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Un estremecedor repaso a la crónica negra de nuestro país… Y a las explicaciones que nos ofrece la criminología. ¿Qué le pasaba por la cabeza al descuartizador de Majadahonda? ¿Cómo es posible que el celador de Olot envenenara a una docena de ancianos? ¿Era José Bretón una persona malvada? ¿Qué mecanismos usaba para estafar a sus víctimas el falso monje Shaolin? ¿Qué motivó a los terroristas de Barcelona y Cambrils? A través de un repaso a la crónica negra reciente, la periodista Carmen Corazzini nos propone en este libro un apasionante viaje al centro de la mente de algunos de los más despiadados criminales españoles. Lejos de quedarse en la superficie de los casos por el morbo que puedan suscitar, el objetivo de Corazzini es divulgativo: a modo de guía, la narración de los sucesos está complementada por explicaciones lúcidas y accesibles de los conceptos psicológicos, médicos, antropológicos, sociológicos y legales que nos permiten entender cómo funciona la mente de los asesinos. Porque el conocimiento es la única vía para prevenir que el horror vuelva a suceder.
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Seitenzahl: 514
Veröffentlichungsjahr: 2025
Índice
Prólogo
1. El cerebro del mal
2. Oscuro delirio
3. Ángel de la muerte
4. La mirada psicópata
5. Monjes y sectas
6. El cuerpo nos habla
7 Aprender a mentir
8 La femme fatale
9 El arma del terror
10. Personas y bestias
Epílogo
Notas
© del texto: Carmen Corazzini, 2025.
© de las ilustraciones: Freepik (45) / Litos (46, 53).
© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2025.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
rbalibros.com
Primera edición: febrero de 2025.
OBDO447
ISBN: 978-84-1098-153-9
Composición digital: www.acatia.es
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.
A MIS PADRES, FUENTE DE VIRTUD Y EQUILIBRIO,
MOTOR DE AUDACIA Y NOBLEZA.
MI IMPULSO, MI REFUGIO. JUNTOS, SOMOS INVENCIBLES.
Sì, ti hanno mentito. Il diavolo non è il principe della materia,
il diavolo è l’arroganza dello spirito, la fede senza sorriso,
la verità che non viene mai presa dal dubbio.
Il diavolo è cupo perché sa dove va,
e andando va sempre da dove è venuto1
UMBERTO ECO, El nombre de la rosa
¿Sabrías reconocer los pliegues de tu oscuridad? El mal muta, se expande, adopta nuevas formas y a menudo se insinúa en los gestos del día a día. Habita en nosotros cierto dualismo, pero solo algunos cruzan la línea hasta entregar su alma a la bestia. Solo unos pocos dejan atrás todo rastro de humanidad y descienden hasta abrazar la crueldad ¿Qué los lleva a convertirse en asesinos? ¿Cómo funcionan sus mentes?
Este es un libro para curiosos. Para quienes desean leer historias y encontrar las causas que las provocaron. A través de diez casos reales de la crónica negra española indagaremos en el mundo de la criminología, la psicología y la ciencia. Desde los delirios de una mente enferma hasta los fríos cálculos de un psicópata, cada relato servirá de nexo entre descubrimientos, curiosidades e investigaciones. Exploraremos las aplicaciones de las ciencias forenses, los distintos niveles de maldad, debatiremos sobre sectas, detección de mentiras, narcisistas y femmes fatales. Todo para responder a una pregunta que nos persigue durante siglos: ¿el mal nace o se hace? ¿Existen individuos programados para el crimen?
Pronto descubrirás que el cerebro psicópata es diferente al de los demás. A través de un escáner pueden observarse alteraciones que repercuten en su psique y provocan que, de producirse un concreto cóctel de factores, su morfología pueda gestar al criminal. Un golpe en la cabeza es capaz de modificar nuestra personalidad, y albergamos genes que, si se activan, propician la agresividad. El filósofo existencialista JeanPaul Sartre diría que somos libres de elegir nuestras acciones, pero ¿es así siempre? Hoy, los avances en neurociencia nos enfrentan a una revolución ética y jurídica. En estas páginas conocerás las historias de cerebros dañados, enfermos e incapaces de sentir empatía. Otros, por lo contrario, obrarán desde la plena consciencia. Decía Gabriele d’Annunzio que un sueño puede envenenar el alma y un solo pensamiento involuntario puede corromper una voluntad. En ocasiones somos ollas a presión en equilibrio entre la cordura y la ebullición.
Cada lector tendrá su propio concepto de moralidad. Y es probable que difiera del mío, como también será distinto al de sus amigos, o al de cualquier persona al otro lado del mundo. Déjame adivinar: seguro que condenas el asesinato, pero apuesto a que matarías por tus hijos. Del mismo modo, habrá lectores que aprueben el homicidio en defensa propia y otros que consideren el aborto un crimen, así como hay sociedades que permiten ablaciones, pedradas o ahorcamientos y otras que lo rechazan. Desde la pena de muerte a la justicia restaurativa, lo que se entiende por moral oscila. La religión y la cultura también marcan la ética. Ciertos actos, por muy deleznables que nos parezcan, son respaldados por creencias sociales. Pero hay otros, los más oscuros y los más bestiales, que sobrepasan cualquier ideal. Son esas historias, las más difíciles de explicar, las que nosotros vamos a analizar.
¿Por qué, por qué, por qué? Esta cantinela torturó a todo aquel que me acompañó al colegio durante, al menos, cuatro años de mi infancia. A lo largo del viaje en coche, en medio del implacable tráfico romano, me dedicaba a preguntar el porqué de cualquier cosa, desde el color de las nubes hasta el significado de las horas. La capacidad de sorprendernos es lo primero que perdemos a lo largo del tiempo, pero a algunos se nos impregna dentro. En estas páginas plasmo las historias que me asombraron, las que me empujaron a buscarle la razón al sinsentido. Dedicado a todos aquellos que siguen ansiando motivos, este libro es un modo de compartir las reflexiones que más me intrigaron desde que decidí dedicarme a las ramificaciones del mal.
Te espera un muestrario infernal de lo más deplorable del ser humano. Pero este libro no viste una toga, sino una bata de médico. Como si nos adentrásemos en un quirófano, usaremos lupas, lentes y utensilios para desgranar los impulsos y las motivaciones que mueven a los asesinos y diseccionar sus cerebros. Juzgarlos es sencillo; entenderlos es lo complicado. Y, sin embargo, es lo más importante, porque, cuanto más indaguemos en sus mecanismos internos, más cerca estaremos de contenerlos. El estudio del crimen es la base de la prevención del delito, porque para combatir a los malvados se ha de pensar como ellos. No existe justificación para sus actos, pero escrutar la degradación es útil para iluminar los escalones por los que bajaron al Infierno. Solo así podremos sofocarlo. A través de la historia de estos criminales exploraremos los factores de riesgo, la relación entre enfermedad mental y crimen o las aristas que encuentra la ley para hacer frente a lo demoníaco. Lo que leerás está basado en hechos reales, sentencias firmes y observaciones de expertos cualificados. Todo parecido con la realidad es realidad. Puede que te suenen estas historias, pero quizá, tras estas páginas, descubras algo más de sus protagonistas. Entra a conocer a las bestias.
Los treinta grados azotaban fuerte en la Castilla-La Mancha de primeros de septiembre. Los vecinos de Pioz, en Guadalajara, llevaban días quejándose, no solo por la temperatura, sino sobre todo por el olor. Sería alguna tubería rota, le dijeron al vigilante de la urbanización. El tufo, que aumentaba por días, procedía de una casa cercana. Era la de los brasileños, una familia que se había mudado allí pocos meses atrás. Pensaron que debían de estar de vacaciones, porque hacía semanas que no se escuchaba a los dos niños pequeños.
Una noche, cuando el hedor ya se volvió insoportable, dos guardias de la zona decidieron acercarse a la vivienda señalada. Allí no había nadie. Estaba a oscuras. Antes de entrar llamaron por teléfono al propietario. El hombre les contó que tenía problemas con sus inquilinos, que se habían retrasado en el pago y, como no había conseguido comunicarse con ellos, los autorizó a entrar.
En el porche, la mesa y las sillas estaban tiradas en el suelo. En la entrada asomaba una caja de pizza. La puerta no presentaba signos de haber sido forzada. Una vez dentro, el hedor los echó atrás de golpe. Antes de continuar, llamaron a la Guardia Civil.
Al llegar, los agentes se toparon con seis bolsas de basura. Las rodeaba un líquido pegajoso y miles de moscas muertas. Dentro, los cuerpos descuartizados de Marcos Campos Nogueira y Janaina Santos Américo, ambos de treinta y nueve años, y los de sus dos hijos pequeños, de tres y un año. Era la madrugada del 17 de septiembre de 2016. Llevaban semanas metidos en los sacos.
P. N.P. N.
He matado a mi familia, ¿te lo crees?
Marvin se encontraba en Brasil cuando recibió el primer mensaje de su amigo Patrick Nogueira, que estaba en la casa de su tío en Pioz, Guadalajara. Le escribió que acababa de asesinar a Janaina y a sus dos hijos, y que estaba esperando a que Marcos, su tío, regresase a la vivienda después del trabajo. A él también iba a matarlo. Los dos amigos, que tenían entre dieciocho y diecinueve años, intercambiaron cerca de cien mensajes durante diez horas. Entre la tarde del 17 de agosto y la mañana del 18, Patrick le fue narrando a Marvin la matanza en directo. A lo largo del chat fue adjuntando fotos de la escena, de su cuerpo ensangrentado, de los cuchillos empleados y selfis con las víctimas.
P. N.P. N.
Mi tío no llegó aún. Lo que pasa es que no voy a tener dónde enterrar a tanta gente Jajajajaja.
M.M.
Piensa con claridad.
P. N.P. N.
He dudado de mí mismo, pensé que me daría asco. Pero me convencí de una cosa. Yo soy un enfermo de verdad
M.M.
No sé qué decirte que hagas.
P. N.P. N.
Creo que es arriesgado enterrar ahora. Porque de madrugada a la gente le va a resultar extraño alguien cavando.
M.M.
Jajajajaja.
P. N.P. N.
Hermano, tendrías que haberlo visto. Yo arrancando los órganos.
M.M.
¿Fuiste para matarlo a él? ¿Cómo?
P. N.P. N.
Hermano, él es el único que no está.
M.M.
¿Estaba duro?
P. N.P. N.
Metí en bolsas a la mujer y a los dos niños. Ya están guardadas y la casa limpia.
M.M.
Ah, vale, los has matado a todos menos a él.
P. N.P. N.
Tuve que cortarla por la mitad porque si no, no cabía en las bolsas.
M.M.
JAJAJAJA.
P. N.P. N.
Me he lavado.
M.M.
Jajajajajajajajaja.
P. N.P. N.
Solo estoy esperando al cuarto integrante.
[...]
P. N.P. N.
Tío, no he sentido nada.
Patrick nació en una familia acomodada de Altamira, en Brasil. De pelo castaño, piel clara y cuerpo robusto, era un joven atractivo. Sus padres querían que estudiase Derecho, pero a él solo le interesaba el fútbol. Era bueno, tanto como para ansiar seguir los pasos de su tío Walfran Campos, un jugador brasileño.
En octubre de 2015, tras numerosas disputas familiares, Patrick decidió escaparse de casa y durante varios meses deambuló solo por Europa. Primero probó suerte en Inglaterra, pero no le fue bien. Una lesión le impidió jugar al fútbol y las continuas discusiones con su compañero de piso le impulsaron a mudarse a Portugal. Allí, sin embargo, sus planes tampoco funcionaron. Durante su tiempo en el país luso fue estafado por un ojeador y, tras perder su dinero, decidió irse a España con su tío Marcos.
Llegó a Madrid en abril del año siguiente, donde su tío Marcos lo acogió sin pensárselo. Vivía con su mujer y sus dos niños en un piso en Torrejón de Ardoz, una casa pequeña, pero suficiente para que pudieran ofrecerle una habitación propia. La convivencia, sin embargo, dejaría de funcionar muy pronto.
Patrick no colaboraba en casa, no trabajaba, no estudiaba, solo salía de fiesta y se fundía el dinero que sus padres le enviaban cada mes. En poco tiempo, las riñas fueron subiendo de tono. Discutían por todo. Su tío intentó gestionarle las mensualidades y Patrick lo acusó de ladrón. A esto se sumaron los celos incipientes de Marcos, que veía que Patrick se paseaba semidesnudo por la casa y empezó a temer que pudiese haber nacido algo entre su sobrino y su mujer.
La incomodidad no dejaba de crecer. Patrick se quejaba de los niños, en especial, del llanto de la pequeña, que apenas era un bebé. A veces le decía a Janaina que la dejase en la calle; quería que la atropellase un coche, que se muriese de frío. «La gente cree que tengo cara de bueno, pero soy mala persona» le diría un día a su tía. «Me gusta ser malo».
Harto de su mal comportamiento, Marcos decidió avisar a sus padres de la pésima actitud de su sobrino. Alarmada, la familia viajó a Madrid, pero Patrick estalló de rabia y se negó a verlos. Para él, el hecho de haber llamado a sus padres era imperdonable, una traición de Marcos que no pensaba olvidar.
Pocas semanas más tarde, a primeros de julio, Janaina y Marcos decidieron trasladarse a una casa más grande y alquilaron un chalet en la urbanización La Arboleda de Pioz, en Guadalajara. Pese a los desencuentros, se ofrecieron a volver a hospedar a Patrick. Al principio, su sobrino titubeó, pero acabó accediendo. Decidió quedarse unos días más en la casa de Torrejón, a la espera de que se instalasen y reunirse con ellos cuando todo estuviera listo. Pasado ese tiempo, Patrick quedó con Marcos en que este le recogería. Hizo las maletas. Estuvo toda la tarde esperando. Al ver que su tío no llegaba, se enfadó y se largó.
Marcos se excusó con el trabajo y se ofreció a recogerlo otro día, pero desde ese momento Patrick dejaría de contestarle al teléfono. La familia estaba preocupada, no entendían la conducta de Patrick, que buscó un apartamento de estudiantes en Alcalá de Henares. Sus compañeras de piso también se dieron cuenta muy pronto de los drásticos cambios de humor de su nuevo inquilino. Bebía solo, más que cualquier estudiante normal, se encerraba en su habitación y se alteraba mucho cuando les hablaba de su tío. En varias ocasiones se lo encontraron tirado en el suelo, al borde de la inconsciencia, o a punto de vomitar en medio del salón de casa.
El 17 de agosto de 2016, Patrick trazó un plan. Llevaba dos meses sin ver a Marcos y a Janaina. Ese día decidió coger el autobús y plantarse en Pioz, donde llegó alrededor de las tres de la tarde con unas pizzas bajo el brazo. Tenía planeado acabar con la vida de los cuatro, pero tuvo que esperar más de seis horas a que su tío regresase del trabajo. Durante ese lapso de tiempo se dedicó a descuartizar los cuerpos de la mujer y los niños.
P. N.P. N.
Mi tío llega a las 21:00, el último bus es a las 20:00, ella (Janaina) dijo que cogía ese y que llegaría a las 21:00
M.M.
Tú te pasas de psicópata.
P. N.P. N.
Ya me estoy enfadando.
M.M.
Jajajajaja.
P. N.P. N.
No sabes lo difícil que es limpiar, tío... abrir a alguien por la mitad da demasiado trabajo, hermano. COLUMNA VERTEBRAL.
M.M.
Me lo imagino, debe ser duro.
P. N.P. N.
Le di una cuchillada. PALADA. Y HE USADO ESAS TIJERAS GIGANTES DE PARTIR LAS RAMAS Y AUN ASÍ NO PODÍA. HE TENIDO QUE USAR LAS MANOS.
M.M.
Pero ¿cómo lo hiciste?
P. N.P. N.
EMPUJANDO EL CUERPO HACIA ARRIBA.
M.M.
Quiero imaginarme la escena, tú llegando para matar, jajajaja.
P. N.P. N.
Vine con dos pizzas. Charlamos un rato. Luego la dejé ir a lavar los platos.
M.M.
¿Qué dijo ella? ¿Habías matado a los niños en ese momento?
P. N.P. N.
Nada. Mi cuchillo ya le estaba cortando toda la garganta, tío. La hostia, los niños empezaron a gritar. Lo guay es que ni corrían. Solo se quedaron agarrados.
M.M.
¿A quién has acuchillado primero?
¿A la mujer?
P. N.P. N.
A la mujer. Después a la mayor, de tres años. Después al niño de un año. La niña se ha cagado después de muerta.
M.M.
Ah. Yo no sabía que eran tan pequeños.
P. N.P. N.
El niño de un año habla algunas palabras. Pero en ese momento no decía nada.
A Marvin lo había conocido en Brasil durante una fiesta, años antes de mudarse a España. Se hicieron amigos enseguida, a pesar de que eran muy diferentes. Marvin llevaba gafas, estaba muy delgado, era sumamente tímido y algo inmaduro para su edad. Desde los ocho años se encerraba largas horas en su habitación y jugaba a videojuegos sin juntarse con nadie. Cuando conoció a Patrick quedó embelesado. Algunos compañeros especulaban sobre su orientación sexual, pero ambos siempre lo negaron. La personalidad de Patrick era tan arrolladora que Marvin se volvía sumiso.
Patrick ya había experimentado antes con la violencia. Desde muy temprano, empezó a acumular problemas emocionales; sufrió acoso escolar y le insultaban, le pegaban, le arrastraban por el suelo y le escupían con solo ocho años. Para defenderse, empezó a llevar una navaja en su mochila. A los diez años, antes de ir al colegio, se emborrachaba.
En junio de 2013, cuando tenía dieciséis años, atacó a un profesor de su instituto. Lo apuñaló en medio de clase, por la espalda, delante de todos sus compañeros. Al verlo, muchos salieron gritando del aula, mientras otros lo retuvieron. Patrick se quedó inmóvil, observando cómo el hombre se desangraba en el suelo. Su profesor estuvo a punto de morir.
Según Patrick, se lo merecía. No estaba conforme con las notas, y era su manera de defenderse de las bromas de mal gusto que, supuestamente, le gastaba. Tras aquel incidente fue internado en un centro de menores en Santarém, donde cumpliría cuarenta y cinco días de servicios sociales.
P. N.P. N.
Yo estoy entre... que nadie me vea y dejo los cuerpos ahí o intento enterrarlos. Si intento enterrarlos podría ser descubierto por la hora, saliendo y entrando con los cuerpos.
M.M.
Piensa en quién va a notar la desaparición. Los cuerpos empiezan a oler mal después de unos días.
P. N.P. N.
Solo viene el dueño de la casa, el mes que viene, el día 10.
[...]
P. N.P. N.
No hay donde enterrarlos, hermano. Lo he investigado en las casas de aquí, todas tenían jardín.
M.M.
Enterrar va a causar un lío de la hostia.
P. N.P. N.
Esta de aquí tiene jardín de cemento.
M.M.
Es muy arriesgado llevarlos lejos.
P. N.P. N.
Por lo menos lo hice todo con guantes. No hay huellas. Ahora espero no fallar matando a ese mierdas. He envuelto cada cuerpo con cuatro bolsas y les he pasado la cinta americana para que la bolsa no se rompa.
M.M.
¿Y no va a gotear? ¿No hay cámaras en algún lugar?
P. N.P. N.
Pasé por la entrada que tiene seguridad, pero no tiene cámara.
M.M.
Hermano, estás hablando ahora como un asesino. JAJAJAJAJA. HERMANO.
P. N.P. N.
jajajajaja.
[...]
P. N.P. N.
Me voy a quedar aquí en la casa hasta las 6:20, porque a las 6:55 pasa el autobús.
M.M.
¿Has dejado alguna cosa tuya por ahí?
P. N.P. N.
No, ninguna.
[...]
P. N.P. N.
El negocio es salir de aquí sin que nadie me vea, porque si nadie me ha visto, en el bus, tampoco lo harán.
M.M.
¿Y dónde vas a dejar los cuerpos?
P. N.P. N.
Tío, no sé.
[...]
P. N.P. N.
Puedo intentar huir entre el matorral. El problema es que no parezca sospechoso salir a las cuatro de la mañana.
M.M.
Mejor que salir por delante.
P. N.P. N.
Por el medio del matorral.
M.M.
Pero ¿quién te va a ver?
P. N.P. N.
Vete a saber, tío.
M.M.
¿El guardia de seguridad te conoce?
P. N.P. N.
No. Ni a mi tío. Aquí viven más de 1.000 personas.
M.M.
¿Pero él te vio alguna vez?
P. N.P. N.
Es una urbanización cerrada. Unas 10 casas por calle.
M.M.
Ya. Pensaba que eran apartamentos.
P. N.P. N.
No, tío.
M.M.
Sal entonces por delante. Por la mañana, como si fueses a caminar o algo así. De madrugada puedes levantar sospechas.
Esta conversación de WhatsApp resultó crucial para la investigación. La justicia jamás había tenido semejante acceso a los pensamientos y conductas de un asesino, narradas en directo y por escrito. Patrick la había borrado después de cometer los asesinatos, pero su amigo Marvin, no. Semanas después del crimen, este chat acabaría circulando por distintos grupos de mensajería. Durante varios días, centenares de personas leyeron las capturas de pantalla de la conversación entre los dos amigos. Todo se debió a un pequeño descuido.
Un día de septiembre, un mes después del asesinato, Marvin le dejó su teléfono a un compañero de clase que arreglaba móviles. A cambio de la reparación, quedaron en que este podría usarlo una temporada. Iba trasteando entre carpetas y aplicaciones cuando se topó con el horror. Primero, un selfi de Patrick con un cadáver. Luego, toda la conversación. Alucinado con el hallazgo, hizo capturas de todo el chat que pronto empezaron a difundirse entre el resto de los compañeros de clase, hasta que una chica se atrevió a contárselo a la policía.
Marvin fue arrestado en octubre de 2016. Se le acusaba de participar en el crimen a través de lo que la fiscalía argumentó como «colaboración virtual». No obstante, el abogado de Marvin sostuvo que su participación fue únicamente intelectual y que no conllevaba delito. «Es reprobable desde el punto de vista social, moral y ético, pero no es un delito desde el punto de vista jurídico», diría durante el procedimiento.
Tras unos días en prisión provisional, el joven pasó a libertad vigilada, con tobillera electrónica y horarios fijados de regreso a casa. Tras salir indemne del juicio, dio diversas entrevistas a la prensa. En una de ellas, dijo que contestaba a Patrick para seguirle la corriente. Más allá de sus declaraciones, lo que sorprendió fue su actitud: se lo contaba al periodista sonriendo. «Sonrío como mecanismo de defensa», diría ante las cámaras. Preguntado sobre la noche de los asesinatos, aseguró que, cuando recibió la primera foto de Janaina abierta en canal, la curiosidad le pudo: «Quedé intrigado». Nunca le había ocurrido nada parecido, no fue capaz de pararlo. «Fue una especie de prueba de amistad». Como le había pasado desde que le conoció, sentía una lealtad ciega por Patrick.
P. N.P. N.
Tío, tengo hambre. Y ese marica no llega. Está todo seco. Y tener que ensuciar de nuevo, volver a partir el cuerpo por la mitad otra vez. Meter los órganos en una bolsa, después limpiar.
M.M.
Qué puto trabajo, ¿cuánto has tardado?
P. N.P. N.
Tío. Más de una hora. He empezado a las 17:00 y algo. Cuando dieron las 18:45 aún estaba enjuagando el suelo. Me preguntaba cómo reaccionarías a estas movidas. Si dirías «hostia puta» o si harías «Patrick, qué blando eres».
M.M.
Si lo viera vomitaría.
P. N.P. N.
Y después te reirías a carcajadas.
[...]
P. N.P. N.
Me alegra que no te importe. Temo perderte. Pero no podía dejar de compartirlo contigo.
M.M.
Jajajajajajajaja. Patrick, el asesino.
P. N.P. N.
Pensé que iba a cambiar algo en mi vida.
M.M.
Ya tío, voy a hacer lo mismo que tú,
eres un enfermo de verdad.
Jajajajajaja.
P. N.P. N.
jajajajajajaja.
[...]
P. N.P. N.
Ay, ay. Te quiero. Te quiero de verdad.
M.M.
Te quiero, Pati.
P. N.P. N.
Jajajaja.
[...]
P. N.P. N.
Pensé que me iba a sentir más vivo.
M.M.
Lo único que no quiero es que te jodas.
P. N.P. N.
Me resulta divertido. Con lo que sufro es con la ansiedad y no con el hecho. Ayer, cuando lo preparaba todo, no era capaz ni de beber agua de tanta adrenalina. Me hacía querer vomitar hasta lo que respiraba. Y en el momento en que entré en el autobús me convertí en una ameba. Lo único que sentía era sueño. Es una ansiedad demoníaca, nunca había sentido esto antes. También porque esta es la primera vez que yo hago alguna cosa violenta sin tener ninguna enfermedad antes. Generalmente, antes de hacer estas mierdas tengo visiones. Loco. Me entran ganas de gritar. Yo estaba yendo para la academia, entrenando, comiendo un helado, y ahora estoy aquí.
M.M.
Jajajaja. Ten cuidado que con el hambre no te desmayes y no puedas acabar con la víctima.
P. N.P. N.
Comeré después de derribarlo. Lo dejo desangrándose aquí y me hago un atún con pan. Porque me lo merezco después de este día de locos. Creo que voy a buscar a una psicóloga aquí, en Madrid. Es decir, chica, yo tengo un problema.
M.M.
Jajajajaja.
P. N.P. N.
Al menos mi tío es más ligero que su mujer. Mujer gorda de la hostia.
M.M.
Yo creía que era un hombre.
P. N.P. N.
Jajajajaja. Me agobiaba mirarle a la cara de muerta. Tuve que echarle una bolsa porque tenía aquella mirada de pez muerto.
M.M.
Jajajajajaja.
P. N.P. N.
Su boca espumaba sangre.
[...]
P. N.P. N.
DIOS, NECESITO IRME A CASA. DUCHARME CON TRESEMMÉ. ECHARME MI PERFUME. Dormir en condiciones.
M.M.
Estás generoso, ¿eh?
P. N.P. N.
Solo huelo a sangre y eso que me he duchado.
M.M.
Tarda la hostia tu tío en llegar.
P. N.P. N.
Mínimo a las 21:00.
M.M.
Espera ahí, tranquilo.
P. N.P. N.
Siempre trabajé la paciencia. Solo que hay una cosa. Si después me quiero librar y soy detenido. Ahí me violarían 30 veces. Y después me apagarían una vela en el culo.
M.M.
Jajajajajajaja.
P. N.P. N.
Si me detuvieran aquí no importaría.
M.M.
Asesino de bebé del carajo.
Marvin entendió que todo era verdad desde la primera foto. Durante su conversación, Patrick le envió imágenes de las bolsas, de la sangre, de las armas y las víctimas. A pesar de lo obvio de la situación, Marvin no dudó en ningún momento. Tampoco denunció. Lejos de parar la conversación, Marvin le preguntaba, lo alentaba, le aconsejaba.
La justicia no se aclaraba. Tras su puesta en libertad, en 2019 fue encarcelado de nuevo. En mayo de 2020, su prisión preventiva fue revocada y se le permitió continuar el proceso en libertad condicional. En 2021, Marvin fue absuelto por la justicia brasileña porque su conducta no se consideraba un delito tipificado en el Código Penal de Brasil. Aunque apoyara a Patrick, esta acción no estaba claramente definida como un crimen en la legislación, así que salió en libertad y siguió con su vida. No obstante, en febrero de 2023, el Ministerio Público de Paraíba presentó un recurso para solicitar la revisión del caso, argumentando que Marvin había alentado y proporcionado apoyo moral a Patrick durante los crímenes. Esta apelación condujo a la decisión, en junio de 2023, de revocar su absolución anterior y ordenó la reanudación del proceso judicial.
Marvin no solo calló. También lo apoyó. Fomentó la normalización de su conducta: durante toda la conversación banalizó, se rio y despreció a las víctimas. Patrick actuó con el respaldo de su mejor amigo, un amigo que no tenía ninguna intención de revelar su secreto.
«Hoy ha pasado una locura que nunca podré contarle a nadie», escribiría Marvin el 17 de agosto de 2016 en su cuenta de Twitter.
P. N.P. N.
Yo quería saber cómo tiemblas con un cuchillo en la mano, tío. Si te daría asco a la hora de descuartizar. He tenido que usar guantes porque tuve que meter la mano. Hedor de mierda [...] yo hace unos días pensaba que iba a vomitar, pero he empezado riéndome. [...] Psicópata, no. Yo creo que lo que me pasa es que no conecto con las cosas. Quiero darme una ducha.
M.M.
Enfermedad de mierda. Tú has completado la vida y la muerte.
P. N.P. N.
Yo solo mataba con cuchillito en el Call of Duty.
[...]
P. N.P. N.
Son las 20:28 ahora, sobre las 20:40 dejo el teléfono en la cocina y después a esperar por mi tío. Vamos a ver. Aaaaa, qué rabia.
M.M.
Concéntrate. No falles.
Cuatro horas más tarde Patrick volvería a escribir a Marvin. Le envió una foto ensangrentado. Ya era de madrugada.
M.M.
¡Anda! ¿A este dónde le diste la puñalada?
P. N.P. N.
Cuello. A este lo cogí de frente, mirándole a los ojos. Fíjate en el agujero... ahora llega lo mejor. Descuartizar.
M.M.
Joder, qué asquerosidad. Jajajaja.
P. N.P. N.
Las personas son así cuando mueren. Por lo menos cuando son asesinadas. No tienen nada de bonito. Solo derrota.
M.M.
Horrible.
P. N.P. N.
Esto me va a llevar un tiempito.
[...]
P. N.P. N.
Tío, hay sangre en todas partes, tengo que limpiar las cosas con lejía para no dejar huellas dactilares.
M.M.
¿Has acabado?
P. N.P. N.
Feo, he acabado sí. Mañana una última pasada en el pomo y ya está. Son las 02:35. Voy a dormir porque mañana me quiero ir pronto de esta mierda. Un beso, mi feo. Nos hablamos cuando vuelva a mi querida y preciosa casa. ¿OK? Beso.
Patrick se acostó unas horas en una de las habitaciones del chalet de Pioz. A la mañana siguiente volvió a contactar con su amigo.
P. N.P. N.
Tío, estoy pensando una cosa: alquilar un coche, coger las bolsas y enterrarlas fuera de Madrid. ¿Qué opinas?
M.M.
¿Tienes dónde? ¿No es un poco arriesgado?
P. N.P. N.
Tío, yo creo que es mejor. Que si encuentran los cuerpos...
M.M.
¿Volver allí?
P. N.P. N.
Porque si nadie encuentra los cuerpos, tampoco ha pasado nada. Así va a parecer que ellos se fueron para no pagar...
M.M.
Haz eso entonces. ¿Qué probabilidades hay de que te cojan con los el coche?
P. N.P. N.
Ninguna probabilidad. De madrugada me da para enterrar sin que me vea nadie.
M.M.
Entonces, ve. Pero ¿cómo vas a entrar allí en la urbanización?
P. N.P. N.
Yo qué sé, pero me huele que va a ir mal si dejo los cuerpos allí.
M.M.
Tú estás pensando de más, creo.
P. N.P. N.
Creo que no. Para que no tengan cómo probar que yo estuve allí. Basta con que hubiese algún pelo mío... o lo que sea. Alguna huella dactilar que se me pasó. O saliva. Yo qué sé...
M.M.
No sé qué decirte, eres tú el que has matado y calculado ahí, JAJAJAJA. Tienes que librarte, eres tú el que has pensado más en los detalles
P. N.P. N.
Solo que esto no estaba en mis planes. Yo miré por toda la casa, vi que no daba para enterrar en la casa, pero yo jamás iba a volver. No pensaba volver atrás ni salir por esa puerta sin el deber cumplido.
M.M.
Pero tío, si alguien ve que entras en la urbanización con el coche a tu nombre...
P. N.P. N.
Pero que me vean entrando en la urbanización con el coche a mi nombre no es suficiente para relacionarme con la desaparición. Ay, y yo qué sé. Qué comedura de tarro tengo en la cabeza. Porque sin los cuerpos allí para el dueño de la casa no ocurrió nada, solo se marcharon sin pagar. Ahí la policía no se implica... además, si no hay cuerpo tampoco hay asesinato...
M.M.
¿Entonces?
P. N.P. N.
Si huyo con los cuerpos, gano unos cuatro meses. A finales de septiembre mi cara podría estar en el periódico, ¿entiendes? Yo limpié el suelo con lejía, limpié la manija, limpié todo lo que toqué. ¿Después de cuánto tiempo se descompone el tejido de piel? Su mujer me mordió.
[...]
M.M.
Se dice que no se debe volver a la escena del crimen. ¿Pero tú qué dejaste pasar?
P. N.P. N.
Puedo haber dejado algún pelo de la cabeza, saliva en un algún vaso, incluso aunque lo haya lavado. Me traje hasta los cartones de leche y las sábanas en las que dormí. Verás, va a ser una locura porque es una ciudad con 3.000 habitantes y va a aparecer gente descuartizada en una casa. Al menos mi tío tenía deudas. Voy a hablar con el dueño del apartamento desde el móvil de mi tío para pedirle unos días para pagar el alquiler a finales de septiembre, como si debiera dinero al usurero.
M.M.
Pero ellos pueden saber con exactitud cuándo murieron, ¿no?
P. N.P. N.
Van a encontrar un caldo de descomposición dentro de cuatro bolsas. Además, no sé ni cómo va a ser eso. Y nadie sabe dónde vivo... Estoy yendo a coger el autobús. Besos.
M.M.
Oke.
Con el amanecer, Patrick regresó a su casa. Sus compañeras de piso observaron un cambio de actitud en él a partir de ese día. Dejó de salir, de comer, de sonreír. Se había convertido en una persona triste y solitaria.
El 30 de agosto, Patrick envió un mensaje al casero desde el móvil de Marcos, con el objetivo de hacerle creer que estaba reuniendo el dinero del alquiler. Gracias a su estrategia, pasaría un mes hasta que la Guardia Civil encontrara los cuerpos de sus víctimas. El 20 de septiembre saltó la noticia a los medios de comunicación. Al enterarse, la familia de Patrick se asustó. Sus padres, desde Brasil, estaban consternados y le compraron ese mismo día un billete para que regresara al país. La primera hipótesis apuntaba a un ajuste de cuentas, prestamistas, quizá la mafia. Nadie pensó que él pudiera estar involucrado.
Antes de subirse al avión, Patrick escribió a sus compañeras de piso para contarles que volvía a su país, que aquel crimen que salía en las noticias involucraba a su familia. Ellas se preocuparon. Temían que los asesinos pudiesen ir a buscarlo al apartamento que compartían y empezaron a hacer preguntas: «¿Cómo sabías los nombres de las víctimas si no habían salido en la prensa?, ¿por qué te vas a Brasil en vez de cooperar con la policía?». Patrick, acorralado, les contestó que estaba ilegalmente en el país y que ayudaría en la investigación desde Brasil. Les relató que los cuerpos habían aparecido partidos en las bolsas. «¡Para, Patrick, por favor!». Sus compañeras no querían entrar en detalles escabrosos, pero siguieron con las preguntas. Patrick había pintado su habitación antes de marcharse y no entendían el motivo. Él contestó que lo hizo porque le gustaba tenerlo todo limpio. Al comprobar que las chicas no paraban de interpelarlo, se hartó. «¡Hacéis otra vez las mismas preguntas! Solo pueden ser dos cosas, o mi tío debía dinero o el responsable soy yo y SOY UN GRAN MENTIROSO».
Solo calló al llegar a Brasil. Marcos era el hermano de su madre, cuya tristeza y ansiedad la obligaron a medicarse. Mientras, Patrick se dedicaba a salir de fiesta, a beber, a comportarse de manera extravagante. Vivía cada noche como si fuera la última. Tras un tiempo se tatuaría el número diecisiete en la clavícula, el día que había cometido los crímenes.
El 22 de septiembre, las autoridades españolas emitieron una orden de detención internacional. Habían encontrado ADN que relacionaba a Patrick con la escena del crimen. Además, las cámaras lo situaban yendo y viniendo del chalet, y el extraño comportamiento del joven los hizo sospechar. Sin embargo, las autoridades brasileñas no lo detuvieron. Hasta que se difundió el chat. Aconsejado por sus abogados, Patrick se entregó voluntariamente a la policía española a mediados de octubre. Prefería una cárcel allí que una brasileña. Nada más aterrizar en Madrid fue puesto en prisión preventiva.
El juicio fue pionero en España, porque por primera vez se presentó como prueba de descargo la imagen del cerebro de un asesino. La defensa intentó demostrar que Patrick tenía alteraciones cerebrales que condicionaban su conducta. Sabían que era culpable, que no saldría en libertad, pero se jugaron la carta de la ciencia para aminorar su pena.
¿Puede una lesión cerebral convertirnos en asesinos?
¿Podría haber casos en los que el mal se lleva dentro desde que nacemos?
EL CÓCTEL CRIMINAL
«Detrás de cada delincuente hay una historia que contar». Con estas palabras iniciaba la defensa de Patrick su abogada Bárbara Royo. «Patrick no es como nosotros». Y eso era cierto. Vayamos por partes.
Son muchos los caminos hacia el mal. El determinismo biológico, las explicaciones ambientalistas, las teorías de aprendizaje social y las teorías psicosociales han intentado explicar la violencia, pero vamos a juntarlas todas y a quedarnos con lo que dice el psicólogo Sarnoff Mednick a través de su concepto «mano de póker». Para intentar explicar por qué matamos, han de unirse diversos condicionantes y factores: el lado neurológico, la predisposición genética, el ambiente, las circunstancias, los recuerdos, la infancia... Para llegar a cometer un asesinato se necesitan todas las cartas: la mano de póker. Nuestro cóctel criminal. Una unión entre factores endógenos, es decir, las características biológicas que interfieren directamente en la conducta; y los exógenos, psicosociales y educacionales que, a su vez, forman la experiencia y la personalidad.
El caso de Patrick era especial. Tengamos en cuenta que siempre existen dos realidades: la que experimenta el individuo, es decir, la interna, y la que ocurre fuera, la externa. En el próximo capítulo nos adentraremos más en los mundos internos de ciertos criminales, pero por ahora quedémonos con esto: ciertos acontecimientos de nuestra vida pueden adquirir significados muy distintos en función de quién los observa. Pongamos la escena de una cena entre amigos. Uno de ellos le hace una broma a otro sobre el trabajo, sin maldad, en un tono jocoso y despreocupado. Para la mayoría del grupo, es un chiste inofensivo y típico del ambiente distendido. Sin embargo, la persona que es objeto de la broma se ofende porque acaba de pasar por un período de inseguridad laboral, con proyectos fallidos y un reciente despido. Aunque no lo comparta con los demás, le duele profundamente. Lo siente como una crítica y comienza a creer que sus amigos no lo respetan y lo ven como un fracasado. Mientras para el grupo esa escena se disuelve en el aire, para la persona afectada puede generar sentimientos de vergüenza, rechazo y aislamiento, hasta provocar un distanciamiento del resto por sentirse incomprendido. Y todo por una interpretación diferente del mismo acto.
Volvamos al caso que nos atañe. Hubo acontecimientos en la biografía de Patrick que desde fuera parecen poco relevantes, pero desde dentro pudieron vivirse con una fuerte frustración. No vamos a juzgar su importancia real, sino la subjetiva, su interpretación. Empecemos desde su infancia. Según un estudio de la Universidad Complutense de Madrid, cerca de un 6 % de niños de primaria sufre acoso escolar en España. Por supuesto, esto no significa que todos ellos vayan a desarrollar conductas antisociales, pero el bullying es un aspecto relevante en jóvenes problemáticos. Es un ingrediente que a Patrick le afectó mucho. Recordemos que lo sufrió desde muy joven y que protegerse de las bromas crueles fue, según él, uno de los argumentos que propició el ataque a su profesor.
Esta vivencia es importante para todo el que la padece, pero en el caso de Patrick no fue la única que le acercó al odio. Hubo otras, en apariencia menos decisivas, que lo llevaron hasta la ira. El hecho de que sus padres prefirieran que estudiase Derecho, que se lesionara en Inglaterra, que le estafaran en Portugal o que la familia criticara su comportamiento fueron sumándose a un estado de rabia y frustración hasta convertirse en posibles desencadenantes de su conducta violenta. Pero, aun así, incluso sumando estos incidentes, el resultado no es suficiente para explicar los asesinatos de Patrick. Debía de haber algo más. Y ese algo más fue lo que presentaron sus abogados en el juicio.
LA CIENCIA DEL MAL
El neurocientífico británico Adrian Raine se obsesionó con buscarle una razón a la sinrazón. Sus estudios concluyeron que ciertas características biológicas pueden llegar a moldear la mente del criminal. Entonces, ¿estaríamos algunos predispuestos a matar? ¿Y qué pasa con la culpa y responsabilidad? Si nuestros actos violentos fueran determinados por motivos biológicos y, por ende, estuvieran lejos de nuestra elección, ¿dónde cae la responsabilidad de nuestros actos?
Con todas estas preguntas en mente, Raine se adentró en la mente de los asesinos. Lo hizo muy literalmente: escaneó sus cerebros y observó similitudes escalofriantes. Sus estudios han demostrado que existen rincones del cerebro que presentan modificaciones relacionadas con individuos criminales y psicópatas. Es decir, el cerebro de un asesino psicópata no es igual que el de los demás. Sus hallazgos son numerosos, pero podemos simplificarlos en cinco aspectos.
ACTIVIDAD REDUCIDA EN LA CORTEZA PREFRONTAL: Raine descubrió que los criminales violentos tienden a tener una actividad significativamente reducida en la corteza prefrontal, que es clave para el control de impulsos, la planificación y la toma de decisiones morales. Esta disfunción podría explicar por qué algunos individuos cometen crímenes sin reflexionar sobre las consecuencias a largo plazo.AMÍGDALA MÁS PEQUEÑA O DISFUNCIONAL: la amígdala, que regula emociones como el miedo y la agresividad, también muestra diferencias en los cerebros de asesinos. Según Raine, las personas con amígdalas más pequeñas o menos activas pueden tener menos empatía y una mayor propensión a la violencia.GIRO ANGULAR IZQUIERDO: es el que integra la información de los lóbulos parietal, temporal y occipital. Las investigaciones de Raine descubrieron que los criminales estudiados tenían un metabolismo alterado de la glucosa en varias áreas cerebrales, incluidas el giro angular y la corteza prefrontal. Esta alteración podría explicar el fracaso escolar y su incapacidad para procesar correctamente dilemas morales o comprender las consecuencias de sus acciones.EL CUERPO CALLOSO: se trata del conjunto de fibras que unen el hemisferio derecho con el izquierdo. Una actividad reducida puede complicar la inhibición de emociones negativas.TEORÍA DEL CEREBRO «FRÍO»: en otro de sus trabajos, Raine propone la idea del «cerebro frío», según la cual los asesinos psicópatas muestran una falta de respuesta emocional ante situaciones de alto impacto moral o empático. El sistema límbico es el conjunto de estructuras encargado, en especial, del procesamiento y almacenamiento de las emociones, al igual que de la memoria o aprendizaje. Por ello, se trata del conglomerado más relacionado con la actividad criminal. Reine descubrió que ciertas disfunciones en algunos de sus elementos (como la amígdala, el hipocampo o la corteza prefrotal) pueden provocar deficiencias emocionales. La frialdad cerebral.
Patrick no mostró empatía cuando cometía sus asesinatos. Llegó a decirle a su amigo que no había sentido nada. Que pensaba que cambiaría algo en su vida y, sin embargo, mientras esperaba a que su tío llegara, estaba más preocupado por lavarse con su champú favorito que por haber asesinado a dos niños. Parte de esta conducta podría explicarse a través de su cerebro. En línea con los principales hallazgos de Adrian Raine, estas son las principales zonas afectadas en el cerebro del asesino:
FUENTE: Realización propia.
Para entendernos, en las cabezas de muchos asesinos las partes del cerebro que se encargan de regular las emociones y la toma de decisiones no funcionan correctamente. A esta misma conclusión han llegado la mayor parte de neurocientíficos. Jesús Pujol, médico e investigador, llegó a mapear el cerebro y descubrió que el estrés emocional en las primeras fases de la vida puede alterar las estructuras cerebrales implicadas en los sentimientos y en la elección estratégica.
Muchos de estos estudios, desarrollados para identificar patrones, utilizaron las técnicas de neuroimagen. Las más comunes son la tomografía por emisión de positrones (PET), que permite observar el funcionamiento de los órganos y tejidos internos, la resonancia con rayos X (TAC) y las resonancias magnéticas (MRI). La defensa de Patrick Nogueira utilizó estas técnicas para demostrar que el cerebro de su cliente no era como el nuestro.
«Esta ilustración nos da una idea de cómo se reflejó el cerebro de Patrick en las pruebas. Como un queso gruyer».
Absolutamente deteriorado. Así fue definido el cerebro de Patrick por varios peritos a raíz del informe médico presentado en sede judicial. Patrick sufría un daño cerebral que, según ese escrito, determinaba su conducta, un deterioro en el lóbulo temporal responsable de que actuase sin control.
El objetivo al presentar esta prueba era aminorar la pena, porque implicaba, en cierto modo, la posibilidad de que Patrick tuviese sus facultades mermadas, además de cierta predeterminación biológica a la violencia, la ira o la impulsividad. El cóctel criminal, la mano de póker. A través del peritaje médico, se buscaba equiparar este daño cerebral a lo que podría significar, jurídicamente, una enfermedad mental, con el fin de que se aplicasen eximentes o atenuantes. En el capítulo 2 veremos con más detenimiento estos atenuantes; ahora nos basta con saber que, sin una enfermedad diagnosticada y sin estar bajo los efectos de las drogas, ninguno se aplicaba al caso de Patrick. Por eso la estrategia fue algo inédito en España que, sin embargo, sí tenía precedentes, por ejemplo, en Estados Unidos.
Según el peritaje, el lóbulo temporal derecho estaba claramente afectado, y, al ser un elemento importante del sistema límbico, todo el sistema encargado de la gestión de las emociones estaría alterado. Esto, como hemos visto, puede provocar falta de empatía, frialdad emocional, incapacidad de sentir culpa o arrepentimiento, agresividad o trastornos de la personalidad como el antisocial, que suele conllevar conductas delictivas. Ciertas áreas de cognición y razonamiento aparecían, orgánicamente, muy dañadas.
En efecto, Patrick era incapaz de arrepentirse por lo que acababa de hacer. Le contó a Marvin que «no conectaba con las cosas». El daño que mostraban las imágenes del escáner explicaría esa forma de procesar la realidad y, por tanto, de ser. «La conducta, el comportamiento y la personalidad están en el cerebro», aseguró en el juicio el psiquiatra José Miguel Gaona. En ese mismo sentido, el médico nuclear Antonio Maldonado insistió en que «no es un cerebro normal, es un cerebro alterológico, un cerebro enfermo». Sin embargo, la Fiscal Jefe Provincial de Guadalajara, Rocío Rojo, fue tajante tras observar las imágenes: «Cuando he visto esta prueba me he quedado perpleja, porque, he pensado, dios mío, nos ha cambiado el mundo. Es decir, si la defensa quiere mantener que a una persona, porque se le haga un TAC, descubrirá que está enferma y que además va a cometer delitos, ¿por qué no nos hacen a todos un TAC desde el nacimiento y nos van diversificando?».
No es tan sencillo. La colisión entre el determinismo y el libre albedrío ha estado en la palestra de los debates filosóficos durante siglos. Es una discusión que pasa por todas las áreas del conocimiento, desde la filosofía hasta las ciencias empíricas. Ahora, con estos nuevos avances, los descubrimientos parecen chocar con las ciencias jurídicas. La libertad es el elemento base de la culpabilidad, el requisito para aplicar penas en un estado democrático, pero ¿y si la ciencia pudiera probar que los comportamientos de algunas personas están determinados por procesos que no pueden controlar? ¿Qué pasaría con la culpabilidad o la responsabilidad penal?
La serie de anime Psycho-Pass es un ejemplo de hasta dónde podrían llegar estos avances científicos. Se desarrolla en un futuro distópico donde la sociedad está controlada por el Sistema Sibyl, una inteligencia artificial que mide el estado mental y la predisposición criminal de las personas, conocido como «Psycho-Pass». La historia sigue a Akane, una joven inspectora que trabaja para el Departamento de Seguridad Pública, encargado de mantener el orden capturando criminales potenciales antes de que cometan delitos. En la serie, Akane colabora con un equipo de Ejecutores, individuos con altos coeficientes criminales que son utilizados por el sistema para cazar a otros asesinos. Sin embargo, a lo largo de la trama, Akane empieza a cuestionar la justicia y la ética del Sistema Sibyl. Descubre que no es infalible y plantea dilemas morales sobre el libre albedrío, la vigilancia y el control social.
A lo largo de las últimas décadas, se ha demostrado que ciertas disfunciones o malformaciones, incluso las dadas desde el nacimiento o durante el crecimiento, pueden condicionar nuestra manera de ser o actuar. No obstante, estas características biológicas no son las únicas que deciden nuestro comportamiento. Son solo una carta de la baraja. Y hay muchas más. El alcoholismo en edades tempranas, por ejemplo, también modifica el desarrollo normal del cerebro. Patrick se emborrachaba a menudo desde los diez años. Pero la ciencia ha ido más allá: hasta un mero golpe puede modificar nuestra personalidad.
EL CASO DE PHINEAS GAGE
Nos situamos a mediados del siglo XIX en Vermont, Estados Unidos. En aquella época, el país se encontraba en una fase de crecimiento demográfico e industrial. Recibía a diario miles de inmigrantes europeos, su economía crecía de manera exponencial, la tasa de natalidad aumentaba, la democracia había quedado ya consolidada y la población general comenzaba a enriquecerse. En aquel contexto de creciente bienestar, Phineas Gage trabajaba, como muchos chicos de su edad, en una compañía ferroviaria. Un trabajo común. Un chico común. Gage, de poco más de veinte años, se encargaba de manipular y estructurar las vías del tren, para lo que trabajaba en contacto directo con explosivos. Un día, debido a un fallo, la pólvora que manipulaba ocasionó una explosión tal que hizo volar una barra de metal de un metro de largo por los aires. El objeto acabó atravesándole el cráneo, desde la mejilla hasta la parte superior de la frente. Pues bien, no solo no murió, sino que recobró el conocimiento y, con el palo todavía en la cara, acudió al hospital más cercano.
Como resultado del accidente, la barra le lesionó el lóbulo frontal. A pesar de la gravedad aparente, al poco tiempo regresó al trabajo y no parecía que le hubiera pasado nada, salvo por el ojo izquierdo, que se le quedó cerrado para siempre. Poca cosa teniendo en cuenta el incidente.
El médico que lo trató, el doctor John Martin Harlow, alucinó. Era la primera vez que aparecía por su consulta, un miércoles cualquiera, alguien paseando con un palo atravesado en la cabeza. Más allá de aquella imagen surrealista, hubo otra cosa que le extrañó todavía más, tanto a él como a su entorno cercano: la manera en la que afectó este incidente a Phineas.
El médico redactó en su informe que Gage se había convertido en una persona inestable, irrespetuosa y grosera, con poca consideración de los demás (baja empatía), caprichoso e indeciso. No soportaba límites o consejos que pudieran entrar en conflicto con sus deseos. Era obstinado, abandonaba fácilmente las tareas que planeaba y presentaba comportamientos más propios de la edad infantil. «Un niño en lo intelectual y un hombre en las pasiones animales», resumió Harlow. Lo curioso es que, antes del traumatismo, Phineas Gage no era así. Ya no era el mismo. En cierto modo, presentaba patrones comportamentales parecidos a los de Patrick Nogueira.
No se trataba de un cambio de pensamiento, fruto quizá de haberse visto cercano a la muerte. Tampoco de una revelación filosófica acerca de lo importante de la vida. Phineas Gage no vio la luz, ni a Dios, ni decidió conscientemente priorizar sus deseos. El tipo cambió, literalmente, de personalidad. Se convirtió en otro chico, más irritable, menos cordial, bastante huraño.
Tras morir, su cerebro fue estudiado por un grupo de científicos y ahora, de hecho, su cráneo puede contemplarse en la Harvard Medical School. El caso de este joven, allá en 1848, sirvió como punto de partida de lo que hoy conocemos como las consecuencias psicológicas de ciertos cambios físicos en el cerebro. Porque estas lesiones no solo modifican algunas habilidades o capacidades cognitivas y son responsables de la dificultad de habla o movimiento, sino que pueden incidir en la conducta, la psicología, la personalidad y, quizás, incluso el alma. Si un mal golpe en la cabeza puede transformar nuestra forma de ser, ¿podría convertirnos en asesinos?
Patrick tenía alterado el lóbulo temporal. Phineas, el frontal. La corteza prefrontal dañada de Phineas se encargaba de la regulación emocional, la conducta social, la planificación y el control de impulsos. En el caso de Patrick, el lóbulo temporal dañado implicaba, de manera similar, el procesamiento de respuestas emocionales y las reacciones ante situaciones. Antes de la lesión, Phineas era una persona amable. ¿Habría sido amable Patrick con un cerebro diferente? ¿Qué grado de culpabilidad se le aplica a una persona con esas disfunciones?
Cada vez hay más estudios que prueban la relevancia de la predisposición biológica en las acciones. Entonces, ¿dónde habita más la maldad, en el cerebro o en el alma? ¿Hay cerebros programados para el crimen? ¿Nos hace necesariamente malos nacer con un cerebro como el de Patrick?
UN PSICÓPATA BUENO
Los casos de Patrick Nogueira y Phineas Gage vienen a probar que no solo podríamos nacer con una predisposición al crimen, sino que, además, alguna lesión a lo largo de la vida puede ser capaz de modificar nuestra estructura cerebral hasta provocar cierta inercia a la criminalidad. Pero cada persona es un mundo.
No existen pruebas que determinen que todos los asesinos de la historia presenten disfunciones o malformaciones cerebrales, como tampoco puede afirmarse que todas las personas no homicidas posean cerebros estructurados a la perfección. Es importante aclarar que nacer con una predisposición no nos hace necesariamente malos. Nada lo demuestra mejor que la historia del científico que buscaba psicópatas y se encontró a sí mismo.
James Fallon es hoy conocido como uno de los neurólogos más prestigiosos y famosos del mundo. Ha aparecido en series de televisión como Mentes Criminales, se dice que asesora al Gobierno de Estados Unidos y que ha colaborado en algunas ocasiones con la CIA. Como profesor en la Universidad de California, ha escrito diversas publicaciones científicas. En términos generales, ha dedicado su vida a la investigación y a la enseñanza. A pesar de su conocimiento del tema, jamás se habría imaginado el susto que se llevó un día.
Una mañana cualquiera de la soleada California, en los pasillos de la universidad, un colega se le acercó para pedirle ayuda con uno de sus trabajos. Le preguntó si podía analizar diferentes cerebros de asesinos psicópatas para observar patrones, a lo que Fallon aceptó y se puso a estudiarlos a través de diversas técnicas. Tras observar los resultados, llegó a varias conclusiones. La primera, que todos mostraban un daño cerebral en el mismo lugar, el córtex orbital, la parte que se encuentra justo encima de los ojos, así como daños en la parte interior del lóbulo temporal.
En paralelo, Fallon estaba realizando otro estudio con un grupo de control en el que había incluido los escáneres cerebrales de algunos de sus familiares. Cuando analizó la última imagen de este segundo grupo, se topó con un cerebro claramente patológico, que presentaba similitudes con los que acababa de estudiar para ayudar a su colega. ¿Había un psicópata en su familia? Al principio pensó que pudieran haberse mezclado los papeles, pero, cuando fue a comprobarlo, se dio cuenta de que el cerebro en cuestión era el suyo. Él era el presunto psicópata.
La imagen de su cerebro no dejaba lugar a dudas; las mismas áreas que estaban lesionadas en los cerebros de los criminales que había estudiado presentaban poca o nula actividad en el suyo. Aun así, él jamás había cometido un delito. Fallon se definió a sí mismo como «un psicópata bueno», «un psicópata prosocial»; una persona que posee muchas de las características neurológicas y genéticas de un psicópata —como baja empatía, tendencia a la toma de riesgos y una capacidad reducida para sentir culpa o remordimiento—, pero que, en lugar de manifestar estos rasgos de manera antisocial o violenta, los usa para adaptarse socialmente y vivir de manera funcional y exitosa en la sociedad. Este enfoque defiende que, aun teniendo varios ingredientes del cóctel, depende de nosotros el resultado. Y este fue el punto clave que la acusación y la fiscalía expusieron durante el juicio de Nogueira.
La psicopatía puede virar hacia labores socialmente aceptadas. Hay muchos psicópatas que vierten sus tendencias en el trabajo y no en asesinatos múltiples, del mismo modo que las disfunciones cerebrales no implican que esos individuos se conviertan en personas realmente violentas. Como dijimos antes, depende del resto de ingredientes, de las cartas del póker criminal.
EL GEN DEL GUERRERO
Durante sus investigaciones, Fallon encontró algo más que un patrón. Se topó con el «gen del guerrero». En medio de su estudio sobre la interacción de los genes, el daño cerebral y el ambiente, descubrió un componente genético muy peculiar.
En los análisis de los psicópatas criminales había una mayor presencia de «genes violentos», como el gen MAO-A, que produce una enzima que descompone algunos neurotransmisores como la noradrenalina, la serotonina y la dopamina, que se relacionan con la calma, la serenidad o la felicidad. Si una persona tiene la variante de baja actividad de MAO-A, la descomposición de la serotonina es más lenta, lo que puede llevar a un exceso o déficit de este neurotransmisor en el cerebro. Así, esta disfunción altera directamente las emociones o la conducta. Como Fallon explicó en varias de sus charlas, existe parte de la población «normal» que posee una variante de este gen. Para que se active, sin embargo, entra en juego el trauma.
El gen se despierta si en una edad muy temprana, antes de la pubertad, se padece algún acontecimiento realmente traumático, como una exposición constante a la violencia. La interacción entre el trauma y el gen provocará su activación, lo que puede alterar la conducta. De esta forma, la genética podría explicar, en algunos casos, cómo nacen generaciones enteras de niños predispuestos a la violencia en zonas de conflicto continuadas o habituales, puesto que la interacción de genes, ambiente y daños cerebrales son los factores que, unidos, podrían facilitar la creación de un criminal.
Para seguir entendiendo cómo se forja un criminal, todavía hay más factores a los que atender. Atención a la herencia: los sujetos con psicopatía tienen, con frecuencia, la posibilidad de haber heredado sus inercias. Lo sabemos porque se ha podido estudiar su árbol genealógico y se ha demostrado que muchos de ellos poseen familiares en primer grado con el mismo trastorno. Y, en esta línea, los estudios en gemelos muestran que la influencia genética podría llegar a explicar hasta el 70 % de la varianza genotípica. Esto significa que la psicopatía tiene un componente genético visible, lo que quedaría probado en estudios de adopción de gemelos.
Los trabajos de Fallon han demostrado que existen variaciones entre hombres y mujeres y la diferencia radica, precisamente, en la forma en la que heredamos la genética, ya que el gen MAO-A se encuentra en el cromosoma X. Acompáñame en esta muy breve lección de genética criminal.
− HOMBRES: los hombres, que tienen un solo cromosoma X y uno Y (XY), heredan una única copia del gen MAO-A de su madre. Esto significa que, si esa copia está alterada(una variante de baja actividad de MAO-A), no tienen otra copia del gen que pueda compensar el efecto. Por lo tanto, es más probable que los hombres con esta variante específica exhiban comportamientos relacionados con la agresividad si fueron expuestos a traumas en la infancia. −
MUJERES: al tener dos cromosomas X (XX), heredan una copia del gen MAO-A de cada progenitor. Si una de las copias es una variante de baja actividad y la otra es normal, es posible que la copia funcional compense los efectos de la variante alterada. Por esta razón, las mujeres suelen estar menos afectadas por el gen MAO-A en términos de predisposición a la violencia, aunque no completamente exentas si ambas copias resultan ser de baja actividad.
Según Fallon, esta podría ser una de las razones por las que hay más prevalencia de hombres asesinos psicópatas que mujeres. Estas son las fichas de partida, pero, durante la infancia, es crucial que exista un equilibrio adecuado de serotonina para el desarrollo cerebral normal. Si el gen MAO-A funciona de manera menos eficiente, como ocurre con la variante de baja actividad, podría afectar al desarrollo de los sistemas neurológicos que regulan las emociones y el comportamiento, predisponiendo al bebé a problemas de agresividad o impulsividad cuando crezca.
Pero nada de todo esto es una fórmula mágica. El tribunal que sentenció a Patrick Nogueira consideró que, al final, salvo enfermedades mentales graves, somos dueños de nuestras acciones. Esa es la pregunta clave: ¿somos del todo libres?
NACIDOS PARA MATAR
En la década de 1980, el neurólogo estadounidense Benjamin Libet realizó uno de los experimentos más influyentes y polémicos sobre el libre albedrío, la capacidad de elección y la noción de hasta qué punto tomamos decisiones de manera plenamente consciente.
Libet pidió a los participantes de su experimento que realizasen un movimiento simple, por ejemplo, mover la muñeca, pero que lo hicieran de manera espontánea, cuando sintieran las ganas de hacerlo, sin planearlo. Cuando lo hiciesen, debían mirar un reloj especial y señalar el momento exacto en el que sentían la intención consciente de mover su mano. Durante todo el proceso, Libet registraba la actividad cerebral en tres momentos diferentes: la que se generaba antes de su deseo de moverse, la que provocaba el momento subjetivo en el que eran conscientes y la actividad en el momento real.
Gracias a los resultados de la prueba, el científico descubrió que la actividad cerebral que precedía al movimiento comenzaba unos 350 milisegundos antes de que la persona fuera consciente de su decisión de moverse. Esto sugiere que el cerebro había iniciado el proceso de movimiento antes de que la persona tuviera la sensación consciente de haber decidido moverse. Es decir, la decisión consciente parecía ser posterior al inicio del proceso cerebral para realizar el movimiento.
Este experimento generó una gran controversia, ya que parecía desafiar la noción tradicional de libre albedrío. Según sus resultados, la conciencia no es la iniciadora de la acción, sino que el cerebro ya comienza el proceso antes de que la persona sea consciente de la decisión. Pero Libet no echó por tierra del todo el libre albedrío. Propuso que, aunque la acción se iniciara inconscientemente, la conciencia tenía capacidad de veto. Aunque la acción fuera iniciada de manera inconsciente, la persona podría, conscientemente, detenerla si lo deseaba. Este «libre albedrío negativo» indicaba que la conciencia podía intervenir en la decisión final de realizar o no una acción. Una vez más, los avances en neurociencia, como los que se discutieron en el juicio de Patrick, enlazan con la idea de predisposición y elección, haciendo que la neurociencia reestructure el concepto tradicional de culpabilidad.