Plegaria en el asedio - Damir Ovčina - E-Book

Plegaria en el asedio E-Book

Damir Ovčina

0,0

Beschreibung

La historia de supervivencia de un joven bosnio atrapado durante años en territorio enemigo en Sarajevo Sarajevo, primavera de 1992: un Estado se desmorona para dar paso a la guerra y un joven bosnio de diecisiete años queda una tarde atrapado en Grbavica, un barrio ocupado por las fuerzas serbias. Durante más de tres años se verá forzado a permanecer allí, separado de su familia. Sus días discurrirán entre la oscuridad y las humillaciones por parte del enemigo. Será asignado a un pelotón de trabajo para enterrar a los muertos, pero también logrará hallar la esperanza o el refugio en el otro. Plegaria en el asedio es una hazaña literaria cuya crudeza ha sido comparada con la de las obras de Shalámov o de Grossman. Una novela con poso autobiográfico que se enfrenta a los horrores de la guerra sin dejar de ser una historia íntima sobre personas, sobre la oscuridad y la luz que hay en ellas. Con un estilo conciso y directo, auténtico y sin concesiones, Damir Ovčina nos sorprende con una pieza literaria única, una obra de primer nivel. Oraciones breves, entrecortadas y sin patetismo que acorralan al lector. Plegaria en el asedio nos arroja al absurdo de la guerra, al infierno sufrido por los civiles, a los profundos y oscuros meandros del alma humana, y es capaz de encontrar esperanza entre sus escombros, donde siempre podrán florecer el arte y el amor.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 995

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



PLEGARIAEN EL ASEDIO

DAMIR OVČINA

TRADUCCIÓN DEL BOSNIO Y NOTASDE LUISA FERNANDA GARRIDO Y TIHOMIR PIŠTELEK

TÍTULO ORIGINAL: Kad sam bio hodža

Publicado porAUTOMÁTICAAutomática Editorial S.L.U.Avenida del Mediterráneo, 24 - 28007 Madrid

[email protected]

www.automaticaeditorial.com

Kad sam bio hodža, copyright © 2016 by Damir Ovčina

© de la traducción, Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek, 2021

© de la presente edición, Automática Editorial S.L.U, 2021

© de la ilustración de cubierta: Fede Yankelevich, 2021

Derechos exclusivos de traducción en lengua española: Automática Editorial S.L.U.

ISBN: 978-84-15509-70-7

eISBN: 978-84-15509-73-8

DEPÓSITO LEGAL: M-26155-2021

Diseño editorial: Álvaro Pérez d’Ors

Composición: Automática Editorial

Corrección ortotipográfica: Automática Editorial

Impresión y encuadernación: Romanyà Valls

Primera edición en Automática: octubre de 2021

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización de los propietarios del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluyendo la reprografía y los medios informáticos.

Tabla de contenido

NOTA DE LOS EDITORES

MAPA ESQUEMÁTICO DEL ASEDIO DE SARAJEVO

PLEGARIA EN EL ASEDIO

NOTA DE LOS EDITORES

Damir Ovčina (Sarajevo, 1973) tardó veinte años en escribir esta novela que, inspirada en su propia experiencia, nos narra la vida de un joven adolescente durante el sitio de Sarajevo. Una tarde de abril de 1992, el protagonista salió de su casa familiar en el barrio de Dobrinja hacia Grbavica para encontrarse con una amiga. Por la noche ya no pudo volver. El barrio de Grbavica había sido tomado por las fuerzas serbias y comenzaba el asedio de la ciudad, el más largo vivido por una población en la historia reciente. No pudo regresar a su casa en cuatro años.

Ovčina ha pasado dos décadas ordenando y dando sentido al torrente de imágenes, impresiones y sensaciones que dejaron sus vivencias para trasladarnos en esta titánica novela (publicada en Bosnia y Herzegovina con el título Kad Sam Bio Hodza, «Cuando fui imán», en su traducción literal) la experiencia íntima de la guerra. Todo ese tiempo ha sido necesario para dar con la forma exacta; para que las palabras lograran alcanzar credibilidad, fuerza, verdad e integridad. Como editores del texto en español, que se ha titulado Plegaria en el asedio, solo podemos aspirar a alcanzar este mismo objetivo y llevar el abrumador ejercicio literario y existencial de Ovčina a los lectores hispanohablantes. Algo así hubiese sido imposible sin la magnífica y rigurosa traducción de Luisa F. Garrido y Tihomir Pištelek. El escritor y crítico Miljenko Jergović dijo de esta obra: «Plegaria en el asedio no se puede moldear. Ahí radica su mayor fortaleza». Y, efectivamente, estamos ante un texto que no acepta moldes. Esta es también, sin duda, la fortaleza de esta traducción; una labor monumental que logra rehacer en nuestra lengua, y con toda naturalidad, el poderoso artefacto de Ovčina sin traicionarlo, sin renunciar al riesgo ni a la dificultad.

El estilo de Ovčina es único, nadie escribe como él, en Bosnia ni en ningún otro lugar. La suya es una escritura llena de omisiones, de espacios en blanco; Ovčina parece rehuir los verbos y, de esta forma, arrojarnos a un mundo de acciones implícitas, de esquirlas de oraciones que se precipitan hacia un sentido hondo, directo, crudo…, y a su vez confieren al texto un ritmo que nos arrastra como lectores a una experiencia real y orgánica de los acontecimientos, vistos a través de los ojos de un joven de diecisiete años que se abisma atónito al infinito mar de horror que es la guerra, y que, entre sus furiosas olas, logrará hallar resquicios de esperanza, tablas de salvación.

Ovčina escribe de tal manera que el lector deja de percibir la estructura formal de las frases, las oraciones van desdibujándose, perdiéndose de vista, para dejar paso a la historia que se filtra a través de ellas, primero como un manantial, luego como un arroyo y, finalmente, transformada en un vertiginoso torrente de presente inmediato, de supervivencia interior, de emociones, de miedos, de horror y humanidad, que nos arrollará. Solo está lo que está sucediendo. Y nosotros ante ello. El objetivo es, tal vez, secuestrar al lector, arrastrarlo a su infierno y hacerlo sin artificios, con el mínimo imprescindible de medios narrativos.

Asistimos a una novela que recorre de forma pormenorizada más de cuatro años de experiencia de una guerra, de un asedio, una crónica de vivencias en primera persona. El lector queda encerrado junto con el protagonista en el barrio de Grbavica, bajo control enemigo, separado del resto de la ciudad por un puente, la única salida, inaccesible, rodeada de francotiradores. Y si algo nos demuestra esta novela es que no son las armas o la sombra de la muerte lo más aterrador; el terror se instala en la cotidianidad, en el día a día, en la rutina de la guerra, en la incertidumbre a la que se vio expuesta la población asediada. A merced del otro. Ángel o monstruo. Tan solo el refugio que se encuentra en el amor, la amistad y la esperanza nos mantiene en pie durante el asedio.

MAPA ESQUEMÁTICO DEL ASEDIO DE SARAJEVO

Las rayas discontinuas señalan la línea del frente que delimita el perímetro del sitio de Sarajevo.

PLEGARIAEN EL ASEDIO

DAMIR OVČINA

TRADUCCIÓN DEL BOSNIO Y NOTASDE LUISA FERNANDA GARRIDO Y TIHOMIR PIŠTELEK

A Edita Ljevo(1971-2017)

Nieve hasta el borde del guardanieves. Mi padre con la pala delante del edificio. Con una parka de estilo militar. Me da la espalda. Yo por la senda de nieve del aparcamiento. Con la nieve de una rama de pino formo una bola. Cae delante de la pala. Sus ojos verdes.

Bienvenido. Ya era hora.

La puerta del garaje levantada. Se sopla las manos. Copos de nieve pegados en su capucha. Enero. El cielo blanco.

¡Vete a ayudarla!

¡Déjame hacerlo a mí!

Acabo con el coche y voy.

El coche, un Escarabajo azul, arranca a la segunda. El tubo de escape empieza a echar humo. La bicicleta plegable apoyada en la estantería del garaje. El coche vacío encendido en la entrada. La puerta derecha abierta. Nieve en la luna delantera. Mi padre levanta los limpiaparabrisas y frota el cristal con la mano desnuda. Hielo en el borde de los escalones. Los salto de dos en dos. Un par de patadas contra el suelo para quitarme la nieve de las botas. En el portal, olor a guiso. Dentro, el acumulador de calor sopla aire. Mamá me llama por mi nombre. Se levanta envuelta en una manta de cuadros.

Solo es un problema de las articulaciones.

¡No me digas!

Un tipo de reúma.

¡Qué cosas dices!

Una sábana sobre el sofá estampado con respaldo de madera. En la mesita, té, medicinas, naranjas y el periódico Oslobođenje. En el aparcamiento, griterío de niños. Ocho escalones hasta la puerta del portal.

¡Despacio!

Para.

¡Apóyate en mí! Solo un poquito más.

¡Espera!

Cuidado, aquí.

Vamos.

Sus ojos cansados. El coche se pone en marcha. En la placa azul colgada a la izquierda de la entrada pone calle Franca Prešerna. A la derecha, el número 16. El Escarabajo lento por la calle recta. Fruta y verdura debajo del alero de la frutería. Sarajevo bajo la nieve. Los coches pasan. En su interior, las personas miran fijamente hacia delante.

El Volkswagen directo al acceso principal del hospital. El portero nos indica el pabellón de urgencias. El Escarabajo marcha atrás, luego cuesta abajo hasta la entrada. Mamá tiene los ojos entornados. Yo abro la puerta y la sujeto. El motor sigue encendido. Nosotros dos hacia la entrada, él debe quitar el coche, una ambulancia espera para acercarse.

Dentro un doctor próximo a los sesenta le examina las úlceras y ordena tomarle muestras de sangre. La enfermera la lleva hasta la camilla en la otra habitación donde se hacen los análisis. Yo con su chaquetón. En el cuarto le están mirando la herida a alguien. Una enfermera de acá para allá con papeles. Gente nerviosa en la sala de espera. Mi padre entreabre la puerta y nos acercamos a mi madre, que está tumbada en una camilla elevada mientras le hacen un electrocardiograma. Un doctor rapado al cero observa los valores y decide mandarla a un angiólogo. Luego teclea pensativo en una antigua máquina de escribir. Le entrega a mi padre un papel con números de esto y aquello y el nombre de la enferma. Indica adónde ir a continuación. Yo le echo el chaquetón por encima. El Escarabajo en la entrada. Ella se desploma en el asiento delantero y yo salto al trasero por encima del del conductor. Fugaz marcha atrás y vuelta hacia la salida del recinto. El portero pregunta, mi padre agita el papel, el portero da vía libre. Un gran edificio en medio de un complejo de la época austrohúngara. Una enfermera arrebujada en un abrigo sujeta la puerta mientras entramos. Mi padre vuelve para aparcar el Escarabajo en alguna parte. El vestíbulo enorme. El celador de turno nos manda al ascensor y luego a la tercera planta.

Dentro calor. El angiólogo de apellido checo hace un reconocimiento largo y meticuloso, pregunta acentuando el tú con voz muy alta y tabalea en una máquina de escribir más vieja aún que la anterior. Luego nos explica adónde hay que ir.

En el clínico dermatológico, la médica de turno con nuestro mismo apellido. Su padre es un célebre profesor de anatomía. Nos consuela. Ingresarán a mi madre en el hospital. Que no nos preocupemos. Yo voy por las cosas. Los bancos del pasillo pintados de verde. En la habitación donde la instalan, dos camas vacías. Dolorida, se tumba en una que está debajo de la ventana. Frente a ella una mujer de avanzada edad con la piel untada de crema. Meto las manos en los bolsillos. La enfermera se marcha a la planta de arriba. Una joven doctora de porte enérgico entra con mi padre.

¿Y qué piensa?

Encoge los hombros y arruga los labios.

¿Cuánto tiempo lleva enferma?

Hace veinte días que se desencadenó.

¿Por qué no han venido antes?

Pues no sabíamos.

¿Qué no sabían?

Que era algo grave

Desde luego no parece baladí.

Conectan el suero. Su cabeza forma un hoyo en la almohada. La piel cubierta de úlceras. La enfermera nos apremia. Mi madre nos anima a irnos. En la puerta, me vuelvo. Ella saluda con la mano y entorna los ojos. Nosotros fuera. Un señor mayor coloca delante de la tienda de ultramarinos cajas de plátanos. Taxistas con cazadora de cuero y cuello de piel apoyados en los capós. El aire cada vez más frío. Hollín de las casas apiñadas en las faldas de las colinas. Mi padre respira hondo. Yo me pongo el gorro gris. Él se levanta el cuello. Con ritmo acompasado traqueteamos en el Escarabajo hasta el barrio del Aeropuerto. El teléfono suena en nuestro piso mientras corro por las escaleras. No llego a tiempo.

¿Quieres un té?

Asiento.

Las noticias. Tensión en Bosanski Brod. Cañones en el fango de Eslavonia. Una tregua en Croacia firmada en Sarajevo todavía en vigor. El reportero de Derventa. Una unidad de policía de Sarajevo a Posavina. Luego en la pantalla llamamientos a la paz. Mi padre en el sillón, yo encima del acumulador eléctrico. Me duermo unos segundos. Segundos largos. Muy rebuscado el programa nocturno de la tele. Mi libro en el suelo. Una oscuridad pesada. Luz en la planta baja del edificio al otro lado del jardín comunal. En alguna parte un motor. Apunto en un cuaderno nuevo todo lo que ha sucedido hoy. La caligrafía no me gusta, por lo que cambio la forma de las letras y cuido la legibilidad. No pongo la fecha arriba con números, sino que la escribo con letras para que no sea un vulgar diario. Sueño con la escuela. Sé que estoy soñando. Hago un esfuerzo para comprender qué es este pesado malestar que siento incluso en sueños. Lo comparo rápidamente con los problemas que he tenido hasta ahora y me parece grande. Me imagino cómo será cuando sea el pasado con el que se mide la vida. Por lo menos una hora hasta el alba. Un coche por la calle Akifa Šeremeta. Un perro por ahí. El volumen de la radio en el cuarto de estar muy bajito.

Las manecillas se han separado. Madrugada en el aparcamiento. Las ramas del cerezo se balancean ligeramente. En el balcón de enfrente una mujer sale por un instante, deja algo y cierra. Oigo a mi padre levantado.

Pongo agua para el café. El acumulador del cuarto de estar empieza a soplar aire caliente. Él en la cocina. Miramos las tazas y luego por la ventana. Quiero decir algo para relajar la situación pero me contengo. Papá resopla. Echo más café.

Voy a comprar algo.

¡Necesitamos leche! Y el periódico, el Oslobođenje.

Abajo el portal cerrado con llave. Los coches cubiertos de nieve.

Por la calle Kralja Tomislava entre la nieve. A mi izquierda el viejo edificio del clínico para enfermedades oculares. En un poste un anuncio en el que pone vendo piso en Zaima Šarca cuarenta y cinco metros cuadrados a buen precio. Centellean las ventanas en los rascacielos azules. El autobús rojo número 17 colina arriba.

A través de la plaza de Skenderija y a pie por la orilla del río hasta la calle Lenjinova. El monte Trebević blanquea. Nubes bajas en la cima. Con las manos hundidas en los bolsillos paso delante de la floristería del reloj en el barrio de Kovačići. Compro algunas chucherías en la tienda de ultramarinos. La pesada puerta metálica en la calle Lenjinova 1. Acierto con la llave a la segunda. Arriba, en el piso. Enciendo la calefacción. Abro el grifo para que corra el agua y espero sentado sobre la cazadora. Trolebuses y coches en la calle Zagrebačka. La radio con polvo. Marco seis números. Ha salido a la tienda. Digo mi nombre y apellido, que son recibidos con frialdad. Un trolebús gira desde la Zagrebačka. Un taxi delante de la zapatería Planika. Polvo en la vajilla en la vitrina antigua. Yo de ventana en ventana, del baño al acumulador de calor. Las manecillas se han separado. Nadie en las escaleras. Una voz detrás de una puerta. Olor a guiso en la segunda planta. Río abajo hasta la calle Bratstva i jedinstva. Algún transeúnte a lo largo del río. Nieve en el asfalto. Esa a la que he llamado antes, dejando mi nombre y apellido, vive muy alto en la calle Blagoja Parovića. Delante de su entrada un Lada ranchera en el que un hombre de mediana edad carga un fregadero. El portal abierto. Subo. Escaleras sin ventanas. El ascensor chirría. Seis viviendas por planta. Olor a pescado frito. Llamo al timbre. La mujer, de unos cincuenta años, espera que le diga algo.

Buenos días.

¿Sí?

¿Está en casa?

¿Eres tú?

Doy una respuesta neutral.

La llama. Mirada severa. La requerida aparece en la puerta.

Aquí estoy.

¿Estás bien?

Más o menos.

Tiene un sofá azul. Un piso con varias habitaciones. Las ventanas de su cuarto miran al este. No estoy acostumbrado a la altura. Arrecia la nevada. Una džezva1 roja con café y dos tazas en la bandeja. La puerta entreabierta.

Estáis muy alto.

¿Cómo estás?

Una situación difícil.

¿Qué?

Mascullo algo entre dientes. Ella trae unas galletas Jaffa. Se arregla el pelo y alisa la colcha.

¿Quieres que te enseñe mi colección de discos?

No es el momento.

Para mí sí.

¡No fastidies!

¡Piénsalo!

Ah. Si fuera tan fácil. Y tampoco sabrías cómo, te rajarías.

¡Vamos fuera!

¿Adónde?

A cualquier parte.

Espérame abajo.

En las escaleras olor a sarma.2 En una pared, una pintada: Tito, hermano, cómprame un habano. Ella con un chaquetón. El flequillo trasquilado a propósito y el moño a la japonesa.

¿A pie?

A pie.

De cháchara pasamos delante del cuartel, de la garita con la bandera azul, blanca y roja con la estrella de cinco puntas. Me tira una bola de nieve, yo respondo. Yo preocupado, ella convencida de un desenlace feliz.

La ciudad gris bajo el manto blanco.

¿Vamos a mi casa?

¿A Dobrinja?

A la calle Lenjinova.

¿Qué hay allí?

Nadie en la casa.

¿Qué haremos?

Tengo buenos discos.

No sé nada de esas cosas.

Yo tampoco. Podemos hablar de tiempos antiguos.

De veras, no estoy segura.

Vamos, tía.

Mejor vamos ahora al centro y luego ya veré si tengo coraje y me animo.

Lo tienes y puedes si realmente quieres. Y yo estoy seguro de que quieres, aunque no quieras.

Por la calle Kralja Tomislava con las manos en los bolsillos. La tenducha de los burek3 vacía. Quince minutos hasta el tranvía. Dentro poca gente. La nevada arrecia. Ella me sacude la nieve de la capucha. Frente a la Escuela de Economía, ella a la derecha, yo a la izquierda.

¿Te llamo yo dentro de una hora?

¡Llama!

En la Lenjinova dos vecinas suben lentamente por las escaleras. La mayor, con pañuelo negro a la cabeza, tiene más de ochenta años y la nieta, con las bolsas de la compra en las manos, cinco más que yo. Nos preguntamos por la salud. A veces me imagino a la que es cinco años mayor en diferentes situaciones. Ahora me sonríe fugazmente. Ellas a paso lento por las escaleras. El acumulador ha calentado un poco el piso. Seis números y luego su voz.

Eres tú.

¿Vienes?

Lo intentaré.

El edificio pequeño donde está correos.

Lo sé.

Los trolebuses al este y al oeste. Gente y coches por la Zagrebačka. Delante de la oficina de correos alguien grita algo. Portazo en el portal. Música en el otro edificio. Un radiotaxi desde la Lenjinova.

Llaman a la puerta. En la penumbra resplandece la nieve en el abrigo negro.

¿Dónde está ese café?

Para ti solo lo mejor.

Estoy emocionada.

Espero a que el agua empiece a hervir. Huele a piedra de mechero. El piso lleno de aire rancio. Los muebles viejos. Faros de coches en dirección al este y al oeste. Voces dispersas.

Hierve el agua.

Hierve, hierve.

¿A qué te refieres?

¿Cómo se desabrocha esto?

Hay que hacerlo desde este lado.

¿Así?

Así.

¿Y eso?

Esto así.

Esta parte de aquí y más arriba merece un elogio.

¿Cuál?

Pues esto de aquí y lo de más arriba, esto. Justo esto.

¿Y qué me dices de esto otro?

Déjame ver.

¿Te refieres a esto?

A esto y esto de aquí.

Pues es bueno.

¿Tan bueno como esto o cómo?

Sí, como esto, pero a la vez diferente, no es fácil hacer una simple comparación.

¿Así que es eso?

Sí, eso es.

Música dulzona de la emisora 202. Un trolebús acelera hacia la plaza de Skenderija. Alguien ruidoso en la escalera. Una planta más abajo el volumen alto de una televisión.

Hay que practicar para obtener resultados óptimos.

Y que lo digas.

En la radio una canción de ambiente otoñal. Ella dice que ha sido divertido y que ahora tiene que marcharse a casa.

A lo largo del paseo Wilson hace frío. El río marrón crecido debido a las nevadas. Un coche por el puente, los faros centellean, el ruido se aleja. Perros en alguna parte. Yo le tiro una bola de nieve, ella me responde. Yo critico el mundo, ella alaba mis críticas. Un comentario romántico mío sobre algo, su respuesta cautelosa. Desentierro frases memorizadas, sus manos hundidas hasta el fondo en los bolsillos del abrigo. La puerta pesada del portal de su edificio. Cuando se mueve se enciende la bombilla de las escaleras.

En fin, fue un programa muy variado.

Esta es la edad de piedra de mis ambiciones en lo que se refiere al asunto.

En el ascensor ella a las alturas. A mí me serenan la oscuridad y el viento. Imagino mi casa como si todo estuviera bien. Luego calculo los días que podrían pasar hasta que esto suceda. El tranvía atestado, hacia el oeste, y luego en Neđarići casi no alcanzo el autobús 36. Muchos conocidos dentro. Por la calle Akifa Šeremeta y luego a través del aparcamiento. La nieve a media altura. Luz en nuestra cocina. En la ventana a la derecha de las escaleras, la vecina con la cara pegada al cristal. Me saluda. Delante del portal dos pinos cubiertos de nieve. Calor en casa.

¿Cómo está?

Un poco mejor. Incluso ha comido algo.

¿Puede dormir?

A ratos.

¿Quieres un té?

¡Vale!

La televisión nos inunda de noticias. En el edificio contiguo suena un acordeón. Se abre la puerta del piso de al lado y reciben a alguien afablemente. Enfrente música y una voz sollozante a través de los sonidos del acordeón.

Ay, ese infeliz de ahí. Lo habrá dejado la novia, o algo similar.

¡Oh, qué extraño, un tío así!

Ahora canta canciones tristes.

Ya, ya.

Agua en el baño durante un buen rato. Ya ha pasado medianoche. La radio muy bajita. Muy pocos coches por la calle Akifa Šeremeta y menos todavía por la Franca Prešerna. Yo leo, adelante y atrás. Anoto en el cuaderno lo que ocurre y cómo y quién ha dicho qué. Detesto mi letra. Las frases aún más. Sin embargo, me gusta escribir.

1Cazo con mango largo que se utiliza para hacer café de puchero.

2Plato típico de los Balcanes que consiste en hojas de repollo rellenas de carne y otros ingredientes.

3Una especie de pastel salado de masa filo relleno con carne por lo general.

Una tarde despejada. Me desabrocho la cazadora. Respiro con dificultad por el pasillo de la planta baja. Las habitaciones abiertas. Fuertes productos desinfectantes. Dos mujeres en albornoz hablan con la doctora. Respiro hondo y entro en su habitación. Recostada en la almohada con el respaldo subido lee un libro. Me sonríe e indica que me siente a su lado. Cáscara de naranja en la mesilla.

Estoy mejor.

¿Qué han dicho?

Nada concreto. Un reumatólogo me ha examinado un buen rato.

¿Y cuál es ahora el diagnóstico?

Algo con las articulaciones. Me van a dar el alta.

¿Cuándo?

Antes del fin de semana.

Ya no hay suero. La mujer con la que comparte habitación interviene brevemente en la charla.

Todo saldrá bien. Usted es joven.

La enfermera con el almuerzo. Guisantes con arroz, yogur a granel en un vaso de plástico, dos rebanadas de pan en una servilleta. Echa un vistazo por la ventana. La nieve ha parado. Quiere comer sola. Yo le sujeto el yogur.

¿Qué quieres que te traiga?

Alguna revista. ¿Cómo te va en el instituto?

Va. ¿Quieres un zumo?

No puedo. He comido ahora más que en todo el último mes.

En el kiosco de Kovačići compro el periódico. Pone que el pueblo serbio no debe perder su Estado común. Lo doblo. Subo a saltos por las escaleras en penumbra. Las barandillas frías. Acierto con la llave a la segunda. Frío en el piso. El traqueteo del trolebús adormece. Me tumbo en el acumulador y casi me duermo. La habitación se ha calentado un poco. El locutor de la radio está de buen humor. Marco los números. Ella contesta con voz sonora.

¿Cuándo vienes?

Dentro de una hora.

¡Entra sin más!

En agua templada remojo un trapo y limpio el polvo de los muebles deslucidos. Enciendo el aspirador con el tubo pegado con cinta adhesiva mientras estoy atento al tiempo. Reviso las modestas reservas de alimentos y saco uno de los pocos libros. Paso el trapo por la mesa y vuelvo a encender la radio. Parpadeo en la penumbra. Fuera, multitud de ruidos. Las manecillas avanzan hacia la posición deseada. La puerta se abre. Detrás de ella, oscuridad en las escaleras. Su colonia en el pequeño pasillo. En la radio una banda rebelde neoyorquina. Ella tira el abrigo al suelo.

Menos mal que he pasado el aspirador.

La luz de la lámpara de techo. Un trolebús por la Zagrebačka. Cierre del programa en la emisora 202.

Progresamos.

Unos cien intentos más y será aceptable.

Pronto saldrá bien.

Ella se abrocha el abrigo. Reviso la bombona de gas y los grifos. Vuelvo a la calefacción para no dejarla encendida. La llave se atasca un poco. La radio a todo volumen detrás de una puerta. El invierno en el viento que sopla desde el monte Trebević. Brilla el amarillo de las ventanas en los edificios grises y marrones. Yo opino sobre esto y aquello sin ahorrar palabras y luego ella dice algunas cosas menos radicales. A lo largo del río sopla el viento.

Se despide con la mano detrás del cristal de la puerta del ascensor.

Desde la escuela a través de las vías de ferrocarril en dirección al centro. Un mediodía de febrero. Nieve entre los raíles. En el barrio de Otoka alcanzo a una de mi clase. El pelo en una coleta. Me mira interrogante.

¿Tú entiendes algo de religión?

Más o menos.

¿Hay alguna palabra, declaración, dicho o ruego, por no decir plegaria, que pueda serme útil en mi difícil situación?

¿Qué situación?

La enfermedad de un pariente próximo.

¡Lee! ¡En el nombre de Dios, el misericordioso! Así empieza.

A pie por la orilla del río. Tiempo frío, pero despejado. Ella con cazadora de cuero forrada de piel. El vestido sobre los pantalones bombachos remetidos en botas marrones. Un ruidoso tranvía rojo con letras amarillas en dirección al barrio de Ilidža.

¿Cómo podrías explicar la fe?

Hay ciento catorce revelaciones, que se reducen a tres principales. Y estas tres a una. Y esta una a un único pensamiento.

¿Cuál?

Lo pronuncia en voz baja y sin respirar.

¿Esto es lo principal?

Sí.

Suena convincente.

Sí.

Gracias.

De nada.

Te veo ahora diferente.

¿Diferente, mejor o peor?

Mejor.

¿Por eso que te conté?

También por eso. Pero en general.

Repito la frase clave de hace un momento con errores. Ella me corrige. Me hace una breve seña con la mano y se marcha hacia el barrio de Hrasno cruzando el puente.

Con el jefe del clínico en el despacho de la primera planta.

Hemos hecho lo que hemos podido.

¿Es eso todo?, ¿una infección bacteriológica? ¿Tanta debilidad por esto?

No es todo. Sospecho que hay un problema con la linfa. De todos modos, yo soy dermatólogo. Las úlceras en la piel son un problema secundario. Que se vaya a casa y luego ya veremos. Cualquier día puede estallar la guerra.

Para nosotros esto ya es la guerra.

El médico se encoge de hombros. Mi padre firma los formularios.

Mamá se acomoda en la cama. Está mejor. No tiene fiebre.

Hemos guardado todo en la bolsa azul. La mujer de Busovača quiere ayudarnos. Dejamos la bolsa de la fruta sobre su cama. Marcha atrás y con el brazo sobre el asiento del copiloto mi padre conduce el coche hasta la entrada del edificio. Yo la sujeto hasta la puerta. La gente mira. Ella entra con movimiento vacilante en el asiento delantero. Yo vuelvo por las cosas y paso al trasero. Lentamente hacia la salida entre los edificios del complejo hospitalario. En la radio noticias de los municipios y a continuación música tradicional. El sol muy alto en un cielo despejado. Mucha gente en los alrededores. Policías de la reserva con uniforme azul de paño grueso apoyados en un Zastava 101 azul y blanco. En la mano, fusiles Kaláshnikov. Conserjes con traje marrón también de paño. Segunda semana de febrero. Un día cálido. Se está bien dentro del coche. Mi madre observa con atención a la gente a lo largo de la calle principal y habla animadamente con nosotros. Fantaseo con que pronto se desvanezca toda la historia de su enfermedad. Vemos Skenderija, luego Marindvor, Pofalići y Malta, Čvila y Otoka. Después de pasar Alipašino giramos a la izquierda a Vojničko, luego a Mojmilo y a la derecha a Dobrinja V, y de nuevo a la derecha donde el edificio marrón y a la izquierda a la calle Akifa Šeremeta. Y finalmente a la derecha a la calle Franca Prešerna. Vecinas en el balcón de abajo a la izquierda y en el de arriba a la derecha. Nos saludan. Bajan hasta el coche. Yo sujeto a mamá. Se apoya en mí mientras habla con ellas. Subimos despacio, pero de buen humor. Mi padre ha abierto la puerta.

Un poco más.

En el piso, un ambiente agradable. Del acumulador sopla aire caliente. Naranjas en la mesita. Colecciones de libros completas en la estantería. Ella recorre la habitación con la vista. Un envase de zumo junto a las naranjas. Yo en el sillón verde.

La puerta del cuarto abierta. La radio con el volumen bajo. Escribo lo que ha sucedido y cómo es ahora. Tacho partes. La nieve se pega al tejado. Se ha encendido la farola en el aparcamiento.

Mi madre en el sofá concentrada en el Oslobođenje. Un zumo de naranja y tres plátanos delante de ella. Su mirada serena. Remuevo torpemente los espaguetis con aceitunas y salsa de tomate. Primera hora de la tarde. Ella viene a la cocina con ayuda del andador. Se sienta junto a la ventana. Dos estantes marrones sobre soportes metálicos. En ellos los cuentos de los hermanos Grimm, una vieja radio plana de la marca Grundig y un pequeño cañón. Zumo del envase verde con una naranja dibujada.

Venga, voy a hacer unas palačinke.4

¡Coge huevos!

¿Cuántos?

Dos.

Mi padre saca del frigorífico un cartón de diez huevos. Lleva impreso el rótulo de Agrokomerc.

Y ahora añade un vaso y medio de leche.

¿Así?

Un poco más.

¿Y qué más?

Unas cinco cucharadas de harina. ¡Pon una más! ¡Y un poco de agua!

¿Qué sartén?

Coge la más grande. Ahora añade una pizca de sal y una cucharada de azúcar. ¡Bátelo en la batidora!

Yo me estoy poniendo zumo mientras ruge la batidora Gorenje Fullmix.

¿Tú quieres zumo?

Es suficiente. ¡Pon aceite a calentar! No hace falta mucho. ¡Coge el trapo!

La primera gorda y pegajosa.

¡Sepárala un poco! ¡Ten cuidado, no arañes la sartén! Ya ves, poco a poco va saliendo.

¿Hay mermelada?

En la alacena.

Un tarro de la marca Podravka y otro de Vitaminka.

Yo las untaré.

¡Para mí con moras!

Las otras con albaricoque.

Yo untaré estas.

Ella aparta el Oslobođenje y se levanta apoyándose en el andador. Yo la sujeto mientras se acerca a la puerta del pequeño balcón. Mira el jardín comunal. Nieve en la mesa del jardín. Empieza el fin de semana. Aguanieve.

4Dulce similar a la crep francesa.

Las noticias interminables. Fechas, números, pronósticos, anuncios, preocupaciones, llamamientos, ejemplos, acuerdos, informes. Leo breve y distraídamente, luego escribo con mano torpe durante un buen rato.

Pasada la medianoche. Sombras en el aparcamiento. Algunos coches en dirección al supermercado UPI. Un perro en alguna parte. Mamá dormita un poco más tranquila. Mi padre ordena cosas incansable. La radio con el volumen muy bajo en el estante de la cocina. El frigorífico ruge y se aplaca de nuevo. La lavadora en marcha. Yo me duermo unos instantes sobre el acumulador de calor y sueño en ese momento que me estoy cayendo. En la calle gritos de mocosos. Un coche a lo largo de Akifa Šeremeta. Sueño que la altura de la nieve sobrepasa con mucho el guardanieves.

Amanecer gris. Aire caliente del acumulador. Ella con treinta y nueve de fiebre. Media botella de suero gastada. La enfermera debería llegar a las ocho. El primer día del tercer mes del tercer año de la última década del siglo veinte. Seriedad en la locutora de la tele. Durante la noche han bloqueado Sarajevo. Ella explica dónde y cómo y luego se conectan varios reporteros desde diferentes puntos de la ciudad. Comentan lo que ven. Hace frío y está nublado. Nadie en el aparcamiento ni en la calle. Mi padre habla por teléfono. Hace una pregunta corta y se queda escuchando un buen rato. Cuelga el auricular.

¿Qué está pasando?

Es por el referéndum.

Tenemos que buscar ayuda.

Encima de la mesa tazas, té, naranjas, frasquitos, pan, mermelada de escaramujo de la marca Podravka y el Oslobođenje de ayer. Me encaramo al acumulador y miro a través de la cortina a ver si aparece alguien en el aparcamiento. Mi madre se da media vuelta. Yo le coloco la almohada y le pregunto qué tal, pero no contesta. Él ha servido café y nos sentamos en la cocina. Al otro lado del jardín, una mujer en el balcón se asoma a la calle. Gemidos en la otra habitación. Corremos hacia allí y preguntamos preocupados qué debemos hacer. Nada. Señala algo y se adormece de nuevo. Busco ejemplos en los que alguien se sentía mal, mejoró y luego empeoró, para de repente sentirse mucho mejor.

Unto una rebanada de pan de ayer con mermelada. Mi padre corta ambiciosamente queso y cecina. Alrededor de las lonchas coloca sin escatimar pepinillos en vinagre de un tarro de Vitaminka y ajvar5 del mismo fabricante. Echa un vistazo al dormitorio. Yo le lanzo una mirada inquisitiva, él contesta con las cejas. Las noticias se repiten y amplían. Coloco dos platos y dos vasos en la mesa. Echo zumo y más agua para café.

A las siete y media el vecindario delibera en el portal qué hacer si sucede esto o aquello y acuerda que nadie vaya a ninguna parte hasta que no se vea cómo van las cosas. Probablemente avisarán en la radio de lo que hay que hacer mientras no se encuentre una solución para el embrollo. El portal queda cerrado con llave. La calle vacía.

Mi madre más tranquila. La džezva del café encima del Oslobođenje de ayer. El teléfono suena ruidosa e inesperadamente.

Eres tú.

¿Cómo está?

Se ha dormido.

Hemos llamado a aquella enfermera del hospital militar. Dice que la llevéis allí.

Si es posible. Parece que hay guerra. ¿Cómo estáis en tu barrio?

La calle principal está bloqueada cerca de la Escuela de Economía.

¿Qué aspecto tienen?

Uno lleva una cazadora como la tuya. Llevan pasamontañas. Ha venido un Lada desde el barrio de Grbavica. Parece que tienen el cuartel general en Vraca. Mi viejo los observa con los prismáticos. Dice que van armados hasta los dientes.

¿Hay policía?

Apenas. ¿Y en tu lado hay barricadas?

No se ve nada.

Te llamaré más tarde.

De acuerdo.

Mi madre se despierta. Dice algo. Señala la ventana.

Allí no hay nadie. ¿Quieres beber algo?

No contesta. Él quiere incorporarla. Ella gime, no lo permite. Yo en el sillón.

¡Intenta llamarlos por teléfono!

¿Cómo les explico?

Como sea.

No sé el número.

¡Llama a información telefónica!

Marco el nueve ocho. Comunica. Él resopla. Ella dormita. Paso las páginas del deshojado listín. En la letra S una larga lista de apellidos y algún nombre. Encuentro el apellido que busco y el número anotado a la antigua, con guion en medio. Marco los cinco números, no parece comunicar. Suena. Suena tres veces. Contesta la voz preocupada del propietario. Me presento. Desconfía. Pido hablar con su hijo. Pregunta si soy aquel chico que él conoce. Afirmo. Me pasa al hijo. Creo que nunca habíamos hablado por teléfono. Empiezo a explicar. Lo acepta cordialmente, pero con preocupación. Me pasará a su madre para que yo intente explicarle qué es lo que técnicamente necesito. Espero. Su madre coge el auricular. Yo le cuento. Ella entiende, pero le extraña la aparición de esta enfermedad en una mujer en sus mejores años. Que la espere dentro de media hora abajo en el pasaje del jardín. Doy las gracias y voy al jardín a través del pasaje. Las ramas del sauce congeladas. La nieve cubre los setos. La tierra dura. Palomas en el cielo gris entre los edificios. Ahí un poco más abajo estaba yo cuando murió el hijo más grande de nuestro pueblo. Papá me llamó entonces desde el balcón. También era domingo.

Una mujer con bolso cruza el jardín. Una vecina mayor mira desde un balcón. Se cubre la boca con las manos y menea la cabeza.

La enfermera cariñosa. Yo cierro con llave la puerta de la planta baja que lleva al jardín. Ella va delante de mí. Mi padre en las escaleras. La vecina se ofrece a ayudar. Nosotros se lo agradecemos.

La mujer mira a mi madre y saluda dándole ánimos. Ella vuelve la cabeza hacia el otro lado. La enfermera comprueba las alargaderas, luego echa un vistazo al informe del alta y a las medicinas. Le toma la temperatura. Mi padre trae café. Yo en el acumulador. La enfermera la pone de costado con mucho cuidado. Coloca una cánula. Cuelga otra botella de suero en el soporte al lado de la cama. Frota cuidadosamente la piel lacerada con una toalla húmeda. Coloca la almohada y mira los papeles. De nuevo nos apresuramos a darle las gracias.

Tiene que ir al hospital. Urgentemente.

¿Y cuál es su opinión?

Menea la cabeza.

Mediodía. La central de las fuerzas del orden público comunica que la ciudad está cortada en varios puntos. La policía hace un llamamiento a los ciudadanos para que protejan sus edificios, los vecindarios y los barrios, y reduzcan las tensiones.

Mi madre no se despierta. Su cara más tranquila. Treinta y nueve de fiebre. Nosotros en la mesa de la cocina. Delante unas salchichas y mostaza de la marca Kolinska. Él mira fijamente por la ventana.

¿Se ve a alguien?

No.

¿En el aparcamiento?

Nadie. Todo está parado. Hay que hacer acopio de agua.

Yo lo haré.

Echo agua en dos cubos naranjas de unos diez litros. Luego lleno la bañera hasta la mitad. La tarde fría. Nos sobresalta el timbre. La enfermera con el abrigo sobre los hombros. Lleva el bolso y habla alentadoramente sobre nuestra enferma y sobre toda la situación, que define como agitada por la confusión general, el descontento y la presión mediática. Los lazos entre nosotros son demasiado fuertes como para que suceda algo serio. Todos tenemos una mentalidad parecida. Nosotros asentimos. Yo le pregunto por sus hijos. Ella cuenta los planes universitarios de su hijo y los retos a los que se enfrenta su hija en los estudios de Economía.

Mi padre trae una toalla húmeda y se queda de pie junto al sofá. La enfermera cambia la bolsa colgada del tubo de plástico. En el soporte se mece el suero.

Las noticias no paran. Ruido de televisores por doquier. Están negociando. Todavía no se han retirado las barricadas. El ejército y la policía van a patrullar juntos. En la calle el reflejo de las luces de los pisos. El teléfono.

Eres tú.

¿Ha ido la enfermera?

Dos veces. Mañana por la mañana volverá.

¿Y cómo está ahora?

Da igual donde la toques, le duele todo. Desde ayer está inconsciente. ¿Y a vosotros cómo os va?

Por aquí se está bien. Los vecinos visitándose sin cesar, no consigues cerrar la puerta.

¿Los de abajo siguen aún allí?

Siguen. No parecen preocupados. Dan la impresión de estar preparados para una estancia más bien larga.

La puerta del portal cerrada con llave. También la del pasaje al jardín y las ventanas del sótano aseguradas. La bombilla del sótano nueva. Todo barrido. Las plantas en el rellano regadas. Han llegado al acuerdo de comprar nuevas flores para el jardín en cuanto sea posible. El alumbrado del aparcamiento no funciona. En la zona verde se reflejan las televisiones de ambos lados. La luz del piso de enfrente ilumina por un segundo a un perro en el pasaje.

En alguna parte una ráfaga de ametralladora. Nosotros en los dos sillones verdes. Ella se ha dormido.

Mi padre en la cocina. Yo en el acumulador. Una bolsa se llena, la otra se vacía. Un disparo a lo lejos. Noche profunda. Mi padre prepara té. La radio muy bajita. Parece que están retirando las barricadas. Me duermo pasada la una y sueño que no puedo dormir porque no tengo dónde y debo quedarme de pie. El amanecer gris, pero el cielo despejado. Por el aparcamiento pasa un perro y luego durante mucho tiempo nada. Me asomo a la cocina. Nadie. En el baño, luz y el ruido del agua un buen rato. Él como si hubiera envejecido. Ella medio dormida y sudada. En la mesilla medicinas y cáscara de naranja. En el despertador la hora del primer turno de la fábrica. Abajo alguien llama.

Debe de ser la enfermera.

Voy yo.

Él intenta recostarla. Ella parece perdida. Dejo la puerta entreabierta y salgo corriendo al portal.

La enfermera en la entrada. Apenas un rayo de sol sobre el barrio. La mujer reconoce a la enferma con aplomo y cuidado. Yo de acá para allá como si las cosas sucedieran en otro sitio.

Cuanto antes al hospital.

Mi padre pone la džezva en la mesa. Yo el zumo. La mujer con el abrigo sobre los hombros.

¿Cómo va a llegar usted ahora hasta el hospital de Kasindo?

Iré mañana. Nos han avisado para que no vayamos hoy. Llamaré a ver si pueden ingresar a una enferma muy grave.

Marca un número en nuestro teléfono. Explica. La ingresarán en cuanto vayamos.

¿Están las calles abiertas?

La radio dice que sí. La policía y el ejército patrullan. Todo se calmará, han firmado algo.

¿Llamo a urgencias para que nos lleven?

Sí.

Yo intento preparar unas pocas cosas. Mi padre da explicaciones por el auricular naranja. No es posible. No saben si es transitable. Los están llamando de todos lados. Que lo intentemos más tarde. Llama la enfermera. Se presenta. Pide hablar con el jefe. Explica. Que los llame por la tarde.

Guardamos el bolso verde debajo del sofá. Un día frío y soleado.

Mamá se despierta. La mirada más allá de nosotros.

Mamá. ¡Hola!

¿Qué ocurre?

¿Cómo estás?

Me duele.

¿Sabes qué?

¿Qué?

Nada. Ya estás mejor.

Como si mirara por la ventana. Cierra los ojos.

Oye.

Dormita. Se da la vuelta. Nosotros de pie a su lado y luego nos sentamos en los sillones.

¿Cómo vamos a llevarla al coche?

Tendrán camilla.

No tiene fuerzas ni para la camilla.

Es la única manera.

El Zastava 750, o sea un Fićo, con la cruz roja, accede al camino delante de nuestro garaje. Yo en el portal. El médico cuarentón se coloca las gafas en la nariz. Una enfermera con bolso. Los vecinos en los balcones.

El médico con gafas y tensiómetro apoyado en el sillón verde. La enfermera cambia el suero.

¡Vamos a cambiarla de ropa!

Mi padre saca todo lo necesario.

Unos quejidos apagados llegan hasta la cocina.

¡Al hospital inmediatamente!

¿Cómo?

Como sea. La ambulancia no puede. Inténtenlo con su coche.

¡Vámonos!

Yo cojo el bolso en el que pone America Travel´s. La ropa doblada torpemente.

¿Cómo la llevamos hasta el coche?

En camilla. Enviaremos una camilla desde el ambulatorio.

¿Cuándo?

Pronto.

Mi madre balbucea nombres. Mi padre respira profundamente. Sol en la ventana.

El camillero entra por el portal con la camilla. Yo mantengo abierta la puerta.

¿Cómo la bajaremos?

Despacio. Primero por los hombros. Cógela por debajo de las rodillas. Así. Bieeen. ¡Espera, espera!

Despacio. Le duele.

Baja primero la parte superior del cuerpo. Lentamente. En el coche la colocaremos en el asiento trasero.

Es estrecho.

Seguro que lo conseguimos.

Le coloco los brazos y le echo la manta por encima. La levantamos y bajamos.

Atento con la mano, la izquierda.

Baja.

¡Vamos ahora!

¡Despacio, despacio, no la ladees!

No la estoy ladeando, tío.

En la frente el sudor empieza a intercalarse en sus arrugas. Dos escalones.

Para un instante. Levanta la parte delantera.

Se caerá.

No lo hará. Despacio.

Venga. Sigamos.

Tres escalones.

Endereza un poco.

Venga, despacio. Todo saldrá bien.

¡Ten cuidado con la mano!

Para un momento. ¡No la sueltes!

Yo la sujetaré.

¡Venga, continuemos!

Dejamos la camilla al lado del coche en el camino. Todo el vecindario detrás de las ventanas.

¡Abre esa puerta del todo!

¿Cómo la metemos?

Yo la cogeré.

¿Cómo?

Tengo que hacerlo así.

Espera, espera.

Despacio.

Cuidado.

Vamos, ahora. ¡Sujeta la puerta!

¡Un poquito más!

¡Métete por el otro lado para acomodarla!

Yo por la puerta del copiloto. La sujeto. La recuesto contra mi cuerpo. Mi padre cierra la puerta. Vuelve por el bolso. Niños en el portal. Como si quisieran decir algo. El motor arranca al segundo intento. Yo la sujeto en el asiento de atrás mientras la vieja máquina repiquetea. Cerrados la frutería, el kiosco, el puesto de burek, la cristalería.

La ciudad ha enmudecido.

Delante del hospital, vigilantes uniformados y armados. Nos dejan pasar hasta la misma entrada. Mi padre abre la puerta izquierda y la sujeta. El coche estrecho. Dos militares observan. Se aproximan.

A ver así.

Despacio.

Ten cuidado con la cabeza.

Un poco más, y ya.

¡Trae una silla de ruedas!

Un pasillo largo y oscuro. En la portería soldados armados con uniformes de paño verde.

El médico de guardia escucha. Camisa oscura bajo la bata blanca. Su nombre escrito con bolígrafo en el bolsillo superior. Las gafas grises. Nos remitimos a las enfermeras que conocemos.

¿Por qué no van al hospital de Koševo?

Este funciona mejor, dicen.

No funciona ninguno.

No tenemos mucha elección.

La examinaremos.

Yo empujo la silla en la que ella apenas se sostiene. Mi padre le arregla la rebeca. La doctora nos recibe en una habitación con camilla de reconocimiento y armario blanco. Da la impresión de que el caso le interesa. Última hora de la tarde.

Vasculitis, me parece.

¿Qué?

Inflamación de los vasos sanguíneos.

¿Cómo de peligroso es?

Peligroso.

La ingresan en la sección de medicina interna en la planta novena. Nosotros por las escaleras, ella en la camilla en ascensor. El médico de guardia lleva gafas y cojea. Tuerce la comisura de los labios en una máscara de amabilidad. El pasillo va en círculo. Las habitaciones abiertas. En el pasillo macetas con plantas de grandes hojas verdes. Pone que el horario de visitas es de dos a tres. Le preparan la cama en la última habitación a la derecha. Los ventanales dan a la colina de Koševo y a Gorica. Cosas en la mesilla. Un soporte para suero. Una botella colgada del revés. La cena en el carrito. El yogur a granel en vaso de plástico. Tallarines con queso. Mi padre con la cazadora en la mano.

Tienen que irse.

Enseguida.

Él le arregla el cuello y las mangas y susurra. Yo apoyo mi mejilla contra la suya. La enfermera cierra con cara compungida la puerta de cristal detrás de nosotros. Nos dice que vengamos mañana. Mi madre levanta ligeramente la mano izquierda cuando me doy la vuelta en la puerta. Respira por la boca.

Los dos bajamos por las escaleras. El aire fresco del invierno tardío al salir. El Escarabajo a lo largo de la calle Kranjčevićeva y luego entre la estación de autobuses y el cuartel. En Pofalići a la izquierda hacia Malta, junto al colegio y la fábrica recto hasta Neđarići. En otoño del 88 me llevó el mismo conductor en el mismo coche a la escuela secundaria en Buća Potok.

El autobús rojo de la línea 31 sale hacia Dobrinja. Otro con el número 42 ocupa su lugar. Antaño íbamos al colegio en el autobús 25, que paraba al lado del aeropuerto. También ahora está ahí. Al lado de la valla del aeropuerto crecían cañas. Tenía miedo de saltarme la parada y continuar hasta Kasindo. En las ventanas del barrio luces y el reflejo de las televisiones. Los vecinos nos reciben en la entrada y les relatamos lo ocurrido. Nos dan una fiambrera con comida. Aire caliente del acumulador. Un té. En la pantalla las noticias de la noche. Situación tensa en Bijeljina.

Escribo y tacho y escribo más lento.

El Escarabajo en dirección oeste y yo por la Kranjčevićeva al lado del hotel al puente de Vrbanja.

Oscuro en la escalera de la calle Lenjinova. A través de una puerta en el primer piso suena la televisión a todo volumen.

Debajo de la ventana un árbol con ramas sin hojas. Un Zastava 101 de la policía lentamente hacia Skenderija.

¿Vienes?

¿Cuándo?

Ahora.

¿Qué haremos?

¿Quieres?

¿Divertirnos?

Sí. ¡Entra sin más!

Luz delante de la tienda de ultramarinos. El trolebús 103 acelera hacia el oeste. Las manecillas del reloj casi están en la posición correcta. La puerta se abre. Luz pálida en el pasillo. La radio muy bajita.

Hace frío.

Ella desprende calor.

Pero qué prisas son estas. ¡Espera!

¿Esperar qué?

Pues que no parezca una palurda.

Qué dices. Aquí solo hay buenos modales.

Para que no cuentes luego por ahí que soy una cualquiera.

Lo contaré cuando sea viejo.

¡No toques abajo!

¿Aquí?

¿Dónde?

Aquí. Esto merece nuevos elogios. Esta parte de aquí hacia arriba. Todo esto, y también esto.

¿Y si me pongo así?

Pon la cabeza un poco más abajo. Así, justo, ahora se ve cómo es de verdad. Tan solo ahora te veo como debo verte. Este es el rostro verdadero.

Entonces el hombre tiene muchos rostros. Este por fin es el verdadero, hasta ahora no existía.

Pues hasta ahora no había nada en ninguna parte. Tan solo ahora veo lo que de verdad es, y eso que no veo más que una pequeña parte. Cuando se vea la imagen entera, quién sabe si será soportable. Espera, que quiero verlo otra vez desde este ángulo.

¿Esto?

Esto, justo así, pero elevándolo un poco más, así es, y esto bajándolo. Esto así y eso ni siquiera hace falta.

Irás contando chismes de mí por todo Sarajevo.

Ni hablar.

Los televisores a todo volumen por doquier. La radio emite un bloque de canciones de amor en nuestra lengua. En una de ellas alguien oye una voz en otra habitación y lo invade la emoción. Me imagino que esto pudo haber ocurrido antaño en algún lugar cercano. Tan solo ahora, en realidad, oigo esta canción, y las palabras adquieren su verdadero significado. Una ola de aire caliente del pesado acumulador. Un hombre grita en la calle. En el techo un círculo de luz tibia.

¿Está algo mejor?

No mucho.

¿Por qué?

La fiebre. Probarán con no sé qué.

Me tengo que ir. Tengo que estar en casa a las nueve.

5Salsa elaborada con pimientos rojos y berenjenas muy popular en los Balcanes.

Las manecillas se aproximan a la posición de la visita al hospital. El conserje indica que se puede subir. Espero un minuto más para que aparezca mi padre. No se ve el Escarabajo. Voy solo. En el pasillo me golpea el olor a hospital. Subo a pie. Prohibida la entrada, pone en el cristal de una puerta cubierta de papeles blancos. Cuidados intensivos, entrada con permiso especial, llamen al timbre, no se permiten visitas. Al otro lado del pasillo los cuidados intensivos de cirugía. No se ve nada a través de los cristales lechosos. Enfermos en pijama detrás de la puerta acristalada. Reflejos de sol en los pasillos. La puerta de cristal abierta. El doctor listo para irse a casa. No dice nada, no me reconoce. Mi madre no está en la habitación. Ni siquiera está su cama. La mujer tísica calla cuando me ve. Nos miramos durante dos segundos.

La han trasladado a cuidados intensivos.

¿Cuándo?

Esta mañana.

¿Qué ha ocurrido?

Allí estará mejor. Abajo, en la segunda planta.

Entra una enfermera. Mientras caminamos me explica la situación, sus zuecos golpean el suelo plastificado.

El doctor ha decidido que la traslademos a cuidados intensivos. No está bien. La fiebre no baja. Los análisis de sangre, malos. Abajo tienen más tiempo para los graves, para los enfermos más graves. Es lo que hay. ¡Coge sus cosas!

Me seco el sudor con la palma de la mano y agarro las dos bolsas de plástico. En una de ellas zumo, naranjas y un Oslobođenje atrasado. En la otra la rebeca que le echamos encima. Nueve escalones en las entreplantas. Los médicos y las enfermeras arriba y abajo. Toco el timbre en la segunda planta. Nadie abre. Llamo de nuevo. Mi padre en los últimos escalones hacia la segunda planta. No me esperaba allí. No pregunta nada. Tengo las bolsas de plástico en la mano izquierda. Llamo de nuevo. Una enfermera asoma la cabeza. Nos mira sin decir nada.

Han trasladado aquí a mi madre.

¿Esta mañana?

Sí.

Esperen.

Abre de nuevo y nos deja entrar. Detrás de las paredes de cristal camas con personas conectadas a aparatos mediante tubos. Mi madre detrás del cristal. Una sombra. Parpadea. Tubos en las venas. La enfermera nos proporciona batas de plástico y bolsas para los zapatos. También debemos ponernos gorro. Nos ponemos todo. Viene un médico más joven de aspecto distendido. Nos lleva a su consulta. Pasamos junto al box de mi madre. Nos detenemos. Ella no abre los ojos. Las máquinas miden algo y sueltan un pitido cada segundo y medio. Yo sigo sujetando las bolsas.

Es como si estuviera durmiendo.

¿Cómo durmiendo?

No está consciente. La fiebre la machaca.

¿Qué se puede hacer?

Los vasos sanguíneos están inflamados. Rebajar la inflamación.

¿Qué podemos hacer nosotros?

Esperar.

Tomo aire y me acerco. Ella apenas respira. Su cabeza reposa laxa en la almohada levantada. Se le ha caído el cobertor. Se lo coloco. Mi padre se aproxima. Le habla en voz baja. No reacciona. El líquido gotea a través de la alargadera. La máquina marca el compás. Un gran reloj detrás del cristal. Las medicinas encima de la mesilla. En la cama está anotada la fiebre. La enfermera nos apremia. Nosotros en la puerta volvemos la cabeza hacia el box. La enfermera recoge las batas de plástico y cierra la puerta. Escaleras abajo en silencio. Fuera aire fresco. Apenas hay coches al lado del hospital. Delante parapetos de sacos llenos de tierra.

Callamos mirando desde el coche un Sarajevo ralentizado y asustado. Regresamos al barrio por la ruta del trolebús.

En la ventana del primero la vecina preocupada. Nos mira. Mi padre se lo cuenta a grandes rasgos. Yo subo con las dos bolsas. En el portal oigo mi nombre. Me extraña un poco. Una chica que ha ido conmigo a clase me hace una breve señal con la mano desde la senda del garaje. Que cómo está mi madre. Ayer oyó que había un problema. Si me puede ayudar en algo. Ella está bien. Se va a matricular en el Conservatorio. Violín.

El periódico en el suelo al lado de la cama. Anoto en el cuaderno lo que ha sucedido y luego corrijo los diálogos recordando los detalles. Leo lo que me recomendó la chica de mi clase, pasando las hojas de derecha a izquierda y memorizando alguna parte pequeña del final. Repito, compruebo y escribo en el cuaderno sin mirar el libro. Leo de nuevo y anoto con menos errores.

Mi padre en el sillón verde mirando fijamente el televisor sin sonido. El ruido de la lavadora en el baño. Me tapo con la manta. Aire caliente del acumulador.

Me apresuro a cruzar las vías. Tiempo fresco pero despejado. El tranvía al centro abarrotado. En el patio, entre los edificios austrohúngaros frente al hospital, un hombre carga carbón con la pala. Dos vigilantes en la entrada.

Un fuerte olor a hospital en la planta baja. Oscuridad en los pasillos. Bombillas tenues. Justo al llegar a la planta se abre la puerta de cuidados intensivos. Una mujer que ha trabajado con mi madre y otra que no conozco salen llorando. Aquella que conozco me ve, pero no consigue decir nada. Con la palma de la mano se seca las lágrimas. Yo me siento en las escaleras.

Está viva.

Diez minutos después la enfermera vuelve a abrir la puerta y me deja entrar. Dentro la máquina late. Mi madre me mira. Me inclino hasta sus labios. Intenta decirme algo. Yo le señalo las cosas. Ella niega con un breve movimiento de la cabeza.

¿Agua?

A casa, a casa.

Intenta tomar más aire. Entra el médico de guardia. Se le caen las gafas. Dice que le han hecho una transfusión de sangre y le han dado oxígeno.

¿Puedo quedarme un poco más?

Solo un minuto.

Su cuerpo se mueve al ritmo de la respiración. Le seco la frente, la cara y el cuello. Intento darle agua. Se le derrama por la barbilla.

Vamos, despacio, así, vamos, un poco más. Bravo.

Detrás del vidrio mi padre. Las arrugas más marcadas. Respira profundamente y se detiene un segundo en la entrada a su box. Ella abre los ojos, pero no lo ve.

¡A casa!

En cuanto sea posible, ya te lo he dicho. Ya ves que estás mejor.

A casa.

Tiene los labios secos. Apenas se la oye. La piel de las manos es casi transparente. Sudor en la frente. Los ojos abiertos por un instante.

Lo intentaremos mañana.

¿Quién?

Señala hacia la máquina moviendo la mano con dificultad.

No hay nadie. Solo nosotros dos.

Entra la enfermera y quiere que salgamos. La miramos desde la puerta. Levanta la mano derecha con las cánulas conectadas para despedirse. Los líquidos gotean y las máquinas zumban. La enfermera cierra la puerta. Nosotros en las escaleras delante del hospital.

El Escarabajo arranca al segundo intento. El hombre del aparcamiento coge dos monedas. Alza la mano mientras mi padre sube la ventanilla. Yo bajo la mía. Saco el codo fuera. Aire frío. Vamos por Kranjčevićeva, al lado del cuartel, luego hacia Malta y a la calle principal. Sarajevo está gris.

El aire caliente del acumulador. Mi padre saca las salchichas del agua y tira el envoltorio al cubo al lado de la puerta del balcón. Yo preparo té. El sauce debajo del balcón, inmóvil. Los niños juegan en el aparcamiento. Pásamela, pásamela, no seas egoísta.

Marco sus seis números. Nos ponemos de acuerdo.

Yo me voy al centro.

Vale. ¿Vuelves esta tarde?

No lo sé.

Quédate allí.

Bajo los escalones de dos en dos en cuatro saltos. Apenas hay transeúntes en la calle. El trolebús modera la velocidad al pasar por la escuela. Yo corro hasta la parada.

Ella con un chaquetón de color morado. El pelo en cola de caballo. Vestido estampado debajo del chaquetón.

¡Tomemos un café en alguna parte!

¡El café lo hago yo, mujer!

En la Lenjinova, el portal oscuro. Detrás de las puertas, los televisores a todo volumen. Las barandillas frías.

¿Aquí?

¿Dónde?

Aquí, mira.

¿Qué?

Pues esto.

¿Qué?

Es divertido. Como en las películas.

La película de arriba es mejor.

¡Cierra!

Ya está.

¿Dónde?

¡Allí!

Qué ancha eres aquí.

¿Molesta?

En absoluto.

Un trolebús por la Zagrebačka. Música turbo-folk de un coche. En la radio justo lo contrario.

¿Cuándo irás mañana al hospital?

Muy temprano. Hoy estaba un poco mejor.

Todo saldrá bien, todavía es joven.

Suena el teléfono.

¿Estás por allí?

Sí, estoy aquí. ¿Te han llamado?

No, no me han llamado. Era solo para ver dónde estás, ya sabes.

¿Cómo van las cosas allí?

Van, qué decirte.

Ella se arregla el peinado y mira por la ventana. Un taxi esperando en el ensanche de la calle.

¿Qué hora es?

Es tarde teniendo en cuenta los tiempos que corren.

Di que estás en casa de una amiga y ya está. Ya ves que no hay gente en la calle.

Ella marca los números. El dial regresa lentamente a su posición inicial después de girar. Un aparato de principios de los setenta. Pesado auricular negro.

Soy yo. Estoy bien. Sí. Pues estudiamos y hacemos bobadas, ya sabes. Sí. Por la mañana. Pues claro. Por supuesto que no. ¿Que me llames? Oye, que no soy una niña. ¿Que tome un taxi? Vale, lo intentaré.

Es mejor que me vaya.