Pasión por el deporte - Vicent Añó Sanz - E-Book

Pasión por el deporte E-Book

Vicent Añó Sanz

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Beschreibung

Vicent Añó, profesor de la Facultat de Ciències de l'Activitat Física i l'Esport de la Universitat de València, pasa revista en este libro al mundo del deporte moderno y reflexiona alrededor de su práctica y su utilización política. Entre estos dos extremos, analiza la transformación de lo que era un simple pasatiempo, en una «pasión» que se hace extrema en el caso del fútbol. En este análisis se menciona la política deportiva de la Generalitat Valenciana y su apuesta por los grandes eventos, algunos de los cuales el autor -como especialista- es muy crítico. Se trata de una recopilación de una buena parte de las observaciones y reflexiones del autor sobre el fenómeno deportivo como práctica, espectáculo, negocio e instrumento político. El libro también incluye un repaso del entorno y la economía de los clubes de fútbol y sus dificultades financieras actuales.

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PASIÓN POR EL DEPORTE

DE LA PRÁCTICA A LOS GRANDES EVENTOS

Vicente Añó Sanz

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Del texto: Vicente Añó Sanz, 2011

© De esta edición: Universitat de València, 2011

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-370-8178-6

Realización ePub: produccioneditorial.com

A Ana, una mujer extraordinaria, después de treinta años de un caminar conjunto.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

LA CARA OCULTA DE LA LUNA

PREÁMBULO

LA TRANSFORMACIÓN DE UNA PROFESIÓN A TRAVÉS DE LA EXPERIENCIA PERSONAL

EL ENTORNO DE LA PRÁCTICA DEPORTIVA

CULTURA Y FORMACIÓN EN EL DEPORTE

LA LUCHA POR LA DIGNIDAD DE LA EDUCACIÓN FÍSICA

EL COSTE DEL ÉXITO

LA FINA LÍNEA ENTRE VICTORIA Y DERROTA

TECNOLOGÍA Y ECONOMÍA

LA POLÍTICA DEPORTIVA VALENCIANA Y LOS GRANDES EVENTOS

POLÍTICA DEPORTIVA DE ESCAPARATE

LA LISTA DE AGRACIADOS

LA JUSTIFICACIÓN DE LOS GRANDES EVENTOS Y EL ESCONDITE MARINO

LA FÓRMULA 1 Y EL DESPIL FARRO INVERSOR

EL NAUFRAGIO DE LOS EVENTOS EN LA TIERRA DE PRO MISIÓN

LA VOLVO: EL REGALO DE CAMPS A ALICANTE

DE DINERO Y OTRAS PENAS

PROPAGANDA Y DISCURSOS HIPERBÓLICOS

EL FÚTBOL MODERNO: DE LA PASIÓN A LOS INTERESES ECONÓMICOS

LOS NUEVOS ESTADIOS Y LAS RECONVERSIONES DE LOS CLUBES

COMPRAR UN CLUB DE FÚTBOL

DESPILFARRO DE LOS FICHAJES

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

PREÁMBULO

La serie de artículos publicados por el diario Levante-EMV, bajo la denominación «Ocios y Negocios», nació hace mucho tiempo. Más de veinte años, contemplan la edición de esta segunda fase iniciada a finales de 2006 y que suman, por tanto, tres años de reflexiones en torno a una temática apasionante, como es la del deporte.

Reflexionar en torno al mismo no se hace con frecuencia. Los estudiosos o investigadores de esta materia prefieren otros campos, menos problemáticos y más procelosos que el debate sobre la filosofía de su práctica, el análisis de su entorno y su planificación, las consecuencias de la misma o, la crítica sobre la política y los gestores públicos y privados, principalmente si están cerca del lugar en el que «el escribidor» vive o desarrolla su trabajo.

Eso sí, se habla y se escribe de los resultados, de los fichajes, de las peleas o «broncas » de los deportistas o los dirigentes, de sus salidas nocturnas, algo menos de la economía del deporte, de los niveles de práctica de los españoles o de la preparación de los deportistas y de otros estudios de investigación, que difícilmente alcanzan al «gran público» lector.

De modo, que no se habla, en demasía del impacto de esta actividad del ser humano en la sociedad, que a lo largo del siglo XX ha dejado de tener una forma de práctica caracterizada por un cierto individualismo, para convertirse en colectiva, en un «hecho social» (Cagigal, 1979, 1981; Parlebas, 1988) que traspasa su propio campo para convertirse en una de las más atractivas para la sociedad, en un elemento de identificación del «hombre y la mujer moderna».

Solo hay dos periodos históricos en el que la «actividad física» alcance los niveles actuales: la Grecia clásica como práctica, y la Roma del Imperio como espectáculo. El resto de los periodos o no ha existido o lo ha hecho de forma tan secundaria que no ha dejado casi restos, salvo los inicios de la humanidad en el que todas las acciones tenían unas connotaciones de «práctica física» por razones obvias (Neuendorff, 1986).

Muchos son los autores que han tratado este tema del deporte en la sociedad y la lista sería interminable, pero permítaseme recordar a José Mª Cagigal, que con las limitaciones obvias del final del franquismo fue capaz de publicar diversas obras que han hecho «pensar» a bastantes profesionales de la actividad física y el deporte sobre este «quehacer humano», como le gustaba decir a Cagigal (1975: 19). Desde su muerte en un desgraciado accidente de aviación nos hemos quedado huérfanos de un «pensador» de su categoría. Su altura intelectual traspasó ampliamente las fronteras de nuestro país, y ahora él es objeto de estudio en diferentes países.

Por ello, debo agradecer al diario Levante-EMV, y sobretodo, a su jefe de redacción de deportes, José Vicente Aleixandre, la oportunidad que me dieron de publicar un artículo semanal y, por tanto de analizar y reflexionar sobre la materia. Porqué al fin y a la postre, de eso se trata: de analizar diversos aspectos del deporte, desde el más cercano el que se hace en Valencia a aquel que tiene unas connotaciones más globales, pues tres años a un artículo semanal dan para mucho, puesto que el deporte es una de las actividades más igualitarias y generalistas de esta «aldea global».

Escribir una columna en un diario, sinceramente, no es fácil y, a veces, me ha costado unas cuantas horas, aunque parezca lo contrario. Son artículos cortos, de poco más de una página en los que la labor de síntesis es obligada y de una dificultad tremenda, acostumbrado como estaba, en los últimos tiempos a extenderme para escribir un libro o un capítulo de algún libro colectivo o, peor aún, a escribir cientos de informes para alguno de los Comités Organizadores o de organismos internacionales de campeonatos en los que he estado involucrado. Transformar esos artículos en la base de este libro, casi me ha dejado exhausto, porque a cada paso introducía más material o corregía lo escrito, de manera que algunos pasajes distan mucho ya de aquellos artículos preliminares. Más aún, cuando se ha incluido capítulos nuevos, como el primero, o tablas que es imposible meter en una pequeña columna y menos desarrollarlas y explicarlas.

Sin embargo, a fuer de ser sincero, debo decir que he disfrutado, ahora al escribir el libro y antes con los artículos. Y, confesar, también, que me he sentido leído. Han sido unas cuantas las llamadas recibidas. Las de los amigos y «colegas», que perdonándome los errores, me felicitaban. Otras han sido de tonos variados. Algunos han llamado para agradecerme sacar a la luz determinado temas, otros para avisarme del peligro que acecha a los caminantes de la pluma cuando la crítica y la reflexión es agria.

Pero esa es la grandeza del periodismo y espero poder seguir haciendo esta pequeña labor de reflexión en el futuro, amenizando las mañanas de los domingos de esos incondicionales que uno tiene y sin querer tampoco amargárselas a esos que por ocupar un cargo público se creen en posesión de la verdad o, lo que es peor, que el hábito hace al monje y que el cargo les da sabiduría. Las páginas que siguen a continuación se han estructurado en cuatro capítulos en función de su temática, lo que puede resultar más interesante para el lector al poder ir directamente a los temas de su interés. No obstante, hay un hilo conductor general, una misma unidad de criterio que une el análisis del entorno de la práctica deportiva, donde se tratan temas genéricos o específicos del deporte, con las reflexiones sobre la política deportiva valenciana o la pasión y problemática del fútbol moderno.

Por ello, he tratado de no perder el vehículo historicista del momento en el que se produce un hecho concreto, un peaje que uno paga a su dedicación universitaria y a esa historia del deporte que ha impartido en el antiguo INEF y hoy Facultad de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte desde 1987, con algunos periodos de receso. El viaje sobre esos hechos suele ser muy ilustrativo con el paso del tiempo, cuando comienzan a convertirse en historia, aunque sea, historia reciente. De este modo, podemos «contextualizarlos», de manera que el lector pueda trasladar su imaginación al pasado, contribuyendo a rememorar sus propias vivencias y reflexionar sobre la cuestión que se plantea.

El análisis de algunas cuestiones se hace, en ocasiones desde una gran proximidad a los hechos al haber ocupado diversos cargos directivos dentro del mundo del deporte, desde el profesional al representativo. Como gestor he organizado eventos como el 7º Campeonato del Mundo de atletismo celebrado en Sevilla en 1999, el 3º en pista cubierta de 1991 en la misma ciudad o el Europeo en pista cubierta Valencia en 1998, o los XV Juegos Mediterráneos celebrados en Almería en 2005, entre otros. Ello me ha permitido penetrar algo más en los «entresijos» de la organización deportiva.

Pero, también los cargos representativos me han dado una visión de las dificultades de la práctica deportiva asociada y federada, desde aquellos primeros tiempos en que fui Presidente de la Federación de Atletismo de la Comunidad Valenciana. Su primer presidente autonómico en 1986, cuando se creó hasta 1993. Al igual que los veinte años, desde 1989, en que he sido Vicepresidente 1º de la Federación Española de Atletismo, me ha permitido observar de cerca el deporte español y el internacional, asistiendo a multitud de campeonatos de mundo y a tres Juegos Olímpicos, como delegado del equipo español de atletismo. Justo cuando se publica este libro he dejado de ser vicepresidente. Quizás ya tocaba, pues veinte años son muchos y es lógico pensar en una renovación o en un cambio de aires, sin menoscabo de mi amor por el atletismo, mi «pequeña gran pasión».

Con todo, la memoria se va por los vericuetos de más de cuarenta años en torno al deporte, toda una vida, que diría un «clásico», desde que en 1964 empecé a practicar atletismo. Fui, primero atleta, después entrenador, dirigente y organizador, lo que me ha permitido gozar de este deporte universal, duro como pocos, y extraordinariamente diverso y de otros. Sus enseñanzas son impagables. Primero, con las teorías del entrenamiento, después con la gestión del mismo y de todo ello hablo de alguna manera en el capítulo primero en el que se mezclan las vivencias personales con el transcurrir y el cambio de una profesión: la del antiguo profesor de Educación Física por el de licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte.

Por otra parte, a los capítulos más generalistas sobre «el entorno de la práctica deportiva» y «la política deportiva», se une un capítulo sobre el fútbol, un tema que genera tal volumen de noticias que es difícil sustraerse a las mismas y a su dinámica. Su presencia en la sociedad ocupa un lugar tan preponderante que he analizado sus vicisitudes en bastantes ocasiones. Ello me ha permitido abrir el abanico de conocimientos, entrar en ese mundo tan abigarrado y estudiar su funcionamiento.

Lo mismo ha ocurrido con otro tipo de actividades o deportes, cuya escritura me ha permitido conocerlos mejor, pero aún cuando su temática sea más concreta, se han agrupado bajo el epígrafe del «entorno de la práctica» o «la política deportiva», puesto que su enfoque tendía más hacia esos contenidos que a los de esos propios deportes.

Del conjunto de libro destacaría, por un lado, aquello que tiene una clara orientación política en el sentido de los clásicos atenienses, no en el reduccionista de los partidos políticos, es decir en cuanto tiene de análisis de las relaciones entre los ciudadanos de la «polis». Unos ciudadanos cuya orientación debería ser hacia la justicia y el bien común, que traducido al contenido de un simple párrafo o apartado es el tratado de las actuaciones y los programas de nuestros gobernantes, en tanto en cuanto han sido elegidos para trabajar por el bienestar de sus conciudadanos. Otra cosa es que discrepemos, y profundamente, de si ese bienestar social se logra haciendo grandes premios de Formula 1 o potenciando la práctica del deporte en las escuelas. Y dado que han caído muchos siglos desde la Grecia clásica, y en la actualidad no podemos dejar de ser herederos de las teorías de Hobbes, Descartes o de esa «crítica de la razón» de Kant, de personajes como Rousseau o Pestalozzi en el ámbito de la filosofía o de la pedagogía física, y, finalmente del conjunto de la Ilustración. De modo que, de vez en cuando, nos sale la vena crítica. ¿Qué haríamos, qué seríamos sin ese «pensamiento crítico»?. Reivindiquémoslo pues, aún cuando le pese a algunos cargos públicos o aún cuando nos cause problemas personales.

Con todo, hemos llegado hasta aquí y seguiremos reflexionando para ver qué nos devuelve ese espejo del deporte, y, sobre todo, por la gente del entorno deportivo que necesita un apoyo, una voz que les defienda, la crítica sana a una política y unos programas deportivos que adolecen de la más mínima planificación, con unos presupuestos escasos y una gestión con tantas lagunas, como el mar de la Copa del América.

No quisiera terminar este preámbulo sin hablar de algunos temas concretos y específicamente de tres. Uno de connotaciones políticas: «La larga mano de Blanquer», sobre el sorprendente nombramiento de Niurka Montalvo, campeona del mundo de salto de longitud en Sevilla, pero sin ningún bagaje en dirección y gestión del deporte, como Secretaria Autonómica del Deporte a menos de dos meses de las elecciones de mayo de 2007. Fue pasar de «las pistas» directamente al máximo cargo ejecutivo del deporte valenciano y eso «chirriaba» mucho, máxime cuando llevaba apenas unos años viviendo en la Comunidad Valenciana. Su nombramiento, asumido por todos, fue cosa de Rafael Blanquer su entrenador, muy amigo del Presidente de la Generalitat. Montalvo logró superar posibles cambios de gobierno tras las elecciones ya que ganó el PP, de nuevo, y ella seguía todavía en ese cargo en mayo de 2011.

Otro de los temas significativos para mí es relativamente reciente y está justo en las antípodas del anterior. Es un homenaje a un amigo recién jubilado, Enrique Martí, mi consejero áulico en los tiempos de estudiantes en Madrid y sobre el que publiqué un artículo que incluyo ampliado en el libro y que me ha servido para traer a colación la situación de la Educación Física, esa antigua «maría» en la enseñanza no universitaria . El artículo trajo consigo un importante despliegue emocional. Y no lo digo por las lágrimas del protagonista, que es un sentimental, sino por la gente que decía haber leído el artículo y haberse sentido identificado con lo escrito y con Enrique Martí, ese gran profesor. «Un profesor de patio», fue, a su vez, una pequeña contribución al honor de todos esos profesores de Educación Física que cotidianamente imparten esta materia en los Institutos y en los colegios y promocionan la práctica física y deportiva entre los jóvenes, a pesar de las deficiencias que todos conocemos y de la poca atención que se les dedica desde los puestos de mando educativo. Son héroes anónimos, merced a los cuales nuestro panorama deportivo no está mucho peor y nuestros escolares bajan algo su obesidad, el gran problema de la salud de nuestra sociedad.

Por último, el tercero de los temas, escrito también en su momento como artículo, era en cierto modo una reivindicación: a nuestros orígenes, a nuestra historia deportiva más genuina y, unas personas que contra el viento y la marea de esa mal entendida modernidad, que arrambla con todo, siguen manteniendo el espíritu del pasado y la esperanza en el futuro, como los hermanos Tuzón. El artículo sobre «El Trinquete de Pelayo salió publicado el 15 de julio de 2007, a punto de que el personal se fuera de vacaciones y la llamada de socorro de los propietarios del Trinquete cayera en saco roto y el tema se olvidara con el «ferragosto». Pero no, junto a otras acciones, contribuyó a que el tema se resolviera y que el Trinquete tuviera las subvenciones oportunas para que entre los Tuzón y la Administración, sobre todo municipal, llevaran a cabo los arreglos necesarios para insonorizar lo que los aficionados llaman «la catedral de la pelota». Hubiera sido un contrasentido todo el «teórico apoyo» que las instituciones dan a la pelota como emblema de la cultura valenciana y dejaran caer la más antigua de sus instalaciones. Como equipo de gobierno y oposición municipal estuvieron totalmente de acuerdo, la cosa pudo solucionarse. Y como de bien nacidos es ser agradecidos, aparte de una llamada nada más publicarse el artículo, los buenos gestores del Trinquete Pelayo tuvieron a bien invitarme a la «reinauguración», cosa que agradecí porque en esta Valencia nuestra, «las autoridades» procuran invitarme lo menos posible. A algunas/os cargos públicos, les produce sarpullidos y algo más, verme en actos públicos, como cuando la Asociación Valenciana de gestores deportivos me otorgó el premio a la «trayectoria profesional», y se entregó el galardón en el curso de la cena oficial del congreso de la Asociación Española de Gestores.

Una de las anécdotas más bonitas sucedió precisamente con este artículo sobre el Trinquete de Pelayo, cuando un alumno mío vino a verme al despacho no para hablar de exámenes, de programas, o quejarse de algo, sino, precisamente para agradecerme que lo escribiera y que defendiera la pelota. Cuando yo le dije que la pelota, aquí, no necesitaba defensa, que era de los deportes más apoyados, me lo negó. De cara a la galería, todo parecía estar bien, pero él como practicante y gran aficionado conocía de primera mano las deficiencias y lo mal que lo pasaban las escuelas de pelota para sobrevivir.

Hay otras reivindicaciones en el libro, como la tristeza y rabia por la desaparición de la «maratonina», tras 25 años de historia, o la discriminación de equipos como el Playas de Castellón y otros, frente al «amiguismo de equipos como los de Aspar o Blanquer. Posiblemente los «amigos» de Madrid no tengan la culpa. Se lo disculparé.

Por último, entre la parte dedicada al análisis de los eventos ocupan un papel central la Formula 1 y la Copa del América, lo cual es lógico por el papel protagonista que han tenido en la sociedad valenciana y, en el primer caso, también, entre colectivos ciudadanos y los numerosos grupos opuestos al «circuito».

Con todo escribir es duro. Evidentemente no escribir del tiempo o de la luna sino de lo que pasa cotidianamente. Y de lo que pasa en el entorno de tu profesión o de tu trabajo. Genera cierta incomprensión, y te echas a la espalda un montón de «enemigos» (posiblemente no más de los que ya tenía antes de iniciar la serie de «Ocios y Negocios», aún cuando algunos estuvieran ocultos). A veces es bastante ingrato, delicado, y la sensación de soledad, es imposible evitarla, de manera que he estado a punto de dejar de escribir esa columna del Levante-El Mercantil Valenciano varias veces. Me han aguantado las llamadas, felicitaciones y apoyos de esos «amigos» y seguidores fieles que uno tiene o las de los muchos que se sienten discriminados y desprotegidos por la política deportiva que se hace por estos «pagos», o, incluso las de quienes no estando afectados directamente por esas «actuaciones administrativas», les parece negativa. El valor de esas personas que sin conocerte te envían un mail de reconocimiento es de lo más valioso para subir el ánimo y la autoestima y seguir adelante. También el empuje de algunas personas que están en la frontera política «bregando» todos los días, como Concha Caballero y Jeannette Segarra, a las cuales se les hace muy duro el control de ésta república monárquica campista o campsista en la que se ha convertido la Comunitat Valenciana, País Valencià para los amigos. Y, cómo no, el apoyo incondicional de los «amigos», sobre todo, de los miembros de la «Hermandad», esa asociación judeo-masónica a la que pertenezco. Somos 4 individuos tan peligrosos, que nos justamos a cenar una vez al mes para contuberniar.

A todas estas personas, mi pequeño homenaje, porque su aliento se siente y te reconforta. Pero hay una persona especial, cuyo nombre me guardo, que lo hace cotidianamente: me da el parte todos los domingos, esté donde esté, y me comenta el artículo. Incluso me da ideas para otros futuros. Así que, gracias dobles.

Como gracias dobles, y triples, para el periódico Levante-EMV que ampara mis «ladrillos» dominicales y que me han permitido redactar este libro, así como a Eliseu Climet y a Publicacions de la Universitat de València, que acogieron con entusiasmo la idea de escribirlo. Eliseu, además, un inconformista, lo que hizo la primera vez que se lo comenté es darme más faena. Y qué no decir de «eixe amic de tota la vida», el company Aleixandre, un buen muñidor de esta historia, que surgió allá por octubre o noviembre de 2006, en una conversación intrascendente frente a una «cerveseta». Vicent Aleixandre, el «gran Alex», jefe de redacción de deportes del periódico, es para mí uno de los mejores, por no decir el mejor, «escribidor» de deportes de España –así con todas las letras–, y como le he dicho muchas veces, es una pena que no se prodigue más. A él, le debo el rescate de mi vena periodística, y de esos «Ocios y Negocios», base del presente libro con alguna aportación más.

¡Gracias!

LA CARA OCULTA DE LA LUNA

La información deportiva, aunque parezca una paradoja, nunca ha gozado de muy buena prensa. esa mala fama se la ha ganado a conciencia. durante años, el periodismo dedicado a narrar, glosar e interpretar los fenómenos deportivos, sobre todo los que gozaban de un seguimiento masivo, como es el caso del fútbol, estuvo en manos, con demasiada frecuencia, de tipos que no habían abierto un libro en su vida o que apenas habían superado el bachillerato elemental de la época. eso sí: poseían un gracejo especial en la expresión, hablaban con desenvoltura, peroraban con una autoridad que parecían pontífices dictando encíclicas y aparentaban saber de futbol más que los ingleses que lo inventaron. es decir, como cualquier hijo de vecino, pero con más descaro y desparpajo. el resto de deportes, por su interés minoritario, apenas tenían plumas que les glosaran o voces que los narraran pero, sin duda, contaban con mejores comentaristas porque los entendidos en la materia requerían de una preparación previa que no se les exigía a los futboleros.

Durante años, para el periodismo deportivo sólo existió el fútbol y apenas surgía algún especialista en otro deporte, se le echaba en cara su heterodoxia y se le afeaba en público su rareza.

En manos de semejante calaña estuvo, durante los años del franquismo, gran parte de la información deportiva que emitían los diferentes medios. Había excepciones, como en todo, y de vez en cuando surgían expertos de prosa brillante, oratoria ordenada y conocimientos amplios. pero el periodismo deportivo estaba considerado como el hermano lego del convento informativo, porque a él se destinaban los que no servían para otros menesteres. como si hubieran sido condenados a galeras.

A mayor abundamiento, si los primeros espadas de la época regalaban su prosa a la ideología del régimen, los subalternos del deporte se vendían, literalmente, a la dádiva de los dirigentes de turno, así fueran de clubs o de federaciones. eran tiempos duros, en los que el periodismo estaba mal considerado socialmente y peor remunerado salarialmente. los oficiantes de la información, en muchos casos, eran pluriempleados obligados a poner su (in)dignidad al servicio del poder.

Con el advenimiento de la democracia y la aparición desmesurada de medios de comunicación, el panorama mejoró, pero los periodistas deportivos eran observados por encima del hombro por sus colegas dedicados a la información política, emergente y acreditada socialmente en aquellos años. esa especie de fervor y dedicación a la vertiente sociopolítica, provocó un desinterés hacia la faceta social del deporte, que fue aprovechada por una cohorte de saltimbanquis para escalar puestos en el ranking del show informativo que, ya por entonces, comenzaba a tomar cuerpo en el panorama de la comunicación.

De manera que el deporte pasó, de ser un espacio subalterno en la oferta informativa, a convertirse en un espectáculo circense en manos, la mayoría de las veces, de charlatanes indocumentados. de ahí, al griterío actual y la maraña de opinantes, solo había un paso que, en efecto, se dio.

Menos mal que en medio de esa selva de ruidos y panfletos, surgieron firmas como las de vicent añó. desde su experiencia en la práctica atlética, y con su posterior formación universitaria, añó comenzó a aportar a la información deportiva, rigor, documentación y razonamientos contrastados. ingredientes de los que anda muy necesitado el sector. sus artículos en las páginas del diario Levante-EMV, siempre al filo de la actualidad y siempre fundamentados en cifras y datos, cuentan con la frialdad que da la distancia pero también con el interés que proporciona el estudio a fondo del tema. añó contextualiza los números y ofrece siempre la visión de la otra cara de la luna: la que queda oculta a los ojos del profano.

Con aportaciones como la suya, el periodismo deportivo comenzó a recuperar credibilidad, a contar con capacidad introspectiva, a dejar de ser un mero chauchau verborréico y equipararse al resto de las áreas informativas de cualquier medio de comunicación.

Un buen ejemplo de esa transformación se recoge en el presente volumen, que recopila una buena parte de las observaciones y las reflexiones de su autor en torno al fenómeno deportivo como práctica, espectáculo, negocio e instrumento político. como material pedagógico y como objeto de pensamiento al que añó aporta su caudal de conocimientos, el deporte ha alcanzado rango universitario. añó ha sido uno de los pioneros en aportar ese bagaje cultural para una disciplina largos años despreciada, que no merecía otra calificación que el despreciativo título de «maría». ahora, ya hay catedráticos en esa asignatura que, es objeto de sesudas tesis doctorales.

J.V. Aleixandre

Redactor Jefe de Deportes de Levante-EMV

LA TRANSFORMACIÓN DE UNA PROFESIÓN A TRAVÉS DE LA EXPERIENCIA PERSONAL

Parece como la segunda versión de la famosa canción de Serrat «Ara que tinc vint anys»: «Ara que fa vint anys que dic que tinc vint anys», pero la transformación de la Educación Física en España ha acompañado el devenir de mi historia personal. Llegué a Madrid en 1969 dispuesto a estudiar esta carrera «nueva», una vez concluido aquel extinto Preuniversitario que había que estudiar para entrar en la Universidad, aunque no era necesario para el Instituto de Educación Física (INEF) de Madrid, el único existente en aquel momento, que sólo exigía aquel sexto y reválida de la época.

Fui a Madrid sin tener ni idea de lo que representaban esos estudios en España. Eran cuatro años de carrera, eso sí, pero pronto descubrimos que fuimos «conejillos de indias». Esos estudios no eran universitarios ni dependían del Ministerio de Educación. Nunca se sabrá a ciencia cierta si fue por dejadez de este Ministerio o porque «los de deportes», es decir la Delegación Nacional de Deportes, no quería soltar el excelente bocado competencial que conservaba (Cagigal, 1975), desde que finalizó la Guerra Civil española y Franco, más bien la parte oficial de la Falange, copió el modelo deportivo italiano.

Sea como fuera lo cierto es que los estudios de Educación Física, el INEF de Madrid, y posteriormente el de Barcelona creado en 1975, dependían de la Delegación Nacional de Deportes, que, a su vez, estaba adscrita al Ministerio de la Secretaria General del Movimiento. Esa dependencia de los organismos deportivos en lugar de los educativos fue una rémora y tardó en corregirse unos cuantos años después de que la democracia se afianzara en nuestro país. Al menos, en la enseñanza superior no se logró hasta mediados de los años 90, que ya es decir, casi 20 años después.

Pero en octubre de 1969, cuando aterrizamos por Madrid no sabíamos lo que se avecinaba. La respuesta más esperanzadora cuando preguntabas qué pasaba con los estudios de Educación Física, era que pronto nos integraríamos en la Universidad. De hecho el INEF de Madrid se construyó en terrenos de la Universidad Complutense, lo que se situaba como ejemplo de que pronto alcanzaríamos el cielo y saldríamos del limbo en el que estábamos. Porque, los «inefianos» no éramos ni «chicha ni llimoná», o «ni carne ni pescado». ¿Qué significaba? Que para el mundo universitario y para la «predemocracia española», procedíamos de un organismo perteneciente a la Secretaria General del Movimiento, pero éstos tenían sus propias escuelas: la «Academia de Mandos José Antonio», que cambió de nombre en los últimos tiempos del franquismo para no significarse tanto y la Escuela femenina Isabel La Católica, o algo así. Acabados los estudios, había que buscar trabajo y la impartición de la Educación Física en los colegios o en la Universidad, donde existía esa materia como tal, dependía de la Delegación Nacional de la Juventud, la de los chicos, o de la Delegación Nacional de la Sección Femenina, la de las chicas, con sus delegaciones provinciales al uso. Y claro, para los «inefianos», no solía haber trabajo en los centros públicos. No éramos de los «suyos». Pero en hombres, los colegios privados, mayoritariamente religiosos en aquel entonces, ya se habían escapado del control de las Delegaciones de la Juventud y contrataban a quien querían. A los pocos que aparecimos por Valencia a principios de los años 70 (2 de la primera promoción, 4 de la segunda y 5 de la tercera, en la que me encontraba) se nos «rifaban». No querían a los de «falange», como se les llamaba en el argot de la enseñanza, y no tuvimos problemas de trabajo.

Pero regresando al principio, esa entrada en la Universidad se retrasó más de 20 años. Los estudios de «Educación Física», luego de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte», no se crearon desde la óptica universitaria hasta 1993. Previamente, no obstante, en 1992, los INEF existentes firmaron un protocolo de adscripción a la Universidad con un plazo hasta 1998 para integrarse totalmente en la misma, que siguió procesos distintos en las diferentes Comunidades Autónomas.

Hubo que esperar, pues, algo más de 10 años en mi caso, para tener el título de Licenciado en Educación Física, firmado por el Ministro de Educación el 13 de abril de 1984, cuando había terminado en 1973. Ejercíamos con un mero certificado del INEF de que habíamos terminado los estudios y habíamos pagado los derechos del título. Pero ya digo, la llegada del título se retrasó 11 años. Es más, obtuve antes el de Licenciado en Psicología, carrera que curse posteriormente a la del INEF y cuyo título lleva fecha de 24 de febrero de 1983, anterior al que ha sido mi profesión y con el que me ganaba la vida, que diría un clásico.

Y es que el «galimatías» que representaba esta profesión en los albores de la democracia era de tal magnitud que existían alrededor de 140 «títulos», «titulillos », «diplomas» y certificados varios que capacitaban para ejercer la Educación Física en los colegios y, ni digamos para entrenar a los deportistas. Había que ordenarlo y regularlo todo. Así en 1982 salió el Decreto de Convalidaciones de los antiguos títulos, estableciendo una serie de categorías de convalidación, que iban desde el que tenía que hacer un mero examen o un simple curso (aquellas/ os que habían estudiado 4 años), hasta quienes se les eximía de pasar las pruebas de ingreso en los INEF, pero debían hacer toda la carrera. A estas personas, además, se les dispensó de clases presenciales salvo en dos meses al año. Más justo o menos justo, lo cierto es que, por fin, en siglos diría yo, la Educación Física en España caminaba por una sola senda y se ponían las bases para la futura integración en la Universidad.

Las cosas en nuestro país habían empezado a cambiar, con alguna lentitud y fuerte resistencia de los sectores más conservadores de la Dictadura, pero sin vuelta atrás, desde la muerte de Franco en 1975. Las primeras elecciones democráticas se celebraron en 1977, la Constitución, como todo el mundo sabe, se aprobó en 1978, y las primeras elecciones municipales tuvieron lugar en 1979.

Para el deporte, hay, de forma clara, un antes y un después. El deporte es participación y asociación, dos de las claves que han permitido su extraordinario desarrollo actual y ello se dio a partir de la entrada de la democracia, después del oscuro periodo franquista de 40 años, donde no estaba permitido «el derecho de asociación», imprescindible para la estructura deportiva moderna, en la concepción anglosajona de la cuestión (Añó, 1994). Los clubes, que siempre gozaron de algo de independencia y regulación privada, pero sobretodo, las federaciones pasaron a tener sus órganos elegidos democráticamente. Se aprobó la segunda Ley del Deporte en 1980, que echa al cesto de la basura la vieja «Ley Elola» de 1961, y aunque fue una Ley que quedó rápidamente desfasada al aprobarse en un momento en el que España abordaba una profunda transformación administrativa con los Estatutos de Autonomía, sirvió para declarar a las entidades deportivas como sociedades de derecho privado. Sus presidentes y sus diferentes órganos de representación ya no eran elegidos a dedo por el gobierno, sino que eran elegidos por sus afiliados. Esa Ley tampoco llegó a tiempo para regular el deporte profesional, cuyos actores, principalmente futbolistas, se movilizaron, incluso, a través de huelgas –algo insólito hasta entonces– para que les fuera reconocido como «trabajo por cuenta ajena», su actividad deportiva y sus «contratos de deportistas amateurs» pasaran a ser reconocidos como contratos de trabajo.

Posiblemente nunca se ponderará suficientemente el valor de los años 80 para nuestro País, en muchas facetas sociales probablemente, pero en lo que se refiere a la actividad física y al deporte, fueron determinados. Por un lado, los colegios comenzaron a ser mixtos, la enseñanza se generalizó y aumentaron fuertemente los institutos públicos, los Ayuntamientos se convirtieron en los «grandes motores» del desarrollo deportivo español. Había pasado de ser unos organismos anquilosados, con escaso presupuesto destinado al deporte (el Ayuntamiento de Valencia antes de 1979 tenía un millón de pesetas de presupuesto, no tenía concejalía propia, sino que estaba con Fiestas y no sé cuantas cosas más, y no tenía ni una sola instalación deportiva municipal), a construir instalaciones, crear escuelas deportivas, atender a los ciudadanos, y organizar actividades. Paulatinamente, además, fuimos organizando todo tipo de eventos de carácter internacional, de lo que carecíamos en el periodo anterior, salvo alguna honrosa excepción como aquella Copa de Europa de Fútbol, que no tenía el formato actual. Así en 1982, organizamos el mundial de Fútbol, en 1986 el de Baloncesto y Natación, el de ajedrez en 1989 y, ya metidos en los años 90, hemos organizado competiciones de todas las características posibles, desde la Ryder Cup de Golf, a la Fórmula 1, la Copa del América, los mundiales de remo y piragüismo, los de Esquí Alpino, los de Atletismo de pista cubierta (nada menos que 3 entre el de Sevilla en 1991, el de Barcelona en 1995, y el de Valencia de 2008) y al aire libre, Gimnasia, y el más complicado y fastuoso de todos: los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona.

Todo ello contribuyó a que el número de practicantes deportivos aumentase sustancialmente desde un inicial 12,5 % en 1968 o ese 22% que figuraba en 1975 al 34% de 1985 o el 39% de 1995 (G. Ferrando, 1991, 1996), cifras en las que se mantiene en la actualidad, algo estancado, pero cuyo interés está bastante por encima de ese nivel de práctica y alcanza al 60% de la población entre 15 y 74 años (G. Ferrando, 2006), lo que es bueno tener en cuenta a quienes se mueven en el entorno organizativo.

En el campo estrictamente académico, los años 80 del siglo pasado registran un profundo cambio en el concepto de Educación Física, completándose la normativa reguladora de los estudios y la impartición de una asignatura que no adquirió la merecida igualdad con el resto hasta bien entrada la democracia. Solucionado el problema de las titulaciones, vino a continuación la regulación de la asignatura en las enseñanzas medias (hoy secundaria), para lo que se convocaron las primeras oposiciones públicas a profesor de Educación Física en toda España en 1985. Hasta ese momento el profesor de esta materia cobraba aproximadamente la mitad que otro profesor, una discriminación bastante inexplicable, salvo por la procedencia externa de la materia de los ámbitos educativos durante todo el franquismo, cuyos profesores tenían, en su mayoría, otras «tareas» y cargos en las Delegaciones de Juventud o Sección Femenina, principalmente. Cuando eso se acabó, y buena parte de esos profesores fueron adscritos a los departamentos de Cultura de los gobiernos democráticos (donde cayeron las competencias de la Mujer y la Juventud, o del deporte) como funcionarios de cuerpos a extinguir, dejaron la enseñanza. Entonces, la discriminación quedó demasiado patente, puesto que quienes quedaron (los profesores de Educación Física que procedían del estamento militar ya lo habían dejado antes) eran única y exclusivamente profesores de Educación Física. No tenían otro título y no eran funcionarios. De ahí, que finalmente, en 1985 se convocaran las primeras oposiciones que ya nunca han dejado de convocarse, en la actualidad dependiendo de las Comunidades Autónomas. Así, los departamentos de Educación de las Comunidades Autónomas se han convertido en el primer empleador de los hoy Licenciados en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, antes Licenciados en Educación Física, y en los albores de la democracia Profesor de Educación Física, tres títulos y tres conceptos distintos en la evolución de esta profesión.

Una evolución que nos ha afectado de lleno en lo personal, puesto que hemos ido pasando de una actividad a otra, de manera que, en mi caso concreto, primero he sido profesor de la materia de Educación Física, después entrenador de atletismo, compartiendo esta función con la labor anterior, pues era imposible vivir sólo de entrenar atletas, al menos a mediados de los años setenta, y luego gestor desde que un buen día empecé a organizar competiciones de deporte escolar.

Y es que en primer lugar, los estudios de Educación Física de los INEF impartían materias orientadas a la enseñanza y al entrenamiento deportivo. Desde el principio existió una mezcla conceptual entre docencia y entrenamiento, puesto que en el segundo ciclo de los estudios había que elegir una especialidad deportiva porque se pretendía que el INEF fuera, también, una escuela deportiva que realizase un profundo cambio en las anquilosas estructuras deportivas del país de los años setenta. Estaba Juan Antonio Samaranch al frente de la otrora Delegación Nacional de Deportes y buscaba esa transformación. No le acabaron de dejar y la resistencia de las Federaciones Deportivas a perder su competencia en las titulaciones de entrenadores dura hasta hoy. Federaciones fuertes como Fútbol y Baloncesto nunca han aceptado las «maestrías» de los INEF, Balonmano con reticencias. Sólo los últimos cambios y la conversión de las titulaciones deportivas en una Formación Profesional de segundo grado, ha modificado algo el panorama, pero, en realidad ha pasado al revés: las federaciones han visto reconocidos académicamente sus títulos.

Por ello, cuando la primera orientación de los egresados de INEF era docentedeportiva, casi el 100% de las primeras promociones vivía de la enseñanza en la práctica, y, en todo caso, el entrenamiento deportivo representaba un pequeño sobresueldo. Sólo cuando Carlos Álvarez del Villar «deslumbró» con la preparación física de aquel Rayo Vallecano, que entrenaba en la casa de campo y que subió a primera división y luego con la de la selección española, en la que aguantó poco, empezaron a cambiar las cosas. Con el Athletic de Bilbao y con la selección, Manolo Delgado Meco, fue otro estandarte de la profesión y provocó cambios sustanciales en la preparación del deportista, y permitió que algunos profesionales del INEF pudieran vivir exclusivamente de su trabajo deportivo, aunque la cuestión tardó algunos años en generalizarse, y no fue perceptible hasta finales de los años 1980.

Esa orientación docente-deportiva tardó en cambiar, y la apertura hacia un conocimiento menos reduccionista, no llego hasta la entrada de los estudios en la Universidad a mediados de los años 1990. No obstante, la creación de nuevos INEF, trajo aparejado nuevos planes de estudio, que comenzaron ya a introducir materias de gestión del deporte, un itinerario muy necesario en el campo profesional, pues a finales de los años 1980 los Ayuntamientos se convirtieron en la segunda fuente de empleo del deporte y necesitaban gestores (Campos, 2005; Martínez 2008). Hubo que sacarlos entre los antiguos titulados que fueron, fuimos, aprendiendo sobre la marcha.

El panorama de los años 1970 había cambiado sustancialmente. De la existencia de un solo INEF, creado en Madrid en 1967, y otro en Barcelona en 1975, y pocos profesionales, se pasa a una gran demanda de estos estudios en los años 1980 y la creación de varios INEF más: Granada en 1982, y A Coruña, Las Palmas, León, Valencia y Vitoria en 1987, más una extensión del de Barcelona a Lleida el mismo año. Todos ellos fueron creados por acuerdos entre las Comunidades Autónomas y el Gobierno del Estado, que mantenía competencias sobre la enseñanza superior y, a través del CSD de los INEF.

Lógicamente, ello conllevo un cierto cambio de orientación, si bien pequeño, porque los INEF que surgieron en 1987 y los existentes (sólo Granada, donde estaba involucrada la Universidad era algo diferente), seguían dependiendo de los organismos deportivos y no de los educativos. Por ejemplo, el INEF de Valencia (autobautizado como IVEF ó Instituto Valenciano de Educación Física y que pocos lo utilizaban) se creó mediante un acuerdo de financiación entre el Consejo Superior de Deportes y la Conselleria de Cultura, Educación y Ciencia, que tenía las competencias deportivas a través de una Dirección General. Y eso no cambió, hasta que en 1992 se formaliza un convenio con la Universidad de Valencia, por el que el centro se adscribe a la misma, cuestión determinante para dar validez a los títulos, que ya no eran de profesor de Educación Física, sino de Licenciado.

Habrá que esperar a la creación de los estudios superiores de «Ciencias de la Actividad Física y el Deporte», desde la propia Universidad, para que el panorama cambie completamente y la propia definición lleve aparejado un cambio conceptual sustancial. A partir de ese momento, el enfoque deportivo pierde fuerza paulatinamente en los diferentes planes, y va ganándola otras áreas como la de gestión, la de actividades para colectivos especiales y, últimamente las de «salud y calidad de vida», mientras se mantiene la enseñanza, que sigue siendo nuestra primera fuente de empleo (Martínez del Castillo, 1991; Campos, 2005; Martínez, 2008).

De este modo, aprobados los estudios superiores de «Ciencias de la Actividad Física y el Deporte», cualquier Universidad puede crear una Facultad específica, como así ha hecho la de Castilla-La Mancha en Toledo, la de Extremadura en Cáceres, las primeras en nacer dentro ya del entorno universitario, o la Pablo Olavide de Sevilla o las más recientes de Murcia y Elx o las privadas como la Europea de Madrid, o las católicas de Valencia y Murcia. Mientras los antiguos INEF acaban convirtiéndose en Facultades de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, incluso el de Madrid, e integrándose en la Universidad plenamente. Sólo queda con el antiguo título y fuera de la Universidad, aunque adscritos a ella los INEF de Cataluña, Barcelona y Lleida.

Todos estos cambios, como siempre pasa en cualquier orden de la vida, se han ido produciendo en la vida civil, y luego los poderes públicos, arrastrados por la presión social se han visto en la obligación de dar respuesta a esas nuevas necesidades. Las primeras oposiciones a la enseñanza media, llegaron tras diversas huelgas y manifestaciones en toda España, la creación de nuevos INEF ante una presión fuerte del sector y el hecho de que a principios de los años 1980 los tres INEF existentes no eran suficientes ante la gran demanda existente. Si en 1969, cuando me presenté a las pruebas para el ingreso en el INEF de Madrid, había unos 600 aspirantes, una cifra similar era la que aspiraba a entrar en el INEF de Valencia en 1987, cuando ya existían 9 repartidos por la toda la geografía española. Movilizaciones, artículos, cartas, encierros, y multitud de reuniones consiguió que la Educación Física adquiriera carta de naturaleza, comenzara a existir realmente a partir de mediados de los años 1980, y en todos su niveles académicos ha pasado a tener su propio espacio, ya que también en los estudios para profesor de enseñanza primaria (Magisterio) se implantó la especialidad a comienzos de los años 1990 y sus profesores se integraron en los cuerpos docentes universitarios.

Bueno, pues en todas esa «movidas», he estado involucrado de una u otra manera, desde mis primeros pinitos como profesor y como entrenador, hasta las tareas organizativas más recientes, pasando por la movilización y presencia en diferentes cargos profesionales en los años 1970 y 1980 para empujar a la resolución de los problemas de nuestra profesión.

Así que mi primer puesto de trabajo como profesor fue en las Escuelas Profesionales de San José de los Jesuitas, junto a la llamada «pista de Ademuz», rodeada de huerta por todas partes y que no se parece en nada a la actual. En esas EEPP San José, había nacido de la mano de un «mecenas» deportivo, de los que ya no quedan, Antonio Costa, el club de atletismo Estudiantes-San José, que se mantuvo desde principios hasta finales de la década de los años 70 del siglo pasado. Estamos en 1973 y aquello se cogía con muchas ganas. No había horas. A las clases les seguían los entrenamientos y acabábamos más allá de las nueve de la noche. Pero, aquella idea romántica y altruista no se pudo mantener. En aquellos «miserables» momentos, ninguna institución pública daba dinero para el deporte y menos para el atletismo, no existían los patrocinadores y solo algunos padres (no eran de clase alta) pagaban una cuota como socios. Antonio Costa lo dejó y el club aguantó poco tiempo. La unión con el club universitario prolongó la agonía, pero poco se podía hacer si, con lo ingrata que resulta la promoción, luego venía el todopoderoso Valencia C.F., con su sección de atletismo y te «robaba» los atletas más destacados. ¿A qué les suena?

Han pasado treinta años de aquello y hay quien sigue igual, porque esa es, quizás, una de las características del deporte español que no hemos sabido resolver: el mantenimiento de los clubs de promoción, junto a clubs poderosos, sin que aquellos acaben desapareciendo por falta de apoyo y por la presión de los grandes. En el atletismo, además, los grandes no son tales, puesto que muchos de ellos son simples «equipos» «subvencionados» o, mantenidos gracias al dinero público (Heineman, 1998), hasta que eso se acaba y desaparece. Detrás no había nada, ni socios, ni padres, ni atletas, pues estos suelen ser fichados vivan donde vivan (la reglamentación de atletismo lo permite) y ni siquiera, a veces, pisan la ciudad sede del club, salvo que hayan campeonatos. En el atletismo ha pasado en bastantes ocasiones. Equipos, que no clubs, salen con enorme fuerza de la nada, gracias al dinero público o algún sponsor durante un tiempo, y caen con estrepito: Santiveri, Kelme, Larios, ayer mismo el Chapin Xerez. ¿Y mañana? Ya se verá, pero eso no ha dejado de ser pan para hoy y hambre para mañana.

Aquello de las EEPP San José se acabó en 1977, y uno inicia ya la senda nueva, quizás la más definitoria de mi deambular profesional: la de organizador de actividades o eventos deportivos, la de gestor. La democracia estaba en sus inicios, acababan de desaparecer las Delegaciones de la Juventud y de la Sección Femenina, y el deporte escolar pasó a depender de la todavía así llamada, Delegación Nacional de Deportes. Comenzaba el curso 1977/78 y había que organizar el deporte escolar, pero no sólo el masculino sino el femenino, al haberse reagrupado. Muchas delegaciones provinciales habían llamado a los antiguos «organizadores» del régimen recién finiquitado, en otras, las menos, lo había puesto en manos de las asociaciones de colegios privados (CECE), pero en Valencia se dio un caso peculiar. Gracias a la existencia de lo que se llamó Plan Experimental, que trataba de potenciar el deporte municipal, se contrató a dos profesionales del INEF. Uno, Manuel Ruiz-Parajón para dirigir el Plan y otro que fuera «experto» en deporte escolar. Y ese, en teoría era yo. Nunca acabe de comprender ese nombramiento, salvo por las propias palabras del delegado provincial en esas fechas: Juan Domínguez. Un hombre del deporte, empresario, que había sido Presidente de la Federación Provincial de Atletismo, y paradójicamente, aún siendo del propio régimen «no quería a los de juventudes». Éstos, los de «juventudes» se la juraron, pero tenían poca o ninguna fuerza ya. Una de las cosas que le dijeron y «elevaron a Madrid» en el estilo de la época, es que no le perdonaban que hubiera puesto el deporte escolar en manos de un «comunista», pues yo militaba entonces en el Partido Comunista de España.

Domínguez no me conocía de nada, de manera que, muy probablemente, el nombramiento se debía a Manuel Ruiz-Parajón. El contrato, muy peculiar, pues era a través de la Federación Española de Rugby sólo duró un año, porque el deporte escolar inmediatamente comenzó a trasladarse a la ADECE (Asociación Deportiva Española de Centros de Enseñanza) una rama de la patronal de la enseñanza privada, y dio diversos vaivenes (eran los tiempos de la UCD) hasta que acabó siendo organizado por las Comunidades Autónomas o Preautonómicas mediante un convenio especial con el nuevo y recién nacido Consejo Superior de Deportes para el curso 1980/81. Antes, a través de la ADECE, continué organizado el Deporte Escolar un par de años más y posteriormente ya dentro de la Conselleria de Cultura y Educación nacieron los Juegos Escolares de la Generalitat, como se les denominó, y que siguen desarrollándose hasta la fecha (aunque le han cambiado el nombre de Generalitat por Comunidad Valenciana).

Pasado ese primer año de contrato, y ante las dificultades y problemas para continuar con garantías, algo habitual por entonces, volví a dar clases, esta vez en el Instituto de Bachillerato Juan de Garay, uno de los clásicos, donde me mantuve desde 1978 hasta 1985. En esa etapa sufrí, como la mayoría de profesionales, las circunstancias del «pluriempleo». Más que «pluriempleo», aquello podía denominarse mini-empleo, porque tenías que trabajar en varios sitios para ganar un sueldo normal. En los institutos cobrábamos, aproximadamente el 50% de otros profesores. A principios de los años 1980 eso suponía poco más de 50.000 pesetas al mes. Había que completar el sueldo, y seguí en el deporte escolar y en la Delegación de Deportes gracias a la continuación del Plan Experimental que puso en marcha Benito Castejón, Delegado Nacional de Deportes, que no fue un mal delegado y que aprobó la segunda Ley del Deporte español.

Preocupado por la promoción del deporte creó los CITD (Centros de Iniciación Técnico Deportiva), a modo de escuelas deportivas, que podían seleccionar niños de toda la provincia y tenerlos, incluso, internos en colegios. Los niños debían empezar con 10 años y terminar con 14, y luego pasar a los Centros de Perfeccionamiento. No pudo completar todo el plan. Al igual que le pasó con la Ley del deporte, la nueva estructura de España le rebasó, pero algunas de sus ideas, con diferente formato, fueron puestas en marcha más tarde. De hecho, los CITD , que comenzaron en 4 lugares de España de forma piloto: Salamanca, Valencia, Mataró y Sevilla, continuaron con 11 ciudades más en 1981, entre ellas Alicante, y después transferidos a las Comunidades Autónomas, que los continuaron en buena parte. En la Comunidad Valenciana se mantuvieron hasta los años 90 y se amplió a Castellón, transformándose luego en Centros de Perfeccionamiento o alto rendimiento y subiendo las edades.

Los inicios de los años 1980 fueron frenéticos, con fuertes reivindicaciones, con una enseñanza en transformación y con unos ayuntamientos iniciándose en la actividad deportiva. Todo era nuevo. No había, o había pocos, gestores. Se necesitan instalaciones deportivas y órganos de gestión. Tras las primeras elecciones democráticas municipales, el Ayuntamiento de Valencia estuvo gobernado por el PSOE, que había obtenido 13 concejales y junto a los 6 del PCE le daban la mayoría absoluta en coalición, mientras la UCD se quedaba en 14 concejales, insuficiente número para gobernar. Por un breve periodo de tiempo, Juan Lloret, un abogado, ocupó el cargo de concejal de deportes, pero en apenas seis meses pasa a Antonio Ten, profesor de Física de la Universidad de Valencia. Ten, una persona muy activa, fue, probablemente, el mejor concejal de deportes que ha habido en el Ayuntamiento de Valencia, al margen de su error del nombramiento del primer Gerente de la Fundación Deportiva Municipal, que el mismo reconoció más tarde. Pero, consiguió en una sola legislatura inaugurar 4 instalaciones deportivas (Benicalap, El Saler, San Isidro y la Fuente San Luis) y crear un órgano de gestión: la Fundación deportiva Municipal, a cuya Junta Directiva y su Consejo de Gerencia pertenecí desde su creación hasta 1990.

Esa fue una de mis actividades directivas más interesantes de comienzos de los años 1980, junto a la del deporte escolar, y la Presidencia del Colegio de Profesores y Licenciados en Educación Física, que habíamos arrebato a la «vieja guardia» en 1980, gracias a la Asociación de Licenciados, que creamos buscando un órgano paralelo al Colegio que realizará actividades y planteará las reivindicaciones que pedíamos y que estuvo presidida por Pepe Campos, decano de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte entre 2006 y 2009. Luego, una vez en el colegio, la Asociación desapareció en poco tiempo. Había cumplido su objetivo.

La actividad gestora, directiva u organizadora no pararía ya, sino que en todo caso se complementó con la enseñanza, y así, entre 1981 y 1984 con diversos cargos administrativos, nunca consolidados (subdirector de deportes, jefe del servicio de deportes...) estuve organizando el deporte en la Generalitat y montando una estructura ajustada a las competencias transferidas en 1983 por el Gobierno central, y más específicamente por el CSD. Fueron tres años de mucho trabajo y poca compensación, porque muchas de las iniciativas se paraban. Y es que el deporte no tenía siquiera una dirección General. Era compartida con Juventud, y claro, el director general procedía de las Juventudes sociales. Fue el primer director, no era muy amante del deporte, pero tenía un pase: juventud y deportes estaban juntas, pero su escaso conocimiento y su poca dedicación al deporte en momentos de fuerte transformación eran insufribles. El Conseller de Cultura y Educación, Ciprià Ciscar, tardó en hacer los cambios y se separar juventud de deportes. Procedía de una cultura de oposición al franquismo a la que no gustaba el deporte, pues lo había visto como el «opio y el entretenimiento del pueblo», parafraseando a Marx. De manera que fue imposible aguantar y uno dimitió y se fue con la cuerda a otra parte. A dar clases en el «Juan de Garay» y a poner en marcha el Palacio de Deportes de la Fuente S. Luis, «mi querido monstruo» como le he llamado muchas veces, transferido al Ayuntamiento e inaugurado finalmente en 1984.

El Pabellón de la «Fonteta», como se le conoce popularmente era una obra increíble. Diseñado en los años 1960, se empezó a construir en 1969, pero se paralizó en 1972, más o menos. La empresa constructora había quebrado y como le habían adelantado certificaciones hasta que se resolvió el entuerto pasaron casi 10 años. Por en medio, habían venido las autonomías, el «monstruo» se había transferido a la Generalitat, y esta al Ayuntamiento, que exigió al CSD su acabado o la correspondiente subvención. Fue una larga reivindicación desde el primer día que Antonio Ten llegó al Ayuntamiento y no lo vio inaugurado porque no repitió como concejal. Por fin en 1984 se puso en marcha, con pista de atletismo, con un parquet para deportes de equipo comprado expresamente por el Ayuntamiento, ya que no tenía (en medio de la recta de atletismo, habían pintado el campo de balonmano, baloncesto y voleibol, ¡ver para creer!), con una parte central en el sótano, debajo de la pista completamente vacío, y nueve enormes salas que se habilitaron para diferentes deportes de lucha y para gimnasia. Los mejores equipos de Valencia se vinieron a jugar al nuevo Pabellón y la actividad fue frenética. Luego se vino el Pamesa, se montaron gradas móviles, se habilitó la parte de abajo para las pruebas cortas y los saltos de atletismo, que amplificó los problemas y…, esa ya es otra historia.

Y es otra historia, porque, en realidad, duré un año y poco más en el cargo. Convocadas las oposiciones a la enseñanza media, me presenté y aprobé. Saqué el número tres de la oposición, pude elegir instituto en la propia ciudad de Valencia, el IB El Clot, en el barrio de la Olivereta, junto a la avenida Peset Aleixandre. Después de la experiencia en la Conselleria tenía muy claro que no quería dependencias «políticas». Aunque estaba muy bien en el Ayuntamiento y en el Pabellón, eso podía cambiar y un «crítico· como yo acabar en la calle o pegando sellos. Mi independencia siempre ha estado por encima de todo y esa posibilidad la daba aprobar unas oposiciones en la enseñanza.

Pero, lo que uno pensaba que sería para largo tiempo o para siempre, también duró poco, de manera que los años 1980, ahora que lo escribo y lo rememoro, fueron de constantes cambios. Dos años después, en 1987 se crea el INEF de Valencia y allá que vamos, de nuevo a otra oposición. En realidad se trató de una «mini oposición», pero oposición, al fin y al cabo, porque había un tribunal con cinco miembros. Uno representaba a la Conselleria de Cultura y Educación, otro a la Universidad, y el resto eran profesionales de la Actividad Física y el Deporte.

Antes de convocar las plazas para profesores, en ese año 1987 se concretan los acuerdos con el CSD que permiten ponerlo en marcha. Un largo proceso que ya se inició en 1984, estando yo todavía en la Conselleria con una jornadas abiertas sobre el futuro de la profesión de de los INEF, y la petición formal al gobierno central de la creación del INEF, que no se había hecho y que fue una de las primeras actuaciones que lleva a cabo el primer gobierno autonómico de la Comunidad Valenciana, del PSPV-PSOE, una vez aprobado el estatuto de autonomía. Las conversaciones con el CSD estaban muy avanzadas en 1984, pero la petición de varias comunidades autónomas al mismo tiempo, hizo que la decisión final se retrasara hasta 1987. Por fin, en febrero de ese año se firmó un convenio con el CSD, por el que está aportaba fondos para la infraestructura del mismo que fue ubicado en la antigua Universidad laboral de Cheste, convertida en ese momento en centro de enseñanzas integradas y transferido a la Generalitat. Allí, se impartían clases de Enseñanza Secundaria, a través de varios institutos públicos, con alumnado procedente mayoritariamente de la propia ciudad de Valencia, en la que no cabían; se impartía Magisterio, enfermería, algunos otros estudios y, por fin el INEF. De este modo, la Conselleria le costaba menos dinero porque ya se disponía de aulas y de instalaciones deportivas. Con cuatro cambios y arreglos, solucionado el tema, debió pensar alguno. Craso error, porque la deficiencia de las instalaciones era monumental, «los arreglos» tardaron en llegar y ni siquiera nos adjudicaron aulas como tales, sino que habilitaron una de las antiguas residencias de estudiantes. Al principio, hasta que se construyeron las aulas esa «habilitación», consistió en una mera colocación de sillas y mesas en un espacio libre, el cual en los días de lluvia se asemejaba más a un «barranco» de los varios que circundaban la montaña que a un aula de enseñanza.

Hay que recordar que ese centro fue una de las «megalómanas» obras del tardo franquismo que albergó en el Complejo de Cheste, construido exprofeso, a 5.000 niños del segundo ciclo de EGB (según la ley de Educación de 1970) de toda la geografía española, es decir niños de entre 11 y 14 años sacados de su entorno natural e internados allí durante el curso escolar, dentro de la red de Universidades Laborales. Construido a finales de los años 1960 y puesto en marcha a principios de los años 1970, la monumentalidad de sus edificaciones (residencias, aulas, instalaciones deportivas, comedores…) era de tal calibre que su gasto en mantenimiento se hacía insoportable, máxime, cuando acabado el franquismo y eliminada su función básica de «internado masivo», su uso era mucho menor. La degradación, que continúa ahora, era ya patente en 1987: las residencias tenían muchos problemas de servicios, a la pista de atletismo no le quedaba ya «material sintético», era puro cemento, los pabellones eran fríos, pequeños e inapropiados para un INEF.

Ello provocó varias huelgas y reivindicaciones de alumnos y profesores casi hasta el momento en el que, una vez integrados en la Universidad, el centro se ubicó en el Campus de Blasco Ibáñez. Esa fue, desde sus inicios, una reivindicación de los estudiantes: bajar al campus universitario e integrarse plenamente con el resto de la comunidad universitaria.

Pero, nos habíamos quedado, en la «mini-oposición» para la contratación de los profesores del INEF y la composición del tribunal, sobre la que cabe apuntar el intento de designar a los profesores «a dedo» por parte de la Dirección General de Deportes de la época, que no pasó a mayores porqué siempre hay, desde los servicios jurídicos, por ejemplo, quienes avisan de posibles problemas legales, a personas más juiciosas y sensatas. De manera que la opción final fue sacar las plazas de profesores de materias específicas que no daba la Universidad de Valencia a concurso público (la convocatoria se publicó en el DOGV). Esas dudas iniciales sobre el sistema de designación del profesorado provocó un cierto retraso y las plazas salieron casi iniciado el curso.