y reorganizados en 1862 como la Unión Apostólica de Sacerdotes Seculares, los papas aplaudieron su vida comunitaria y la ayuda mutua (pastoral y espiritual) que se prestaban16.

Estas figuras van a influir en la doctrina de la llamada escuela francesa de espiritualidad del siglo xvii, de la que formaron parte «el cardenal Bérulle [Charles de] Condren, Juan Eudes, Vicente de Paúl, Juan [Jean Jacques] Olier, Francisco de Sales, que darán lugar a los oratorianos, sulpicianos, eudistas, los PP. de la Misión (Paúles [lazaristas o vicentinos])»17. Todas estas iniciativas ponían el acento en la formación del clero, a quien se inculcaba ya desde los seminarios la conciencia de su dignidad y elevada misión.

El cardenal Bérulle fundó el Oratorio en 1611 y editó un célebre libro, L’idée du sacerdoce et du sacrifice du Jésu-Christ. Ahí proponía una suerte de revuelta cristocéntrica, para devolver a Jesucristo, sumo y eterno sacerdote, al núcleo de la devoción y de la vida religiosa de sacerdotes y seglares. De Él nacía el sacerdocio cristiano, cuyas funciones eran glorificar a Dios a través del culto y santificar y salvar a las almas, la del propio cura en primer lugar:

a partir de esta doctrina se elabora al momento […] toda una pastoral: organización de los seminarios, conquista de las almas por las misiones, revalorización de la vida pastoral. Esta trilogía seminarios, misiones, parroquias, caracteriza, con la doctrina espiritual del Oratorio, todo el siglo xvii francés y aun los siglos siguientes, hasta nuestra época18.

En Francia fue impresionante el despertar del asociacionismo católico (también del clerical) durante el siglo xix, como reacción contra la decadencia de los seminarios y del clero motivada por el racionalismo del siglo xviii19. En tal resurgir pesó el fin del Antiguo Régimen y la eclosión de un Estado abierta o solapadamente hostil a la Iglesia, que no se entrometía como antes en sus asuntos disciplinares, morales o doctrinales; la creación de nuevas parroquias y la reorganización de la atención pastoral; y el despuntar de sacerdotes icónicos como Juan María Bautista Vianney (el cura de Ars) o Juan Bosco20.

Entre las nuevas instituciones aparecidas sobresalen la Sociedad de Sacerdotes del Prado (1856, la trataremos más adelante, al hablar de los institutos seculares), la Union Apostolique des Prêtres Seculieres du Sacré-Cœur (1862) y la Société des Prêtres de Saint-François de Sales (1875). Veamos estas dos ahora.

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La Union Apostolique des Prêtres Seculieres du Sacré-Cœur (Unión Apostólica del Clero) surgió en 1862 en la diócesis de Orleans. La fundó Victor Lebeurier, sulpiciano y superior del seminario menor, que quería promover comunidades de sacerdotes con casa y rentas en común, según la regla de Bartholomäus Holzhauser21. No cuajó esa vida en común, pero sí una communauté morale y el apoyo mutuo entre presbíteros, en particular en la pastoral22. Se fomentaba la devoción al Sagrado Corazón, la asistencia a las conferencias o reuniones sacerdotales como retiros mensuales, la vivencia de una regla de actos de piedad (la meditación, un examen particular y otro general, la lectura espiritual, la visita al Santísimo y el rezo del rosario), sobre cuyo cumplimiento enviaban al superior de la Unión un boletín mensual23.

Lebeurier conectó con otros grupos de Francia, Italia y Alemania: en 1879 se federaron y llamaron Unión Apostólica. La aprobación de León xiii al año siguiente impulsó su difusión transnacional: así, en 1892 eran casi tres mil socios en Francia y otros dos mil en el resto del mundo. Pío x la elogió y en 1921 Benedicto xv la aprobó como Pía Unión y bendijo su estructura piramidal: las Uniones Diocesanas formaban Uniones Nacionales y estas, agrupadas con la Unión madre radicada en París, daban origen a una Unión Internacional24. De la Unión nacional española hablaremos con mucho detalle en el capítulo tercero.

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La Sociedad sacerdotal de San Francisco de Sales nació en 1875 en la diócesis de París de la mano del sacerdote Henri Chaumont. Este quería transmitir la espiritualidad del santo ginebrino a sacerdotes y a hombres y mujeres casados, mediante dos instituciones: la Societé des Filles de Saint-François de Sales y la Societé des Fils de Saint-François de Sales, cuyos directores espirituales pertenecían a esta sociedad sacerdotal. Habría reuniones para fortalecer la acción pastoral de esos presbíteros y combatir su aislamiento. Vivirían algunas prácticas de piedad, como la oración cotidiana, los exámenes particular y general, la lectura espiritual. El estudio de la teología moral, principalmente, era necesaria para ser directores de conciencia. Carecían de votos de pobreza, castidad y obediencia. Su aspirantado duraba tres meses y otros dos años de iniciación a la espiritualidad y al método de la Sociedad. En fin, se enfatizaba la obediencia al obispo, el espíritu comunitario del clero y la docilidad a las indicaciones de la Iglesia25. En cada diócesis había grupos, que dirigía un padre espiritual y coordinaban un director diocesano y otro nacional, asistido este último por un consejo que una Asamblea general elegía cada cinco años. En 1935 contaban con 2000 sacerdotes, que eran 3600 en 1948, de 147 diócesis26.

A estas asociaciones clericales que se adentran en el siglo xx —aún veremos más, impulsadas por obispos— se sumará en su momento la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz, con sus notas comunes y distintivas.

B. Santidad y espiritualidad sacerdotal: medio siglo xx de debate

Ese fermento asociativo convivió con una fértil teología sobre el sacerdocio. De ella nos interesa solo una de sus múltiples facetas, la de la espiritualidad, que impulsa el dinamismo asociativo. Esta faceta está muy ligada con el gran núcleo cristológico y, en consecuencia, con la eclesiología y, desde ahí, con la teología sacramentaria, la litúrgica, la pastoral… En estas primeras décadas del siglo xx, otras áreas vecinas de la espiritualidad sacerdotal recibieron grandísima atención. Así, los orígenes del episcopado y del sacerdocio, la teología del episcopado, los espejos pastorales de la edad patrística, el sacramento del orden, o el sacerdocio común de los laicos. Sobre estos aspectos del sacerdocio la bibliografía de época es muy copiosa.

De toda esta producción —ingente e inabordable aquí— solo nos interesan las ideas sobre la naturaleza, misión y espiritualidad sacerdotal, que abordaremos a través de algunas obras ascéticas e histórico-teológicas que exponen las principales preocupaciones y debates mantenidos en este tiempo. El siguiente cuadro las presenta sintéticamente; el asterisco junto a algunos libros indica los que Josemaría Escrivá de Balaguer tuvo en su biblioteca27.

Cuadro 4. Autores y libros sobre la espiritualidad sacerdotal, 1883-1961

Autor

Perfil biográfico

Libro

Año

Henry Edward Manning (1808-1892)

Arzobispo de Westminster (UK)

The Eternal Priesthood*

1883

Désirée Mercier (1851-1926)

Arzobispo y cardenal de Malinas (Bélgica)

La vie intérieure. Appel aux âmes sacerdotales

1919

Eugène Masure (1882-1958)

Teólogo francés

Prêtres diocésaines

1938/ 1947

Josef Sellmair (1896-1954)

Teólogo alemán

Der Priester in der Welt

1939

Gustave Thils (1909-2000)

Teólogo belga

Nature et spiritualité du clergé diocésain*

1946

Joseph C. Fenton (1906-1969)

Teólogo norteamericano

The Concept of the Diocesan Priesthood*

1951

André-Marie Charue (1898-1977)

Obispo de Namur (Bélgica)

Le clergé diocésain tel qu’un évêque le voit et le souhaite

1960

Clément Dillenschneider (1890-1969)

Teólogo francés

Le Christ, l’Unique Prêtre, et nous ses Prêtres

1960-1961

Jean Protat

Vicario general de Meaux (Francia)

Prêtre diocésain, éléments de spiritualité sacerdotale

1961