Pasiones y traición - Maya Banks - E-Book

Pasiones y traición E-Book

Maya Banks

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Beschreibung

¿Por qué ella no había cobrado el cheque que le había dado? A pesar de la traición que había sufrido por parte de su prometida, el constructor Ryan Beardsley se encargó de ayudar económicamente a Kelly Christian cuando la echó de su lado. Por eso se quedó perplejo al encontrarla trabajando en un sucio restaurante de Houston. Kelly parecía desesperada y estaba embarazada. Aunque no podía saber si el bebé era suyo o de su hermano, Ryan tenía que convencerla para que regresara a Nueva York con él inmediatamente. Lo quería hacer por el bien del pequeño. Y también porque, a pesar de todo, Kelly le resultaba cada vez más irresistible…

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Seitenzahl: 174

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Maya Banks. Todos los derechos reservados.

PASIONES Y TRAICIÓN, N.º 1846 - abril 2012

Título original: Wanted by Her Lost Love

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0033-5

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

–Al ver esto, no es difícil creer en la institución del matrimonio, ¿verdad? –comentó Ryan Beardsley.

Estaba observando cómo bailaba su amigo, Rafael de Luca, con su flamante esposa, Bryony.

El banquete se estaba celebrando en un edificio municipal de isla Moon. No era el lugar más apropiado para una fiesta de ese tipo y nunca se habría imaginado que su amigo acabara celebrando allí su boda. Pero se dio cuenta de que era normal que Rafael y Bryony quisieran casarse en esa isla que tanta importancia había tenido en su relación.

La novia estaba bellísima y su incipiente barriguita la hacía brillar aún más. En medio de la pista, Bryony bailaba abrazada a su marido. Solo tenían ojos para ellos dos. No parecían conscientes de todas las personas que los observaban. Y su amigo Rafael sonreía como si fuera el hombre más feliz del mundo.

–Parecen muy felices, casi demasiado –comentó Devon Carter a su lado.

Ryan se echó a reír al oírlo. Miró a Devon. Contemplaba a los recién casados con una mano en el bolsillo del pantalón y una copa de vino en la otra.

–Sí, es verdad –repuso él.

Se echó a reír al ver que Devon hacía una mueca de desagrado. Sabía que iba a verse en esa situación muy pronto. Vio que la idea no le agradaba demasiado, pero decidió sacar el tema de todos modos.

–¿Qué es lo que te ocurre? ¿Sigue insistiendo Copeland?

–Sí. Y no sabes hasta qué punto. Está empeñado en que me case con Ashley. No va a aceptar nuestro acuerdo empresarial hasta que consienta. Ahora que hemos encontrado el sitio adecuado para el complejo hotelero, estoy preparado para dar el siguiente paso. Pero Copeland quiere que salgamos antes durante un tiempo. Quiere que Ashley tenga tiempo para acostumbrarse a mí. No lo entiendo, ese hombre parece vivir en el siglo XIX. No conozco a nadie más que intervenga de esa manera en el matrimonio de su hija. Y, para colmo de males, es una condición indispensable para que podamos seguir haciendo negocios. No consigo comprenderlo…

–Al menos se trata de Ashley, se me ocurren otras mujeres con las que estarías mucho peor –le recordó Ryan pensativo.

Devon lo miró con gesto comprensivo.

–¿Sigues sin saber nada de Kelly?

–No. Pero llevo poco tiempo buscando, acabaré dando con ella.

–No sé por qué quieres encontrarla. Creo que sería mejor que lo olvidaras y siguieras adelante con tu vida. Estás mucho mejor sin ella.

Apretó los labios y miró a su amigo antes de contestar.

–Ya sé que estoy mejor sin ella. No quiero encontrarla para pedirle que vuelva a formar parte de mi vida.

–Entonces, ¿por qué has contratado a un detective para que la encuentre? ¡No lo entiendo! Creo que deberías dejar que el pasado siga en el pasado. Supera de una vez lo que ocurrió y mira hacia el futuro.

Ryan se quedó unos segundos en silencio. Era difícil de explicar, pero sentía la necesidad de saber dónde estaba y qué estaba haciendo. Tenía muy claro que no debía importarle si estaba bien o no. Sabía mejor que nadie que le convenía olvidarla, pero no podía.

–Quiero conseguir algunas respuestas –murmuró entonces–. No llegó a cobrar el cheque que le di y quiero asegurarme de que no le ha pasado nada.

Sabía que era una excusa muy poco convincente, pero era todo lo que tenía. Devon frunció el ceño al oír sus palabras y tomó un sorbo de vino.

–Después de lo que hizo, me imagino que se siente algo avergonzada y no quiere dar la cara.

–Puede que tengas razón –repuso Ryan.

Pero tenía la sensación de que había algo más. Le molestaba que esa mujer siguiera preocupándole, pero no podía evitarlo.

Y le había extrañado mucho que no cobrara el cheque que le dio.

No entendía por qué seguía pensando en ella, pero era así, estaba presente en cada uno de sus pensamientos. Había pasado muchas noches en vela durante esos últimos seis meses, preguntándose si estaría bien y a salvo. No quería sentirse así y trataba de convencerse de que era normal que le preocupara y que se sentiría igual con cualquier mujer que estuviera en las mismas circunstancias.

–Bueno, se trata de tu dinero y de tu tiempo –le dijo entonces Devon–. Mira, ahí esta Cameron. Creí que ese ermitaño no iba a salir de su fortaleza ni siquiera para una ocasión tan especial como esta.

Cameron Hollingsworth se abría paso entre los invitados. Vio que la gente se apartaba instintivamente para dejarlo pasar. Era alto y fuerte. Emanaba poder y elegancia por los cuatro costados. Su carácter frío hacía que no fuera una persona demasiado afable, pero normalmente conseguía relajarse cuando estaba con sus amigos.

El problema era que solo tenía tres amigos: Ryan, Devon y Rafael. No tenía paciencia para nadie más.

–Siento el retraso –les dijo Cameron cuando llegó a su lado.

Se quedó mirando unos instantes a los recién casados. Seguían en la pista de baile.

–¿Qué tal ha sido la ceremonia? –preguntó Cameron.

–Preciosa –repuso Devon–. El sueño de cualquier mujer. Pero sé que a Rafael poco le importaba cómo fuera la boda. Solo quería que, al final del día, Bryony fuera suya.

Cameron rio al oírlo.

–Pobre desgraciado. No sé si debería felicitarlo o darle el pésame –dijo el recién llegado.

–Bryony es una mujer buena y encantadora, Rafael ha tenido suerte de encontrarla –repuso Ryan.

Devon asintió con la cabeza y Cameron sonrió.

–He oído que a ti tampoco te queda mucho para dar este paso –le dijo Cameron a Devon.

El aludido maldijo entre dientes.

–Preferiría no hablar de eso. Lo que de verdad me interesa es saber si has conseguido adquirir el solar donde se edificará el hotel ahora que sabemos que no podrá ser en isla Moon.

Cameron lo miró con incredulidad.

–¿Acaso dudas de mi capacidad para los negocios? He llegado a un acuerdo y tenemos ocho acres frente a la playa de Saint Angelo. Además, he conseguido muy buen precio. La construcción comenzará en cuanto consiga organizar a los trabajadores. Si trabajamos duro, creo que conseguiremos terminarlo a tiempo y cumplir así el plazo que nos habíamos propuesto en un principio.

Los tres hombres miraron entonces a Rafael, que seguía bailando con su flamante esposa. Habían tenido que cambiar por completo sus planes después de que Rafael decidiera que el hotel no podía construirse en isla Moon, pero a Ryan le resultaba difícil enfadarse con él al verlo tan feliz.

Sintió que algo vibraba en su bolsillo y sacó el teléfono móvil. Estaba a punto de rechazar la llamada cuando vio en la pantalla quién era. Frunció el ceño y se disculpó mientras salía rápidamente del edificio.

Le sorprendió una fuerte brisa marina que le agitó el cabello. Le encantaba el olor del mar.

Hacía muy buen tiempo. Era el día perfecto para celebrar una boda en la playa.

–¿Diga?

–Creo que la he encontrado, señor – le dijo el detective sin siquiera pararse a saludarlo.

Se quedó sin aliento al oírlo.

–¿Dónde?

–Aún no ha dado tiempo a enviar a uno de mis hombres para que lo confirme. Acabo de recibir la información hace unos minutos y tengo la suficiente certeza de que es ella como para avisarlo. Mañana podré decirle algo más.

–¿Dónde? –preguntó Ryan de nuevo.

–Está en Houston, trabaja en un restaurante. Nos costó localizarla porque había un problema con su número de la Seguridad Social. La persona que la contrató se equivocó en una de las cifras. Cuando corrigieron el error, no tardamos en dar con ella. Podré entregarle un informe completo y unas cuantas fotografías mañana por la tarde.

Houston. Le pareció muy irónico. Llevaba todo ese tiempo viviendo muy cerca de ella y sin saberlo.

–No, no es necesario –le dijo Ryan–. Iré yo mismo. Podría llegar a Houston en un par de horas.

El detective se quedó unos segundos en silencio.

–Pero puede que no se trate de ella. Preferiría terminar de recabar toda la información y evitar que vaya a Houston para nada.

–Acaba de decirme que piensa que se trata de ella –repuso Ryan con impaciencia–. Y, si no lo es, no pienso hacerle responsable del error.

–Entonces, ¿quiere que le diga a mi ayudante que no vaya a hacerle fotografías?

–Si se trata de Kelly, lo sabré de inmediato –le dijo después de quedarse unos segundos pensativo–. Si no lo es, me pondré en contacto con usted para que continúe buscándola. De momento, no hay necesidad para que envíe a nadie al restaurante. Iré yo mismo.

Ryan condujo por el barrio de Westheimer intentando encontrar lo que buscaba. Llovía a cántaros. El detective le había dicho que Kelly trabajaba en un pequeño restaurante en la zona oeste de Houston. No le había sorprendido que eligiera ese tipo de trabajo. Cuando se conocieron, era camarera en un restaurante de moda en Nueva York. Si hubiera cobrado el cheque que le había dado, no habría necesitado trabajar, al menos durante algún tiempo.

Recordó que, incluso después de comprometerse, Kelly le había asegurado que quería volver a la universidad. Entonces, no había entendido su deseo, pero había decidido apoyar su decisión. Habría preferido que dependiera completamente de él, aunque sabía que era algo egoísta por su parte sentirse así.

Cada vez le costaba más entender por qué no había cobrado el cheque que le dio.

Después de hablar con el detective, se había despedido de Rafael y Bryony, deseándoles mucha felicidad. No le había dicho a Cameron ni a Devon que por fin había dado con el paradero de Kelly. Se limitó a comentarles que tenía un asunto urgente y que debía marcharse.

Había tomado el primer transbordador hacia Gavelston. Pero cuando llegó a Houston ya era demasiado tarde y pasó la noche en un hotel del centro de la ciudad. No había podido dormir.

Había amanecido con el cielo gris y cubierto de nubes. Empezó a llover en cuanto salió del hotel y no había parado desde entonces. Pensó en la suerte que habían tenido Rafael y Bryony el día anterior. Imaginó que ya habrían salido hacia su luna de miel.

Miró la pantalla de su GPS y vio que aún estaba a varias manzanas del restaurante. Para colmo de males, todos los semáforos que se encontraba estaban en rojo. No entendía por qué tenía tanta prisa por llegar. No era probable que fuera a marcharse antes de que llegara él.

Tenía infinidad de preguntas en su cabeza, pero sabía que no iba a poder conseguir ninguna respuesta hasta que hablara con ella.

Pocos minutos más tarde, aparcó frente a un pequeño restaurante. Se quedó mirándolo perplejo, no podía creer que Kelly trabajara en un sitio como aquel.

Sacudiendo la cabeza, salió de su BMW y fue corriendo hasta la puerta del local. Entró mientras trataba de sacudirse la lluvia de la ropa.

Miró su alrededor y fue a sentarse a una mesa al fondo del restaurante. Una camarera que no era Kelly se le acercó poco después y le entregó la carta.

–Sólo quiero un café, por favor –murmuró él.

–De acuerdo –repuso la camarera.

Regresó un par de minutos después con el café.

–Si quiere algo más, no tiene más que pedirlo.

Estaba a punto de abrir la boca para preguntarle por Kelly cuando vio a otra camarera. Era ella.

Llevaba su melena rubia algo más larga que antes y recogida en una cola de caballo, pero estaba seguro de que se trataba de ella. Sintió una corriente eléctrica que le recorrió el cuerpo al verla allí.

Cuando se giro y la vio de perfil, se quedó sin aliento y sintió que estaba a punto de desmayarse.

No podía creerlo.

La curva de su vientre no dejaba lugar a dudas. Estaba embarazada.

Levantó la vista y vio que Kelly también lo había visto. Abrió sus ojos azules y se quedó inmóvil.

Antes de que pudiera reaccionar de algún modo, vio que Kelly apretaba con furia los labios.

No entendía por qué parecía estar tan enfadada con él.

Vio que apretaba los puños, le dio la impresión de que estaba deseando darle un puñetazo. Después, sin decir nada, se dio media vuelta y fue hacia la cocina.

Frunció el ceño al verla desaparecer. El encuentro no había ido tal y como había previsto. No tenía muy claro qué tipo de reacción había esperad, pero parte de él había soñado con que Kelly se disculpara y le pidiera entre lágrimas que volviera a aceptarla. Lo último que había esperado era encontrarla embarazada y trabajando en un restaurante de mala muerte como aquel. Era el tipo de situación en el que era normal encontrar a una madre soltera sin recursos, no a una mujer que estaba a punto de terminar una carrera universitaria con excelentes calificaciones.

Embarazada…

Inhaló profundamente para tratar de calmarse. Necesitaba saber de cuántos meses estaba. Parecía estar de siete meses o quizás más.

Se le hizo un nudo en la garganta al pensar en las posibilidades que esa situación presentaba. No podía creerlo. Sintió de repente tanta angustia que le costaba respirar.

Si estaba embarazada, embarazada de siete meses, cabía la posibilidad de que aquel fuera su hijo.

Pero también podía ser el bebé de su hermano.

Kelly Christian entró corriendo en la cocina y trató de quitarse el delantal. Maldijo entre dientes mientras intentaba desatar sin mucha suerte el nudo. Era casi imposible con las manos tan temblorosas.

Perdió la paciencia y se arrancó el delantal sin esperar a desatarlo. Lo dejó en la percha donde todas las camareras colgaban los suyos.

No entendía qué hacía Ryan allí ni cómo había conseguido dar con ella. Se había ido de Nueva York sin saber qué iba a hacer con su vida. Pero era algo que en ese momento apenas le había importado. No había tratado de esconderse, incluso había imaginado que Ryan podría haberla encontrado si se lo hubiera propuesto. Pero ya habían pasado seis meses y no entendía por qué había aparecido justo en ese momento.

Estaba segura de que no se trataba de una coincidencia. Ese restaurante no era el tipo de lugar que frecuentara alguien como Ryan Beardsley. Sabía que nadie de su familia se dignaría a entrar en un restaurante que no fuera de cinco tenedores.

Pero sacudió la cabeza al ver lo que la presencia de ese hombre estaba consiguiendo. No le gustaba sentirse así ni quería sentir tanta amargura.

–¿Qué te pasa, Kelly? –le preguntó Nina.

Se dio la vuelta y vio que la otra camarera la observaba con preocupación.

–Cierra la puerta –susurró Kelly.

Nina hizo lo que le había pedido.

–¿Estás bien? No tienes buen aspecto, Kelly. ¿Se trata del bebé?

Sus palabras le hicieron recordar que estaba embarazada y lo que Ryan habría pensado al verla en ese estado. Tenía que salir de allí cuanto antes.

–No, no me encuentro bien –le dijo entonces–. Dile a Ralph que he tenido que irme, por favor.

–No le va a gustar –le advirtió Nina–. Ya sabes cuánto se enfadada cuando faltamos al trabajo. Hay que estar casi moribunda para que te permita tomarte un descanso.

–Entonces, dile que dejo el trabajo –murmuró Kelly mientras iba hacia la puerta trasera.

Pero, antes de salir al callejón, miró de nuevo a su compañera.

–Hazme un favor, Nina. Es muy importante, ¿de acuerdo? Si alguien en el restaurante te pregunta por mí, cualquier persona, no les digas nada.

Nina abrió mucho los ojos.

–¿Es que estás metida en algún lío? –preguntó la mujer.

–No, no es eso. Te lo prometo. Se trata de mi exnovio. Es un verdadero canalla y acabo de verlo en el comedor.

Nina apretó furiosa los labios y la miró con decisión.

–De acuerdo, cariño. No te preocupes por nada, yo me encargo de él.

Salió por la puerta y fue por el callejón hacia su apartamento, estaba muy cerca. Iba a quedarse allí y pensar en lo que podía hacer.

De camino a casa, se detuvo enfadada. ¿Por qué tenía que salir corriendo de su trabajo y debía esconderse? Después de todo, no había hecho nada malo. Sabía que debería haberse acercado a él y darle un puñetazo en vez de salir huyendo como si fuera una delincuente.

Subió las viejas escaleras hasta su apartamento. Cuando entró, cerró la puerta y se apoyó en ella.

Tenía los ojos llenos de lágrimas. No quería volver a verse en esa situación. No deseaba que nadie volviera a tener tanto poder sobre ella. Ese hombre le había roto el corazón.

Al pensar en él, se llevó las manos al vientre y lo acarició despacio, tratando de calmar al bebé y a ella misma.

–Nunca debí enamorarme de él –susurró–. Fui una tonta al pensar que podría llegar a formar parte de su mundo y que su familia llegaría a aceptarme.

Se sobresaltó a sentir que se movía la puerta en la que estaba apoyada. El corazón comenzó latirle con fuerza.

–¡Kelly, abre la puerta ahora mismo! ¡Sé que estás ahí!

Tal y como había temido, se trataba de Ryan. La última persona a la que habría querido ver en esos momentos.

Golpeó de nuevo la puerta y lo hizo con tanta fuerza que tuvo que apartarse de ella.

–Vete de aquí –gritó ella–. No quiero hablar contigo.

De repente, la puerta tembló y se abrió de golpe. Instintivamente, dio algunos pasos hacia atrás y se cubrió la barriga.

Ryan llenaba el umbral de la puerta y le pareció más alto y fuerte que nunca. La fulminada con la mirada, como si pudiera ver lo que estaba pensando.

No podía creer que estuviera allí, de nuevo en su vida. Temía que volviera a romperle el corazón.

–Fuera de aquí –le dijo ella tratando de controlar su voz para parecer tranquila–. Sal de aquí o llamo a la Policía. No quiero hablar contigo.

–Pues es una pena –repuso Ryan yendo hacia ella–. Porque yo sí quiero hablar contigo. Para empezar, quiero saber de quién estás embarazada.

Capítulo Dos

A Kelly le costó controlar la ira. Lo miró mientras trataba de calmarse.

–Eso no es asunto tuyo.

Vio que Ryan apretaba con fuerza los dientes.

–Si ese bebé es mío, tengo que saberlo.

Se cruzó de brazos y lo miró con firmeza.

–¿Por qué iba a serlo?

Ryan había tenido la desfachatez de acusarla de no serle fiel. Por eso no entendía que entrara de esa manera en su apartamento con la sospecha de que el bebé pudiera ser suyo.

–¿Por qué me lo preguntas? Estuvimos comprometidos para casarnos. Vivíamos juntos y teníamos relaciones sexuales como todo el mundo. Tengo derecho a saber si ese bebé es mío.

–Bueno, me temo que eso no hay manera de saberlo –le dijo ella sin dejar de mirarlo–. Después de todo, me acosté con tantos hombres al mismo tiempo… incluido tu hermano, que no se te olvide –agregó mientras se encogía de hombros.

Fue hasta la cocina y Ryan la siguió. Sabía que estaba furioso, podía sentirlo.

–Eres una mujerzuela, Kelly. Una mujerzuela fría y calculadora. Echaste a perder todo lo que teníamos a cambio de una aventura sexual fuera de nuestra relación.

Se giró para mirarlo al oír sus duras palabras. Apretó los puños. Deseaba abofetearlo más que nada en el mundo, pero consiguió controlar la ira.

–Sal de aquí. Vete y no vuelvas nunca más –le dijo.

Ryan parecía tan enfadado y frustrado como lo estaba ella misma.

–No me voy a ninguna parte, Kelly. Antes, tienes que decirme lo que quiero saber.

–Este niño no es tuyo, ¿de acuerdo? ¿Ya estás contento? Ahora, sal de mi casa.

–Entonces, ¿es de Jarrod?

–¿Por qué no se lo preguntas a él?

–Porque nunca hablamos de ti –repuso Ryan.

–Yo tampoco quiero hablar de vosotros. Lo que quiero es que salgas de mi casa. No es tu bebé –insistió ella–. Sal de una vez de mi vida. Yo hice lo que me pediste y salí de la tuya.

–No me dejaste más salida que pedírtelo.

Cada vez estaba más furiosa, no podía creerlo.