Pelotón hogar - Paul Fournel - E-Book

Pelotón hogar E-Book

Paul Fournel

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Beschreibung

El pelotón es la casa móvil de los ciclistas. Una casa colorida y felina que se extiende, que se recoge, que teje su camino y dibuja la carrera. Hay tantas formas de vivir en esta casa como corredores. Unos descansan ahí, otros se esconden, unos hacen las tareas de la casa, otros van a mirar por la ventana. Los más audaces y los más experimentados se escapan. Pero todos ellos, todavía, se reúnen allí todas las mañanas. En el Pelotón hogar. El escritor francés Paul Fournel vuelve a escribir de ciclismo tras su exitoso La soledad de Anquetil. En esta ocasión, con un libro de 45 relatos breves y cuentos en los que esprínteres, ciclistas al borde de la retirada, furiosas campeonas y todo tipo de habitantes del pelotón ciclista se reúnen y hablan sobre el hogar que comparten: el pelotón.

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PELOTÓN HOGAR

PAUL FOURNEL

© Paul Fornel, del texto original 2022.

Publicado originalmente bajo el título Peloton Maison por Éditions du Seuil.

© Libros de Ruta Ediciones, S.L., 2024.

Gordoniz 47B

48012 Bilbao

[email protected]

www.librosderuta.com

Primera edición: marzo 2024

Traductor: Marcos Pereda Herrera

Edición: Eneko Garate Iturralde

Ilustración portada: Alberto Aragón – LOCAL ESTUDIO

Adaptación de portada y maquetación: Amagoia Rekero García

Foto del autor: Garitan (CC BY-SA 3.0)

ISBN: 978-84-125585-2-4

eISBN: 978-84-125585-3-1

Depósito legal: BI 00047-2023

Impreso en España por Leitzaran

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

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Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Departamento de Cultura y Política Lingüística del Gobierno Vasco en su convocatoria de ayudas a la edición promovidas en el año 2023.

ÍNDICE

Mi hogar

Campeonato del Mundo

Peso en forma

Culo gordo

Los ojos atornillados

Puesto

En el masaje

Al final del sueño

Equipier

Mi bicicleta

Mano levantada

Tensión

A la mesa

Escalando en cabeza

Bruto

Descenso

Las dos holandesas

Ir al mercadillo

Un pequeño lugar tranquilo

Día de la vergüenza

La temporada de más

«Es mi trabajo ir rápido»

Trajecito

Triplete

1,76 metros

La equipier modélica

Vacaciones

Viento de cara

De memoria

Ciclocrós

Pollito

TGV

Babel

Las piernas

Magia negra

Crudo

El rebaño

Mi odiado

Abrasiones

En el sillín

Brisa marina

Gruppetto

Pinchar

Acabar el Tour

Plato pequeño

No amo demasiado la bicicleta.

JACQUES ANQUETIL

Un corredor jamás lleva cinturón ni gomaelástica para sujetar su culote,con el fin de facilitar la respiración.

LOUISON BOBET

MI HOGAR

Arrancaron justo en el avituallamiento y me encontré allí, como un idiota, con mi desarrollo de cicloturista, al fondo del paquete, con esa bolsa alrededor del cuello que me cortaba la piel y golpeaba mi pecho. ¿Qué se les pasa por la cabeza al acelerar así? Pierdo diez metros y veo que el pelotón sigue sin mí. No puedo dejar que el pelotón se vaya, es mi hogar. Si el pelotón parte sin mí, me echan.

Toqueteo el desviador para volver a meter plato, tiro la bolsa a la cuneta, pena de vituallas, no hay tiempo, seguro que luego tendré un hambre enorme todo el rato. Lanzo la bici, desarrollo grande, culo levantado. Me duelen las piernas y necesito comer en paz. ¿A qué tanta prisa? No hay un puerto cerca, ni un esprint, no hay que posicionar a nadie. ¿Por qué los grandes han puesto en marcha sus caballos1? Puedo verlos desde aquí, a los flamencos, tirar como bueyes de cabezas imperturbables y muslos indestructibles. Ahora nunca cerraré el hueco, hay demasiado dolor. Lo doy todo y veo que la cola del pelotón se estira y aleja. Dos tipos se quedan, van muertos. Contactar, solo pienso en contactar, incluso si eso significa volver locos los cuádriceps, ¡contactar! Si entro en la parte trasera, estoy a salvo; solo cruzar el umbral de mi casa, coger la última rueda del pelotón, y volveré al refugio, a mi sala de estar. Muy mal, demasiado duro. Puse todo lo que tenía y, aun así, continuaba retrocediendo.

Y, de repente, el pelotón vuelve a ser un ovillo. Se frena delante. Obstáculos urbanos. Bendigo al inventor del badén, al imbécil sembrador de rotondas, al cretino de las isletas, al demente de las aceras. Los creadores de todos esos grandes objetos que se colocan en el piso y ralentizan la competición. Voy a entrar. Los veo delante, sin dar pedales. Pero, en el mismo instante en que, agotadas mis últimas fuerzas, alcanzo la rueda trasera del último ciclista en el pelotón, salimos de la rotonda y meten caña en cabeza, se estira y vuelvo al látigo. El pelotón se pone en el filo y vuelve el infierno. Mis muslos ya no quieren más. Prefiero un puerto de montaña que estos látigos mortales. La vida en cola de carrera es demasiado dura. No puedo más. Levantaré el pie, me enredaré con los coches que nos siguen, pondré plato pequeño, mis manos en la parte superior del manillar y rodaré tranquilo, de esa forma tranquila que en verdad soy. El pelotón marchará delante, como un gran barco, y yo cruzaré la línea de meta una hora después, mientras anochece, y seré descalificado. Todo esto por culpa de esa puta bolsa de comida y esos putos flamencos. Y, como extra, me llevaré una bronca de mi director deportivo. Bien por mí.

En ese momento me pasa otro descolgado. Le quedan aún algunas fuerzas, me arrastrará. Salto a su rueda. No muy fuerte, cariño, solo como se debe. Aguanto. Únicamente un poco de viento en contra para ralentizar el pelotón y estaremos de vuelta, un toque al freno, un ataque de piedad de los líderes, y está hecho. Golpe de codo para que releve. Hago como si no lo viera. Si me ve esta noche, me mata. Ahí está. Lo hace de nuevo. He gastado toda mi inercia, no puedo tirar más fuerte. No vamos a perder más terreno. Nos acercamos a un pueblo, con un poco de suerte el paso será tortuoso, frenarán delante. ¡Están frenando! Entramos. ¡Remontar rápidamente dos o tres corredores para estar en casa, tener a alguien en mi espalda que cierre la puerta! De repente, todo se vuelve más fácil. Soy aspirado. Me permito un ratito sin pedalear. Un compañero de equipo está allí, luchando él también en la parte trasera del pelotón. Le pido un gel o algo para comer. Me da una barrita de cereales. No tengo tiempo para tragarlo, nos volvemos a poner con ello. La máquina a bloque, y el pelotón se estira de nuevo. A este paso, se romperá en varios pedazos, y si nos pillan en el último nunca volveremos a entrar. Allá vamos de nuevo, pero esta vez no me dejaré atrapar tan estúpidamente, perderé mis últimas fuerzas pero me voy a quedar en mi casa. De repente, el ritmo torna menos violento. Respiro. Treinta kilómetros a una velocidad más humana. Todavía estoy sufriendo, pero voy a rueda. Debo recuperarme, comer, beber, digerir. Quiero cerrar los ojos para descansar un segundo, pero tengo miedo de golpear una rueda trasera. Estoy aguantando. Eso es lo principal. Querría encontrarme con mis equipiers.

Entonces escucho, por el auricular, a mi director deportivo: «¡Remonta, remonta! ¿Qué haces ahí atrás? ¿Estás en Babia? Te necesitamos delante para el esprint. Sube a tu velocista. ¡Deprisa, se nos hace tarde, son los últimos cinco kilómetros! ¿Estás de siesta?».

1Fournel utiliza la palabra bourrin, que también significa bruto, cabeza hueca. Todas las notas al pie son del traductor.

CAMPEONATO DEL MUNDO

Ah, no. Ninguna estrategia. Las he batido por pura rabia. Estaba fuera de mí misma. No pudieron hacer nada contra mí, las Paulinas, las Marianas, las Adelinas, las Leontinas, las Marías: ellas montaban en bici, yo montaba en rabia. Era imbatible porque me gusta demasiado el ciclismo y estoy demasiado furiosa.

Seis vueltas al circuito de los hombres, con seis veces dos repechos, y cada vuelta la hice a la salud de todos los cascarrabias, los cabrones, los mentirosos. ¡Ah!, los aplasté bajo mis pedales, a todos esos organizadores que se dicen supuesta «organización» del ciclismo femenino, donde todo el mundo cobra salvo las ciclistas. Han creado los centros, las estructuras, las comisiones, los reglamentos, los organigramas con hombres a la cabeza, por supuesto, con sus salarios y sus oficinas. Y nos han encomendado la misión de «hacer brillar a Francia con actuaciones de alto nivel, y victorias mundiales y olímpicas», ¡ahí es nada! Y aquí están, formando educadores en el «objetivo féminas». ¡Te voy a dar yo objetivos!

He machacado una vuelta a la salud de Marie-Françoise Potereau, que se pagó su licencia para correr y ni siquiera tenía derecho a llamarse profesional. He machacado otra a la salud de Jeannie Longo, la campeona con más títulos del mundo, un poco gruñona, pero condenadamente loca.

Le aplasté la cara al imbécil que, en 1957, escribió para L'Équipe: «El sentido común ha triunfado […]. Tendrán que conformarse con los eventos existentes y el cicloturismo, que se ajusta mucho más a sus posibilidades musculares». ¡Yo te daré algo de músculo! Vas a ver…

Quiero montar en bicicleta y ganarme la vida como un hombre, quiero un verdadero Tour de Francia, quiero que duela. Quiero ganar, quiero dinero. Quiero hacer lo mismo que las futbolistas, quiero ser famosa, quiero ser la Megan Rapinoe de la ruta.

Fue Léontine, en este caso, quien se llevó la peor parte. Era la última en seguirme y la hice sufrir en el repecho. La dejé sin aliento. En el descanso, entre jadeos, me dijo: «¿Dónde vas?». Contesté: «A la rabia», y la dejé allí plantada.

La última vuelta la hice sola, a la salud de Laurent Fignon y Marc Madiot. A mí me gustaba Laurent Fignon, era un tipo guapo, inteligente, con su coletilla, gafas pequeñas, original, un corredor bello, todo bien, salvo que este gilipollas salió a decir en la tele que el ciclismo femenino «no tenía estética». En cuanto a Madiot, osó decirle a Longo: «Tú, ¡tú eres fea!». ¡Nada de estética! ¡Fea! Se van a enterar. Todo el repecho en danza bajo sus bonitas narices. ¡Vas a ver si no soy estética!

Y entonces le vi de amarillo, a Fignon, en el podio del Tour, en el 84, junto a Marianne Martin, la americana que acababa de ganar el Tour femenino. Se cogían la mano, portaban el mismo maillot amarillo, la misma sonrisa. Él acababa de ganar 100 000 euros y ella 1000, que debió compartir con sus equipiers. ¡A tu salud, Laurent Fignon!

Si quisiera ganar tanto como un hombre, al precio que me pagan cada kilómetro, tendría que pedalear al menos quinientos mil.

He cruzado la línea de meta cantando Bella ciao a pleno pulmón.

Era campeona del mundo. Y no había robado ese título.

Tuve que traer de nuevo la sonrisa antes de los veinte segundos de televisión, porque a fuerza de despotricar tenía la cara como una vieja manzana arrugada.

He subido al podio y me han puesto el bonito maillot arcoíris.

Lo estrené en la carrera siguiente, y, bajo las rayas del arcoíris, escribí «mal pagada». ¡Campeona del mundo mal pagada!

Y bien, aunque no lo crean, los comisarios me pusieron una multa de 2000 francos suizos por «ensuciar» el maillot. ¡Los tuve que pedir prestados!

PESO EN FORMA

Todo el mundo en el pelotón conocía a Van Loo. Dependiendo de la época los periodistas le apodaban «el Flandrien», «la Moto» o «Gran Motor». Era fuerte, rápido, infatigable y terriblemente ciclista. Amaba su trabajo y le rendía tributo con hazañas desde lejos altamente improbables. No tenía rival en el juego de las horas chupando pantalla. Era un regalo del cielo para los patrocinadores, que podían leer sus nombres durante tardes enteras en las que Van Loo era filmado de perfil, solo en la ruta, escapado, cabalgando sin levantar la cabeza, a cuarenta y cinco kilómetros por hora, cinco minutos por delante de un pelotón que se agotaba para no alcanzarlo.

Van Loo también fue un buen negocio para sus colegas. Quien fuese capaz de resistir su brutal ataque de salida, en cuanto el director de carrera bajaba bandera, tenía posibilidades de llegar hasta el fin. Por regla general, las escapadas tempranas eran onerosas y no daban resultado, porque los equipos de los esprínteres las reducían unos instantes antes de meta. Con Van Loo tenemos una oportunidad de que salga bien. Una vez que arranca no mira atrás. Mete desarrollo enorme y pedalea. De vez en cuando dábamos un relevo, pero él nunca pedía nada. Cuando decidía escaparse, recorría su camino como si estuviera solo.

Sin embargo, Van Loo no era un buen negocio para quienes chupaban rueda hasta el final, porque, incluso después de ciento cincuenta kilómetros, era capaz de batir al esprint a cualquiera.

En el pelotón, coger rueda de Van Loo significaba tener una oportunidad de hacer segundo. Esto ya era envidiable, y merecía la pena el esfuerzo mañanero.

Van Loo detectaba las etapas intermedias, aquellas que eran difíciles, tortuosas y semimontañosas, pero no lo suficiente como para iniciar una guerra de líderes. Allí ejercía su talento y construía sus mejores victorias. Amaba el Macizo Central, el Morvan, la Bretaña interior, las Ardenas.

Cuando la carrera llegaba a la alta montaña se recogía, ocupaba su lugar en la grupeta y soñaba con días venideros en los que podría volver a poner en marcha su famoso gran motor. Observaba desde abajo cómo los ciclistas filiformes se batían en las pendientes, sin ponerse celoso, sin envidiarlos. Los pequeños motores ligeros que subían a lo alto de las herraduras no eran de su mundo. Demasiado cerca de las nubes. Le gustaba charlar con ellos por la noche, en la mesa, mientras contaban sus hojas de ensalada.

Y entonces, un día, la ciencia se apoderó de la bici. Médicos, preparadores físicos, nutricionistas, ingenieros de mecánica de fluidos, especialistas en aerodinámica y fabricantes de equipamiento se unieron a los entrenadores para no dejar nada al azar. Moldean cascos, inventan tejidos que penetran mejor al aire y alargan los calcetines sobre la pantorrilla. La obsesión es ahora calcularlo todo, dominarlo todo, contarlo todo, porque todo cuenta. Es la época de las ganancias marginales.

Una noche, los sabios acudieron en delegación hasta el cuarto de Van Loo para contarle su plan. En lo básico, su idea era simple: hacerle ganar las más grandes carreras. El objetivo era preservar su gran potencia y que perdiese grasa (no decían «peso», porque no querían dañar sus huesos ni sus músculos). Van Loo se miró el vientre bajo la camisa, y allí no aparecía nada.

—Estás en el 14% de IMC. Te bajaremos a 10 y volarás por las cotas.

Después el nutricionista presentó una dieta para todo el año. Sin carencias, sin déficits, sin peligros. Ganadora.

—Aplicando este programa escrupulosamente y cambiando tu forma de correr, tendrás los parámetros físicos para ganar la París-Niza el año próximo, y el Tour dentro de dos.

El entrenador continúa.

— Tendrás que cambiar tu forma de correr. No más cabalgadas sin razón, no más ataques de salida. Al contrario, ahorra energía al máximo y mantente todo lo que puedas en el seno del grupo. Serán tus compañeros de equipo quienes vayan en cabeza, y tú esperarás al momento decisivo, al momento en que el pelotón explote y todo se despeje ante ti para disparar a los últimos líderes que aún aguanten.

El fabricante de bicis entra al baile:

—Con todos tus datos aerodinámicos, evolucionaremos lentamente tu posición para que vayas mejor acoplado en la bici, para que gastes menos energía dispersa. Adelantaremos gradualmente la tija y elevaremos el sillín dos milímetros. También vamos a hacer más ligero tu material. Al principio probablemente flotarás, pero pronto cambiarás tu pedaleo, haciéndolo más fluido. Vamos a adelantar las calas tres milímetros sobre los pedales.

Vuelve el nutricionista:

—Pesas sesenta y cinco kilos. Nuestro objetivo será sesenta y tres en la reanudación de la temporada, para llegar a un peso en carrera de sesenta y uno. Te daremos una dieta cetogénica para que la sigas durante la temporada baja, te dictaremos comidas y luego nos ocuparemos de tu día a día durante las carreras. ¡Confía en el chef! Lo principal es comer todo lo que se puede comer para evitar la anorexia. ¡No dejes nada en el plato, eh! ¡Y no más cerveza por la noche!

Todo el mundo se echó a reír. El programa era perfecto y teníamos un futuro gran vencedor. Podríamos haber abierto el champán e iniciado el brindis. Pero la dieta acababa de empezar y era el momento de cumplirla.

Van Loo asintió, como un estudiante aplicado.

—Está bien —dijo—. Eres muy amable al cuidar de mí y de mi palmarés. Estoy conmovido. Pero voy a tener un problema. Lo sé, ya lo probé: con menos de sesenta y cinco kilos no me apetece montar en bici. Y en mi trabajo, ya sabes, es muy importante tener ganas de montar en bici.

CULO GORDO

Me puso su mano en mi trasero. No para manosearme, tampoco para empujarme, solo para entender mi secreto. Tocar a la bestia. No le culpo; no es el primero.

Mi culo es plomo en las cotas. En cuanto llegamos a una pendiente, me encuentro pegado al sillín y empujando como un loco para no perder aún más tiempo: cada diez segundos pierdo cinco con los flacuchos. Soy la estrella del gruppetto, porque lucho como un loco para mantenerme en él y llegar dentro del control. Los compañeros que comparten el autobús conmigo se ríen y se burlan amablemente. Es lo contrario a una vocación, pero me aferro al control en las etapas de montaña, porque sé que después vendrá la planicie y mi reino de esprínter.

Porque voilá: cuando llegamos a los últimos quinientos metros de una etapa llana, mi culo gordo me empuja y me propulsa hacia delante a setenta kilómetros por hora. Esa es mi naturaleza: tengo cabeza grande, cuerpo pequeño, culo gordo y esprinto. Desde que era niño, y nunca me ha abandonado. Tuve una pubertad de esprínter, y me hice un bonito palmarés como esprínter aficionado. Ahora me estoy haciendo un palmarés de esprínter como profesional ganador y bien pagado.

¡No creas que solo trabajo quinientos metros al día! Sería un poco precipitado por tu parte. Cuando sé que la carrera se me adapta, empiezo, desde el primer kilómetro, a acumular la energía