Pasados recientes, violencias actuales -  - E-Book

Pasados recientes, violencias actuales E-Book

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Beschreibung

Escenas de muerte se repiten en miles de fosas individuales y colectivas al exhumar cuerpos. En tanto, se rastrean otras muchas fosas o lugares casi inimaginables con los que se procuró ocultar las evidencias del horror producido por violencias muy diversas. Son escenas de los desaparecidos que hoy "vuelven por sus fueros". Sus imágenes y sus nombres se han implantado con los espacios públicos recobrando identidades, imponiendo su humanidad. La presencia de "lo forense" en las diferentes geografías políticas de América Latina y España ha posibilitado recobrar sus identidades. También otra presencia cobra fuerza, ante una violencia creciente y diversificada frente a un Estado debilitado como el mexicano. Se trata de la que se articula desde "lo ciudadano", donde familiares afectados y activistas solidarios son los que emprenden las búsquedas. En todo caso, el rastreo de los cuerpos desde el quehacer técnico de lo forense o el ciudadano, es lo que enaltece e identifica a las circunstancias actuales. Este libro ofrece un recorrido colectivo a la vez que pausado, con paradas que posibilitan acercamientos desde diferentes disciplinas a singulares experiencias nacionales. En su conjunto, estas páginas contienen diversos y sustantivos análisis sobre "paisajes forenses". Durante el recorrido pueden observarse aspectos de la búsqueda e identificación de cuerpos, su entrega a los familiares y las ceremonias, pasando por la intervención de la Corte IDH y las sentencias que derivan hasta revisar los problemas en la formación de los profesionales forenses y la repercusión de su trabajo en la propia subjetividad. La senda que se camina permite reafirmar que se está ante el amanecer de una nueva era, la de los desaparecidos que emergen de la tierra. En ella se interactúa procurando respeto a los cuerpos y tradiciones, mejorando el desempeño científico, ético y comprometido con los derechos humanos.

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cip instituto mora. biblioteca ernesto de la torre villar nombres:| Dutrénit Bielous, Silvia; Nadal Améndola, Octavio, editores. título: Pasados recientes, violencias actuales. Antropología forense, cuerpos y memorias / Silvia Dutrénit Bielous, Octavio Nadal Améndola (eds.). descripción: Primera edición | Ciudad de México : Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2019 | Serie: Colección Contemporánea. Internacional. palabras clave: | México | Perú | Colombia | Argentina | Uruguay | España | Desaparecidos | Antropología forense | Fosas clandestinas| Exhumación | Cementerios | Memoria | Verdad | Justicia | Impunidad |Corte IDH | Sentencias |. clasificación: DEWEY 614.19 PAS.r | LC GN69.8 P3

Imagen de portada: Instalación interior del Sitio de Memoria Exsid (Servicio de Información de Defensa), hoy Instituto Nacional de Derechos Humanos (inddhh), Montevideo, Uruguay. Fotografía de Silvia Dutrénit Bielous.

Primera edición, 2019 Primera edición electrónica, 2020

D. R. © Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora Calle Plaza Valentín Gómez Farías 12, San Juan Mixcoac,03730, Ciudad de MéxicoConozca nuestro catálogo en <www.mora.edu.mx>

ISBN: 978-607-8611-41-6 ISBN ePub: 978-607-8793-05-1

Impreso en MéxicoPrinted in Mexico

Índice

Agradecimientos

Prefacio

Elisabeth Anstett

Caleidoscopio de lo forense. Modos de pensar y actuar en la diversidad

Silvia Dutrénit Bielous y Octavio Nadal Améndola

PARTE 1. LA ANTROPOLOGÍA FORENSE EN EL CAMPO: DESAFÍOS EPISTÉMICOS, PERSPECTIVAS CULTURALES, DUDAS Y DESENCANTOS

Los (des)bordes de la justicia: Agencias y procesos forenses a partir de las fosas del presente (mexicano)

Anne Huffschmid

Entrando al escenario: cuerpos, espacios y paisajes forenses

Lo forense ante las violencias del Estado (latinoamericano) del siglo xx

La diferencia mexicana: impunidad continua, quiebres y nuevas agencias

Volviendo a la escena (del crimen): lecturas y sentidos de la búsqueda en campo

Concluyendo a medio camino: lo forense como lectura (de cuerpos y territorios) y narrativa

Lista de referencias

¿Dignificar a los muertos o legalizar la muerte? Ambigüedades de las exhumaciones en el Perú

Dorothée Delacroix

Introducción

¿Dignificación o profanación?

¿Reactualización de una histórica discriminación?

Lista de referencias

¿Silenciar o despertar a la muerte? Exhumaciones en los cementerios de Colombia

Laura Langa Martínez

Aperturas etnográficas

Cómo caminar el texto...

Palabras de contexto: Colombia, exhumar desde la “ilusión transicional continua”

Estado del Cementerio Universal de Medellín

Etnografía de una interacción: exhumación judicializada. Medellín-junio de 2017

Palabras que concluyen: Hagamos ruido donde antes hubo silencio, despertemos a la muerte.

Lista de referencias

PARTE 2. LA ANTROPOLOGÍA FORENSE, LA RESPONSABILIDAD DEL ESTADO Y LA ÉTICA PROFESIONAL: CUERPOS AUSENTES, CONTROVERSIAS INSTITUCIONALES Y CAMINOS HACIA LA VERDAD.

Uruguay, alejar el pasado de la muerte: la ausencia de los cuerpos

Octavio Nadal Améndola

Memoria, identidad e investigación forense

Los cuerpos y la perspectiva posconflicto. Lo que ocurrió antes, lo que ocurrió después de morir

Recapitulando. La lucha por el control simbólico

Lista de referencias

La antropología forense en México y su difícil camino por contribuir a la verdad

Silvia Dutrénit Bielous y Lilia Escorcia Hernández

Un acercamiento al problema investigativo

Contextos disparadores del trabajo forense

La experiencia de los antropólogos

Reflexiones finales

Lista de referencias

La ética ante la ausencia: trayectorias profesionales e intersubjetividad en la antropología forense en casos de desaparición forzada en el conflicto armado colombiano

Juan Pablo Aranguren Romero

La técnica interpelada: de la pasión por el hueso al dolor de los demás

Gestionar el dolor en la propia vida: entre el compromiso y el distanciamiento

Conclusiones

Lista de referencias

PARTE 3. LOS DERECHOS Y LA PRAXIS FORENSE: AGENCIAS SOCIALES Y JURÍDICAS

¿Cómo se “hace” una víctima?: regímenes de verdad en la Querella Argentina contra los crímenes del franquismo

Marina Montoto Ugarte

Introducción

La Querella Argentina como ejemplo de “gobierno humanitario”

El régimen jurídico

El régimen científico-forense

A modo de conclusión: condiciones en la construcción de una víctima (reconocida)

Lista de referencias

La antropología forense ante la Corte idh: controversias y estudios de casos

Ana Buriano Castro ✟

Caso Rodríguez Vera y otros (desaparecidos del Palacio de Justicia) vs. Colombia

Corte idh. Caso Cruz Sánchez y otros vs. Perú

Caso Masacres de El Mozote y lugares aledaños vs. El Salvador

Para finalizar

Lista de referencias

Índice onomástico

Sobre los autores

Ana Buriano Castro, in memoriam

AgRadecimientos

Sin duda, en distintos momentos del proceso de lo que hoy se constituye como libro, se recibió apoyo de diversas colaboradoras. En especial merecen un reconocimiento las colegas del Instituto Mora, Araceli Leal Castillo, por el seguimiento puntual y paciente de todo el proceso, Jovita Ramos Cruz por la elaboración final del índice onomástico y Gloria Velasco Mendizábal por acompañar en algunas de las etapas. Asimismo, a Bianca Ramírez Rivera, egresada de la maestría en Sociología Política del Instituto Mora por la revisión final del pdf previo a la edición.

Prefacio. Desenterrar cuerpos, hacer preguntas*

Elisabeth Anstett**

Desenterrar cadáveres no es una práctica nueva, por el contrario, ha sido documentada durante mucho tiempo en variados contextos históricos y culturales. Por consiguiente, los trabajos fundadores del antropólogo francés Robert Hertz nos han permitido comprender que las ceremonias funerarias siempre se realizan en varias etapas. Algunas de las que pueden incluir una serie de exhumaciones y sucesivos enterramientos, realizados siguiendo un principio estructurante de “doble funeral”. Por otra parte, el historiador estadunidense Samuel Redman ha demostrado que la práctica de saquear enterramientos antiguos, conocida desde el antiguo Egipto, había servido a partir del siglo xix para alimentar el comercio de colecciones osteológicas, y no sólo el mercado del arte y las antigüedades.

No obstante, nuestra modernidad ha visto emerger una nueva práctica, la de desenterrar varias docenas, cientos, incluso miles de cuerpos o esqueletos simultáneamente. Esta modalidad a gran escala se detectó principalmente en diferentes situaciones de violencia de masa, lo que resultó en enterramientos simultáneos, a menudo clandestinos y paliativos aparentando ser los verdaderos funerales. Dichas exhumaciones han dado lugar a la aparición de un nuevo campo disciplinario: la antropología forense que nace de la aplicación del conocimiento y la experiencia de la arqueología funeraria y la antropología biológica a los contextos legales. Se inició así un verdadero “giro forense” en el manejo de la muerte en masa, que ofreció nuevos horizontes para la llegada de antropólogos biológicos y arqueólogos al campo de las violencias recientes.

Este nuevo fenómeno en la historia de la humanidad –el de las exhumaciones masivas– ha modificado profundamente las prácticas mortuorias contemporáneas, ya que muchas sociedades se enfrentan ahora a la dificultad sin precedentes de tener que proceder al enterramiento de restos humanos fragmentados o restos anónimos, y organizar funerales para ausentes. Al respecto, este fenómeno plantea la cuestión de las consecuencias de los desenterramientos, así como las lógicas que presiden las instrumentalizaciones políticas de los restos humanos exhumados, algunos de los cuales persisten en el tiempo dejando huellas indelebles en la memoria colectiva. A su vez, coloca a las ciencias sociales frente a nuevas preguntas que obligan a tratar de comprender sus mecanismos y problemas. Es alrededor de estos problemas que nos sumerge la obra Pasados recientes, violencias actuales. Antropología forense, cuerpos y memorias.

Una disposición inicial, para el cuidado de los muertos en los campos de batalla en Europa y el Pacífico, llevó a los distintos ejércitos occidentales a desarrollar conocimientos en el campo de la investigación y la identificación de cuerpos. Más allá de ello, en América Latina, desde la década de 1980, las prácticas de desenterramiento a gran escala han dado un paso decisivo en su desarrollo a través de la consolidación y legitimación de un savoir faire civil –ya no más militar– sobre la práctica de las exhumaciones.

Fue en Argentina donde se creó el primer equipo independiente de antropología forense, el Equipo Argentino de Antropología Forense (eaaf), bajo los auspicios científicos del antropólogo forense estadunidense Clyde Snow. El objetivo inicial de este equipo –que movilizó por primera vez junto con el conocimiento de la antropología biológica y el conocimiento de la arqueología funeraria en un doble contexto judicial y humanitario– fue permitir el descubrimiento de los cuerpos de los miles de desaparecidos por la junta militar. En Argentina, el retorno de los muertos propiciado por la exhumación e identificación de las víctimas de la violencia estatal trajo consigo una actualización real de la experiencia colectiva de la dictadura, y participó de profundas transformaciones sociales, al demostrar hasta qué punto los cuerpos, la memoria y la ley eran partes relacionadas.

El savoir faire insustituible, así como el modelo iniciado por el eaaf (el de una ong capaz de proporcionar experiencia técnica confiable y políticamente independiente) se ha exportado y transpuesto gradualmente a diferentes campos latinoamericanos afectados por la experiencia del terrorismo de Estado y la violencia política. Por ejemplo, el Equipo Peruano de Antropología Forense (epaf) en Perú, el Grupo de Investigación en Antropología Forense (giaf) en Uruguay, mientras que en otros países como México y Colombia se trabaja aún con la finalidad de encontrar caminos alternativos para buscar e identificar a sus muertos. El hecho de desenterrar a las víctimas de crímenes contra la humanidad se ha convertido gradualmente en un paso inevitable en los procesos de justicia transicional. Estos equipos contribuyeron al surgimiento del campo disciplinario de la antropología forense, que en 30 años extendió su influencia en los cinco continentes y permitió una verdadera globalización del giro forense. Con ellos, las preguntas planteadas por el retorno de los muertos a la sociedad también se han globalizado. Así, uno de los grandes aciertos del libro dirigido por Silvia Dutrénit y Octavio Nadal es analizar el nacimiento y el despliegue en América Latina de una práctica cuyo impacto social, dimensión política, tanto como su difusión e influencia global, son ahora indiscutibles.

En consecuencia, los desafíos sociales que subyacen a las exhumaciones van mucho más allá de una necropolítica focalizada en la gestión de la administración de la muerte, tal como fue elaborada hace unos quince años por el filósofo y científico-político camerunés Achille Mbembe. De hecho, es alrededor del control de los restos humanos y los muertos como sujetos políticos que se articulan ahora los problemas de la necropolítica, tanto en América Latina como en otras partes del mundo. Estas cuestiones se refieren al control de la identidad de los muertos, de los espacios en los que descansan, su circulación y su futuro. Tanto es así, que muchos de ellos permanecen en el anonimato durante mucho tiempo, inflexiblemente sujetos a la única lógica institucional del poder. El gobierno de los muertos, de los cadáveres y la magnitud de los intereses administrativos, geopolíticos, económicos y financieros que subyacen al establecimiento de procedimientos para la búsqueda e identificación de las víctimas de crímenes en masa, representan a este respecto, probablemente una de las transformaciones más importantes de nuestras sociedades contemporáneas.

Por las razones arriba expresadas, intentar comprender los resortes de las prácticas de exhumación en masa, lleva a los coautores de Pasados recientes, violencias actuales. Antropología forense, cuerpos y memorias, a tener en cuenta un conjunto de interrogantes que van más allá del simple marco de la manipulación de los muertos. Desenterrar cuerpos requiere, de hecho, hacer preguntas. Las excavaciones tienen lugar a diferentes escalas en una amplia variedad de países y contextos, y el recurso de la exhumación se lleva a cabo cada vez más por razones que pueden hacer prevalecer los intereses locales o internacionales. La relación con el pasado siempre es problemática. Finalmente, la gran contribución del libro dirigido por Silvia Dutrénit y Octavio Nadal es aportar elementos que den respuesta a estas preguntas cruciales y permitirnos pensar en nuestra singular modernidad, donde los muertos resultan ser actores políticos con una compleja y larga vida.

Notas

*Déterrer des corps, poser des questions. Traducción de Octavio Nadal.

**amu, cnrs, efs, Ades, Marsella, Francia. Correo electrónico: [email protected]

Caleidoscopio de lo forense Modos de pensar y actuar en la diversidad

Silvia Dutrénit Bielous

Octavio Nadal Améndola

Una sumatoria de demandas en América Latina emerge por la presencia de violencias extremas en el marco de los autoritarismos, las dictaduras y los conflictos armados del último cuarto del siglo xx, momentos de recrudecimiento de las prácticas de tortura, desapariciones forzadas y ejecuciones sumarias, a las que se agregó el robo y cambio de identidad de menores, así como el exilio. La escala y alcance de esos fenómenos desbordaron los moldes de comprensión apegados a cierta racionalidad histórica imaginada por los Estados nacionales como entes articuladores de comunidades y generadores de ciudadanía (Lomnitz, 2010, p. 340). No obstante que la violencia con su saldo de víctimas se impuso de manera dominante en aquellos contextos primigenios, hoy se reproduce a través de una diversificación de actores. México es ejemplo de ese presente cruento y variado. Colombia, por un lado, y Perú por otro, son escenarios que exhiben también violencias imputables a los Estados, pero también a organizaciones guerrilleras. Sus diversos efectos alcanzan hasta el presente.

En un sentido general, es frecuente que las escenas de la muerte en distintos espacios, como lo son las fosas individuales y colectivas, los centros clandestinos de detención y otras expresiones de la represión, despierten relatos de sobrevivientes. Para pensar estos hechos también se centra actualmente la atención en la materialidad de los cuerpos y los vestigios, huellas, que un pasado presente deja en las geografías políticas y sociales, en las memorias de las primeras generaciones. El tiempo transcurrido permite entonces avanzar sobre aquellas memorias que a su vez se reproducen de generación en generación. Ello puede observarse en las representaciones del Holocausto (Hirsch, 2015), en los casos de hijos de desaparecidos (Garzón, 2015) o en otras tantas situaciones traumáticas como los exilios (Dutrénit, 2015). En Europa y en América Latina, por mencionar lo referido en este libro, la violencia de masa ha sido ejercida durante la primera y segunda mitad del siglo xx respectivamente. Las ejecuciones sumarias, los campos de concentración, en fin, crímenes que configuraron tragedias humanitarias conceptualizadas como genocidio, dieron significado a contextos de avasallamiento de los derechos humanos. Contextos que al decir de Mbembe (2011) en su teoría sobre la necropolítica, exhiben al poder soberano como el “poder de dar vida o muerte”. Para Europa se centró nítidamente en la experiencia del Holocausto. Para el Cono Sur ese poder, como propone Feierstein (2017, p. 57), que se ejerce sobre la vida y la muerte se dio con la experiencia genocida que trascendió a las víctimas directas siendo su objetivo alcanzar al conjunto societal para eliminar cierto tipo de relaciones sociales y fundar otras dirigidas a supuestos procesos de “reorganización nacional”.

Encuadrado en estas tramas de terrorismos pasados y presentes, que perduran aún tanto en países latinoamericanos como europeos –España en particular– es preciso integrar el abordaje de los acontecimientos estudiados, desde una perspectiva científica e interdisciplinaria, a la discusión y análisis de la violencia política no solamente como un método del poder, sino como un hecho cultural que asume diversas modalidades y peculiaridades.

Desde esta óptica “lo forense” comienza entonces a percibirse como un recurso indispensable para desentrañar la opacidad de circunstancias criminales y develar sistemáticas y distintas negaciones sobre el posconflicto, menoscabo, y segregación de ciudadanos (Rico, 2008, p. 38) y aniquilación de miles de víctimas a manos de los Estados que, por la comisión de esos actos, han merecido el calificativo de “terroristas”. En contextos de posconflicto comienzan a trabajar grupos forenses integrados por profesionales de diversas especialidades y disciplinas, en la búsqueda de detenidos desaparecidos, en la identificación de los cuerpos, a la vez que en el acompañamiento y protección de las víctimas sobrevivientes y sus familiares. La mayoría de las víctimas, desaparecidas o ejecutadas extrajudicialmente corresponden a procedimientos de exterminio de opositores políticos durante las guerras civiles, los conflictos armados, como también en los de regímenes autoritarios o dictatoriales. Estos métodos de exterminio no siempre encubiertos produjeron muertes en masa que implicaron modalidades especiales de ocultamiento de los cuerpos. A pesar de lo señalado, no todas las víctimas tenían necesariamente el perfil de activistas contra un régimen; podían ser caracterizados como potenciales enemigos tanto los integrantes de asociaciones gremiales, sindicatos, organizaciones estudiantiles, grupos de intelectuales como sus familiares y amistades cercanas. Pero el trabajo forense no sólo está acotado a las circunstancias de posconflicto, sino que, en el sentido planteado por Calveiro (2012), puede revelar también modalidades de la violencia de Estado dirigido contra grupos de excluidos y disidentes. Se debe poner énfasis en un escenario presente, como el contexto mexicano, en el que los forenses desarrollan su labor en simultáneo a la permanente desaparición de personas. Es decir, a las catástrofes mexicanas aún humeantes del pasado se suma la exigencia concreta de hacer aparecer a los desaparecidos en virtud de que continúa la práctica de la desaparición (Irazuzta, 2017, p. 144). Sin duda la localización e identificación ha permitido recuperar numerosos cuerpos, víctimas del presente político, que exhiben el resultado trágico de las estrategias de distintos grupos del crimen organizado, que actúan también como agentes de la diseminación del terror.

Sin duda que demandas por verdad y justicia, acceso a la verdad y reparación a las víctimas de los crímenes cometidos han marcado las últimas décadas en ambos lados del Atlántico, en España sólo como ejemplo europeo. Ha sido un largo y sinuoso camino para conocer lo que, a falta de otra expresión, se ha instalado como “pasado reciente”, y lo que en el presente es una realidad cotidiana de violencia, en algunas geografías. Este camino está entonces abonado por el trabajo de esos científicos de distintas disciplinas dedicados a develar los horrores ubicando, identificando, devolviendo a las familias algo de aquellos desaparecidos y ejecutados con una dedicación extremadamente cuidadosa en los casos de las exhumaciones correspondientes a circunstancias violentas del pasado reciente y del más inmediato presente. La labor antropológica forense enlazada con los derechos humanos (ddhh) tiene la particularidad de la cercanía con el contexto histórico y, a través ello, con los familiares que tesoneramente buscan a sus seres cercanos.

Esas víctimas, en condición de desaparecidos, a los que sus victimarios han pretendido o pretenden en el presente convertir en unos “otros” sin entidad en meras entelequias, hoy “vuelven por sus fueros”. Sus imágenes y sus nombres se han implantado en los espacios públicos recobrando identidades, imponiendo su categoría humana. La presencia de lo forense en las diferentes geografías políticas de estos países ha posibilitado recobrar esa categoría y aquella identidad al mismo tiempo que se frena, desecha, derrumba interpretaciones sobre los contextos en que se generaron los crímenes. No obstante lo dicho, la labor forense ha encontrado muchos obstáculos como son las complicidades de quienes son responsables y guardan la información, respetan pactos de silencio y posibles acuerdos con los que ejercen distintos poderes; y hasta aquellas provenientes de los errores de las prácticas científicas, ello redunda en que el trabajo no siempre resulte exitoso. Por lo dicho anteriormente, las nuevas evidencias cuestionan viejas narraciones y modelos interpretativos útiles para propósitos políticos de ayer y de hoy como la de los “rojos” en España, la teoría de los subversivos o cómplices en un mundo latinoamericano inmerso en la guerra fría, la teoría de los dos demonios, y hasta los estigmatizados en el presente como pertenecientes a grupos del crimen organizado.

Así pues, los procesos de exhumación dan cuenta de esas violaciones y alimentan acervos de información científica, progresivamente más confiables, y en casos, refutables. También la justicia se ha visto beneficiada por las líneas de evidencia que las disciplinas forenses han mostrado (Buriano, 2017) dando nuevas vías de acceso al conocimiento del pasado violento, caracterizándolo y delimitándolo sobre bases materiales. Ello ha fortalecido los procesos de memoria que se acercan al trabajo forense para ensanchar su base histórica y descartar en las nuevas narrativas lo que, en distintos momentos, se ha querido tergiversar, al tiempo que esclarecer lo que se pretendió borrar, ignorar y desaparecer. La idea de ruina, pérdida y destrucción asociada tradicionalmente con el pasado, se convierte hoy, con las transformaciones que las evidencian, en un espacio de discusión sobre la historia reciente, que maneja pruebas científicas. De esta forma, la memoria vino a abrirle el paso a las huellas y a testificar sobre lo que fue silenciado y acallado por aquel relato histórico. Aunque como se titula en el libro de Jorge Semprúm y Elie Wiesel, Se taire est imposible (1995).

Esa testificación es fruto de “lo forense” y resultado de su acción en los espacios públicos al contribuir de manera efectiva y contundente con nuevos regímenes de enunciación y visibilización. De modo que esta nueva forma de irrupción de la memoria, en el presente político, permite “cartografiar” lugares marcados por hechos violentos realizados por el Estado, sus agentes o por otros actores, todos ellos responsables de crímenes de lesa humanidad.

A propósito de “lo forense” se acuñó en los últimos años la denominación de “giro forense”. Francisco Ferrandiz (2015) lo cita al argumentar que ello significa un cambio de paradigma en el estudio del pasado violento contemporáneo y reciente. ¿Por qué?, porque ese giro plantea nuevas preguntas promovidas por la inquietud que motiva el cuerpo profanado. Además, ellas son potenciadas por el renovado valor de las ciencias forenses para interrogar ese cuerpo desde el presente de un nuevo milenio. Se ha pasado, siguiendo al propio Ferrandiz (2015), desde la segunda guerra mundial, de la era del testigo a la era de los huesos. Precisamente fue en la Europa de la posguerra donde los testigos acompañaron de forma decisiva la preservación de una memoria de primera generación sobre el Holocausto, el fascismo italiano, la guerra civil española, por indicar tres trágicas circunstancias antes de que mediara el siglo xx. Primo Levi (1989) a finales de los años cincuenta trajo el modelo del testimonio en su Trilogía de Auschwitz. La memoria universal guarda como hito los Juicios de Núremberg (1946) y el Juicio a Eichmann realizado en Jerusalén (1961). Luego vendrán en América Latina los distintos juicios emblemáticos como lo han sido en Argentina el Juicio a las Juntas Militares en 1985 y los subsiguientes, así como el juicio por genocidio a Ríos Montt en 2013 en Guatemala.

Sin embargo, el papel hegemónico, clave de los testigos, que permitió configurar aquella era, dio paso a otra, la de los huesos, en virtud de la agencia cultural que reivindica, implanta en el espacio público, su necesidad y su valor. En esa jerarquización, se ubica lo forense como el trabajo clave que científicamente devuelve identidad a los restos una vez localizados en fosas individuales o colectivas o en otras instalaciones encubiertas, como cuando por ejemplo se produce la doble desaparición.1 En América Latina sucedió, por ejemplo, en el caso de los Hornos de Lonquén2 durante la dictadura encabezada por Augusto Pinochet.

A pesar de que se ha jerarquizado el valor de los huesos como fuente de conocimiento de la violencia pasada y presente dando lugar a una agencia cultural que reivindica, fortalece, acrecienta y diversifica lo forense, quizá el papel clave de los testigos en América Latina aún no desaparece, no se desvanece totalmente. Todavía no estamos en el momento de pensar la memoria sin supervivientes (Reyes Mate, 2013, p. 119). Es factible decir que al menos dos asuntos contribuyen a esta advertencia: una se debe a que las catástrofes provocadas por los seres humanos contra otros de su especie están presentes e invaden en cierta forma el espacio público, y otra, se vincula con la falta de voluntad del Estado para asumir su responsabilidad en el esclarecimiento de los sucesos violatorios de los ddhh. Ello ha devenido, ante una violencia creciente y diversificada como la mexicana, en una proliferación de modalidades que articulan desde “lo ciudadano” –familiares afectados y activistas solidarios–, la búsqueda de los desaparecidos. Es esta acción “ciudadana” la que está como centro articulador para las pesquisas y las exhumaciones, ante la ausencia efectiva del Estado y en el mejor de los casos, con la coadyuvancia de académicos, profesionales, técnicos, que participan en distintos momentos. En todo caso, es sin duda el rastreo o búsqueda de los cuerpos lo que enaltece e identifica a las circunstancias actuales. Desde este presente, la labor forense como práctica científica vinculada a la violencia y a los ddhh ha cobrado fuerza, y los cuerpos, entendidos en muchos casos como huesos o restos, adquieren un papel hegemónico en la disputa por la verdad histórica.

Lo dicho permite afirmar que se está ante un desplazamiento en la comprensión de los fenómenos de la historia reciente, signados por las violaciones graves de los ddhh, como lo muestran los restos y vestigios que la acción criminal imprimió sobre cuerpos y objetos. Se trata entonces de un desafío de “lo forense” al que se suma la multiplicación de las demandas por los ddhh en su amplio espectro, reparaciones (Organización de las Naciones Unidas, 2005), tratamiento (técnico forense) de los cuerpos y modalidades culturales del duelo (Catullo y Sempé, 2016).

Actualmente el discurso forense interpela a la hegemonía que en el pasado ejercía el relato oficial acerca de la violencia, sus orígenes y sus víctimas.

La característica del trabajo forense, al estar inmerso en el ambiente sociocultural de las víctimas y de respeto a los derechos humanos, da lugar a los discursos sobre el cuerpo, incorporándolos como objeto y espacio de reflexión. En este sentido, se adopta la praxis ética de responsabilidad por los cuerpos que las exhumaciones ponen en circulación nuevamente. El problema de la identificación es la principal interrogante a responder, significa conferirles a los restos un estatus jurídico inscrito en marcos legales. Pero no se debe ignorar que existe una dimensión especial para sus familiares y su comunidad al margen de esos marcos. Al mismo tiempo, la labor forense de recuperación y reconstrucción de los restos acerca más a la persona a un perfil individual, que puede plantear problemas a la justicia y al Estado en tanto sujetos de derechos. El trabajo forense responde a los cuerpos, es el que puede cercar un espacio y definirlo para recuperarlos. Este trabajo crea así un “archivo” nuevo donde están la dimensión de los cuerpos, y los restos, junto al saber (no formal) de las familias y la implantación de lugares que mantengan el recuerdo de las víctimas. Está en la misma línea de lo que Garibian (2013, p. 29) llamó “dar cuerpo a las víctimas por la vía del Derecho, es decir, se trata de que tengan una huella en el texto del territorio, que no sean olvidados”. No obstante, a la vez hay una cierta dimensión de los victimarios, no sólo en los testimonios, sino en las evidencias que los incriminan. Son problemas epistemológicos y metodológicos que plantea esta praxis científica, en otros casos ciudadana y política, en torno a las exhumaciones.

Pero no todo el trabajo forense es apreciado sin tensiones, tanto por los familiares como por el Estado y, por supuesto, por los posibles indiciados. ¿Por qué?, porque el tratamiento con los cuerpos/restos es un terreno de controversia no sólo científica, sino que alcanza instancias judiciales que construyen certezas con base en otras situaciones. Además, hay que agregar el contexto político, cultural y religioso en el que se recuperan los restos que serán reinhumados de acuerdo con hábitos que no contemplan siempre las recomendaciones forenses y judiciales.

Esta recapitulación acerca de un presente en que los desaparecidos se imponen como temática, memoria y problema en el espacio público da a conocer, desde prácticas académicas y profesionales diferentes, provenientes de universidades latinoamericanas y europeas, miradas sobre hechos y procesos de este pasado presente tan problematizado. Aquellas que se han reunido en este libro permitirán vislumbrar, por ejemplo, ¿en qué y cómo se relaciona lo forense en diferentes ámbitos?, ¿en qué colabora y en qué interfiere el trabajo forense? y ¿cómo su desarrollo ha exigido ciertas agencias y algunas políticas?

La organización de este libro en tres partes abona a una mayor comprensión de los aportes desde la práctica en varios escenarios: 1) La antropología forense en el campo: desafíos epistemológicos, nuevas perspectivas, dudas y desencantos; 2) La Antropología Forense y la ética profesional: cuerpos ausentes, controversias institucionales y caminos hacia la verdad, y 3) Los derechos y la praxis forense: agencias sociales y jurídicas.

En la primera parte: La Antropología Forense en el Campo: Desafíos Epistémicos, Perspectivas Culturales, Dudas y Desencantos, Anne Huffschmid, Dorothée Delacroix y Laura Langa se abocan a presentar desde experiencias con un enfoque etnográfico lo que acontece en tres geografías diferentes –México, Perú y Colombia–. En los respectivos y disímiles contextos políticos, se observa y discuten la variedad de los paisajes de intervención forense. Asimismo, se recupera en ellos el peso y características de la institucionalidad desaparecedora, la emergencia de los cuerpos/restos que quisieron ser desaparecidos, borrados, destruidos en su individualidad y enaltecidos no sólo en la memoria perseverante que hizo posible las exhumaciones, sino en la fundación de lugares que los dignifican. En los textos reunidos en esta primera parte a su vez se pueden apreciar las dificultades de la agencia y acción forense, en casos de violencia en vida y muerte, para configurar, componer y atender los variados ámbitos relacionales entre la labor científica, el deber ético, el compromiso humanitario como el deber con la justicia. Esos ámbitos están atravesados por enormes tensiones propias del relacionamiento entre los modos de reparación a las víctimas y la resistencia que en muchos casos presenta el poder público.

La segunda parte titulada La Antropología Forense, la Responsabilidad del Estado y la Ética Profesional: Cuerpos Ausentes, Controversias Institucionales y Caminos hacia la Verdad, en la que participan cuatro autores, Octavio Nadal, Silvia Dutrénit, Lilia Escorcia y Juan Pablo Aranguren, con miradas disciplinarias diversas –antropología, historia y psicología– aborda experiencias de países en los que el trabajo forense ha estado presente a partir de erráticas políticas oficiales. Se podría afirmar que al mismo tiempo las experiencias han estado constreñidas dentro de la autonomía técnica científica, Uruguay y México son ejemplo de estas circunstancias. Los textos exhiben realidades que coinciden sólo parcialmente en su devenir histórico, pero se asemejan cuando de lo que se trata es de develar delitos de lesa humanidad. Esta segunda parte del libro contiene un texto final que fija su atención en la trayectoria de tres antropólogas forenses, quienes rememoran su apretada y conflictiva relación con la disciplina y el desempeño profesional, a partir de contextos de violencia en Colombia. Este tipo de contextos en donde el dolor está presente se interioriza en las propias vidas de los profesionales. Es necesario entonces, como señala el autor, atender el impacto emocional que afecta a los forenses, dedicados a recoger y registrar las narrativas de las víctimas en una construcción intersubjetiva que rechaza las dicotomías racionales.

La parte tres con la que cierra el libro, Los Derechos y la Praxis Forense: Agencias Sociales y Jurídicas, la conforman dos trabajos cuyas autorías corresponden a Marina Montoto y Ana Buriano. Se trata de dos enfoques distintos, uno producido mediante el análisis etnográfico de una causa penal internacional y otro histórico, apoyado en fuentes documentales. En el primero se estudia, con enfoque etnográfico, el caso de la presentación y repercusión en abril de 2010 de denuncias de crímenes del franquismo en tribunales argentinos, en tanto que en el segundo se realiza un análisis de casos latinoamericanos (colombiano, peruano y salvadoreño) juzgados en la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte idh) para argumentar acerca de la complementariedad entre las ciencias forenses y el sistema de justicia internacional. Se trata de problematizaciones y discusiones en torno a otra dimensión de lo forense, es decir, el papel como peritos en los tribunales y su repercusión. Esta tercera y última parte muestra la citada complementariedad del campo disciplinar de la antropología forense con el jurídico en los tribunales contenciosos, además de abonar a la idea del “giro forense”. Insiste así en la fuerza de la interpretación sostenida acerca de verificar la violencia mediante la aplicación de metodologías científicas, y contribuye de esta forma a la construcción de la verdad, el ejercicio de la justicia y la gestión reparatoria.

Los textos en su conjunto evocan ciertos paralelismos entre la llamada muerte de los verdugos (Garibian, 2016) y la reactivación de lecturas sobre los fascismos europeos a partir de las transiciones latinoamericanas de mediados de los años ochenta. Se trata de procesos que alcanzaban su paralelo con desfases históricos. Mientras en América Latina el dictador argentino Videla comenzaba el “proceso de reorganización nacional” luego del golpe de Estado de marzo de 1976, en España moría Franco y sus restos eran depositados en un sepulcro monumental en el Valle de los Caídos. Restos sobre los que pende la aprobada decisión de remoción y demolición de su sepulcro. Videla, en cambio, moriría casi 40 años más tarde, siendo sepultado en una tumba con un nombre supuesto.

En tanto el Estado terrorista argentino ocultó los cuerpos, España los ostentó. Quiso mostrar la derrota republicana al exhibir a sus caídos en el mismo lugar visible de los vencedores. Queda mucho por conocer y problematizar para dialogar entre los procesos y comprender lo sucedido, no obstante, el “laboratorio” (Garibian, 2017, p. 107) de los juicios en Argentina, parecería, por ejemplo, que sí ha servido para captar mejor el fenómeno del franquismo. En especial a la luz de los enfoques forenses, que muestra algún perfil de sus utopías destructivas y “reorganizadoras” y sus jugadas simbólicas. En todo caso, con la muerte de los verdugos no se produce el fin de la “historia” porque los “desaparecidos vuelven por sus fueros”.

En suma, este recorrido colectivo y pausado a la vez, con paradas que hicieron posible acercarse y mirar con lentes que descubren intereses disciplinarios variados, experiencias nacionales diversas, y que en su conjunto discuten y analizan los “paisajes forenses”, reafirma finalmente el amanecer de una nueva era en la que en tanto los desaparecidos emergen de la tierra, la memoria social se extiende sobre un pasado presente violento, y nuevos actores se transforman en agentes ante la inacción de los Estados. El “giro forense” se constituye como una reconversión disciplinaria que afecta a la legislación vigente, a las relaciones profesionales con otros campos de acción y saber no académico.

En los textos incluidos en este libro se observa una reflexión ética permanente acerca de los valores que trae consigo el abordaje forense. Los posibles usos políticos conllevan riesgos de hegemonía implícita en las prácticas profesionales, que exige construir relaciones nuevas de responsabilidad entre los agentes profesionales y las poblaciones afectadas. Esto significa que en esa nueva red de relaciones que plantea el giro forense, busca “deshegemonizar” y mostrar las complicidades de los saberes instituidos con geopolíticas de la desmemoria y el olvido de los hechos del pasado traumático.

Ciudad de México-Montevideo, agosto de 2018

Lista de referencias

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Notas

1 Doble desaparición se verifica cuando una persona desaparece a manos de agentes del Estado y, siendo luego ubicada con vida, es desaparecida otra vez. Sin embargo, en ambos casos las autoridades ocultaron los episodios de desaparición ante las denuncias correspondientes. También vale para restos humanos exhumados cuyo paradero es de nuevo ocultado con complicidad de las autoridades.

2 Localidad del área metropolitana de Santiago de Chile donde, en el año de 1978, fueron hallados dentro de hornos de cal un conjunto de restos óseos calcinados con vestigios de ropa. Se sospechaba que los restos eran de quince campesinos, que habían sido detenidos por carabineros en 1973 en la isla de Maipo durante la dictadura de Pinochet y que estaban desaparecidos. Autoridades civiles y eclesiásticas denunciaron el hecho luego del hallazgo y recién en 2010 fueron identificados por una muestra de adn, confirmándose la sospecha.

Parte 1 La Antropología Forense en el campo: desafíos epistémicos, perspectivas culturales, dudas y desencantos

Los (des)bordes de la justicia: agencias y procesos forenses a partir de las fosas del presente (mexicano)

Anne Huffschmid

Entrando al escenario: cuerpos, espacios y paisajes forenses

El lugar parece locación de rodaje de alguna ficción postapocaliptica: un campo arenoso, al que se llega sólo por un camino de terracería y que se despliega en forma de gota. Está enmarcado por una loma cubierta de maleza y vegetación silvestre, alguno que otro árbol seco y unos buitres en él. El aire pesa, parece vibrar de un sol implacable y polvoriento, y todos advierten, este día de abril, que “el calor fuerte” no habría llegado aún. Cuando pueden, los hombres y mujeres que trabajan ahí se refugian bajo una carpa improvisada, armada con una lona de una famosa cervecera y otra de una publicidad electoral fuera de coyuntura. Una cinta amarilla se extiende por algunas de las orillas del terreno, delimita el campo transitable y lo indica, expresamente, como “escena del crimen”. Ya afinando la mirada, detrás de la cinta policiaca uno empieza a descubrir, poco a poco, los cuadrángulos marcados por cordón fino, apenas perceptibles: primero uno, luego varios, y finalmente el terreno entero aparece repleto de los cuadrángulos acordonados. Son las marcas que recuerdan la ubicación exacta de cada fosa que se ha excavado, recuperando a uno o varios cuerpos que fueron enterrados aquí, clandestinamente, a lo largo de los últimos años. Al momento de la visita,1 el Colectivo de Madres de Desaparecidos que hizo posible esta recuperación (y del cual hablaremos más adelante) ya llevaba en su bitácora a más de 250 cadáveres, casi todos envueltos en bolsas de plástico. Celia García, una de las integrantes del Colectivo, que va diariamente ahí, se percata de nuestro asombro: “Es increíble que esté pasando eso. Pero no es un cuento, es real” (véanse imágenes 1 y 2).

Imagen 1. Megafosa clandestina cerca de Colinas de Santa Fe, Veracruz, abril de 2017. Fotografía de Anne Huffschmid.

Imagen 2. Buscador con mapa de la megafosa de Colinas de Santa Fe, Veracruz, México, octubre de 2017. Fotografía de Anne Huffschmid.

Esta realidad se resume en un brevísimo recuento de los hechos: el predio en cuestión, abandonado y de propiedad privada, se sitúa a pocos kilómetros de un fraccionamiento urbano que dio nombre al sitio, Colinas de Santa Fe, y a apenas 20 minutos de la zona portuaria de Veracruz. Es posiblemente una de las mayores fosas clandestinas operadas por el crimen organizado en América Latina, probablemente el más grande de México.

Se llegó al predio gracias a un croquis casero que les fue entregado a las activistas de manera anónima, en mayo de 2016, en la ciudad de Veracruz. A partir de agosto del mismo año, las integrantes del grupo empezaron a buscar y encontrar aquí a los cuerpos, acompañadas por uniformadas de distintas unidades, y de diversas asignaturas, todos reunidos –en una insólita convivencia y división de trabajo– en la macabra misión de localizar y rescatar a los cuerpos masacrados e inhumados clandestinamente.

Fue a partir del caso “Ayotzinapa” –la desaparición forzada de 43 estudiantes rurales en septiembre de 2014–, que en México se inauguró una novedosa praxis forense que fue bautizada como búsqueda ciudadana. En estas brigadas los propios familiares de desaparecidos, madres en primer lugar, empezaron a buscar, localizar e inclusive levantar cuerpos, restos y fragmentos humanos en todo tipo de fosas clandestinas.

Me interesa indagar, en este capítulo, cómo se relaciona esta práctica con la experiencia forense comprometida con los derechos humanos, tal y como fue reconceptualizada a partir de los años ochenta por los equipos independientes de América Latina, y con los procesos de justicia. ¿Qué sentidos produce esta apropiación de saberes y prácticas forenses por los propios familiares?, ¿de qué manera podemos entender los nuevos sitios de exhumación como lugares de elaboración de memoria, no del pasado, sino de un presente de terror? Y si entendemos los procesos forenses más allá de la identificación y restitución, e incluso más allá de los procesos penales: ¿cómo pueden contribuir para comprender –y así enfrentar– mejor estas nuevas violencias?

Propongo leer el sitio específico de Veracruz (al que vamos a regresar más adelante) como un lugar emblemático para lo que yo llamo nuevos procesos y paisajes forenses en escenarios como México, caracterizados por violencias menos nítidas y más difusas que la violencia política del pasado reciente, pero no por ello menos sistemáticas y devastadoras. Concibo este tipo de lugares como un borde, con miras a una praxis forense comprometida con la restitución de derechos a vivos y muertos, y como desafío para pensar nuevas agencias forenses del siglo xxi.2

Fue la experiencia latinoamericana del último cuarto del siglo xx, y sobre todo la argentina a partir de mediados de los años ochenta, que nos enseñó a reconocer y valorar el ejercicio de lo forense en tanto “ciencia situada” en contextos de violencia política. Se perfiló como agencia crucial en las luchas por la restitución de derechos, por la dignidad humana, por la posibilidad del duelo y de justicia,3 así como un dispositivo para materializar y visibilizar a cuerpos y a patrones invisibilizados. Dentro de estos aprendizajes conceptuales me parece primordial pensar al muerto como persona y, por lo tanto, como sujeto –o al menos portador– de derecho, tal y como lo ha planteado Celeste Perosino (2012) en su elaboración en torno a una “ética del cuerpo muerto”: pensar y tratar el cuerpo muerto como si pudiera ejercer o defender sus derechos, los mismos derechos que lo habían constituido como ser humano y ciudadano en vida. Se trata entonces de restituir, en la reconstrucción forense, el “ser persona” ( personhood ) de un cuerpo muerto o un resto humano. Para ello se requiere reconocer su pertenencia al grupo social, enfatizada por Perosino (2012), ya que la persona será siempre un ser constituido por su entorno social. Es ahí donde radica su paradójica agencia: el poder actuar, sin conciencia o intenciones, sobre los vivos, en el sentido de movilizar sus núcleos familiares u otras secciones sociales.

En la actualidad del siglo xxi, y fuera de los enfrentamientos bélicos en curso, México figura como uno de los escenarios destacados de violencia y deshumanización extrema. La militarizada disputa entre operadores de las economías criminales, la brutalización de franjas enteras del territorio nacional, la inoperancia de un estado desbordado y las instituciones colapsadas, no sólo le costaron la vida a mucho más que 100 000 hombres y mujeres, sino también hicieron desaparecer alrededor de 40 000 personas, según registros oficiales.4 No es este el espacio para profundizar sobre la naturaleza de esta nueva violencia diversificada, donde el Estado –a diferencia de los regímenes terroristas de los setenta– ha dejado de ser el principal operador. Ello, sin dejar de estar entretejido con el actuar de las economías criminales de diferentes escalas, que recurren a estrategias de terror en su competencia por mercados, rutas, controles y territorios. Sólo destacaría aquí su carácter necropolítico, en el sentido planteado por Mbembe (2003) –de una soberanía ejercida por medio del gobernar y administrar los cuerpos (muertos) que ya no pasan necesariamente por instituciones del Estado nacional– y adaptado a las nuevas violencias excesivas y supuestamente “apolíticas” en América Latina (véase Fuentes Díaz, 2012). Más que hablar de exceso o descontrol me parece útil recurrir a la noción de “políticas de la crueldad” (Mbembe, 2003, p. 22) que se empeñan por manifestar su poder de apropiar y deshumanizar, privando a los seres-cuerpos apropiados/despojados de su condición humana y de su socialidad, y extrayéndoles algún valor. Pienso que lo que Mbembe postulaba para el esclavo de las plantaciones coloniales, de ser mantenido como “muerto en vida” (Mbembe, 2003, p. 21), podría transferirse a las necroeconomías del presente: disponer de las personas y los cuerpos disponibles, sea vivos o masacrados, expuestos o desaparecidos, en todo caso convertidos en no-personas. Este nuevo “materialismo del cuerpo” (Gigena, 2012, p. 29), en cuyo centro está la vulnerabilidad del ser y cuerpo humano (Fuentes Díaz, 2012, p. 50), no se concibe sin su función pedagógica y disciplinadora: se desaparece al o lo humano para enseñar el terror.

Claramente, las circunstancias para lo forense comprometido y situado han cambiado en diversos niveles. Los perfiles, tanto de desaparecidos como de desaparecedores, ya no son tan identificables en términos políticos, como opositor o enemigo, por un lado, o como empleado colaborador de un régimen dictatorial, por el otro. Asimismo, ya no hay un abismo de décadas que separa el acto desaparecedor (el entierro clandestino de un cuerpo) del esfuerzo por reaparecer a estos cuerpos. En vez de ello, enfrentamos una aterradora simultaneidad: mientras que en un lugar se desentierra a los cuerpos desaparecidos, en otro lado siguen desapareciendo y enterrando a las personas masacradas. Finalmente, ante una institucionalidad a todas luces inoperante y desacreditada, los familiares afectados emprenden prácticas cuasi-forenses que les permiten salir de la parálisis. Estas nuevas modalidades de búsqueda implican –para el gremio forense en general, pero sobre todo para los equipos independientes– una serie de retos y dilemas: entre ellos la pregunta de cómo relacionar la urgencia de los familiares buscadores con las necesidades de un encuadre legal, como vía hacia un procesamiento jurídico y penal del crimen y el quiebre con la tan instalada impunidad.

Para poder abarcar estas dimensiones, propongo extender la comprensión del proceso forense más allá de lo que se suele asociar a él: búsqueda, exhumación, identificación y peritajes. Quisiera enfocar el ejercicio forense como producción de saberes que nos ayuda para descifrar el entramado de las violencias actuales, y también como aportación a una elaboración de una memoria presente, de enfrentar el trauma, la parálisis social y normalización del terror. Creo que las fosas emergentes en territorio mexicano pueden ser consideradas sitios de memoria, en la medida que son espacializaciones de la violencia, que se debaten entre el olvido (inaugurado por el entierro clandestino, pero también por la negación y la indiferencia) y un trabajo forense de memoria que aspira a “poner de relieve” lo enterrado, en sentido literal y figurado.

De acuerdo con Arturo Aguirre (2016) el necropoder despliega un doble efecto espacial: por un lado, genera un desarraigo, o una desterritorialización, arrancando a las personas de su anclaje en el tiempo (su historia) y su espacio (el entorno de vida), produciendo una suerte de no-espacio (Aguirre, 2016, p. 61). Por el otro, y más allá de este efecto “aterrador” para los individuos, a nivel social la vulneración extrema genera lo que Aguirre denomina como “nuestro espacio doliente” o también “una intemperie compartida” (p. 68): La vulnerabilidad como un saber social compartido, que produce una “comunidad interrumpida” (p. 75), y donde el espacio de lo común, la convivencia, se ve vulnerada: se instituyen cotidianidades de excepción. El paradigma crucial de este “espacio doliente” es la fosa común,5 donde las personas y su singularidad son disueltos y se genera una masa difusa. La fosa, en este sentido, equivale a la suspensión de toda referencialidad individual y por lo tanto humana: se genera una colectividad atroz, desintegrada y “desarticulada” (Aguirre, 2016, p. 87), el “crimen ontológico”, según el concepto de Adriana Cavarero referido por Aguirre (cit. en p. 81) de extinguir la condición humana de una vida. Me interesa justamente pensar la antropología forense como práctica reconstructora, no sólo de un individuo sino de esta humanidad extinguida, y también como reterritorialización de lo aterrado.

Lo forense ante las violencias del Estado (latinoamericano) del siglo XX

La antropología forense es una disciplina joven que apenas se perfiló y consolidó como tal en los años setenta en Estados Unidos, con la fundación de la sección de antropología física en la American Academy of Forensic Sciences (aafs) en 1972 y luego el establecimiento del American Board of Forensic Anthropology en 1977. Casi al mismo tiempo se empezó a cristalizar la figura de una ciencia comprometida, el acercamiento explícito de la academia a las causas sociales de la época, mediante la creación del Science and Human Rights Program por parte de la American Association for the Advancement of Science (aaas).6

Fue hasta su “bajada” al Sur del continente –a partir de la primera incursión del ya legendario Clyde Snow en la Argentina posdictadura en 1984, justamente como delegado de la aaas– cuando esta nueva disciplina se transformó en dispositivo para enfrentar crímenes de Estado, eso es, las campañas de represión y contrainsurgencia organizadas por los regímenes dictatoriales de la región. Con miras a esta delincuencia sistemática, que incluía la detención irregular y la posterior “desaparición” de las personas, el desafío ya no consistía en determinar la identidad del perpetrador (se sabía que habían sido crímenes organizados desde las entrañas de un “Estado criminal”, Somigliana [2012a, p. 28]), sino la de sus víctimas, desaparecidos o masacrados. En este giro, impulsado por el experimentado forense estadunidense, se cristalizó una reconceptualización profunda del ejercicio de lo forense: de corte interdisciplinario, integrando búsqueda y análisis, combinando disciplinas como la arqueología, biología, antropología física y social y, acaso la renovación más esencial, revalorando a víctimas y familias como primeros interlocutores del trabajo forense. Con este espíritu se formó como organismo independiente el Equipo Argentino de Antropología Forense (eaaf