Peligro en alta mar - Emilio Salgari - E-Book

Peligro en alta mar E-Book

Emilio Salgari

0,0

Beschreibung

Adaptación de la obra de Emilio Salgari. Esta novela de aventuras, cuenta las peripecias de un grupo de marinos que se enfrentan a peligros constantes y logran vencerlos, gracias a su valor, fidelidad, solidaridad y espíritu de grupo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 80

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



COLECCIÓN La puerta secreta

REALIZACIÓN: Letra Impresa

AUTOR: Emilio Salgari

ADAPTACIÓN: Cristina Rosado

EDICIÓN: Elsa Pizzi

DISEÑO: Gaby Falgione COMUNICACIÓN VISUAL

ILUSTRACIONES: Gabriel Molinari

Salgari, Emilio Peligro en alta mar / Emilio Salgari ; adaptado por Cristina Rosado. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Letra Impresa Grupo Editor, 2019. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-4419-87-3 1. Narrativa Italiana. 2. Novelas de Aventuras. I. Rosado, Cristina, adap. II. Título. CDD 853

Fecha de catalogación: 16/07/2009

>© Letra Impresa Grupo Editor, 2020 Guaminí 5007, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: +54-11-7501-126 Whatsapp +54-911-3056-9533contacto@letraimpresa.com.arwww.letraimpresa.com.ar Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total, el registro o la transmisión por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin la autorización previa y escrita de la editorial.

Esta colección se llama La puerta secreta y queremos invitarlos a abrirla.

Una puerta entreabierta siempre despierta curiosidad. Y más aún si se trata de una puerta secreta: el misterio hará que la curiosidad se multiplique.

Ustedes saben lo necesario para encontrar la puerta y para usar la llave que la abre. Con ella podrán conocer muchas historias, algunas divertidas, otras inquietantes, largas y cortas, antiguas o muy recientes. Cada una encierra un mundo desconocido dispuesto a mostrarse a los ojos inquietos.

Con espíritu aventurero, van a recorrer cada página como si fuera un camino, un reino, u órbitas estelares. Encontrarán, a primera vista, lo que se dice en ellas. Más adelante, descubrirán lo que no es tan evidente, aquellos “secretos” que, si son develados, vuelven más interesantes las historias.

Y por último, hallarán la puerta que le abre paso a la imaginación. Dejarla volar, luego atraparla, crear nuevas historias, representar escenas, y mucho, mucho más es el desafío que les proponemos.

Entonces, a leer se ha dicho, con mente abierta, y siempre dispuestos a jugar el juego.

LA LLAVE MAESTRA

Mayday, mayday. Alguien transmite este pedido de auxilio desde un barco o un avión. La escena se repite en infinidad de películas y, si hay peligro, habrá suspenso, aventura y mucha acción.

Tormentas terribles, atentados terroristas, motines a bordo son los problemas a los que deben enfrentarse la tripulación o los pasajeros. Frente a la catástrofe, siempre se destacan una o dos personas por su decisión y por su audacia. Estas cualidades les permitirán convertirse en líderes y sacar del peligro a los demás.

En la actualidad, es frecuente que los aviones sean el lugar donde ocurren estas aventuras. En ellos, la comunicación con el exterior generalmente es posible y, muchas veces, desde allí llega la ayuda. Pero también vemos cómo la interrupción de ese contacto suele complicarlo todo. Están solos frente a la adversidad, y esto es lo que hace tan interesantes estas historias.

Las películas que ubican la acción en el pasado, muestran qué ocurría muchas veces en los barcos, cuando estos eran los medios de transporte de larga distancia. Antes de que existieran la radio o el telégrafo no había forma de solicitar ayuda, entonces el peligro se enfrentaba con los medios de que disponían en la nave. Así lo vemos en Motín a bordo, la película protagonizada por Mel Gibson y Anthony Hopkins, que suelen pasar por televisión. Allí se cuenta la historia del Bounty, un velero inglés del siglo XVIII que enfrenta terribles tempestades durante su viaje a la Polinesia. Finalmente, parte de su tripulación se subleva contra el capitán, por no estar de acuerdo con su modo de ejercer el mando, y continúa el viaje sin él.

Motín a bordo es solo un ejemplo entre los cientos de películas de este tipo, muchas de ellas basadas en novelas como la que van a leer en este libro. En todas, la lucha de los buenos contra los malos y de todos contra la furia de la naturaleza atrapa nuestra atención. Y durante su proyección, tomamos partido por algún bando y nos convertimos en héroes que desafían las situaciones más arriesgadas.

Si les gusta este tipo de películas, son los lectores que estábamos buscando para Peligro en alta mar. Seguramente la disfrutarán.

CAPÍTULO 1

Rescate en la tormenta

El Nueva Georgia, un barco hermoso, sólido y muy marino, era el mejor velero que surcaba las aguas del Océano Pacífico desde hacía quince años. Había formado parte de la flota de la marina norteamericana, hasta que el capitán James Norton lo compró. Desde entonces se convirtió en un barco mercante, que realizaba viajes comerciales en aquellas peligrosas aguas del Pacífico.

El 24 de agosto de 1836, el Nueva Georgia zarpó del puerto japonés de Yokohama con destino a Australia. En sus bodegas llevaba sedas, porcelanas y diez jaulas con doce feroces tigres de Bengala. Su comandante era el mismísimo capitán Norton, un marino audaz y resuelto a jugarse el todo por el todo frente a cualquier peligro.

Con él navegaba su hija Ana y los acompañaban el segundo oficial Thomas Collin y veinte marineros elegidos entre los mejores.

En el pasado habían realizado siete veces ese recorrido con buena suerte y viento a favor, pero en esta oportunidad el destino tenía otros designios para el Nueva Georgia y sus tripulantes.

El octavo viaje comenzó tranquilo, hasta que se desató una tormenta terrible. Durante dos días la tempestad azotó despiadadamente el enorme velero. La lluvia caía sin dar tregua, y el viento alzaba olas tan altas que podían compararse con montañas líquidas.

El oficial Collin, que piloteaba el barco con los ojos fijos en la brújula, una noche escuchó:

–¡Socorro!

–¡Por mil rayos y truenos! ¿Ha caído alguien al agua? –le preguntó a Fulton, el vigía.

–Nadie, señor –contestó él, mientras bajaba desde su puesto de observación en el palo mayor–. Tal vez fue el crujido del timón porque tiene las cadenas un poco oxidadas.

–No lo creo –dijo, atento, el oficial.

–Entonces serán los tigres, que rugen de tal forma que dan miedo.

–Te repito que era una voz humana.

–Sin embargo no veo nada, señor.

–Obviamente –reconoció Collin–. Necesitarías ojos de gato para distinguir algo en medio de esta oscuridad.

En ese momento, entre el aullido de la tempestad y el rugido de las olas, Collin volvió a escuchar un alarido. Evidentemente no provenía de una garganta animal, sino humana. Entonces, se volvió hacia el marinero y aseguró:

–Alguien ha caído al mar. ¿No oíste ese grito, Fulton?

–No.

–¡Estoy seguro de que fue un grito!

–Señor Collin, si un hombre se hubiera caído del barco, la guardia habría informado tal desgracia. Tal vez se trate de algún pez raro.

–No, Fulton. No hay ningún pez que pueda lanzar gritos semejantes.

–Entonces, quizás sea un náufrago…

–¿A doscientas millas de tierra firme? ¿Viste algún barco cerca del nuestro, antes de que anocheciera?

–Ninguno, señor.

Pero la conversación se interrumpió cuando se escuchó nuevamente:

–¡Socorro!

–¡Por mil demonios! –gritó Collin, mordiéndose los rubios bigotes que se destacaban en su rostro bronceado por el sol tropical–. ¡Hay un hombre en el agua!

–Tiene razón, señor. Ahora sí que lo oí –aceptó el sorprendido marinero.

–¡Asthor! –llamó el oficial.

Un viejo marino de larga barba gris y cuerpo robusto atravesó balanceándose la cubierta del navío.

–¡Aquí estoy, señor! –exclamó.

–¿Y el capitán Norton? –preguntó Collin.

–En proa.

–¿Has oído algún grito desde el mar?

–Sí –aseguró Asthor.

–Entonces, toma…, sostén la rueda del timón. Voy en busca del capitán.

Aferrándose a los cabos de las velas, para que no lo arrastraran las olas que barrían la cubierta, Collin llegó a proa. Allí un hombre alto, musculoso, de aspecto sereno y voz firme daba órdenes a los marineros. Debían liberar una vela, pues el viento acababa de derribarla. Era el capitán James Norton.

–¿Qué desea, oficial? –preguntó volviéndose hacia Collin.

–Creo que hay un náufrago. Lo oí gritar dos veces.

–¿Un náufrago? ¿Aquí? ¿Está seguro?

–Sí, capitán –afirmó Collin.

–Entonces, no perdamos tiempo. ¡Tenemos que intentarlo todo para salvar a ese pobre hombre! ¡Haga virar de borda!

Con un silbido, Collin llamó a los marineros que estaban en la cubierta. Y, cuando los tuvo enfrente, dispuso lo necesario para realizar la maniobra que el capitán Norton había ordenado.

Mientras tanto, como la tormenta arreciaba, Asthor, el timonel, hacía un poderoso esfuerzo para controlar la rueda del timón.

Aquel era el momento menos indicado para realizar un salvataje. El océano, desmintiendo el nombre de “Pacífico” con que lo había bautizado Magallanes, estaba furioso. Infinitas montañas de agua cubiertas de blanca espuma se alzaban por todas partes y formaban olas espantosas que se descargaban con terrible furor sobre la nave. Un viento aterrador, que bajaba desde las oscuras nubes que corrían enloquecidas por un cielo negrísimo, barría la superficie del mar.

Sin embargo, el Nueva Georgia resistía orgullosamente el ataque del agua y del viento. Y, con seguridad, giró sobre su curso, enfrentando el temporal. Aferrados a la borda de estribor, Norton y Collin, su segundo de a bordo, observaban atentamente las olas, en busca del náufrago. Mientras tanto, los marineros preparaban los cinturones de salvataje, las cuerdas y un bote para descender al mar, en caso de necesidad.

Después de algunos minutos, el capitán Norton preguntó:

–¿Usted ve algo, señor Collin?

–Nada, capitán.

–¿Se habrá ahogado el hombre que pedía auxilio?

Collin estaba a punto de contestarle, cuando un joven marinero corrió hacia ellos diciendo:

–¡La señorita Ana subió a cubierta!