Pasado imborrable - Entrevista a un seductor - Noche de amor con el jeque - Abby Green - E-Book

Pasado imborrable - Entrevista a un seductor - Noche de amor con el jeque E-Book

Abby Green

0,0
6,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Pasado imborrable Abby Green Cuando se quedó embarazada tras pasar una noche con el famoso magnate Rico Christofides, Gypsy Butler tomó la decisión de evitarle a su hija una infancia tan terrible como la suya. Pero un encuentro sorpresa con Rico estuvo a punto de dar al traste con ese plan… Rico no había olvidado, ni perdonado, a la única mujer que había conseguido derribar sus defensas. Y al descubrir que había sido padre, nada le impediría que reclamara a su hija… aunque Gypsy dijera querer su libertad. Entrevista a un seductor Kathryn Ross Navegar por la costa mediterránea en un yate de lujo parecía un buen plan… ¡pero para la periodista Isobel Keyes era un auténtico infierno! Estaba atrapada en la embarcación con Marco Lombardi, el protagonista de su siguiente artículo, el hombre que había provocado la ruina de su familia… Marco aparecía a menudo en las páginas de sociedad, pero odiaba a los periodistas. Librarse de Isobel Keyes parecía un buen plan… hasta que la periodista empezó a despertar su interés. De pronto, sintió deseos de besarla, de contárselo todo… Noche de amor con el jeque Lucy Monroe Angele ansiaba consumar su relación con el príncipe heredero Zahir tras casarse con él. Inocentemente, anhelaba que su prometido la esperara, como ella lo esperaba a él. Pero unas comprometedoras fotografías sacadas por unos paparazis acabaron con sus sueños de juventud. Angele no estaba dispuesta a convertirse en la mujer de Zahir por obligación, ni someterse a un matrimonio sin amor. Romper… pero no sin imponer una condición.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 529

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 470 - marzo 2024

 

© 2010 Abby Green

Pasado imborrable

Título original: In Christofides’ Keeping

 

© 2011 Kathryn Ross

Entrevista a un seductor

Título original: Interview with a Playboy

 

© 2011 Lucy Monroe

Noche de amor con el jeque

Título original: For Duty’s Sake

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-626-8

Índice

Portada

Créditos

Índice

 

Pasado imborrable

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

 

Entrevista a un seductor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

 

Noche de amor con el jeque

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

 

Promoción

Capítulo 1

RICO Christofides intentaba contener su irritación y prestar atención a la mujer con la que estaba cenando. ¿Qué le pasaba? Estaba en uno de los restaurantes más exclusivos de Londres, cenando con una de las mujeres más bellas del mundo. Pero era como si alguien hubiese bajado el sonido y sólo pudiera escuchar los latidos de su corazón.

Veía a Elena gesticulando y hablando con una alegría que le parecía exagerada mientras movía la sedosa melena pelirroja por encima de su hombro, dejando el otro al descubierto. Lo hacía para seducirlo, pero no lo estaba consiguiendo.

Él conocía todos esos gestos. Había visto a innumerables mujeres hacerlos durante años y siempre le habían gustado. Pero en aquel momento no sentía ningún deseo por aquella mujer y lamentaba el impulso de llamarla cuando supo que estaría en Londres unos días.

Curiosamente, se sentía arrebatado por un interesante recuerdo. Rico miró a una de las camareras y, de inmediato, algo en su manera de moverse lo había llevado atrás en el tiempo, dos años atrás exactamente. Se encontró pensando en la única mujer que no era como las demás, la única que había conseguido romper el rígido muro de defensas que había construido alrededor de sí mismo.

Por una noche.

Rico apretó los puños bajo la mesa. Estaba pensando en ella porque había vuelto a Londres por primera vez desde esa noche, pero se obligó a sí mismo a sonreír en respuesta a algo que Elena había dicho. Y, afortunadamente, ella siguió hablando.

La noche que conoció a Gypsy, si ése era su nombre verdadero, estuvo a punto de decirle quién era, pero ella había puesto una mano sobre su boca.

–No quiero saber quién eres.

Rico la había mirado, escéptico. Seguramente sabía quién era, ya que había salido en los periódicos durante toda la semana... pero era tan joven, tan guapa, tan encantadora, tan pura. Y por primera vez en su vida, apartó a un lado su cinismo y sus sospechas, sus constantes compañeras, y contestó:

–Muy bien, seductora... ¿qué tal si decimos nuestros nombres de pila?

Antes de que ella pudiese decir nada, y aún creyendo de manera arrogante que sabía quién era, le ofreció su mano:

–Rico... a tu servicio.

Ella estrechó su mano, pero vaciló un segundo antes de decir:

–Me llamo Gypsy.

Un nombre inventado, por supuesto. Tenía que serlo. Rico rió e incluso en aquel momento, dos años después, recordaba lo extraña que le había parecido esa risa, esa sensación.

–Como tú quieras, pero ahora mismo estoy interesado en algo más que tu nombre...

Alguien soltó una carcajada en la mesa de al lado, devolviendo a Rico al presente. Pero aun así, sintió una punzada de deseo al recordar el roce de su piel, sus corazones latiendo al unísono, el abrazo íntimo, tan ardiente que tuvo que hacer un esfuerzo para mantener el control. Y luego ella había dejado escapar un gemido, cerrándose a su alrededor, su cuerpo sacudido por los espasmos, y él perdió la cabeza como nunca la había perdido antes.

–Rico, cariño... –Elena estaba haciendo pucheros con esos labios demasiado rojos–. Estás a kilómetros de aquí. Por favor, dime que no estás pensando en tu aburrido trabajo.

Rico intentó sonreír. Era su aburrido trabajo, y los millones que ganaba en el proceso, lo que hacía que las mujeres como Elena lo persiguieran. A pesar de ello, se movió incómodo en el asiento, pensando que estaba excitado no por la mujer que lo acompañaba sino por el recuerdo de otra, un fantasma del pasado. Porque ese fantasma era la única mujer que no había caído a sus pies.

Al contrario, Gypsy había intentado alejarse de él. Y luego, a la mañana siguiente, se había alejado definitivamente. Claro que él la había dejado sola en la suite. Sentía remordimientos por haberlo hecho y Rico Christofides no tenía remordimientos.

De nuevo, intentó sonreír mientras apretaba la mano de Elena. Y ella prácticamente ronroneó.

Rico iba a pedirle más vino a la camarera cuando su cuerpo reaccionó de manera inexplicable, como si sintiera algo que su cerebro aún no había registrado.

Era la camarera en la que se había fijado antes, la que había despertado un torrente de recuerdos.

¿Se estaría volviendo loco? A su alrededor notaba un aroma evocador... algo que había quedado en el aire, tras ella.

–¿Qué perfume llevas, Elena?

–Poison, de Dior –respondió ella, inclinándose seductoramente–. ¿Te gusta?

No, no era su perfume. Rico levantó la mirada de nuevo para buscar a la camarera, que estaba tomando nota en una mesa cercana. Ese evocador aroma le recordaba a...

Abruptamente, Elena se levantó de la silla.

–Voy al lavabo. Y, con un poco de suerte, cuando vuelva no estarás tan distraído.

A pesar del tono de reproche, Rico no se molestó en levantar la mirada. Se había quedado transfigurado por la camarera que estaba a unos metros. Tenía una figura muy bonita de nalgas firmes y definidas bajo el uniforme, que escondía unas piernas bien torneadas y unos tobillos delgados.

Rico miró la camisa blanca, el pelo de color castaño oscuro, pero que seguramente parecería más claro a la luz del sol. Era muy rizado y lo llevaba sujeto en un moño, pero podía imaginarlo cuando estuviera suelto. Casi igual que el pelo de...

Entonces sacudió la cabeza. ¿Por qué el recuerdo de Gypsy era tan vívido esa noche?

La joven se giró un poco para hablar con un cliente y sólo entonces Rico pudo ver su perfil. Una nariz pequeña, recta, una barbilla decidida y una boca de labios gruesos...

Tenía que ser ella. No estaba volviéndose loco.

Todo pareció ocurrir a cámara lenta cuando por fin la joven se volvió en su dirección. Estaba mirando su cuaderno, anotando algo mientras pasaba a su lado y, sin pensar, Rico se levantó para tomarla del brazo.

Gypsy se volvió al notar esa mano en su brazo y, de repente, se encontró con unos ojos grises. Unos ojos grises que ella conocía bien.

Y sus pulmones dejaron de funcionar.

No podía ser él. Tenía que estar soñando... o era una pesadilla. Estaba tan cansada que no le extrañaría nada haberse quedado dormida mientras trabajaba.

Pero estaba mirando unos ojos del mismo color que los de... era él. El hombre que había aparecido en sus sueños durante casi dos años. Rico Christofides, medio griego, medio argentino, empresario multimillonario, una leyenda.

–Eres tú –dijo él, con voz ronca.

Gypsy tragó saliva. Una vocecita le decía que se fuera, que saliera corriendo, que escapase de allí.

Pero sentía como si estuviera bajo el agua. Lo único que podía ver eran esos ojos, del color del cielo durante una tormenta, clavándose en su alma. El pelo negro, la nariz ligeramente torcida, las cejas oscuras, la mandíbula marcada... todo era tan familiar. Salvo que sus sueños no le habían hecho justicia.

Era tan alto, sus hombros tan anchos que no podía ver lo que había detrás de él.

Absurdamente, recordó la pena que había sentido por la mañana, al ver que se había ido dejando una nota que decía: la habitación está pagada. Rico.

Alguien carraspeó a su lado, pero Rico no se movió y Gypsy no podía apartar la mirada. Su mundo estaba haciéndose pedazos a su alrededor.

–¿Rico? ¿Ocurre algo?

Era una voz de mujer; una voz que confirmaba lo que Gypsy no había querido saber. Y debía ser la impresionante pelirroja que había visto unos minutos antes. No podía creer que hubiera pasado al lado de Rico sin verlo...

Pero él no dejaba de mirarla.

–Eres tú.

Gypsy sacudió la cabeza, intentando decir algo que tuviera sentido, algo que la sacara de aquel extraño estupor. Después de todo, sólo había sido una noche, unas horas. ¿Cómo podía recordarla un hombre como él? ¿Por qué querría recordarla? ¿Y cómo podía ella sentir ese fiero deseo?

–Lo siento, debe confundirme con otra persona.

Gypsy soltó su brazo y se dirigió a la sala de empleados, temiendo ponerse a vomitar allí mismo. Respirando profundamente sobre el lavabo, lo único que deseaba era salir corriendo.

Desde que descubrió que estaba embarazada había sabido que algún día tendría que decirle a Rico Christofides que tenía una hija. Una hija de quince meses con los ojos del mismo color que los de su padre.

Gypsy volvió a sentir náuseas, pero intentó controlarlas.

Recordaba el terror que había sentido ante la idea de convertirse en madre y, al mismo tiempo, la inmediata y profunda conexión con el bebé que crecía en su interior.

Había visto cómo trataba Rico Christofides a las mujeres que se atrevían a presentar una demanda de paternidad y no tenía el menor deseo de exponerse a esa humillación pública. Aunque estuviera absolutamente segura de que podría demostrar que él era el padre.

Embarazada, y sintiéndose extremadamente vulnerable ante la posible reacción de Rico Christofides, Gypsy había tomado la difícil decisión de tener a Lola sin decirle nada. Quería estar en buena posición cuando se pusiera en contacto con él. Trabajar como camarera, aunque fuese en un restaurante de lujo, no era la situación ideal para lidiar con alguien tan poderoso como él.

Y si no se marchaba de allí inmediatamente, Rico Christofides recordaría a la mujer que había sucumbido a la tentación de acostarse con él.

Tomando una decisión, aunque sabía que lo hacía empujada por el pánico, Gypsy se lavó la cara y fue a buscar a su jefe.

–Tom, por favor –le suplicó. Ella odiaba mentir, especialmente usando a su hija para ello, pero no tenía alternativa–. Tengo que irme a casa. Lola se ha puesto enferma y...

Su jefe se pasó una mano por el pelo.

–Tú sabes que hoy andamos cortos de personal. ¿No puedes esperar una hora?

Gypsy negó con la cabeza.

–No, lo siento, Tom. De verdad, si pudiera quedarme...

–Yo también lo siento. No quiero hacerlo, pero has llegado tarde todos los días durante las últimas dos semanas.

Gypsy iba a protestar, a decir algo sobre las inflexibles horas de la persona que cuidaba de Lola, pero su jefe la interrumpió:

–Eres una buena camarera, pero si te vas ahora, me temo que no tendrás un puesto de trabajo al que volver. Es así de sencillo.

Gypsy recordó entonces lo que había sentido al descubrir que el hombre con el que había pasado la noche era uno de los hombres más poderosos del mundo y volvió a sentir una ola de náuseas.

La idea de volver al salón e intentar trabajar con normalidad era inconcebible, de modo que Tom la despediría de todas formas porque acabaría tirando la sopa sobre algún cliente o derramando el vino...

Gypsy negó con la cabeza, anticipando el horror de tener que buscar otro trabajo y dando las gracias en silencio por tener algunos ahorros en el banco. Al menos podría subsistir durante unas semanas...

–Lo siento mucho, pero tengo que irme.

Su jefe se encogió de hombros.

–Yo también lo siento porque no me dejas otra opción.

Con un nudo en la garganta, Gypsy tomó su bolso y salió al callejón oscuro y húmedo en la parte trasera del lujoso restaurante.

Más tarde, Rico estaba en el salón de su ático con las manos en los bolsillos del pantalón. Su pulso seguía acelerado y no tenía nada que ver con la hermosa mujer de la que se había despedido después de la cena y sí con la bonita camarera que había desaparecido de repente.

La primera vez también había desaparecido, pero entonces había sido culpa suya.

Seguía sorprendiéndolo haber bajado la guardia de esa manera con ella y se recordaba a sí mismo mirándola dormir, atónito por la profundidad de su deseo y por la apasionada respuesta de ella.

Eso, y el abrumador deseo de protegerla, había hecho que saliera de la habitación como si lo persiguieran los sabuesos del infierno. Él nunca se sentía protector o posesivo con las mujeres. Pero esa noche, en cuanto la reconoció, el deseo había nacido de nuevo, como si no hubiera pasado el tiempo. Y ella había salido corriendo otra vez.

Rico sacó un papel del bolsillo del pantalón. El gerente del restaurante le había dado su nombre y su gente ya la había localizado. Ahora tenía la dirección de Gypsy Butler... porque aparentemente era su nombre verdadero.

Y pronto descubriría qué era lo que encontraba tan atractivo en la mujer con la que se había acostado una noche, dos años antes y por qué demonios Gypsy sentía la necesidad de escapar de él.

A la mañana siguiente, mientras Gypsy volvía a casa del supermercado empujando el cochecito de Lola, seguía angustiada por lo que había ocurrido la noche anterior.

Había visto a Rico Christofides y había perdido su trabajo.

Las dos cosas que más miedo le daban habían ocurrido al mismo tiempo. Pero no había tenido más remedio que marcharse porque no estaba en condiciones de lidiar con Rico Christofides. Le temblaron las piernas al recordar su rostro y el efecto instantáneo que había ejercido en ella.

Seguía siendo tan devastadoramente guapo como el día que lo conoció en la discoteca, dos años antes.

La noche que conoció a Rico había sido una noche especial, totalmente nueva para ella. La había pillado al principio de una nueva vida, cuando intentaba olvidar años de dolor. Estaba en un momento muy vulnerable y había sido presa fácil para un seductor como Rico Christofides, aunque entonces no sabía quién era: un magnate y playboy conocido en el mundo entero.

Si hubiera ido vestido como los demás, con una camisa planchada y un pantalón sastre, habría sido fácil no fijarse en él. Pero no iba vestido así; llevaba una camiseta y unos vaqueros gastados que abrazaban sus piernas de un modo que era casi indecente. Alto y moreno, tenía un aire de peligrosa sexualidad que hacía que todos los demás hombres pareciesen anémicos por comparación.

Eso sólo lo convertía en un hombre espectacular, pero había sido algo más. Había sido la intensidad de su mirada... clavada en ella.

Aquella noche estaba celebrando algo importante en su vida: que por fin se había librado de su padre y de su corrupto legado. Cuando murió seis meses antes había sentido más vacío que pena por el hombre que jamás le había mostrado afecto.

Pero cuando el guapísimo extraño se acercó a ella en la discoteca, los malos recuerdos y las penas habían volado.

Era demasiado guapo, demasiado oscuro, demasiado sexy... demasiado todo para alguien como ella. Y su forma de mirarla mientras se acercaba le había dado pánico.

Pero, como si estuviera clavada al suelo por un hechizo, no había sido capaz de moverse. Era casi como si hubiera algo elemental entre ellos, algo primitivo. Como si aquel hombre estuviera reclamándola como suya. Y era totalmente ridículo sentir algo así un viernes cualquiera en una discoteca en el centro de Londres.

–¿Por qué has dejado de bailar? –le había preguntado él.

Tenía un ligero acento, de modo que era extranjero...

Gypsy había sentido un cosquilleo de excitación al ver sus ojos grises en contraste con su piel morena. Era algo tan extraño para ella que quiso apartarse... pero entonces alguien la empujó sin querer y él la sujetó.

De inmediato, había sentido un escalofrío en la espina dorsal. Gypsy levantó la mirada, perpleja, y al mirarlo a los ojos había sentido auténtico miedo... no miedo por su seguridad sino un miedo irracional a lo desconocido.

–En realidad, ya me iba...

–Pero si acabas de llegar.

Había estado mirándola desde que entró en la discoteca y Gypsy tragó saliva al pensar cómo había estado bailando, como si nadie pudiese verla.

–Si insistes en marcharte, me iré contigo.

–Pero no puedes... ni siquiera me conoces.

–Entonces baila conmigo.

Que no estuviera borracho, que no estuviera ligando con ella como hacían otros hombres, había hecho que la petición fuera irresistible.

Gypsy volvió a la realidad cuando tuvo que detenerse en un semáforo. No necesitaba recordar su patético intento de resistencia antes de aceptar, básicamente para que la soltase.

Pero había tenido el efecto contrario. Después de bailar con él, tan cerca que su cuerpo se cubrió de sudor, el extraño se inclinó para decirle al oído:

–¿Sigues queriendo mancharte?

Ella negó con la cabeza, sin dejar de mirarlo a los ojos, fascinada. Lo deseaba con una fuerza totalmente desconocida para ella.

Había dejado que tomase su mano para salir de la discoteca, viéndolo como un símbolo de los eventos de aquel día. El día en el que, por fin, se había librado de todo lo que la había unido a su padre.

Se había dejado seducir por él... y a la mañana siguiente se había encontrado sola en la habitación del hotel, como una basura. Recordaba la nota que había dejado sobre la mesilla y lo mal que se había sentido... como si lo único que faltase fuera un montón de billetes sobre la cama.

Soltando un bufido de rabia por haber dejado que un hombre como él, un hombre poderoso como su padre, la sedujera, Gypsy cruzó la calle cuando el semáforo se puso en verde. Con un poco de suerte, Rico Christofides se habría distraído con la pelirroja con la que estaba cenando y se habría olvidado de ella.

«Pero se acordaba de ti después de dos años».

Cualquier otra mujer se habría sentido halagada de que un hombre como él no la hubiese olvidado, pero Gypsy sólo sentía miedo. ¿Por qué un hombre como Rico Christofides recordaba a una mujer como ella?

Poco después llegó a su casa, un bloque de pisos baratos con un grupo de chicos malencarados sentado en los escalones. Aunque había disfrutado de su libertad tras la muerte de su padre, y aunque no le habría importado nada si sólo tuviera que preocuparse de sí misma, le molestaba que su casa estuviera en la peor zona de Londres. Incluso el parque cercano estaba destrozado por los vándalos.

Gypsy suspiró. De no haber sido por su decisión de rechazar el dinero de su padre, en aquel momento estaría viviendo en un sitio mucho mejor.

Pero ella no podría haber vivido del dinero de John Bastion y jamás se le había ocurrido pensar que se quedaría embarazada después de pasar una sola noche con un...

Su corazón se detuvo durante una décima de segundo y no por culpa de los chicos que estaban sentados en los escalones del portal sino por el deportivo aparcado en la puerta.

El lujoso coche negro con ventanillas tintadas podría ser de algún gángster del barrio, pero Gypsy supo inmediatamente que no era así. Los gángsteres de la zona sólo podían soñar con un coche como aquél.

Y el corazón pareció a punto de salirse de su pecho al ver a un hombre alto, moreno y atlético salir del coche.

Rico Christofides.

Capítulo 2

GYPSY sabía que no podía salir corriendo porque era evidente que Rico Christofides había querido encontrarla. ¿Por qué?, se preguntó.

Sólo tenía que pensar en la mujer con la que estaba por la noche en el restaurante y, en comparación, ella no quedaba muy bien parada.

Aquel día llevaba sus habituales vaqueros anchos, varias capas de jerséis de lana para evitar el frío de enero, zapatillas de deporte, una parka de segunda mano y un gorro de lana para controlar su pelo. Él, por otro lado, parecía el magnate que era, con un elegante abrigo de cachemir negro.

Sin duda, ya estaba lamentando la impetuosa decisión de ir a buscarla al verla con esa pinta, pensó Gypsy. Pero entonces Rico miró el cochecito de Lola...

Su hija. ¿Se daría cuenta?

Inmediatamente, se dijo a sí misma que era imposible que supiera nada. ¿Por qué iba a pensar que Lola era hija suya?

Además, en cuanto le dijera que era su hija, Rico Christofides movería cielos y tierra para demostrar que estaba mintiendo. Eso era lo que había hecho en otras ocasiones.

Pero cuando la paternidad quedase demostrada, intentaría controlar la vida de su hija. Exactamente lo mismo que había hecho su padre.

Lo sabía porque Rico pertenecía al mismo mundo que John Bastion, un mundo de hombres poderosos y despiadados, hombres que dominaban todo lo que había a su alrededor.

En cuanto supo su nombre pensó que era increíble que no lo hubiera reconocido. Incluso recordaba a su padre hablando amargamente de Rico Christofides en más de una ocasión: «si crees que yo soy despiadado, espero que no te encuentres nunca con Rico Christofides. Ese hombre es de hielo. Si pudiese arruinarlo, lo haría, pero el canalla no descansaría hasta que hubiera resucitado de entre los muertos para destrozarme. Algunas peleas no merecen la pena, pero daría cualquier cosa por ver que alguien machaca a ese arrogante».

Su padre había sido un hombre obsesivo y el recuerdo de la admiración que, en el fondo, sentía por Rico Christofides, habría matado cualquier posibilidad de que se pusiera en contacto con él.

Lo único que podía hacer era escapar con Lola, ir a algún otro sitio, lejos de Londres, hasta que pudiera decidir qué iba a hacer con su vida.

Y se alegraba de su horrible aspecto porque gracias a eso, seguramente Rico Christofides subiría a su lujoso coche y desaparecería de su vida hasta que ella volviera a ponerse en contacto con él... cuando estuviera lista para hacerlo. Pensando eso, Gypsy siguió caminando.

Rico observó a la mujer que se acercaba al portal. Por un segundo, tuvo dudas. ¿Era Gypsy? A distancia y sin ningún artificio, no parecía muy atractiva. Y su cuerpo estaba oculto por varias capas de ropa... nada elegante, por cierto.

Y tenía un hijo, además. Sintió entonces algo sospechosamente parecido a la desilusión, pero de inmediato se dijo que era una tontería. Un hijo era una complicación innecesaria.

Aunque tal vez se había equivocado de persona, tal vez el nombre era una extraña coincidencia.

Pero entonces ella se detuvo a su lado y cualquier pensamiento sobre hijos o complicaciones se esfumó de su mente porque volvió a sentir esa extraña punzada de deseo.

Era ella.

A pesar de su aspecto, podía ver sus preciosos ojos verdes rodeados de largas pestañas, la delicada estructura ósea, sus generosos labios. Y su pelo, los rebeldes rizos escapando del gorro de lana le recordaron el momento que la vio en la discoteca.

Estaba enfadado consigo mismo por haber ido allí, odiando haberse dejado llevar por una extraña inquietud, y entonces la vio. Con un pantalón vaquero ajustado y un chaleco sin mangas, nada que ver con las demás mujeres que llenaban el sitio. Bailaba con una expresión intensa, como empujada por demonios interiores, y algo en ella lo había atraído de manera inmediata.

Rico no podía dejar de mirar sus firmes pechos, marcados bajo la delgada tela del chaleco, mientras bailaba con total abandono.

Él había visto a muchas mujeres guapas, vestidas y desnudas, pero algo en aquella chica le había parecido increíblemente atractivo. Con ese pelo tan rizado tenía un aspecto salvaje, libre, que lo atraía a un nivel básico, primitivo.

Le había parecido exquisita. Era exquisita. Aunque se daba cuenta de que había perdido peso en esos dos años.

Además del alivio que sintió al saber que no se había equivocado de persona, sintió también una rabia absurda al ver que vivía en una zona tan peligrosa.

Y esa rabia lo sorprendió. Las mujeres no solían despertar en él sentimientos protectores. Los chicos que estaban sentados en los escalones habían intentado intimidarlo cuando salió del coche para llamar al portero automático, pero después de fulminarlos con la mirada parecían haber reconocido que era un peligro y lo habían dejado en paz.

Había estado a punto de marcharse al no encontrarla en casa, pero allí estaba. Y no pensaba ir a ningún sitio.

Gypsy decidió fingir que no sabía quién era, que no había vuelto a verlo la noche anterior. Era una cobardía, por supuesto, pero contaba con que él quisiera escapar de alguien que parecía una indigente.

–¿Me deja pasar?

Él no se apartó. Sus penetrantes ojos grises estaban clavados en ella con una intensidad que la asustaba y que hacía que se pusiera colorada hasta la raíz del pelo. Sin poder evitarlo, en su mente se formaron imágenes de esa noche, de sus cuerpos cubiertos de sudor moviéndose al unísono para llegar al clímax...

–¿Por qué saliste corriendo anoche?

Su voz ronca interrumpió tan turbadoras imágenes.

–Mi hija... tenía que volver a casa con mi hija.

Después de decirlo se mordió los labios. Había caído en la trampa como una tonta.

En ese momento empezó a llover y los chicos que estaban en los escalones corrieron a buscar refugio. Rico Christofides señaló el portal.

–Deja que te ayude con el cochecito.

Gypsy protestó.

–No hace falta, puedo hacerlo sola...

Pero mientras hablaba, él sujetó el cochecito y lo levantó como si no pesara nada. Y Gypsy tuvo que soltarlo o habrían terminado peleándose.

Podía sentir las gotas de lluvia cayendo sobre su gorro de lana, de modo que no tuvo más remedio que seguirlo hasta el portal.

Una vez en su apartamento, Rico Christofides dejó el cochecito en el suelo con una suavidad que momentáneamente desarmó a Gypsy. Seguía atónita, en realidad.

–¿Tienes una toalla?

–¿Una toalla? –repitió ella tontamente.

–Sí, una toalla. Estoy empapado y tú también.

–Una toalla –repitió Gypsy de nuevo. Y luego, por fin, salió de su estupor–. Sí, claro.

«Dale la toalla para que se seque y luego se marchará».

Gypsy entró en el dormitorio que compartía con Lola y poco después volvió al salón con una toalla en la mano, intentando no pensar que Rico Christofides era tan grande que el salón parecía diminuto.

–Primero tú, estás empapada. Imagino que tendrás más de una toalla...

–Sí, claro. Sécate con ésa, yo voy a buscar otra.

¿Por qué no se iba?

Cuando volvió al salón vio que estaba secándose el pelo con movimientos bruscos. Se había quitado elabrigo, que había colgado en el respaldo de una silla, y el impecable traje que llevaba la hizo tragar saliva al recordar el fabuloso cuerpo que había debajo.

Brillaba de vitalidad y fuerza, haciendo que ella se sintiera pálida y débil por comparación.

–Deberías quitarte la parka y el gorro... están mojados. ¿No tienes calefacción?

Con desgana, Gypsy se quitó el gorro y la parka. Su melena rizada caía sobre sus hombros y podía imaginar lo encrespada que estaría por culpa de la lluvia. Le gustaría hacerse una coleta o algo... y le daba rabia que Rico la hiciera sentirse tan incómoda.

–Se ha estropeado esta mañana, pero vendrán a repararla enseguida.

Rico Christofides pareció cómicamente sorprendido.

–¿No tienes calefacción? Pero tienes un hijo y hace un frío terrible...

–Es el primer día que estamos sin calefacción, pero vendrán a arreglarla enseguida. ¿Quieres un café?

Rico clavó su mirada en ella, esbozando una sonrisa al reconocer su capitulación.

–Me encantaría tomar un café. Solo, sin azúcar.

Como él, pensó Gypsy mientras iba a la cocina. Lo único que esperaba era que Lola no despertase y que Rico Christofides hubiera satisfecho la sorprendente curiosidad que parecía sentir por ella y se marchase de una vez.

Rico miró alrededor conteniendo un escalofrío de horror. Sin tener a Gypsy delante, su cerebro parecía funcionar con normalidad... más o menos. Pero, de nuevo, cuestionó la sensatez de ir allí, sobre todo al ver el cochecito.

El impulso sensato era encontrar una excusa más o menos plausible para marcharse, pero otro impulso, más poderoso, lo obligaba a quedarse. Aunque hubiese un niño inesperado.

Era una niña, comprobó Rico, mirando por encima de la capota transparente. Y muy pequeña, de modo que debía haberla tenido después de que ellos se conocieran. Y aunque sabía que no tenía ningún derecho a enfadarse por eso, se enfadó.

Incluso verla quitarse el gorro y la parka había hecho que casi olvidase la presencia de la niña. El movimiento de sus manos le había recordado sus caricias en la parte más sensible de su anatomía hasta que tuvo que suplicarle que parase...

Rico frunció el ceño. ¿Por qué había querido negar Gypsy que lo conocía? Aunque se hubiera marchado por la mañana, él sabía que el encuentro había sido tan sorprendente para ella como para él. La expresión atónita en su rostro después del primer orgasmo se lo había dejado claro.

Él sabía que era un buen amante, pero lo que había experimentado esa noche con Gypsy había sido algo desconocido. Y que no había vuelto a experimentar nunca más. ¿Era por eso por lo que necesitaba verla de nuevo? ¿Para averiguar si había sido su imaginación o... algo más?

Él nunca había querido «algo más» de una mujer, pero esa noche Gypsy lo había afectado de tal modo que desde entonces se sentía insatisfecho. Esa insatisfacción había destrozado las pocas relaciones que había tenido desde entonces y después de volver a verla la noche anterior quería estar con ella de nuevo.

Cuando oyó que Gypsy volvía a entrar en el salón se volvió para mirarla. Pero ella apartó la mirada, nerviosa.

¿Por qué estaba tan nerviosa?

Gypsy intentó escapar de la mirada de Rico ocupándose de Lola que, afortunadamente, seguía durmiendo, sus mejillas rojas y su boquita de piñón haciendo un puchero. Sus largas pestañas negras caían sobre las mejillas regordetas y el corazón de Gypsy se llenó de amor, como le pasaba siempre que miraba a su hija. Y, en ese momento, sintió una punzada de remordimientos al saber que estaba negándole al padre de Lola la verdad cuando estaba a un metro de ella.

Pero aplastó esos remordimientos, diciéndose a sí misma que lo hacía por una buena razón.

–¿Qué quieres de mí? –le preguntó, cruzándose de brazos.

Rico Christofides se dejó caer sobre el viejo sofá y le hizo un gesto para que hiciese lo propio.

Dejando escapar un suspiro, más por miedo que por otra cosa, Gypsy se sentó en el sillón.

–Me gustaría saber por qué has fingido que no me conocías cuando tú sabes que nos conocemos íntimamente.

Gypsy se puso colorada hasta la raíz del pelo.

–Sé muy bien que nos conocemos, pero no tengo la menor intención de volver a estar contigo.

Él la miró en silencio durante unos segundos antes de replicar:

–Puede que no lo creas, pero lamenté dejarte como lo hice esa mañana.

Ella apretó los labios para disimular un escalofrío de emoción. No lo creía, seguramente no había vuelto a pensar en ella. Pero tal vez al verla la noche anterior había pensado que sería muy fácil volver a seducirla.

–Pues yo no –le dijo–. Y olvidas que me dejaste una notita.

–No sé lo que pensarás de mí, pero no tengo costumbre de ligar con una desconocida en una discoteca e ir a un hotel a pasar la noche.

Gypsy se encogió de hombros, como si no tuviera importancia. –No lo sé, no he pensado si era una costumbre para ti o no. –Tal vez para ti las aventuras de una noche son algo habitual... –¿Cómo te atreves a decir eso? Yo no había tenido una aventura hasta que te conocí.

Rico arqueó una ceja.

–Y, sin embargo, no tuviste ningún problema para acostarte conmigo, Gypsy Butler.

Ella lo miró, perpleja. Sabía su apellido... sí, claro, tenía que saberlo porque había encontrado su dirección. Y seguramente sería capaz de encontrarla fuese donde fuese.

–¿Entonces es tu nombre de verdad?

Ella asintió con la cabeza, nerviosa.

–Mi madre tenía obsesión por Gypsy Rose Lee, por eso me puso ese nombre.

No le contó que durante gran parte de su vida nadie la había llamado así. Esa parte de su vida había terminado cuando su padre murió.

–Dime qué es lo que quieres, tengo cosas que hacer.

–Veo que estás deseando escapar de mí. Y has tenido que pagar un precio muy alto... sé que anoche perdiste tu trabajo precisamente por salir corriendo.

–¿Cómo lo sabes?

Rico se encogió de hombros.

–A veces, los camareros son muy indiscretos. ¿Dónde está el padre de tu hija?

«Sentado delante de mí», pensó Gypsy, pero enseguida levantó la barbilla en un gesto orgulloso.

–Estamos solas.

–¿No tienes más familia?

Ella negó con la cabeza, intentando ignorar la sensación de soledad que provocaban sus palabras.

–Pues eso demuestra que tengo razón, ¿no?

–¿A qué te refieres?

–Te acostaste conmigo y luego con otro hombre poco después... porque no creo que dejases a una niña recién nacida con un extraño la noche que estuviste conmigo.

Gypsy negó con la cabeza.

–No, claro que no. Yo nunca haría algo así.

Rico Christofides sonrió, satisfecho. Aunque no sabía por qué.

–Mire, señor Christofides... Rico. No me gusta que estés aquí y quiero que te vayas.

–De modo que sabes quién soy. ¿Sabías quién era esa noche?

Ella negó con la cabeza de nuevo, sintiéndose enferma.

–No... no lo sabía. Lo supe a la mañana siguiente, cuando vi las noticias.

La televisión de la suite estaba encendida, aunque sin volumen. Rico debía haber estado viendo las noticias antes de marcharse y, para su sorpresa, Gypsy lo vio en la pantalla, afeitado y guapísimo con un traje oscuro, rodeado de fotógrafos frente a un edificio de aspecto estatal.

Atónita, había subido el volumen para ver quién era el hombre con el que se había acostado la noche anterior.

–Y sin embargo no te pusiste en contacto conmigo al saber quién era –dijo él.

Gypsy imaginó que en su mundo habría pocas mujeres que no quisieran aprovecharse de un revolcón con alguien como él.

–No, me marché. Cuando desperté, vi que te habías ido sin decirme adiós, pero dejando una nota que me hizo sentir como una fulana... pero si quieres que sea sincera, no me apetece seguir hablando de esto. Me gustaría que te fueras ahora, por favor.

En ese momento, un gemido salió del cochecito... un gemido que se convirtió en el habitual alarido. Lola había despertado de su siesta y exigía atención.

Capítulo 3

DE MODO que estaba enfadada porque se había ido del hotel sin decirle adiós. Rico se daba cuenta de que no sabía si atender a la niña o empujarlo para que saliera de su apartamento.

–Mira, no es buen momento –dijo Gypsy entonces–. Por favor, déjanos en paz.

«Por favor, déjanos en paz».

Algo en esa frase, en el uso del plural, en su expresión casi asustada hizo que Rico clavase los talones en el suelo. Había alguna razón por la que quería que se fuera. Se sentía amenazada, eso estaba claro.

Y, para su sorpresa, los gritos de la niña no lo hacían salir corriendo en dirección contraria. Las palabras de Gypsy y su actitud lo tenían intrigado y últimamente nada lo intrigaba. Quería respuestas a su comportamiento, quería saber por qué estaba tan desesperada por echarlo de allí. Y el llanto de la niña no iba a hacer que se echase atrás.

Eso lo sorprendió, ya que los únicos niños con los que tenía trato eran su sobrina de cuatro años y su hermano pequeño. Aunque lo divertían de cuando en cuando, especialmente su precoz sobrina, la emoción de su hermanastro por ser padre lo dejaba perplejo.

Sencillamente, no entendía que a alguien le emocionasen tanto los niños. Él no tenía la menor intención de ser padre por el momento... sobre todo después de la infancia que su hermanastro y él habían soportado. Pero ese camino llevaba a amargos recuerdos que no estaba dispuesto a contemplar en ese momento.

Con una brusquedad provocada por esos pensamientos, Rico le espetó:

–¿No deberías atender a tu hija?

Suspirando, Gypsy se acercó al cochecito y apartó la capota transparente. De inmediato, la niña dejó de llorar y sonrió, contenta, cuando su madre la tomó en brazos.

En ese momento, el ruego de Gypsy de que «las dejase en paz» se repitió en la cabeza de Rico. Intuía que iba a pasar algo importante, lo cual era absurdo...

Gypsy miró a su hija y, a pesar de todo, tuvo que sonreír al ver su carita. Lola era una niña feliz y sonriente, de modo que resultaba imposible no responder de la misma forma. Gypsy se había castigado a sí misma incontables veces por su comportamiento esa noche, pero ni una sola vez había lamentado tener a Lola.

Automáticamente, empezó a quitarle el abrigo, intentando olvidar que Rico Christofides estaba mirando a su hija por primera vez. Apartando de su mente tan aterrador pensamiento, rezó para que Rico se marchase de inmediato.

Un niño llorando no era precisamente el mejor escenario para discutir una aventura de una noche. Además, Rico debía darse cuenta de que no estaba dispuesta a repetirlo.

Lola estaba totalmente despierta y, al ver a un extraño, levantó la cabecita y lo miró tímidamente, apoyándose en su mamá mientras se metía un dedo en la boca, una costumbre que había adquirido cuando Gypsy decidió intentar abstenerse de usar chupete.

Gypsy siguió la mirada de su hija, sabiendo lo que Rico Christofides estaría viendo: una niña de ojos grises rodeados por largas pestañas oscuras, una piel no tan pálida como la suya y unos rizos que resultaban difícil peinar. Era adorable. La gente la paraba por la calle continuamente para decirle lo guapa que era.

En ese momento, Lola sacó el dedo de su boca y la miró mientras señalaba a Rico Christofides, diciendo algo ininteligible. Luego empezó a revolverse y Gypsy la dejó en el suelo... para ver cómo se acercaba de manera tentativa al extraño. Cuando él la miró con cara de sorpresa, Lola volvió con su madre, que la tomó en brazos.

–¿Cómo has dicho que se llama? –le preguntó Rico, después de unos segundos de silencio.

Gypsy tuvo que controlarse para no cerrar los ojos, desesperada. Lo sabía. Tendría que ser ciego para no verlo. Tenían los mismos ojos y ahora que había vuelto a verlo se daba cuenta de que también tenían la misma barbilla... y la frente. Era como una versión femenina en miniatura de Rico Christofides, un sorprendente ejemplo de la naturaleza dejando la marca de un padre en su hijo para que no hubiese dudas.

–Lola –dijo por fin.

Como si tuviera que hacer un esfuerzo sobrehumano, y sin dejar de mirar a la niña, Rico preguntó:

–¿Cuántos años tiene?

Gypsy cerró los ojos en ese momento. El peso del destino y de lo inevitable sobre sus hombros. Aunque pudiera salir corriendo, tendría que cambiar su identidad para alejarse de Rico Christofides. Algo imposible considerando sus precarias circunstancias.

–Quince meses...

Por primera vez, Rico la miró y en sus ojos Gypsy pudo ver sospecha, certeza, horror... todo mezclado.

–Pero eso es imposible –empezó a decir–. Porque si tiene quince meses, a menos que te acostases con otro hombre inmediatamente antes o después de mí, esa niña... sería hija mía. Y como no te has puesto en contacto conmigo, quiero pensar que no es mía.

Gypsy abrazó a Lola, que parecía notar la tensión entre los dos adultos. No podía negarle la verdad ahora que estaba allí, de modo que miró directamente a Rico Christofides y tragó saliva.

–No me acosté con nadie más. No he estado con nadie más desde entonces –la mataba, pero tenía que decirlo–. Y no había estado con nadie poco antes de estar contigo.

No le pareció necesario mencionar que sólo había tenido otro amante, en la universidad.

–¿Estás diciendo que la niña es hija mía?

Gypsy asintió con la cabeza, sintiendo que su frente se cubría de sudor. Y en ese momento, aburrida por la falta de atención, Lola empezó a protestar.

–Tiene hambre, tengo que darle la merienda.

Gypsy colocó a Lola en su trona, intentando disimular que estaba al borde de la histeria. Porque a unos metros de ellas había un hombre que podía destrozar sus vidas.

Rico nunca se había llevado una sorpresa tan grande, tan monumental. El control que daba por sentado, el que había intentado ejercer en su vida desde que se marchó de casa a los dieciséis años, había caído como una precaria pared de papel.

Sabía que debería estar furioso pero, por alguna razón, no sentía nada. Era como estar en estado catatónico. En lo único que podía pensar era en esa frase: «por favor, déjanos en paz». Sólo podía pensar que cuando miró los ojos de esa niña fue como si diera un paso en falso, aunque ni siquiera estaba moviéndose.

Cuando levantó la mirada, su corazón había dado un vuelco dentro de su pecho y sintió como si estuviera cayendo por un precipicio.

Un precipicio de ojos grises exactamente del mismo color que los suyos. En aquel momento le ocurrió algo curioso, como si una esquiva pieza de sí mismo cayera en su sitio, algo que no había sabido que le faltara hasta entonces.

Era demasiado.

Sin pensar, actuando por instinto, salió del apartamento de Gypsy y bajó a la calle, donde su chófer esperaba apoyado en el coche. Rico abrió la puerta y buscó algo en el interior. Apenas se daba cuenta de que seguía lloviendo mientras sacaba una botella de whisky de la guantera y tomaba un largo trago.

Sujetando el cuello de la botella, Rico intentó entender lo que había pasado. Gypsy lo había engañado de la peor manera posible...

Él había creído que su padre biológico le había dado la espalda, pero en realidad no había sido así. Su madre y su padrastro se habían encargado de que lo creyera.

Y allí estaba Gypsy Butler, repitiendo la historia, sin decirle que había tenido una hija. Había intentado echarlo de su apartamento para que no lo averiguase...

Había jurado a los dieciséis años que nunca volverían a hacerle daño y ese juramento se había convertido en el lema de su vida cuando por fin encontró a su padre biológico y descubrió que les habían mentido a los dos... durante años. Desde entonces, la palabra «confianza» se había convertido para él en algo inservible.

La coincidencia de haber elegido precisamente ese restaurante la noche anterior hizo que sintiera un escalofrío. Qué cerca había estado de no saber nada sobre la existencia de su hija.

Rico miró hacia el portal, decidido, y volvió a guardar la botella de whisky en la guantera.

Sabía que su vida estaba a punto de cambiar para siempre y pensaba hacer que las vidas de Gypsy y Lola cambiasen a la vez. No iba a separarse de ellas nunca más. El sentimiento posesivo, y el deseo de castigar a Gypsy por lo que había hecho, eran como un incendio dentro de él.

Gypsy tuvo que hacer un esfuerzo para calmarse mientras terminaba de darle el puré de frutas a Lola, rezando para escuchar el rugido del deportivo. La velocidad a la que Rico había salido del apartamento había sido un alivio y un disgusto a la vez. Aunque era absurdo porque su peor pesadilla era estar en aquella situación. ¿Pero cómo podía Rico rechazar a su hija de ese modo?

Gypsy maldijo a Rico Christofides, aunque reconocía que había esperado que ésa fuera su reacción. Rechazarla, como había hecho su propio padre.

Se decía a sí misma que era lo mejor que podría haber pasado. Había tranquilizado su conciencia al contárselo a Rico y quería creer que era lo mejor. Al menos, podría decirle a su hija quién era su padre y que, sencillamente, la relación entre ellos no había funcionado. Tal vez la niña lamentaría vivir en tan precarias circunstancias teniendo un padre como él, pero como Gypsy sabía bien, un multimillonario no siempre era un buen padre.

Su propia vida había cambiado para siempre cuando su madre, enferma y sin dinero, le había suplicado a su padre que se hiciera cargo de ella. Él era el propietario de la empresa donde Mary Butler trabajaba como limpiadora, un hombre tremendamente rico que se había aprovechado de su posición para acostarse con ella, después de hacerle todo tipo de promesas, y que la despidió en cuanto supo que estaba embarazada.

Incapaz de encontrar otro trabajo o pagar un alquiler, su madre se encontró en la calle. Y Gypsy había pasado sus primeros meses en un albergue para indigentes. Poco a poco, Mary había intentado rehacer su vida y, por fin, consiguió un piso subvencionado en una de las peores zonas de Londres.

Gypsy había sabido desde siempre que su madre era incapaz de seguir adelante, de modo que tuvo que aprender a cuidar de ella, de las dos. Hasta que un día volvió del colegio y la encontró tirada en el sofá, con un frasco vacío de pastillas en el suelo.

Los servicios de emergencia lograron salvar su vida y lo único que impidió que la llevaran a ella, entonces una niña de seis años, a una casa de acogida fue la promesa de su madre de enviarla a casa de su padre.

De modo que Gypsy terminó viviendo con su padre, un hombre que nunca la había querido. Y no volvió a ver a su madre jamás. Años después, descubrió que su padre la había dejado fuera de su vida a propósito.

Intentando olvidar tan tristes recuerdos, aguzó el oído, pero no había escuchado el motor del coche. ¿Qué estaba haciendo?

La puerta del apartamento seguía abierta y salió de la cocina para cerrarla...

Entonces oyó pasos en la escalera. Rico Christofides volvía. Asustada, intentó cerrar, pero era demasiado tarde porque una mano firme sujetó la puerta.

–No pensarías que iba a ser tan fácil librarte de mí, ¿verdad?

Capítulo 4

ANGUSTIADA, Gypsy vio que Rico Christofides entraba en su apartamento y cerraba la puerta con una incongruente suavidad, sus ojos grises clavados en ella, su expresión muy seria. La lluvia había vuelto a mojar su pelo y los hombros de su chaqueta.

Tenía una horrible sensación de déjà vu, la misma sensación que tuvo ese día, cuando encontró a su madre inconsciente. Todo estaba a punto de cambiar y ella no podía hacer nada para evitarlo.

La rabia que había sentido unos momentos antes, al pensar que había rechazado a Lola, se disipó bajo una amenaza mucho más potente. Rico Christofides estaba a punto de hacer lo mismo que había hecho su padre cuando ella tenía seis años.

–No te quiero aquí. No quería que supieras nada...

–Evidentemente, no querías que yo supiera nada –la interrumpo él–. Ha sido una suerte que eligiera ese restaurante ayer, entre los miles que hay en Londres.

Parecía furioso, pero Gypsy no tenía sensación de peligro.

–Se me hiela la sangre al pensar que he estado a punto de no enterarme.

–No me has dejado terminar. No quería que te enterases de este modo. Iba a decírtelo... por la niña.

Él arqueó una imperiosa ceja.

–¿Cuándo? ¿Cuando fuese mayor de edad? ¿Cuan do fuera una persona adulta con una vida entera de resentimiento contra el padre que la había aban donado? Imagino que eso era lo que habías planeado. Le habrías dicho que su padre no quiso saber nada de ella...

–¡No! No había pensado decirle eso. Iba a contárselo y a ti también, te lo aseguro.

Sonaba falso incluso a sus propios oídos, pero era la verdad. Había querido esperar hasta que pudiera usar su título universitario para abrir una consulta de psicología infantil y ser solvente antes de darle la noticia. Sabía que no tendría defensa contra alguien como él a menos que pudiera demostrar que era una persona independiente y económicamente solvente. Y la actitud de Rico demostraba que había hecho bien.

Gypsy se dejó caer sobre un sillón mientras Rico Christofides la miraba sin un átomo de simpatía o preocupación, aunque sabía que debía haberse puesto pálida. Le daba miedo levantarse por si las piernas no la sostenían, pero reunió fuerzas, las que la habían ayudado a salir adelante completamente sola, y se levantó.

En ese momento, oyeron un grito en la cocina y los dos se volvieron para ver a Lola mirando de uno a otro, sus enormes ojos grises abiertos de par en par y los labios temblorosos. Gypsy se dio cuenta de que la niña notaba su angustia y se dirigió a la cocina para sacarla de la trona.

Con ella en brazos, volvió a mirar a Rico Christofides.

–Déjanos por ahora. Ahora sabes dónde estamos... y no necesito nada de ti. Ni Lola ni yo necesitamos nada de ti.

–Pues me temo que eso no es suficiente porque yo sí quiero algo de ti: a mi hija. Y hasta que pueda hablar por sí misma, yo decidiré lo que necesita.

Su tono autoritario le provocó un escalofrío. Le recordaba tanto a su padre que, instintivamente, Gypsy apretó a Lola contra su corazón.

–Yo soy su madre. Cualquier cosa que tenga que ver con su bienestar, será mi decisión. Yo decidí tenerla por mi cuenta, soy una madre soltera.

–Imagino que le habrás hecho creer a la gente que yo no quise saber nada, claro, que no quise hacerme cargo de mi hija. ¿Pusiste mi apellido en la partida de nacimiento?

Gypsy recordó haber mentido sobre eso en el hospital cuando fue preguntada. Pero se decía a sí misma que si no hubiera visto las noticias esa mañana no sabría quién era. Ella no solía mentir, pero la situación la había superado.

–No.

Gypsy dio un paso atrás cuando Rico se movió. Por un momento, había creído que iba a quitarle a Lola.

–Maldita sea, Gypsy Butler. ¿Cómo te atreves a negarle mi nombre? Tú sabías quién era.

–Estaba protegiendo a mi hija.

–¿De quién? No tenías derecho a tomar esa decisión.

–¡Claro que tenía derecho! Vi las noticias esa mañana... te vi en televisión, pero no sabía nada de ti. Pensé que jamás volvería a verte, así que hice lo que me pareció mejor.

Rico frunció el ceño.

–¿Qué tiene eso que ver?

–Vi que salías de un juzgado después de destrozar a una mujer que decía tener un hijo tuyo.

Él hizo un gesto con la mano.

–Tú no sabes nada de ese caso. Estaba intentando dar ejemplo para que ninguna otra mujer sintiera la tentación de creer que podía aprovecharse de mí.

Gypsy levantó la barbilla.

–¿Y entonces cómo puedes culparme por no decirte que estaba embarazada? Cuando te fuiste esa mañana, dejaste bien claro que no querías saber nada de mí. Y cuando vi cómo tratabas a una mujer que decía ser la madre de tu hijo...

Rico tuvo que contenerse para no decir que lamentaba su apresurada partida. Había llamado al hotel cuando terminó la vista, esperando que Gypsy siguiera en la habitación, pero se había ido. Y no iba a revelarle esa debilidad... especialmente sabiendo lo que sabía.

–La diferencia en este caso es que yo sé que dormimos juntos. A la otra mujer sólo la conocía de vista. Por eso insistí en una prueba de paternidad, para demostrar que estaba mintiendo.

–¿Y cómo iba yo a saber eso? Arruinaste su reputación públicamente, sacaste a relucir su pasado...

–Fue culpa suya, no mía. Creyó que no querría arriesgarme a demostrar que el niño no era hijo mío y tuvo que pagar las consecuencias. Le di la oportunidad de retirar la demanda de paternidad, pero no lo hizo, creyendo que sería un objetivo fácil y que le daría dinero sin protestar. Pero unas semanas después de la vista admitió que yo no era el padre. Créeme, no merece tu simpatía.

Gypsy se preguntó por qué se habría atrevido esa mujer a hacer algo así. Cualquiera se daría cuenta de que Rico Christofides no era un hombre que cediese bajo presión.

–Y, sin embargo, estás dispuesto a creer que Lola es hija tuya.

–Aparte de que tú me has dicho que lo es, podría serlo porque el preservativo que usé esa noche se rompió. Y cuando me aseguraste que no pasaría nada, te creí.

Lo único que Gypsy podía recordar era el momento en el que él se apartó para ponerse el preservativo y ella le urgió a que siguiera. Tal vez la culpa de que se hubiera roto el preservativo era suya por meterle prisa. Y después le había prometido que estaba a salvo, creyendo que no había razón para preocuparse. Pero no había tomado en cuenta lo errático que era su ciclo menstrual en los meses tras la muerte de su padre...

–Para mí también fue una sorpresa, te lo aseguro.

–Y, sin embargo, huiste de mí anoche sabiendo que era el padre de tu hija. Y es evidente que lo soy. ¿Me preguntas si lo creo cuando mirar a esa niña es como mirarme en un espejo? –exclamó Rico–. Pero no te preocupes, no soy tan ingenuo como para no hacer una prueba de paternidad, por si acaso. Tu insistencia en decir que no quieres nada de mí me hace creer que sí quieres algo.

–¿Qué voy a querer?

–No esperarás que crea que he dejado embarazada a la única mujer en el mundo que no quiere sacarme un céntimo, ¿verdad?

–No me he puesto en contacto contigo en estos dos años. Está claro que no quiero tu dinero –replicó ella.

–Tal vez pensabas buscarme cuando la niña estuviera tan delgada y desnutrida que tu historia conmoviese al público...

–No digas estupideces –lo interrumpió Gypsy.

–O tal vez disfrutas perversamente del poder de saber que le has negado un padre a tu hija.

Gypsy apretó a Lola contra su corazón, intentando apartarla de Rico.

–¿De verdad crees que querría criar a mi hija en un sitio como éste sólo para negarle un padre? Yo soy una buena madre y, a pesar de nuestras circunstancias, Lola tiene todo lo que necesita. Y es una niña feliz.

Rico se dio cuenta de que el cielo se había oscurecido aún más. Estaba lloviendo de forma torrencial y podía escuchar el insistente goteo sobre el alféizar de la ventana.

No podía entender a aquella mujer, ni la situación. Estaba seguro de ser el padre de Lola, lo sentía en sus huesos de una forma que no podría explicar. Entonces, ¿por qué no se había puesto en contacto con él en cuanto supo que estaba embarazada? Especialmente sabiendo quién era. Nada de aquello tenía sentido para él.

–¿Por qué no me lo contaste?

Gypsy se mordió los labios y cuando lo miró vio algo parecido al miedo en sus ojos.

–Porque quería proteger a mi hija y hacer lo que me parecía mejor para ella.

Rico sacudió la cabeza, sin entender.

–¿De qué tenías miedo?

–De esto –respondió ella.

–¿Cómo puede ser tu situación mejor de lo que yo puedo ofrecerte?

En ese momento, Rico imaginó lo mal que debía haberlo pasado. La sorpresa de descubrir que estaba embarazada y sola... no debería haberse separado de ella, debería haberla tenido en su cama todo ese tiempo. No sabía por qué había pensado esa tontería, pero de repente lo asaltó una curiosa sensación de tristeza.

Podrían haber llegado a algún tipo de acuerdo por Lola... pero sabía que no se contentaría con un acuerdo. Gypsy estaba en deuda con él. Se había perdido quince meses de la vida de su hija y Lola lo miraba como si fuera un extraño. Porque era un extraño para ella.

No quería recordar el cosquilleo de emoción que había sentido al saber que Gypsy no había vuelto a acostarse con ningún otro hombre, que él había sido su única aventura. Esa noche, Gypsy había si do torpe e inocente, y tan estrecha como una virgen. Ese recuerdo hizo que sintiera una punzada de deseo...

Gypsy levantó la barbilla en ese momento y él tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no apoderarse de su boca.

–Hay mucha gente que sale adelante ganando menos que yo. El dinero no lo es todo y no me apetecía nada tener que ir a juicio y salir en las revistas para demostrar que tú eras el padre de la niña. Fue mi decisión tener a Lola y, por lo tanto, es mi responsabilidad.

Rico tuvo que contener una oleada de preguntas. Sentía que había algo más, pero en aquel momento lo único que deseaba era sacarlas de aquel sitio espantoso. Tendría tiempo para hacerle preguntas más adelante. Gypsy estaba demostrando ser un enigma de proporciones monumentales, pero estaba seguro de que, a pesar de lo que decía, tenía algún plan. Todas las mujeres tenían un plan.

Capítulo 5

GYPSY esperaba que Rico aceptase su explicación, pero no le gustaba nada cómo la miraba. Y Lola estaba demasiado callada, mirando a Rico con los ojos muy abiertos y un dedo metido en la boca.

La señora Murphy, que cuidaba de la niña mientras ella iba a trabajar, había comentado muchas veces que Lola era una «niña mayor».

–Recoge tus cosas –dijo él entonces–. Nos vamos. –¿Qué? –Ya me has oído. Nos vamos de este sitio ahora mismo. Gypsy negó con la cabeza, asustada. –No pienso ir a ningún sitio contigo. Rico se cruzó de brazos. –¿Por qué? ¿Tienes que ir a trabajar a algún sitio? Ah, no, espera, ayer te despidieron de tu puesto de trabajo. De hecho, tú misma te fuiste del restaurante en plena jornada laboral... no es un gesto muy responsable para una madre soltera, ¿no te parece? –¿Y quién eres tú para juzgar mi comportamiento? –replicó ella. –¿Quién cuidaba de Lola mientras tú trabajabas? Gypsy se puso a la defensiva.

–Una vecina mía. ¿Por qué?

–¿Dejas a mi hija con una extraña?

Gypsy puso los ojos en blanco.

–Millones de mujeres tienen que dejar a sus hijos con personas que los atienden mientras van a trabajar. ¿Qué clase de tontería es ésa? Además, la señora Murphy no es una extraña, la conozco desde hace tiempo y tiene mucha experiencia cuidando niños. Y Lola suele estar dormida cuando yo me voy a trabajar...