Pasión sin límites. Un compilado de relatos eróticos cortos - LUST authors - E-Book

Pasión sin límites. Un compilado de relatos eróticos cortos E-Book

LUST authors

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

"Pasión sin límites" nos ofrece una gran variedad de relatos para adultos calientes y apasionados. La lujuria aparece como el motor común de las fantasías de una viajera en tren, de dos extraños que se cruzan en una caballeriza, de romances entre personas de distintas edades o en lugares insospechados... Adéntrate a conocer todas las posibilidades.«Él la contempló mientras ella, con los ojos cerrados, se entregaba al éxtasis. Su cuerpo entero, con toda su voluptuosidad, danzaba bellamente ante sus ojos. Era como estar de vuelta en la caravana, jóvenes y recién enamorados. En ese momento, el significado total de su relación se volvió claro para Hugo.»Contiene los relatos:Recién enamorados de nuevoSeñora Alicia TavaresUna mujer libreLa becariaMILFDILFEl masajeEl aprendizViolaVivianEl baile de disfracesUn viaje apasionadoBajo la camisa de cuadrosSe mira, pero no se tocaPasión a través del espejoEl desconocidoErosEl lobo solitarioLa jinete-

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LUST authors

Pasión sin límites. Un compilado de relatos eróticos cortos

Translated by LUST translators

Lust

Pasión sin límites. Un compilado de relatos eróticos cortos

 

Translated by LUST translators

 

Original title: Passion Without Limits: A Colletion of Erotic Short Stories

 

Original language: Swedish

 

Copyright ©2021, 2023 LUST authors and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728182222

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Recién enamorados de nuevo

A través de la ventana de la cocina, Hugo observaba la calle apenas iluminada por las bombillas ahorradoras que el ayuntamiento había instalado recientemente. Lisa y él habían comprado la casa hacía un par de meses y aún no habían terminado de instalarse por completo. Hugo no podía dormir, estaba bajo un contrato de labor compartida, ya que la fundidora había sufrido una caída en sus pedidos. Había trabajado ahí durante lustros, incluso desde un poco antes de casarse con Lisa. Guardó la leche en el refrigerador. Le gustaba beber directamente del envase sin que Lisa lo regañara.

A Lisa no se le hacía difícil dormir, se tomaba una pastilla media hora antes de ir a la cama y conciliaba el sueño casi al acostarse. Por ese motivo, raramente tenían sexo, Lisa normalmente estaba cansada y tenía motivos suficientes. Hugo no pudo convencerla para dejar dicha pastilla, y para tener éxito necesitaba insinuarse mientras veían la televisión. No tenían hijos, no sabían bien porqué, pero así se habían dado las cosas. Ninguno de los dos lo echaba de menos. Apenas en años recientes pensaban que sería agradable tener compañía en las cenas dominicales.

Lisa trabajaba en el hospital como asistente de limpieza. Al cumplir los cincuenta años, hacía un año, decidió reducir su jornada laboral, podían salir adelante con menos. Además, a él no le disgustaba que ella volviera a casa un poco más temprano. Hugo le echó un vistazo al jardín antes de regresar a la alcoba, su lugar habitual junto a Lisa. Ella dormía como un tronco, él siguió despierto una hora más. Se enfocó en los sonidos y ruidos, aún le resultaban desconocidos. La nueva casa le parecía demasiado silenciosa. Previamente habían vivido en el centro de la ciudad, junto a la calle más bulliciosa y nada lejos de las vías del tren.

Fue Lisa quien sugirió mudarse a un espacio más pequeño y de una sola planta. En la casa anterior, el dormitorio estaba en el primer piso y la lavandería en el sótano. Lisa estaba harta de tanto escalón y él quiso complacerla. A él le importaba menos la vivienda, aunque ella tenía algo de razón: no necesitaban ese casón, sobre todo cuando quedó claro que no tendrían hijos. Observó a Lisa. Ella estaba acostada dándole la espalda, el edredón se había deslizado. Hugo advirtió el contorno del cuerpo de Lisa detrás de la delgada tela del camisón. Ella era rellenita, pero no gorda. «Eróticamente rellenita», decía él. Ella siempre había sido así y de jóvenes a él le excitaba inmensamente.

Sintió una reacción en su miembro al pensar en cómo hacían el amor años atrás. Lo disfrutaban mucho, especialmente cuando acampaban y se iban temprano a dormir. La idea de hacerlo en la caravana les parecía traviesa y emocionante. De eso hacía ya años, ahora solo lo hacían en la alcoba después de entrar en calor frente al televisor. Duraba poco y ella no sacaba gran cosa del acto. Tampoco le afectaba. «No tiene importancia Hugo… aún así fue agradable», solía decir, como respondiendo a la disculpa de Hugo.

Él elegía creerle, quizá era la solución más sencilla, su vitalidad ya no era la de antes, traía algunos kilos de más y el sinfín de cigarrillos consumidos a lo largo de los años seguro que tenía consecuencias. Tuvo ganas de despertarla. Se metió la mano dentro del pijama y agarró su miembro medio erecto que creció en cuanto comenzó a masturbarse. En poco tiempo se puso duro. Respiraba profundamente, pero se esforzaba por no gemir. Sus ojos se posaron en el contorno del trasero redondo de Lisa y con su propia mano fue hasta la línea final. Eyaculó en sus calzoncillos, así ella pensaría que fue involuntario, o en el mejor de los casos ni siquiera se daría cuenta.

Tosió extrañamente para disimular lo que hacía, en caso de que la píldora no funcionara tan bien como aparentaba. Resultó mucho más fácil dormir después, ni siquiera se dio cuenta cuando Lisa se levantó o salió rumbo al trabajo.

Se despertó alrededor de las nueve, siempre le había gustado dormir hasta tarde; los fines de semana se quedaba en cama hasta el mediodía. Lisa se levantaba temprano incluso en sus días libres, entonces hacer el amor en las mañanas sabatinas también quedaba clausurado. La idea de que ella lo evitaba intencionalmente se le había pasado por la cabeza más de una vez.

«A lo mejor es algo normal», pensó al estirarse y aventar el edredón hacia un lado. Iba a emplear el resto del día en colgar las dos lámparas restantes y almacenar las cajas de la mudanza en el ático. Se sintió satisfecho cuando al mediodía bajó de la escalera plegable, dejando la última lámpara instalada. Eso le iba a gustar a Lisa al regresar del trabajo, lo cual hacía que sus esfuerzos valieran la pena.

Al prepararse un par de sándwiches en la mesa de la cocina, vio por la ventana a un hombre joven en la entrada de la casa del otro lado de la calle. Salía de su auto y le estaba echando el seguro.

Hugo no lo había visto antes, supuso que era hijo del hombre maduro y su esposa mucho más joven, que vivían en la casa. Un joven bien plantado. Hugo calculó que rondaba la mitad de la veintena, vestía bien, llevaba jeans nuevos y una chaqueta de cuero, con un cabello rubio bien parado: un peinado ágil. Sus zancadas irradiaban seguridad, dando a entender que ni el buen automóvil ni las costosas ropas eran algo inusual. Le dio la impresión de que inspeccionaba el número del domicilio, Hugo decidió permanecer junto a la ventana. Tal vez no fuera su hijo después de todo, sobre todo si no estaba seguro de estar en la casa correcta. El joven entró, aunque no logró ver quién le abrió la puerta .

Hugo decidió sentarse y comerse sus sándwiches de pan de centeno. Consideró la probabilidad de seducir a Lisa, deseaba estar con ella; además, aún estaban casados. Trató de recordar la última vez que yacieron juntos, pero se rindió. Seguramente hacía muchísimo tiempo y ciertamente no había acontecido en la casa nueva. Se puso de pie y metió el plato en el lavavajillas. Lisa insistió en comprar uno, aunque él no lo creía necesario, al fin y al cabo solo eran ellos dos. «Es fácil para ti decirlo», dijo ella, «porque tú no lavas los trastes».

El auto seguía estacionado frente a la casa de los vecinos, era un Audi, no uno de los modelos más espaciosos, pero era uno reciente. Justo cuando Hugo se dirigía a la sala, el hombre salió. Pasó sus dedos varias veces por su cabellera, como si por algún motivo estuviera desaliñada y necesitara arreglarla. Decidió continuar observándolo, el joven se metió en el auto y Hugo se preguntó quién podría ser. Lo que sí sabía es que el hombre de la casa estaba trabajando, el portón estaba abierto y su auto no estaba en el garaje. «Estás aburrido, Hugo», se dijo a sí mismo viendo el Audi negro alejarse de la entrada vecina.

Lisa volvería en aproximadamente una hora. Se recostó en el sofá. Contaba justo con el tiempo para echarse una siesta. Se despertó cuando ella lo saludó desde la cocina. Ella sabía dónde encontrarlo y se dirigió a la sala después de quitarse las zapatillas y el abrigo.

—Así que aquí es donde te escondes.

—Hmmm.

—Vaya, las has instalado. Hugo eres un amor, de verdad… Bueno, entonces no has estado en el sillón todo el día.

Se incorporó, su cabello cano era un desastre y se pasó los dedos justamente como el joven había hecho hace un rato.

—No, para nada. No creerás que estoy aquí tirado mientras tu estás esclavizada en ese maldito hospital, ¿verdad? —se puso de pie y la tomó por la cintura para besar su frente, la cual estaba cubierta de finas arrugas.

—No puedo estar segura. ¿Y tú?

—No, querida.

Sus labios buscaron los de ella, que los recibió. Pero se alejó cuando él trató de abrirlos con su lengua. Se metió en la cocina para poner el café. Hugo suspiró notoriamente y decidió no aceptar el rechazo. La tomó por detrás mientras ella vertía agua en la cafetera.

—Ahora no Hugo, vamos a tomar una taza de café, de verdad, necesito una.

Mientras ella pesaba los granos él puso sus manos en sus pechos. Eran redondos y turgentes, y aunque ahora colgaban un poco cuando se quitaba el sostén, aún lo enloquecían.

—Te necesito mi amor.

Él apretó los pechos de Lisa y presionó su miembro medio erecto contra su trasero.

—Hugo, ¿qué se te ha metido?

Él levantó la túnica de Lisa tomando el forro de sus mallas.

—¿Qué haces, Hugo? Aquí no. ¿Y los vecinos?

—Lisa, te deseo.

Ya tenía la mano en sus bragas y aunque ella se retorcía para liberarse, él apretó un dedo contra sus labios. Sintió que estaba a punto de rendirse y empujó un dedo más, abriéndose los pantalones con la otra mano. Se los bajó hasta los muslos, los calzoncillos incluso, de un solo tirón. Su verga estaba dura, estiró las mallas y las bragas empujando a Lisa hacia el fregadero.

—Ah, Lisa… Tengo tantas ganas de ti…

Empujó sus genitales contra los de ella. Ella le ayudó a entrar soltando un suave gemido. Finalmente estaba dentro y tomó sus caderas firmemente. Comenzó a moverse. Al poco ella empezó a chillar fuertemente, él no sabía si era sincera o si solo buscaba acelerar su clímax.

—¿Te gusta, cariño?

—Oh, sí… Hugo… me encanta.

Parecía convincente y prefirió creer que ella estaba realmente caliente.

—¿Podríamos ir al cuarto? —dijo ella entre gemidos, empujándolo un poco.

—¿Quieres?

El deseo engrosaba su voz, no quería detenerse justo ahora, pero si eso indicaba que el momento podía alargarse un poco más, estaba dispuesto.

—Sí…

Se retiró de ella con renuencia y pateó sus pantalones antes de seguirla a la habitación. Ella se desnudó y se apretó contra él. Sus labios se encontraron y esta vez fue ella quién insertó su lengua. Él le pidió que se sentará sobre él. Quería ver los movimientos de su cuerpo curvilíneo.

—Hugo, ya sabes que prefiero estar debajo.

—Hoy no, Lisa… quiero ver tu encantador cuerpo.

Reticentemente se montó sobre él, mientras Hugo sostenía su miembro firmemente y ella abría su vulva para recibirlo.

—Ah, Lisa… Qué bueno... Qué rico…

Se inclinó hacia él y lo besó vigorosamente mientras empezaba a moverse. Él tomó sus nalgas, amasándolas con vehemencia. Su falo latía y absorbía los sonidos producidos por el golpeteo de sus cuerpos. Ella recorrió el pene de arriba abajo, el sonido de sus jugos se volvió más y más notorio, sus senos golpeaban contra Hugo. Él liberó los glúteos, empujó a Lisa para sentarse y poder estrechar sus senos. Ella se movía implacablemente sobre él. La cama rechinaba y le preocupó que pudiera romperse. Justo en ese momento ella estalló con una fuerza que empujó a Hugo hondamente contra el colchón.

Él la contempló mientras ella, con los ojos cerrados, se entregaba al éxtasis. Su cuerpo entero, con toda su voluptuosidad, danzaba bellamente ante sus ojos. Era como estar de vuelta en la caravana, jóvenes y recién enamorados. En ese momento, el significado total de su relación se volvió claro para Hugo.

—Ha sido realmente delicioso, Lisa… Qué bárbaro, aún podemos, ¿verdad?

Ella se rió tímidamente, pero a él no le importó. Había sido excelente, quizá porque no lo habían hecho en tanto tiempo.

 

Dieron un paseo por el vecindario después de cenar. Se tomaron de la mano, algo que no habían hecho en muchísimo tiempo. A lo mejor la casa nueva estaba teniendo un efecto en ellos. Saludaron a los vecinos y Hugo pensó en el joven del Audi. Al volver a casa le echó un vistazo a la de los vecinos, el esposo estaba de vuelta o por lo menos había un Volvo de modelo reciente en la cochera.

—Y bien, Lisa… es agradable, ¿no crees?

—¿Qué?

—El barrio y la casa, creo que tendremos una buena vida aquí.

—Sí, ¿por qué tendría que ser de otra manera, cariño?

Él la besó en la mejilla, se pasó a la sala de estar y encendió el televisor. Lisa preparó café y sacó pastel. Tenían el tiempo justo para ver las noticias antes de que ella se fuera a dormir.

—Lisa —dijo él al sentarse en su silla favorita.

—Dime.

—He estado pensando.

—¿En qué?

—¿Te gusta el sexo?

Ella lo miró sorprendida, casi ahogándose con el café.

—¿Por qué me preguntas eso, Hugo?

Se sintió un poco incómodo. ¿Acaso se aburría tanto en casa que le era necesario hostigar a Lisa con una pregunta así de vulgar?

—Es que pensaba que tal vez por eso te tomas la pastilla para dormir antes de irte a la cama. Digo, apenas tenemos tiempo.

Lisa parecía lastimada y definitivamente no era esa su intención. Se arrepintió de haber preguntado. Seguro que Lisa pensaba que estaba mal de la cabeza.

—Bueno… es que solamente…

Permanecieron en silencio hasta el momento en que ella se puso de pie para irse a dormir.

—No te has tomado la pastilla, Lisa.

—Pues no, si lo hago no podremos tener sexo.

Él la observó cuidadosamente. Ella ya no estaba molesta, aunque él tampoco sabía con certeza si era una invitación o no.

—¿Tienes ganas?

—Hmm, sí Hugo.

Apagó el televisor y la siguió a la alcoba. Se cepilló los dientes y orinó antes de dejarle el baño a Lisa.

—¡Qué demonios! —murmuró para sí mismo desvistiéndose. Se metió bajo el edredón con expectativas.

Ella estaba ya desnuda al entrar en la alcoba, lo cual no había sucedido desde que vivían en la Calle Harald, recién enamorados. Estaba oscuro, aunque vagamente vislumbró la silueta de Lisa con el resplandor de la farola. Bastó para ponerlo duro. Ella avanzó lenta y silenciosamente hacia él. Hugo pegó un salto al sentir la mano de Lisa en su pene. Normalmente Lisa no tomaba la iniciativa y habían pasado ya muchos años desde que lo había tocado así, sin rodeos.

—Lisa… ¿Está todo bien? ¿Estás molesta?

—No, ¿por qué debería estarlo, Hugo?

Ella echó el cobertor hacia un lado y se hincó junto a él, luego se inclinó y se metió el pene en la boca con un movimiento ligeramente torpe. Hugo retuvo su respiración, era demasiado bueno para ser verdad. Inhalaba pesadamente escuchando los relamidos de Lisa al interactuar con su miembro. Él la atrajo hacia él para besarla. Luego recostó a Lisa, poniendo su espalda contra el colchón, y Hugo le abrió las piernas. Ella gimió suavemente al sentir los dedos de Hugo en su clítoris, él cerró sus labios en torno a un pezón. Notó que estaba lo suficientemente mojada para recibirlo.

—Hagámoslo cariño.

Ella se montó sobre él, quiso ayudarle a meter el pene, aunque la erección había perdido un poco de su firmeza. Ella lo frotó con la mano hasta endurecerlo de nuevo. La respiración de Lisa se agitó cuando el pene se deslizó, Hugo tomó las manos de Lisa y las colocó en sus pechos.

—Tócate.

Ella cerró los ojos. No le resultaba fácil, era tímida y normalmente no hacía ese tipo de cosas, al menos no mientras la observaban. Ella sostuvo sus senos y se inclinó para que Hugo chupara sus pezones. Los senos golpearon contra su vientre cuando aumentó la velocidad. A juzgar por los sonidos emitidos por ella, el orgasmo estaba cerca. Presionando sus piernas contra el colchón, Hugo se empujó más profundamente dentro de Lisa. Su coño latía violentamente y durante algunos segundos ella perdió el control, revelando su lujuria sin tapujos. Se quitó de encima inmediatamente después de correrse.

—¿No te has venido?

—No, aún no… tócalo un poco… a lo mejor podrías metértelo en la boca.

—No después de que haya estado dentro de…

—Venga, Lisa, no seas beata, chúpalo un poco.

Hugo alcanzó a captar el disgusto que le produjo metérselo en la boca después de que hubiera estado enterrado en su vagina, pero se le pasó rápido y se entregó a mamarlo de la mejor manera posible.

—Es encantador, Lisa… continúa un poco. Ya casi me vengo.

Se lo metió aún más, chupando maravillosamente. Ella empezó a cansarse y él se preguntó por qué estaba tardando tanto esta vez, normalmente él… Hugo acarició las nalgas de Lisa viendo los movimientos de la boca en su pene, pero no tuvo efecto.

—Lisa… puedes dejarlo.

Se apoyó en un codo y puso a Lisa contra las sábanas, quería colocarse encima de ella. No podía darse por vencido. Ella abrió las piernas y ayudó a que Hugo se acomodara. Apenas unos segundos después, la respiración de Hugo se desgarraba por sus esfuerzos, ella apretó las piernas alrededor de Hugo y empujó hacia él. Hugo empezó a pujar vehementemente.

—Sí, Lisa… ah, sí… Dios, creo que va a suceder…

Tuvo éxito. Vio estrellas al vaciarse dentro de ella, era indescriptible, casi doloroso y aquello no tenía fin.

 

Cuando Lisa se quedó dormida, Hugo pensó en lo que había ido mal durante algún tiempo. Quizás era su edad, tal vez había engordado demasiado y no estaba en forma. Se levantó de la cama para ir por un vaso de leche a la cocina. El silencio reinaba en el barrio, todas las casas a oscuras excepto la del otro lado de la calle. La luz en la sala de estar y en uno de los dormitorios estaban encendidas, además había un auto desconocido en la entrada. Era un poco después de la media noche. A Hugo le resultó inevitable observar la casa, había algo raro, aunque quizá solo se aburría por pasar tanto tiempo en su hogar.

Se sentó en la mesa del comedor para ver lo que sucedía del otro lado. Justo cuando pensaba retirarse, un hombre salió por la entrada principal. Le calculó unos treinta y cinco años e, igual que el joven del Audi, el hombre se aplacó el cabello antes de tomar el volante. Iba a echar el auto en reversa, pero se detuvo al descubrir que otro auto se acercaba. El vehículo recién llegado se detuvo para dejar salir al otro. Tan pronto como un auto hubo desaparecido, otro ocupó su lugar. Esta vez era un Mercedes antiguo. Hugo se había puesto de pie escondiéndose detrás de la cortina. Un hombre mayor con un traje raído salió del auto. Al igual que el joven, el hombre se cercioró del número de casa antes de dirigirse a la puerta.

«¿Qué rayos sucede ahí?», masculló. La puerta se abrió, pero no pudo ver quién estaba del otro lado. Mejor irse a la cama, además a Lisa no le gustaría que se pasara el día siguiente durmiendo. Aun así, logró colgar un par de pinturas antes del mediodía, incluso dio con el reloj de la cocina, arrumbado durante varios años por falta de baterías.

Lisa parecía cambiada. Actuaba como una adolescente enamorada, lo acarició y lo besó varias veces. Él prefirió no comentar, no tenía intención de incomodarla, además era le resultaba encantador.

—¿Hugo, por qué no nos echamos una siesta juntos?

—Podríamos hacerlo —dijo, maravillado por cómo las cosas habían cambiado; ella siempre tomaba la siesta en la habitación y él en la sala de estar. Lisa, por iniciativa propia, le dio un beso con lengua cuando terminaron de cargar el lavavajillas.

—Anda, vayamos a recostarnos un poco en la habitación.

Él la siguió. Aunque cuando estaba a punto de acostarse sobre el cobertor con la ropa puesta, ella protestó.

—Quítate la ropa Hugo, es que, si no, me va a dar mucho calor.

Él dudó un poco, pero cuando ella empezó a desvestirse, hizo lo mismo.

—¿Estás tramando algo?

—¿De qué hablas? ¿Acaso ayer no te bastó?

—Bueno, sí…

Ella se quitó todo, incluso las bragas, y él siguió su ejemplo. Tan pronto como se acostaron, ella se deslizó bajo el cobertor de Hugo y, aunque no tomó directamente su pene, él no tuvo duda de que ella deseaba yacer con él.

—Te amo, Lisa —dijo suavemente, acariciándole el brazo, el cual reposaba en su abultado estómago.

—Hacía mucho que no me lo decías. Yo también te amo.

Lisa se acercó un poco más a él y aunque hizo como que intentaba dormir, Hugo tenía la certeza de que ella pensaba en algo más. Tenía una erección, aún no total, pero tampoco faltaba mucho, y cuando Lisa jugueteó con el vello de su pecho, intencionalmente rozó el glande de Hugo con su brazo.

—¿Tienes ganas? —preguntó él mientras su miembro se agrandaba más y más.

—Hmm, supongo que sí. ¿Tú?

—Bueno, si dijera que no, no me creerías.

La mano de Lisa se movió hacia abajo, más allá de su erección, para tomar los testículos. Él tembló, era agradable y funcionaba. Cuando las yemas de los dedos recorrieron la sensible piel, su pene rebotó contra la parte baja de su estómago. Ella retiró el cobertor y empezó a lamer los testículos, despacio pero sin titubeos se acercó al pene, que se volvía más y más impaciente. Ella sabía lo que hacía, la respiración de Hugo se tensó un poco y cuando los labios se cerraron en torno a su miembro, él levantó sus caderas hacia el rostro de Lisa. Después de unos minutos, ya no podía seguir esperando. Quería sentir a Lisa, darle lo que aparentemente ella anhelaba.

Él la recostó sobre su espalda y con las manos abrió sus pequeñas piernas rollizas empujando su falo contra la vulva; Lisa abrió sus labios para ayudarlo a entrar. Se besaron de una manera nueva y exigente. Él arremetió y ambos gimieron con fuerza. Hugo se apoyó en sus brazos para levantarse y moverse con más libertad, se esmeró en poseerla con tanto brío que ella chilló bajo su peso.

—Hugo, sí… Oh, se siente tan bien…

Él jaló la cabellera de Lisa para besarla con avidez. Era maravilloso, no tenía idea de la última vez en que se habían amado así.

—Adoro tu coñito, Lisa…

—Oh, Hugo, sí, sí… dámelo todo…

Logró levantarse un poco más al estirar sus brazos. Deseaba ver esos senos turgentes con pezones atizados y duros golpeando contra el vientre de Lisa, mientras él embestía sus adentros. Él advirtió que ella estaba realmente caliente. Lisa metió las manos entre los cuerpos para abrirse los labios aún más y facilitar la fricción de las estocadas en su clítoris. La sensación la puso aún más cachonda, su coño se tensó y sus gemidos alcanzaron nuevos niveles.

—¿Te corres, cariño? —susurró él.

—Sí, sí, Hugo, me corro.

Empujó su pene profundamente para unirse al clímax de Lisa con un largo rugido. Se quedaron dormidos y se despertaron ya casi a última hora de la tarde.

 

Lisa trabajaba el lunes, como de costumbre. Habían pasado un fin de semana fabuloso, haciendo el amor muchas más veces de las que lo habían hecho en varios años. Hugo ordenó la cocina después del desayuno. Estaba enjuagando su plato y su taza en el fregadero cuando los vio.

—¡Qué demonios! —exclamó, quedándose congelado al ver a dos hombres y una mujer en el jardín de la casa de enfrente.

No conocía bien a los vecinos y no podía estar seguro de si la mujer que se apoyaba en una pila de baldosas mientras un joven se la follaba a fondo era de hecho la vecina, aunque lo supuso. El otro hombre observaba masturbándose, aunque momentos después presionó su verga contra los labios de la mujer. El primer pensamiento de Hugo fue el de rescatar a esa pobre, aunque en realidad parecía que estaba gozando. Hugo se llevó una mano al pene, estaba duro, pensó en Lisa y en el encantador fin de semana que acababan de compartir.

—¿Qué rayos hacen? —murmuró mientras contemplaba la escena en el jardín. A lo mejor Lisa tenía razón cuando dijo que la vecina vendía su cuerpo.

Podía verlos porque la escena transcurría detrás de los arbustos menos tupidos, en la parte trasera del jardín. Las partes inferiores del hombre y de la mujer estaban ocultas detrás de las baldosas. Súbitamente apareció un tercer hombre filmando con una gran cámara.

—Joder, están grabando una porno —susurró.

No podía ver tanto como hubiera deseado, por un segundo tuvo la ocurrencia de salir, aunque se detuvo. La mujer rondaba los treinta y cinco, a lo mejor un poco más joven, pues no era fácil calcular desde la ventana; sus senos seguían firmes y parecía bonita, según lo que Hugo alcanzaba a ver. Todo terminó abruptamente, el camarógrafo les entregó unas batas y entonces desaparecieron por la puerta de la terraza. Había tres autos en la entrada, uno era el Audi del otro día. Maldición, no podía esperar para contárselo a Lisa: era realmente desorbitante.

Sus calzoncillos se sentían ligeramente húmedos, estuvo a punto de correrse en varias ocasiones. A lo mejor la intimidad vivida durante el fin de semana le hizo producir más semen de lo usual. Momentos después estaba sentado en el retrete masturbándose vigorosamente, alternando imágenes de la vecina con los dos hombres y las de Lisa y su sexualidad redescubierta.

Esa misma tarde, Lisa acarició tiernamente la cabellera de Hugo mientras tomaban café. Él lucía bien. Esos últimos días y noches habían sido tan apasionados como cuando estaban recién enamorados, ella se sentía afortunada de tenerlo a su lado. Hugo agitó el café, sería bueno dejar de tomar azúcar, Lisa no tomaba desde hacía años en el café.

—Hugo, podríamos podríamos irnos de vacaciones a Málaga.

—A Málaga, ¿qué rayos quieres hacer ahí? Ni siquiera sé dónde queda.

Ella se rió.

—Málaga está en el sur de España.

—Hmm… ¿A un hotel?”

—Sí claro, ¿tienes algún inconveniente?

—No, no. Solo me sorprendió un poco, normalmente no salimos a ningún lugar.

—Encontré un hotel encantador, solo tiene nueve habitaciones. Está en la parte antigua de la ciudad, creo que fue un palacio hace años.

Parecía factible, nueve habitaciones, es decir, no era un hotel familiar y eso le gustó a Hugo, ya que no le interesaba entretenerse con críos ajenos. En especial durante las vacaciones.

—¿Qué haríamos en Málaga?

—Disfrutar, Hugo, relajarnos, nadar y… hacer el amor.

Vaya, Lisa le había encontrado el gusto. Él le sonrió pícaramente. Ella lucía linda con su cabello ni largo ni corto y sus mejillas rellenitas. Sus ojos resplandecieron al mirar a Hugo como si ya estuvieran en camino hacia ese viaje.

—Hmm… podría estar bien, mi amor.

Esa noche tampoco se tomó la pastilla, y al meterse en la cama hicieron el amor tan intensamente como las dos noches anteriores.

 

El avión aterrizó en Málaga a las once y cuarto de la noche. Habían alquilado un auto, Hugo había insistido en hacer las cosas por su cuenta durante las vacaciones, sin guías ni agencias de viaje. A Hugo se le daba bien conducir y orientarse, por lo que no tardaron en llegar. Les tomó apenas un poco menos de una hora. Al registrarse en el hotel, Lisa estaba de un ánimo excelente. Se había cortado y teñido el cabello. Lucía más joven, Hugo sospechaba que también había perdido peso. Después de recibir la llave de una habitación en la primera planta, subieron las escaleras para dejar el equipaje.

En cuanto cerraron la puerta tras ellos, Lisa puso sus brazos alrededor de Hugo y se lamió los labios antes de besarlo.

—Te amo, Hugo… gracias por hacer este viaje conmigo.

—Lisa… —correspondió el beso y se sintió el hombre más feliz del planeta—. Estás preciosa —le susurró entre besos.

Hugo captó que Lisa deseaba más que un par de besos y le echó una mirada a la amplia cama con base metálica. El cuarto era agradable y fresco, las antiguas paredes de argamasa lavada creaban un efecto tranquilizador. Era un lugar encantador y Hugo tuvo la certeza de que el viaje sería maravilloso. Besándola, Hugo le bajó el cierre del vestido, que cayó al suelo. Estaban excitados. Hugo ya no se preguntaba por el origen de esa pasión renovada en Lisa, ahora abiertamente saboreaba revivir el amor de su juventud. Sus manos exploraron de arriba abajo las formas del cuerpo de Lisa, estrechó su cuerpo contra el de ella, amasando sus glúteos a fondo.

—Sería mejor quitarme esto —se abrió los pantalones y se los bajó hasta los muslos, calzoncillos incluidos.

—Lisa… acércate —dijo sacándose los pantalones y caminando hacia el borde de la cama para sentarse.

Lisa se puso de pie entre las piernas de Hugo. La tocó en los sitios más íntimos, lamiendo y besando su vientre. Ella despedía un dolor dulce, el pene de Hugo se endureció apuntando hacia Lisa.

—Esto me está poniendo caliente, mi amor.

Ella acarició la cabellera de Hugo y le ayudó a sacarse la camisa. Él metió dos dedos en el coño ya húmedo de Lisa y ella resopló.

—A mí también, Hugo —murmuró.

A estas alturas ambos estaban desnudos, él se acostó en la cama y le pidió que se pusiera sobre él.

—Oh, Hugo… se siente tan bien.

Se deslizó sobre él lentamente y Hugo casi se sintió mareado de excitación al mirar a Lisa. Ella jugaba con sus senos, los estrujaba, luego los acariciaba con suavidad; se mordió los pezones hasta endurecerlos. Sus senos eran suficientemente grandes y ella podía alcanzarlos con la punta de la lengua, era la primera vez que lo intentaba. Hugo gruñía roncamente al observarla. Ella empezó a montarlo, primero lento, aunque fue incrementando la velocidad. Cuando Hugo le metió un dedo en el ano, Lisa se movió mucho más rápido de lo que hubiera imaginado posible. La cama metálica rechinaba, él sintió su verga punzar vigorosamente cuando ella anunció, casi con un grito, que se corría.

Fue increíble. Él no recordaba que ella fuera así de eróticamente atractiva, ni siquiera cuando era más joven, con un cuerpo más firme, cuando los senos estaban en su lugar y su coño siempre afeitado. Esto era mucho mejor, él amaba a esta mujer y se sentía fascinado ahora que su vida sexual resurgía después de varios años de estancamiento.

 

Pasaron los días en la costa del sur de España, dieron caminatas y paseos en el auto, charlaron, comieron, se amaron y durmieron. Durante la última velada, estuvieron en la terraza situada en el techo del antiguo palacio. Bebieron, soltando risillas como adolescentes, se besaron y se acariciaron hasta que les dieron las dos de la mañana. Afortunadamente, el vuelo de regreso a Dinamarca salía por la noche el día siguiente, así que contaban con bastante tiempo. Lisa estaba tirada en un camastro con una pierna cruzada sobre la otra, lucía dulce y atractiva. Había logrado un buen bronceado y con su nuevo y atrevido corte estilo pixie se veía joven y encantadora. Hugo se estiró hacia ella y rozó sus bragas con un dedo, justo donde cubrían el clítoris.

—Hugo —dijo suspirando.

Echó las bragas a un lado para masajearla y con los ojos encendidos de deseo intentó meter un dedo.

—Aquí no, Hugo, alguien podría vernos.

—Nadie nos va a ver, cariño, todos están durmiendo. Ven aquí.

Él la atrajo hacia el borde del camastro, Hugo seguía en su silla. Lisa puso sus brazos alrededor de él para levantarse, apenas lo suficiente para que él deslizara dos dedos en su coño. Encendida, se meneó sobre la mano mientras besaba el cuello y el pecho de Hugo. Era infinitamente hermoso, con la bóveda estelar sobre sus cabezas y nada más, excepto ellos dos.

—¿Te gusta, mi amor?

—Sí, mucho, haz que me corra, Hugo.

Incrementó el movimiento de sus dedos dentro de ella. Momentos después ella se agitaba ávidamente sobre la mano. El orgasmo sacudió su encantador cuerpo por completo. Hugo miraba excitado, no entendía a los hombres que perseguían mujeres cada vez más jóvenes y bonitas. Él podía ser él mismo con Lisa, no necesitaba fingir, cumplir expectativas, ni meter su estómago al hacer el amor. Tampoco temía que ella fuera a escaparse con un mejor candidato.

—¿Y tú, cariño? ¿No quieres que me haga cargo de ti?

Ella puso su mano contra el bulto guardado en los pantalones cortos. Su verga estaba tiesa y grande detrás de la tela.

—Hazlo con tu boca, mi amor.

A ella ya se le había olvidado el riesgo de que alguien pudiera sorprenderlos, abrió los shorts de su esposo para liberar su miembro angustiado. Hincándose frente a él empezó a mamar. Hugo respiraba lentamente, excitado jugaba con el cabello de Lisa, luego tomó su rostro con ambas manos y lo empujó aún más contra su pene. Era maravilloso, ella chupaba estelarmente y no tardó mucho en obtener permiso para vaciarse en su boca. Lisa se lo tragó todo, lamiendo un poco más para darle a Hugo el toque final. Fue obsceno y conmovedor a la vez.

Señora Alicia Tavares

La oficina de Kenneth estaba en la Vía Augusta, una de las calles más congestionadas de Barcelona. El aire acondicionado funcionaba al máximo; era verano y el termómetro marcaba treinta y un grados. Se había sacado la chaqueta, y aunque dentro se estaba más fresco que fuera, se encontraba mejor sin ella. No tenía más reuniones durante el resto del día, así que no tenia que mantener un aspecto formal para revisar unos contratos que asegurarían nuevos clientes para su compañía durante el siguiente par de semanas. La start-up había sido un éxito, consiguió más clientes en los primeros seis meses de los que nunca hubiera esperado conseguir en el doble de tiempo. Aparentemente, había una gran demanda para soporte tecnológico en el área, y en parte, había sido una lucha, ya que las cosas no funcionaban exactamente como en casa. De hecho, estaba muy lejos de allí.

Aparte de él, en la oficina solo trabajaba su secretaria, la señora Tavares. Era una española madura con un cierto carácter tranquilo, pero era confiable; ni siquiera se había tomado un solo día libre por enfermedad desde que la había contratado y se llevaban bien. Su marido había muerto y no tenía hijos. Acababa de cumplir cincuenta, justo antes de que la contratara y, aparte de eso, no sabía mucho más de ella.

Él tenía treinta y ocho, y la aventura en Barcelona era un antiguo sueño que había decidido vivir después de su divorcio.

—¿Puedo retirarme, señor Hansen?

Levantó la mirada del escritorio; ni siquiera la había escuchado entrar, pero estaba seguro de que había golpeado. Ella era así, respetaba a su jefe, incluso más de lo que él pedía.

—Señora Tavares... Sí, sí claro, ¿podría darme los contratos para la firma antes? Eso es todo por hoy.

La señora Tavares se agachó para recoger un bolígrafo del suelo y su falda subió hasta dejar al desnudo sus muslos. Era algo rellenita y la falda se ajustaba sobre su trasero redondo. Kenneth no había estado con muchas mujeres desde que había llegado a Barcelona, no había tenido mucho tiempo para ese tipo de cosas. No sabía si era por eso, porque estaba estresado o porque el día era tan caluroso, pero sintió su pene moverse al ver sus muslos. Sin considerar cómo le sentaría a ella, le preguntó si quería tomar un trago para evitar la hora punta del metro.

—Bueno, es viernes, y me imagino que nadie la espera en casa.

Ella le miró y aceptó agradecida; no sabía muy bien lo que él estaba pensando. Se puso de pie asegurándose de que no le viera el bulto en sus pantalones, que por suerte eran holgados. Le pidió que la acompañara al sillón para que no se tuvieran que sentar de cara al sol.

—Por cierto, ¿cuál es tu nombre de pila?

—Alicia —respondió y bajó la mirada.

Obviamente era tímida, y en España no era muy común que los empleados se relacionaran con los jefes, pero él la veía como su igual. No le hubiera ido tan bien si no hubiera sido por ella.

—Alicia, es un hermoso nombre, te va perfecto. ¿Está bien si te llamo Alicia y te tuteo? Y, por supuesto, tú puedes llamarme Kenneth —dijo mientras le servía otra copa.

—No, no... señor Han..., Kenneth, no estoy acostumbrada a beber este tipo de cosas, así que mejor ya no bebo más.

Él se rio ante su dulzura. Parecía tan pura e inocente que no podía imaginarla disfrutando del alcohol de manera regular.

—Vas a estar bien, Alicia... Te puedo llevar a casa si tomas un poco de más.

Ella sintió el efecto después del tercer vaso y él notó que ya no estaba preocupada por su apariencia. Estaba desinhibida y se abrió un par botones de su atractiva camisa blanca.

Hablaron de temas sin importancia, más que nada de trabajo y de las reuniones de la semana siguiente, pero él también le preguntó sobre su vida privada.

—¿Tienes algún amigo, Alicia? Me refiero, hace tiempo que perdiste a tu marido, ¿verdad?

—Sí, hace quince años, pero no, nunca conocí a nadie desde... no realmente...

—¿No lo extrañas? O sea, sabes a lo que me refiero. No es natural, debes... —se interrumpió, no estaba seguro de si podía decirle algo así. Ella se sintió abochornada y bajó la mirada mientras respondía que era mejor que fuera a la estación de metro.

—No, no... Yo te llevo, Alicia.

Se tambaleó un poco mientras él le llenaba el vaso que sostenía en la mano.

—Kenneth, no es bueno para mí, ya estoy mareada —rio.

La miró; tenía los pechos más enormes que jamás había visto e intentó imaginársela haciendo un estriptis. La idea lo excitó, la deseaba, quería darle cosas que ella nunca había imaginado. Le tocó el hombro mientras chocaban las copas, y le soltó el cabello recogido diciéndole que quería vérselo suelto. Se lo teñía, como tantas mujeres españolas, color negro azabache y caía en cascada sobre sus hombros hasta casi llegar a la cintura.

Se veía mucho más joven así y nuevamente sintió su pene moverse en el bóxer.

—Será mejor que vayamos yendo —dijo Alicia sin mirarle.

 

Bajaron al estacionamiento y él la tomó del brazo porque parecía dar pasos inestables al bajar del ascensor. Vivía en las afueras de la ciudad, cerca del mar, y charlaron sobre el área y las playas mientras conducían. Él la miró varias veces; aún llevaba el cabello suelto y se dio cuenta de que todavía estaba un poco mareada. Estaba relajada y se reía fuerte cada vez que él decía algo gracioso.

Cuando estacionaron en la entrada de la casa, la ayudó a salir del coche, y cuando ella se agachó en el asiento para alcanzar su carpeta y su maletín del asiento trasero, su falda se subió hasta dejar al descubierto la línea de las braguitas.

—Vamos, te acompaño hasta la puerta —dijo colocando un brazo inocente alrededor de su hombro y caminaron hacia la casa.

Era hermoso, sin vecinos, sin ruido, tan solo una suave brisa de la playa que balanceaba las palmeras y emitía un sonido susurrante.

—¿Quieres un trago antes de irte, Kenneth?

Él la miró y antes de que se diera cuenta ya la había tomado de sus anchas caderas y presionaba sus labios contra los de ella.

—No, gracias... Te quiero a ti, Alicia.

Colocó los brazos alrededor de su cuello y separó sus labios con la lengua mientras que la sostenía con firmeza pegada a él. Percibía que estaba a punto de entregarse. Sintió como ella presionaba su cadera contra él y se le aceleraba la respiración. Kenneth abrió su falda y la dejó caer al suelo con su lengua aún enterrada entre sus labios.

Abrió los botones de su camisa y los broches de su sostén; sus enormes pechos quedaron desnudos, balanceándose un poco al perder el soporte del sostén. Eran deliciosos. La abrazó fuerte antes de inclinarse y tomar cada pezón con sus labios. Ella colocó sus brazos alrededor de su cuello y le acarició suavemente la nuca.

Lo guio hacia una habitación junto al comedor y él la observaba mientras caminaba. Su trasero se balanceaba seductoramente mientras avanzaba y sus enormes pechos bailaban alegres cada vez que se movía. Tenía una gran cama con dosel de madera oscura con cortinas blancas. La habitación era limpia, arreglada y muy placentera. Él la empujó suavemente al borde de la cama y se abrió los pantalones.

Ella lo miró brevemente antes de bajarle los pantalones con manos temblorosas y lograr ver su gran bulto dentro de la ropa interior. La ayudó a sacarse el bóxer y ella se quedó sin aliento cuando vio lo grande que era. Kenneth tomó la mano de Alicia llevándola hacia su miembro y cuando finalmente cerró la mano alrededor de él, gimió con fuerza y comenzó a moverse hacia adelante y hacia atrás entre sus dedos. Ella respiraba de manera acelerada, aferrándose con ambas manos y masajeándole.

—¿Te gustaría chuparme, cariño?

Él la tomó de la nuca y guio su rostro hacia su pene mientras esperaba excitado qué iba a hacer ella.

—Inténtalo —susurró.

Ella abrió la boca y sacó la lengua. Poco después dibujaba círculos alrededor del glande frenéticamente mientras él gemía y sostenía el cabello apretado en sus puños. Alicia lo chupaba apasionadamente mientras él acariciaba sus enormes y pesados pechos.

Al cabo de un tiempo Kenneth se salió de su boca, ya que no quería venirse antes de haber podido sentir su vulva alrededor del pene. Le pidió que se recostara en el centro de la cama, se sentó entre sus gruesos muslos y los separó tanto como pudo. Tenía mucho vello y él deslizó un dedo explorador entre los labios vaginales hasta encontrar el clítoris. Cuando comenzó a frotarlo, Alicia comenzó a jadear, cerró los ojos y se entregó al placer.

Kenneth deslizó dos dedos dentro de ella; estaba mojada, y pronto metió un tercer dedo sin que ella protestara. La folló con los dedos hasta que se retorcía y gemía sobre las sábanas. Le pidió que jugara con sus pechos mientras él miraba. Estaba empujando más allá de sus límites, lo sabía, estaba seguro de que ella nunca había hecho algo como eso antes, y se deleitó con la imagen de su gran cuerpo balanceándose frente a él cada vez que alcanzaba sus puntos más sensibles. Quería estar dentro de ella, quería sentir su cálida vagina... y quería escuchar su excitación al sentir su pene dentro de ella.

Se recostó sobre la espalda y la ayudó a ponerse de rodillas para poder montarlo.

—Kenneth... tengo miedo, ha pasado tanto tiempo, y tú eres mucho más grande que mi marido.

Él le regaló una sonrisa tranquilizadora y dijo que ella lo controlaría todo y que podían tomárselo con calma. Colocó el pene junto a su abertura, y lentamente bajó sobre él mientras gemía intensamente. La estudió de cerca; la vista de su cuerpo lo excitaba tanto que realmente tuvo que contenerse para no lanzarla sobre la sábana y follarla violentamente.

—¿Te gusta, cariño? ¿Estás bien?

Ella cerró los ojos y se inclinó mientras se sostenía de las piernas de Kenneth.

—Sí, sí... Kenneth, eres muy bueno... eres tan bueno... puedes seguir.

Comenzó a moverse lentamente debajo de ella. Era pesada, así que había límites para lo salvaje que podía ponerse. Estaba mojada y se frotaba contra él mientras gemía sin inhibiciones, muy fuerte. Sus grandes pechos se movían violentamente. Él los tomó y mordió duro sus pezones.

Ella lo montaba salvajemente y él podía sentir que se vendría muy pronto si ella continuaba haciéndolo así. Todo su gran y maravilloso cuerpo se sacudía y estaba seguro de que ella también estaba por venirse. Casi gruñía mientras lo montaba con tanta intensidad que él no podía hacer nada más que dejarla hacer, aunque eso significara que pronto acabaría dentro de ella. La cama crujió debajo de ellos y ella gritó su nombre una y otra vez mientras el orgasmo tensaba su vulva.

—Alicia... Alicia...

Se vació dentro de ella mientras ella gemía con las últimas contracciones antes de colapsar sobre él y sentir sus manos sobre sus nalgas.

 

A Kenneth le pareció que de pronto se cohibió y miró a otro lado. El efecto del alcohol debería haber desaparecido con el orgasmo. Estaba desnuda, había revelado sus más profundos deseos, y él la había visto correrse... Su pene, de hecho, seguía adentro de ella... Quizás toda la situación le pareció embarazosa, no solo porque fuera su jefe, sino también porque era mucho más joven que ella.

—Oye, Alicia... ¿sucede algo?

Le giró la cara y le pidió que lo mirara. Ella luchó para hacerlo. Sí, definitivamente estaba avergonzada. Debería estar pensando que era extraño que nunca antes la había visto de esa manera, quizá pensaba que nunca sería capaz de volver a la oficina... nunca.

—No deberíamos haber hecho esto, señor Hansen... Estuvo mal dejarme llevar. —Él le corrió el cabello del rostro y la empujó con suavidad sobre su espalda antes de abrazarla con las piernas y colocar sus manos sobre sus pechos.

—¿Por qué no deberíamos haberlo hecho, señora Tavares? Fue increíble, ¿no crees?

—Sí, pero... yo no soy el tipo de mujer que tú buscas.

—Alicia... eres maravillosa, al menos yo lo disfruté y creo que tú también.

Kenneth estaba nuevamente en su máximo esplendor explorando su cuerpo, y ella no tardó mucho en reaccionar a sus manos que jugaban entusiasmadas entre sus piernas.

Kenneth le mordió los pezones hasta que gimió fuerte, y le pidió que se pusiera de lado para poder ver su hermoso trasero mientras la penetraba. Esta vez, embistió con fuerza y pronto le abofeteaba las nalgas para verlas vibrar. Era una vista maravillosa y como ella no protestó, lo repitió mientras ella gemía y se retorcía frente a él.

—Nunca lo hiciste por atrás, ¿verdad?

Estaba excitada, jugaba con sus pechos a sus anchas mientras continuaba golpeando dentro de su vulva.

—No...

—¿Tienes vaselina o algo parecido?

Tenía algo en el cajón que usaba cuando su piel estaba seca. La sacó sabiendo claramente lo que iban a hacer, y excitada por ello. Él seguía en su interior cuando le entregó el pote. Lentamente y con mucha consideración, Kenneth comenzó a frotar su ano con el ungüento, asegurándole que la cuidaría y que tendría cuidado al penetrarla.

Después de embadurnarlos a ambos, empujó su pene contra el apretado agujero. Ella gimió violentamente cuando se deslizó hacia adentro.

—Relájate, cariño... Voy a esperar hasta que estés lista... Es increíble estar dentro de ti.

Se quedó quieto, le besó los hombros y brazos mientras le susurraba cosas dulces hasta que sintió que ella comenzaba a relajarse.

—¿Está bien?

Ella se estiró hacia él, colocó sus manos alrededor de su cuello y comenzó a moverse contra él.

—Sí, adelante... Ahora puedes moverte.

No podía ver su propio pene entre las nalgas, pero podía sentir como se tensaba alrededor de él, y sus gemidos se hicieron más profundos e intensos cuando finalmente comenzó a empujar dentro de ella. Empujaba con fuerza entre sus nalgas y veía su pene desaparecer dentro de ella mientras que la oía sollozar y gemir.

Fue increíble; nunca iba a olvidar esa noche, pensaría en ella cada vez que estuviera con una mujer y definitivamente pensaría en ella al masturbarse.

—Alicia... tócate, juega con tu clítoris...

Él guio su mano a la zona de debajo del estómago y la ayudó a presionar sus dedos contra su vulva. Le mostró cómo hacerlo y la escuchó gemir cuando empujaba sus propios dedos adentro de ella.

—¿Te gusta?

—Sí, es increíble... es todo tan loco...

Kenneth empujó los dedos de ella bien adentro de la vulva mojada mientras ella gemía fuerte y él empujaba y golpeaba con su pene entre sus nalgas.

—Kenneth... Kenneth, está pasando algo... Creo que tengo que orinar... oh, no... no... es increíble... oooh, oooh...

Kenneth no daba crédito a sus ojos; no tenía ganas de orinar, estaba teniendo un orgasmo de fuente sobre un lado de la cama. Todo su cuerpo se contraía en espasmos y se sacudía violentamente mientras él también explotaba dentro de su trasero.

Lo tomó tan desprevenido que se olvidó por completo de salirse, así que se vació dentro de ella en disparos largos y eternos mientras que ella gemía y aullaba incontrolablemente como un animal.

 

Cuando volvió al trabajo pasado del fin de semana, estaba excitado. Tenía la esperanza de que ella también volviese, aunque entendía que la había puesto en una situación difícil. Había sido una experiencia tan hermosa como diferente, pero era así. No había planeado tener una relación y seguro que ella tampoco. Definitivamente no era el tipo de mujer que tenía ese tipo de cosas en mente, y había sido él quién la había emborrachado y se había aprovechado de la situación. Sabía eso y, si llegaba a ir, se disculparía.

Cuando a las diez de la mañana aún no había llegado, se dio cuenta de que seguramente no tendría oportunidad para disculparse. Era una catástrofe ya que no podría salir adelante sin ella. Al menos necesitaba que se quedara hasta que consiguiera a alguien. Llamó a su casa varias veces y empezó a sentirse honestamente preocupado por ella, así que decidió ir hasta allí.

Ella no abrió, por lo menos no de inmediato. Tuvo que recorrer la casa por fuera antes de que saliera de su escondite y abriera la puerta.

—¿Qué pasa, Alicia? ¿Por qué no viniste a la oficina?

Corrió un mechón de cabello de su rostro con ternura y se dio cuenta de que había estado llorando. Llevaba puesta una bata de baño blanca que quedaba perfecta con su tonalidad oscura y su cabello negro azabache. Incluso se podría decir que parecía muy atractiva a pesar de su peso y edad.

—No puedo, quisiera renunciar, señor Hansen.

Él rio; era tan adorable que le endulzaba el corazón. Colocó sus brazos alrededor de ella y la acercó.

—¿De verdad fue una experiencia tan aterradora, Alicia? ¿Fue tan malo?

Lloraba parada con la cabeza contra su pecho mientras él le acariciaba el largo cabello.

—No, no... es que es tan bochornoso. Se suponía que no debías conocer ese lado de mí. No estoy orgullosa de mi cuerpo y no quiero que pienses en mí de ese modo cada vez que me veas.

Kenneth sintió lástima por ella. Podía ver de donde venían sus inseguridades, pero él no era así; pensaría en ello de vez en cuando, era inevitable, pero quedaría entre ellos, sin importar lo que pasara.

—No sé qué te dices a ti misma, pero no soy un mal tipo, y para mí fue increíble, fue igual de maravilloso contigo que con otras mujeres antes que tú... incluso mejor.

La miró y sus labios se encontraron con los de ella incluso sin pensarlo. Se sentía natural, y cuando él separó sus labios, ella dejó de dudar.

—Quizá sería un poco más fácil si lo hiciéramos de nuevo, Alicia... ¿Te puedo convencer de eso?

No dijo nada, ni siquiera cuando le tomó la mano y caminaron hacia el dormitorio. Había cambiado las sábanas, todo estaba limpio después de la última noche y la cama estaba muy bien hecha.

Él la sostuvo muy cerca y la besó con pasión dejando caer su bata. Debajo estaba desnuda y al ver el cuerpo voluptuoso, se excitó de nuevo. Debía tenerla, quería sentirla de nuevo, la quería ver acabar... Pronto sintió las manos de Alicia ayudándole con la ropa antes de recostarse juntos sobre la enorme cama.

—Estoy un poco dolorida... sé cuidadoso —susurró.

Él le acarició las nalgas redondas suavemente mientras presionaba el pene contra su estómago.

—Prometo ser cuidadoso —dijo entre besos.

Ella cerró la mano alrededor de su pene y lo masajeó delicadamente al tiempo que él tomaba sus pechos y los apretaba. Chupó sus pezones con ganas y ella gimió suavemente mientras acariciaba sus bolas.

—Eres un hombre tan hermoso, Kenneth...

—Gracias, Alicia —susurró y se colocó entre sus piernas. Ella las separó y esta vez le miró directo a los ojos mientras que él le frotaba el clítoris—. ¿Puedo lamerte? —preguntó y ella asintió sonriendo. Se recostó de inmediato entre sus muslos y separó sus labios vaginales. Nunca había chupado a una mujer con vello púbico, pero el hecho de que fuera diferente solo lo excitaba más. Alicia no tardó mucho en comenzar a gemir de placer y retorcerse contra su rostro. Sabía a mujer y cuando introdujo sus dedos dentro de ella, sintió lo mojada que estaba.

—Me deseas, corazón...

Ella colocó una almohada extra bajo su cabeza para poder ver lo que él hacía. Kenneth la vio sobarse los grandes pechos y escuchó cuánto disfrutaba lo que su lengua y labios le hacían a su vulva. La folló con los dedos mientras la lamía y su pene ya empujaba cuando la miró.

—Ponte de cuatro patas, cariño.

La ayudó a ponerse cómoda y colocó una almohada debajo de su estómago antes de acariciarle las nalgas y los muslos. Tomó su pene y la penetró lentamente mientras ella gemía suave. Gruñó fuerte cuando él empujó hasta adentro sosteniéndose firmemente de sus caderas. Se movía rápido, y los pechos de Alicia golpeaban contra el colchón. Le separó las nalgas para poder ver su agujero, escupiéndole una vez y masajeándola antes de deslizar un dedo por su ano.

—Kenneth... Estoy lastimada allí, hoy no puede ser...

Él le prometió que era solo un dedo y ella se volvió a relajar, moviéndose con entusiasmo hacia adelante y hacia atrás contra él. Todo su cuerpo oscilaba cuando le ganó la avidez, y él se excitó increíblemente por el movimiento. Abofeteó sus nalgas suavemente y sintió la excitación crecer aún más. Quería probarlo todo con ella, pero sabía que tenía que ser cuidadoso así que, a menos que lo pidiera, hoy tenía que llevarlo con calma.

Se salió de ella y mientras sostenía su pene, moviéndolo arriba y abajo de su abertura empapada sin penetrarla.

—¿Quieres sentarte arriba, querida?

Kenneth se recostó sobre su espalda y ella se dobló con entusiasmo sobre él, tomándole el pene con la boca. Se sorprendió de que ella tomara la iniciativa, pero fue maravilloso y él se dedicó a su pechos, que se balanceaban pesadamente contra la sábana. Su gran trasero temblaba levemente mientras ella se apretaba por la excitación y él lo miraba con admiración mientras ella lo chupaba con entusiasmo.

—Voy a venirme si sigues... Vamos, siéntate sobre él.

Alicia se acomodó y esta vez le miró a los ojos mientras deslizaba su vagina sobre su erección. Kenneth se inclinó hacia adelante para poder chuparle los pezones. Los mordió uno a la vez, los chupó duró y los frotó uno con otro antes de volver a mordisquearlos.

Alicia lo montaba frenéticamente y la cama sonaba como si estuviera por deshacerse. Ella estaba a punto de venirse; él se dio cuenta por la forma en que su cuerpo se convulsionaba y por los gemidos profundos. No pudo contener la eyaculación y, con un gran gruñido, liberó toda la descarga dentro de ella.

Alicia se levantó un poco, sin salirse, tan solo lo justo para poder masajearse el clítoris mientras una cascada de fluido salía disparada de su vulva. Era una locura, disparaba una y otra vez mientras que su cuerpo regordete se sacudía y temblaba. Nunca había visto nada igual y le causó una profunda impresión.

 

Se las ingenió para convencerla de volver a la oficina, la reconfortó con el hecho de que nadie, excepto ellos dos, sabía su pequeño secreto. Las dos primeras semanas fueron increíblemente bien; ella trabajaba al frente de la oficina, él la seguía viendo como la maravillosa empleada que era y evitaba invitarla a tragos al final del día. Pero el día antes de las vacaciones de verano consiguieron un contrato gigante con una gran compañía internacional que tenía su sede en Barcelona. Se celebró con una recepción en la que ella naturalmente participó, y después de que los últimos invitados se fueran, le ayudó a llevar las cosas al coche.

—Debes estar cansada, Alicia. —La miró casi con pena.