Padres e hijos - Mariolina Ceriotti Migliarese - E-Book

Padres e hijos E-Book

Mariolina Ceriotti Migliarese

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Beschreibung

Incluso para quienes no creen en Dios, la inagotable reflexión sobre lo paterno tiene como referencia última la relación entre el "Padre" y el "Hijo" por excelencia: este libro parte de allí, para conducirnos a una mejora en nuestras relaciones. Es una invitación a comprender que amar según el corazón de Dios no proviene de cosas complejas, sino de la realidad cotidiana, y requiere por tanto una pequeña y constante educación de la mente y del corazón. Un viaje en nueve etapas para redescubrir la auténtica paternidad, que, día tras día, toma forma a través de las imperfecciones normales de nuestras relaciones cotidianas.

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MARIOLINA CERIOTTI MIGLIARESE

PADRES E HIJOS

Los caminos de la paternidad

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Padri e Figli

© 2023 by Edizioni Ares.

© 2024 de la edición española traducida por Elena Álvarez

by EDICIONES RIALP, S.A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6655-6

ISBN (edición digital): 978-84-321-6656-3

ISNI: 0000 0001 0725 313X

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

Introducción

1. El reconocimiento

2. La complacencia

3. Indicaciones de ruta

4. La vocación del Hijo

5. El crédito

6. El tiempo juntos

7. La escucha

8. La ternura

9. El Padre no quita al Hijo el encuentro con el dolor y la muerte

Apéndice 1. Los rostros del padre

Apéndice 2. La parábola del padre misericordioso

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Comenzar a leer

Notas

Introducción

La reflexión inagotable sobre la paternidad solo tiene como referencia última la relación entre el “Padre” y el “Hijo”, incluso para los no creyentes. Por eso, es lícito preguntarse cuál es el estilo de la paternidad auténtica, según lo que proponen los Evangelios, y cómo hacer que esa reflexión no se limite a la construcción de unas teorías bonitas, sino que guíe nuestros pasos por caminos prácticos, que cualquier padre pueda recorrer.

Este librito nace acompañado por varias preguntas.

La primera es esta: ¿queda algo por escribir (y por leer), que valga realmente la pena, sobre la relación entre padres e hijos? Hay muchos libros extensos sobre este tema, escritos por importantes especialistas; así que no es fácil encontrar algo que no se haya dicho aún.

En segundo lugar: ¿es posible comprender y expresar desde un punto de vista femenino la realidad más profunda de la paternidad? ¿No sería mejor dejar que hablen los padres?

Y también: dado que la relación del Padre con el Hijo es un argumento “elevado”, que se adapta mal a las interpretaciones psicológicas, ¿se puede establecer una conexión entre la relación Padre/Hijo y esa otra relación padres/hijos que nos es familiar? ¿Es lícito mezclar la interpretación espiritual con la lectura de las dinámicas psicológicas? ¿No corremos el riesgo de simplificar en exceso una y otra?

Me he decidido a escribir este libro porque creo que cada cristiano ha sido invitado a contribuir de forma personal a la lectura concreta del mensaje evangélico. Y cada uno tiene que hacer esa aportación según su carisma. Por eso, para una psicoterapeuta es ineludible preguntarse cómo unir lo que conoce por medio de su experiencia humana y profesional con lo que sale a la luz de la lectura del Evangelio.

Para un creyente no puede existir contradicción —más que aparente— entre las verdades que descubre sobre lo humano y lo que conoce con la guía de la Escritura. Las palabras de Jesús «la Verdad os hará libres» son una invitación constante a no tener miedo de buscar sinceramente la verdad en todos sus aspectos, y nos aseguran que no puede haber contradicción entre el bienestar psíquico y el bienestar espiritual.

La cuestión es seguir buscando, seguir entendiendo, porque el designio de Dios para el hombre es un designio de felicidad cuyo camino nos indica Él mismo. Cada uno de nosotros, si quiere aportar algo a la gran construcción que es la Iglesia, tiene que traer su piedrecita.

Si queremos parecernos al Padre en la vida real, como nos pide Jesús, me parece importante reflexionar sobre la condición de ser padres, partiendo precisamente de lo que encontramos en el Evangelio. Creo que a Dios-Padre, igual que a cualquier padre, le enternecerá ver a un hijo que se pregunta cómo se le puede parecer más.

La relación padre/hijo es parte integrante de la experiencia humana de Jesús: el Dios-Jesús también era el Hombre-Jesús. Al relacionarse con Él, el Padre celestial, sin duda, ha tenido en cuenta todas las exigencias de su humanidad.

¿Cómo ser padres según el estilo del Padre?

Naturalmente, no tengo nada parecido a una respuesta exhaustiva, pero este libro quiere contribuir a la reflexión, quiere ser una invitación a comprender que amar según el corazón de Dios no es algo teórico, ni está mediado por los sistemas. Al contrario, es una realidad muy concreta que requiere una educación pequeña y constante del corazón.

Este paso de las cimas de la espiritualidad a la concreción de la vida cotidiana se puede considerar como una contribución específicamente femenina al pensamiento masculino, que tiende más bien a la abstracción: el pensamiento femenino siente la necesidad y percibe como tarea propia la de traducir las maravillas del pensamiento abstracto en concreciones, de modo que no solo nutran la mente, sino también el corazón. Como dice Edith Stein, incluso cuando se ocupa de ideas o de cosas, la mujer sabe que cada cosa sirve a una persona y esto es lo que despierta su principal interés. Eso hace que sea potencialmente revolucionaria, porque es más capaz que el hombre de sortear las ideologías y mantenerse abierta a más puntos de vista.

Por eso, como terapeuta mujer, sugiero humildemente al hombre que recuerde que la buena paternidad, la que sigue las huellas del Padre, no pasa por cosas especiales o difíciles, sino que se compone de actitudes y decisiones concretas que se declinan, un día tras otro, en la normalidad y en la imperfección de nuestras relaciones.

El libro está compuesto por nueve capítulos —no diez, al modo de un decálogo, y esto se debe a que ningún decálogo sería capaz de agotar el tema—. Hay un capítulo diez que no está escrito, ni definido, porque queda abierto a la búsqueda de cada uno.

Los nueve puntos se me han presentado casi solos, como una evidencia, algo que solo puede indicar la presencia de un signo, o una gran presunción. Espero que se trate de la primera hipótesis.

En casi todos los capítulos he insertado historias breves, en las que he querido seleccionar episodios que no tienen nada de excepcional: solo son unas anotaciones elegidas entre muchas posibles, para sugerir justamente que nuestra tarea consiste en tratar de traducir en cotidianidad las profundas indicaciones que nos llegan de la Palabra de Dios. Los episodios que cuento no se refieren solamente a la relación con los hijos pequeños, también he tomado como punto de partida relaciones con hijos ya adultos, porque creo que todavía se reflexiona demasiado poco sobre el valor que sigue teniendo la relación con el padre en una edad mayor.

Enumero brevemente los argumentos que se tratan en los nueve capítulos:

1. El reconocimiento del Hijo (el bautismo de Jesús: «Tú eres mi Hijo»). También la paternidad humana empieza a partir del reconocimiento del hijo.

2. La complacencia: reconocimiento de la belleza y del valor (el bautismo de Jesús: «Tú eres mi Hijo amado; en ti me he complacido»). En su relación con su padre, el hijo necesita el intercambio de estima: ser estimado por alguien a quien estimamos.

3. Indicaciones de ruta: el padre introduce al hijo en los valores (las tentaciones de Jesús). El padre ayuda al hijo a comprender la realidad, a renunciar a la omnipotencia, a dar a las cosas su justo orden.

4. La vocación del Hijo (Jesús perdido y hallado en el templo). El hijo necesita que a su padre le importe su libertad, que le anime a entender hacia dónde se dirige su verdadero deseo.

5. El crédito (la transfiguración: «Este es mi Hijo amado: escuchadle»). El hijo necesita sentir que el padre cree en él, que reconoce siempre, desde el principio, su capacidad para lograr lo que se propone, que aprecia sus esfuerzos por encima de sus éxitos. El padre está contento de que el hijo le supere en capacidad.

6. El tiempo juntos (el diálogo personal Padre-Hijo: la oración). El hijo necesita espacios y tiempos de relación personal, que son distintos en función de la edad: para el juego, para compartir actividades, para la confidencia espontánea, respetando los tiempos del hijo.

7. La escucha (resurrección de Lázaro: «Yo sé que Tú siempre me escuchas»). El hijo necesita escucha. Debe tener la posibilidad de entrenarse en expresar libremente su pensamiento, con la certeza de que su padre tiene verdadero interés hacia él.

8. La ternura («Abbà, Padre»). El hijo desea poder apoyarse en la ternura respetuosa de su padre.

9. El Padre no quita al Hijo el encuentro con el dolor y la muerte, que están incluidos en su vocación a la vida (el huerto de los olivos). El código materno y el código paterno: dos aproximaciones indispensables a la relación.

Una vez terminado el libro, he decidido añadir como apéndice dos artículos. El primero fue publicado en Studi Cattolici en abril de 2013 (pp. 252-253), en un número especial, titulado “El padre. Libertad-don”, que estaba dedicado por entero a la figura del padre. Incluía también textos de Franco Poterzio (pp. 255-259) y de Claudio Risè (pp. 249-251). Mi contribución se refería a la paternidad de José, el hombre justo, el papá humano a quien fue confiado Jesús. José es, sin duda, el ejemplo más seguro del modo en que un papá humano ha tratado de interpretar la paternidad según los designios de Dios: por eso, creo que es fundamental observarle incansablemente y preguntarse por él. En concreto, la adición de este apéndice me ha dado la oportunidad de comentar mejor el episodio del reencuentro de Jesús, que me parece decisivo para comprender la relación entre padre e hijo en toda su complejidad.

El segundo artículo ha sido publicado en Studi Cattolici con el título: “Dos hijos bajo el patrón de la libertad” (noviembre 2010, n. 597). Es un comentario a la parábola del Padre misericordioso, escrito como respuesta a un artículo anterior, muy interesante, de Cesare Cavalleri. En este escrito me he preguntado por la posición de los dos hijos: cada uno nos representa a nosotros, en referencia a un Padre cuyas intenciones, frecuentemente, no entendemos; un Padre malentendido, al que miramos con desconfianza porque tememos que sea enemigo de nuestra libertad y de nuestra felicidad.

Me parece que comprender mejor nuestra posición de hijos es un paso muy importante para madurar mejor también en la paternidad.

¡Buena lectura!

1. El reconocimiento Yo soy tu padre / tú eres mi hijo

«Por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”» (Mc 1, 9-11).

«Tú eres mi Hijo». Los tres sinópticos, al narrar el Bautismo de Jesús, destacan estas palabras. Constituyen un acto explícito de reconocimiento y atestiguan públicamente que entre Jesús y el Dios de la Escritura existe una relación específica Padre-Hijo.

En todo el Evangelio, son muy pocas las veces en que se recogen palabras pronunciadas por Dios: las palabras del Padre y su voluntad habitualmente nos llegan por medio del Hijo que las escucha, las acoge y las hace comprensibles para nosotros. En cambio, en el relato del Bautismo y en el de la Transfiguración se nos cuenta que es el Señor quien habla, de forma directa y pública: es suya la voz de los cielos que todos los presentes pueden oír.

De este modo, Dios nos indica cuál es el acto primero y fundamental de Su paternidad y la nuestra: reconocer públicamente como hijo a la criatura engendrada. El carácter excepcional de esta Voz nos introduce en el valor fundante del reconocimiento, que no debe darse por descontado, sino que requiere que lo comprendamos en la profundidad de su significado y de sus implicaciones.

Apuntes de una historia:

Jaime y María esperan un niño: ha sido María quien ha expresado este deseo y, después de muchas dudas, Jaime ha decidido “contentarla”. Para él, la paternidad no es un deseo, ni tampoco un pensamiento positivo: su relación con su padre siempre ha sido pésima, hasta el punto de que ya ni siquiera se hablan. Ha puesto una sola condición a María: que el niño solo lleve el apellido de ella. No quiere que el apellido de su padre tenga continuidad.

La paternidad humana empieza por un reconocimiento: para definirse como padre a todos los efectos, es necesario que el hombre declare que el recién nacido es su propio hijo, con un acto que es simultáneamente personal y público; el acto biológico que hace padres, por sí solo, no es suficiente para significar la especificidad y el carácter irrevocable del vínculo. Es indispensable dar un paso de naturaleza estrictamente cultural, por el que se incluye al recién nacido en la comunidad social, y se define su posición en el seno de la familia.

En cambio, el fundamento de la relación con la madre es biológico: lo que convierte a la mujer en madre es la presencia misma del hijo dentro de su cuerpo, que da vida a un vínculo que ambos perciben como fuerte y definitivo. El vínculo que genera la relación entre el padre y el hijo, en cambio, no es “cuerpo a cuerpo”: es indirecto, pasa necesariamente por la triangulación del hombre con la mujer-madre, por medio de la que recibe al hijo. El hombre puede incluso sustraerse (injustamente) a este vínculo con el propio hijo biológico, ignorando o negando su propia paternidad.

En consecuencia, son necesarias una decisión y una elección concretas. Ser padre significa «reconocer» y, por ello, nombrar como hijo propio a ese niño, con una decisión que incluye y determina a la vez una asunción de responsabilidad.

Pero reconocer a un hijo también significa hacerle heredero, y con ello incluirle en la cadena de generaciones de la que formamos parte. Por este motivo, convertirse en padre obliga al hombre a hacer frente a su propia dimensión de hijo, con todas sus contradicciones. Es necesario hacer cuentas con la historia concreta de la relación con su propio padre, con sus valores y también con sus límites. Es un paso rico en posibilidades de crecimiento, pero que no es siempre fácil, porque nuestras relaciones casi siempre están heridas y no es fácil superarlas. Convertirnos en padres nos abre la gran oportunidad de dar comienzo a la revisión bondadosa del pasado, y empezar a leer con ojos más adultos y benevolentes los eventos que tenemos a nuestras espaldas.