Pérdidas de risa. Historias de una mujer imperfecta - Silvia Abril - E-Book

Pérdidas de risa. Historias de una mujer imperfecta E-Book

Silvia Abril

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Beschreibung

A los 50, la puñetera crisis no te pilla por sorpresa. Te pilla medio ciega, menopáusica y con tus primeros achaques. Es en ese punto de inflexión que a la peña le coge la pájara de pensar todo aquello que le queda por hacer. Que si tirarse en paracaídas, que si hacerse un tattoo, que si probar el poliamor… Amigas, ¿a quién queremos engañar? Ya no nos queda tanta energía. Os propongo algo mejor: echemos la vista atrás y repasemos todo aquello que SÍ hemos vivido. Ha sido emocionante, divertido y también humillante, para qué negarlo. Pero, sobre todo, podemos decir que lo hemos vivido y, lo mejor, SUPERADO. Este libro habla de mí. Pero creo que también de todas vosotras. Leedlo. Nos reiremos juntas. Por no decir que nos vamos a mear. Y me temo, que será literal. Vamos a acabar todas con Pérdidas de risa.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

Pérdidas de risa. Historias de una mujer imperfecta

© 2023, Sílvia Abril

© 2023, del prólogo «La culpa fue del zapatazo», Eva Merseguer

© 2023, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

 

Diseño de cubierta: CalderónStudio

Fotografía de cubierta: Carlos Villarejo

Redacción y documentación: Eva Merseguer

 

ISBN: 9788491398950

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

La culpa fue del zapatazo

1. He escrito un libro, plantado un árbol y tenido una hija

2. Soy famosa

3. He estado embarazada

4. Tengo dos Goya y un Feroz

5. Me he hecho mayor

6. Tengo un trabajo no estable y soy feliz

7. Amigas y tesoros

8. He echado a alguien de un chat familiar

9. Sé lo que esconden las vacaciones familiares

10. ¡Cambios de look!

11. Soy Willy Fog y me chifla viajar

12. He pasado del 69 al 22

13. He surfeado las redes sociales

14. Soy pet friendly: podéis llamarme Mowgli

15. He sobrevivido a la vuelta al cole

16. Soy feminista, pero no me preguntéis demasiado

17. Tengo ex para dar y regalar

18. He superado los campamentos de mi hija

19. Soy musa de un director

20. Yo me cuido

21. He sobrevivido a las fiestas de cumpleaños

22. Navidades a mí

23. Tengo una boda, otra vez

24. La vida es un festival

 

 

 

 

 

 

Este libro va para todas aquellas mujeres con las que me he meado de la risa alguna vez: mi madre, mi hija, mis hermanas, Eva, Olga, Esther, Toni y muchas más.

A mi tribu de imperfectas y adoradas.

Este libro es para vosotras.

LA CULPA FUE DEL ZAPATAZO

 

 

 

 

 

Me tiró un zapato. Fue en el descanso de una grabación de Homo Zapping, un programa que parodiaba a los personajes televisivos más exitosos del momento. Yo trabajaba como guionista y fue así como me hice amiga de Sílvia. Ya sé que suena poco convencional, pero con ella todo es un poco, digamos, «especial».

Como este libro. Me sentí honrada de que compartiera conmigo el primer manuscrito y halagada después por que quisiera que yo le escribiera el prólogo. Menuda responsabilidad, un texto mío para abrir boca al lector. Imagínate que os provoco repelús y dejáis el libro después del prólogo. Os pido que no lo hagáis, por favor. Os echaríais unas cuantas risas de menos y en consecuencia tendríais que morir antes de lo previsto. No porque os vaya a matar ni nada de eso (de repente, no me gusta mucho el tono que está cogiendo este texto). Lo decía porque partirse la caja alarga la vida y, encima, os aseguro que vais a disfrutar de estos episodios de la vida de Sílvia. No tienen desperdicio.

Sílvia es más que un tesoro como amiga. Es una suerte, como a quien le toca la lotería. Tu vida es mejor si ella está cerca, porque todo lo vuelve fácil, divertido y memorable. Es una Aries empoderada que lo mismo te organiza un armario con el orden de los colores del arcoíris que te enreda con un viaje sorpresa a Los Ángeles —en el que acabas conociendo a Ellen DeGeneres (true fact)—,o te aparece en casa con una bolsa llena de comida cuando estás en la más absoluta mierda emocional. Tiene un sexto sentido que la profesionaliza como amiga. Podría empezar a cobrar por ello, se le da terriblemente bien.

Entenderéis entonces que para hacer tantas cosas necesita unas dosis de energía que no son humanas. Lo suyo supera la hiperactividad. Podríamos llamarlo MEGACTIVIDAD. Es tanta la energía que tiene que incluso resulta molesto para el resto, porque, sin quererlo, te deja en evidencia. No puedes sumarte a sus entrenos porque mueres. No puedes bailar con ella porque te ahogas. No puedes devorar la vida a bocados como ella, porque te atragantas. No lo intentéis, es imposible seguirle el ritmo. Lo de Duracell es una broma a su lado.

Sílvia es mujer diurna, eso sí. Por la noche pocas veces la encontraréis a tope, porque su jornada empieza temprano. Si dormís con ella, un consejo: cerrad las persianas a cal y canto porque en cuanto entre un mínimo haz de luz, lo detectará y se activará inmediatamente. Pasa de cero a cien más rápido que un Tesla.

Su energía sobrenatural es un tema que comentamos los que la queremos, cuando ella no está, evidentemente. Nos desahogamos los unos con los otros en una especie de reunión de Sílvia’s anónimos. Por suerte, tiene bastantes amigos, y entre todos podemos compartir el esfuerzo que supone seguir sus múltiples actividades en un mismo día. Es cuestión de organización y de despistarla un poco. Los días para ella no tienen veinticuatro horas. Los días duran lo que ella diga. Esa también es otra de sus características: es cabezota, y de las convencidas. Eso sí, cuando se le acaban las baterías, se desconecta de golpe. Sin avisos. Te giras y ya no está. Solo queda su cuerpo inerte sobre una mesa o recostado en una silla. Como si fuera la malla tirada en el suelo de la superheroína que es.

¿Veis como es alguien especial? Como este libro. Tenéis entre las manos una declaración de intenciones de cómo vivir la vida intensamente by Sílvia Abril. Leerlo ha sido como ahorrarme una sesión con la psicóloga porque he descubierto que no soy la única a la que le sudan las manos cuando piensa en las próximas Navidades y en las ganas que te entran de salir corriendo del país para evitarte las dichosas fiestas; la que cuando tiene a sus hijos de campamentos, no puede dejar de pensar en los mil quinientos peligros que esconde dormir en una aparentemente inofensiva tienda de campaña; o en la que tiene unas ganas irreprimibles de echar del chat de WhatsApp a algún que otro miembro de la familia. Porque Sílvia somos todas. Y vosotras os reconoceréis en sus historias y en su filosofía de vida: somos imperfectamente perfectas. Nos encantan nuestros dramas y llorar y reírnos de ellos por igual. No había un mejor título para este manual de supervivencia de cómo vivir la vida con humor, Pérdidas de risa. Porque no nos engañemos, amigas, todas tenemos una edad y la gravedad no está de nuestro lado.

Aunque a Sílvia ni eso le importa. Es una superwoman. Pero como toda superheroína tiene un punto débil: el suyo, la memoria. Es increíble cómo ha llegado hasta el día de hoy cuando prácticamente no recuerda ni qué hizo ayer. Y esto no es cosa de la edad, no os penséis. Hace más de veinte años que la conozco y siempre ha sido así. Desmemoriada nivel pro. Creo que por eso hace tantas cosas al cabo del día, porque, en realidad, no se acuerda de lo que ha hecho y de lo que no. Pensaréis entonces que tiene mucho mérito el esfuerzo que ha hecho para escribir este libro, teniendo en cuenta que es un repaso a su vida, ¿verdad? Pues siento romperos el corazón. No os podéis hacer una idea de la ayuda que ha necesitado esta mujer para recordar todas las anécdotas que ha querido compartir con vosotras. Incluso ha habido algún episodio que ha sido una sorpresa para ella misma.

Os digo que, si me hubieran dado un euro por cada llamada que he recibido de un equipo de producción o de algún periodista que me piden a mí anécdotas sobre ella, ahora estaría escribiendo esto con un teclado bañado en oro. Exagero, vale. Pero si a esas llamadas les sumamos las de la misma Sílvia, que te necesita para recordar cosas sobre su propia vida, bueno bueno… teclado y pantalla de oro. Esta es la parte más dura de ser su amiga. Tener que casi renunciar a tus propios recuerdos para dejar espacio en el cerebro para los suyos. Vale, ahora vuelvo a exagerar, pero ella no cuenta con que su amiga «joven» ya no lo es tanto. Pensándolo bien, lo mejor de la existencia de este libro es que, por fin, tendrá gran parte de su vida escrita y encuadernada y podrá utilizarlo como quien consultaba la enciclopedia Espasa. Así que, gracias, HarperCollins. Los amigos de Sílvia no sabéis cómo os estamos de agradecidos.

Como os decía en el arranque, también estoy muy agradecida por dejarme escribir este prólogo. Aunque ahora que caigo, quizás era una artimaña para evitarse otra llamada preguntándome cosas. ¡Directamente se las estoy dejando por escrito! Vale, también se me había olvidado contaros que es una tipa tremendamente lista. La he visto salir airosa de situaciones que merecerían un premio unánime del jurado.

Es curioso pensar que todo esto empezó con un zapatazo en mi cabeza. Por cierto, cuando Sílvia vino a recoger el zapato, el día que nos conocimos, me pidió disculpas y a los pocos minutos ya me estaba invitando para ir juntas a un concierto de Manolo García, al que, por cierto, nunca fuimos. Así que, Sílvia Abril, me debes un concierto.

Es mentira, pero como no se acuerda… De alguna manera me tengo que ir cobrando lo mío. El oro de los teclados no se paga solo.

 

EVA MERSEGUER

1 HE ESCRITO UN LIBRO, PLANTADO UN ÁRBOL Y TENIDO UNA HIJA

 

 

 

 

 

Escribir un libro. Plantar un pino. Tener un hijo. En teoría, cuando completas las tres cosas, te habrás pasado el juego de la vida. Cuando era más joven pensaba que al terminarlas vendría el hada madrina y me diría:

—Sílvia, te has realizado como persona. Ya te puedes retirar en la playa a hacer crucigramas y a rascarte el papo con la mano que tengas libre.

No quiero romperos el corazón, pero no pasó nada de eso.

TENER UN HIJO. Como si fuera una tarea que se puede completar, como si pudieras hacer un check y ya está. He parido, tengo un bebé. ¿Ahora qué? ¿Cuál es el siguiente paso? ¿Plantar un pino? ¡Hecho! Para parir hay que apretar y antes de que salga el bebé a veces sale otra cosa. ¡Para que luego digan que el multitasking no existe! Un hijo se tiene todos los días de tu vida, por eso es imposible completar las tres tareas divinas que te elevan al cielo de las superpersonas. ¡Es una trampa!

Ser madre es el trabajo más difícil que he tenido y en el que más juzgada me he sentido. Y os lo digo yo, que he presentado dos veces los Goya. Cuando te conviertes en madre, las personas que hay a tu alrededor dejan de interactuar contigo de una forma natural para evaluar cada movimiento que haces. Sobre todo, cuando eres un personaje conocido. Hay gente que lo hace con educación, respeto y con intención de ayudarte. Pero hay quien no, que solo lo hace para criticarte. Vamos a ver, José Antonio. ¿Qué vienes a contarme a mí de ser mala madre? Si tú llevas cinco años sin llevar a tu hija de paseo porque prefieres pillar la bici y pirarte de ruta con los amigos. No me jodas. Es como si todo mi alrededor se convirtiera en el jurado de un talent show, «¡Operación Madre!». El premio es una parcelita en el quinto pino para mandar allí a toda esa gente que opina sin saber. La única persona que puede juzgar mi trabajo como madre es la principal afectada. Mi hija. ¡Y creo que ella está bastante satisfecha con la tarea que se está realizando!

Me costó mucho entender que mi hija es una persona y no una figurita de cristal que se puede romper fácilmente. No le voy a crear un trauma cada cinco minutos. Pero alguno caerá, fijo. Solo espero que sea chiquitín. Antes, en las familias que se lo podían permitir, se ahorraba dinero para mandar a los niños a la universidad. Ahora es mejor ahorrar para cuando los niños tengan que ir a terapia. Y cuando cumplan dieciocho años poder decirles:

—¡Este dinero lo hemos guardado para arreglar nuestras cagadas! Utilízalo bien y no te lo gastes en un psicólogo que no tenga título homologado.

Aceptar que no vas a ser una madre perfecta es el primer paso para ser una «buena madre» y resulta hasta liberador.

Cuando estaba embarazada de Joana me repetía mucho: «tengo que hacerlo bien», «tengo que estar a la altura»… Después entendí que no se trataba de eso. De lo que se trataba era de criar a una niña que estuviera sana, que fuera feliz, que tuviera valores y una autoestima fuerte. Casi nada, eh. Parece más fácil acabar la Sagrada Familia que conseguir esto. No hay una fórmula maestra que haga que tu retoño cumpla con todos los objetivos que te has marcado como madre. Si así fuera, la maternidad sería una ciencia exacta, como las matemáticas. ¡MATERNÁTICAS! Se estudiaría en la facultad y al final te darían un título que certifica que estás preparada para ser madre. Pero al igual que en la vida real, saldrías de la universidad sin tener ni idea de nada y aprenderías como se aprende todo. ¡Con las prácticas!

Hay cosas que no aprendes mientras estás embarazada. Por ejemplo, el llanto. Todo el mundo te avisa de que tu bebé va a llorar. Tu familia, tus amigos… Hasta el repartidor de Amazon cuando viene a dejarte un paquete te mira y te dice:

—Ufff, prepárate para no dormir.

Menudo acoso. Dejadme en paz, ya me lo encontraré. Aunque tú te preparas mentalmente. Te convences a ti misma de que estarás los próximos dieciocho meses calmando a una criaturita que destrozará tus tímpanos y tu paciencia.

Y es verdad: los bebés lloran. ¿Pero sabéis quién llora igual que un recién nacido? Una recién parida. ¿Por qué nadie me avisó de que iba a gastar más dinero en pañuelos que en pañales? Me pasé un año entero llorando cada día. A veces de emoción, otras de pena, a veces del mismo estrés. Lloras por verle la cara, lloras porque tienes miedo. Lloras porque no sube la leche, también porque sube la leche y duele. Lloras porque no deja de llorar y lloras hasta el día que el bebé no llora porque por fin podrás descansar. De repente estás subida en la montaña rusa más loca que existe, la de las emociones.

Durante los primeros meses de vida de Joana me encerraba en el baño a llorar. Era mi spa. Me exfoliaba la cara a base de lágrimas. Y es que por mucho que estés rodeada de gente que te quiere e intenta ayudarte, no puedes evitar sentirte sola.

Ser madre es muy bonito, pero también es una putada. Si habéis venido aquí a leer un capítulo donde diga que la maternidad es un camino que huele a rosas, lo siento. Siento ser una aguafiestas. Es verdad que en momentos puntuales sí conectas con eso y te peta la cabeza de felicidad. Pero la mayoría del tiempo es un camino que huele a pañal sucio y a tufillo de «socorro, hace dos días que no me ducho porque se me ha olvidado».

A partir del día que nace tu retoño lo más importante ya no eres tú. Es el bebé. Mi nombre pasó de ser Sílvia a ser Mamá de Joana. En el pediatra, Mamá de Joana. En la guardería, Mamá de Joana. ¡Hasta mis padres! Un día me llamaron y me preguntaron:

—¿Cómo está mi niña?

Y claro, yo pensaba que estaban preguntando por mí. Pero no. ¡No es justo! ¡Yo soy su niña! Pero no, ya no era su niña, ahora era la mamá de la niña.

Es jodido. Te olvidas de quién eres. En el momento en el que está pasando no te das cuenta. Estás demasiado preocupada por sacarle los gases a ese saquito de huesos. No fue hasta que pasó el tiempo y Joana comenzó a ser más autónoma cuando me puse al día conmigo. Dejé de basar mi personalidad en cambiar pañales y amamantar y me recuperé a mí misma.

Esperad un momento, que voy a la cocina a por un cuchillo que toca abrir un melón. El melón de la lactancia. Me costó mucho amamantar a Joana. De mis pechos como mucho salían un par de chupitos de leche. El único líquido que producía mi cuerpo era el pis que se me escapaba de vez en cuando.

El parto de Joana fue por cesárea. Me sentía culpable porque el parto de mi niña no había sido «natural». Por cierto, aprovecho para recordar que todos los partos son naturales. Que el hecho de haber parido por cesárea no te hace menos madre o menos mujer. Fin del inciso.

A pesar de saber esto, es cierto que los primeros días no podía evitar sentirme mal cuando me acordaba de que la niña no había pasado por mi canal vaginal. Por eso, para compensar, me obligué a darle de mamar. Lo probé todo: sacaleches, doula a domicilio. Hasta canela en los pezones, que pensaba: «¡Mira, sus primeras natillas!». Pero la leche seguía sin subir. ¿Dónde estaba mi géiser con lactosa? Yo creía que iba a ser nacer mi niña y mis tetas llenarse con tanta leche que tendría excedente para mandar a la Central Lechera Asturiana.

Mi hija nació muy pequeñita, pesaba lo mismo que un paquete de mortadela. Era mini. ¿Cómo no iba a ser capaz de alimentar a lo que más quería en el mundo y que, además, me necesitaba para subir de peso? Otra vez la culpa, ¡qué pesada! Y si esto ya era duro de por sí, más duro era volver a escuchar a la gente que se te acercaba a darte consejos. ¡Toma infusiones de anís! ¡Que te den un masaje mientras amamantas! Levántate por las mañanas, mírate al espejo y canta: «¡teeeengo una vaca lechera, no es una vacaaaa cualquiera…!». Todos con muy buena intención. Pero es que de repente todo el mundo sabe de lactancia. Todo el mundo tiene que darte su truco infalible para que tu cuerpo produzca alimento. Hasta el técnico del internet que vino a casa a arreglar el router me miró y me dijo: mi mujer se pasaba todas las mañanas un trozo de salami por las tetas para que agarrara el niño. Me dieron ganas de decirle ¿te digo yo cómo arreglar el router? No me digas tú a mí cómo tengo que arreglar mis tetas. Al final, tuve que pasar del pecho al refuerzo. Y del refuerzo tuve que pasar definitivamente al biberón. ¿Pasó algo? No. Joana tiene diez años, es una niña sana, fuerte y con una densidad ósea perfecta.

Cuando vas al colegio aprendes que alrededor del setenta por ciento de tu cuerpo es agua. Nadie te dice que cuando eres madre tu cuerpo se transforma y pasa a ser setenta por ciento agotamiento. Pasas de ser una persona funcional a ser un zombi lobotomizado que funciona gracias a la inercia. Pasas de ser un animal terrestre a ser un reptil, porque vas arrastrándote por todos los sitios. No duermes. Y cuando pasas cuarenta y dos años durmiendo como un tronco y de repente te arrebatan esa necesidad tan básica, como es el descanso, te conviertes en una especie de monstruo de Frankenstein que dice muchas palabrotas. Sí, el sueño me provoca tener mal carácter. ¿Está mal decir tacos delante de un bebé? Sí y no. Sí, porque no está bien hablar así delante de tu hija, pero… ¡Es tan pequeña! No se va a acordar del día que escuchó a su madre decirle gilipollas al coche de delante mientras conducía.

Desde muy bebé tuve que acostumbrar a Joana a montar en coche. La tenía que llevar a la guardería. Yo pensaba que el drama más grande que había visto en mi vida eran Lospuentes de Madison. Hasta que tuve que dejar a mi hija en la guardería, que entonces pasó a ser un capítulo de los Teletubbies. ¡Qué manera de llorar! Ella y yo. Ella porque pensaba que la iba a abandonar. Yo porque ella creía que la estaba abandonando. ¿Qué clase de madre puede dejar a su bebé en un sitio precioso, lleno de profesionales de confianza que se encargan de cuidar a niños de forma impecable? ¿CÓMO? Y venga a llorar. Y era el día de la adaptación. La tuve que dejar solo dos horas. Después te vas esas dos horas y te das cuenta de que ha sido la primera vez en meses que te has dedicado tiempo a ti. Y ahí es cuando empiezas a llorar porque se te ha hecho demasiado corto.

Si hay algo de verdad que te pilla siempre de sorpresa es que nadie te prepara para ser como tu madre. Sí. Como tu madre. En el momento que tienes que criar a un bebé el espíritu de tu madre viene para meterse en tu cuerpo y no salir nunca más. Al principio es sutil, reproduces algún gesto. Dices alguna expresión… Hasta que un día le das rienda suelta y te pillas haciendo y diciendo las mismas cosas que ella. ¡Es muy fuerte! Tanto que asusta. Tu madre te ha poseído y no hay exorcista preparado en todo el mundo para sacarla de allí. El otro día me pillé diciéndole a Joana que había lentejas. Si quieres las comes, si no las dejas. Todavía sigo en shock.

El tiempo se ha puesto las pilas y ha pasado demasiado deprisa. Desde que le vi por primera vez la cara a Joana hasta ahora ha pasado una década. He pasado de tener un bebé a una preadolescente. ¿Estáis oliendo eso? Soy yo que me acabo de cagar encima. Igual que en Netflix hay un botón que pone: omitir introducción… ¿Por qué mi hija no puede tener un botón que ponga omitir adolescencia? Pues porque por suerte es inevitable.

El otro día estaba con sus amigas en casa e intenté unirme para jugar con ellas. Me miró raro. ¿Sabéis qué significa esto? Que ya no queda nada para que me pida un móvil y me conteste mal. No queda nada para que se cierre en banda y me cuente las cosas con cuentagotas. ¡Ya le ha empezado a oler el sobaquillo a sudor adolescente! Me da miedo, pero también entiendo que el paso del tiempo es inevitable y que para que mi hija se convierta en una mujer adulta tiene que pasar esta fase. Su padre y yo trabajaremos para acompañarla. Le proporcionaremos las herramientas para que tenga una autoestima fuerte y no contagiarla con nuestros propios miedos. Le ofreceremos nuestra comprensión y la escucharemos cuando lo necesite. Y lo más fundamental, le hablaremos de la importancia de echarse desodorante a partir de los doce años.

2 SOY FAMOSA

 

 

 

 

 

Este capítulo empieza con un acertijo: «Fue una serie en los años ochenta. Rosalía le dedicó una canción. Y es un barrio de Murcia. ¿Qué es?». La fama. Hay quien se pasa la vida persiguiéndola y quien huye de ella. Luego está la gente de mi equipo, que nos la tomamos como la comida picante. En pequeñas cantidades y en compañía se llega a disfrutar, pero si te excedes, sabes que te puede provocar almorranas.

Muchas veces las personas confunden el éxito con la fama. Y son cosas muy diferentes. Yo fui exitosa antes de ser famosa. Empecé a estudiar Derecho hasta que di el volantazo y decidí estudiar interpretación. En el momento que tomé esa decisión ya fue un éxito para mí. Me arriesgué para conseguir dedicarme a algo que me hacía feliz. ¡Muy bien hecho, Sílvia del pasado! Esto y no comer gluten, las dos mejores cosas que has hecho en tu vida.

Me considero una persona bastante conocida. En España. Me gusta aclarar esto porque no me reconozco como una actriz muy famosa. Julia Roberts podría estar paseando por un pueblo de Soria y la gente la pararía para hacerse una foto. Es verdad que a mí me pararon una vez en el aeropuerto de Noruega, pero para un control aleatorio. Son estilos de fama, si me preguntan. En ningún momento busqué ser famosa. Yo buscaba ser actriz y vivir de lo que más me gustaba. El resto es una consecuencia del camino que elegí.

Me gustaba la profesión, lo de ser conocida me daba un poco igual. Pero hay una parte de la fama que es necesaria. Seamos honestas, si en vez de actriz hubiese sido registradora de la propiedad, quizás no estarías leyendo este libro. A nadie le interesa tanto la gestión de los inmuebles, ni siquiera a una registradora de la propiedad.

La fama te puede dar mejores trabajos, pero también te puede quitar mis dos cosas preferidas del mundo: la diversión y la macrobiota. El estrés se carga a mi microorganismo preferido y ser famosa estresa una barbaridad. Además, que ya no puedo hacer la cabra loca como a mí me gusta. Primero porque Joana es preadolescente y ahora me mira raro, y segundo porque siento que personas que yo no conozco de nada a mí me conocen demasiado. Y eso me da corte.

Mis primeras experiencias siendo «famosa» las viví tras el exitazo de Homo Zapping. Antes me había pegado doce años de gira por el mundo con Els Comediants. Como actuaba detrás de una máscara no pasaba nada. Acababa la función y nos podíamos ir a cenar y a tomarnos una copa sin sentir que la gente nos miraba. A veces se nos acercaba un pequeño grupo a la puerta del teatro a felicitarnos y a darnos la enhorabuena. Y la verdad es que también nos hacía ilusión. Era todo mucho más tranquilo. Hace veinticinco años de eso. La novia de Di Caprio no había ni nacido. Los tiempos eran distintos…

¿Alguna vez os habéis preguntado qué tienen en común las bombas nucleares y los teléfonos con cámara? Que no todo el mundo está preparado para tener uno. Me han pedido muchas fotos. Y siempre me ha gustado hacérmelas. Soy de hablar y ser cercana con la gente que es amable conmigo. Pero también os digo, hay momentos y momentos. Por ejemplo, situación «voy por la calle con mi hija que llegamos tarde a un sitio», no es un buen momento. O «en la puerta del teatro, al acabar una función». Puede ser un buen momento. ¿Veis que fácil?

Para pedir una foto a alguien se tienen que cumplir, como mínimo, dos requisitos. En primer lugar, el entorno debe tener unos estándares mínimos de higiene. Y, en segundo lugar, la persona a la que le vas a pedir la foto debe cumplir unos estándares mínimos de lucidez. Por ejemplo, a mí me han pedido fotos en la cola del baño de un festival. Claramente, no hay ni higiene ni lucidez. Si le pides una foto a alguien y el fondo va a ser una fila gigante de Poly Klyn, mejor estate quieto. También me pidieron una foto saliendo de clase de spinning.