Pescar el salmón - Yago Álvarez Barba - E-Book

Pescar el salmón E-Book

Yago Álvarez Barba

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Beschreibung

El pensamiento económico dominante, el capitalismo liberal y sus vertientes, se entiende como una ciencia exacta libre de ideología y política. El lenguaje económico se ha utilizado para crear una barrera entre aquellos que la dominan y el resto de la población. Se ha introducido en el imaginario social la idea de que la economía es neutra y, por lo tanto, la prensa económica dominante que la transmite se ha entendido también como una prensa neutra. Hoy en día está bastante claro que toda la prensa económica tiene el mismo corte liberal, pero los postulados económicos que defienden se siguen viendo e interpretando como si de leyes físicas se trataran. Dicha prensa, y esa áurea de ley física que le rodea, está controlada por los grandes poderes económicos y la usan como una herramienta del poder dominante para generar opinión, consenso y pensamiento alineado con los intereses de esos mismos poderes. El libro pretende derribar esas barreras del lenguaje y desmontar las narrativas creadas y las estrategias de manipulación de la opinión pública con la intención de que la ciudadanía pueda enfrentarse a la prensa económica. Álvarez repasa las principales estrategias de manipulación de los periódicos especializados mediante el uso del lenguaje económico, las distintas formas que tienen las empresas para influir sobre sus líneas editoriales y las consecuencias de todo ello.

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¿Por qué este libro?

Recuerdo que de niño siempre veía por casa aquellos periódicos de un color diferente. Uno de mis dos hermanos mayores estudió Empresariales y Económicas y compraba casi a diario aquel tipo de prensa, que más tarde descubriría que era conocida como «prensa salmón». Me encantaba hojear y leer aquellos titulares llenos de cifras, porcentajes, nombres de empresas y un lenguaje que, si bien era difícil de entender para un chiquillo, con el tiempo acabé cogiéndole el truquillo. Posiblemente de ahí venga mi pasión por la economía. El caso es que seguí los pasos de mi hermano y acabé estudiando la carrera de moda en aquella época. Me licencié en Administración y Dirección de Empresas porque se decía que era lo que había que estudiar «si querías hacerte rico». Y yo, como muchos quinceañeros nacidos y crecidos en el seno de una familia obrera de un barrio obrero, quería ser rico.

Terminé la carrera en plena burbuja inmobiliaria, y en aquella época de euforia financiera lo más fácil era acabar trabajando en un banco. Pero a medida que entraba en aquel mundo me daba cuenta de algo: por mucho que quisiera ser rico, por mucho que me gustara la economía, yo seguía siendo y sintiéndome clase obrera. Me di cuenta de que yo no encajaba allí, en un sector tan clasista, tan enfocado en los beneficios y los objetivos de venta. Un sector que, cuando estalló la burbuja, no tuvo ningún escrúpulo en enarbolar el dogma de «habéis vivido por encima de vuestras posibilidades», cuando yo había presenciado cómo había sido precisamente la avaricia del propio sector, junto con la del inmobiliario y el promotor, la que nos había llevado a aquella situación y a sus dolorosas consecuencias, materializadas en los desahucios de miles de familias. Cuanto más entendía la economía y más conocía cómo funciona el mundo más allá de los libros de texto universitarios, mejor entendía cómo era utilizada para seguir perpetuando las desigualdades y los privilegios de unos pocos. Cuanto más entendía la economía, más claramente aparecían ante mis ojos las verdaderas intenciones y los sesgos ideológicos que atraviesan la prensa salmón.

En aquella época me había enganchado a los libros Tim Harford, un economista y ensayista que se hacía llamar «El Economista Camuflado» y que explicaba hechos de la vida cotidiana con teorías económicas. Eran los tiempos del 15M y las proclamas en las plazas, y me decidí a abrir un blog y una cuenta de Twitter bajo el pseudónimo de «Economista Cabreado». En esa web soltaba mis parrafadas de economía desde una perspectiva crítica, intentando ser lo más pedagógico posible para derribar el muro que suponen la jerga económica y el escaso conocimiento de la economía de gran parte de la población.

Tras un par de años de activismo y escribir en el blog, en 2014 me junté con otras cuatro personas que compartían esas mismas inquietudes y fundamos El Salmón Contracorriente. Se trataba de un medio que iba a la contra de la hegemónica ideología neoliberal. Un medio contra la corriente que dominaba la prensa salmón. Es decir, un medio anticapitalista que, además, pretendía dar voz a otras visiones de la economía, como la feminista, la ecologista, la decrecentista y tantas otras que no tenían cabida en los medios tradicionales.Tras otros dos años publicando contenidos y colaborando con el periódico independiente Diagonal, nos unimos a este y otros pequeños medios, así como a diversos colaboradores y colaboradoras, para formar el medio cooperativista y horizontal El Salto. En él me encargo de coordinar la sección de economía, que mantiene el mismo espíritu de El Salmón Contracorriente, además del nombre.

Tanto desde ese diario como desde mis redes sociales, he seguido denunciando cada día las manipulaciones de los medios de comunicación y el uso de la economía como una barrera lingüística e ideológica. He apostado por un periodismo crítico que, al mismo tiempo, pueda ser didáctico. El propósito es acabar con las barreras lingüísticas que apartan a las audiencias a las que les cuesta entender lo que se escribe y acercar la economía a la gente, para que esta pueda armarse contra las técnicas de manipulación y de generación de narrativas y opinión pública, que siempre responden a los intereses de los más poderosos.

Este libro refleja gran parte de ese camino recorrido a lo largo de mi vida. Es el resultado de mi trabajo en los dos medios citados, en los que he participado desde su fundación, y de los repasos a la prensa salmón que hago cada mañana para poder denunciar en redes las manipulaciones y narrativas a las que nos intentan someter. Es el fruto de mi trabajo como periodista, pero también de mi activismo. Y, cómo no, también es fruto del cabreo.

El libro quiere ser una herramienta social que, lejos de hacer que el lector rechace la prensa económica, lo anime a enfrentarse a ella, entenderla, desgranarla y armarse de conocimiento y argumentos para poder usarla sin caer en sus engaños, al tiempo que desmonta y denuncia dichos engaños. Un arma al servicio de un sector de la población que está harta de sentirse manipulada. Una aportación para aquellas personas que quieren que el periodismo vuelva a ser un garante de la libertad y una defensa ante los poderosos, en vez de la herramienta de estos para perpetuar su poder y poner en riesgo los cimientos de la democracia.

¿Qué te vas a encontrar?

El pensamiento económico dominante, el capitalismo liberal y sus vertientes, se entiende como una ciencia exacta libre de ideología y política. Durante décadas se ha introducido en el imaginario social la idea de que la economía es neutra, y, por lo tanto, la prensa económica dominante que le da voz se ha entendido también como una prensa neutra. Hoy en día está bastante claro que toda la prensa económica tiene el mismo corte liberal que defienden los partidos de derechas, pero los postulados económicos que respaldan se siguen viendo e interpretando como si de leyes físicas se trataran. Dicha prensa, con esa aura de neutralidad que la rodea, está controlada por los grandes poderes económicos, que la utilizan como una herramienta para inculcar y generar opinión y pensamiento alineados con sus propios intereses.

El libro arranca con dos capítulos sobre el marco histórico y político de la prensa económica. Un recorrido por la lucha ideológica y cultural que se ha dado entre las corrientes económicas y que ha terminado con el triunfo de una de ellas en la prensa salmón. Una suerte de mapa de situación para ver cómo hemos llegado hasta aquí. Además de un recorrido histórico por la prensa salmón, el segundo capítulo aporta también una breve descripción de los medios de información económica en España.

El tercer capítulo tal vez sea el más entretenido. Bajamos a los infiernos de la manipulación mediática para señalar con ejemplos reales las técnicas de engaño y de generación de relatos más comunes de la prensa económica. El cuarto, muy vinculado al anterior, explica la influencia de esas narrativas en la marcha real de la economía. Se realiza un análisis de las características y los sesgos que tienen algunas de las narrativas dominantes de la prensa económica y se esquematizan sus rasgos para poder identificarlas y confrontarlas.

El quinto capítulo desgrana el mundo de los facilitadores de información y los filtros que dan como resultado aquello que llega cada día a nuestros ojos: las fuentes citadas en los artículos y las que nunca son citadas por pecadoras, los lobbies, los think tanks, los organismos públicos e internacionales o las agencias de noticias. Todo un entramado de generadores de información que, en su gran mayoría, coinciden con los intereses de aquellos que se sientan en las juntas de accionistas de los grandes grupos mediáticos y responden ante ellos.

El sexto señala las nuevas fuentes de financiación que los grupos mediáticos han tenido que buscar tras el desplome de su negocio tradicional, la venta de ejemplares. En las últimas dos décadas, los medios han abierto sus puertas a las empresas para incrementar sus ingresos, pero también han aumentado la influencia de estas sobre su línea editorial y su imagen. Los contenidos patrocinados, los publirreportajes, la organización de eventos y reuniones con empresarios y políticos son algunas de las estrategias simbióticas entre los medios y el resto de empresas.

El último capítulo del libro pretende ser una guía o caja de herramientas que podamos tener en nuestra mesilla o junto al ordenador cada vez que nos enfrentemos a las noticias económicas hasta que interioricemos las técnicas para desgranar lo que se esconde tras esos artículos. Una batería de consejos y, sobre todo, de muchas preguntas que podemos hacernos para ayudarnos a pescar al salmón.

No se citan periodistas

En más de una ocasión, tras desmontar en Twitter un bulo o una manipulación lanzada por un medio, el autor del artículo me ha escrito por mensaje privado excusándose con frases como «tienes toda la razón, yo no elegí ese titular» o «no era el enfoque que yo le quería dar, pero no tuve otra opción». En realidad, posiblemente tenía otra opción: ser despedido. En la cada vez más precarizada profesión del periodismo, el miedo a quedarse en el paro o estar en él es una de las principales herramientas de censura. En relación con esto, el filósofo Carlos Fernández Liria argumenta que en España existe la peor clase de censura: «Aquella que consiste en que solo tienen la posibilidad de hacerse oír en el espacio público quienes están de acuerdo con el propietario de los medios». De esta manera, señala, «resulta que todos los periodistas que habría que censurar están en el paro. El paro es, en efecto, una forma muy brutal de censura, o dices lo que el propietario de los medios quiere que se diga o no encuentras trabajo en la vida».

Como mi intención no es señalar a periodistas que seguramente estarán en una situación precaria, en este libro se ha intentado no citar a ningún periodista de ninguno de esos grandes medios. Este libro no quiere que se ponga el foco en quien escribe una pieza, sino en aquellos que mueven los hilos para que ese artículo no se salga del redil y beneficie tan solo a sus intereses. Sí se cita, en cambio, a directores de medios y grupos mediáticos, expertos utilizados por esos medios o algunos claros ejemplos de injerencia política o empresarial camuflados de periodismo.

01

No te metas en

economía

La «economía», de teología a ciencia exacta al alcance de unos pocos

«Yo sobre eso no tengo ni idea» es una de las frases que más escucharemos si le preguntamos a la gente que nos rodea qué piensa de la «economía» y de lo que se escribe en la denominada prensa salmón. La economía se ha presentado, desde sus comienzos, como una ciencia. Su desarrollo y difusión se han asentado sobre unas bases de apariencia científica, de reglas universales que, como los deseos de los dioses o las leyes de la naturaleza, escapan al control del ser humano y cuya comprensión está solo al alcance de unos pocos elegidos o de aquellos que dedican su vida entera a su estudio. Se nos ha hecho creer que, como mucho, podemos alterarla en cierto modo, pero que, como se defiende desde la ideología económica dominante, cuanto menos intervengamos en ella, mejor funcionará. Los mercados «se autorregulan» gracias a «la mano invisible», repiten sin cesar desde hace ya un par de siglos aquellos sectores que se han vuelto hegemónicos no solo en la esfera empresarial y política, sino también en la academia y la prensa.

Para mantener a los profanos lejos de la tentación de querer formar parte de esa élite que es capaz de entender —y, por lo tanto, interpretar y manejar— la economía, esa apariencia de ciencia se ha dotado de un léxico específico que funciona a su vez como muro lingüístico. Una barrera que convierte la supuesta ciencia en algo inalcanzable y en «experto» a quien la maneja. De esta forma, estos seres expertos en economía son presentados como técnicos alejados de las ideologías políticas que tan solo pretenden salvar a los humanos de su propia torpeza marcando los caminos para la salvación y el desarrollo mediante códigos y palabros que el resto de los mortales no entendemos. Tal y como explica el profesor Juan Torres López, «la mayoría de los economistas nos recuerdan a aquellos viejos curas que trataban de salvar las almas de sus fieles hablándoles en un latín que nadie entendía».[1]

El tema no es nuevo, viene de lejos, incluso de antes de la creación de las potentes estrategias de marketing del siglo XX y del contraataque neoliberal de la era Thatcher-Reagan. La concepción de la economía liberal que predomina actualmente en los medios, universidades y gobiernos de todo el planeta tiene sus raíces en el propio nacimiento de la economía como disciplina y en un personaje histórico que está considerado como el padre de dicha ideología, Adam Smith. El escocés fue un brillante pensador que marcó las bases del capitalismo moderno, y sus teorías fueron adoptadas por las clases altas y la aristocracia del siglo XVIII. Estas las popularizaron como si hubieran descubierto las reglas que regían la relación entre los seres humanos individuales y sus consecuencias sobre el mundo, de una forma muy similar a lo que había hecho su coetáneo Isaac Newton al descubrir las reglas que dieron nacimiento a la ciencia de la física. Lo que no es tan conocido, y los defensores a ultranza del capitalismo no suelen airear, es que los dos creían que con sus «ciencias» estaban descifrando las normas de funcionamiento del mundo diseñado por Dios.

Tal y como resume perfectamente David Graeber en su obra En deuda. Una historia alternativa de la economía, «Newton había representado a Dios como un relojero que había creado la maquinaria física del universo de tal manera que operara definitivamente a favor de los humanos, para luego dejarla funcionando por sí sola. Smith intentaba establecer un argumento newtoniano similar».[2] El antropólogo, además, explica que Smith emplea el concepto de «mano invisible» por primera vez en el texto Astronomía (III.2), pero en Teoría de los sentimientos morales (IV.1.10) queda explícito que la mano invisible de los mercados es la de la «Providencia». «Era, literalmente, la mano de Dios», concluye Graeber. Es decir, Smith creía que la mano invisible era la acción de una deidad que había creado a un homo economicus que tan solo perseguiría sus intereses personales y cuyos impulsos, si nadie intervenía, alcanzarían una maximización de los recursos y de los intercambios que acabaría provocando un desarrollo óptimo de la sociedad y beneficiando a todos. Es decir, la ley de la oferta y la demanda tal y como hoy en día se sigue estudiando en las facultades de todo el planeta. Según dicha teoría, el ser humano forma parte de esa maquinaria construida por un «gran relojero» para alcanzar un plan divino que, según Smith, es el crecimiento y el desarrollo económico.

Pero la economía no es como la física. En la primera no se pueden establecer regularidades empíricas inmutables en el tiempo porque en ella participan los seres humanos, y cada uno de ellos es diferente y con infinitas posibilidades de acción. Los defensores de esta disciplina tan ideologizada han intentado imponer la idea del ser humano como homo economicus, un ser egoísta que siempre busca la maximización del beneficio, homogeneizando a toda la raza humana para encajarla en esa modelización de la economía. Ciencias como la física sistematizan esa generación de conocimiento mediante métodos científicos que permiten discernir conocimiento de opinión. Pero en la economía esa generación de conocimiento se ha visto siempre atravesada por los intereses y grupos políticos dominantes de cada momento. La economía, dado que es una de las principales bases de transformación y control social, siempre ha estado sujeta a las batallas culturales y a las narrativas, ideológicas y de poder, de cada época, y eso es imposible reflejarlo en fórmulas exactas que nunca fallen.

En la misma línea que el antropólogo norteamericano, pero de manera más extensa, se centra la obra del sociólogo Andrés Bilbao Las raíces teológicas de la lógica económica. Según se explica en su libro, «la transformación del ser humano en individuo se despliega en el contexto del cristianismo», donde «la salvación, la vida eterna, implica la relación entre el ser humano y Dios».[3] Cuando, más tarde, en el mundo moderno, las teorías de Smith pasaron a formar parte del proceso de secularización que dejó el cristianismo atrás, se produjo «la interiorización de la exclusividad de esa relación, en la que Dios ha sido sustituido por el mercado». Ese Dios-mercado exige una «obediencia a la fe», que es lo que marca el destino del hombre, mientras que «el pecado es lo que aleja al hombre de Dios, es sinónimo de establecer otras relaciones, con el mundo y con los otros, que no tengan a Dios como su centro». Es decir, el que se aparte y reniegue de las leyes divinas del mercado será tratado como un hereje pecador y expulsado del paraíso, tal y como se hizo con Eva y Adán cuando mordieron la manzana del árbol del conocimiento, y tal y como se hace todavía hoy por parte de los poderes hegemónicos con todo aquel economista, académico, político, movimiento o Estado que se atreva a pecar y a desobedecer la fe poniendo en duda las bondades del sistema capitalista y el libre mercado.

En ese mismo proceso de secularización de las teorías de Smith también se da la separación entre la política y la economía. «La política se constituye como la proyección de un conjunto de normas que no rigen las relaciones entre los individuos, sino que regulan el ámbito en el que esas relaciones se desarrollan», afirma Bilbao. La economía empieza a formarse como algo despolitizado, y la política, como simples normas de vigilancia y control que cuanto menos se metan en lo económico, mejor. Las interacciones entre las personas dejan de ser vistas como relaciones humanas para pasar a ser abstractas individualidades que responden a esa maquinaria perfectamente diseñada por las fuerzas divinas del mercado, ajenas por completo a la naturaleza del ser humano.

Tras siglos de batalla cultural e ideológica, la religión capitalista y los fervientes devotos del libre mercado han conseguido colocar a la economía en un pedestal alejado del común de los mortales. Si a esas mismas personas a las que hemos preguntado sobre la economía y lo que se lee en la prensa especializada les pedimos su opinión sobre la veracidad de lo que se relata en esta, nos encontraremos con respuestas como «si ellos lo dicen, será verdad», «ellos son los expertos que saben de eso» o alguna sentencia derrotista como «yo ahí no me meto». La barrera del lenguaje y la apariencia de ciencia exacta y compleja funcionan a la perfección.

Si en el símil que señalaba el profesor Torres los economistas son los curas y el lenguaje económico es el latín, los púlpitos en los que se ofrece la salvación son los medios de comunicación de masas. Del mismo modo que la Iglesia católica expandía su imperio mediante la colonización evangelizadora y el control del mayor número posible de tierras donde colocar sus atriles y sustituir los centros de culto de las etnias colonizadas, el sistema económico dominante y las élites que lo controlan y se benefician de él han colonizado los medios de comunicación para expandir su dogma de fe, convencer a la gente de que no hay más remedio que convertirse a su religión y castigar a todo pecador que se aparte del rebaño.

Las correas de transmisión ideológica

Al contrario de lo que muchos periodistas y empresarios de la comunicación pretenden hacernos creer, los medios de comunicación no son simples herramientas de transmisión de hechos noticiables. En palabras de la escritora Belén Gopegui, los grandes medios de comunicación «no son el tablón de corcho donde cada persona cuelga su aviso, sino que, como el uranio emite radiaciones, los llamados medios emiten su versión del asunto, su versión de la realidad».[4] La función primigenia de ser garantes de la verdad y la imparcialidad se esfumó hace muchos años, si es que algún día existió. El «cuarto poder» es exactamente eso: poder. Aquella noble causa de ser los protectores de la ciudadanía contra los desmanes de los otros tres poderes se ha esfumado de la misma forma que lo ha hecho la supuesta separación de poderes. Los cuatro se diluyen y se entremezclan en el verdadero poder que mueve los hilos: el poder del capital, representado por las grandes empresas y el mundo financiero.

La utilidad de ese cuarto poder no es la de informar, sino la de crear opinión y consensos e imponer ideología. Moldear al ciudadano en favor de los intereses de ese poder omnipresente en nuestros días. Según Noam Chomsky y Edward S. Herman en su imprescindible obra Los guardianes de la libertad (Planeta, 2013), «los medios de comunicación de masas actúan como sistema de transmisión de mensajes y símbolos para el ciudadano medio»,[5] y añaden que «su función es la de divertir, entretener e informar, así como inculcar a los individuos los valores, creencias y códigos de comportamiento que les harán integrarse en las estructuras institucionales de la sociedad». De la misma forma que los medios de masas son herramientas de interpretación de cultura popular o, más bien, propagadores de la cultura que más les convenga, en un mundo económico globalizado juegan un papel fundamental para imponer la cultura neoliberal también a un nivel global.

El economista y Premio Nobel de Economía Robert J. Shiller, que ha estudiado durante décadas la influencia de las narrativas económicas en los sucesos económicos y el papel de los medios en esos relatos, sigue los pasos argumentativos de Chomsky y Herman en su libro Exuberancia irracional, pero apuntando a las ideas promovidas por los medios que influyen sobre la marcha de los mercados: «Aunque la prensa —periódicos, revistas y medios radiotelevisivos, junto con sus canales en internet— se presenta como observadora imparcial de los sucesos del mercado, ella misma forma parte integral de estos hechos. Los grandes acontecimientos del mercado, en general, ocurren solamente si se da una mentalidad similar entre grupos numerosos de gente, y los medios de comunicación son vehículos esenciales para la difusión de ideas».[6] Es decir, para que esos acontecimientos deseados por los grandes poderes económicos sucedan es necesario que una gran mayoría crea que las ideas que los promueven son las correctas, las necesarias o las menos malas. En este escenario, la generación de opinión pública en lo referente a la economía se presenta como la principal arma de los intereses de los grandes poderes capitalistas para preservar su hegemonía cultural, conservar el poder y generar beneficios económicos y políticos.

Medios que pierden dinero pero que dan «beneficios»

En un mundo globalizado y de economía financiarizada, la mercantilización del periodismo y los medios de comunicación ha convertido a estos últimos en herramientas para las también globalizadas estrategias y agendas de los grandes grupos, ya no de comunicación, sino empresariales y financieros. Los grandes bancos y fondos de inversión han asaltado los accionariados de los grupos mediáticos, haciéndose así con el control de sus juntas directivas a base de talonario. Se trata de un proceso que se ha acelerado en los últimos quince años, desde la crisis financiera de 2008, cuando los ingresos publicitarios de los medios se vieron reducidos notablemente y, por otro lado, los fondos de inversión tuvieron acceso a ingentes cantidades de dinero que los bancos centrales habían estado bombeando a los mercados a tipos de interés cercanos a cero. Los primeros necesitaban dinero y los segundos querían más poder e influencia para continuar imponiendo su agenda.

Este poder económico sobre su accionariado se suma al que ejerce este mismo sector financiero sobre las empresas mediáticas: la concesión de financiación. Los grupos mediáticos han aumentado exponencialmente sus deudas con el sector financiero debido a préstamos que son concedidos pese a que la viabilidad de los proyectos sea totalmente dudosa, convirtiendo esa inyección de dinero en una fuente imprescindible para su supervivencia. La tercera vía de control sobre los medios ha sido la publicidad. La caída de la principal vía histórica de ingresos de los periódicos, la venta de ejemplares, ocasionada por la aparición de internet y los medios online, hizo virar el negocio tradicional hacia un modelo enfocado a la obtención de ingresos a través de la publicidad. Convertirse en la principal fuente de alimentación de los grupos mediáticos a través de los contratos publicitarios ha devenido una de las vías más efectivas de control sobre sus líneas editoriales, ya que, como reza el dicho popular, nadie muerde la mano que te da de comer. En ese proceso de control editorial de las máquinas de crear consenso y opinión, la obtención de un rendimiento puramente monetario pasa a un segundo plano. Los grandes fondos y bancos no entran en el accionariado o prestan dinero en función de las cuentas de resultados o de posibles beneficios futuros directos, como demuestran algunas ruinosas inversiones de grandes fondos en medios de comunicación, sino que se basan en su alcance, su segmento de audiencia y su poder de influencia sobre la población y la esfera política.

De este modo, los medios no solo han pasado a formar parte de grupos con ideologías e intereses económicos concretos que poco tienen que ver con el periodismo y el derecho a la información, sino que han pasado a ser considerados y utilizados como meras herramientas en las que la cuenta de resultados de final de año puede dejar de importar. Los beneficios obtenidos se alcanzan por otras vías indirectas. De la misma forma que una empresa no espera obtener un retorno económico directo de su departamento de comunicación o de relaciones públicas, o de los nuevos departamentos de responsabilidad social corporativa, que en la mayoría de los casos tienen como única función el lavado de imagen de la empresa, estos grandes conglomerados financieros no esperan obtener una rentabilidad directa de sus empresas mediáticas, sino que las utilizan para alcanzar sus fines políticos y económicos. Es decir, los medios se convierten en herramientas para obtener beneficios para sus accionistas, pero no mediante sus propios resultados, sino por la influencia que pueden tener sobre el público, otras empresas, las administraciones públicas y los propios cimientos democráticos de los Estados.

El lector, como consumidor de productos y servicios de otras empresas del grupo o donde se tienen intereses, es visto como posible inversionista al que atraer a los negocios del conglomerado o como votante manipulable, generando rechazo o aceptación de las políticas públicas que vayan en contra o a favor de los intereses de los accionistas. La creación de relatos y narrativas políticas, la generación de expectativas positivas o negativas según convenga, el ataque frontal a las políticas públicas o incluso la demonización de un actor político o una ideología que se oponga a los intereses del grupo, se convierten así en las principales armas de los poderes situados detrás los medios para obtener beneficios en el medio plazo, sin importar si el medio sufre pérdidas en el corto o, incluso, si nunca llega a obtener beneficios.

Dominar la herramienta para dominar el mensaje

Debido a la naturaleza empresarial y financiera de dichos poderes situados tras los medios, dentro de los grupos mediáticos la prensa salmón tiene una gran relevancia como herramienta específica para influir en la economía y la política. El «aura» de especialización, el constructo social que muestra la economía como una ciencia libre de ideología, la barrera lingüística que la separa de la ciudadanía común y la creación de una imagen de los periódicos económicos como algo despolitizado colocan a la prensa salmón en una posición privilegiada a los ojos del público general. Estos periódicos son percibidos como sabios libres de pecado ideológico y, por lo tanto, con la capacidad de generar una mayor confianza y consenso. Ahí reside su principal valor para los poderes económicos, y su principal peligro para el resto de la población.

Si, por ejemplo, un banco o un fondo de inversión que tiene un porcentaje del accionariado de un grupo mediático o está entre sus principales acreedores o anunciantes pretende confrontar a un gobierno que propone un impuesto especial a los beneficios del sector financiero, dichos medios pueden desatar una tormenta de artículos, análisis y columnas de opinión que creen el relato de que dicho impuesto tendrá consecuencias adversas para la marcha general de la economía o la generación de empleo, repitiendo, para poner al votante en su contra, una y otra vez el mantra de que todo impuesto es repercutido y pagado finalmente por los clientes. De igual forma, los accionistas de esos grupos empresariales, con altos patrimonios y residencia española, pueden forzar una línea editorial contraria al Impuesto de Patrimonio o al Impuesto de Solidaridad a las Grandes Fortunas publicando artículos firmados por gestores de altos patrimonios cuyo trabajo consiste precisamente en que esos millonarios paguen menos impuestos,[7] o utilizando a determinadas asesorías fiscales, que tienen a esos mismos millonarios como clientes, para que alerten de las «masivas consultas» que han recibido de sus clientes para trasladar sus domicilios a Portugal,[8] sin aportar ningún dato ni prueba al respecto.

Si se pretende demonizar a un gobierno porque ha aprobado una política fiscal distributiva, como subir los impuestos a las multinacionales, o una medida intervencionista que pone en peligro los beneficios de un grupo empresarial, como intervenir el mercado eléctrico europeo o el incremento en la regulación bancaria comunitaria, siempre será mucho más sencillo crear una narrativa negativa que cale en el público si se publican artículos contrarios a dichas medidas en varios medios internacionales, ya que es bastante probable que dicho público general no repare en que todos esos medios pertenecen a un mismo grupo empresarial o tienen accionistas y anunciantes en común. Si, además, las entidades financieras o los grandes fondos de inversión que controlan dicho grupo mediante su accionariado realizan ataques especulativos que pueden afectar a la imagen, la moneda, la deuda pública o la calidad crediticia de dicho país, cebarán a sus propios medios con nuevas noticias económicas negativas relacionadas con las políticas aplicadas, creando así un mayor terror y rechazo por parte de la población hacia estas y hacia los partidos que las han propuesto o aplicado.

Expulsar al pecador

Como hemos visto antes, el que se aparta de la fe de los mercados es señalado como pecador. Al crear opinión y consenso sobre lo que es supuestamente más beneficioso para la marcha de la economía y, por ende, para toda la población, también se crean los «enemigos» de esos consensos. Todo aquel que se aparte del redil o se atreva a contradecir los postulados de la teoría económicamente dominante, señalar los poderes de aquellos que se benefician de su aplicación o argumentar las consecuencias sociales o ecológicas negativas de este sistema económico será señalado, desprestigiado y apartado. Los canales de comunicación de masas cierran sus puertas a aquellos que, por ejemplo, indican que el crecimiento de la desigualdad creciente es responsabilidad de las políticas neoliberales y del poder del gran capital. Incluso aquellos que llevan alertando desde hace décadas de las nefastas consecuencias de un sistema económico altamente contaminante y depredador de los recursos naturales han sido tratados de locos y apartados de los focos hasta que, hace relativamente poco, la evidencia científica y las graves consecuencias globales de la crisis climática han forzado que se les vuelva a abrir tímidamente la puerta. Se puede señalar y demonizar a un partido político que proponga medidas de intervención del mercado, limitación de beneficios o políticas fiscales contra los intereses de los grupos empresariales. Como se verá más adelante, se puede hacer eso mismo con países enteros que han decidido abordar esas políticas. Personas consideradas expertas pueden ser apartadas de la noche a la mañana colgándoles el cartel de locas si defienden ideas contrarias a los intereses de estas empresas. Las puertas del paraíso mediático mainstream se cierran ante los expulsados como les ocurrió a Adán y Eva tras morder el fruto del conocimiento.

Uno de los ejemplos más sangrantes de esta estrategia al unísono de los medios de comunicación en España lo encontramos en los años de la burbuja inmobiliaria. Si, por ejemplo, un economista señalaba durante los primeros años del siglo XXI