Perfectos imperfectos - Mariolina Ceriotti Migliarese - E-Book

Perfectos imperfectos E-Book

Mariolina Ceriotti Migliarese

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Beschreibung

La familia hace que nos sintamos únicos, al mismo tiempo que nos muestra que no somos el centro del mundo; la familia nos ayuda a encontrar nuestro propio valor, sin sobrevalorarnos; a adaptarnos, a hacer las paces, a superar los conflictos y asimetrías y a advertir que hay otros puntos de vista. La conocida neurosiquiatra radiografía a los padres actuales, su salud, fortalezas y debilidades. Trata cómo hacer bien el amor, "gestionar" a un nuevo hijo —o a un nuevo nieto—, educar sin domesticar, o afrontar el cansancio por el exceso de tareas. Porque las relaciones se dañan, y necesitan ser reparadas: siempre lo hacemos con aquello que deseamos conservar.

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MARIOLINA CERIOTTI MIGLIARESE

PERFECTOS IMPERFECTOS

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Perfetti Imperfetti

© 2022 by Edizioni Ares

© 2022 de la edición traducida por Elena Álvarez

by EDICIONES RIALP, S. A.

Manuel Uribe, 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6487-3

ISBN (edición digital): 978-84-321-6488-0

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6489-7

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

1. LA FAMILIA, LUGAR DE LAS DIFERENCIAS

2. PADRES NUEVOS

3. HACER BIEN EL AMOR

4. EL IMPREVISTO DE LOS HIJOS

5. SENTIDO DE PERTENENCIA

6. EL PAPEL DE LOS ABUELOS

7. PARA EDUCAR, PASIÓN, CONFIANZA Y ESPERANZA

8. UN ORDEN BUENO

9. REPARAR LAS RELACIONES

10. EDUCAR, NO DOMESTICAR

11. SARA

12. ¿MUJERES CASTRANTES?

13. ENTRE EL YO Y EL NOSOTROS

14. «NO HE SIDO FELIZ»

15. LA EDAD DE LOS SUEÑOS

16. ¿LA AGRESIVIDAD ES NEGATIVA?

17. LA DIFICULTAD EN LAS DECISIONES

18. NUERAS, YERNOS Y SUEGROS

19. ABURRIMIENTO Y CREATIVIDAD

20. ¿Y SI SE ROMPE LA FAMILIA?

21. EL SENTIDO DEL TIEMPO

22. SIN FANTASMAS MATERNOS

23. POR QUÉ LAS MUJERES CRITICAN A LOS HOMBRES

24. SEREMOS AMADOS SI SOMOS AMABLES

25. EL MIEDO A LA MUERTE

26. LA MIRADA NUEVA DE LOS JÓVENES

27. LA PATERNIDAD CAMBIA AL HOMBRE

28. QUÉ PROTEGE A LOS NIÑOS

29. SER CAPACES DE ENGENDRAR

30. ADULTOS VALIENTES PARA JÓVENES HERIDOS

31. CRIATURAS DE FRONTERA

32. LOS VÍNCULOS FAMILIARES

33. LOS GANCHOS DEL PASADO

34. RESPONDER A LA CONFIANZA

35. EL PLACER DEL CUIDADO

36. HACER LAS PACES CON LOS PROPIOS LÍMITES

37. EL DESEO, ENTRE EXPECTATIVAS Y REALIDAD

38. AFÁN DE CONTROL

39. YO NO MÍO

40. LOS DONES DEL DESEO

41. VOCACIÓN Y AUTORREALIZACIÓN

42. PERSONALIDADES LIBRES

43. UN PUNTO FIRME PARA RECOMENZAR

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Dedicatoria

Comenzar a leer

Notas

A Matteo

1. LA FAMILIA, LUGAR DE LAS DIFERENCIAS

¿En qué estado de salud se encuentra la familia?

La familia está atacada, criticada, difamada. Pero sigue siendo algo imprescindible, porque el corazón humano tiene un fuerte deseo de pertenencia. Todos necesitamos sentir que estamos arraigados en una historia, y nuestra familia, con todas sus dificultades y sus defectos, encarna el lugar del que hemos partido y el que ha dado a nuestra personalidad su fundamental impronta.

La familia es un sistema complejo, que se desarrolla alrededor de dos ejes: la relación de pareja y la relación de la pareja con las personas que la preceden en el tiempo (los padres) y con quienes la siguen (los hijos).

Pero la familia también es el lugar donde se encuentran las principales diferencias de la realidad humana: la diferencia de sexo entre los padres; la diferencia de edad y de generación entre los hijos, los padres y los abuelos; las diferencias derivadas de la procedencia de dos familias distintas; la diferencia de papel entre quien debe educar y quien tiene que ser educado.

La diferencia siempre es una potencial causa de incomprensión y de conflicto. Pero, al mismo tiempo, es portadora de auténtica novedad: es nueva la mirada que aporta la masculinidad a la feminidad (y viceversa), es nuevo lo que el joven le trae al anciano (y viceversa). Es nuevo todo lo que cada familia de origen le lleva a la otra; y es nuevo todo lo que comienza con el paso a la condición de padres, cuando es necesario encontrar una forma propia de educar.

Por tanto, la familia es un sistema complejo y muy rico, un lugar de amor y de cuidado, pero también un lugar donde es inevitable el conflicto, porque la diferencia siempre lleva consigo la dificultad para entenderse.

Para ser un lugar seguro de pertenencia, la familia tiene que definirse por la estabilidad: necesita poder contar con los tiempos largos, con el “para siempre” de la promesa de amor, con la seguridad protectora que da el vínculo compartido. Solo esta prolongación logra que cada uno de sus miembros no tema el conflicto, y que aprenda a gestionarlo y a convertirlo en ocasión fecunda de crecimiento.

Así entendida, la familia también es el entorno privilegiado que favorece el desarrollo de personalidades ricas y capaces de tener unas buenas relaciones. La inteligencia de un hijo, su instrucción, sus dotes, no son suficientes en sí mismas para que sea una persona realizada, ni tampoco una persona feliz. No se puede descuidar el trabajo para desarrollar sus capacidades humanas. El individualismo actual, que es fuente de una infelicidad difusa, nos recuerda que es necesario volver a apoyar el crecimiento de personas de buen carácter, porque esta eslamejor garantía de realización, tanto en el campo del trabajo como en el del amor.

El “buen carácter” es un conjunto de capacidades distintas: saber asumir el punto de vista del otro; tener una visión positiva de la vida y de las relaciones; conocer tanto el propio valor como los propios límites; ser capaz de recomenzar; desarrollar la paciencia y la voluntad.

Todas ellas son dotes que hacen agradable la vida en común y que se pueden aprender con la convivencia diaria y normal. Cuando hay varios hijos, la familia es el contexto más valioso en el que cultivar esas dotes, precisamente porque constituye una sociedad natural en la que se experimentan, y se deben superar, las asimetrías, las desigualdades y las injusticias, reales o percibidas. Todas estas pequeñas dificultades y molestias exigen el desarrollo de recursos y de capacidad de adaptación; por ello nos enseñan a mediar, a hacer las paces, a superar los conflictos. Permiten que advirtamos la necesidad de considerar que hay puntos de vista distintos a los nuestros, y que, si queremos que nos entiendan, hemos de hacer el esfuerzo de explicarnos, sin pretender obtener una comprensión inmediata.

La familia hace que cada uno nos sintamos únicos, al mismo tiempo que nos muestra que no somos el centro del mundo; y nos ayuda a encontrar nuestro propio valor sin sobrevalorarnos. Frente a lo que se suele creer, ser sobrevalorados no es fuente de fuerza, sino de una grandísima inseguridad.

2. PADRES NUEVOS

Los padres de hoy en día son muy distintos a los del pasado. Son padres afectivos y afectuosos, suelen saber interactuar con sencillez y competencia, incluso con sus hijos recién nacidos, y son capaces de acompañarles en su crecimiento con una verdadera presencia.

Pero, igual que en el pasado, mientras crecen, los niños siguen esperando cosas diferentes de su mamá y de su papá, y construyen con ellos un vínculo diferente. Aunque quieren a sus dos progenitores, el vínculo con su mamá siempre se caracteriza por una mayor cercanía física y una mayor confianza.

Esta diferencia es más evidente en la relación con las hijas. Pero también los hijos varones, cuando están creciendo, ponen al padre en una posición de mayor distancia y menor intimidad.

Muchos padres sufren por esta causa, se sienten marginados injustamente en la vida de estos hijos suyos tan queridos, y se preguntan si han fallado en algo: ¿por qué no pueden gozar de la misma cercanía espontánea que se reserva a su mujer? ¿Y por qué pasa esto incluso cuando el padre es el más afectuoso de los dos?

El hecho es que, para crecer bien, los hijos necesitan verdaderamente de uno y de otra: de dos relaciones, de dos experiencias, de dos códigos de acceso al mundo.

La madre, con su vínculo biológico primario con el hijo, representa la relación de cercanía. Nada hay más cercano a ese ser que está dentro de su cuerpo, contenido y protegido, que sintoniza por el latido del corazón y el ritmo de su respiración. También cuando el placer de crecer les lleva lejos, la madre sigue simbolizando el lugar de la cercanía deseada. Cuando la relación es buena, es más fácil confiarse a ella; cuando la relación es mala, no es fácil colmar el vacío de esa falta de confidencia.

En cambio, el padre, aunque acoge al hijo de la mujer amada y le nombra su heredero, es la relación del “fuera”. Su papel es ingrato, porque tiene que abrirse espacio en el mundo del hijo como quien interrumpe la simbiosis con la madre; es el que la pretende para sí en primer lugar (según el niño, injustamente). La madre es mujer del padre, antes de ser madre del niño. Mantener firme este punto significa situar al hijo en una posición sana, pero también supone aceptar una primera distancia, tolerar la primera incomprensión y acceder a ser considerado como el que hiere.

El padre es, para el hijo, “el que no entiende”: el que está marcado por la alteridad.

Esto no es fácil de aceptar, sobre todo para los estupendos padres de hoy, a quienes, igual que a las madres, les cuesta soportar que sus hijos se sientan dolidos, y que sufren por ser injustamente considerados como causa de alguna dificultad o dolor. Los padres de hoy sufren por las incomprensiones de los hijos más que los padres del pasado, porque su posición es más solícita y maternal, y porque tienen un mayor contacto que en el pasado con su propia afectividad.

A pesar de todo, el valor más importante que tiene el padre se encuentra precisamente en esta diferente regulación de la distancia, porque esta no-comprensión (así percibida por el hijo, aunque no sea necesariamente real) deja el espacio necesario al desarrollo autónomo de la personalidad de los hijos, les empuja a salir de la comodidad de la comprensión materna, y les hace libres.

El padre es más capaz que la madre de respetar la privacidad del espacio de los hijos, de sus pensamientos y de sus proyectos. Así estimula una forma de ser, pensar y actuar realmente personal. El amor del padre no prevé la simbiosis: la relación con el hijo tiene que pasar también por la contraposición y el conflicto.

El auténtico valor, ese que hace que hayamos de tener respeto a cualquier padre, independientemente de las dotes que logre expresar, se encuentra en el hecho mismo de haber abierto su corazón a la vida y de haber querido ser padre de la criatura que ha engendrado; en estar dispuesto a tomar ese niño bajo su responsabilidad, tolerando las incomprensiones, para convertirlo en su heredero. Estar dispuesto a hacer todo lo que puede y sabe por él, para acompañarle hasta que se convierta en un hombre.

3. HACER BIEN EL AMOR

Para hacer bien el amor, como creo que lo ha pensado Dios, es necesario tener a la vez vitalidad del cuerpo y sabiduría del corazón. Las dos condiciones logran coincidir muy raramente, y esto convierte al amor en un deseo eterno, una tensión eterna, una repetición de algo cuyo atractivo y fascinación percibimos, pero que no llegamos a poseer del todo. Es como una música que oímos de lejos, un perfume que no conseguimos reconocer, un recuerdo conmovedor.

El cuerpo humano recibe la belleza por medio de los sentidos, que nos atraen con fuerza hacia los objetos de nuestro deseo; pero eso que deseamos se nos escapa, porque para poseer la belleza por completo no es suficiente con haberla visto, olido, escuchado o tocado. El deseo nos pide “incorporar” totalmente y con todos los sentidos el objeto, para hacerlo nuestro. Pero incorporar el objeto hace que se desvanezca.

Quizá la experiencia de hacer el amor es tan especial porque es la más sintética de todas, la más cercana al deseo de poseer todos los aspectos del otro: su belleza, su olor, su sabor, la presión modulada de su cuerpo, el sonido de su voz. Los sentidos nos conducen a un lugar de nuestro ser que promete por fin un verdadero encuentro.

Pero la vitalidad de la juventud no es suficiente sin la profundidad de un corazón sabio. Con demasiada frecuencia nos limitamos a pasar muy cerca una persona de la otra, quizá lo suficiente para volver a sentir repetidamente el mismo deseo.

A veces, no logramos encontrarnos porque somos demasiado jóvenes: lo masculino y lo femenino no se entienden, se temen, se avergüenzan del otro. De jóvenes, tenemos deseos fuertes pero poca paciencia, y el sexo es un lenguaje que es necesario aprender: hay que dejar de lado las idealizaciones y aceptar las leyes que escapan a la ilusión de un encuentro perfecto.

En nuestra búsqueda, a veces solo encontramos el cuerpo del otro, o puede que solo encontremos nuestro cuerpo en contacto con el suyo. Buscamos una salida a tensiones físicas, afectivas y mentales; querríamos ser acogidos, querríamos que alguien nos ayudase a regular nuestras emociones con una benevolencia acogedora. Querríamos que el sexo fuera sencillo, y posiblemente lo banalizamos.

A veces nos encontramos con nuestra fragilidad o la del otro, que no se pueden cubrir con palabras. Solo se puede callar, con respeto y con paciencia.

Alguna vez nos encontramos con el placer, que para ser pleno pide ser compartido y teñirse de ternura hacia la inefable vulnerabilidad del otro, y hacia la nuestra.

Pero si tenemos un corazón sabio, además del placer podemos aprender a descubrir la alegría. Esta nace cuando no nos buscamos solo a nosotros mismos y nuestro placer, ni tampoco solo el placer del otro, sino cuando en el encuentro dejamos espacio para un “tercero”. Es la imaginación inconsciente de engendrar, que expresa siempre (también cuando no es el momento concreto para tener un hijo) la tensión creativa de una pareja que se ama. La posibilidad concreta o simbólica de fecundarse hace fértil la relación de amor, la vuelve especial, y hace que no se esfume cuando falta o cuando termina la experiencia del placer.

El sexo es un don que nos abre a algo más, a un “todavía no”, a algo distinto. Es siempre la experiencia de un “casi”: un “casi” encuentro, un “casi” ser uno sin disminuir nuestro ser dos.

Pero, para que encuentre su sabor más verdadero, le hace falta una mirada abierta al futuro: porque la apertura al futuro es la que hace eterna la capacidad de amarse.

4. EL IMPREVISTO DE LOS HIJOS

El nacimiento de un hijo nos sitúa frente a la necesidad de gestionar un cambio importante. La palabra “gestionar” pertenece al campo del “hacer” (guiar, controlar, encuadrar). Antes de reflexionar sobre ella, es muy importante que comprendamos el cambio al que nos referimos.

El hijo marca una discontinuidad fuerte en la experiencia de uno mismo y del mundo; supone un salto cualitativo en nuestra vida, un auténtico evento, en el sentido etimológico: algo que viene de fuera y que nos introduce en lo imprevisible y en lo definitivo. Aunque lo hayamos decidido o programado, la voluntad de controlar nuestra vida se enfrenta inevitablemente con lo desconocido del hijo-persona, y por eso reclama que entendamos y acojamos la naturaleza auténticamente creativa de un nacimiento. Nosotros somos el medio por el que va a asomarse al mundo alguien que antes no estaba, que va a existir con una vida propia, que nunca será completamente controlable, y que nos pide una respuesta (responsabilidad) a su existir: nos pide ser amado, pero también recibir cuidado y una guía para orientarse en el mundo. Este alguien va a estar unido a nosotros para siempre, y vamos a ser importantes para él de una forma única.

No es fácil comprender del todo la naturaleza del cambio que introduce un nacimiento, y que actualmente sorprende de imprevisto, sobre todo, a las madres. Las jóvenes de hoy en día, tan competentes y decididas como son, han luchado por su profesión y por tener su lugar en el mundo, y tienden a pensar en el hijo como un nuevo proyecto que añadir a su vida en el momento en que tengan la posibilidad práctica y la capacidad organizativa necesarias para llevarlo adelante. Según sus expectativas, el hijo va a llegar si, como y cuando ellas lo deseen, y creen que el cumplimiento de una buena maternidad solo depende de su decisión y de sus capacidades. En muchos casos, piensan en el hijo en el contexto de una proyección individual, menos que en una proyección de pareja.