Periodismo prensado - Nicolás Adet Larcher - E-Book

Periodismo prensado E-Book

Nicolás Adet Larcher

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Beschreibung

Samanta Schweblin, David Lynch, Juan Forn, Walter Lezcano, un dictador norcoreano fanático del cine, un joven militante que muere en un recital de La Renga; un músico que dice y mira desde lo queer; una rapera que canta lo que pasa en los barrios y un político multifunción. Son retazos de vidas que cuentan y son contadas, atravesadas por experiencias que muestran los pliegues de lo cotidiano en sus relatos y sus acciones. Forman parte de un recorrido periodístico desde la crónica, el perfil y la entrevista. Estos textos, publicados en una revista digital llamada Subida de Línea, tienen el hilo conductor de la curiosidad en sus líneas. Una colección de voces con algo para decir.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Belén Mondati

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Belén Mondati.

Fotografía de solapa: Matías Torezani.

Adet Larcher, José Nicolás

Periodismo prensado : crónicas, perfiles y entrevistas / José Nicolás Adet Larcher. - 1a ed . - Córdoba : Tinta Libre, 2019.

96 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-408-5

1. Periodismo. 2. Crónicas. 3. Entrevistas. I. Título.

CDD 070.44

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor. Está tam-

bién totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet

o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2019. Nicolás Adet Larcher.

© 2019. Tinta Libre Ediciones

Para José, Patricia y Joaquín, mi familia

Para Agustina, mi compañera

Periodismo prensado

Periodismo prensado es apenas una muestra, una porción compactada y empaquetada de unas cuantas notas dispersas que necesitaba ordenar entre el caos. Una selección caprichosa de perfiles, crónicas y entrevistas recalentadas y restauradas que vieron la luz de distintas maneras.

En gran medida, mucho de lo que van a leer en estas páginas fue escrito entre 2016 y 2018, mientras transitaba los primeros años de Subida de Línea, una revista digital que armamos con un grupo de compañeros y compañeras que después se convirtieron en grandes amigos.

Aquí hay un poco de lo que fui en este tiempo, de lo que vi, de lo que leí y lo que escribí. De lo que tomé y dejé de lado. Hay páginas con textos imperfectos, perfiles a media distancia redactados bajo el único patrimonio de la mirada. Páginas sostenidas por todos los intereses que me atravesaron y me cambiaron.

Fabricados para un mundo digital que olvida rápido, quería que estos textos tuvieran un encuentro cercano de algún tipo con el papel, que pudieran respirar otro aire en otras manos.

En este prensado van a encontrar retazos de vida de David Lynch, de Juan Forn y de un dictador cinéfilo norcoreano que sueña con sus propias películas; a Samanta Schweblin y sus lecturas, a Luciana Sousa hablando de literatura y a Walter Lezcano, un escritor prolífico e inquieto. También van a encontrar la historia de Seba, su militancia y el rock a la sombra de la muerte, la historia de la rapera Natalí Monte, de Juan Tauil y su inclasificable banda y un perfil del dirigente político, gremial y deportivo, Gerardo Montenegro.

Un paquete surtido de personajes, de historias y de proyectos que se desprenden aquí y que dejan un lugar que será continuado por otras obsesiones, otras lecturas y otras experiencias.

Allá vamos.

Crónicas y perfiles

Ciudad de grandes corazones: Sebastián, militancia y rock

—Mi amor, yo me tengo que ir.

—¿Adónde?

—A la casa del Chino —le respondió Sebastián Medina a su novia, Ana.

Durante la mañana, habían estado presentes en la Marcha de los Bombos junto a la familia de Seba y al mediodía él tenía pendiente encontrarse con sus amigos sobre avenida Belgrano para tomar un colectivo hasta Villa del Carmen.

—Me voy a comer un choripán—le dijo sonriendo a Ana, mientras ella le decía que se abrigara y llevara sus pastillas.

—Sí, llevo —le respondió y se despidieron.

Fue la última vez que se vieron.

Seba tenía prevista la reunión con sus amigos desde hacía tiempo. Estaba eufórico ante la espera. Se iban a juntar a comer, iban a quedarse en Villa del Carmen durante todo el día y alrededor de las 19 se iban a ir a plaza Añoranzas para ver el show de La Renga, que ya había anunciado una nueva visita a la provincia. Seba había sido testigo de otros shows de esa magnitud, como las misas del Indio Solari en Tandil y Mendoza. Disfrutaba del rock, solía cantar en su casa en voz alta mientras tenía la música de fondo cuando se hacía un lugar entre el trabajo, el estudio y la militancia.

Entre su rol de estudiante y de militante en la agrupación Corriente Peronista Descamisados, Seba trabajaba en una panadería de la ciudad de La Banda para ganar dinero para su familia. Desde hacía unos años estudiaba en el profesorado de historia en la Escuela Centenario, le quedaba muy poco para terminar y el lunes iba a empezar a estudiar para su última materia mientras comenzaba la residencia. Le había pedido a Ana que lo espere, que se recibía y se iban a vivir juntos al año siguiente.

Seba había ingresado a la Descamisados cuatro años atrás, junto a Sara, una de sus compañeras de militancia. “Éramos los más nuevos en ese momento”, recuerda ella. Entre varias actividades, los sábados daban clases de apoyo y pasaban la mañana junto a los hijos de los feriantes de la avenida Besares para que sus padres pudieran trabajar. Llevaban hojas para dibujar y jugaban con los chicos. Ese sábado 16 de julio, había una actividad prevista junto a la agrupación. Seba había pedido el día para poder asistir a la Marcha de los Bombos con su familia y luego al recital de La Renga con sus amigos.

A la tarde, mientras iba camino al recital, Ana lo llamó por teléfono. Seba lo atendió con la voz ronca. “Me cansé de tanto cantar”, le explicó cuando Ana preguntó por ese detalle. Habían demorado en conseguir un auto hasta plaza Añoranzas, pero ya estaban llegando. “Cuando salga, te aviso dónde estoy así nos encontramos”, le dijo a su novia.

El recital recién empezaba, la banda terminaba de tocar la sexta canción. Seba salía de la multitud para encontrarse con los suyos en la tribuna. Se puso de pie en una de las butacas de cemento, al lado de Natalia, su amiga. Se miraron y se encontraron cantando un estribillo. Y ese fue el clímax. Allí llegaron a lo más alto las emociones de ese día: de sentirse enamorado, de compartir con amigos, de saber que con su militancia aportaba para cambiar la realidad de su familia y de quienes lo rodeaban. Y para su corazón, irónicamente más grande de lo normal, fue demasiado.

Seba se desvaneció sobre las butacas y no tardaron en llevarlo al área destinada a primeros auxilios. Natalia puso sus dedos debajo del mentón, pero ya no encontraba pulso y los paramédicos nada podían hacer o, al menos, eso parecía. La ambulancia llegó al lugar, subió a Seba a una camilla y no dejaron que nadie lo acompañara, a pesar de la insistencia de Natalia.

Desde su nacimiento, Seba padecía problemas cardíacos y durante toda su vida debió tomar la medicación correspondiente para su problema. En los viajes de militancia, sus compañeros lo cuidaban, trataban de evitar que se agitara, que se cansara.

—Él siempre quería ir adelante, con los bombos, pero siempre había un compañero detrás cuidándolo, sin que él se entere porque no queríamos hacerlo sentir débil —cuenta Sara.

La primera vez que muchos supieron de su problema, había tenido lugar hacía unos años. Seba estaba colgando un cartel para las elecciones del Centro de Estudiantes de la Escuela Centenario y se cayó de la escalera. Lo llevaron en una ambulancia hasta el Hospital Regional mientras sus padres llegaban asustados. “Ahí nos contaron que tenía problemas de corazón”, pero la salud de Seba nunca había llegado a un estado de gravedad considerable.

Mientras Seba era trasladado en la ambulancia, en su casa del barrio Lourdes, en La Banda, sus padres se sentían preocupados, eran más de las 23 y no tenían noticias de su hijo. Rodolfo intentó comunicarse al celular. Llamaron y fueron atendidos por la voz de otra persona:

—¿Seba?

—No, Seba no está. Seba está muerto. Tienen que venir al Regional.

La voz pertenecía a un policía de la Comisaría Primera.

En el hospital, a Ana no le brindaban información sobre su novio, solo pudo verlo cuando llegaron Rodolfo y Rosa, los padres. Estuvieron esperando hasta que, por fin, una doctora les leyó el informe. Dijo que Seba “murió por sobredosis”. El desconcierto de su familia era colosal. Seba jamás había consumido otra cosa que no fuera alcohol, debido al tratamiento por su problema cardíaco.

Al mismo tiempo, los medios locales se comunicaban con la policía para obtener información sobre el caso para sus portales digitales. Para redactar las notas, tomaron la versión oficial en boca de los uniformados: Seba había muerto por “sobredosis”, aunque no había autopsia de por medio que diera fe de esa información. Sin embargo, la noticia se viralizó en forma instantánea por las redes sociales.

Al día siguiente, Rodolfo y Rosa iniciaron los trámites para la autopsia mientras Ana visitaba la redacción de uno de los medios para pedir explicaciones sobre una publicación que ya había sido borrada. “Fue un golpe muy fuerte que digan que murió por sobredosis”, cuenta Ana, lamentándose frente a la duda sembrada ante una noticia errónea. “¿Por qué no esperaron? Era algo privado, de la familia. Él era una excelente persona”.

La autopsia determinó que la verdadera causa del fallecimiento de Seba había sido una arritmia que derivó en una suba de presión y provocó un infarto fulminante. Su corazón tenía el doble del tamaño que debía tener.

Ese sábado 16 de julio, a la mañana, Daniel Luna de 45 años había fallecido en medio de la Marcha de los Bombos a causa de un infarto, unas horas antes que Seba. El tratamiento de los medios para los dos casos fue distinto (en el caso de Luna, se publicó al instante la verdadera causa) y los informes oficiales de la policía provincial, también. Seba fue estigmatizado por asistir a un recital de rock, mientras los medios, la policía y una médica lo señalaban como adicto.

“Fue un golpe muy fuerte”, vuelve a decir Ana, mientras una chacarera suena a sus espaldas. Son las 17 y cae la tarde en la casa de Seba. Es 20 de julio y todos están reunidos en una ronda para recordarlo –guitarra y bombo en mano– en ese lugar donde cada año festejaban el Día del Amigo.

Sentime Dominga

Cuando llego al café de la Buri Buri, Juan Tauil está sentado esperándome. Cruzo el bar y veo un licuado de frutilla sobre su mesa, un síntoma de mi tardanza. Juan me dice: “Tranca”, lleva un pullover gris entallado, una barba de unos pocos días y un flequillo que le cubre toda la frente. El resto de su pelo oscuro cae sobre sus hombros. ¿Qué edad tiene Juan Tauil? No sé, cualquier respuesta se diluye en su atemporalidad. Puede tener una edad determinada y puede no tener ninguna.

Me siento y enciendo el grabador.

Juan me cuenta que nació en Fernández, que es santiagueño, pero que desde 1992 vive en Buenos Aires, que se fue sin nada, que llegó a la gran ciudad cargado de motivaciones y dudas. Me cuenta que fue a Francia antes de eso, que se fue tres meses, que en Francia pensó: “Me gusta viajar” y que esa “motivación tonta” lo llevó a buscar carreras para viajar por el mundo. “¿Con qué carrera puedo viajar? Mirá la boludez”, pensaba. Alguien le contestó: Relaciones Internacionales.

Cruzó el país. Se fue hasta Buenos Aires y se puso a estudiar Relaciones Internacionales en la Universidad de Belgrano. Repite, la motivación era tonta, “pero evidentemente adentro mío había una necesidad de generar mi propio mundo”.

—¿Generar ese mundo fue algo consciente?

—Fue en forma inconsciente. Mi viejo tiene mucho carácter, es un tipo con mucha impronta y no me veía bien siguiendo un camino normal en Fernández, laburando sobre lo que hacía mi viejo en un comercio mayorista. Era cantado que yo tenía que seguir un legado bajo la égida de mi padre.

“Me llevó tiempo, mucho tiempo generar mi propio universo en Buenos Aires. Pero lo logré”, dice y sonríe.

En plena década de los noventa, con el menemismo a cuestas, la reforma constitucional, la reelección, el 1 a 1, los represores en la calle, los escraches, los piquetes, el falso progresismo televisivo, las promesas de estratósfera, Japón y un auge de internet que a nadie le importaba, Juan se recibe. Trabaja en cancillería dentro de la unidad de Medio Ambiente. Pero todo acaba pronto. A la embajadora la mudan a otro lugar y queda sin trabajo. Empieza a buscar otras cosas. En 1999/2000 vende negocios virtuales, páginas web en un país que se caía a pedazos, “nadie quería saber nada sobre internet”. Se entera de un máster en Periodismo de Clarín en la Universidad de San Andrés; puede elegir entre La Nación y Clarín. Elige Clarín.